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El origen de la deliciosa Tarta Sacher

El origen de la deliciosa Tarta Sacher

La Tarta Sacher está considerada como uno de los dulces más deliciosos de la repostería y parte del éxito de este exquisito pastel consiste en la sencillez de su elaboración: dos capas de bizcocho de chocolate con mermelada en medio (la original es de albaricoque, aunque según en qué lugar la comas puede ser de fresas o frambuesas), cubierto por una capa de chocolate glaseado y acompañado de crema chantilly (un tipo de nata fina y sabrosa).

Es originaria de Viena y se la debemos a un jovencísimo aprendiz de pastelero llamado Franz Sacher que, en 1832, cuando contaba con 16 años de edad recibió el encargo por parte del Canciller del Imperio Austriaco, Klemens von Metternich, para que realizara algún tipo de postre con el que agasajar a sus invitados.

De hecho, el encargo no lo recibió el joven Franz sino el pastelero titular de la Casa Real Austriaca, quien estando indispuesto tuvo que dejar la responsabilidad de tan delicado trabajo en manos de su aprendiz. Éste haciendo caso a lo aprendido del maestro repostero buscó realizar algo con sencillez y sin demasiadas florituras, con el fin de satisfacer la petición del príncipe von Metternich.

Han pasado casi dos siglos y este delicioso dulce se ha convertido en uno de los símbolos universales de Viena y obligada es la visita al Café Sacher (situado en los bajos del hotel de mismo nombre y abierto varias décadas después por Eduard Sacher, hijo del creador de la popular tarta).

Este pasado verano he tenido la oportunidad de viajar por el viejo Imperio Austrohúngaro y en mi visita a la capital vienesa no pude resistirme a entrar al mencionado café y tomar una ración de la rica Tarta Sacher, momento que aproveché para grabar un vídeo para mi canal de curiosidades de YouTube y que puedes visionar bajo estas líneas.

 

Visita mi canal de curiosidades en YouTube: https://www.youtube.com/c/AlfredLopez y si te gustan los vídeos suscríbete, dale a ‘me gusta’ y compártelos en tus redes sociales 🙂

 

 

Fuente de la imagen: Alfred López

Diez curiosas anécdotas del mundo militar

Nueva entrega de la serie de curiosas anécdotas protagonizadas por diferentes colectivos. Hasta el momento publicado sobre filósofos, matemáticos, pintores , físicos, monarcas,  políticos 1 y 2 y escritores 1 y 2.

En la entrada de hoy os traigo anécdotas relacionadas con el mundo militar. Espero que sean de vuestro agrado y tenga la misma acogida que los posts anteriores.

 

El General Patton y las trincheras

El General George S. Patton nunca se dejó estremecerse por los bombardeos. Era un militar firme y odiaba a los soldados cobardes, molestándole de manera exagerada que sus hombres al mando se refugiaran y/o pusieran a cubierto, incluso en un fuerte bombardeo.

Cierto día, durante la Segunda Guerra Mundial, se encontró con el Mayor General Terry Allen que estaba al cargo de un campo de batalla plagado de trincheras.

«Allen ¿usted tiene una trinchera también?» pregunto Patton.

«Sí, señor» respondió Allen, señalando «Justo ahí»

Sin mediar palabra alguna, Patton se acercó a la trinchera, bajó sus pantalones y orinó en ella.

 

El toque de queda del Virrey

El Virrey de Perú Ambrosio O’Higgins, de origen irlandés pero al servicio de la Corona española, dispuso de un toque de queda a partir de las 10 de la noche con tal de erradicar los escándalos nocturnos. Todo aquel que circulase por la calle a partir de esa hora tendría que ser arrestado y llevado al calabozo. Para ello se formó cinco guardias con un Capitán al mando de cada una.

Las órdenes del Virrey eran muy claras:

«Quiero que la justicia sea igual para todos. Ténganlo bien presente. Después de las diez de la noche… ¡A la cárcel todo ser viviente!»

La primera noche quiso comprobar la efectividad del servicio y salió a pasear. Se cruzó con cuatro guardias que tras reconocer al Virrey lo dejaban continuar con su paseo pero al toparse con la quinta fue parado y arrestado.

Al día siguiente se le preguntó al Capitán al mando de la guardia que condujo al Virrey hasta el calabozo del porqué no lo dejó marchar como hicieron sus compañeros y él contestó:

«La ley es la ley y yo cumplía órdenes. El Virrey dijo que a la cárcel todo ser viviente que anduviese por la calle a partir de las diez»

Los cuatro capitanes que por respeto no lo habían arrestado quedaron destituidos. La quinta ronda obtuvo un reconocimiento por su meritoria labor.

 

Puros en buena compañía

El conde Gottlieb Graf Von Haeseler, general del ejército prusiano, era un gran fumador de puros olorosos. En cierta ocasión, se encontraba en la sala de espera del tren fumándose uno de sus cigarros puros cuando entró en la habitación otro pasajero.

Molesto por el fuerte olor del tabaco del conde, sacó uno de sus cigarros y se lo ofreció diciéndole:

«No hay nada mejor que fumarse uno de estos en buena compañía»

Von Haeseler lo cogió, se lo guardó en su pitillera y siguió con su puro.

«¿Por qué no lo enciende?» le preguntó extrañado

«Esperaré, como usted bien dice, a encontrarme en buena compañía»

 

La suegra de Foch

El mariscal francés Ferdinand Foch, Comandante en jefe de los ejércitos Aliados durante la Primera Guerra Mundial, visitaba el Gran Cañón del Colorado junto a un coronel norteamericano que actuaba de guía y acompañante.

Se pararon al borde del abismo y, cuando todos esperaban unas palabras memorables, el mariscal respiró hondo y sentenció:

«¡Ah, espléndido lugar para despeñar a la suegra de uno!»

 

Klemens Von Metternich y las bayonetas

Estaba el estadista austriaco, Klemens Von Metternich, debatiendo sobre estratagemas de guerra con Napoleón Bonaparte cuando éste le gritó:

«¡Con bayonetas puede hacerse de todo!»

A lo que Metternich respondió con frialdad:

«Todo señor, menos sentarse encima»

 

Con la autoridad de George Washington

En plena Guerra de la Independencia, George Washington envió a sus oficiales a requisar los caballos de los terratenientes locales. Llegaron a una vieja mansión y cuando salió su anciana dueña le dijeron:

«Señora, venimos a pedirle sus caballos en nombre del Gobierno»

«¿Con qué autoridad?» replicó la mujer

«Con la del General George Washington, comandante en jefe del ejército americano»

La anciana sonrió y zanjó el tema:

«Váyanse y díganle al general Washington que su madre dice que no puede darle sus caballos»

 

Balas como Moscas

La Guerra de los Siete Años fue una serie de conflictos internacionales desarrollados entre 1756 y 1763, para establecer el control sobre Silesia y por la supremacía colonial en América del Norte e India. Tomaron parte por un lado Prusia, Hannover y Gran Bretaña, junto a sus colonias americanas y su aliado Portugal tiempo más tarde; y por otra parte Sajonia, Austria, Francia, Rusia, Suecia y España, esta última a partir de 1761.

Un día, los austriacos lanzaron un terrible ataque que desbarató por completo las filas lideradas por Federico el Grande.

Las balas silbaban con tanta insistencia en torno al rey de Prusia que uno de sus generales, Serbelloni, intentó calmarlo diciéndole:

«Tranquilo señor, ¡solo son moscas!»

Pero el monarca le matizó:

«Sí, pero éstas son de las que pican»

 

Canas por culpa de un susto

En cierta ocasión estaba el rey Alfonso XII departiendo con un grupo de militares cuando se fijo que entre el grupo había un coronel de aspecto juvenil pero que sin embargo tenía todo su cabello de color blanco.

Este le explicó al monarca que el motivo de su prematuro pelo blanco fue a consecuencia de un susto que se llevó  durante la campaña de Joló en Filipinas, donde fue atacado por un caimán mientras cruzaba un rio y, aunque pudo salir ileso, el shock le provocó que se le tiñese el cabello de ese color.

Años después, durante un desfile militar el rey volvió a encontrarse con el joven militar, que esta vez lucia un frondoso cabello de color caoba, a lo que Alfonso XII le preguntó:

«Coronel… ¿le ha vuelto a morder un caimán?»

 

Reparto de condecoraciones sin ton ni son

Se quejaban algunos militares  a Otto Von Bismark de la ligereza con la que se estaba concediendo la condecoración de la ‘Cruz de Hierro’ a cualquier persona, durante la guerra franco-prusiana de 1870. Entre ellos se encontraba un príncipe germano que era uno de los que más protestaban, a lo que el estadista se le acercó y le dijo:

«Excelencia, tendrán que ser condecorados aunque sólo sea por motivos decorativos o de protocolo. Piense que, después de todo, tanto usted como yo ya la tenemos»

 

Los verdaderos motivos de la guerra

Robert Surcouf, corsario francés al servicio de Napoleón I, se encontraba debatiendo con un oficial británico de la Royal Navy sobre el papel de cada país en un conflicto armado.

En un momento de máxima excitación durante la discusión el inglés espetó:

«En el fondo, lo que nos distingue es que nosotros nos batimos por el honor y vosotros por el dinero…»

«Pues sí. Cada uno lucha por lo que le hace falta» contestó el francés.

 

 
Fuentes y más anécdotas

Diez curiosas anécdotas de políticos de todos los tiempos (2)

Siguiendo la serie de post que empecé a publicar hace unas semanas sobre curiosas anécdotas protagonizadas por diferentes colectivos de personajes  famosos (filósofos, matemáticos, pintores , físicos y monarcas), hoy le toca el turno a la segunda entrega del dedicado al gremio de los políticos.

Espero que sean de vuestro agrado, tal y como lo fue la primera parte.

 

Harto de hacer favores

Siendo Ministro de Justicia en la Tercera República francesa, el político y percusor de la unidad europea, Aristide Briand recibía día tras día multitud de visitas que acudían a verlo para pedirle algún favor. Una mañana, cansado de recibir a tanto peticionario decidió recibir a su siguiente cita diciendo lo siguiente, mientras lo abrazaba:

– ¡Gracias a Dios, viene a verme un amigo solo por el gusto de abrazarme y no para pedirme algo!

El hombre no se atrevió a decir realmente a qué había acudido allí y se marchó sin el favor que necesitaba

 

Unos fondos muy secretos

Un individuo perteneciente a una sociedad provinciana fue encargado de pedir al presidente del Consejo de Ministros, que, por entonces, era Alessandro Fortis, una ayuda económica para que la sociedad subsistiera.

-¿Y de dónde quiere usted que saque el dinero para este subsidio?

-De los fondos secretos- sugirió el otro.

-Bueno, se lo diré- respondió el ministro -son tan secretos que ni siquiera yo he llegado a saber dónde se encuentran.

 

 Azaña “el carterista”

En el primer gobierno de la II República, Manuel Azaña, además de la presidencia se reservo tres carteras. Un diputado radical estimó que era necesario hacer una protesta y se lo comunicó a su jefe, Alejandro Lerroux, quien no tenía pelos en la lengua, expresó:

-Tres carteras y la presidencia… de eso a que lo llamen carterista no hay más que un paso.

El desafortunado brindis del alcalde

En 1932, el entonces alcalde de Nueva York, James John Walker pronunció un brindis irrepetible al cumplirse el segundo centenario del nacimiento de George Washington:

-En memoria del hombre que supo ser el primero en la guerra, el primero en la paz y el primero en el corazón de sus conciudadanos…

Pero, animado por el vino, continuó:

-Lo que no comprendo es cómo, gustándole tanto ser el primero en todo, se casó con una viuda.

La evidente enemistad entre Lady Astor y Winston Churchill

Conocida era la enemistad que existía entre el Primer Ministro Winston Churchill y Lady Astor, la primera mujer que ocupó un escaño en la Cámara de los Comunes del Parlamento Británico.

En cierta ocasión, mientras estaban realizando una visita oficial a los Duques de Marlborough, Lady Astor le dijo a su adversario político:

-Si usted fuera mi esposo, envenenaría su té.

A lo que Churchill respondió:

-Señora, si usted fuera mi esposa, me lo bebería.

 

Mac·Mahon y la Fiebre tifoidea tropical

El mariscal de Francia y presidente de la República, Patrice Maurice Mac·Mahon era un hombre que no brillaba por su inteligencia. Un día, mientras visitaba un hospital, se detuvo ante la cama de un soldado enfermo y se interesó por él.

-¿Qué tiene?- preguntó.

-Fiebre tifoidea tropical- le respondió un médico.

-Mala cosa– replicó Mac·Mahon -O se muere uno o se vuelve tonto. Lo sé porque la tuve cuando estaba en Argel

 

Bayonetas multiusos

Estaba el estadista austriaco, Klemens Von Metternich, debatiendo sobre estratagemas de guerra con Napoleón Bonaparte cuando éste le gritó:

-¡Con bayonetas puede hacerse de todo!

A lo que Metternich respondió con frialdad:

-Todo señor, menos sentarse encima.

 

Extrañas conversaciones telefónicas

El político laborista, Sir Woodrow Wyatt era muy amigo de la Primera Ministra británica, Margaret Tatcher. Tanto que mantenían contacto telefónico diario.

Un día, Petronella, la hija de sir Wyatt, descolgó el teléfono en plena conversación, intrigada por saber de qué hablaban, y oyó decir a la señora Tatcher:

-Woodrow, today I want to talk about sex (Woodrow, hoy quiero hablar de sexo)

Pegada al teléfono, siguió escuchando y al rato colgó aburrida…  ¡Hablaban de “sects” (sectas)!

 

Escenas no aptas para perros

Winston Churchill sentía una auténtica devoción por su caniche Rufus.

Un día estaba viendo la película “Oliver Twist” con Rufus en su regazo y, en determinado momento, uno de los personajes estaba a punto de ahogar a su perro para despistar a la policía que le seguía los pasos. Para evitarle la violenta escena al animal, el político le tapó los ojos con una mano y le dijo:

-No mires ahora, querido. Ya te lo contaré después.

 

Crisis con los neutrinos solares en la Casa Blanca

El geofísico Frank Press fue consejero científico del presidente estadounidense Jimmy Carter.

Todas las mañanas, a las 7 en punto, el presidente se encerraba en el despacho oval para leer la prensa. Cierto día, Press fue llamado por Carter, que había leído en el periódico el siguiente titular: “Llegan del Sol menos neutrinos de los esperados”.

Tras una breve conversación entre ambos, Carter le pidió a su consejero que lo mantuviera al tanto de la situación.

Tal y como salía por la puerta el científico, el asesor de Seguridad Nacional, que había estado presente en la reunión, se abalanzó sobre Frank Press y le preguntó profundamente alarmado:

– Frank, ¿es esto una crisis?

 

 

 

Fuentes y más anécdotas