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Norman Bates vive en la terraza del MET

Una de los terrazas más seductoras de Nueva York, la del nunca alabado lo suficiente museo MET , en el número 1000 de la Quinta Avenida, está ocupada por una réplica de una de las construcciones que pueblan la pesadilla colectiva: la casa donde Norman Bates habitaba —solo aunque no en soledad, ya me entienden— en Psicosis, la película de 1960 de Alfred Hitchcock.

Desde el 19 de abril, la azotea, una de las más frecuentadas desde la primavera hasta el otoño por las espectaculares vistas sobre Central Park y la mutación lenta y sorprendente, pese a lo cíclico, de los tonos de los 20.000 árboles del parque, contiene una reproducción de la tenebrosa mansión victoriana de Bates, interpretado por el siempre torturado Anthony Perkins, que se empapó para la actuación de la vida y desmanes del asesino en serie Ed Gain, el carnicero de Plainfield, granjero en apariencia modelo que asesinó, despellejó y en algunos casos comió a varias decenas de personas en los años cincuenta —también profanaba tumbas, usaba un cinturón de pezones humanos curtidos y desayunaba un tazón de sopa muy nutritiva como tónico matinal—.

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Hopper en todas partes

Edward Hopper - "Autorretrato" (1925-1930)

Edward Hopper – «Autorretrato» (1925-1930)

Hombre de pocas palabras y grandes silencios —descreido, tal como puso de manifiesto en su obra, de las capacidades comunicativas del lenguaje—, el pintor Edward Hopper (1882-1967) quizá sea uno de los artistas con la sombra más alargada del siglo XX. La huella de Hopper puede aparecer en una película de Win Wenders, un disco de Tom Waits, un episodio de los Simpson o CSI, una gira de Madonna, un videojuego japonés y, desde luego, en centenares de cuadros de artistas de los últimos treinta años.

Pintó poco (366 óleos) y hasta los cuarenta años vivió con la angustia de no encontrar qué transmitir. «Es muy duro decidir qué quiero pintar. Tardó meses en encontrar el tema. Todo llega muy lento«, escribió por entonces.

Sus dramáticos y a la vez bellísimos cuadros, bosquejos de una realidad en tensión, tardaron en ser estimados, como si Hopper pintase para el público que le aguardaba en el futuro. En vida fue un pintor reconocido, pero no una súperestrella —algunas de sus obras maestras las vendió por 3.000 dólares, cotización de artista de segunda fila— y en Europa ni siquiera se sabía de su existencia hasta que la exposición Edward Hopper: The Art and the Artist, organizada por el Whitney,  estuvo en 1980 en Londres, Düsseldorf y Amsterdam y encendió la fiebre.

Cubierta de Time (agosto, 1995) con un cuadro de Hopper y el titular "El blues del siglo XX"

Cubierta de Time (agosto, 1995) con un cuadro de Hopper y el titular «El blues del siglo XX»

A partir de entonces, Hopper es casi un lugar común al que acuden incluso quienes nunca pisan un museo. Hay en sus escenas vacías una espera suspendida, detenida mientras algo, eso es indiscutible, está a punto de suceder. No es casualidad que la revista Time haya elegido en 1995 uno de sus cuadros para analizar la epidemia de las «enfermedades modernas» derivadas de la soledad: el estrés, la depresión, la ansiedad…

El reconocimiento a este pintor espartano y esencial llegó en 1980, trece años después de que Hopper dejase de respirar, a los 85, con el corazón muy cansado, mientras dormía en un sillón de su estudio de Nueva York.

Su viuda describió así la escena final: «Tardó un minuto en morir. Sin dolor, sin sonidos, con los ojos serenos, abiertos, felices. Era hermoso en la muerte, como un personaje de su pintor favorito, El Greco«.

Al mismo tiempo que en España se exhibe la más completa muestra de Hopper celebrada nunca en el continente europeo — Hopper, en el Museo Thyssen de Madrid hasta el 16 de septiembre—, intentemos rastrear el legado de un pintor que, mientras el mundo se entregaba al aplauso del pop art y su artificio, recomendaba volver a la sencillez de la narración, porque, como escribió en 1953 en su único statement conocido, «la pintura sólo volverá a ser grande cuando trate sobre la vida con mayor detalle y menos oblicuamente«.

Izquierda, "Nighthawks" (Edward Hopper, 1942). Derecha, "Boulevard of Broken Dreams" (Gottfried Helnwein, 1987)

Nighthawks (izquierda) y Boulevard of Broken Dreams.

Nighthawks (Halcones nocturnos, 1942) es el cuadro más conocido de Hopper y el que más homenajes ha recibido. La soledad de los cuatro protagonistas, el a-nadie-le-importa-nadie que se trasluce en el desentendimiento de los habitantes del bar, la uterina cápsula de cristal iluminada en la noche urbana no permiten la indiferencia. El artista austriaco Gottfried Helnwein firmó 45 años después una parodia que convierte la palpitación existencial de la obra en un editorial sobre el sueño americano. El bulevar de los sueños rotos reemplaza a los anónimos personajes de Hopper por James Dean, Elvis Presley, Humphrey Bogart y Marilyn Monroe.

Desde arriba a la izquierda, en el sentido de las agujas del reloj, obra de Red Grooms, imagen de 'Los Simpson', póster de la serie 'CSI' y fotograma de la película "Pennies from Heaven"

Desde arriba a la izquierda, en el sentido de las agujas del reloj, dibujo de Red Grooms, imagen de Los Simpson, póster de la serie CSI y fotograma de la película Pennies from Heaven.

Otras cuatro apariciones en productos de la cultura popular reciente de Nighthawks. El dibujo de Red Grooms, de 1980, urbaniza el cuadro mediante la adición de detalles —basura, gatos callejeros, vehículos…— e incluye una caricatura de Hopper: el cliente que nos mira de frente con un cigarrillo en la mano. Herbert Ross, el director de Pennies from Heaven (Dinero caído del cielo, 1981) quiso emular la visión de Hooper en toda la película: el ambiente pesa más que la acción, los detalles innecesarios son eliminados. Los personajes de Los Simpson han frecuentado en más de un capítulo el bar crepuscular. También los forenses de la serie CSI.

Fotograma de El final de la violencia (arriba, izquierda) y tres fotos de Win Wenders.

El cineasta que admite sin reparos su deuda con Hopper es el alemán Win Wenders, para quien «los cuadros de Edward Hopper son siempre el comienzo de una historia. En una de sus gasolineras esperas que llegue un coche en cualquier momento y que la persona sentada al volante tenga una herida de bala en el estómago. Así empiezan las películas estadounidenses». El director ha citado al pintor en muchas ocasiones pero nunca con tanta claridad como en la escena del bar de la película El final de la violencia (1997), que recrea los verdes, azules, rojos y amarillos de brillo atenuado de Nighthawks. La obra de Wenders como fotógrafo —en el montaje de arriba hay tres ejemplos— bien podría servir como cuaderno de campo del pintor.


Camino a la perdición (arriba, izquierda), cubierta de un disco de Tom Waits (arriba, derecha), Rojo obscuro (abajo, izquierda) y Texhnolyze.

Hopper y su sentido epifánico de la normalidad es la base del patrón estético de Camino a la perdición (2002), la película existencialista de gansters de Sam Mendes, que se basó en los cuadros del primero para trazar el formato de realización y fotografía. También hay citas nada veladas al pintor en algunos discos de la primera época de Tom Waits, como Nighthawks at the Dinner (1975), la serie de animación cyberpunk japonesa Texhnolyze y la película trash de Dario Argento Rojo Obscuro (1975).

House by the Railroad. En el centro, imágenes de Psicosis y Gigante. A la derecha, póster de Días de Cielo.

La mujer de Hopper, Jo Hopper (1883-1968), que se encargaba de registrar con mimo todos los movimientos y obras del pintor, escribió que el óleo House by the Railroad (1925) obsesionó durante meses a su marido como metáfora de los males del progreso y el abandono de los valores del viejo mundo en el que había crecido. La solitaria casa victoriana juega un papel central en tres grandes películas: en Gigante (George Stevens, 1956), es la mansión de un millonario hacendado; en Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) es la vivienda materna del protagonista, Norman Bates, y en Días del cielo (Terrence Malick), el escenario de un drama rural.

Morning in a City (izquierda) y Great American Nude No. 48.

La mujer de Hopper fue su única modelo. Cuando la pintó desnuda en Morning in a City (1944), Jo se quejó: «Prefiere mi culo a cualquier otra parte de mi anatomía». En 1963 el artista pop Tom Wesselmann (1931-2004), que admiraba a Hopper más que a ningún otro artista contemporáneo, firmó un homenaje explícito al maestro: interior urbano, ventana abierta hacia la ciudad, mobiliario convencional y una figura femenina expectante.

 Summer in the City (izquierda) y Blue Girl on Black Bed.

La tensa escena de Summer in the City, un cuadro pintado en 1949, fue improvisada por Hopper en un mediodía en que la luz iluminaba de modo muy crudo su apartamento de Nueva York. Llamó a Jo para que se desvistiese a toda prisa y adoptase una pose hosca («está en la naturaleza de los animales estar tristes tras el amor», anotó ella). El primer título del cuadro fue, precisamente: Triste Après l’Amour, pero a Hopper no le gustaban las evidencias directas y decidió cambiarlo. El escultor George Segal (1924-2000) retomó la escena en 1976, aunque dando a la figura masculina un aspecto más relajado.

Four Lane Road (izquierda) y Seven Hoppers in Bermuda Island.

El artista neodadaísta japonés Ushio Shinohara (1932) opina que Hopper es una síntesis de los EE UU y que sus cuadros son como haikus: «palabras pequeñas, grandes significados». En muchos de sus cuadros abigarrados y tremendistas, Shinohara ha combinado citas plásticas de obras de Hopper. En Seven Hoppers in Bermuda Island (1987) hay una referencia directa a siete cuadros del estadounidense, entre ellos Four Lane Road (1952), que Hopper vendió a una galería por 6.000 dólares cinco años después de pintarlo.

 Room in Brooklyn (izquierda) y Folding Chair.

Otro artista entusiamado con Hooper es Alex Katz (1927). El cuadro Room in Brooklyn que el primero pintó en 1932 prefigura Folding Chair, que Katz terminó en 1959. La luz inclemente, el espacio dominante del suelo en la composición y el papel central de los ventanales proyectan una obra en la otra.

Cuatro hoppers contemporáneos.

Los cuadros del montaje de arriba constatan la vigencia de Hopper y lo hopperesco —el adjetivo existe en inglés—. El de la izquierda y el de arriba en el centro, son de artistas españoles: Gonzalo Sicre Maqueda (1967) y Ángel Mateo Charris (1962), respectívamente, organizadores de una exposición en homenaje a Hopper celebrada en Valencia en 1997. Ambos pintores viajaron a los EE UU para visitar los lugares que pintó Hopper, cuya geografía plástica encuentran similar a la de Cabo de Palos. En el centro, abajo, cuadro de Martin Mull, a quien la crítica ha llamado «el Hopper del blanco y negro». A la derecha, Nuit nº 17 (2001), del francés Jacques Monory (1924).

Ánxel Grove

El ladrón de las llaves del hotel es Bruce Springsteen

Llaves de hotel robadas por Bruce Springsteen

Llaves de hotel robadas por Bruce Springsteen

Era tan intensa la sensación de sueño convertido en realidad que, durante la década de los años setenta, Bruce Springsteen robaba las llaves de cada hotel en el que dormía cuando estaba de gira. Conformaba con las llaves y sus chapas plásticas un mapa sentimental y tangible de inocentes souvenirs. Le permitían comprobar con certeza que aquello no era una película y que, al fin, vivía en la carretera, el único concepto metafísico que los yanquis han aportado a la humanidad.

El músico del millón de millas y los 40 años sobre la tarima; el bardo de mármol; el cantante quintaeesencial de los EE UU, el país-continente miserable y grande, donde el sirope de arce y la sangre inocente se sirven el mismo plato, vuelve a surcar el mundo en una gira de extenuantes conciertos de rock-estadio. La llaman Wrecking Ball (Baile demoledor) y es la primera de Springsteen y su máquinaria pesada, la E Street Band, sin el saxofonista Clarence Clemons, que murió el año pasado y será sustituido en los shows, en un movimiento que huele a búsqueda post mortem de la lágrima instantánea, por su sobrino Jack Clemons.

En España hay anunciadas cuatro seis descargas: Sevilla (13 de mayo, Estadio Olímpico), Las Palmas (15 de mayo, Estadio de Gran Canaria), Barcelona (17 y 18 de mayo, Estadio Olímpico), San Sebastián (2 de junio, Estadio Anoeta) y Madrid (17 de junio, Estadio Santiago Bernabéu). Las entradas, que ya están agotadas para Barcelona cuando escribo esta entrada, no son baratas (entre 65 y casi 100 euros sin gastos de emisión) para tratarse de recintos donde entrarán decenas de miles de personas, habrá recaudaciones de siete dígitos y la mayoría de los asistentes sólo logrará adivinar las facciones del Boss por los monitores de vídeo.

Aprovechando el regreso a la carretera de Springsteen, que en septiembre de este año cumplirá 63, le dedicamos esta entrega de Cotilleando a… con la intención de enumerar algunos detalles y menudencias no demasiado aireados.

Primera casa de Springsteen

Primera casa de Springsteen

1. Más gringo que Kool-Aid, más guappo que De Cecco. Las líneas que se cruzan en el diseño genético de Bruce Frederick Joseph Springsteen son medulares en la construcción del melting pot yanqui. Del lado paterno, mitad holandés y mitad irlandés. Del materno, 100 por cien italiano.

2. En el nombre del Padre. Creció en el credo católico, iba a misa todos los domingos y fue educado por monjas.  Hace unas semanas Springsteen dijo que de niño tuvo una «vida espiritual muy activa», aunque el catolicismo se lo puso «muy difícil sexualmente». El sentido de la expiación por los pecados cometidos y la posibilidad de redimirse mediante una vida recta, es decir, la moral judeocristiana, se palpa en gran parte de sus canciones.

3. Hogar de la bicicleta. Creció en Freehold (Nueva Jersey), una pequeña ciudad (7.500 habitantes en 1950), mayoritariamente blanca (72 por ciento de la población) y muy aburrida. Atracción principal: el Museo de la Bicicleta.

En el anuario del instituto

En el anuario del instituto

4. La mejor época para ser joven. Al joven Springsteen le tocó crecer en el mejor de los tiempos: Elvis, los Beatles, los Rolling Stones… Su estilo tiene algo de cada uno, con el añadido de la fiebre de tigre Little Richard, el toque sincopado de Chuck Berry, la chulería de Eddie Cochran y el áspero desgarro del soul, pero cuando le han preguntado quién es el más importante siempre ha respondido lo mismo: «Elvis. Está todo en él. No hay más. Todo empieza y acaba con él. Escribió el manual de instrucciones. Él es todo lo que hay que hacer y todo lo que no hay que hacer en este negocio».

5. Bob Brain Dylan. Springsteen también ha matizado: «Elvis es el cuerpo, pero Bob Dylan es la mente».

6. Un Rey con guitarra japonesa. Los padres de Springsteen eran complacientes con el fanatismo del chico y le dejaron quedarse hasta tarde para ver en la televisión en la tercera aparición de Presley en el show de Ed Sullivan, en enero de 1957, cuando la censura obligó a los realizadores a no bajar del plano medio para dejar fuera de cuadro la revolucionaria rotación pélvica del Rey. Bruce pidió de inmediato que le regalasen una guitarra, porque quería «ser como Elvis». Le compraron una de juguete y tuvo que esperar a los 15 años para tener otra más o menos competente, una Kent japonesa que pagó con 60 dólares que le adelantó su madre en concepto de » préstamo a devolver».

Una de las fotos de la sesión de "Born To Run". La chapa de Elvis es visible en la bandolera (foto: Eric Meola)

Una de las fotos de la sesión de "Born To Run". La chapa de Elvis es visible en la bandolera (foto: Eric Meola)

7. Saltando la tapia. La fijación por El Rey no se redujo con el paso del tiempo. Una madrugada de abril de 1976 Springsteen (26 años) saltó la tapia de Graceland, la mansión de Presley, con la intención, según dijo, de «regalarle» una canción (al parecer, Fire). El gorila de seguridad que interceptó al intruso y le llevó a la calle no creyó una sola palabra. El año anterior Springsteen había editado su primer disco de éxito, Born to Run. En la foto de la portada aparece con una chapa del Club de Fans de Elvis en la bandolera de la guitarra.

8. Un poco bajo. Antes de que la música fuese el camino inevitable, pensó seriamente en dedicarse al béisbol. Dicen que no era mal jugador, aunque le perjudicaba la estatura (1,76 según la versión oficial, pero parece bastante más bajo pese a los botones), un poco más corta  que el estándar en el deporte. Ha organizado alguna que otra pachanga con sus músicos y técnicos, agrupados en el equipo The E Stree Kings, pero de softball, variante light del béisbol: se juega con pelota blanda y lanzamientos mucho menos poderosos.

The Castiles

The Castiles. A la derecha, Springsteen

9. Jabón de Castilla. El primer grupete con el que grabó Springsteen fue The Castiles, un quinteto de Freehold en el que logró insertarse como guitarrista y cantante. Habían tomado el nombre del jabón de Castilla (Castile soap en inglés) y eran muy malos.

10. Primero Doctor, luego Jefe. En su siguiente aventura musical, el trío Earth, le adjudicaron el seudónimo de Doctor y luego el de Boss (Jefe), porque siempre era quien se encargaba de repartir la paga entre los músicos. Al principio se mosqueaba mucho porque le parecía peyorativo,  pero terminó por aceptarlo y ahora se siente muy a gusto con el mote.

 11. Jugando al loco para no ir a Vietnam. Se libró por los pelos de participar en la Guerra de Vietnam. El servicio militar era obligatorio entonces en los EE UU, pero Springsteen suspendió el examen físico que le hicieron en la oficina de reclutamiento a los 18 años. Nunca ha sido muy explícito al respecto, pero en 1984 contó en una entrevista que decidió no alistarse en el último momento, cuando iba en el autobús camino de la prueba. Adujo una contusión que había sufrido en un accidente de moto un año antes y se comportó «de manera absurda, como si estuviera loco» ante los médicos.

Bruce ensaya en la casa paterna en 1970. Su hermana Pam, de 8 años, le escucha bajo las sábanas

Bruce ensaya en la casa paterna en 1970. Su hermana Pam, de 8 años, le escucha bajo las sábanas.

12. Ante el ojeador. Tras mucho fatigar los clubes de Nueva Jersey y Nueva York (y vagabundear por los bares de striptease, que le encantaban), en 1972 consiguió una audición con uno de los cazatalentos más respetados del mundo, John Hammond (el hombre que había logrado fichar para Columbia a Billie Holiday, Leonard Cohen y Bob Dylan). Springsteen le cantó una sola pieza, It’s Hard To Be a Saint In The City y Hammond, convencido de haber encontrado al «nuevo Dylan», gestionó un contrato. Los dos primeros álbumes del fichaje apuntaban buenas maneras, pero adolecían de producción adecuada, sonaban blandos y no consiguieron más que algunas buenas críticas.

13. Buen compositor, mal intérprete. Una leyenda negra comienza a perseguir a Springsteen: sus canciones son éxitos cuando son interpretadas por otros. Blinded By the Light es número uno en ventas en la (horrorosa) versión de Manfred Mann Earth’s Band, Because the Night se convierte en himno cantada por Patti Smith e incluso las Pointer Sisters ganan millones con FireSpringsteen se tortura y tarda años en superar la inseguridad. Llegó a estar tan paranoico que decidió retirar a última hora la canción que le habían encargado los Ramones, Hungry Heart, y quedársela para él. Aunque con el tiempo se abrió a la colaboración con otros músicos (Lou Reed, Graham Parker y Donna Summer entre ellos), sus cercanos afirman que le sigue doliendo no haber interpretado nunca un tema que haya sido el más vendido en los EE UU.

Cubiertas deTime y Newsweek, 27 de octubre de 1975

Cubiertas deTime y Newsweek, 27 de octubre de 1975

14. La leyenda. El 27 de octubre de 1975 los dos semanarios de referencia de información general de los EE UU, Time y Newsweek, salieron a la calle con Springsteen en portada. La coincidencia -que nunca se había dado hasta entonces con un músico de rock- respondía a dos factores: la intensa y millonaria campaña promocional de Columbia, que invirtió 250.000 dólares para vender al músico como «el futuro del rock and roll» (lema acuñado por el crítico John Landau, que sería en el futuro mánager, coproductor y consejero personal de Springsteen) y el disco Born To Run, cargado de música sincera, elegíaca y urbana, con letras que narraban la soledad de la vida en la ciudad, la eterna promesa de cada noche y la fascinación por la carretera, la huída y el romance. A partir de entonces, y pese a una carrera con bastantes patinazos creativos y artísticos, Springsteen se convierte en un fenómeno de masas y, sobre todo, en el cronista oficioso de los blue-collar, la mano de obra que sostiene a los imperios y que recibe a cambio indiferencia e injusticia.

Bruce Springsteen en su Chevy Bel Air descapotable de 1957

Bruce Springsteen en su Chevy Bel Air descapotable de 1957

15. Boss perverso. En 1988 Springsteen tuvo que afrontar una demanda de dos de sus empleados, un técnico de guitarras y otro de baterías, que le acusaron de infringir el derecho laboral al no pagar horas extra e imponer discrecionalmente sanciones injustas e ilegales (por ejemplo, una semana de empleo por un fallo en el aire acondicionado de un camerino). El Boss tuvo que tragarse el orgullo de la idea de «somos una Gran Familia» que proclama, declarar ante el juzgado y avenirse a un acuerdo con los demandantes antes que soportar la mala prensa del proceso y una más que probable sentencia condenatoria.

16. Fanático del archivo. En el archivo de la discográfica Sony-Columbia hay más de 5.000 bobinas con grabaciones en directo y en estudio de Springsteen, un fanático de que los micrófonos (66 en cada concierto) nunca estén cerrados y todo quede registrado. Todos los conciertos desde 1980 están clasificados y grabados en perfecta calidad.

"Badlands" (Terrence Malick, 1973)

"Badlands" (Terrence Malick, 1973)

17. Pantalla inspiradora. Ha compuesto unas cuantas canciones basadas o inspiradas en películas. Point Blank es también un clásico de 1967 de John Boorman, Atlantic City es el título de un film de 1980 de Louis Malle, Badlands parace cantada tras la visión de la película de Terrence Malick de 1973 y Thunder Road se titulaba una cinta sobre un veterano de guerra enajenado que dirigió en 1958 Arthur Ripley.

18.Y canción inspiradora. La película Extraño vínculo de sangre (1991), el debut como director de Sean Penn, está basada en la canción de Springsteen Highway Patrolman.

19. Si Dylan no puede, el Boss está bien. Springsteen ha sido tentado en varias ocasiones por el cine. El director Paul Schrader, colaborador de Martin Scorsese (escribió el guión de Taxi Driver), consideró al Boss para interpretar el papel del misterioso Paul Gallier en Cat People (1982), pero el papel se lo llevó Malcom McDowell. El músico también hizo pruebas para la versión cinematográfica de la ópera rock Hair que dirigió Milos Forman en 1979, que optó por Treat Williams. Springsteen hace un cameo en Alta fidelidad (2000), pero el director-actor John Cusack sólo le ofreció actuar después de que fallase su primera opción: Bob Dylan.

Teac 144 de Bruce Springsteen

Teac 144 de Bruce Springsteen

20. El disco simple, el mejor. Convertido en mito viviente, jaleado por fanáticos de todo el mundo que saludan cada uno de sus movimientos -incluso los erráticos-, héroe sin necesidad de ser heróico, incapaz de grabar un buen disco eléctrico desde Darkness on the Edge of Town (1978) y The River (1980), Springsteen es grande más allá de sí mismo: grita, suda, corre como un mono, cuenta malos chistes y baila con una chica del público en cada concierto, nos obliga a actuar como fisioterapeutas: «¡En qué buena forma está pese a los 62 años!». Le vi tocar en Barcelona en 1981 cuando era un dios menor y dos veces más en ceremoniales conciertos de masa y coreografía. Nunca más iré a verle. Me basta escuchar su mejor disco, Nebraska (1982), sórdido, acústico, económico, grabado en un humilde mezclador de cuatro canales, donde, poseído por el espíritu siniestro de su admirada Flannery O’Connor, Springsteen todavía me parece el habitante de un sueño, mezclando el sirope de arce con sangre y robando las llaves del Holiday Inn para perderse, carretera adelante, en el vientre de ramera de esa fábula llamada América.

Ánxel Grove

En busca de la esencia de los EE UU: en la carretera con Google Street View

#83.016417, Detroit, MI. 2009, 2010

#83.016417, Detroit, MI. 2009, 2010

El instrumental para diseccionar la idea espiritual de América (me tomo la grosera, literaria y etnocéntrica libertad de equiparar el término con un sólo país: los Estados Unidos) es variopinto. El viaje epifánico en busca de la esencia última de la land of plenty es polimórfico como ningún otro.

Por citar sólo una obra en cada género, la travesía ha sido fotográfica –Robert Frank y su libro-ensayo Los Americanos-; literaria -la novela infinita En la carretera, de Jack Kerouac-; cinematográfica -por ejemplo, Badlands (1973), de Terrence Malick-; musical -el errar existencial de Woody Guthrie-; pictórica -el aislamiento alienante de los pobladores de los cuadros de Edward Hopper-

#35.750882 Dallas, TX, 2009

#35.750882, Dallas, TX. 2009, 2010

Doug Rickard (1968) se suma ahora a la búsqueda con un artilugio que nunca antes había sido empleado para buscar el alma del país: Google Street View.

A New American Picture, el proyecto fascinante de este renegado de su licenciatura en Historia, es un recorrido por los rincones menos lustrosos de los EE UU («la América rechazada», llama Rickard a los escenarios) en un viaje intensivo de 24 horas seguidas y sin interrupción por los laberínticos caminos reales (no del todo, pero reales al fin) retratados y digitalizados por los coches-ojo de Google.

El resultado es «el envés del sueño americano», opina Rickard, que tomó y catalogó 15.000 fotos durante una «tormenta perfecta» y afiebrada, sin salir de la habitación, utilizando el ordenador como cámara y moviéndose por los mapas tridimensionales del país.

#82.948842, Detroit, MI. 2009

#82.948842, Detroit, MI. 2009, 2010

La selección final de las fotos del recorrido dejó al autor con 80 tomas (algunas se exponen ahora en la muestra New Photography 2011 del MoMA de Nueva York). Son una exploración al azar de los Estados Unidos y acaso también la constatación del final definitivo del momento decisivo predicado por Henri Cartier-Bresson como fundamento del arte fotográfico callejero, para ser reemplazado por lo que algunos críticos llaman el momento en curso, una consecuencia del presente vigilado en el que residimos.

Más allá de consideraciones sociológicas sobre el peligro de que aplicaciones como el Street View se adueñen de nuestra percepción del mundo, las fotos de Rickard tienen una resonancia que procede de lejos. Uno tiene la impresión de que podría estar frente a imágenes similares a los trabajos documentales de Walker Evans durante la Gran Depresión de los años treinta. En unas y otras los personajes no parecen tener futuro y la atmósfera mercurial hiere con consistencia de navaja.

#33.620036, Los Angeles, CA. 2009

#33.620036, Los Angeles, CA. 2009, 2010

En cada foto Rickard coloca datos informativos: una serie de números que se refieren a las coordinadas de Street View para el lugar de la imagen -posiblemente de GPS-; la ciudad y el estado; el año en que la foto fue tomada por Google y el año en que el fotógrafo la extrajo de su ordenador para hacerla suya. Esa ruta también implica una torva concepción cartesiana de la vida encapsulada bajo códigos binarios.

Enganchado a la fotografía como forma más depurada del relato oral milenarista (es el administrador de dos de los sites más interesantes e intencionados del marasmo virtual: American Suburb X y These Americans), Rickard ha abierto una dimensión poética e inesperada a la unificación de la percepción del mundo derivada del mapeo de Google.

En este viaje, como en los de Kerouac, Frank, Hopper o Malick, también hay ángeles subterráneos, estrellas explotando, cadenas intangibles y, sobre todo, como diría el primero, muchas personas «locas por ser salvadas» de una soledad que parece irremediable.

Ánxel Grove