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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

Fabchannel. Conciertos por la patilla

Los que estéis un poco puestos en esto de Internet seguramente conozcáis desde tiempo atrás el tema del que voy a hablaros hoy. Yo debo reconocer que hace relativamente poco que lo descubrí. Se trata de una de las últimas grandes ideas de ese país pionero llamado Holanda, la web Fabchannel.com.

La iniciativa es bien sencilla. A través de su sencilla e intuitiva web (traducida al español desde hace apenas un mes), Fabchannel ofrece actuaciones en directo completamente gratuitas, en streaming y a una calidad más que digna. ¿Dónde está entonces el secreto? ¿De dónde obtiene Fabchannel los beneficios? Pues básicamente de la misma fuente de donde los percibe un diario como 20 Minutos: de la publicidad. Fabchannel cuenta además con servicios de sponsorización, así como de acuerdos con discográficas, que le posibilitan tener una economía saneada. El más reciente de estos acuerdos ha tenido lugar con la multinacional Universal, y ha posibilitado que una buena parte de los artistas del sello cuenten con un concierto colgado en la web de Fabchannel, al alcance de un par de clics de cualquier que se deje caer por allí.

Bajo estas premisas, Fabchannel ha conseguido reunir el catálogo de conciertos online más extenso de toda la Red. Casi 1000 actuaciones en directo para todos los gustos, con una especial atención a las bandas noveles, pero sin desdeñar a los grupos masivos. Una idea brillante que surgió en 2000 de la cabeza de Justin Kniest, y que incluso ha conseguido el apoyo de la administración: en noviembre del año pasado, el Ayuntamiento de Amsterdam se involucró en el proyecto y se hizo con el 25% de las acciones del grupo. ¿Imagináis algo similar en nuestro país? Sólo pensarlo da risa. O pena. O ambas.

Diez años y una zanahoria

Ayer tuve la ocasión de ver el nuevo documental de Standstill, Diez años y una zanahoria, en el que repasan su década de existencia como banda. Los que me conocéis, sabéis de mi especial predilección por este grupo catalán desde los tiempos de aquel lejano y furioso Ionic spell hasta el reciente y sublime Vivalaguerra. Por eso llevaba tiempo esperando a que cayera en mis manos el DVD (publicado hace un par de semanas), para después contároslo a vosotros con conocimiento de causa.

Lo primero que llama la atención de un trabajo tan mimado como Diez años y una zanahoria son sus protagonistas. No, no me refiero a los miembros del grupo, que también, sino a sus madres. Ellas son las narradoras principales a lo largo de los 80 minutos de documental. Y es que quién mejor que una madre para contar los anhelos, frustraciones, vaivenes y traspiés de un hijo.

Muchos sabemos lo duro que es sacar adelante una banda (aunque algunos ni siquiera se pueden hacer a la idea). En el caso de un grupo de hardcore punk como eran Standstill en sus inicios, la cosa se presenta aún más compleja. Esa lucha constante por salir adelante tras la elección de un camino tan incierto y escarpado como la música planea sobre todo el documental. Constantes reinvenciones, incursiones en el mundo del teatro, instrospección, experimentación, abandono del inglés y paso al español, giros estilísticos… Búsqueda del camino a seguir, pero sin detenerse ni un instante. Y nostalgia, madurez y crecimiento personal. Porque no se vive, ni se siente, ni se toca igual a los 30 que a los 20 años.

Un trabajo bien construído, pese a contar con un presupuesto ajustado, y ante todo, un relato emocionante y poético sobre la juventud y el inconformismo vital. Sobre los sueños y los frutos de trabajar y luchar por lo que crees. Una retrospectiva altamente recomendable de una de las bandas más grande que ha dado este país en muchos años. Enormes.

Subterfuge cumple 20 años

La gente de Subterfuge está estos días de enhorabuena. 20 añazos, 20, cumple uno de los sellos de referencia del panorama independiente español. Felicidades.

No se puede tener más que palabras de alabanza para un sello que comenzó desde lo más bajo. Subterfuge nació en 1988 de la mano de un estudiante de Historia del Arte, Carlos Galán, en forma de fanzine. Una publicación que venía acompañada de un cd con temas maqueteros de grupos amigos. Poco a poco, la aventura se convirtió en un trabajo a jornada completa. El fanzine se transformó en sello discográfico y comenzó a publicar sus primeras referencias, con nombres como Australian Blonde (que consiguieron vender 15.000 copias de Pizza Pop), Sexy Sadie, Manta Ray o Killer Barbies.

En 1997 llegó Devil came to me. Y con él, el salto a la primera línea del indie patrio: Dover vendió la friolera de 800.000 copias de su segundo trabajo (en una paradoja del destino, la misma cifra en pesetas que les había costado grabarlo), y ya nada volvió a ser lo mismo. El disco supuso una especie de versión patria (y a menor escala) de lo que se había producido tres años antes en EE UU con el éxito del Smash de Offsring en la independiente Epitaph de Brett Gurewitz: el éxito masivo de Dover convirtió a Subterfuge en el sello de moda, y vino a demostrar que es posible hacerse grande, muy grande, desde la independencia. Con la inestimable ayuda de un spot televisivo, Dover consiguió convertir el tema que daba nombre al disco en la canción del verano y ser tarareada hasta por bakalas y chonis. Todo un logro histórico, teniendo en cuenta el país en que vivimos. Y como era de esperar, el grupo de Majadahonda dio el salto a una multinacional para publicar su tercer trabajo.

Nada de ello perturbó el espíritu del sello madrileño. Desde su estricta independencia (aliviada, eso sí, por los suculentos dividendos aportados por la banda de las hermanas Llanos), el sello siguió en su línea, publicando cómics y revistas, produciendo cortometrajes y vídeos, organizando sus singulares Stereoparties. Y sobre todo, manteniendo intacto su olfato para publicar discos: Marlango, Najwajean, Humbert Humbert, Mastretta

Hoy, y pese a que reconocer que la mayoría de lanzamientos recientes de Subterfuge no son santo de mi devoción, es un día para felicitar a un sello clave de nuestra música. Bravo. Y que dure.

Swing contra la crisis

Volvamos la vista atrás, unos setenta años, y trasladémonos a un clandestino club de la América de la Gran Depresión. El ambiente está cargado. El sudor y el humo se pueden cortar con tijeras. Sólo una preocupación planea sobre la pista de baile: pasarlo bien, desfogarse, darlo todo en el parquet. El resto: los agobios, las penurias y las calamidades de la crisis posterior al crack del 29 se han dejado en la puerta, junto al sombrero. Ahora toca disfrutar. Que suene el swing.

De vuelta en el siglo XXI, la palabra crisis está casi tan presente como entonces. Y aunque los peces gordos de Wall Street aún no se arrojan por las ventanas de sus lujosos despachos del downtown neoyorquino, la música vuelve a perfilarse como el mejor bálsamo contra la acuciante situación económica y cualquier otro contratiempo. Como siempre.

Royal Crown Revue vienen de Los Angeles. Formados hace casi 20 años, la suya es la historia de una de esas bandas que encabezan todo un revival, el llamado neoswing. Puede que a muchos no les suenen nombres como Cherry Poppin Daddies, The Atomic Fireballs, Big Bad Voodoo Daddy o The Brian Setzer Orchestra (la banda del líder de los Stray Cats), pero durante unos años de la década de los 90, fueron los encargados de volver a poner de moda un género mágico y energético como pocos.

Y es que, amigos, si algunos de ustedes puede escuchar Barflies at the beach, Something’s Gotta Give, o Hey, Pachuco! (que puso banda sonora a La Máscara) sin mover las caderas, chasquear los dedos o -en el caso de los más tímidos- dejar escapar un leve movimiento de pies bajo la mesa, es que tienen horchata en las venas, y no sangre. Hagan la prueba. Si el cuerpo no responde, la cura pasa por acudir a cualquiera de los conciertos que ofrecerán a lo largo de esta semana por España. Mañana estarán en Madrid (Caracol), el miércoles en Alicante (Stéreo), el jueves en Valencia (Wha Wha), el viernes en Barcelona (Razzmatazz 3) y el sábado en Vitoria (Helldorado). Para no perdérselo.

Cierra La Riviera

Lo que faltaba. Teníamos pocas salas de conciertos en Madrid y cierran una de las más activas, La Riviera. La cosa no acaba ahí. El consistorio ha echado el cierre también a discotecas como el Moma (José Abascal), el But (Barceló), y una de las salas con mejor sonido de la ciudad (aunque con una programación muy alejada del rock), el Macumba, ubicado en la estación de Chamartín. Se rumorea además que locales como el Dink (en Malasaña), el Archy (Marqués de Riscal), el Déjate Besar (Hermanos Bécquer) y otros muchos pueden ser los siguientes en caer. Estás que te sales, Gállar.

Como podéis leer en la noticia, el cierre de La Riviera obedece a las reiteradas denuncias por falta de licencias, ruidos, ampliación de horarios o venta de alcohol a menores. Pero como también sabréis, todo ello coincide con el triste suceso del Balcón de Rosales y la posterior alarma social entre la opinión pública, lo que sin duda no ha hecho más que acelerar un proceso que, por dejadez o pura conveniencia, se venía demorando desde hace años. Ahora, y para que parezca que se actúa con celeridad y contundencia desde el Ayuntamiento, se coge y se hace todo a capón, sin tener en cuenta a los perjudicados. Los más inmediatos, los que tenían programados conciertos para este fin de semana: Sidonie, que trasladan su concierto de esta noche a la discoteca Joy Eslava (a la misma hora), y Stereolab, que se lo llevan el domingo a la mítica -pero mucho más pequeña- Sala Sol, lo que ha obligado a que ya no se vendan más entradas.

Por mi parte, seré plenamente sincero: me es bastante indiferente que se cierren discotecas. Las hay a pares y apenas las frecuento. Pero el problema que Madrid tiene con las salas de conciertos -que ya viene de largo- raya lo vergonzante y es impropio de una ciudad de más de tres millones de habitantes. Tras los cierres de Canciller, hace ya unos años, el derribo de Aqualung y el fulminante cierre de hoy de La Riviera, prácticamente nos hemos quedado sin salas de aforo medio, aquellas en las que caben entre mil y dos mil personas. Y yo me pregunto, si el cierre de La Riviera se prolonga, ¿dónde van a tocar los grupos que se encuentran a medio camino entre la sala Heineken (800 personas) y el Rockódromo (12.000 personas)?. Porque son unos cuantos, y arrastran a un público más que numeroso. Basta echar la vista atrás para ver la cantidad de conciertos que ha programado La Riviera durante el último año, colgando el cartel de «no hay entradas» con una asiduidad pasmosa.

Los problemas de licencias que puedan tener las salas no son de la incumbencia de los que amamos la música. Si hay motivos legales y de seguridad de auténtico peso para cerrarlas, que las cierren. Pero alguien tendrá que poner de su parte y promover que otras puedan ocupar su lugar con todas las garantías. Porque es un atentado cultural que una ciudad como ésta no apueste más que por los conciertos multitudinarios. Y es que, señores del Ayuntamiento, necesitamos mucho más que Rock in Rio para poder presumir de tener una ciudad en condiciones.

Hoy Madrid es un poco más gris.

Tú, tu guitarra y Youtube

Me encanta Youtube. No sólo por la ingente cantidad de vídeos chorras que te puedes encontrar (que también), sino porque a menudo resulta una inmejorable herramienta didáctica para los músicos aficionados, como yo.

Si existe un fenómeno que se repite a lo largo y ancho del planeta entre los aprendices de guitarristas, tanto en sus primeros años de práctica como a lo largo de toda su vida como músico, ese es el placer de tocar versiones. Hace no mucho nos teníamos que conformar con poner la cinta, darle al play e intentar sacar las canciones como buenamente pudiéramos. Eso, o llamar al típico amiguete listillo y hábil con las seis cuerdas para que nos enseñase los acordes del temita de marras. Pero eso se acabó. Con Youtube, basta con introducir el nombre de la canción, ponerle detrás «cover» y… plas. Decenas de frikis anónimos desfilan ante webcams cutrongas, armados con una guitarra y mucho desparpajo, dispuestos a mostrarnos amablemente las notas correctas de casi cualquier canción que se nos ocurra. Bravo.

He aquí tres de mis vídeos preferidos:

1. Este vídeo me gusta especialmente, por ser uno de los temas que tocaba en mi primer grupo, con apenas 14 años. El papá metalero toca, todo serio, «Walk», de Pantera, con sus hijos pululando por la habitación. El tema original suena de fondo a toda tralla. Rudo y entrañable al mismo tiempo:

2. Un simpático chaval sentado en un rincón hace una original versión de «Everything in its right place», de Radiohead. Se le escapa algún gallete, pero bien es cierto que emular a Thom Yorke nunca fue fácil. Hay que decir (para quien no lo conozca) que el tema es cien por cien electrónico, lo que confiere a este versión acústica un plus de originalidad. Y lo más importante en estas cosas, destila feeling:

3. Y por último, no se me ocurre nada mejor que una de los más grandes. Un anónimo chino se marca una versión de traca de «Michelle», de los Beatles. Tocada y cantada más que bien. Impecable.

¿Qué versiones curiosas habéis visto en Youtube? ¿Habéis subido alguna vez un vídeo vuestro tocando, o conocéis a alguien que lo haya hecho? Cuenten, cuenten…

Mis cintas

Ahí están. Todas juntitas. Caóticamente desordenadas. Resistiendo al paso del tiempo y a la innegable necesidad de espacio en mi apartamento de 35 metros cuadrados. No, no las voy a tirar. Ni siquiera voy a guardarlas en una caja para que mi padre se las lleve a lo más profundo del trastero de la casa de la sierra. Me gusta verlas así, unas sobre otras encima de la colapsada estantería del Ikea. Como si aún ocupasen un lugar importante en mi vida. Como si todavía siguiese invirtiendo un largo rato en decorarlas con rotuladores de colores. Como si mañana mismo fuera a llevarme una en el walkman y a rebobinarla en el autobús con el boli bic para no gastar pilas. Como si aún grabase en ellas montones de «varios» para aquellos inseparables amigos de barrio y esos primeros amores. Como si siguiera teniendo catorce, quince, dieciséis años y nada hubiera cambiado. Porque en el fondo, poco ha cambiado. Tan solo los kilómetros recorridos. Los mismos que se acumulan en cada una de mis cintas: 90 magnéticos metros en cada 60 minutos de música eterna.

Quizá sea el único al que le puede la nostalgia.


Ilustración de María Gil.


¡Qué grata sorpresa!

Hoy quiero hablaros de una interesante iniciativa puesta en marcha por Sinnamon Records. Bajo el nombre ¡Qué grata sorpresa!, el sello catalán ha lanzado un blog con el que pretende dar a concer algunas de las bandas noveles más prometedoras de la escena española actual, aquellas de las que han venido recibiendo maquetas últimamente.

En el primer recopilatorio, subido al blog en forma de player hace un par de días, encontramos toda una amalgama de estilos. Desde el desconcertante rock de las catalanas Tu madre hasta el más convencional pop de Bipolar, pasando por la experimentación marciana de QA’A (así, de primeras, de lo que más me ha gustado), el electro-pop de Cof Cof, el folk de Hola a todo el mundo (en la imagen) o el house al más puro estilo Daft Punk de Sidechains. Un total de quince grupos seleccionados de entre los 24 que previamente fueron reseñados en sendos post.

Debo decir que, salvo Hola a todo el mundo y Tu madre, apenas conocía al resto de bandas. Los primeros han gozado de cierta repercusión en los círculos del indie madrileño. De los segundos recibí en su día un curioso mini cd que llamó mi atención (es difícil no hacerlo con ese formato, ese nombre y estrofas como «Es prematuro que me comas el culo. Ponerse a comer quicos cuando aún no tienes dientes”, y joyas por el estilo).

Este tipo de iniciativas siempre son bienvenidas. Sobre todo, porque es más que probable que los grupos obtengan una mayor repercusión gracias al apoyo logístico de un sello como Sinnamon. Además, al tratarse de algo totalmente gratuito, el sello sale beneficiado por partida triple: echan una mano a los grupos sin que les cueste un duro, cuidan un poco la cantera de este país (que falta hace) y los medios hablamos mucho y bien de todo ello. Puestos a pedir, cabría esperar que la idea culminase en la edición de un recopilatorio en formato físico con las bandas seleccionadas.

Por último, y teniendo en cuenta la cantidad de maquetas que reciben a diario la mayoría de sellos (y que acaban en la basura en buen número de ocasiones), parece obvio que Internet es una plataforma perfecta para dar salida a las más interesantes. Por parte del oyente, no cabe duda de que es una forma de conocer nuevas bandas a través de un sello acorde con sus gustos. Y puestos a pensar en ese futuro tan aciago que tienen por delante las discográficas, se podría vaticinar que el mañana pasa para ellas por ideas tan imaginativas como ¡Qué grata sorpresa!, además de por la diversificación, ya sea en agencias de management, promotoras de conciertos y festivales (algo de lo que Sinnamon sabe un rato), o en cualquier otra actividad relacionada con el artista de manera más directa que simplemente editando, distribuyendo y promocionando sus discos.

Aretha Franklin, la más grande

Sí, es cierto. Aretha ha ganado tantos kilos en el aspecto físico como en el económico. Pero el titular no se refiere a su ardua lucha contra la obesidad, sino a su música. Aretha Franklin es la mejor. La más grande. Al menos así lo piensan los 179 músicos, productores, editores de la revista Rolling Stone y otra gente relacionada con la industria de la música, como James Hetfield o Keith Richards, que la han votado como la mejor voz de la historia del rock (hace meses ya se impuso en otra lista como la reina del soul). Ahí queda eso.

Los diez primeros puestos de la lista (que tiene 100 nombres y se hará pública el próximo viernes), han quedado de la siguiente manera:

1. Aretha Franklin.

2. Ray Charles.

3. Elvis Presley.

4. Sam Cooke.

5. John Lennon.

6. Marvin Gaye.

7. Bob Dylan.

8. Otis Redding.

9. Stevie Wonder.

10. James Brown.

Más allá de que pueda patinar un poco el calificativo de rock para algunos de estos grandes artistas (como la propia Franklin), queda claro que a la gente de publicaciones como Rolling Stone siempre les encantó esto de las listas. En una especie de afán por jerarquizar y clasificar todo lo habido y por haber, cada dos por tres sacan un ranking basado en la opinión de los sabidillos de turno: los mejores discos de la historia, los mejores de lo que va de siglo XXI, los mejores solos de guitarra, los mejores videojuegos de rock and roll (esta última en la portada de su web ahora mismo)… Y aunque no alcanzan ni de lejos el grado de frivolidad y tontuna editorial del NME y sus famosas listas de los personajes más cool del año, uno coge y se pregunta ¿para qué? ¿de qué sirven estas listas? ¿Es mejor ahora la señorita Franklin que hace un mes? ¿Canta mejor Bob Dylan de lo que lo hacía James Brown? ¿Es realmente necesario situar unas obras maestras o artistas por encima del resto?

Lo cierto es que el rock siempre se situó en el polo opuesto de todo este tipo de chorradas, pensadas exclusivamente para vender más revistas (lo cual es perfectamente lícito, oigan). Pero como eso ya lo sabemos todos, os animo a participar en un bonito e inútil sondeo musicosociológico gratuito opinando sobre ésta lista. Qué le falta, qué le sobra. Si es un documento interesante o una auténtica soplapollez. Vuestro criterio me interesa tanto como el de Hetfield y Richards. O más.

Division of Laura Lee

Hoy en día resula extremadamente complejo innovar. No me refiero ya en lo puramente musical (eso nunca fue sencillo), sino en la forma en la que un grupo decide lanzar un álbum y, sobre todo, en la manera que tiene de promocionarlo para intentar captar la atención del oyente potencial. Y es que hay tantas revelaciones, tantos hypes inflados por el NME y sucedáneos, tantas bandas en cuyas notas de prensa se les vende como la gran sensación de la Red, que en ocasiones poco de ello convence al que, con cierto criterio y ojo crítico, busca algo nuevo, diferente y verdaderamente auténtico entre el aluvión de novedades discográficas.

Por todo ello (y por muchas otras cosas), hoy quiero hablaros de un grupo que, además de poseer un sonido propio poderoso y adictivo, ha sabido encontrar una nueva forma de dar cancha a su último trabajo, utilizando Internet de una manera ciertamente original y generando en sus seguidores (que en España no son demasiados, todo sea dicho) una expectación que, tal y como está el patio, no es nada fácil despertar.

Division of Laura Lee provienen de la pequeña localidad sueca de Vänersborg, un enclave de apenas 30.000 habitantes a unos 100 kilómetros de Goteburgo, al sur del país. No hablamos de unos debutantes. Activos desde 1997, acaban de publicar su quinto disco, Violence is Timeless, para el que han ideado un curioso sistema: desde el 1 de agosto, cuatro meses meses antes del lanzamiento del álbum, fueron colgando semanalmente en su web el videoclip de cada uno de los temas, todos ellos realizados por directores distintos y haciendo uso de un presupuesto ajustado (lo que agudiza el ingenio, ya sabéis).

La fecha de salida del disco ha llegado, y en la web de Violence is Timeless se puede apreciar el resultado: diez videoclips, diez, para cuyo visionado sólo hace falta bajar un poco la ruedecita y darle al play. Bravo.

Si detrás de esta original idea no hubiera mucho más, la cosa tendría poca miga. Pero el hecho es que estamos hablando de una banda enormemente especial. De esas con canciones que significan mucho para uno. De esas que a veces te alegras de que no sean pasto de las masas, pues así parecen un poco más tuyas. Pero también de esas que, por trayectoria y personalidad, merecen unas líneas de atención en blogs como éste. Porque aunque lo más probable es que continúen en el más absoluto de los olvidos, puede que dentro de unos meses sean la sensación del planeta y todo el mundo hable de ellos…

Con todo, lo más seguro es que Division of Laura Lee se mantengan en una tercera fila, muy lejos de la popularidad de paisanos suyos com The Hives o Mando Diao, e incluso a un buen trecho de compañeros de escena como The (International) Noise Conspiracy. Eso no impedirá que algunos sigamos disfrutando con ese sonido tan suyo, a medio camino entre la energía chulesca garagera y la oscuridad post-punk, tanto lírica como sonora. Y de esos riffs sucios y furiosos que los hacen inconfundibles.

Division of Laura Lee: «Central Park»