Mi hijo tiene un bulto en el cuello: ¿será un ganglio?

Fuente: Freepik!

Todos conocemos a alguien que ha sufrido alguna enfermedad grave y que su manifestación inicial fue un bulto o un tumor palpable por encima de la piel. Incluso a mucho os suena que las leucemias o los linfomas, los cánceres más frecuentes de la sangre, pueden dar lugar a ganglios, en general muchos, allí donde no deberían estar.

Es cierto que esta relación entre «bulto – ganglio – enfermedad grave» existe, pero, la verdad, al menos en pediatría, es poco probable. Sin embargo, no es raro que a la consulta del pediatra acudan padres preocupados porque han notado un bulto en el cuello a sus hijos (o en otra localización) y, aun creyendo que es un ganglio, piensen que puede ser por algo malo.

En este post os contamos qué es un ganglio, para que sirven y cuando nos preocupan realmente a los pediatras.

¿Qué son los ganglios?

Como decíamos, la mayoría de consultas que empiezan por «le he notado un bulto a mi hijo en el cuello» acaban (casi) siempre con el diagnóstico de que se trata de un ganglio normal al que no hay que hacer nada. Pero antes de explicaros qué ganglios sí que nos preocupan, parece razonable que es os contemos qué es un ganglio, de los normales.

El sistema inmunológico del cuerpo humano esta formado por diferentes órganos, como por ejemplo, el hígado, el bazo, la propia sangre o los consabidos ganglios, a los cueles los médicos les ponemos el apellido de linfáticos. El objetivo del sistema inmunológico es defendernos de una agresión eterna, entre las que incluimos las infecciones, y por tanto, todo órgano que contenga células que nos defiende de estas agresiones forma parte del sistema inmunológico.

Como decíamos, los ganglios linfáticos son parte de este sistema inmunológico y en ellos residen los linfocitos, células de este siete que nos defienden de las infecciones y otras enfermedades. Por poner un metáfora, serían como los cuarteles de un ejército que están distribuidos a lo largo del territorio que tienen que defender, en este caso, nuestro cuerpo.

Podemos encontrar ganglios por todo el cuerpo humano, aunque si que es verdad que suelen localizarse allí donde los linfocitos son más necesarios, como por ejemplo alrededor del cuello, pero también cerca de los intestinos, aunque estos no los podemos palpar desde fuera.

En la mayoría de las ocasiones y localizaciones, los ganglios no son palpables, ya que, volviendo a la metáfora, es como si los cuarteles del ejército estuvieran en reposo, ya que el territorio a defender está tranquilo.

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¿Y por qué aumentan de tamaño?

Pero claro, si existe un ejército repartido por nuestro cuerpo, será por algo, ¿no?

¿Y qué pasa cuando hay una guerra, en este caso una infección o un proceso inflamatorio? Pues que los cuarteles de los ejércitos se hacen más grandes para poder hacer frente a la amenaza exterior.

Pues esto es lo que ocurre cuando un ganglio aumenta de tamaño, ya que, en general, suele ser debido a que nuestros hijos están pasando una infección y por eso se han hecho más grandes, en general por un viriasis. En otras ocasiones pueden aumentar de tamaño cuando también se requiere la acción de los linfocitos del sistema inmunológico, como es el caso de en las heridas, en las cuales los leucocitos ayudan a reparan la piel rota, o, por ejemplo, en el caso de la reacción inflamatoria local que generan las picaduras.

Estos ganglios palpables y que están aumentados de tamaño es lo que en lenguaje médico llamados adenopatías.

En general, la localización más frecuente en la que detectamos ganglios aumentado de tamaño, pero que no revisten gravedad, es decir, se deben a enfermedades banales, son en el cuello, sobre todo por debajo de la mandíbula, y en la parte trasera, habitualmente sobre los músculos que están los lados de la columna vertebral y cerca de su inserción en la cabeza. La segunda localización más frecuente y que tampoco suele asociarse a ninguna enfermedad es a nivel inguinal.

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¿Cuándo me debo preocupar?

En cualquier caso, y aunque en la mayoría de las ocasiones la aparición de un o varios ganglios no reviste gravedad, sí que existen enfermedades que entre sus síntomas pueden dar lugar a adenopatías. Por fortuna, el tamaño, la localización y las características de los ganglios patológicos son diferentes de los que son buenos, por lo que el pediatra siempre estará atento a los signos de alarma cuando explora a un niño con ganglios para descartar esas enfermedades graves de las que hablábamos al principio.

En el caso de que se detecten ganglios con alguna de las siguientes características debes consultar con el pediatra:

  • Cuando observamos un ganglio con un tamaño mayor de 1 cm.
  • Cuando el ganglio está localizado justo por encima de la clavícula o detrás de las rodillas.
  • Si los ganglios son duros o no se mueven al palparlos.
  • Si algún ganglio, esté en la localización que esté, aumenta rápidamente de tamaño, sobre todo si al tocarlo el niño presenta dolor o la zona de piel que tiene alrededor está roja.
  • Si el niño, además, asocia cansancio, perdida de peso, mala coloración de piel o un apetito claramente disminuido.
  • Si los ganglios permanecen más de 3 o 4 semanas.

Aunque en muchos de los casos antes mencionados la posibilidad de que sean ganglios reactivos, es decir de los buenos, sigue siendo posible, en estos casos el pediatra suele realizar algún tipo de analítica para descartar que sean signo de una enfermedad grave y, en otras, que se trate de algún tipo de infección que cursa con la salida de ganglios en múltiples localizaciones, como la mononucleosis o enfermedad del beso.

¿Y si no desaparecen?

Una vez que los ganglios aumentan de tamaño y la causa por la que aumentaron ya no está presente o se ha descartado una enfermedad grave, suelen volver a su tamaño original, pero al cabo de varias semanas o incluso de meses. Es decir, los cuarteles no se vacían de soldados de un día para otro.

Esto suele generar mucha ansiedad en los padres, ya que esperan que los ganglios desaparezcan en un corto periodo de tiempo. Sin embargo, puede darse la circunstancia de que persistan varios meses sin que realmente haya una enfermedad subyacente que nos preocupe. En estos casos, el seguimiento por parte del pediatra es fundamental para que con la observación clínica pueda discernir si aparece alguno de los signos de alarma que antes mencionábamos.


En resumen, la aparición de ganglios en lugares típicos y sin signos de alarma es algo habitual en pediatría y, con el paso del tiempo, suelen desaparecer sin que estos se asocien a una enfermedad grave subyacente. La aparición de esos signos de alarma es motivo para pedir cita con el pediatra.

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