El thriller gana peso en la novela histórica española

El thriller histórico ya es una tendencia en la novela histórica española en este siglo XXI del que llevamos ya dos décadas. El triunfo de una novela como Aquitania, calificada como tal por la editorial, de Eva García Saénz de Urturi en un premio con tan buen olfato por el éxito comercial y las tendencias como el Planeta podría ser una buena prueba. El aluvión de novedades, tanto de autores foráneos como nacionales, también podría ponernos sobre la pista de un subgénero que está captando ancho de banda y fuerza en nuestro país.

Novelas de este tipo -de thriller histórico de verdad, no de esas intrigas contemporáneas con cierto interés en la Historia al estilo Dan Brown– han existido desde hace bastante y con cierto éxito. Desde El nombre de la rosa, de Umberto Eco, las novelas de fray Cadfael o los inicios de Lindsey Davis con Marco Didio Falco ha llovido mucho. Sin embargo, a nuestro país nos solían llegar novelas de autores internacionales.

El asunto ha cambiado con los 2000. Autores pioneros como Luis García Jambrina, con las novelas del pesquisidor Fernando de Rojas que arrancó con El manuscrito de piedra en 2008, o Alfonso Mateo-Sagasta con sus novelas sobre Francisco de Robles que inició en 2004 con Ladrones de Tinta o Jerónimo Tristante con su serie sobre Víctor Ros (que comenzó en 2008 con El misterio de la casa Aranda y que en breve lanza nueva entrega) han dado paso a una pléyade de escritores jóvenes y no tanto que transitan en mayor o menor medida este subgénero.

Forma de escribir esta, la de mezclar intriga, novela negra, thriller e histórico, que para todavía un nutrido grupo de puristas del género siguen equivaliendo novelas pseudohistóricas de mala calidad, olvidando algo tan sencillo como que para hacer semejante juicio hay que analizar novela a novela y no generalizar.

Se podría poner como ejemplo a Santiago Castellanos, historiador y buen especialista en la Antigüedad Tardía y en el mundo de los visigodos, que en sus dos últimas obras está apostando sin titubeos por el thriller. Lo explicaba así en una entrevista en XX Siglos: «Como lector, el thriller me llena porque es un sistema narrativo dinámico, que permite insertar las pasiones humanas en una trama que atrape. Los asesinatos, las intrigas, las ambiciones o las traiciones son algunos de esos ingredientes. Hacer partícipe al lector de esas intrigas, que se arriesgue a sospechar de unos o de otros, es acaso una de las grandes ventajas narrativas del thriller. Y creo que es una novedosa forma de narrar la Historia de Hispania».

Y aun así, parece que el público demanda y las editoriales publican. En lo que llevamos de 2021, hemos asistido a la publicación de  varias novelas que pueden circunscribirse en esa clasificación: La sangre de Baco, de Luis Manuel López; Cielos de Plomo, de Carlos Bassas; El manuscrito de barro, del mencionado García Jambrina; o El libro de los crímenes, del también citado Santiago Castellanos. Eso en tres meses, y sin mencionar las novelas de autores extranjeros o de subgéneros primos-hermanos (como las de espías). Si nos vamos más allá, podemos encontrar a Mario Escobar y sus monjas medievales detectives de El espejo de las almas o incluso uno de los éxitos del 2020, El mercader de libros, de Luis Zueco. En los últimos años, autores españoles han llenado de thrillers la historia desde la época romana hasta el siglo XX pasando por los concurridos Siglos de Oro y la Edad Media y el turbulento siglo XIX. Y eso sin contar, a autores, como Calvo Poyato o Maeso, que suelen incluir gotas de intriga y suspense en casi todas sus obras históricas.

Podemos encontrar varios motivos para este pequeño boom dentro del género: los gustos lectores parecen estar más cercanos al ritmo e intensidad del thriller en las últimas décadas que de la novela histórica más clásico; también por el éxito, en un fenómeno similar y a mayor escala del que estoy comentando en este post, de los escritores nacionales de género, encabezados por autores como Dolores Redondo, Eva García Saénz de Urturi o Juan Gómez-Jurado entre otros, que han logrado tratar de tú a tú a los grandes autores internacionales que hace unas décadas campaban por este género en España provenientes del mundo anglosajón, Francia y Escandinavia.

Como ellos, los autores de thriller histórico están demostrando que los autores españoles pueden tratar ese tema que hasta hace diez o quince años parecían coto privado de los Phillip Kerr, Lindsey Davis, Steven Saylor, C.J Samsom, de turno.

El buen thriller histórico español ha llegado para quedarse y para marcar y mestizar aún más un género que vive, en gran medida, de la mezcla.

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