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Ronnie Lane, de ‘face’ a gitano

Ronnie-Lane (1946-1997)

Ronnie-Lane (1946-1997)

Entre 1965 y 1963, es decir, cuando la música era el gran demiurgo y las canciones, comunión que nos embriagaba con sueños que, como toda locura, eran por definición, ingenuos, Ronnie Lane fue uno de los elegidos para guiarnos con la antorcha.

De barrio obrero —nunca perdió el acento espeso y la mirada de candela de los pilluelos de callejón— e hijo de un camionero, ingresó en la aristocracia del pop británico a los 19 años, cuando cofundó los Small Faces (de cuyo tema-símbolo de 1967 Itchycoo Park escribió la letra). Aparecían semana sí y semana también en las cubiertas de las revistas pop, vestían mejor que nadie sin disfrazarse de aprendices de Buda y competían en brío, actitud y belleza con los Beatles y los Kinks —escuchen esta toma en directo de Tin Soldier y vuelen.

Al terminar la aventura, Lane acabó montando The Faces, donde compartió tablas con Rod Stewart, a quien el futuro depararía muchos matrimonios fallidos y una vejez innoble, y Ron Wood, un borrachín impenitente al que aguardaba un devenir aún más sombrío como comparsa de la empresa geriatrica más rentable de la historia, los Rolling Stones. The Faces fue la banda más abrasiva del Reino Unido durante los primeros años setenta: los únicos blancos que, gracias acaso a la infinita cantidad de cerveza y scotch que consumían, podían sonar como gente de piel negra. El contrabajo de Lane demolía las paredes.

Lane compuso la letra y la música de algunas de las mejores canciones del grupo —la fogosa Richmond (1971), las conmovedoras Stone (1971) y Debris (1972) y la irónica Oh La La (1973)— pero Stewart, que estaba empezando a olisquear las posibildades económicas de que los rubios lo pasan mejor, le robó Mandolin Wind, que usó en su primer disco como solista, grabado como proyecto paralelo al grupo. Lane no quiso litigar con su excolega pero decidió dejar la banda. La importancia que jugaba en el equilibrio interno de la pandilla quedó demostrada cuando, a la semana, The Faces hacían pública la disolución.

Con la liquidación de las regalías, que fueron cuantiosas porque The Faces habían conquistado el mercado de los EE UU con giras en grandes estadios tocando electro-alcohol de incendiaria intensidad y contagiosa alegría, Lane acometió una vuelta de tuerca tan ruinosa como bella: compró una granja en una zona rural y alejada de Gales, se estableció como campesino con su segunda esposa y los hijos de ella y gastó 250.000 libras esterlinas de 1972 —que ahora equivaldrían a dos millones, unos 2,4 millones de euros— en construir un estudio móvil de grabación en un trailer Airstream que importó de los EE UU. Fue el mejor de su tiempo y en él se grabarían discos como Quadrophenia (The Who, 1973), el debut homónimo de Bad Company (1974) y Physical Grafitti (Led Zeppelin, 1975).

"Ronnie Lane & Slim Chance" (1975)

«Ronnie Lane & Slim Chance» (1975)

Convencido de que el rock se había complicado en exceso y era necesario un regreso al camino, Lane montó un circo ambulante con carpas, animadores, bailarinas, «los peores payasos del mundo» y, como broche final, la actuación de su nueva banda, Slim Chance, un grupo abierto por el que pasaron, entre otros, el futuro dúo escocés Gallagher & Lyle. Se lanzaron a recorrer Gran Bretaña en caravanas y autobuses, al estilo de los gitanos nómadas. No había agenda establecida ni conciertos programados: tocaban donde les sorprendía el atardecer o dónde les dejaban, casi siempre sin permisos legales, cobrando muy poco o nada por las entradas y robando ilegalmente la energía eléctrica de los transformadores.

La gira gitana fue un desastre (denuncias, peleas, cortes de luz, actuaciones supendidas por aguaceros…) que dejó a Lane en la ruina, pero la música —con acentos folklóricos de Escocia e Irlanda, espíritu de vodevil y chispeantes versiones zíngaras de clásicos del rock  (la de You Never Can’t Tell fue definida por el maestro Chuck Berry como la mejor que había escuchado)— desprendía la vigorizante frescura de una empresa utópica y valiente.

El mejor de los discos de la época es Ronnie Lane & Slim Chance, grabado con sus compañeros nómadas. Fue el contrapeso perfecto, en 1975, para los excesos ególatras de los dinosaurios aburridísimos que habían convertido el rock en música para fumar porros (Pink Floyd) o hacer el ganso (Queen). Se trata de un álbum transparente, emocional y desnudo, una especie de celebración del puro goce de la música del que sólo encuentro un referente previo, Music from Big Pink (The Band, 1968), otro disparo de gracia, esta vez contra los excesos de la psicodelia hippie.

En 1977 al superestrella convertido en gitano le diagnosticaron esclerosis múltiple —aunque la dolencia no es, que se sepa, hereditaria, su madre y su único hermano la padecieron también—. Lane no se arredró. Recibió la ayuda de viejos colegas (grabó discos con Pete Townshend y Eric Clapton) y se fue a vivir a Austin (Texas-EE UU). Cuando la salud y las complicaciones requirieron atenciones médicas que no podía pagar, Jimmy Page, Rod Stewart y Ron Wood se hicieron cargo de todos los recibos. El cuatro de junio de 1997, Lane murió a los 51 años tras una neumonía que se complicó por la esclerosis.

Acaban de editar  Ooh La La: An Island Harvest, un doble álbum que recopila parte de la música de Ronnie Lane en los años setenta. Es una buena oportunidad para recordar, como hizo en 2000 Paul Weller con el tema He’s the Keeper, al chico con mirada de candela. La primera línea de la letra de la canción-homenaje es la biografía más exacta de Lane: Él es el guardian de la antorcha.

Ánxel Grove

Invasión de ‘biopics’ sobre estrellas del pop-rock (si los herederos lo consienten)

Arriba, Brian Wilson (izquierda) y Paul Dano. Abajo, Freddie Mercury (izquierda) y Sacha Baron Cohen

Arriba, Brian Wilson (izquierda) y Paul Dano. Abajo, Freddie Mercury (izquierda) y Sacha Baron Cohen

«Cuando miro o escucho el paisaje cultural de Occidente, tengo una sensación de familiaridad (…) La disonancia cognitiva es la ausencia de disonancia cognitiva. El shock es el shock de lo viejo», dice Simon Reynolds en en ensayo Retromanía, un libro dedicado a investigar por qué somos una sociedad obsesionada como nunca antes con los «artefactos culturales del pasado inmediato».

La tesis de Reynolds (buscamos atrás porque adelante no hay nada) se sostiene si nos asomamos al cine que viene. Los biopics sobre estrellas del pop y el rock llegan en estampida. Hay al menos media docena en fase de producción para aprovechar el tirón de lo retro y la conmemoración.

Sin embargo, en los afanes por explotar el fulgor del pasado siempre debe tenerse en cuenta a un arcaico componente: los herederos. Los réditos financieros que se obtienen de los cadáveres notables son razón suficiente para la gresca legal y los biopics sobre las estrellas han de pactarse con los propietarios de los respectivos legados, siempre dispuestos a proteger el capital postmortuorio. La batalla casi nunca es fácil.

En las cuatro fotos de arriba aparecen, a la izquierda, dos venerados ídolos, Brian Wilson, fundador y alma de los Beach Boys, y Freddie Mercury, cantante de Queen. Al lado de cada uno están los actores —al menos eso consta como profesión en sus declaraciones de impuestos— que los interpretarán en sendas películas.

Love & Mercy, en fase de preproducción, contará el triunfo y posterior descenso a los infiernos de Wilson, que será interpretado por Paul Dano, el inolvidable adolescente nietzscheano de Pequeña Miss Sunshine (2006). La película, que tiene el beneplácito del músico —habría que precisar que de sus representales legales, porque el pobre es poco menos que un títere indefenso desde hace varias décadas—, será dirigida por Bill Pohlad, a quien le permite meterse en proyectos alocados su condición de hijo de milmillonario (el empresario Carl Pohlad, el 102º más rico de los EE UU). Casi nada ha trascendido del biopic, cuyo guionista es para temer lo peor: Oren Monervan, que escribió la indigesta I’m Not There, el aburridísmo caleidoscopio de 2007 sobre Bob Dylan y sus avatares.

Una lectura igualmente complaciente es de prever en la película, aún sin título, sobre Mercury, que tiene el visto bueno de Brian May y los demás miembros vivos de Queen y del agente y manejador de los altísimos intereses económicos postmortuorios, Jim Beach, residente en la fiscalmente plácida Suiza. El papel protagonista será para uno de los reyes del paroxismo, Sacha Baron Cohen, y la dirección para un primer espada, Stephen Frears, que lleva camino de conseguir retratar para la pantalla a todos los próceres británicos. Lo último que ha trascendido de la producción, retrasada una vez y otra por tiras y aflojas sobre la historia y el maquillaje de la historia, es que la película podría estrenarse en 2014.

Arriba, Jimi Hendrix (izquierda) y Andre Benjamin. Abajo, Marvin Gaye (izquierda) y  Jesse L. Martin

Arriba, Jimi Hendrix (izquierda) y Andre Benjamin. Abajo, Marvin Gaye (izquierda) y Jesse L. Martin

En el caso de Jimi Hendrix, el posible biopic es el cuento de nunca acabar y no precisamente por falta de interés de los cineastas, que siempre han considerado tentadoras la figura fogosa y la corta pero eléctrica vida del músico nacido hace 70 años y muerto prematuramente hace casi 44. Los herederos de Hendrix, agrupados en la empresa Experience Hendrix LLC un holding montado por varios miembros de la familia del músico para administrar sus regalías e imagen tras largas y vengativas batallas judiciales dentro del clan—, no tienen la intención de permitir nada que se parezca a una biografía filmada.

La intransigencia del holding, presidido por Janine Hendrix, medio hermana del guitarrista, es belicosa. La película All Is By My Side, estrenada este año, narra el tiempo de fama de Hendrix —interpretado por el rapero André Benjamín, alias André 300—, pero la negativa de los herederos la ha convertido en una burla: en todo el metraje no se escucha ni una sola canción del biografiado porque los productores no consiguieron permiso.

Ha habido otros intentos anteriores que chocaron con el mismo problema (ni una nota de cesión de derechos musicales). Los apoyaban estrellas como Lauren Fishburne, Eddy Murphy, Will Smith y Prince.

La CEO de Experience Hendrix LLC ha declarado a Variety: «Cuando se ruede la biografía en cine de Jimi Hendrix lo controlaremos todo desde el principio».

También se han montado fogosas peloteras entre familiares-herederos y productores con Sexual Healing, el esperado biopic sobre Marvin Gaye que dirigirá Julien Temple. El hijo de cantante, cabeza de los herederos de un millonario legado, vetó del proyecto al músico Lenny Kravitz por considerarlo inadecuado para interpretar al rey del soul caliente en el film, que narrará su etapa más dura, a finales de los años ochenta: cocaína, depresión y adicción al sexo. El papel de Gaye ha regresado a una de las primeras opciones, el mucho más correcto y académico actor Jesse L. Martin.

Desde la izquierda, Jeff Buckley, Badgley Penn y Carney Reeve

Desde la izquierda, Jeff Buckley, Penn Badgley y Reeve Carney

El último capítulo de la guerra eterna entre productores de cine y gestores de los derechos de imagen de ídolos musicales tiene que ver con Jeff Buckley, el cantautor de registro angelical fallecido por ahogamiento en 1997, a los 28 años. Varios proyectos de llevar su corta existencia a la pantalla han chocado una y otra vez con los deseos de control de la madre del artista, Mary Guibert.

De las tres producciones sobre Buckley, una terminada y dos en marcha, sólo una tiene el permiso de la progenitora, que ha anunciado su intención de acudir a los tribunales para denunciar a las otras. En Greetings From Tim Buckley (Daniel Algrant, 2012) el papel fue para el sex symbol televisivo Penn Badgley. Para intentar meterse en el ajo y competir, Guibert ha apostado por autorizar Mistery White Boy, donde el trágico músico será encarnado por Reeve Carney, también músico. La madre será guionista-consultora.

Ánxel Grove

Demasiado ‘money’ en Pink Floyd

Algunos de los discos de Pink Floyd

Algunos de los discos de Pink Floyd

Sobre un adecuado ritmo bluesy de  de 7/8, la canción alertaba: Money, so they say / is the root of all evil today (Dinero, eso dicen / Es la raíz de toda la maldad de hoy).

Money, una de las piezas más tarareadas en los locales de consumo masivo de cerveza del mundo, quizá no esté entre lo mejor de Pink Floyd, un grupo de indiscutible genio, pero la canción ha terminado por ser un perfecto telón de fondo para una de las mayores maquinarias mercantiles del pop contemporáneo.

Otro capítulo de la inagotable explotación financiera del catálogo musical de Pink Floyd comenzó esta semana con el inicio del escalonado lanzamiento de toda la discografía del grupo. Antes ejercieron una buena, por efectiva, campaña de mercado previa: el cerdo volador Algie sobre Londres; anuncios de escueto y misterioso contenido con el lema Why Pink Floyd?, ¿Por qué Pink Floyd?; entrevistas bien dosificadas con el archivero oficioso de la banda, el baterista Nick Mason.

El nuevo 'Algie' sobrevoló Londres hace unos días © EMI Music Group 2011. Photographer: Anna Weber.

El nuevo 'Algie' sobrevoló Londres hace unos días © EMI Music Group 2011. Foto: Anna Weber.

Pregunta inevitable: ¿no estaba ya al alcance de cualquiera la discografía de Pink Floyd?

La respuesta es sí y, además, a precio adecuado para los bolsillos fríos de estos tiempos miserables.

Casi todos los 14 álbumes en estudio del grupo, sus varias recopilaciones, discos en directo y antologías de rarezas están a la venta desde hace décadas en las series de precio medio (en España, donde los almacenistas toman al cliente por tonto, a entre 12 y 15 euros por pieza; en Europa, a la mitad).

Entonces, ¿a qué viene todo este ruido sobre el relanzamiento mundial de la obra completa de Pink Floyd?

Tres posibles explicaciones. Uno: los sucesivos juicios millonarios entre los músicos han dejado un poco tocados sus saldos y necesitan facturar algo de esa cosa tan perniciosa llamada money.

Dos: es la última oportunidad de sacar tajada del disco como soporte físico antes de que las descargas en formato digital lo manden al cementerio.

Tres: el éxito de la jugada está asegurado. Los fans de Pink Floyd son tan compulsos como los de los Beatles y no le harán ascos a nuevos productos.

"The Discovery Studio Album Box Set"

"The Discovery Studio Album Box Set"

Lo que se nos viene encima tiene varias fases. Ayer se pusieron a la venta ediciones remasterizadas de los catorces discos de estudio en una edición que llaman Discovery (unos 25 euros cada uno).

También lanzaron un cofre con todos juntos (a unos 200 euros con el gancho habitual de las fotos inéditas en el librillo añadido) y dos ediciones de The Dark Side of the Moon (1973): una titulada Experience (20 euros) con el disco original más la desastrosa primera presentación en directo en Londres y otra (Inmmersion, algo más de 100 euros) con seis álbumes donde hay demos y ensayos.

Entre noviembre y febrero repetirán la maniobra con los discos Wish You Were Here (1975) y The Wall (1979).

¿Sorpresas? Tratándose de uno de los grupos más venerados y, por ende, pirateados de la historia (este banco de datos es mareante en cantidad), casi ninguna. Ensayos, tomas y mezclas desechadas y poco más.

Para explotar el síndrome de los fanáticos se anuncian, por ejemplo, novedades tan absurdas como «efectos sonoros de la tripulación de la nave Apollo 17 comunicándose con la Tierra». Lo único que llama la atención es una colaboración inesperada del violinista francés de jazz Stéphane Grappelli en una versión, finalmente no editada, de Wish You Were Here.

Pink Floyd en 1968. Eran un quinteto. Desde la izquierda, Nick Mason, Syd Barrett, David Gilmour, Roger Waters y Richard Wright

Pink Floyd en 1968. Eran un quinteto. Desde la izquierda, Nick Mason, Syd Barrett, David Gilmour, Roger Waters y Richard Wright

El sonido de las cajas registradoras es una buena percha para colgar un somero y frívolo, Cotilleando a… uno de los grupos musicales más deslumbrantes de la historia, Pink Floyd:

1. Top sellers. De acuerdo con los datos de las empresas discográficas -no siempre ciertos: suelen tender a hincharlos-, Pink Floyd ha vendido más de 200 millones de copias de sus discos en todo el mundo. Por encima están los Beatles y Elvis Presley (600 millones cada uno), Michael Jackson (350),  Madonna (275) y Elton John (250). The Dark Side of the Moon es el tercer disco más vendido de todos los tiempos, con 45 millones de unidades. Los dos primeros son Thriller, de Michael Jackson (110 millones) y Back In Black, de AC/DC (49).

2. Millonarios. Según la lista de este año de las personas más ricas del negocio musical en el Reino Unido, publicada anualmente por The Sunday Times, la salud financiera de los tres propietarios de la marca Pink Floyd es bastante buena (aunque, al parecer, quieren más). Roger Waters aparece en el puesto 22º, con una fortuna personal de 120 millones de euros. David Gilmour, en el 25º, tiene 97 millones, y Nick Mason (41º), 50.

3. Especuladores esquilmados. En 1976, para intentar reducir su aportación a los impuestos públicos, Pink Floyd firmó un contrato con una asesoría financiera, Norton Warburg Group, que propuso invertir los activos del grupo en productos especulativos de alto riesgo. Los músicos aceptaron y salieron escaldados: los ingenieros financieros se quedaron con la pasta y dejaron a Pink Floyd con una enorme deuda con el fisco.

4. Grupo con perros. La perra afgana del vídeo anterior se llamaba Nobs. La grabación, de la primavera de 1972, es parte de la película Pink Floyd: Live at Pompeii (Adrian Maben). La canción, uno de los pocos blues puros de la discografía del grupo, había aparecido en origen en el álbum Meddle (1971) con el título de Seamus, el nombre del perro que cantaba en la pieza con David Gilmour en la vieja tradición de los bluesmen ciegos acompañados por los aullidos de sus lazarillos. A Seamus le había enseñado a cantar un colega del grupo, el gran Steve Marriott (1947-1991), líder de Small Faces y Humble Pie. Seamus tiene página própia en la Uncyclopedia, donde se le presenta como «el quinto miembro no oficial de Pink Floyd» y se asegura que dejó el grupo por «graves desavenencias» con el gruñón Roger Waters.

Pinkfloydia harveii

Pinkfloydia harveii

5. Araña pinkfloydiana. Dos científicos descubrieron este año un nuevo género de arañas en el occidente de Australia. Las bautizaron como Pinkflodya en honor a su grupo favorito. Los investigadores se llaman Dimitar Dimitrov y, lo juro, Gustavo Hormiga.

6. Sincronías. Los seguidores de Pink Floyd son de otra pasta: han diseccionado la obra del grupo con tanto fervor que han encontrado una supuesta sincronía temática y espiritual entre cada disco y una película. Algunas de las propuestas son de carcajada: Atom Heart Mother (1970) y Doctor Zhivago; Animals (1977) y Casablanca… La presunta sincronía que ha quemado más neuronas a los fans es la de The Dark Side of the Moon y El mago de Oz, conocida entre los enterados por The Dark Side of Oz. Hay quien sostiene que el grupo no dejaba de ver la película durante la grabación y que la música está plagada de claves semiocultas que conducen a la trama del filme. Un montaje de la película con el disco como banda sonora, aquí. La teoría de la sincronía, aquí.

Syd Barrett, durante y después

Syd Barrett, durante y después

7. El disparatado. De los cuatro fundadores de Pink Floyd (Gilmour llegó más tarde) el más dotado musical y literariamente -también el más atractivo y magnético- era Syd Barrett (1946-2006), The Madcap (El disparatado), a quien algunos consideran, no sin motivo, el único autor de letras de rock con un espíritu genuinamente británico. El primer disco del grupo, The Piper at the Gates of Dawn, sicodélico, planeante y arriesgado,es en realidad la obra de un solista, Barrett, a quien los demás simplemente acompañan. Desmedido y temerario (consumía un termo de té con LSD al día), apuntaba a estrella, grabó tres excelentes discos con su nombre, pero acabó frito, acurrucado en la casa paterna hasta su muerte por cáncer de pancreas. El grupo siguió considerándole su inspiración primaria y le dedicó el disco Wish You Were Here. La revista musical Mojo acaba de revelar que Barrett asistió a una de las sesiones de grabación, el 5 de junio de 1969 1975, invitado por Gilmour. Los asistentes dicen que estaba ido. «¿En qué parte toco la guitarra?», preguntó. Cuando los demás le hicieron escuchar algunas canciones y le pidieron su opinión, dijo: «Suena un poco viejo. Parece de Mary Poppins«.

Póster del festival "The 14 Hour Technicolour Dream"

Póster del festival "The 14 Hour Technicolour Dream"

8. Londres ácido. Pink Floyd fue uno de los primeros grupos ingleses en explorar los mundos paralelos provocados por los viajes lisérgicos. El 29 de abril de 1967 el grupo fue cabeza de cartel (tocaron a las 5 de la madrugada, mientras el sol nacía) en  The 14 Hour Technicolour Dream (El sueño en technicolor de 14 horas), un festival para recaudar fondos y apoyo para la revista contracultural  IT (International Times), cerrada por la Policía. El evento fue filmado en el documental Tonite Let’s All Make Love in London.

9. El invisible. El otro fundador de la banda fallecido (también por cáncer), el teclista Richard Wright (1943-2008) era a Pink Floyd lo que George Harrison a los Beatles, un tipo eclipsado por el brillo de Barrett y, después, por Waters y Gilmour. Wright, gran instrumentista, pasó los últimos años de su vida patroneando un lujoso yate en las Islas Vírgenes.

10. El más fiel. El único que ha estado en la brecha desde 1965 hasta ahora como miembro de Pink Floyd es Nick Mason. Vive con su segunda esposa en una mansión de Corsham que perteneció a Camilla Parker Bowles, tiene una compañía de compra venta de lujosos coches de coleccionista, pilota vehículos de carreras (completó las 24 horas de Le Mans), tripula un helicóptero y ha escrito un libro sobre su vida. Guarda todos los recortes de prensa, fotos y demás parafernalia que le envían los fans.

Ánxel Grove