Brujos, sectas y política: un detective de lo oculto en la antigua Roma

Detalle de la portada de ‘La Sangre de Baco’

Almas que vuelven del Hades, filtros amorosos, sectas olvidadas que buscan niños inocentes que sacrificar, seres oscuros que pueblan las sombras… Bienvenidos a la cara oculta de la Roma de Pompeyo y Cicerón. La República romana, lejos del Senado y las villas de los aristócratas, oculta otro mundo que no habíamos visitado. Por fortuna, contamos con un guía excepcional: Marco Lemurio, habitante del barrio de la Subura -popular, peligroso, lleno de vidas anónimas para la historia-, para unos, brujo; estafador para otros, cabalga entre esos dos mundos. En pocos meses, ya ha protagonizado dos novelas, Oscura Roma (Esfera de los Libros, 2020) y  la recién llegada, La sangre de Baco (2021).

El creador de este Lemurio es Luis Manuel López Román (Madrid, 1982), licenciado en Historia y Filología Clásica, y profesor de Secundaria y divulgador histórico en la web. López Román ha creado un universo que, como los filtros amorosos que crea su personaje, coge elementos diversos: gotas de Stephen King y el Marco Didio Falco de Lindsey Davis, toneladas de documentación histórica de fuentes literarias y arqueológicas con influencias de la literatura de terror, el género fantástico, del cine, del videojuego y el cómic… Y así Marco Lemurio emerge como una especie de John Constantine (el de Hellblazer) o el John Silence de las novelas de Algernon Blackwood en la Antigua Roma. Como las pócimas de Lemurio esto puede funcionar o no, pero en este caso el bebedizo resulta en unas novelas poderosas y un universo fascinante.

Si su primera aventura, Oscura Roma, era una breve y directa presentación de su protagonista y el mundo en el que se mueve, en La sangre de Baco, el autor se permite expandir y exprimir a gusto su creación. La desaparición de niños pobres en los barrios populares mientras Roma se muere de hambre por el precio del trigo y se tiñe de sangre por las luchas derivadas del crecimiento político de Pompeyo articula una trama autoconclusiva que abre muchas puertas para el futuro. «Tengo clara la historia que quiero contar», explica el ‘padre’ de Lemurio, López Román, «y es larga, no la puedo contar ni en una, ni en dos, ni seguramente en cuatro novelas. Llegaré hasta donde me lleven los lectores».

Acompañado por su esclavo Céfiro, un niño con muchos recursos, Lemurio, agarrando su colgante con una misteriosa Lágrima de Perséfone y listo para conjurar a las huestes de la diosa Hécate, se adentrará en cementerios, villas de senadores y callejones peligrosos. ¿De dónde nace ese universo de magia y brujerías de la novela? «Existen bastantes fuentes para conocer la magia en la antigüedad«, explica el autor, «hay papiros encontrados con hechizos en copto o griego, hay tablillas de plomo con maldiciones… Y a todo eso le he metido fantasía que tiene que ver, sobre todo, con los videojuegos». López no tiene reparos en reconocer la influencia de estos juegos, a los que ha dedicado muchas horas: «Para mi, de niño, jugar era como leer una novela. He disfrutado de sagas como Resident Evil como de las mejores novelas». Y está convencido de que esta influencia, «a veces no reconocida, está presente en las nuevas generaciones de escritores, cineastas y artistas».

Pero la Roma de Lemurio no es solo original en su tratamiento literario de la magia y la hechicería. La Roma de las clases populares y pobres, encarnadas en el barrio de la Subura es el contexto de la novela y una de sus claves. «Que me perdone Marco Lemurio, pero la Subura es el verdadero protagonista de las novelas», afirma López Román. «El mundo de la plebe y de las clases bajas en Roma siempre me ha interesado, aunque hay que rascar más allá de las fuentes para llegar a él. Siempre me he preguntado cómo era esa Roma más allá de los César, Pompeyo y Cicerón», asegura. Y explica que ha tratado de explicar al lector «cómo vivían y se relacionaban, el mundo de los collegia, esas organizaciones a medio camino entre los sindicatos profesionales y religiosos y que marcaban la vida en Roma y tienen una especial importancia en la novela…»

«No digo que la novela clásica de romanos, centrada en grandes hombres, emperadores y generales, esté agotada, pero sí que ha dado ya mucho de sí», reflexiona este escritor. «Cuando están Robert Graves, Colleen McCullough… ¿Qué puedes aportar? Sería un atrevimiento. Posteguillo lo está haciendo con bastante éxito con épocas y personajes menos tratados, pero creo que el tema de la plebe es más interesante y está menos tratado, aunque abriera camino hace ya años Lindsey Davis con su Didio Falco».

Esa atención hacia la masa anónima de la historia es tanto fuente de problemas como de oportunidades para un novelista. «Es más difícil documentarse», admite López Román», porque estas clases no aparecen en Cicerón o César y, si lo hacen, son menciones breves. Tienes que ir cogiendo fuentes de todas partes, tienes que recurrir a la arqueología y a la epigrafía y no solo de Roma sino también de otros lugares como Pompeya. Y con todo eso, reconstruir». ¿Cuál es la oportunidad? «Tienes menos posibilidades de meter la pata, ahí la faceta del novelista es más cómoda».

También da otras oportunidades literarias como el tema político, y más con una sociedad como la República romana tan proclive a los paralelismos con la época actual. «Las novelas históricas de romanos tradicionalmente cantan las gestas de los generales, las batallas, las águilas, el freno a la barbarie… y a Marco Lemurio estas cosas le traen sin cuidado como, estoy casi seguro, al 90% de las gente que vivía en aquel tiempo».

Esa postura le permite convertir a Lemurio en una «válvula de escape» personal: «En la Roma Republicana funcionaba, en cierta manera como ahora, una clase política alejada del pueblo, donde los líderes permiten que sus seguidores se maten en las calles, mientras ellos se van a cenar juntos y se ríen. Hoy no llenamos las calles de cadáveres pero llenamos las redes sociales de cadáveres virtuales, mientras los políticos están a lo suyo y disfrutan ese juego. Eso ocurría en Roma como ahora».

«La antigua Roma nos manda un mensaje«, asegura López Román. «Cuando el sistema se convierte en un conjunto de normas e instituciones en las que la gente no cree, puede venir alguien que te prometa cosas, aunque sean irreales, y le sigas. El trumpismo lo hemos visto ahora, pero, con todas las salvedades, Octavio jugó con el cansancio de la gente tras las luchas políticas y las guerras civiles de la República para crear el imperio».

En el fondo, este profesor y novelista está convencido de que «somos más romanos de lo que nos creemos»: «Detrás de casi todos nuestros gestos está nuestra alma romana: en cómo nos enamoramos, en nuestras relaciones sexuales, en cómo nos burlamos de alguien… Las comedias de Plauto no son muy diferentes a lo que hacía José Luis Moreno, hace unos años, en Noche de fiesta, ¡y la gente se sigue riendo!»

Entonces, ¿estamos ante una serie de novelas históricas? «No es una al uso», afirma su autor, «pero diría que tiene vocación de serlo. Mis herramientas y mecanismos son de novela histórica, he sido fiel a las fuentes y riguroso. Aprovecho los silencios y los vacíos de las fuentes para dejar correr la fantasía, pero no permito que los elementos sobrenaturales vaya contras las fuentes literarias o arqueológicas». «Es difícil esto de los límites de los géneros, me suelo identificar con los puristas del género, pero reconozco que juego mucho con los límites», admite.

Le recuerdo la última polémica sobre el rigor histórico en la reciente serie de El Cid, que ninguno hemos visto, y le pregunto si no hay una obsesión con ese rigor experto que podría estar matando lo literario, lo narrativo del género. «Al final la clave es que el público de una serie, una película o una novela sepa que es ficción. No se puede aprender o saber historia con eso. Con unos mínimos de rigor, la ficción tiene unas claves narrativas que debe cumplir. Todo tiene que estar equilibrado y sí es verdad que muchas veces le buscamos algunas vueltas un poco excesivas. De verdad, ¿es tan importante la empuñadura de la espada o el jubón? Hay que tender a los ideales, pero eliminar, cancelar o desprestigiar una ficción por eso me parece excesivo. Además, la ficción nos permite jugar ¿Por qué no un Aquiles negro? Si para uno blanco ya está Homero. Y si con eso logramos picar la curiosidad… Deberíamos dejar un poco de lado ese puritanismo y puntillismo, en el que yo a veces también caigo, porque dejamos de disfrutar».

Y como profesor y divulgador, ¿la ficción tiene una función didáctica? «Son una puerta, no el final del camino», explica. «Nadie comienza leyendo a Homero o Cicerón por gusto, pero igual un chaval que hoy lee un cómic sobre la Ilíada quizás lo acabe haciendo. Lo que hay que hacer con las ficciones es saber conectar con el público actual e invitarles a recorrer un camino: que pasen a una novela más densa, después a un ensayo y, después, entren en Cicerón, Tito Livio o Tácito. Y eso sería un gran éxito».

Le pregunto si sus alumnos de Secundaria le leen. «Tengo mucho cuidado con eso y no hablo de mis novelas en clase», afirma, «aunque los chavales de hoy te buscan por Internet y lo acaban encontrando».»Algunos, los que tienen más interés y soltura con la lectura, me han leído y dicen que les ha gustado». Aunque se termina riendo y añade: «O quizá me estén haciendo la pelota».

Guerra divulgadora en Twitter

Como divulgador histórico, Luis Manuel López es muy activo en Twitter. Ahí ha sido testigo activo de las encarnizadas polémicas sobre Historia y divulgación que ha visto la red de microblogging así que es obligado preguntarle. ¿Qué pasa en Twitter con la divulgación histórica?

«No lo sé», asegura, «pero la situación está tan enquistada que no se ve solución. Personalmente me causa dolor que haya dos bandos de divulgadores tan enfrentados. Parecía que en principio uno era más académico y otro de divulgación más accesible, pero eso es un análisis muy por encima porque ambos hacen de todo, también se mezcla lo político… Y se enzarzan en enfrentamientos terribles. Conozco a personas de los dos bandos y sé que son personas y profesionales extraordinarios, pero a la hora de enzarzarse, van con todo. Me llaman equidistante, pero es que no lo entiendo. Esas luchas no aportan nada, solo destruyen y alejan a la gente. Es una situación complicada y desagradable porque tengo conocidos a los que aprecio en ambos lados».

Luis Manuel pone un ejemplo reciente de esas luchas. «Están al acecho para ir a degüello. Que unos van a El condensador de Fluzo de La 2, los otros dicen que «menuda mierda». Que otros escriben Ad Urbe Condita, los otros dicen que es «una mierda sin rigor». Y joder, los dos están logrando divulgar la Historia: unos tienen una audiencia bestial y están rompiendo el hielo en televisión; los otros estamos ayudando a arreglar el Puente de Alcántara. Todos suman».

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