Esta mañana, he inaugurado el XVI Congreso de Periodismo Digital, en Huesca. Llevaba escrito este texto que ves abajo y, aunque me he salido algo del guión, he dicho todo lo que aquí digo.
«Buenos días.
Me pidió inicialmente Fernando García Mongay, el director del congreso, que mi intervención durara como mucho 25 minutos, y hemos pactado finalmente que sean 20, 20 minutos, así hago un poco agitación y propaganda de 20minutos, el diario que fundé hace ahora 15 años y que, como sabéis, es el segundo diario generalista impreso con más lectores en España –y durante siete años ha sido el primero-, según el Estudio General de Medios (el EGM), y es también el segundo medio online con más lectores en castellano en el mundo, según comScore.
Veo algunas caras de sorpresa en la sala. Me temo que, aunque estamos en un congreso de periodismo digital, de periodismo innovador, algunos de vosotros sólo leéis prensa tradicional, y muchos de los viejos periódicos tienen por costumbre borrar a 20minutos del ranking del EGM para mejorar su propia posición. Os lo aseguro. Nos quitan del ranking, nos eliminan, como los soviets aquellos que antes de existir el photoshop borraban a pedal de las fotos históricas a los dirigentes caídos en desgracia. ¡Nos borran para mejorar su posición, y al mismo tiempo se llaman a sí mismos prensa seria, prensa de calidad! Es como si yo, que soy de Burgos pero gran aficionado del Valencia Club de Fútbol desde pequeño, borrara los lunes de la tabla de la Liga al Real Madrid y al Barça para decir que mi equipo es vicelíder, casi empatado con el Atlético de Madrid.
Me ha dicho también Fernando que no hay turno de preguntas después de mi intervención, o sea que los que tengáis algo que preguntarme (sobre el EGM o sobre lo que os dé la gana) podéis ir tomando nota y lo hacéis luego, en los pasillos.
Un último prólogo, y ya entramos en materia. Si queréis tuitear algo, me llamo en Twitter @arsenioescolar ¡Gracias por seguirme!
Me gusta mucho el cartel del Congreso. Ese dedo digital, qué curiosa redundancia gráfica, ese dedo digital que le mete el dedo en el ojo a un tipo asombrado y notoriamente incómodo, a un tipo de edad no muy joven, a un tipo con arrugas, con corbata, con parece que creciente alopecia, a ese tipo con cara de desabrido que habla ante varios micrófonos.
¿Es un pájaro, es un avión? Noooo. Parece que es un político.
Me ha gustado tanto ese cartel de Paco Roca que he pensado ponerle a mi intervención un título, o al menos un titular, y que este sea “Metiendo un dedo en el ojo”. Bonito hashtag, ¿no? ¿Metiendo un dedo en el ojo de los políticos? ¿Metiendo un dedo en el ojo de ese tipo del cartel que se diría que es un político? Sí, sin duda. Pero no solo. No sólo quiero meterle algún dedo en el ojo al poder. Esta no es la convención de un partido, ni de la patronal bancaria o eléctrica, ni un congreso de politólogos… Este es un congreso de periodismo, y os quiero proponer que metamos entre todos el dedo en varios ojos diferentes, no sólo en los de poder. Que nos lo metamos también a nosotros mismos, a nuestra profesión, a nuestro oficio. Que le metamos un dedo en el ojo al periodismo y a los periodistas, que ya toca.
A mí siempre me ha gustado incordiar, chinchar, incomodar, criticar, repartir en todas las direcciones posibles. Dentro de un orden y dentro incluso de algún desorden. Llevo dentro un natural criticón que a veces me cuesta mucho reprimir. En 20minutos, sin embargo, estoy un poco frustrado porque no tenemos editorial y apenas hacemos artículos de opinión. No nos gusta, no hacemos prensa de pastoreo y doctrina, de esa que dice “eres bueno, querido lector, si piensas esto y eres malo si piensas esto otro”, de esa que aspira a poner y quitar alcaldes y alcaldesas, o a derribar presidentes del Gobierno o jefes de la oposición. En 20minutos preferimos meter el ojo al poder informando a nuestros lectores con información certera, ecuánime, independiente, y que sean los lectores los que se creen su propia opinión, y que sea la fuerza de la opinión pública la que ponga y quite dirigentes y cambie el ritmo de la historia.
En 20minutos, os decía, o en mi blog apenas hago yo opinión, pero en twitter y en las tertulias sí, ahí me suelo meter con todo el que pasa. Algunos de los prebostes mencionados, de uno y otro bando, o mejor dicho de una y otra banda, se me enfadan y me mandan quejosos mensajes directos o whatsapps. Hay incluso algunos tuiteros que me reprochan la crudeza y me dicen: “ese comentario tan duro es impropio de un director de periódico…”. En fin…
A mí me gusta incluso meterme conmigo mismo. Mi último libro es de sátiras políticas en verso, en metros clásicos, en sonetos, en décimas, en octavas reales. Una amiga y colega que anda en la sala me dijo cuando leyó algunos de ellos que era más propio de un exdirector de periódico. Se titula ‘Arsénico sin compasión’, me meto hasta con mi propio nombre, ya veis. Os lo recomiendo, creo que no está mal.
Pero yo no he venido a este congreso para hablar de mi libro ni para ponerme de modelo de nada… Llevo unos 37 años en la profesión, una parte de indio, otra parte de semiindio y otra parte de jefe, y he venido a plantearos, desde esa larga experiencia, algunas reflexiones en voz alta que me hago a menudo conmigo mismo, sobre todo en los últimos tiempos. Debe de ser la edad.
Vivimos tiempos muy convulsos y difíciles, bien lo sabéis. La dura crisis económica, el agrietamiento y puede que desmoronamiento de nuestro sistema político y la crisis ética y moral que nos han asolado durante estos últimos años están provocando unos cambios profundos en todo lo que nos rodea y en nosotros mismos. Nos están llevando esas crisis a una sociedad partida, dual, muy injusta, una sociedad con poca clase media, con ricos muy ricos y pobres más pobres, marginalizados, discriminados, excluidos, desiguales.
¿Habéis reparado en que la igualdad está en nuestra Constitución en el artículo 1? Dice ese artículo:
“España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
Tres de esos cuatro valores superiores de nuestro Estado social y democrático, la libertad, la justicia y el pluralismo político, parece que siguen vigentes, pero el de la igualdad se ha roto, se ha roto estrepitosamente, y no se le ve a la clase política dominante muy proclive a denunciarlo y a arreglarlo. Menos mal que los ciudadanos no se resignan a esa sociedad desigual, dual, poco ética, corrupta, y –según las encuestas- están dispuestos a dar la batalla en los próximos meses en las urnas, en el intenso ciclo electoral que comienza la próxima semana.
Vamos a mirar un poco hacia atrás. Mientras delante de nuestras narices, queridos colegas, se cebaban y luego se perpetraban todas esas desgracias que os describía antes, ¿dónde estábamos los periodistas, dónde estábamos los medios de comunicación? ¿Dónde estábamos nosotros, que nos consideramos tan perspicaces, y tan inteligentes, y tan pilar básico del funcionamiento del Estado democrático, y de la libertad de expresión, y de la pluralidad, y del control del poder, y de la vigilancia del buen uso del dinero público, y del correcto funcionamiento de las instituciones? ¿Dónde estábamos, dónde mirábamos? Como colectivo, ¿hemos ejercido realmente ese papel que nos corresponde en las sociedades avanzadas? ¿Hemos puesto la distancia debida respeto al poder, al poder político, al poder económico, a los poderes oscuros que han surgido con la globalización y la falta de controles? Y aún más. Si nos consideramos cuarto poder, ¿nos hemos puestos a nosotros mismos los controles adecuados, las vigilancias, los estándares mínimos de calidad, las buenas prácticas…?
Hace ya muchos años que Noam Chomsky advertía del peligro de que la prensa -entendiendo por la prensa el conjunto de los medios de comunicación- nos convirtiéramos en la industria de las relaciones públicas de las élites políticas y financieras. ¿No creéis que algo de eso ya nos ha pasado, ya nos está pasando? ¿No creéis que el cuarto poder se ha rendido al resto de poderes, que nos han fusionado por absorción y convertido en un gatito sin uñas? ¿Le hemos puesto algún remedio o algún antídoto a ese proceso? ¿Estamos aún a tiempo?
Más preguntas: ¿No hemos hecho un periodismo demasiado obsequioso con el poder? ¿Un periodismo de mirar hacia otro lado? ¿Un periodismo al revés, blando con las espuelas y duro con las espigas? ¿No hemos practicado en demasiadas ocasiones un periodismo institucional, un periodismo de Estado, entendiendo por tal el que calla más de lo que cuenta, el que vela más de lo que desvela, el que tapa, el que oculta, el que sesga por un presunto objetivo último de valor superior? ¿No hemos hecho demasiadas veces un periodismo engreído y autocomplaciente, acrítico con nosotros mismos?
Como veis, no hago afirmaciones. Sólo expreso en voz alta mis dudas, mis preguntas, y os propongo que hagáis lo mismo. Que os preguntéis si hemos metido el dedo en los ojos donde deberíamos haberlo hecho. Y si os contestáis que no, os preguntéis la razón de ese absentismo, de ese desestimiento de nuestras obligaciones. Y que os repreguntéis si aún estamos a tiempo de enmendarnos.
Tras el sufrimiento de los recortes, el deterioro de los servicios públicos, la privatización o la voladura de parte del sector público, la dualización de la sociedad, la pandemia de la corrupción entre nuestros dirigentes… los ciudadanos de a pie le están exigiendo a las élites que asuman responsabilidades, que se autoimpongan más controles, que den mejor ejemplo, que sean más democráticos, más transparentes, más solidarios… El clamor de esas peticiones es tan evidente en la sociedad que la inmensa mayoría de los medios lo hemos hecho nuestro, al menos teóricamente, nos hemos puesto casi a la cabeza de esa manifestación.
Está bien. Sea. Felicitaciones. Pero, para que no sea cinismo, ¿no deberíamos aplicarnos a nosotros mismos el diagnóstico y la receta? Todo eso que les exigimos a los políticos en los editoriales y en las columnas de opinión y en las tertulias radiofónicas y televisivas, ¿no deberíamos exigírnoslo el cuarto poder al cuarto poder?
Llevo ya muchos minutos hablando, voy a ir acabando, pero no sin antes meter el dedo en algunas motas de nuestro propio ojo, en algunas cuestiones concretas de nuestra relación con el poder y de nuestros comportamientos internos que creo que merece la pena que comentemos. En concreto, en 10 puntos. Podríamos platear entre todos varios más, pero nos pasaríamos de los 20 minutos de sermón.
10 puntos. Ahí van, revueltos y desordenados:
Uno. No a las ruedas de prensa sin preguntas. No rotundo a las llamadas comparecencias institucionales en las que el poder llama a los periodistas a dictarles una nota, generalmente llena de medias verdades o de mentiras flagrantes, sin derecho a preguntas. Directores de medios hemos impulsado alguna vez iniciativas contra estas prácticas, sin mucho éxito. Tenemos que encontrar una fórmula eficaz y definitiva. No somos taquimecas, con todo el respeto para los taquimecas. Somos periodistas, y tenemos el derecho y la obligación de preguntar al poder en nombre de los ciudadanos.
Dos. Si metes la pata, sácala. Y a parecido tamaño. No podemos seguir dando a toda página y en impar y en portada informaciones que luego se revelan inexactas o incluso falsas, y la rectificación en un breve en página par. No podemos haber metido la pata en la home y en las primeras pantallas y sacarla en una sección remota, con poca visibilidad, al fondo de nuestro site.
Tres. Ojo a las dádivas y regalos. Muchas empresas han comenzado a regular límites y procedimientos. ¿No debiéramos hacer lo mismo las empresas periodísticas y los periodistas a título personal? Ojo también a las invitaciones a viajes. Con alguna frecuencia, presidentes del Gobierno, ministros, presidentes autonómicos, alcaldes de grandes ciudades… emprenden viajes a lugares remotos acompañados de una corte de periodistas a los que a en ocasiones se les paga con dinero público, en todo o en parte, los viajes y los hospedajes. Es probable que muchos de estos viajes de líderes políticos tengan un interés informativo real, y no sean mera propaganda. Pero me hago una pregunta. En las informaciones, en las crónicas, en las entrevistas… que generen esos viajes, ¿tendríamos que informar los periodistas a nuestros lectores de que hemos ido a gastos pagados con su dinero, con el del contribuyente?
Cuatro. Hemos de ser más transparentes con nuestros lectores acerca de la propiedad de nuestros medios. Quién está detrás de cada medio. Quiénes son los accionistas, y los accionistas de los accionistas. Y cuando haya un conflicto de intereses, actuar en consecuencia. Y cuando una información afecte directamente a un accionista o a un accionista del accionista, advertírselo al lector. No callárnoslo.
Cinco. No a la publicidad institucional opaca. Cada año, el Gobierno central, las comunidades autónomas, las diputaciones, los ayuntamientos, los cabildos, los distritos municipales de las grandes ciudades… invierten una notable cantidad de dinero público, de dinero de los ciudadanos –os estoy hablando de muchos centenares de millones de euros, quizás de miles; no se sabe porque nadie quiere que se haga recuento-, en anunciarse en los medios de comunicación. Está bien que lo hagan, cumplen con su obligación de rendir cuentas de su gestión y de informar a los ciudadanos sobre cualquier servicio público al que tengan derecho. Lo que no está bien es que el criterio de reparto y el reparto final de ese dinero -dinero público, insisto- sea opaco. Lo que no está bien es que las planificaciones de algunas campañas huelan a clientelismo, a amiguismo político. Apesten a que el criterio ha sido el de pesebre y trabuco. ¿Sabéis cuáles son? Por el pesebre, algunos políticos ponen mucha más publicidad de su institución a los medios ideológicamente cercanos, aunque no les corresponda por criterios objetivos de tiradas, audiencias o afinidad del público que se busca en cada campaña. Por la segunda, el trabuco, la ponen también en aquellos medios que, si no fueran planificados, previsiblemente responderían disparando editorialmente contra el alto cargo de turno. No sabemos cuánto dinero público concreto acaba en cada periódico, en cada radio, en cada tele. Yo presido la asociación de editores de prensa medianos y pequeños, e intenté hace dos años con los grupos parlamentarios que se incluyera la publicidad institucional en la ley de transparencia. Sin éxito. Pedí ayuda en esa causa a asociaciones de periodistas. Sin éxito también. No podemos seguir así, colegas. No podemos seguir predicando las bondades de la transparencia del dinero público en todo (en las obras públicas, en la gestión de los hospitales o de los colegios, en el sueldo del rey o de los políticos…) y seguir tolerando y amparando la opacidad en lo nuestro, en el dinero público que acaba en los medios. Tenemos que acabar con esa opacidad. Ganaríamos todos, sobre todo los periodistas y los medios. Ganaríamos en independencia y en credibilidad ante los ciudadanos. Nos legitimaría ante ellos.
Seis. No a las ayudas y subvenciones opacas. Casi todo lo que os he dicho sobre la publicidad institucional es aplicable de nuevo aquí. Ministerios, consejerías autonómicas, concejalías… tienen programas de todo tipo de ayuda y subvención a los medios de comunicación: por apoyo a políticas lingüísticas, por innovación, por suministro de ejemplares a determinados colectivos… También en esto, muchas veces opacas. Es dinero público, y todo ello debería ser transparente. Los ciudadanos tienen derecho a registros de acceso público y consulta fácil donde se vea, al céntimo, cuánto de su dinero ha acabado en qué bolsillos y por qué conceptos.
Siete. No a la prensa proxeneta. Hace ya ocho años largos, el Congreso de los Diputados nos instó a los medios de comunicación a que suprimiéramos los anuncios de prostitución. Algunos diarios lo hicimos, entre ellos 20minutos. Otros siguen mirando para otro lado. En sus páginas nobles siguen defendiendo los derechos ciudadanos y la dignidad de la mujer, y pocas páginas después tienen centenares de pequeños anuncios muy bien pagados detrás de los que hay explotación sexual, trata, mafias, extorsiones… Dice el diccionario de la Real Academia que un proxeneta es aquel que obtiene beneficios de la prostitución de otra persona. Por favor: no más prensa proxeneta.
Ocho. Un dedo en el ojo muy para este auditorio, lleno sobre todo de periodistas digitales. Acabemos con un estereotipo que se ha extendido entre algunos colectivos de nuestra profesión. El estereotipo de que todo lo impreso es antiguo, obsoleto, de baja calidad, malo… y todo lo online es moderno, innovador, bueno, buenísimo, excelente. Hay excelente prensa impresa y excelente prensa online. Y hay mala malísima prensa impresa y mala malísima prensa online.
Nueve. Y otro dedo en el ojo, especial para este auditorio, lleno sobre todo de jóvenes. Está muy bien que lleguéis a la profesión perfectamente equipados de destrezas técnicas, de herramientas del nuevo mundo digital. Está muy bien que lleguéis bien equipados de inglés, de alemán, de árabe, de chino… Estaría mucho mejor que también vinierais perfectamente equipados de español, de castellano. La principal herramienta de nuestro oficio sigue siendo nuestro idioma, nuestra lengua. Si en el bachillerato o en la universidad no os han formado bien en sintaxis, en prosodia, en ortografía… y vosotros no habéis paliado aún por vuestra cuenta esas carencias, no sois aún buenos periodistas, creedme.
Y diez y casi conclusión. No más periodismo obsequioso. No más periodismo complaciente, periodismo cómplice. No más periodismo opaco. No más periodismo engreído. Necesitamos un periodismo crítico, justo, transparente, distante del poder, ético, social».
* Segunda foto: TIE Comunicación/Congreso de Periodismo
PD. El video, con mi intervención. A partir del minuto 57.55, incluida la presentación que me hizo Jaime Armengol (gracias, Jaime).