Entradas etiquetadas como ‘Federico el Grande’

¿Desde cuándo y por qué llevan botones las mangas de las chaquetas masculinas?

¿Desde cuándo y por qué llevan botones las mangas de las chaquetas masculinas?Hoy en día, la mayoría de chaquetas o americanas que llevan botones en sus bocamangas los tienen más por un motivo decorativo que práctico.

La mayoría de expertos en historia de la moda señalan que las mangas de las chaquetas masculinas empezaron a confeccionarse con botones en tiempos de la Inglaterra victoriana.

Por aquel entonces los médicos no tenían costumbre de quitarse la levita por deferencia a sus pacientes femeninas, debido a que el protocolo marcaba que no era correcto mostrarse en mangas de camisa frente a las damas. Pero este inconveniente les provocaba no poder desarrollar bien su trabajo y las mangas cerradas hasta las muñecas les eran molestas para poder realizar la exploración cómoda y eficazmente, debido a que por su estrechez no podían remangárselas.

Este fue el motivo por el que comenzaron a añadirle unas aberturas que permitían abrirse y cerrarse gracias a unos botones, una solución que ayudó a subsanar el problema. De este modo podían llevar las bocamangas cerradas y en caso de tener que subírselas tan solo tenían que desabotonar y tirar hacia arriba.

Hasta aquí la versión más conocida, defendida y extendida del origen y porqué, pero para Alan Flusser, diseñador y autor de varios libros relacionados con la moda, el motivo y razón fue otro.

Flusser apunta al rey de Prusia, Federico II el Grande, como el impulsor e instaurador de esa costumbre… ¿el motivo? con ello el monarca buscaba que los soldados no utilizasen sus chaquetas como pañuelo y gracias a la colocación de unos botones en las mangas de sus casacas hacía que resultase molesto limpiarse los mocos con éstas. Un argumento descabellado, pero que el diseñador norteamericano defiende a capa y espada.

 

Te puede interesar leer:

 

Portada 6ª edición Ya está el listo que todo lo sabe

 

Curiosidad que forma parte del libro “Ya está el listo que todo lo sabe” (Una curiosidad para cada día del año) de Alfred López
Compra el libro a través de los siguientes enlaces: https://www.amazon.es/dp/841558914X (para España) | https://www.amazon.com/dp/841558914X/ o https://www.createspace.com/7085947 (desde fuera de España)

 

Fuente de la imagen: Robert Couse-Baker (Flickr)

Diez curiosas anécdotas del mundo militar

Nueva entrega de la serie de curiosas anécdotas protagonizadas por diferentes colectivos. Hasta el momento publicado sobre filósofos, matemáticos, pintores , físicos, monarcas,  políticos 1 y 2 y escritores 1 y 2.

En la entrada de hoy os traigo anécdotas relacionadas con el mundo militar. Espero que sean de vuestro agrado y tenga la misma acogida que los posts anteriores.

 

El General Patton y las trincheras

El General George S. Patton nunca se dejó estremecerse por los bombardeos. Era un militar firme y odiaba a los soldados cobardes, molestándole de manera exagerada que sus hombres al mando se refugiaran y/o pusieran a cubierto, incluso en un fuerte bombardeo.

Cierto día, durante la Segunda Guerra Mundial, se encontró con el Mayor General Terry Allen que estaba al cargo de un campo de batalla plagado de trincheras.

«Allen ¿usted tiene una trinchera también?» pregunto Patton.

«Sí, señor» respondió Allen, señalando «Justo ahí»

Sin mediar palabra alguna, Patton se acercó a la trinchera, bajó sus pantalones y orinó en ella.

 

El toque de queda del Virrey

El Virrey de Perú Ambrosio O’Higgins, de origen irlandés pero al servicio de la Corona española, dispuso de un toque de queda a partir de las 10 de la noche con tal de erradicar los escándalos nocturnos. Todo aquel que circulase por la calle a partir de esa hora tendría que ser arrestado y llevado al calabozo. Para ello se formó cinco guardias con un Capitán al mando de cada una.

Las órdenes del Virrey eran muy claras:

«Quiero que la justicia sea igual para todos. Ténganlo bien presente. Después de las diez de la noche… ¡A la cárcel todo ser viviente!»

La primera noche quiso comprobar la efectividad del servicio y salió a pasear. Se cruzó con cuatro guardias que tras reconocer al Virrey lo dejaban continuar con su paseo pero al toparse con la quinta fue parado y arrestado.

Al día siguiente se le preguntó al Capitán al mando de la guardia que condujo al Virrey hasta el calabozo del porqué no lo dejó marchar como hicieron sus compañeros y él contestó:

«La ley es la ley y yo cumplía órdenes. El Virrey dijo que a la cárcel todo ser viviente que anduviese por la calle a partir de las diez»

Los cuatro capitanes que por respeto no lo habían arrestado quedaron destituidos. La quinta ronda obtuvo un reconocimiento por su meritoria labor.

 

Puros en buena compañía

El conde Gottlieb Graf Von Haeseler, general del ejército prusiano, era un gran fumador de puros olorosos. En cierta ocasión, se encontraba en la sala de espera del tren fumándose uno de sus cigarros puros cuando entró en la habitación otro pasajero.

Molesto por el fuerte olor del tabaco del conde, sacó uno de sus cigarros y se lo ofreció diciéndole:

«No hay nada mejor que fumarse uno de estos en buena compañía»

Von Haeseler lo cogió, se lo guardó en su pitillera y siguió con su puro.

«¿Por qué no lo enciende?» le preguntó extrañado

«Esperaré, como usted bien dice, a encontrarme en buena compañía»

 

La suegra de Foch

El mariscal francés Ferdinand Foch, Comandante en jefe de los ejércitos Aliados durante la Primera Guerra Mundial, visitaba el Gran Cañón del Colorado junto a un coronel norteamericano que actuaba de guía y acompañante.

Se pararon al borde del abismo y, cuando todos esperaban unas palabras memorables, el mariscal respiró hondo y sentenció:

«¡Ah, espléndido lugar para despeñar a la suegra de uno!»

 

Klemens Von Metternich y las bayonetas

Estaba el estadista austriaco, Klemens Von Metternich, debatiendo sobre estratagemas de guerra con Napoleón Bonaparte cuando éste le gritó:

«¡Con bayonetas puede hacerse de todo!»

A lo que Metternich respondió con frialdad:

«Todo señor, menos sentarse encima»

 

Con la autoridad de George Washington

En plena Guerra de la Independencia, George Washington envió a sus oficiales a requisar los caballos de los terratenientes locales. Llegaron a una vieja mansión y cuando salió su anciana dueña le dijeron:

«Señora, venimos a pedirle sus caballos en nombre del Gobierno»

«¿Con qué autoridad?» replicó la mujer

«Con la del General George Washington, comandante en jefe del ejército americano»

La anciana sonrió y zanjó el tema:

«Váyanse y díganle al general Washington que su madre dice que no puede darle sus caballos»

 

Balas como Moscas

La Guerra de los Siete Años fue una serie de conflictos internacionales desarrollados entre 1756 y 1763, para establecer el control sobre Silesia y por la supremacía colonial en América del Norte e India. Tomaron parte por un lado Prusia, Hannover y Gran Bretaña, junto a sus colonias americanas y su aliado Portugal tiempo más tarde; y por otra parte Sajonia, Austria, Francia, Rusia, Suecia y España, esta última a partir de 1761.

Un día, los austriacos lanzaron un terrible ataque que desbarató por completo las filas lideradas por Federico el Grande.

Las balas silbaban con tanta insistencia en torno al rey de Prusia que uno de sus generales, Serbelloni, intentó calmarlo diciéndole:

«Tranquilo señor, ¡solo son moscas!»

Pero el monarca le matizó:

«Sí, pero éstas son de las que pican»

 

Canas por culpa de un susto

En cierta ocasión estaba el rey Alfonso XII departiendo con un grupo de militares cuando se fijo que entre el grupo había un coronel de aspecto juvenil pero que sin embargo tenía todo su cabello de color blanco.

Este le explicó al monarca que el motivo de su prematuro pelo blanco fue a consecuencia de un susto que se llevó  durante la campaña de Joló en Filipinas, donde fue atacado por un caimán mientras cruzaba un rio y, aunque pudo salir ileso, el shock le provocó que se le tiñese el cabello de ese color.

Años después, durante un desfile militar el rey volvió a encontrarse con el joven militar, que esta vez lucia un frondoso cabello de color caoba, a lo que Alfonso XII le preguntó:

«Coronel… ¿le ha vuelto a morder un caimán?»

 

Reparto de condecoraciones sin ton ni son

Se quejaban algunos militares  a Otto Von Bismark de la ligereza con la que se estaba concediendo la condecoración de la ‘Cruz de Hierro’ a cualquier persona, durante la guerra franco-prusiana de 1870. Entre ellos se encontraba un príncipe germano que era uno de los que más protestaban, a lo que el estadista se le acercó y le dijo:

«Excelencia, tendrán que ser condecorados aunque sólo sea por motivos decorativos o de protocolo. Piense que, después de todo, tanto usted como yo ya la tenemos»

 

Los verdaderos motivos de la guerra

Robert Surcouf, corsario francés al servicio de Napoleón I, se encontraba debatiendo con un oficial británico de la Royal Navy sobre el papel de cada país en un conflicto armado.

En un momento de máxima excitación durante la discusión el inglés espetó:

«En el fondo, lo que nos distingue es que nosotros nos batimos por el honor y vosotros por el dinero…»

«Pues sí. Cada uno lucha por lo que le hace falta» contestó el francés.

 

 
Fuentes y más anécdotas

Federico II de Prusia y la araña

Federico II de Prusia llegó al trono a los 28 años. Reinó desde 1740 hasta 1786. Llamado Federico el Grande fue un monarca de gran capacidad gubernativa. Rodeado de filósofos y hombres de letras su gobierno se caracterizó por un despotismo ilustrado bien marcado. Contando entre sus amigos con hombres como Voltaire, favoreció el desarrollo de las artes y entre sus medidas más significativas incorporó a su reinado la enseñanza primaria obligatoria.
La siguiente, más que sólo una anécdota, es una historia desapercibida que alargó la vida de uno de los reyes prusianos más significativos.

Una tarde Federico entró a uno de los salones del palacio de Sans – Souci y sentándose a la mesa pidió a un sirviente su habitual taza de chocolate. El sirviente hizo llegar la orden al cocinero y al tiempo ingresó al salón con el pedido del rey. Una vez que tuvo el tazón delante de sí, Federico fue asaltado por un pensamiento que le hizo postergar por unos segundos la toma del chocolate. Habiendo dejado la llave puesta del arcón donde había dejado unos papeles de gran importancia, decidió ponerse de pie y desplazarse hasta la habitación contigua a solucionar el descuido.
Ya de vuelta a la mesa, se dispuso a ingerir su chocolate cuando detectó un fino hilo brillante que descendía, desde el techo hasta su taza, en perfecta línea recta. Pasó la mano suavemente como para cortar el recorrido de la fina hebra y advirtió que se trataba de la tela de una araña incauta que había descendido sobre su tazón real para darse un chapuzón en el espeso líquido.
Sin perder tiempo, el rey, llamó de inmediato a su criado y pidió que le cambien la taza de inmediato.
Al ver al criado llegar con la taza intacta, el cocinero comenzó a transpirar, los nervios se le quebraron y la angustia iba en aumento a medida que el criado se acercaba.
Al escuchar al sirviente decir que el rey pidió, sin motivo aparente, que le sea cambiada la taza, el cocinero corrió hasta un rincón y se dio muerte súbitamente. La razón: el hombre había puesto veneno en el tazón y, dadas las circunstancias, supuso que el rey había descubierto su plan homicida.
Debido a este confuso episodio es que años después Federico el Grande dispuso que se pintara el techo de la habitación, en la que se encontraba, la imagen de una araña en su tela. Un homenaje merecido a aquella amiga desconocida que fue la más eficaz guardaespaldas del rey y que entregó la vida por el monarca prusiano sin darse cuenta de lo que esto significaba.
Quizás lo más llamativo de esta historia desapercibida radique en lo variado de sus protagonistas: un rey afortunado, un cocinero traicionero y una araña que, sin saberlo, salvó la vida de Su Majestad.

Esta curiosa historia me la ha hecho llegar vía e-mail Joan Almansa -¡Gracias!-
He comprobado que aparece en multitud de Webs y Blogs, pero no he podido verificar su autenticidad, por lo que su publicación aquí es más por lo curioso del relato que por el aporte histórico en si.