Ni libre ni ocupado Ni libre ni ocupado

Elegido Mejor Blog 2006.Ya lo dijo Descartes: ¡Taxi!, luego existo...

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Ojos color ceniza

Desde la última quemadura en la tapicería del taxi decidí ser tajante en eso de prohibir fumar a mis clientes.

Sin embargo, mi curiosidad enfermiza me llevó a la siguiente excepción. Aquel hombre (cabello corto, castaño, camisa estampada, delgado, una sola ceja), tras montarse e indicarme su destino, me preguntó:

– ¿Puedo fumar?

– Claro que sí. El cenicero se encuentra en el centro, junto a sus pies – dije, excitado.

Aquel hombre no era famoso (es más, no le había visto en mi vida). Hice una excepción con él porque era ciego. Nunca antes había visto fumar a un ciego, lo cual siempre me había generado una serie de dudas: ¿Cómo calcularía la distancia entre la llama del mechero y el cigarro?. ¿Cómo podría atinar al echar la ceniza en el cenicero?. Y, lo más importante: ¿Cómo sabría en qué momento apagar el cigarrillo justo antes de alcanzar la boquilla, y sin quemarse?.

Así pues, impaciente ante tan soberbio espectáculo, ajusté el espejo hacia el rostro de aquel hombre sin disimulo (en este caso no me hizo falta disimular) y comencé a observarle:

Para encender el cigarrillo primero lo introdujo en su boca, con aire casual, y con la misma mano acarició su longitud hasta alcanzar la punta. Con ello ya había calculado la distancia, lo cual le llevó a acercar el mechero y encenderlo (tras retirar la otra mano, claro…) sin aparente dificultad.

Luego palpó el cenicero y, tras un par de movimientos ágiles, lo extrajo de su lugar para sostenerlo con la mano bien cerca del cigarrillo. Según esto, y para evitar que la ceniza se acumulara y pudiera desprenderse en un descuido, a cada calada corta acercaba el cigarrillo al cenicero y con el dedo índice lo sacudía mediante cortos y suaves impactos.

Y así continuó fumando hasta que llegó a tan esperado final: Afinando mucho la vista pude comprobar que, con uno de los dedos que sujetaban a modo de pinza la boquilla, el ciego podía notar el calor que desprendía; de hecho, su dedo índice se mantenía siempre más adelantado que el resto, a escasos milímetros de la zona prendida sin llegar nunca a tocarla. Esto le ayudó, al fin, a apagarlo en el momento preciso.

Tras todo aquel despliegue de virtudes táctiles me entraron unas ganas locas de soltar el volante y comenzar a aplaudir con entusiasmo.

Así pues, a partir de ahora, solo podrán fumar en mi taxi los invidentes. Pegaré en la ventanilla trasera un cartelito de «PROHIBIDO FUMAR» y debajo, en Braille, otro de «FUMA LO QUE QUIERAS»:

De hecho, mi próximo objetivo será comprobar cómo un ciego puede liarse un porro.