
Fuente: Dos Pediatras en Casa
Las vacunas son uno de los mayores avances de la medicina. Gracias a ellas se han evitado millones de muertes, además de muchas secuelas de enfermedades como la viruela, el sarampión o la meningitis, por mencionar solo algunas de ellas. Actualmente, la Asociación Española de Pediatría recomienda la vacunación sistemática contra 17 enfermedades bajo un esquema de vacunación que se concreta en un calendario en el que el niño recibe las diferentes vacunas durante la infancia para que al llegar a la adolescencia esté inmunizado completamente. Además, debido a la alta eficacia para prevenir enfermedades, hay en marcha múltiples estudios para desarrollar nuevas vacunas, como por ejemplo contra el virus respiratorio sincitial.
Todas las vacunas tiene un perfil de seguridad muy bueno, donde los efectos secundarios graves son prácticamente inexistentes, ya que lo que el balance riesgo beneficio está muy a favor del beneficio, tanto individual como colectivo (sí, vacunar a un niño es también proteger a los demás). Y entre los efectos secundarios leves, los más frecuentes son la fiebre y el dolor en el brazo tras el pinchazo, nada que no se resuelva con un analgésico o un antipirético.
Lo que es casi inevitable es que un niño pequeño llore cuando se le pone una vacuna, los más pequeños por el dolor agudo del pinchazo, pero también por el miedo al propio pinchazo cuando se hacen más mayores. Y aunque nuestras magníficas compañeras, las enfermeras de pediatría, lo hacen con el máximo cuidado y cariño, alguna lagrimilla es irremediable que aparezca. En este post os damos consejos para que, en la medida de lo posible, el acto de administrar una vacuna sea lo más llevadero para vuestros hijos.
Niños menores de 6 meses
Las primeras vacunas que recibe un niño suelen ser administradas a los 2 meses de vida. Durante esta etapa, el desarrollo neurológico del niño no le permite anticipar lo que va a ocurrir, por lo que si llora al adminístrale una vacuna es porque siente el dolor del pinchazo. Y aunque las vacunas duelen, al fin y al cabo para administrarlas se necesita de una aguja que atraviesa la piel y llega hasta el músculo, existen estrategias para minimizar ese dolor que siente el niño. De hecho, en cualquier exploración o técnica que realicemos a un paciente que implique dolor deberíamos intentar minimizar al máximo esa experiencia desagradable.
Desde hace tiempo se sabe que los niños pequeños cuando succionan segregan endorfinas, una sustancia que produce en nuestro cerebro una sensación de bienestar, además de tener efecto analgésico. Es lo que se conoce como succión no nutritiva. Por ello, puede resultar muy útil que los niños de esta edad mientras se vacunan realicen una toma de lactancia materna en el caso de que estén tomando el pecho (a esta técnica se la conoce como tetanalgesia) o que succionen un chupete durante el pinchazo.
Además, debido a que con esta edad su entorno de confianza son los brazos de su padre o de su madre, deberíamos intentar vacunarles mientras son ellos quien les sujetan en la posición más cómoda posible. Recordad que mientras los niños son pequeños, las vacunas se administran en los muslos, por lo que tampoco es necesario desvestirles enteros, sería suficiente con dejarles las piernas al aire, cosa que va a contribuir a que no tengan frío y así disminuyamos la sensación ya de por sí desagradable del propio pinchazo.
De los 6 meses hasta los 3 años
A partir de los 6 meses de vida, los niños son mucho más conscientes de su entorno y aparece lo que se conoce como ansiedad de separación, es decir, que el niño proteste cuando sus padres no están cerca o cuando les coge en brazos un extraño. Esto hace que durante los siguientes meses, hasta que el niño es capaz de comprender ciertas cosas, las visitas al pediatra sean un festival de llantos y gritos.
A esto habría que sumarle que el niño empieza a tener memoria a largo plazo, por lo que es habitual que ya desde el mismo momento en el que pisa el Centro de Salud empiece con la llantina al recordar que allí fue donde le hicieron daño en otras ocasiones. Además, durante esta época de la vida es muy difícil razonar con ellos, por lo que por muchas explicaciones que les demos, va a ser muy difícil que no lloren durante la administración de una vacuna.
De todas formas, al igual que sucede con los lactantes más pequeños, podemos intentar minimizar lo desagradable de esta experiencia. De nuevo, la succión no nutritiva en los más pequeños y que permanezcan en brazos de sus padres debería ser el protocolo habitual. A esto podemos añadir que traigan de casa algún juguete u objeto de apego que al niño le guste, por ejemplo un doudou o una gasa con la que acostumbra a calmarse.
A partir de los 3 años y hasta los 6-7 años
Alcanzada cierta edad, además del dolor propio del pinchazo, los niños experimentan miedo anticipatorio cuando saben que se van a enfrentar a una situación dolorosa. Esto es, ni más ni menos, que ansiedad, lo que potencia todavía más que los niños lloren incluso antes de la administración de las vacunas. Por ello, los esfuerzos en esta edad deben ir encaminados a disminuir el dolor, pero también a calmar la ansiedad y el miedo.
En muchos niños será útil decirles que van a ir a ver a la enfermera a que les ponga una vacuna, que va a ser un pinchazito como cuando les pica un mosquito o como si les dieran un pellizco, ya que conocer qué van les va a pasar puede resultar suficiente para disminuir la ansiedad del procedimiento. Por supuesto, todo ello acompañado de explicaciones y mimos por parte de papá o mamá, para que empiecen a entender que si les vacunamos es por su bien y por el de los demás y no para hacerles daño. También se pueden inventar historias como que a los niños se les pone una vacuna con superpoderes para luchar contra los microbios, ya que esto refuerzan la imagen positiva de las vacunas, u ofrecerles una recompensa tras la vacuna, como ese juguete que os piden todo el rato o una actividad en familia que no soléis hacer, pero que sabéis que les gusta mucho.
En otros niños, puede que anticiparles que van a acudir a ponerles una vacuna genere más ansiedad, pero lo que está claro es que a los niños no debemos mentirles diciéndoles que no les van a pinchar o que estáis yendo a otro sitio, ya que, aunque esto evite la ansiedad propia del procedimiento, al final se va a traducir en una perdida de confianza hacia vosotros por haberlos mentido, y al fin y al cabo, nosotros somos las personas en las que más confían nuestros hijos por lo que debemos ser sinceros ante lo que les va a ocurrir para mantener esa confianza.
Durante el propio procedimiento, ya que en esta edad la negociación sí que puede resultar útil, deberíamos consultarles si quieren que les pongamos la vacuna sentados en la camilla o en brazos de los padres. Además, alguna maniobra de distracción, como decirles que miren para otro lado o que soplen muy fuerte mientras les pinchamos, puede resultar eficaz.
Así mismo, aplicar algo de frío sobre el brazo en el que van a recibir el pinchazo (se puede hacer con las típicas placas de plástico que tenemos en el congelador para las neveras portátiles) disminuye la sensibilidad de la piel, por lo que puede ocurrir que ni noten el pinchazo. Está técnica analgésica se puede emplear a todas las edades, aunque por debajo de los 4 o 5 años, puede ser contraproducente al tener el niño más miedo al ponerle el frío en el brazo y no entender qué le está pasando.
A partir de los 6-7 años de edad
Con cierta edad los niños son capaces de entender y manejar sus miedos, sobre todo si les explicamos fielmente lo que va a ocurrir y cuál va a ser la intensidad del dolor que van a sentir. De esta forma, aunque todavía tengan cierta ansiedad al vacunarse, suelen llevarlo mucho mejor que los niños pequeños.
Aunque el dolor de un pinchazo suele ser tolerable en adultos y niños mayores, todavía con esta edad puede ser útil el truco del frío en el brazo y las maniobras de distracción. De todas maneras, a medida que los niños se acercan a la adolescencia, no suele ser necesario ningún tipo de intervención, ya que suelen llevar bastante bien los pinchazo de las vacunas.
Niños con otras necesidades
No debemos olvidarnos de que existen niños que tienen unas necesidades que requieren de especial atención, como pueden ser los niños con trastorno del espectro autista, ya que tienen una visión de su entorno diferente, además de tener una capacidad perceptiva distinta, en donde estímulos que habitualmente no generan sensaciones desagradables, para ellos puedan suponer momentos muy molestos.
Parte del trabajo que se debe hacer para que estos niños tengan una experiencia lo menos dolorosa posible, la realizan a la perfección sus cuidadores en casa. En estos casos sí que suele ser muy útil que le expliquen al niño a dónde van a ir, qué va a ocurrir y qué les van a hacer, por ejemplo con pictogramas o enseñándoles el material que van a utilizar para ponerles la vacuna, hasta se podría hacer un ensayo en casa como si fuera un teatrillo. Para otros, puede resultar interesante visitar previamente el centro de salud para que estén familiarizados con el entorno y el personal sanitario en el que se va a realizar la vacunación.
Por supuesto, quien más y mejor conoce a estos niños y cuáles son sus necesidades son sus padres, por lo que en este caso es inexcusable no preguntarles cómo creen que es mejor realizar la vacunación y atender a sus consejos.
Como habéis podido leer, dependiendo del edad de cada niño, las estrategias para disminuir la sensación dolorosa de los pinchazos de las vacunas son diferentes. Por ello, resulta muy útil individualizar y conocer a qué niño se va a pinchar para ofrecerle una experiencia lo menos desagradable posible.

Fuente: Dos Pediatras en Casa G.O
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Como siempre, buenos consejos e información myt útil, gracias por tan buena labor!
Quizás en un futuro post nos podriais dar información sobre como llevar la primera visita al dentista? Ya estoy planeando la de mi hijo y se que va a ser un pequeño drama y no le va a gustar, agradeceria cualquier consejo!
Gracias otra vez y feliz navidad!
21 diciembre 2021 | 2:56 pm