Daniel Palencia, árbitro de fútbol y novelista: «No sé si es más duro el mundo de la crítica literaria o el de las crónicas de los lunes»

El escritor Daniel Palencia.

Periodista, publicista y árbitro de fútbol (de momento en 2ªB), Daniel Palencia (San Sebastián, 1992) ha irrumpido en este verano del Covid en el panorama literario con Los malos hombres (Ediciones Pàmies), una novela de espías ambientada en la España de los años 30 y que gira en torno al Pacto de San Sebastián, donde se acordó el final del reinado de Alfonso XIII y la proclamación de la Segunda República. Ahí despliega este joven autor una ficción que de primeras puede recordar al Falcó de Arturo Pérez Reverte, pero que va desarrollando caminos y estilo propio según se va desarrollando. El autor da todo el protagonismo a Martín Araoz un espía cínico y sin escrúpulos, que quizá no sea tan malo y duro como él cree… O quizá sí. En todo caso, recientemente os recomendaba esta obra como una de las novelas históricas para disfrutar estas vacaciones.

Palencia asegura que su labor como árbitro le ha sido de ayuda a la hora de escribir esta novela (que tiene un guiño futbolero). Además, el autor sabe dotar a toda esa trama de espías, agentes dobles y traiciones un aire conspiranoico muy interesante a la compleja historia de la España de los años 30 del siglo XX. ¿Por creencia? «No creo en las teorías de la conspiración, pero soy de los que creen que casi todo vale cuando hablamos de ficción», asegura. Y con esos juegos nos brinda una novela muy entretenida, que también sirve para pasear por las calles de la San Sebastián de 1930.

¿Cómo nació Martín Araoz, el protagonista de Los malos hombres? No me negará que tiene un aire al Falcó de Pérez-Reverte, aunque los parecidos se van diluyendo según se desarrolla la trama…

No lo niego, es más, que alguien pueda ver algún parecido inicial es algo que solo puede enorgullecerme. Me alegro que digas que esa sensación se va diluyendo porque esa era la intención y así es como nace Martín, del propósito de añadir algunos matices a los clásicos espías de principios de siglo XX; al Ashenden de Maughan, al Bond de Fleming, al Latimer de Ambler o al Smiley de le Carré con los que tanto hemos disfrutado.

Y ¿por qué hacer girar la trama de espionaje en torno al pacto de San Sebastián?

Es uno de los hitos históricos de la ciudad y a la vez un acontecimiento de increíble relevancia en la política nacional. Pongámonos en el contexto, un Comité Revolucionario que es capaz de reunir a todo el espectro político del momento, desde conservadores hasta comunistas y nacionalistas, para negar la legitimidad del Rey y entregarse a la causa republicana. Tiene todos los elementos, solo es cuestión de ponerse a unir las piezas.

El tópico del género del thriller del “nada es lo que parece” lo lleva usted a darnos una especie de gran ‘teoría de la conspiración’ que abarca desde la Segunda República hasta la Guerra Civil y el franquismo… ¿licencia literaria o creencia de que la historia no es como la cuentan?

Absoluta licencia literaria. No creo en teorías de la conspiración, pero soy de los que creen que casi todo vale cuando hablamos de ficción. Todo lo que literariamente funcione, claro. Todo lo que enganche, todo lo que tenga un parecido diferente, lo que te dé una nueva mirada de un asunto, que te vuele la cabeza, que te haga descojonarte o pasar un mal rato.

Eso es lo que trato de hacer. Coger todos los ingredientes que la historiografía pone en nuestras manos y ponerme a jugar, buscar una nueva explicación, una nueva salida. Creo que debo tratar a mis lectores como lo que son, personas inteligentes que saben diferenciar una novela de un manual de historia.

¿Escribir sobre la Segunda República en la España de hoy es tener ganas de polémica?

Solo depende de quien te lea. Para los que nos acercamos a nuestra historia con espíritu crítico y con cierta distancia, y francamente creo que somos la mayoría, es una época apasionante, un caldero cuyos ingredientes explican todo lo que somos. Aunque Los malos hombres está ambientada solo un año antes, lo que sucedió entre el 31 y el 36 flota a lo largo de toda la trama.

¿Cómo trabajó la cantidad de personajes reales que aparecen en su novela, que interactúan, que dialogan y se incluyen en la trama? ¿Trabajar con personajes reales es más difícil?

No me ha sido muy difícil y es más, lo he disfrutado mucho, pero es algo que requirió una reflexión previa. Hay personajes de gran relevancia histórica que aparecen a lo largo de la novela como Indalecio Prieto, Mola, Millán Astray o el propio Franco, pero lo hacen de una forma tangencial, les dedico unas pocas páginas o unos párrafos. Llegué a la conclusión de que no podía ser absolutamente fiel a sus biografías y que incluso, con alguno de ellos, no quería serlo; me interesaba más solo una parte de sus personalidades o sus vidas. Es importante no caer en la caricatura, pero es más importante que ellos se adapten a la historia que quieres contar y que no sea al revés.

¿Cómo fue la labor de recrear a la ciudad de San Sebastián de los años 30?

Ha sido emocionante meterme en esas sidrerías de la Parte Vieja que fueron relegadas después a la periferia, en las fábricas y en las sociedades gastronómicas como Unión Artesana, o en el antiguo estadio de Atocha. Ha sido muy divertido dibujar el puerto y el barrio de la Jarana, el parque de Cristina Enea, la playa de La Concha en su peor y en su mejor momento, los hoteles de lujo o los magníficos casinos en la ciudad del juego por excelencia.

¿Desde cuándo sabía que quería escribir una novela?

Ha sido un proceso paulatino. Siempre me ha gustado escribir, aunque he sido mejor lector, ya que la escritura es algo que ha ido y ha venido a lo largo de los años. Comencé con relatos muy breves que, al ver que gustaban, se hicieron un poco más largos y se acabaron convirtiendo en la intención de escribir algo más grande. En mi cabeza había personajes, épocas, momentos que yo quería contar y cuando me surgió el final, el giro argumental, comencé a bocetar una estructura. A partir de ahí solo queda el trabajo del día a día y la disciplina.

Siendo un autor joven y viniendo de un sector ajeno, ¿le ha costado mucho publicar?

Tal y como esta el mundo literario no me puedo quejar. Tengo la enorme suerte de haber caído en las manos de Carlos Alonso, al que estoy agradecido por la oportunidad. No voy a mentir y a decir que ha sido fácil, es un proceso largo de redacción y de espera, pero ha merecido la pena con creces.

Es usted árbitro de Segunda B e incluye en la novela un guiño futbolero… ¿era inevitable?

Era una oportunidad y la cogí. La línea temporal principal transcurre en plena Semana Grande donostiarra. El antiguo Atocha, un derbi vasco, la posibilidad de escuchar una conversación a hurtadillas entre los gritos y los silencios de un público entregado… Una vez más, los elementos estaban ahí y solo que había que ponerlos en su sitio.

¿Ser árbitro le prepara a uno para soportar las críticas literarias?

Espero que sí (risas). No sé si es más duro el mundo de la crítica literaria o el de las crónicas de los lunes.

Al releer la novela, ¿no le entran ganas de que existiera un VAR literario y pudiera volver a juzgar algún pasaje que ahora no escribiría?

No me ha pasado encontrarme con un capítulo o una escena que no escribiría, pero sí se me he visto algún párrafo que volvería a redactar casi del todo. Creo que es algo que me acompañará siempre, y lo sabía cuando cerraba la última corrección. Lo importante es estar seguro de lo que uno escribe y por qué lo hace, saber que ciertas decisiones se toman por ciertos motivos pero claro, uno siempre está a tiempo de equivocarse.

También ha trabajado como periodista y creativo. Para la creación literaria, ¿qué experiencia le ha servido de más: ser árbitro, periodista o publicitario?

Creo que la de árbitro. Por la mirada, la exigencia, por la disciplina del día a día. Evidentemente la creatividad publicitaria te da mucho, pero esa adaptación a cada perfil, el trabajo rutinario de la escritura, me lo ha dado el arbitraje.

¿Martín Araoz tendrá vida literaria más allá de Los malos hombres?

Espero que sí. Creo, incluso, que puede volver a verse envuelto en algún suceso de extrema relevancia para la historia reciente de España. Para ello trabajo, para que una vez más, algún lector nos considere, a Martín y a mí, dignos de su compañía.

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