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El ladrón de las llaves del hotel es Bruce Springsteen

Llaves de hotel robadas por Bruce Springsteen

Llaves de hotel robadas por Bruce Springsteen

Era tan intensa la sensación de sueño convertido en realidad que, durante la década de los años setenta, Bruce Springsteen robaba las llaves de cada hotel en el que dormía cuando estaba de gira. Conformaba con las llaves y sus chapas plásticas un mapa sentimental y tangible de inocentes souvenirs. Le permitían comprobar con certeza que aquello no era una película y que, al fin, vivía en la carretera, el único concepto metafísico que los yanquis han aportado a la humanidad.

El músico del millón de millas y los 40 años sobre la tarima; el bardo de mármol; el cantante quintaeesencial de los EE UU, el país-continente miserable y grande, donde el sirope de arce y la sangre inocente se sirven el mismo plato, vuelve a surcar el mundo en una gira de extenuantes conciertos de rock-estadio. La llaman Wrecking Ball (Baile demoledor) y es la primera de Springsteen y su máquinaria pesada, la E Street Band, sin el saxofonista Clarence Clemons, que murió el año pasado y será sustituido en los shows, en un movimiento que huele a búsqueda post mortem de la lágrima instantánea, por su sobrino Jack Clemons.

En España hay anunciadas cuatro seis descargas: Sevilla (13 de mayo, Estadio Olímpico), Las Palmas (15 de mayo, Estadio de Gran Canaria), Barcelona (17 y 18 de mayo, Estadio Olímpico), San Sebastián (2 de junio, Estadio Anoeta) y Madrid (17 de junio, Estadio Santiago Bernabéu). Las entradas, que ya están agotadas para Barcelona cuando escribo esta entrada, no son baratas (entre 65 y casi 100 euros sin gastos de emisión) para tratarse de recintos donde entrarán decenas de miles de personas, habrá recaudaciones de siete dígitos y la mayoría de los asistentes sólo logrará adivinar las facciones del Boss por los monitores de vídeo.

Aprovechando el regreso a la carretera de Springsteen, que en septiembre de este año cumplirá 63, le dedicamos esta entrega de Cotilleando a… con la intención de enumerar algunos detalles y menudencias no demasiado aireados.

Primera casa de Springsteen

Primera casa de Springsteen

1. Más gringo que Kool-Aid, más guappo que De Cecco. Las líneas que se cruzan en el diseño genético de Bruce Frederick Joseph Springsteen son medulares en la construcción del melting pot yanqui. Del lado paterno, mitad holandés y mitad irlandés. Del materno, 100 por cien italiano.

2. En el nombre del Padre. Creció en el credo católico, iba a misa todos los domingos y fue educado por monjas.  Hace unas semanas Springsteen dijo que de niño tuvo una «vida espiritual muy activa», aunque el catolicismo se lo puso «muy difícil sexualmente». El sentido de la expiación por los pecados cometidos y la posibilidad de redimirse mediante una vida recta, es decir, la moral judeocristiana, se palpa en gran parte de sus canciones.

3. Hogar de la bicicleta. Creció en Freehold (Nueva Jersey), una pequeña ciudad (7.500 habitantes en 1950), mayoritariamente blanca (72 por ciento de la población) y muy aburrida. Atracción principal: el Museo de la Bicicleta.

En el anuario del instituto

En el anuario del instituto

4. La mejor época para ser joven. Al joven Springsteen le tocó crecer en el mejor de los tiempos: Elvis, los Beatles, los Rolling Stones… Su estilo tiene algo de cada uno, con el añadido de la fiebre de tigre Little Richard, el toque sincopado de Chuck Berry, la chulería de Eddie Cochran y el áspero desgarro del soul, pero cuando le han preguntado quién es el más importante siempre ha respondido lo mismo: «Elvis. Está todo en él. No hay más. Todo empieza y acaba con él. Escribió el manual de instrucciones. Él es todo lo que hay que hacer y todo lo que no hay que hacer en este negocio».

5. Bob Brain Dylan. Springsteen también ha matizado: «Elvis es el cuerpo, pero Bob Dylan es la mente».

6. Un Rey con guitarra japonesa. Los padres de Springsteen eran complacientes con el fanatismo del chico y le dejaron quedarse hasta tarde para ver en la televisión en la tercera aparición de Presley en el show de Ed Sullivan, en enero de 1957, cuando la censura obligó a los realizadores a no bajar del plano medio para dejar fuera de cuadro la revolucionaria rotación pélvica del Rey. Bruce pidió de inmediato que le regalasen una guitarra, porque quería «ser como Elvis». Le compraron una de juguete y tuvo que esperar a los 15 años para tener otra más o menos competente, una Kent japonesa que pagó con 60 dólares que le adelantó su madre en concepto de » préstamo a devolver».

Una de las fotos de la sesión de "Born To Run". La chapa de Elvis es visible en la bandolera (foto: Eric Meola)

Una de las fotos de la sesión de "Born To Run". La chapa de Elvis es visible en la bandolera (foto: Eric Meola)

7. Saltando la tapia. La fijación por El Rey no se redujo con el paso del tiempo. Una madrugada de abril de 1976 Springsteen (26 años) saltó la tapia de Graceland, la mansión de Presley, con la intención, según dijo, de «regalarle» una canción (al parecer, Fire). El gorila de seguridad que interceptó al intruso y le llevó a la calle no creyó una sola palabra. El año anterior Springsteen había editado su primer disco de éxito, Born to Run. En la foto de la portada aparece con una chapa del Club de Fans de Elvis en la bandolera de la guitarra.

8. Un poco bajo. Antes de que la música fuese el camino inevitable, pensó seriamente en dedicarse al béisbol. Dicen que no era mal jugador, aunque le perjudicaba la estatura (1,76 según la versión oficial, pero parece bastante más bajo pese a los botones), un poco más corta  que el estándar en el deporte. Ha organizado alguna que otra pachanga con sus músicos y técnicos, agrupados en el equipo The E Stree Kings, pero de softball, variante light del béisbol: se juega con pelota blanda y lanzamientos mucho menos poderosos.

The Castiles

The Castiles. A la derecha, Springsteen

9. Jabón de Castilla. El primer grupete con el que grabó Springsteen fue The Castiles, un quinteto de Freehold en el que logró insertarse como guitarrista y cantante. Habían tomado el nombre del jabón de Castilla (Castile soap en inglés) y eran muy malos.

10. Primero Doctor, luego Jefe. En su siguiente aventura musical, el trío Earth, le adjudicaron el seudónimo de Doctor y luego el de Boss (Jefe), porque siempre era quien se encargaba de repartir la paga entre los músicos. Al principio se mosqueaba mucho porque le parecía peyorativo,  pero terminó por aceptarlo y ahora se siente muy a gusto con el mote.

 11. Jugando al loco para no ir a Vietnam. Se libró por los pelos de participar en la Guerra de Vietnam. El servicio militar era obligatorio entonces en los EE UU, pero Springsteen suspendió el examen físico que le hicieron en la oficina de reclutamiento a los 18 años. Nunca ha sido muy explícito al respecto, pero en 1984 contó en una entrevista que decidió no alistarse en el último momento, cuando iba en el autobús camino de la prueba. Adujo una contusión que había sufrido en un accidente de moto un año antes y se comportó «de manera absurda, como si estuviera loco» ante los médicos.

Bruce ensaya en la casa paterna en 1970. Su hermana Pam, de 8 años, le escucha bajo las sábanas

Bruce ensaya en la casa paterna en 1970. Su hermana Pam, de 8 años, le escucha bajo las sábanas.

12. Ante el ojeador. Tras mucho fatigar los clubes de Nueva Jersey y Nueva York (y vagabundear por los bares de striptease, que le encantaban), en 1972 consiguió una audición con uno de los cazatalentos más respetados del mundo, John Hammond (el hombre que había logrado fichar para Columbia a Billie Holiday, Leonard Cohen y Bob Dylan). Springsteen le cantó una sola pieza, It’s Hard To Be a Saint In The City y Hammond, convencido de haber encontrado al «nuevo Dylan», gestionó un contrato. Los dos primeros álbumes del fichaje apuntaban buenas maneras, pero adolecían de producción adecuada, sonaban blandos y no consiguieron más que algunas buenas críticas.

13. Buen compositor, mal intérprete. Una leyenda negra comienza a perseguir a Springsteen: sus canciones son éxitos cuando son interpretadas por otros. Blinded By the Light es número uno en ventas en la (horrorosa) versión de Manfred Mann Earth’s Band, Because the Night se convierte en himno cantada por Patti Smith e incluso las Pointer Sisters ganan millones con FireSpringsteen se tortura y tarda años en superar la inseguridad. Llegó a estar tan paranoico que decidió retirar a última hora la canción que le habían encargado los Ramones, Hungry Heart, y quedársela para él. Aunque con el tiempo se abrió a la colaboración con otros músicos (Lou Reed, Graham Parker y Donna Summer entre ellos), sus cercanos afirman que le sigue doliendo no haber interpretado nunca un tema que haya sido el más vendido en los EE UU.

Cubiertas deTime y Newsweek, 27 de octubre de 1975

Cubiertas deTime y Newsweek, 27 de octubre de 1975

14. La leyenda. El 27 de octubre de 1975 los dos semanarios de referencia de información general de los EE UU, Time y Newsweek, salieron a la calle con Springsteen en portada. La coincidencia -que nunca se había dado hasta entonces con un músico de rock- respondía a dos factores: la intensa y millonaria campaña promocional de Columbia, que invirtió 250.000 dólares para vender al músico como «el futuro del rock and roll» (lema acuñado por el crítico John Landau, que sería en el futuro mánager, coproductor y consejero personal de Springsteen) y el disco Born To Run, cargado de música sincera, elegíaca y urbana, con letras que narraban la soledad de la vida en la ciudad, la eterna promesa de cada noche y la fascinación por la carretera, la huída y el romance. A partir de entonces, y pese a una carrera con bastantes patinazos creativos y artísticos, Springsteen se convierte en un fenómeno de masas y, sobre todo, en el cronista oficioso de los blue-collar, la mano de obra que sostiene a los imperios y que recibe a cambio indiferencia e injusticia.

Bruce Springsteen en su Chevy Bel Air descapotable de 1957

Bruce Springsteen en su Chevy Bel Air descapotable de 1957

15. Boss perverso. En 1988 Springsteen tuvo que afrontar una demanda de dos de sus empleados, un técnico de guitarras y otro de baterías, que le acusaron de infringir el derecho laboral al no pagar horas extra e imponer discrecionalmente sanciones injustas e ilegales (por ejemplo, una semana de empleo por un fallo en el aire acondicionado de un camerino). El Boss tuvo que tragarse el orgullo de la idea de «somos una Gran Familia» que proclama, declarar ante el juzgado y avenirse a un acuerdo con los demandantes antes que soportar la mala prensa del proceso y una más que probable sentencia condenatoria.

16. Fanático del archivo. En el archivo de la discográfica Sony-Columbia hay más de 5.000 bobinas con grabaciones en directo y en estudio de Springsteen, un fanático de que los micrófonos (66 en cada concierto) nunca estén cerrados y todo quede registrado. Todos los conciertos desde 1980 están clasificados y grabados en perfecta calidad.

"Badlands" (Terrence Malick, 1973)

"Badlands" (Terrence Malick, 1973)

17. Pantalla inspiradora. Ha compuesto unas cuantas canciones basadas o inspiradas en películas. Point Blank es también un clásico de 1967 de John Boorman, Atlantic City es el título de un film de 1980 de Louis Malle, Badlands parace cantada tras la visión de la película de Terrence Malick de 1973 y Thunder Road se titulaba una cinta sobre un veterano de guerra enajenado que dirigió en 1958 Arthur Ripley.

18.Y canción inspiradora. La película Extraño vínculo de sangre (1991), el debut como director de Sean Penn, está basada en la canción de Springsteen Highway Patrolman.

19. Si Dylan no puede, el Boss está bien. Springsteen ha sido tentado en varias ocasiones por el cine. El director Paul Schrader, colaborador de Martin Scorsese (escribió el guión de Taxi Driver), consideró al Boss para interpretar el papel del misterioso Paul Gallier en Cat People (1982), pero el papel se lo llevó Malcom McDowell. El músico también hizo pruebas para la versión cinematográfica de la ópera rock Hair que dirigió Milos Forman en 1979, que optó por Treat Williams. Springsteen hace un cameo en Alta fidelidad (2000), pero el director-actor John Cusack sólo le ofreció actuar después de que fallase su primera opción: Bob Dylan.

Teac 144 de Bruce Springsteen

Teac 144 de Bruce Springsteen

20. El disco simple, el mejor. Convertido en mito viviente, jaleado por fanáticos de todo el mundo que saludan cada uno de sus movimientos -incluso los erráticos-, héroe sin necesidad de ser heróico, incapaz de grabar un buen disco eléctrico desde Darkness on the Edge of Town (1978) y The River (1980), Springsteen es grande más allá de sí mismo: grita, suda, corre como un mono, cuenta malos chistes y baila con una chica del público en cada concierto, nos obliga a actuar como fisioterapeutas: «¡En qué buena forma está pese a los 62 años!». Le vi tocar en Barcelona en 1981 cuando era un dios menor y dos veces más en ceremoniales conciertos de masa y coreografía. Nunca más iré a verle. Me basta escuchar su mejor disco, Nebraska (1982), sórdido, acústico, económico, grabado en un humilde mezclador de cuatro canales, donde, poseído por el espíritu siniestro de su admirada Flannery O’Connor, Springsteen todavía me parece el habitante de un sueño, mezclando el sirope de arce con sangre y robando las llaves del Holiday Inn para perderse, carretera adelante, en el vientre de ramera de esa fábula llamada América.

Ánxel Grove

Un mapa imaginario con títulos de canciones

'Song Map'

'Song Map'

En una primera ojeada uno se asoma con curiosidad y siente la tentación de forzar cada vez más los ojos para encontrar los títulos diseminados por el mapa. El Heartbreak Hotel de Elvis está junto a la Higway 61 Revisited de Bob Dylan, delante del Hotel California de los Eagles.

Parece un mapa normal, con diferentes colores para las vías según su importancia y una leyenda en la parte inferior con el índice de todos los nombres. Song Map une geografía urbana y música.

Es un proyecto de Dorothy, un estudio creativo de Manchester (Inglaterra). Con Ali Johnson y Phil Skegg como cabezas pensantes, está «inspirado en el conocimiento musical enciclopédico de Phil». El plano recopila títulos de canciones con los que bautizan las calles, plazas, avenidas, parques, rotondas y edificios de una ciudad inventada -aunque  claramente inspirada en Londres-. Todos los títulos aluden a un lugar.

Cada rincón tiene su pequeño y caprichoso nombre. Entre las arterias centrales de la ciudad están El largo y sinuoso camino (The Long and Winding Road, de los Beatles) y la Autopista hacia el infierno (Highway to Hell, de AC/DC). Éxitos de Air, Blur, los Small Faces y de Siouxsie and the Banshees dan nombre a pequeñas zonas verdes. ¿Vamos?

Helena Celdrán

La canción que mandó a paseo a los adultos cumple 50 años

Esta tormenta de dos minutos y poco es de 1956, hace medio siglo. Se titula Roll Over Beethoven. En la versión original la canta su compositor, el mejor letrista del rock and roll: Chuck Berry.

Un año antes, Vladimir Nabokov había publicado Lolita. Ya escribí en el blog sobre el eco del libro.

En un momento dado, el narrador de la novela dice:

Entre los límites de los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica; propongo llamar ‘Nínfulas’ a esas criaturas escogidas.

Chuck Berry tenía debilidad por las adolescentes (en 1962 un juez racista le condenó a tres años de cárcel utilizando una ley de 1910 por transportar de un estado a otro a una niña de 14 años para, según el magistrado, prostituirla).

No sé si Chuck Berry leyó el libro de Nabokov, pero escribía canciones pensando en las lolitas y ellas, todas ellas (sobre todo las de piel blanca), las creían a pies juntillas.

Dedicamos este Cotilleando a… a una canción que mandó a paseo a los adultos y, como dice algún historiador, es «una declaración de independencia cultural», Roll Over Beethoven.

Edificio donde estaba Chess

Edificio donde estaba Chess

1. La discográfica. La dirección debería ser preguntada como salvoconducto de ingreso en el cielo: ¿2120 South Michican Avenue, Chicago?. Quien no responda: «sede de Chess Records» se queda sin derecho al paraíso. Era el más valiente sello editor de los EE UU: grababa música de negros y la vendía a los blancos en la década de los cincuenta, cuando en algunos lugares del país te colgaban de un roble por menos. Los dueños eran judíos de Częstochowa (entonces Polonia, hoy Bielorrusia), hermanos y canallas: Leonard (1917-1969) y Phillip Chess (1921), apellido que al llegar a América tomó la familia Czyz. Primero se dedicaron a traficar con alcohol durante los años secos. Luego montaron garitos de noches afiebradas, entre ellos el Macomba. En 1947 compraron una parte de Aristocrat Records y en 1950, ya dueños de la empresa, la rebautizaron como Chess. Se dieron cuenta de que Chicago se estaba llenando de músicos negros del sur y decidieron grabarlos. El catálogo de Chess es impecable: Muddy Waters, Little Walter, Bo Diddley, Memphis Slim, Eddie Boyd, John Lee Hooker, Howlin’ Wolf, Rufus Thomas, Etta James… Nadie les hacía sombra. Eran chulos, peleones, auténticos y sonaban con una potencia que parecía extraterrena.

Chuck Berry

Chuck Berry

2. El cantante. Charles Edward Anderson Chuck Berry, nacido en octubre de 1926 en St. Louis-Misuri, no era un chiquillo cuando grabó Roll Over Beethoven. Le faltaban sólo unos meses para cumplir 30 años y algunos consideraban que estaba demasiado pasado para ser un ídolo juvenil. Era el cuarto hijo de una familia de clase media de seis (el padre era trabajador de la construcción), pasaba de estudiar, había estado en la cárcel tres años por reincidir en pequeños robos (le habían condenado a diez), se casó, tuvo un hijo, trabajó en lo que pudo (una factoría, conserje…), estudió peluquería y ganaba un sobresueldo tocando en locales de blues. Siempre le había gustado la música y sabía tocar la guitarra y el piano. En 1955, cansado de malvivir, se fue a Chicago, conoció a Muddy Waters y en cosa de días grabó Maybellene para Chess. Un pasmo: número cuatro entre las canciones más vendidas del año. Un negro con el pelo aceitoso, la sonrisa lúbrica y una guitarra eléctrica que reclamaba acción insertado entre blanquitos angelicales.

Single de "Roll Over Beethoven"

Single de «Roll Over Beethoven»

3. La canción. Rápida y furiosa. Empieza con un solo de guitarra -estructura nada frecuente por entonces- que es una proclama. El grupo se une a la parranda y la temperatura aumenta. Los músicos (ninguneados en el disco, que atribuye la pieza a Chuck Berry and His Combo) fueron Fred Below, el batería de confianza de Muddy Waters; Johnnie Johnson, que toca un feroz arreglo de boogie al piano; Willie Dixon, el sólido contrabajista de casi todas las grabaciones de Chess, y Leroy C. Davis (futuro acompañante de James Brown), que sopla un lejano y constante solo de saxo. Durante toda la canción Berry parece drogado con alguna clase de anfetamina: canta con vehemencia -se le escucha escupir las palabras ante el micrófono- y toca la guitarra como poseído por una urgencia palpable en las gónadas.

Chuck Berry

Chuck Berry

4. La letra. Entre 1956 y 1958, Berry estaba en estado de gracia. Sus letras, picantes, divertidas y generacionales (aunque destinadas a personas con la mitad de su edad) parecían brotar de un inagotable manantial. El mensaje de Roll Over Beethoven (que, resumido, sería algo así: «déjanos en paz Beethoven, intenta entender este rhythm & blues y dale la noticia a Tchaikovsky») era una proclama de emancipación y suficiencia. Berry escribió en su autobiografía que se le ocurrió el estribillo recordando a su hermana mayor, que iba para cantante de ópera, ensayando interminablemente música seria en la casa familiar mientras él no podía encender la radio para escuchar blues y rhythm & blues. A la canción siguieron, en una admirable continuidad, otras sagas adolescentes de rebelión contra el aburrimiento del colegio, sexo, diversión, coches y asco hacia la alienación adulta: School Days, Oh Baby Doll, Rock & Roll Music, Sweet Little Sixteen, Johnny B. Goode, Brown Eyed Handsome Man, Too Much Monkey Business, Memphis, Tennessee… Berry parecía imparable y nadie era capaz de hacerle sombra. Incluso Elvis Presley, que cantaba y bailaba como nadie pero no podía componer, tocar o escribir letras, salía perdiendo en la comparativa.

The Beatles, 1963

The Beatles, 1963

5. Los herederos. De Roll Over Beethoven se han grabado más de doscientas versiones en unos cincuenta países y casi otros tantos idiomas. La canción ha sido homenajeada, transformada (heavy, sinfónica, salsa, reggae…) y mancillada, pero ninguna versión supera el arisco temperamento de la original grabada por Berry en 1956. La han tocado, entre otros, Jerry Lee Lewis, Electric Light Orchestra, Mountain, Ten Years After, Leon Russell, Status Quo, The Byrds, The 13th Floor Elevators, The Sonics, Gene Vincent, M. Ward e Iron Maiden. La más conocida de las versiones es, desde luego, la de los Beatles, cantada por George Harrison e incluida en su segundo disco, With the Beatles (1963). También la tocaron The Rolling Stones, que adoraban la música de Chess (Brian Jones abordó por primera vez a Keith Richards cuando vió que llevaba encima un disco de Chess de Mudy Waters) y grabaron en 1964 y 1965 en los estudios de Chicago.

Chuck Berry

Chuck Berry

6. La muerte. Chuck Berry cumplió en octubre 85 años. Sigue tocando en directo, con escaso pulso, las mismas canciones, las dos docenas de milagros que compuso hace 50 años. Después del bienio dorado algo se le apagó por dentro (intentó encenderlo con la penosa oda a la masturbación My Ding-a-Ling de 1972, que vendió bien). Se repite cada vez que actúa, no tiene grupo estable desde los años sesenta porque prefiere tocar con músicos locales que no cobren por pasar 45 minutos al lado del genio, afirma que «el nombre de este juego es billete de dólar»… Tengo la sospecha de que Chuck Berry se murió cuando dejó de hablar el idioma de las lolitas.

Ánxel Grove

 

El mejor crítico de música no existe para las editoriales españolas

Greil Marcus

Greil Marcus

Se llama Greil Marcus y es uno de los mejores críticos de música popular de la historia, quizá el mejor.

Es un insulto colocarlo en la categoría de Top Secret de este blog. En todo caso, caiga la culpa sobre la industria editorial española, que parece no darse por enterada.

Desde 1972, Marcus ha editado, recopilado o coordinado veinte libros. Algunos son clásicos en el sentido literal: perennes.

De esa larga bibliografía, el sagaz gremio de los editores de este país (publicadores, convendría llamarlos) sólo ha tenido a bien entregarnos tres traducidos al castellano. Uno de ellos está agotado y es inencontrable.

Marcus es de esa clase de críticos que no entienden la música pop (incluyo al rock, más popular que ningún otro subgénero) como vanidad y fanatismo. Su profesión no es la del enciclopedista. Marcus es un cirujano forense que no concluye la autopsia hasta no haber analizado la tierra bajo la uña del último dedo. Su erudicción erudición es más instintiva que cerebral.

Es vergonzante para los editores y lastimoso para los lectores que siga siendo un desconocido lejano o un autor al que debes acudir con conocimientos de inglés.

Un repaso, primero a los libros editados y luego a los hurtados a los lectores españoles, a los que, por lo visto, no nos consideran suficientemente preparados para leer sobre pop si al mismo tiempo es necesario pensar.

"Rastros de carmín"

"Rastros de carmín"

Rastros de carmín (Anagrama, 1993). Una historia secreta del siglo XX trazada, en flashback, porque toda conspiración es un retorno, desde Johnny Rotten hasta las vanguardias de principios de siglo.

Tristan Tzara jugando al ajedrez con Lenin, el futuro suicida Guy Debord camuflado en la deriva situacionista, la Baader Meinhof prediciendo la belleza de los Clash, los letristas de Alexander Trocchi escribiendo las canciones que cantarán las Slits, un anarquista vestido de monje que entra en Notre Dame el Viernes Santo de 1950 para anunciar la muerte de dios, los criptógrafos de mayo de 1968, Danny el Rojo antes de ser criogenizado por la política parlamentaria…

Todos los herejes de la bella Europa revolucionaria de Antonio Gramsci juramentados para matar a Bambi.

Un libro que debería ser entregado a los adolescentes al mismo tiempo que el primer preservativo o a los enfermos deshauciados antes de desenchufar el respirador.

Tras leerlo por primera vez supe con certeza que en los campos de concentración que nos aguardan la música de ambiente será de Michael Jackson.

"Mistery Train"

"Mistery Train"

Mistery train: imágenes de América en el rock & roll. Editado en castellano en 1993 por Círculo de Lectores, pero ni siquiera lo incluyen ya en su catálogo. Es decir: pusieron en la calle mil ejemplares y se quedaron tan anchos.

Fue el primer gran libro de Marcus, que lo publicó en 1975, cuando a nadie importaba quiénes eran Stagger Lee o Harmonica Frank.

La idea, que el autor desarrolla en otras obras, es que la música popular responde a las leyes arcaicas y sagradas de la tierra y la sangre: el odio, el amor, el rencor, la venganza, el engaño, la verdad y la culpa. Cuestiones simples y, por su simpleza, de enorme importancia.

Robert Johnson, Elvis Presley, The Band, Randy Newman y Sly Stone, emisarios de un código secreto, son utilizados por Marcus para rastrear las huellas, complejas y oscuras, de los errabundos que viajan a bordo del tren misterioso.

Se puede comprar en inglés.

Like a Rolling Stone: Bob Dylan en la encrucijada (Global Rhythm Press, 2009). Es el tercer libro de Marcus publicado en España, un ensayo sobre una canción, quizá la más importante del siglo XX.

Es una obra de contexto político, que sitúa la pieza de Dylan -de quien Marcus ha escrito en todas las claves- en el centro del torbellino moral de una época.

Ahora le toca el turno a lo que nos estamos perdiendo.

"Old, Weird America"

"The Old, Weird America"

 The Old, Weird America: The World of Bob Dylan’s Basement Tapes (Picador, 2011). Apareció este año como edición revisada de Invisible Republic (1997).

Es uno de los libros fundamentales sobre música y es un pecado que no esté traducido al español.

Divertido, irónico y escrito con tono literario, narra la historia de un mito (Bob Dylan) que de pronto, en 1965 y por el pecado de enchufar una guitarra eléctrica, se convierte en invisible para sus compatriotas, los mismos que hasta entonces le consideraban un mesías redentor.

Crónica feliz y desternillante sobre la música escondida que Dylan y unos cuantos amigotes se dedicaron a hacer, por placer, en una casa pintada de rosa de las montañas.

Marcus retrocede hasta las fuentes primordiales e ilumina la senda de la febril canción americana, vieja, loca, arrebatada, poblada por tramposos, asesinos, mentirosos, fabuladores y matasanos, para demostrarnos que yendo hacia atrás siempre vas hacia adelante.

La antihistoria que nunca nos habían contado sobre los lamentos de los esclavos, las baladas de crímenes rurales y los cantos de juerga alcohólica que parieron al rock and roll y toda su imaginería.

El libro del que nace Rastros de carmín y, como éste, una de las piezas mayores de la crítica musical contemporánea.

"The Shape of Things to Come"

"The Shape of Things to Come"

The Shape of Things to Come: Prophecy and the American Voice (Picador, 2006).

Es uno de los libros más complejos de Marcus y, según sus detractores (que los hay, sobre todo entre los veneradores que entienden el pop como una sucesión de altares dedicados a héroes infalibles), uno de sus grandes fracasos.

La tesis es compleja: siete ensayos que pretenden construir con una misma voz, desde momentos históricos muy distintos, el aroma bíblico, apostólico, que sostiene espiritualmente a los EE UU.

Los profetas estadounidenses que Marcus propone son, cuando menos, sorprendentes: Martin Luther King, Philip Roth, David Lynch, John Dos Passos, Dave Thomas (líder del grupo Pere Ubu) y Bill Pullman.

La conclusión, si es que hay alguna, es que en los EE UU nada está donde lo encuentras y que antes de encontrarlo debes juzgarte para, con toda seguridad, declararte culpable de no importa qué, pero culpable como para soportar la carga de un peso que lastrará tu existencia.

"A New Literary History of America"

"A New Literary History of America"

«A New Literary History of America» (Harvard University Press, 2009). El proyecto más ambicioso en el que se ha embarcado Marcus, que en este tomo de más de mil páginas se encarga de la coordinación editorial junto al crítico literario Werner Sollors.

La idea es una delicia: confeccionar un coro de voces que tracen la historia de la literatura real de los EE UU, no la de las cátedras, sino la de la vida.

El resultado no decepciona: decenas de ensayos que reconstruyen el puzzle del made in USA desde el siglo XVI hasta el hip-hop, pasando por la televisión, los dibujos animados, el cine, la ciencia y la banalidad.

Linda Lovelace merece la misma consideración que Ronald Reagan, Alcohólicos Anónimos baila en el mismo salón que Chuck Berry, Emily Dickinson viaja a Oz, Dillinger pisa la Luna…

Un libro para leer durante toda la vida.

Hay más obras de Greil Marcus no traducidas al español, entre otras Dead Elvis: A Chronicle of a Cultural Obsession (1991), When That Rough God Goes Riding: Listening to Van Morrison (2010), Bob Dylan by Greil Marcus: Writings 1968-2010 (2010) y el recién editado The Doors: A Lifetime of Listening to Five Mean Years (2011).

Me gustaría saber en qué cajones han quedado abandonados en los kafkianos negociados de las editoriales españolas. Para saber a quién maldecir en mis oraciones al diablo.

Ánxel Grove

 

Demasiado ‘money’ en Pink Floyd

Algunos de los discos de Pink Floyd

Algunos de los discos de Pink Floyd

Sobre un adecuado ritmo bluesy de  de 7/8, la canción alertaba: Money, so they say / is the root of all evil today (Dinero, eso dicen / Es la raíz de toda la maldad de hoy).

Money, una de las piezas más tarareadas en los locales de consumo masivo de cerveza del mundo, quizá no esté entre lo mejor de Pink Floyd, un grupo de indiscutible genio, pero la canción ha terminado por ser un perfecto telón de fondo para una de las mayores maquinarias mercantiles del pop contemporáneo.

Otro capítulo de la inagotable explotación financiera del catálogo musical de Pink Floyd comenzó esta semana con el inicio del escalonado lanzamiento de toda la discografía del grupo. Antes ejercieron una buena, por efectiva, campaña de mercado previa: el cerdo volador Algie sobre Londres; anuncios de escueto y misterioso contenido con el lema Why Pink Floyd?, ¿Por qué Pink Floyd?; entrevistas bien dosificadas con el archivero oficioso de la banda, el baterista Nick Mason.

El nuevo 'Algie' sobrevoló Londres hace unos días © EMI Music Group 2011. Photographer: Anna Weber.

El nuevo 'Algie' sobrevoló Londres hace unos días © EMI Music Group 2011. Foto: Anna Weber.

Pregunta inevitable: ¿no estaba ya al alcance de cualquiera la discografía de Pink Floyd?

La respuesta es sí y, además, a precio adecuado para los bolsillos fríos de estos tiempos miserables.

Casi todos los 14 álbumes en estudio del grupo, sus varias recopilaciones, discos en directo y antologías de rarezas están a la venta desde hace décadas en las series de precio medio (en España, donde los almacenistas toman al cliente por tonto, a entre 12 y 15 euros por pieza; en Europa, a la mitad).

Entonces, ¿a qué viene todo este ruido sobre el relanzamiento mundial de la obra completa de Pink Floyd?

Tres posibles explicaciones. Uno: los sucesivos juicios millonarios entre los músicos han dejado un poco tocados sus saldos y necesitan facturar algo de esa cosa tan perniciosa llamada money.

Dos: es la última oportunidad de sacar tajada del disco como soporte físico antes de que las descargas en formato digital lo manden al cementerio.

Tres: el éxito de la jugada está asegurado. Los fans de Pink Floyd son tan compulsos como los de los Beatles y no le harán ascos a nuevos productos.

"The Discovery Studio Album Box Set"

"The Discovery Studio Album Box Set"

Lo que se nos viene encima tiene varias fases. Ayer se pusieron a la venta ediciones remasterizadas de los catorces discos de estudio en una edición que llaman Discovery (unos 25 euros cada uno).

También lanzaron un cofre con todos juntos (a unos 200 euros con el gancho habitual de las fotos inéditas en el librillo añadido) y dos ediciones de The Dark Side of the Moon (1973): una titulada Experience (20 euros) con el disco original más la desastrosa primera presentación en directo en Londres y otra (Inmmersion, algo más de 100 euros) con seis álbumes donde hay demos y ensayos.

Entre noviembre y febrero repetirán la maniobra con los discos Wish You Were Here (1975) y The Wall (1979).

¿Sorpresas? Tratándose de uno de los grupos más venerados y, por ende, pirateados de la historia (este banco de datos es mareante en cantidad), casi ninguna. Ensayos, tomas y mezclas desechadas y poco más.

Para explotar el síndrome de los fanáticos se anuncian, por ejemplo, novedades tan absurdas como «efectos sonoros de la tripulación de la nave Apollo 17 comunicándose con la Tierra». Lo único que llama la atención es una colaboración inesperada del violinista francés de jazz Stéphane Grappelli en una versión, finalmente no editada, de Wish You Were Here.

Pink Floyd en 1968. Eran un quinteto. Desde la izquierda, Nick Mason, Syd Barrett, David Gilmour, Roger Waters y Richard Wright

Pink Floyd en 1968. Eran un quinteto. Desde la izquierda, Nick Mason, Syd Barrett, David Gilmour, Roger Waters y Richard Wright

El sonido de las cajas registradoras es una buena percha para colgar un somero y frívolo, Cotilleando a… uno de los grupos musicales más deslumbrantes de la historia, Pink Floyd:

1. Top sellers. De acuerdo con los datos de las empresas discográficas -no siempre ciertos: suelen tender a hincharlos-, Pink Floyd ha vendido más de 200 millones de copias de sus discos en todo el mundo. Por encima están los Beatles y Elvis Presley (600 millones cada uno), Michael Jackson (350),  Madonna (275) y Elton John (250). The Dark Side of the Moon es el tercer disco más vendido de todos los tiempos, con 45 millones de unidades. Los dos primeros son Thriller, de Michael Jackson (110 millones) y Back In Black, de AC/DC (49).

2. Millonarios. Según la lista de este año de las personas más ricas del negocio musical en el Reino Unido, publicada anualmente por The Sunday Times, la salud financiera de los tres propietarios de la marca Pink Floyd es bastante buena (aunque, al parecer, quieren más). Roger Waters aparece en el puesto 22º, con una fortuna personal de 120 millones de euros. David Gilmour, en el 25º, tiene 97 millones, y Nick Mason (41º), 50.

3. Especuladores esquilmados. En 1976, para intentar reducir su aportación a los impuestos públicos, Pink Floyd firmó un contrato con una asesoría financiera, Norton Warburg Group, que propuso invertir los activos del grupo en productos especulativos de alto riesgo. Los músicos aceptaron y salieron escaldados: los ingenieros financieros se quedaron con la pasta y dejaron a Pink Floyd con una enorme deuda con el fisco.

4. Grupo con perros. La perra afgana del vídeo anterior se llamaba Nobs. La grabación, de la primavera de 1972, es parte de la película Pink Floyd: Live at Pompeii (Adrian Maben). La canción, uno de los pocos blues puros de la discografía del grupo, había aparecido en origen en el álbum Meddle (1971) con el título de Seamus, el nombre del perro que cantaba en la pieza con David Gilmour en la vieja tradición de los bluesmen ciegos acompañados por los aullidos de sus lazarillos. A Seamus le había enseñado a cantar un colega del grupo, el gran Steve Marriott (1947-1991), líder de Small Faces y Humble Pie. Seamus tiene página própia en la Uncyclopedia, donde se le presenta como «el quinto miembro no oficial de Pink Floyd» y se asegura que dejó el grupo por «graves desavenencias» con el gruñón Roger Waters.

Pinkfloydia harveii

Pinkfloydia harveii

5. Araña pinkfloydiana. Dos científicos descubrieron este año un nuevo género de arañas en el occidente de Australia. Las bautizaron como Pinkflodya en honor a su grupo favorito. Los investigadores se llaman Dimitar Dimitrov y, lo juro, Gustavo Hormiga.

6. Sincronías. Los seguidores de Pink Floyd son de otra pasta: han diseccionado la obra del grupo con tanto fervor que han encontrado una supuesta sincronía temática y espiritual entre cada disco y una película. Algunas de las propuestas son de carcajada: Atom Heart Mother (1970) y Doctor Zhivago; Animals (1977) y Casablanca… La presunta sincronía que ha quemado más neuronas a los fans es la de The Dark Side of the Moon y El mago de Oz, conocida entre los enterados por The Dark Side of Oz. Hay quien sostiene que el grupo no dejaba de ver la película durante la grabación y que la música está plagada de claves semiocultas que conducen a la trama del filme. Un montaje de la película con el disco como banda sonora, aquí. La teoría de la sincronía, aquí.

Syd Barrett, durante y después

Syd Barrett, durante y después

7. El disparatado. De los cuatro fundadores de Pink Floyd (Gilmour llegó más tarde) el más dotado musical y literariamente -también el más atractivo y magnético- era Syd Barrett (1946-2006), The Madcap (El disparatado), a quien algunos consideran, no sin motivo, el único autor de letras de rock con un espíritu genuinamente británico. El primer disco del grupo, The Piper at the Gates of Dawn, sicodélico, planeante y arriesgado,es en realidad la obra de un solista, Barrett, a quien los demás simplemente acompañan. Desmedido y temerario (consumía un termo de té con LSD al día), apuntaba a estrella, grabó tres excelentes discos con su nombre, pero acabó frito, acurrucado en la casa paterna hasta su muerte por cáncer de pancreas. El grupo siguió considerándole su inspiración primaria y le dedicó el disco Wish You Were Here. La revista musical Mojo acaba de revelar que Barrett asistió a una de las sesiones de grabación, el 5 de junio de 1969 1975, invitado por Gilmour. Los asistentes dicen que estaba ido. «¿En qué parte toco la guitarra?», preguntó. Cuando los demás le hicieron escuchar algunas canciones y le pidieron su opinión, dijo: «Suena un poco viejo. Parece de Mary Poppins«.

Póster del festival "The 14 Hour Technicolour Dream"

Póster del festival "The 14 Hour Technicolour Dream"

8. Londres ácido. Pink Floyd fue uno de los primeros grupos ingleses en explorar los mundos paralelos provocados por los viajes lisérgicos. El 29 de abril de 1967 el grupo fue cabeza de cartel (tocaron a las 5 de la madrugada, mientras el sol nacía) en  The 14 Hour Technicolour Dream (El sueño en technicolor de 14 horas), un festival para recaudar fondos y apoyo para la revista contracultural  IT (International Times), cerrada por la Policía. El evento fue filmado en el documental Tonite Let’s All Make Love in London.

9. El invisible. El otro fundador de la banda fallecido (también por cáncer), el teclista Richard Wright (1943-2008) era a Pink Floyd lo que George Harrison a los Beatles, un tipo eclipsado por el brillo de Barrett y, después, por Waters y Gilmour. Wright, gran instrumentista, pasó los últimos años de su vida patroneando un lujoso yate en las Islas Vírgenes.

10. El más fiel. El único que ha estado en la brecha desde 1965 hasta ahora como miembro de Pink Floyd es Nick Mason. Vive con su segunda esposa en una mansión de Corsham que perteneció a Camilla Parker Bowles, tiene una compañía de compra venta de lujosos coches de coleccionista, pilota vehículos de carreras (completó las 24 horas de Le Mans), tripula un helicóptero y ha escrito un libro sobre su vida. Guarda todos los recortes de prensa, fotos y demás parafernalia que le envían los fans.

Ánxel Grove

Renacen las canciones perdidas en el Cadillac donde murió Hank Williams

Una página de los cuadernos de Hank Williams

Una página de los cuadernos de Hank Williams

Algunas vidas parecen escritas por un guionista bien pagado. Algunas muertes, por un dios.

Cada elemento es legendario en la muerte de Hiram King Williams, a quien conocemos con el alias artístico de Hank Williams.

El momento: algún instante de la primera madrugada del año 1953. Nadie ha podido determinar la hora exacta. Los héroes se han ganado el derecho a la imprecisión.

La edad: tenía 29 años. Tiempo suficiente para abrir la música country como una mano y extenderla en muchos dedos.

El lugar: el asiento trasero de un Cadillac descapotable (lo exhiben en un museo) en una gasolinera de Oak Hill, Colina del Roble (Virginia Occidental). Un cruce de caminos en el medio de la nada. El color del automóvil no podía ser otro: azul pálido.

La causa: la autopsia, realizada por un médico ruso que apenas hablaba inglés, estableció que murió por un fallo cardíaco, pero no menciona los agentes causales. Williams, que padecía de espina bífida oculta, era adicto a los analgésicos -morfina e hidrato de cloral incluidos- para evitar el dolor. Los mezclaba con grandes cantidades de alcohol. Se había convertido en un bronquista: la autopsia reveló una contusión en un brazo y varios hematomas recientes en la ingle, donde lo habían pateado en una pelea de bar.

La obra: es el padre fundacional del rock. Sin Williams no hubiesen existido Elvis Presley, Johnny Cash y todo lo que vino después.

La última canción que grabó: I’ll Never Get Out of This World Alive, Nunca saldré vivo de este mundo.

El concierto al que no llegó

El concierto al que no llegó

Las últimas palabras: Williams iba camino de un concierto en Canton (Ohio). Tenía pensado llegar en avión, pero había intensas nevadas y decidió ir por carretera. Como no podía conducir por el dolor y la ingesta de alcohol y drogas, pagó 400 dólares a un estudiante de instituto de 17 años para que lo llevase. El chaval, Charles Carr, fue la última persona en escuchar a Williams. Habían parado en un bar a comer algo. Carr bajó y preguntó al pasajero qué le apetecía. «No quiero nada. Cena tú», fueron las palabras finales.

El concierto de nunca: cuando comenzó el concierto de Canton y un locutor anunció que Williams había muerto la madrugada anterior el público se mofó creyendo que se trataba de otra de las espantadas del cantante, que llevaba dos años incumpliendo contratos con excusas peregrinas. Cuando los demás artistas salieron a escena para cantar juntos I Saw the Light, los asistentes se percataron de que esta vez iba en serio. Todos se unieron a la canción.

Las pertenencias: en el maletero del Cadillac había una guitarra. En el suelo del asiento posterior, varias latas de cerveza. Al lado del cadáver, un maletín de cuero con un cuaderno rayado en el que estaban escritas las letras de una docena de nuevas canciones.

Durante décadas, el contenido del cuaderno fue un misterio (por eso merece este Top Secret). Ahora se revela a través del disco The Lost Notebooks of Hank Williams, que sale a la venta el cuatro de octubre.

"The Lost Notebooks of Hank Williams"

"The Lost Notebooks of Hank Williams"

Trece músicos participan en el proyecto, financiado por Egyptian Records, la editorial discográfica montada por Bob Dylan.

Todos los involucrados son deudores de la franqueza profunda de Williams y su capacidad para cantar con sencillez sobre el valle de lágrimas de la vida en la tierra.

Aunque durante años se especuló que The Lost Notebooks of Hank Williams sería un disco personal de Dylan, que idolatra a Williams, el elenco se ha abierto a otros músicos, entre los que también figuran Jack White, Norah Jones, Levon Helm, Lucinda Williams, Merle Haggard y Sheryl Crow.

Con las letras y algunas anotaciones formales de Williams, cada participante compuso la música de las canciones, proyectándolas en un juego hipotético y marcado por el respeto.

La idea es similar a la que ejecutaron con primor entre 1998 y 2000 Wilco y Billy Bragg con los dos volúmenes (Mermaid Avenue y Mermaid Avenue II). Eran las canciones de las cuales otro pionero, Woody Guthrie, sólo pudo escribir las letras antes de morir.

Hank Williams, con sombrero, y su grupo, los Drifting Cowboys

Hank Williams, con sombrero, y su grupo, los Drifting Cowboys

Hank Williams, aldeano nacido en una cabaña de troncos de Mount Olive-Alabama, tocaba con la guitarra que le había regalado, cuando cumplió ocho años, su mamá. Pese a lo que digan la historia y las fotos, siempre tocó con esa guitarra.

Esperaba morir con la cabeza bien amoblada (bajo un sombrero Stetson no hay fantasmas), esperaba el último Cadillac azul (en un Cadillac no viajas, te trasladas) para beber de la petaca el último trago de Wild Turkey (el whisky que sabe a labios de primera novia): sabía la fecha, el uno de enero (ese día no te mueres, escapas).

Sobre su pasmosa vida y no menos notable muerte todavía se debate con fruición extremista: la última hamburguesa, la última copa, la última gasolinera, el último condado…

Algunos concluyen que en el fondo del alma americana hay una oscuridad en suspenso, esperando con fiebre de loba. La tesis la expone el gran Greil Marcus en The shape of things to come. Prophecy and the American voice, un libro que alguien debería de una vez traducir al español:

«América es un lugar y una historia, construidos con exuberancia y sospecha, crimen y liberación, linchamientos y fugas. Sus mayores testamentos son de portentos y alertas, alusiones bíblicas que pierden todas sus certezas en el aire americano».

No he escuchado The Lost Notebooks of Hank Williams. Es probable que se trate de un buen disco. Poco importa que, en mi opinión, las canciones debieran haberse quedado en el maletín de cuero, en el asiento trasero de un Cadillac de pálida tristeza, al lado del cadáver, al fin en paz, sin sufrimiento, de un muchacho de 29 años con cara de hombre mayor.

Hank -incluso el nombre parece el de un niño montañés jugando en la maleza, donde las guitarras no tienen seis cuerdas porque cada tallo es a la vez cuerda y nudo- supo llevar como nadie al terreno de la canción existencial la única conclusión que importa: la enfermedad es siempre el amor.

Ánxel Grove

¿Quién es la chica que juega al Monopoly con los Beatles?

Jackie DeShannon y Paul Harrison, 1964

Jackie DeShannon y George Harrison, 1964

Agosto de 1964. Los reyes del mundo son los Beatles. Acaban de aterrizar en los Estados Unidos para una gira de treinta conciertos. Habían conquistado al país durante la primera visita, en febrero, pero entonces se dedicaron, sobre todo, a aparecer en televisión. Ahora, en verano, la pretensión era llenar estadios con el tirón de la beatlemanía.

La gira, planeada al dedillo por el agente e ideólogo del grupo, Brian Espstein, fue un éxito en términos económicos, con un millón de dólares de ingresos limpios en entradas vendidas, pero un desastre en lo musical.

A Epstein, demasiado pendiente de la caja registradora, le importaba poco el sonido del grupo. Alquiló equipos de amplificación de escasa potencia para recintos abiertos con entre 10 y 20.000 asistentes. Anulada por la algarabía de la fanaticada, la música no se escuchaba.

Aunque los Beatles eran tratados como celebridades en todas las localidades y ningún capricho les era negado, las exigencias del grupo eran escasas. Una de las pocas condiciones de Lennon y Paul McCartney fue elegir a la telonera que abriría los shows de la gira. No lo dudaron: querían a Jackie DeShannon.

Jackie DeShannon, 1967

Jackie DeShannon, 1967

La elección tenía sentido: se trataba de una de las mejores cantantes-compositoras de la época y brillaba. Acababa de editar Needles and Pins, una balada de tono soul que se convertiría en éxito mundial en la versión (mucho más blanda y sin aristas) de los Searchers.

DeShannon acompañó a los Beatles durante el tour. En las actuaciones demostró que tenía rodaje y arrestos. Los ciegos fans del cuarteto inglés no dejaban de chillar reclamando al grupo. En esas incómodas condiciones, la cantante y su grupo interpretaban tres temas. Lennon y McCartney no se perdieron desde el backstage ni una de las actuaciones y felicitaron efusivamente a la telonera.

«No entiendo al público. Tus canciones son mejores que las nuestras«, le dijo McCartney.

Quedaron pocas pruebas de la participación de DeShannon en los eventos. Los ojos mediáticos eran para los Beatles y la telonera no le importaba a casi nadie. Su buena relación con el grupo inglés puede apenas ser comprobada en algunas fotos en las que que aparece, moderna y pop,  jugando al Monopoly con George Harrison en un hotel.

"When You Walk in the Room"

"When You Walk in the Room"

Jackie de Shannon regresa a la música en septiembre con un nuevo disco, When You Walk in the Room, el primero en once años.

Es injusto recordarla por la circunstancial condición de ser telonera de los Beatles en las caóticas actuaciones de  1964.

Sus canciones han sido interpretadas por Bruce Springsteen y Al Green; cantó con Elvis Presley, los Byrds, Randy Newman, Burt Bacharach y Jimmy Page, el líder de Led Zeppelin, que años después le dedicó la más hermosa de las canciones del grupo, Tangerine; editó docenas de canciones intensas e inteligentes (entre ellas Bette Davis Eyes, que sería superventas global en la versión, mucho menos inspirada, de Kim Carnes); superó las trabas de ser una chica en un mundo de hombres; inspiró a Aretha Franklin, Joni Mitchell y Carole King; firmó uno de los mejores discos de los años hippies, Laurel Canyon (1968)…

Escúchenla aquí cantando con alma negra entre tontos blanquitos o aquí y aquí, arrebatada como una hija del gueto.

Hoy dedicamos este Top Secret a una intérprete y compositora que hizo bastante más que jugar al Monopoly con los Beatles.

Ánxel Grove

La música que cantan en el cielo

Border Radio Xera

Border Radio Xera

No se trataba de una emisora de radio. Era la voz de los dioses. El locutor estornudaba en el estudio, una casucha de planta baja en Ciudad Acuña (México), y en Chicago, 2.400 kilómetros al norte, decían «salud».

Con una potencia de transmisión titánica -un millón de watios-, los alambres de espino de todas las praderías de Texas sintonizaban la señal sin necesidad de receptor. Algunos oyentes se quejaban de que el zumbido interrumpía el sueño de los bebés.

Las antenas de la emisora, de cien metros de altura, burlaban la ley de los EE UU sobre los alcances de las transmisiones. Los ingresos publicitarios evadían el control fiscal.

La XERA (operó con distintos nombres desde 1931 hasta finales de los años cincuenta) era una border radio, una estación casi pirata, consentida por las autoridades mexicanas pero ideada para los oyentes del norte de la frontera.

El dueño era el médico John Romulus Brinkley, a quien las autoridades le habían retirado la licencia por ofrecerse a curar la disfunciones eréctiles masculinas transplantando a hombres testículos de cabras. Practicó la operación miles de veces. Se ganó el apodo de Doctor Cabra.

The Carter Family: Maybelle (sentada), A.P. y Sara

The Carter Family: Maybelle (sentada), A.P. y Sara

Eran tiempos de mascar arena, tragar y encomendarse. La Gran Depresión había dejado a 18 millones de estadounidenses sin empleo y el paisaje era desconocido para la tierra de las oportunidades: migraciones interiores en busca de mendrugos de pan, desalojos, arados oxidados, niños descalzos, villas-miseria…

De los aparatos de radio alimentados con baterías nacían los eslabones de una cadena. Los 20 millones de receptores del país emitían palabrería y comerciales (tónicos vitales, libros con el anuncio de un inminente apocalipsis…), pero también la única forma de esperanza cuando la impotencia y el dolor te aconsejan romperte la crisma contra una piedra: canciones.

La emisora del Doctor Cabra contrató en 1938 a tres montañeses de los Apalaches para que hiciesen dos programas al día desde la border radio. El contrató establecía un estipendio de 75 dólares a la semana.

Los Apalaches, como toda cordillera, no deben reducirse a un accidente geográfico. La orografía y el enmarañado rosario de valles y bosques razonan los usos dialectales, el vestuario sobrio, el ánimo ensimismado y la cultura insólita de los habitantes.

Horace Kephart, un aventurero, escritor y etnógrafo que se adentró en la amplia comarca en una fecha tan tardía como 1904, se encontró con una «terra incógnita» y aislada a la que llamó «la parte de atrás de la lejanía».

Los músicos contratados por la XERA venían del suroeste del estado de Virginia, de un lugar bautizado con exactitud descriptiva como Poor Valley (Valle Pobre). Eran gente de los Apalaches y estaban emparantados por lazos familiares. Se hacían llamar The Carter Family. Cuando te rebautizas no puedes faltar al respeto a quienes te bautizaron por primera vez en la capilla.

Desde la izquierda, A.P., Sara y Maybelle Carter

Desde la izquierda, A.P., Sara y Maybelle Carter

El hombre larguirucho de la foto es Alvin Pleasant Delaney Carter (a partir de ahora, como él prefería, A.P. Carter). A su lado está su esposa, Sara Carter. A la derecha, Maybelle Carter, casada con un hermano de A.P.

De no ser por ellos no hubiesen existido Hank Williams, Elvis Presley, Al Perkins, Johnny Cash, Bob Dylan, Gram Parsons, The Band…

The Carter Family son el pilar de la iglesia, la entrada al santuario, el primer gemido de la música que fluye desde los años treinta del siglo XX hasta hoy.

Amigos como somos en España de considerar que lo nuevo es válido sólo porque es nuevo, sometidos como estamos a la dictadura del acné, no me extraña el poco respeto que se presta a músicos como The Carter Family. Su integral In the Shadow of Clinch Mountain (una docena de discos), nunca aparece citada con la magnitud que merece: primordial. Por eso he decido traerlos hoy a Top Secret.

Estoy leyendo un libro que jamás será publicado por la industria editorial española, Will You Miss Me When I’m Gone?. Es la primera biografía rigurosa sobre el grupo, sus integrantes y la saga posterior de descendientes y familiares. Me hace zozobrar cada noche.

Cabaña donde nació A.P. Carter, en el Condado de Scott (Virginia-EE UU)

Cabaña donde nació A.P. Carter, en el Condado de Scott (Virginia-EE UU)

Cuando la madre de A.P. Carter estaba embarazada, salió a recoger manzanas a un prado. La sorprendió una tormenta inesperada y un rayó rajó uno de los árboles. La mujer cayó al suelo empujada por el impacto eléctrico y sintió que la hierba a su alrededor se erizaba.

Achacaron a la descarga el carácter del crío: tembloroso e inquieto, atesorando chispas. Probó algunos oficios -carpintero, labrador, vendedor…- para descubir que eran absurdos y dedicarse a lo único que valía la pena: agotar los zapatones por todos los caminos de los Apalaches para rescatar canciones de la memoria de los ancianos.

Cuando fueron contratados por la emisora de la frontera, The Carter Family se convirtieron en una leyenda y un altar público. Recibían cinco mil cartas al mes: les pedían milagros; rezaban para que Sara no perdiera la voz; les agradecían el consuelo de saber hablar con el idioma de los vencidos; ponían en duda que Maybelle fuese una chica («ninguna mujer puede tocar la guitarra tan rápido»)

En 1939 desaparecieron, se desvanecieron sin dar explicaciones. Nunca tuvieron la descortesía de airear sus pecados para alimentar a la bestia de la fanaticada y el rumor.

Sara y A.P. se habían divorciado en 1936. Ella estaba enamorada de su primo Coy Bays, a quien la familia había enviado a California para no alimentar la llama. Una noche de febrero de 1939, en directo desde el programa de radio, Sara le dedicó una canción, insistiendo en que le seguía amando. Coy, que estaba escuchando la radio, hizo las maletas. Se casaron en una capilla al lado de la emisora.

Maybelle siguió tocando con el mismo pasmoso virtuosismo. Una de sus hijas, June Carter, se casó con Johnny Cash.

A.P. se retiró en silencio y falleció en 1960 sin hacer ruido.

Antes de morir, en 1979, Sara dijo que estaba deseando llegar al cielo: «No quiero perderme la música que cantan allí. Me han dicho que es de la Carter Family».

Ánxel Grove

Fotomatón: nostalgia por el espejo automático

Walker Evans en un fotomatón, 1929

El fotógrafo Walker Evans en un fotomatón (1929)

Ningún artilugio construyó tanta memoria, guardó tanta micro historia, atesoró tanto autorretrato, es decir, fue tan espejo.

Todos hemos entrado en una de esas grandes cajas que instalaban en las calles, en las entradas de sórdidos aparcamientos o las esquinas inútiles nacidas del desorden urbano.

Podría dibujar un mapa con sus ubicaciones en las ciudades de mi infancia. Los fotomatones ennoblecían con una carga de promesa radiante cualquier territorio.

La cortina te exiliaba del mundo; la banqueta se adaptaba a tu altura (esa gran flecha con el sentido del giro era un paradigma de destino y entrega: «ven, yo te conduciré, conozco del camino»); el espejo lateral consentía el ensayo, el acicalamiento antes del encuentro, la última prueba de ti mismo antes de entregarte y ser otro…

Plantabas la mirada a la altura indicada (otra instrucción epifánica: los ojos siluetados frente a ti, en el lugar exacto: «ven, es aquí donde debes mirar, este eres tú»); dejabas caer unas pocas monedas en la ranura; esperabas durante la mínima cuenta atrás, con la sensación de que un nudo corredizo se adaptaba a tu alma; la luz, el flash violento, un fuego que abrasa los puentes que te unían al mundo…

Anatole Josepho, inventor del fotomatón, con una de sus máquinas, a finales de los años veinte

Anatole Josepho, inventor del fotomatón, con una de sus máquinas (finales de los años veinte)

Eres historia.

Hoy traigo a Xpo, la sección de fotografía de este blog, el libro Photobooth. The Art of the Automatic Portrait (Raynal Pellicer. Abrams Books, 285 páginas, Nueva York, 2010).

Mi consejo para los interesados es el de siempre: no lo intenten comprar en España, donde el holding de distribuidores y libreros entiende que los aficionados a los libros de fotografía pertenecemos al consejo de administración de Iberdrola.

En la sucursal inglesa de Amazon lo pueden encontrar desde 13,8 euros más gastos de envío (unos cinco euros más por correo ordinario).

Photobooth. The Art of the Automatic Portrait es un canto a la gloria del fotomatón, un recorrido por la historia de las máquinas de retratos automáticos, una antología de sus posibilidades foto-artísticas y, sobre todo, un suspiro de nostalgia por lo que seguimos arrinconando en el trastero mientras avanzamos por el camino nerdo que nos conduce a la pérdida de la emoción.

Sí, tenemos en el bolsillo un mini fotomatón de Nokia, Apple, Samsung o cualquier otro usurero tecnológico (el iPhone 4 de 16 GB tiene un precio de fábrica de 128 euros y ya ven ustedes lo que cuesta al consumidor a pie de calle), pero nos hemos quedado sin la sorpresa de la puerta abierta.

Photomatic coloreada (1940)

Photomatic coloreada (1940)

Nos han dejado sin las cajas mágicas en las que entrábamos, posábamos haciendo el ganso o intentando ser quienes deseábamos ser y, gracias a los prodigios escondidos de la mecánica y la química, nos convertíamos en crónica.

Como los sin papeles, los descuideros y los malotes, los últimos fotomatones -la palabreja tiene algo del orgullo del fuera de la ley- residen en las comisarias de Policía, esperando a los despistados que siempre dejamos para el último momento la foto del pasaporte. Han dejado de ser instrumental de juego y ensueño para convertirse en apéndices administrativos del Estado vigilante.

El libro de Pellicer -quizá la antología final de fotos automáticas antes de que los fotomatones dejen de existir- relata la historia del invento, patentado en la forma en que lo conocemos  en 1926 por Anatol Josepho, un emigrante ruso establecido en Nueva York. Instaló en la calle Brodway una primera máquina (ocho fotos en ocho minutos por 25 céntimos) y, dado el éxito, vendió el invento a un grupo de inversores por un millón de dólares.

Fotomatones de Elvis Presley tomados en 1954 y 1955 en una máquina en Memphis

Fotomatones de Elvis Presley tomados en 1954 y 1955 en una máquina en Memphis

Las capacidades expansivas de la máquina quedan patentes en los retratos de Elvis Presley, todavía un naciente intérprete de country acelerado en espera de poder escapar del trabajo de mala muerte como camionero y ganar suficiente dinero para comprarle una casa a mamá Gladys.

En el terreno de los sueños de la cabina, Elvis, un chico tímido y de pocas luces, se convierte en fiera: ensaya la mirada lúbrica, el gesto de raptor emocional, la exacta arquitectura del cuello de la camisa…

En la segunda foto, la mejor, la definitiva (quizá porque es la única sin pose, la única en la cual la máquina toma las riendas de la sesión), Elvis reside en el futuro, podría estar cantando la mejor canción de todos los tiempos, Heartbreak Hotel, obligando al mundo entero a abrir los ojos y tragar saliva.

No es el único notable que aparece en Photobooth. The Art of the Automatic Portrait.

El embrujo del fotomatón también fascinó a los surrealistas, que lo utilizaron como extensión fotográfica del automatismo abierto al que pretendían reducir la literatura, y a creadores mucho más inflexibles, como el pintor-carnicero Francis Bacon, subyugado por las metamorfosis del cuerpo como representaciones de los tormentos del espíritu.

Bacon se hizo centenares de fotos automáticas. También obligó a sus amantes y amigos a entrar en la cabina y dejarse sorprender por las mutaciones.

El pintor usaba las fotos como apuntes previos para sus cuadros. La presencia humana en el estudio le inhibía, no era capaz de desollar a sus modelos si estaban presentes.

Fotomatones de Francis Bacon (izquierda) y dos de sus amigos (1966-1967)

Fotomatones de Francis Bacon (izquierda) y dos de sus amigos (1966-1967)

La máquina hacía el trabajo sucio por Bacon. También por cualquiera que entrase en aquel sagrario equipado para convertirte, revelarte, exponerte.

El cineasta Jean-Luc Godard se equivocaba cuando afirmaba que la fotografía «es la verdad».

Tenía bastante más razón el fotógrafo Walker Evans (amigo de los fotomatones) al señalar que el fotógrafo es un «sensualista del gozo» porque «trafica con sentimientos, no con pensamientos».

Tiene bastante gracia (y dice bastante de nuestra condición) que una máquina sea capaz de traficar con tanta sensibilidad con el mismo material.

Ánxel Grove

 

«Vale, no lo haré», dijo Elvis antes de quedarse dormido para siempre

Elvis Presley, 1956 (Foto: Alfred Wertheimer)

Elvis Presley, 1956 (Foto: Alfred Wertheimer)

Elvis. Algo más que un nombre propio. Quizá el perímetro completo de una frontera. Todo empieza y acaba en Elvis: la inocencia, la rebeldía, la sensualidad, la canción…

Si todo monarca tiene una vida secreta, la del Rey es tan asombrosa como él mismo: un camionero coronado; un muchacho de pueblo amarrado a las faldas de mamá que, sobre un escenario, es capaz de conseguir que la reina del baile se quite la falda; el mejor cantante de rock, quizá el único necesario, pero también una persona vacía, simplona, casi una caricatura…

El Cotilleando a… de esta semana está dedicado a Elvis Presley.

1. Cuando Elvis Aaron Presley tenía 15 meses fue arrastrado por un tornado en su pueblo natal, Tupelo (Misisipi – EE UU). Estuvo a punto de morir. Algunos majaras sostienen que durante el suceso el bebé fue abducido por alienígenas, que le dotaron del don del canto y la seducción.

2. Durante los servicios religiosos de la Asamblea de Dios, una congregación pentecostalista, el bebé gateaba hasta el coro e intentaba acompañar el gospel.

3. A los 10 años ganó el segundo premio en un concurso de talentos. Cantó vestido de vaquero la canción Old shep, que grabaría años después. Le tuvieron que subir a una silla para que alcanzase el micro.

4. De adolescente trabajó como acomodador en el cine Lowe’s State, en Memphis. Lo despidieron tras pillarle robando caramelos del ambigú.

5. Elvis era rubio. Se teñía de negro el pelo porque deseaba parecerse a Roy Orbison.

6. Odiaba el pescado. Cuando compartía mesa con alguien prohibía que sirvieran cualquier tipo de plato con pescado.

7. Le encantaban las galletas. De todo tipo.

8. A pesar de que le gustaba cantar en directo, todos sus conciertos fueron en territorio estadounidense. Jamás cantó en Europa pese a que los empresarios no dejaban de hacerle ofertas millonarias. Cuando se emitió vía satélite el concierto Aloha from Hawai (enero de 1973), los ingleses se quedaron sin verlo porque la BBC se negó a comprar los derechos.

9. Era un defensor de carácter casi apostólico de las anfetaminas. Las probó por primera vez en 1958 cuando hizo el servicio militar en la base de Friedberg (Alemania) -su único viaje a Europa-. Le invitó un sargento.

10. En el año anterior a su muerte (16 de agosto de 1977) tomó unas 10.000 pastillas. Sufría de glaucoma, cirrosis, colon irritable, incontinencia (actuaba con pañales), adicción a las anfetaminas, los calmantes y otras drogas y paranoia.

11. Tenía un médico en nómina, George Nichopoulos, Doctor Nick. A veces le inyectaba a Elvis una solución salina como placebo. La licencia médica de Nichopoulos fue anulada tras un largo proceso judicial. Ahora trabaja como asesor de seguros médicos para una empresa de paquetería.

Elvis Presley, 1956 (Foto: Alfred Wertheimer)

Elvis Presley, 1956 (Foto: Alfred Wertheimer)

12. Elvis grabó quince canciones que contienen en el título la palabra blue (azul, pero también triste o tristeza).

13. También grabó (y apareció cantándolas en películas) canciones demenciales: Queenie Wahini’s Papaya, Yoga Is as Yoga Does, There’s No Room to Rhumba in a Sports Car

14. Elvis odiaba a los Beatles. Le parecían estirados como personas y malos como músicos. El agente de Presley, el pérfido Coronel Tom Parker, le obligó a conocerlos, en 1965, para que las fotos del encuentro salieran en los diarios.

15. Admiraba al ultraconservador presidente Richard Nixon. Cuando éste le recibió en la Casa Blanca, en 1970, Elvis apareció con un traje de terciopelo negro y un cinturón de oro. Nixon le dijo: «Vistes de forma extraña, ¿no?». Presley respondió: «Señor presidente, usted tiene su show y yo tengo el mío». Nixon le nombró agente honorario anti narcóticos por promover una campaña contra el consumo de drogas.

16. Adoraba a los animales. En la mansión de Graceland vivían la tortuga Botwie, una manada de diez perros, algunas cacatúas, patos, gallinas, un mono, un pájaro mynah, el caballo Rising Sun -que enterró en el jardín de la casa junto a las tumbas de sus padres, su abuela y su hermano gemelo, que murió en el parto-…

17. Su mascota favorita era el chimpancé Scatter, que murió por una crisis hepática. Era alcohólico.

18.  Cuando Elvis vivía andaban por el mundo unos 200 imitadores. Hoy se calcula que hay casi 500.000.

19.  Las últimas palabras de Elvis antes de morir se las dijo a su novia, Ginger Alden, que le advirtió que no se quedase dormido en el suelo del cuarto de baño. Fueron: «Vale, no lo haré».

20. Sobre su mesilla de noche estaba el libro que leía esos días,  A Scientific Search for the Face of Jesus (Una búsqueda científica de la cara de Jesús).

Ánxel Grove