Archivo de enero, 2014

¿Cómo llegar a la mitad?

Por Violeta Assiego Violeta Assiego

Tres hombres encabezan la lista de las personas más poderosas del mundo: Vladimir Putin, presidente de Rusia; Barack Obama, de EEUU; y Xi Jinping, de China. La lista Forbes nombra cada año a los más poderosos, uno por cada 100.000 habitantes. Este año la forman 72 nombres entre los cuáles se encuentran los de 9 mujeres: Ángela Merkel (5), Dilma Roussef (20), Sonia Gandhi (21), Christine Lagarde (35), Park Geun-hye (52), Virginia Rometty (56), Margaret Chan (59), Jill Abramson (68) y Janet Yellen (72). La representación de mujeres en el 2014 (12 %) ha sido más alta de las hasta ahora publicadas. Una cifra significativamente superior a la del año 2009 cuando se publicó la primera lista y solo aparecían 4 mujeres, el 4 % de las personas que en aquella ocasión se mencionaron.

Victoria Kent tomando posesión de su puesto como Directora General de Prisiones en mayo de 1931. Fue la primera mujer nombrada directora.

Victoria Kent tomando posesión de su puesto como Directora General de Prisiones en mayo de 1931. Fue la primera mujer nombrada directora. Imagen del documental ‘Las maestras de la República’ www.lasmaestrasdelarepublica.com

http://www.lasmaestrasdelarepublica.com/

Este no es el único listado en el que la representación femenina no se corresponde al número de mujeres que hay en la población mundial. La primera semana de enero el periódico El Mundo dio a conocer su particular listado de los  personajes españoles más influyentes del año 2014. Entre los diez primeros nombres encontramos los de dos mujeres, y entre los cien primeros los de 20 representantes del género femenino. Un porcentaje (20 %) alejado de la llamada democracia paritaria que —en palabras del Plan Estratégico de Igualdad de Oportunidades— significa “una representación equilibrada de hombres y mujeres del 60%-40% o, lo que es lo mismo, que ninguno de los dos sexos supere en representación el 60%”.

Tampoco se alcanza la paridad entre los altos cargos de la Administración del Estado y sus órganos públicos. Y aunque el total de efectivos de la Administración General del Estado está formado por un 49 % de hombres y un 51 % de mujeres, estas no representan ni el 23 % de los altos cargos del Estado. El recién publicado informe de seguimiento al Plan de Igualdad dentro de la Administración del Estado —que fija la paridad laboral en el 40 % de presencia femenina— subraya este y otros datos como señales evidentes de las dificultades que tiene las mujeres para recibir un trato igual en el desarrollo de su carrera profesional en la función pública.

Aunque tampoco en el mundo empresarial se logran superar los obstáculos que frenan el desarrollo profesional de las mujeres. Por ejemplo, en las empresas que forman el Ibex 35  la presencia de las mujeres en los Consejos no representa ni el 13 %, datos del 2013 elaborados por IESE. Destaca especialmente el que haya cuatro compañías, de las 31 empresas, que no cuenten con ninguna mujer en sus máximos órganos de Administración: Endesa, Gas Natural Fenosa, Sacyr Vallehermoso y Técnicas Reunidas. La Comisión Europea recientemente ha propuesto que al menos el 40 % de los puestos no ejecutivos de los Consejos de Administración sean ocupados por mujeres para 2020. Parece que —aun quedando lejos la meta— no es imposible alcanzarla cuando hay mujeres cualificadas más que suficientes.

Prestar atención a este tipo de datos no es fruto de una inusitada ambición de las mujeres por ocupar los puestos de poder. La lectura es más bien la contraria. Este tipo de información refleja con claridad cuál es la estructura social en la que se asienta el papel de la mujer. Las mujeres –que representan más de la mitad de la población mundial- sufren habitualmente un trato discriminatorio y estereotipado que obstaculiza y traba –no solo su carrera profesional, a la que muchas no llegan ni a tener acceso- sino su desarrollo como persona, su acceso a los derechos humanos más básicos y su libertad. Ese trato desigual —impregnado de desequilibrios— tiene un origen cultural y social, el mismo que motiva que haya un número desproporcionado de mujeres que sufre violencia y pobreza. De ahí la importancia de que haya repuestas políticas y sociales que tengan incidencia en la esfera pública y en la privada y que velen por la igualdad en todos los ámbitos donde la mujer se puede, quiere y debe desarrollar, también en su carrera profesional.

Casi a modo de curiosidad pero no exento de preocupación, hay otro dato similar que confirma esa falta de paridad. La curiosidad está en que precisamente se da en la lista —del periódico El Mundo— sobre las 25 personas más influyentes del “Poder Alternativo”. Entre estas —pertenecientes a las ONG, asociaciones y entidades con fines sociales— solo encontramos a 7 mujeres. Un porcentaje (28 %) muy poco representativo de la verdadera presencia de la mujer en este ámbito de actuación, y que da motivos para pensar que también en un sector tan sensible a los más vulnerables se atribuye una mayor importancia a las características del hombre que a las de la mujer. Cuando menos da qué pensar y cuando más, para actuar. Hay mucho por hacer, eso está claro.

Violeta Assiego. Abogada y Activista. Especialista en Vulnerabilidad Social y Discriminación. Conferenciante, analista, docente y colaboradora en diferentes organizaciones desde una perspectiva de derechos

 

Las chicas del fútbol

Por Marta Hernández marta hernández arriaza

Si alguien me preguntara cuál fue el día más feliz de mi vida le diría que fue aquella tarde de verano en la que estuve cinco horas aprendiendo a parar goles en una portería de fútbol siete. Recuerdo que al principio no sabía tirarme y casi todos los tiros iban a gol pero seguí intentándolo hasta que mi cuerpo no pudo más y caí rendida al suelo. Porque no hay nada más emocionante que hacer lo que te gusta hasta el agotamiento. De todos modos, mi amor por el futbol no es lo que me trae hoy aquí pues estoy segura de que miles de niños españoles compartirán este sentimiento. Bueno, quizás eso mismo sea lo que me diferencia de ellos, que son niños, y yo era… una niña.

Portera de fútbol. Imagen: Marta Hernández Arriaza

Portera de fútbol. Imagen: Marta Hernández

Por suerte o por desgracia, según a quién preguntes, las cosas en España están cambiando. De todos modos yo pertenezco a la generación de las primeras niñas que jugaban al fútbol en el recreo y no podían apuntarse al equipo del colegio porque solo eran mixtos hasta los once años. Y por supuesto había en mi ciudad dos equipos de fútbol a los que mis padres no podían llevarme. O quizás no quisieron hacer el esfuerzo de llevarme por el estigma que podía suponer convertirme en una “marimacho” futbolera. Menos mal que, al cambiarme a otro colegio un poco más progresista pude formar parte con otras niñas de otros colegios de la primera liga de futbol femenino de colegios católicos. En realidad nunca me han gustado mucho las competiciones pues me daba pena ganar a niñas más pequeñas, pero me lo pasaba muy bien. Además, por eso de ser las primeras y haber tan pocos equipos en la liga, tuve la suerte de ir al Campeonato de España y sentirme como una auténtica ganadora.

Podría parecer que el fútbol femenino está normalizado en nuestra sociedad, y sin embargo, hay algunos detalles que reflejan el sexismo aún presente en las instituciones deportivas. El primer detalle es que no conozco absolutamente el nombre de ninguna jugadora de fútbol femenino excepto el de “la Ronaldiña” y porque salía en la televisión acompañada de su esposo. La verdad es que no sigo mucho el fútbol oficial, supongo que es porque me cansa ver a hombres corriendo, en bares donde casi todos son hombres y donde solo los hombres pueden tener opinión, pero sí que conozco unos cuantos nombres de jugadores de fútbol. Es muy difícil que las niñas tengan modelos de jugadoras femeninas si la prensa no publica noticias sobre el mundo del futbol femenino que no tengan que ver con escándalos amorosos.

El segundo detalle es algo más sutil y tiene que ver con pequeños gestos como que en España a las niñas (y no tan niñas) que van a jugar en un equipo de  fútbol les den ropa de niño. Aún recuerdo mi primera equipación, con esa telita blanca con agujeritos para sujetar una parte de mi cuerpo que obviamente siendo mujer no tenía. Eso dejando de lado el que siempre nos daban tallas enormes que hacían que entre el pantalón redoblado y la camisa cual vestido de dormir pareciéramos lo menos sexy del mundo. Claro, ahora entiendo el por qué en los torneos las gradas de voleibol siempre estaban llenas, ellas con sus camisetas ajustadas y pantaloncitos, jugando en un pabellón cerrado, y nosotras, a dos grados jugando en una pista llena de hojas. Porque claro, la pista buena siempre se la quedan los chicos. La pelota buena, los chicos. Las chicas que jugamos al fútbol somos de piedra y nos merecemos jugar a las ocho de la mañana o a las siete de la tarde, en el mes de Diciembre, para que la pista quede libre cuando hace solecito. No vaya a ser que los futbolistas de verdad se tuerzan un tobillo por el frio. Total, si nos constipamos, solo somos mujeres. Yo intento no enervarme, de verdad, pero estas diferencias sutiles jamás las entenderé.

Por suerte, gracias a mis padres, pude viajar al otro lado del charco a conocer el futbol femenino de verdad. Un lugar en el que cuando decías que jugabas al futbol te miraban súper bien y donde las mujeres tienen equipaciones cómodas con las que no parece que lleven un saco de patatas. Los padres de allí apuntan a sus hijas a este deporte para que aprendan valores de trabajo en equipo y esfuerzo, para que hagan amigas y sean felices. Allí el fútbol es sinónimo de feminidad. ¿Por qué aquí no puede ser igual? ¿Por qué los grandes todopoderosos del futbol español no pueden aceptar y potenciar el fútbol femenino? Quizás el primer paso sería que el club que tanto alardea de tener al mejor jugador del mundo en su plantilla empezara a ofrecer a las niñas la oportunidad de ser la mejor jugadora del mundo. En el deporte, como en la vida en general, los pequeños gestos son los que marcan la diferencia.

Marta Hernández es psicóloga, futbolista y autora del blog Ríe sin miedo

Violencia vs. libertad

Por Flor de Torres Flor de Torres pequeña

Agredir a una mujer en la violencia de género no es  sólo atacar a su integridad física.  El maltratador no sólo golpea y lesiona su cuerpo: atenta directamente a su integridad moral.

La agresión se enmarca en  una actitud constante de control, dominio, posesión, como forma de consolidación de poder para afrentar a  la independencia y a la libertad de la mujer. Además de golpear y lesionar su cuerpo, se afectan fundamentalmente otros derechos íntimos de la mujer.

Stop a la violencia contra la mujer. Imagen: Comisión de Investigación de Malos Tratos a Mujeres. www.malostratos.org

Stop a la violencia contra la mujer. Imagen: Comisión de Investigación de Malos Tratos a Mujeres. www.malostratos.org

En modo alguno puede considerarse que  la violencia de género sea tan solo  una agresión a su cuerpo. Se atenta al cuerpo pero también al alma de la mujer. Es evidente que  las lesiones físicas están unidas directamente a las lesiones psíquicas. Y es que las lesiones psíquicas  mantienen su propia sustantividad independientes a  los concretos actos o conducta de agresión física a la mujer.

Someter a humillaciones verbales en presencia de los hijos, marcar las relaciones de pareja para producir  sumisión, acosos, prohibiciones, castigos morales, imposiciones físicas, psíquicas o sexuales, aislamiento, insultos, vejaciones, crear dependencias emocionales, económicas o afectivas,  motivar inseguridad, o  propiciar la   vulnerabilidad en la mujer son actos tan deplorables como la violencia física y  no pueden permanecer invisibles ante la violencia de genero.

Creer que la violencia de género es sólo la  agresión física supone invisibilizar todas estas conductas que conviven,  preceden a la agresión y son su germen.

Y lo sabemos. Es  matemática pura. La violencia física  a la mujer es posterior a la psíquica. Aparece al fallar los resortes de la violencia  psíquica o cuando estos no son los adecuados por no ser ya suficientes al control y al domino. Pero ante todo sirven   para la destrucción del ser.

Sometida la víctima, el siguiente paso es marcar con golpes la posesión acreditada previamente  en la propiedad, la cual ya ha sido minuciosamente trabajada  por el maltratador a través del control psíquico.

Marcar un cuerpo con golpes es negar la existencia de la mujer como única, como exclusiva titular de  derechos. Son marcas que tienden a  abolir el ser, encaminadas a cosificar su cuerpo y  adecuarlo a esa posesión y pertenencia previamente trabajada psíquicamente.  Porque ese cuerpo  golpeado guarda la memoria de los atentados a su integridad moral.

La violencia  de género es siempre instrumental, es el conducto de dominio y control de poder. Es además un innegable instrumento pero también es un fin en sí mismo. Control pero también destrucción.

Explicar el contenido de la violencia a la mujer solo como instrumento de control físico es dejar de llenar parte de su contenido. El maltratador destruye el cuerpo y el alma de la víctima. Aniquila derechos. Los que no sabe gestionar  sin el uso y el abuso de la violencia y la fuerza.

Por tanto la  violencia de género se enmarca  en el sometimiento pero también en la destrucción de lo más íntimo que tiene una persona: Su ser. Inicialmente en su ser psíquico y cuando este no es suficiente es el ser físico.

Y la Constitución nos regala dos hermosos instrumentos. Dos bellos artículos: El 14 de la igualdad y el  15  que distingue la integridad física de la moral. Visibilicemos estas dos violencias de género que conviven.

 

Flor de Torres es Fiscal Delegada de la Comunidad Andaluza. Violencia a la mujer y contra la discriminacion sexual de género. 

Correr en África

Por Elena Rodríguez ElenaRodríguez

Su nombre es Banchiayhu Dessalegn Jiffar y tiene 24 años, es la más joven de siete hermanos. Vive en Addis Adeba, la capital de Etiopía, y su familia vive de la agricultura. Acabó la escuela secundaria y tiene licencia de mecánico. En un país donde más de un tercio de la población sufre hambre y donde el índice de alfabetismo entre las mujeres apenas es del 25%, Banchiayhu es una privilegiada… y adora correr. Empezó a correr con apenas seis años, y a competir por placer en 2007. Y ahora, tras haber participado con éxito en varias carreras importantes del país, tiene como plan de futuro participar en campeonatos del mundo y en los juegos Olímpicos.

Banchiayhu Dessalegn Jiffar (en el centro) durante un entrenamiento en Addis Abeba. Imagen:  © Kaleab Getaneh, Run in Africa

Banchiayhu Dessalegn Jiffar (en el centro) durante un entrenamiento en Addis Abeba. © Kaleab Getaneh, Run in Africa

Actualmente Banchiayhu trabaja en Yaya Resort, un recinto de entrenamiento de atletas al norte de Addis Adeba. Su trabajo consiste en hacer de guía a los huéspedes, habitualmente clientes europeos que llegan a Etiopía para entrenar en altura. La capital, a 2.300 metros sobre el nivel del mar, exige a los corredores un periodo de adaptación tras el cual mejora su rendimiento deportivo en carrera al regresar a sus países de origen. Gracias a ese trabajo, Banchiayhu puede entrenar y obtiene algunos ingresos y un lugar donde vivir y comer.

En Etiopía el atletismo es deporte nacional, los y las atletas etíopes, junto a las keniatas, ostentan los primeros puestos, especialmente en las grandes distancias. Los grandes nombres del atletismo en Etiopía proceden de zonas rurales, donde muchos niños y niñas cruzan grandes distancias para ir a la escuela, o para ir a buscar agua. Mujeres y niñas emplean hasta seis horas para ir a recolectar el agua en manantiales y ríos porque faltan infraestructuras y recursos materiales. La pobreza económica del país demora el acceso al agua potable lo que, a su vez, retrasa el desarrollo económico.

Conocimos a Banchiayhu en un entrenamiento. Run in Africa, una agencia de turismo deportivo en Etiopía, nos llevó hasta ella unos días antes del Great Ethiopian Run, la 13ª edición de una carrera de 10 kilómetros que se celebró en Adis Adeba en noviembre.

Pero aunque Banchiayhu nos preparó bien para enfrentarnos al reto deportivo de correr por las calles de la capital etíope, no pudo prepararnos ante la maravilla de correr junto a 37.000 corredores y corredoras etíopes por las calles de una ciudad en la que viven (o sobreviven…) más de 6 millones de personas. El 45% de los participantes éramos mujeres, un dato más que relevante, pues hasta en las carreras más populares en España la participación femenina apenas llega al 40%.

¿La experiencia? Contradictoria… ¿Cómo es posible participar en una carrera con tanta alegría y tanta rabia a la vez?

37.000 compañeros y compañeras de carrera son impresionantes. Las horas previas, cuando en Europa se aprovecha para calentar, estirar en silencio, concentrados… en Addis Abeba son una fiesta de cánticos, bailes y música étnica. Un gorgoteo de emoción creciente que culmina en la salida y prosigue sostenida durante los 10 km de ascensos y descensos. Cómo explicar lo que se siente cuando te animan a seguir «go, go, go», «don’t stop», «keep running»… a ti, que has venido a ver cómo viven, y que ahora eres tú el más desdichado de los corredores y necesitas su ayuda, impulso y energía para seguir corriendo a 2.500 metros sobre el nivel del mar.

Ayuda, impulso, energía… la que necesitan para sacar adelante a su país, a su población. Esa energía nos hubiera hecho mucha falta los días previos a la carrera para pasear por la ciudad, para soportar la terrible pobreza de sus calles, de kilómetros y kilómetros de chabolas, de gente en la calle, malvendiendo cuatro pertenencias con las que llegar a la noche. No, así no se sale de pobreza. Ni con toda la buena intención de esta corredora improvisada que organiza una carrera para que la población española arrime el hombro y haga posible que alguna de esas familias salga de ahí. Pero no, no llegamos. Es muy difícil llegar. La meta es lejana y nosotros, las organizaciones, la población española, somos demasiado pocos y estamos demasiado lejos.

Pero ellos y ellas sí, ellos y ellas tienen la fuerza, el impulso y la energía, y todo lo que hemos de hacer los de fuera es animarles a seguir; «go, go, go», «don’t stop», «keep running», sigue luchando para que las instituciones os tomen en serio, tomen medidas para que una ciudad (¿cuántas en todo el mundo?), un país, no deba permitir que su gente viva en esas condiciones. Su vida debe cambiar.

Mujeres como Banchiayhu lo pueden cambiar. Sinceramente, esperamos verla en los próximos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.

Elena Rodríguez es responsable de eventos deportivos solidarios en Oxfam Intermón, entre ellos el Oxfam Intermón Trailwalker 

Tres mujeres y un destino

Por Irene Milleiro Irene Milleiro

El pasado domingo, Mía cumplió dos añitos. Dos años que ha pasado viviendo en la cárcel, entre Costa Rica y España.

A su madre, Raquel, la detuvieron cuando tenía 19 años en un aeropuerto de Costa Rica. Se había tragado 55 bolas de cocaína. Pero dentro tenía algo más: estaba embarazada de tres meses. Cuando se enteraron, las autoridades de la cárcel le dijeron que le quitarían a la niña cuando naciese. Por eso decidió llamarla Mía, como un conjuro para que siempre fuese suya.

Raquel y su hija Mía. Imagen: change.org

Raquel y su hija Mía. Imagen de su abuela, Cristina Hércules. Change.org

Mía y Raquel, Raquel y Mía han pasado dos años espeluznantes. Estaban en el Buen Pastor, irónico nombre para una de las cárceles con peores condiciones de América Latina. Allí Raquel fue víctima de robos, amenazas y extorsiones. Durmió en el suelo, pasó frío, pasó hambre. Pero Mía consiguió nacer. Y no se la quitaron.

Su familia en España estuvo años luchando por traérselas. Después de un largo camino de burocracia y papeleos, hace seis meses Mía y Raquel fueron trasladadas a nuestro país. A su familia le dijeron que cuando llevaran 2 meses aquí, Raquel tendría derecho a permisos. Que el ser madre y haber pasado dos años en una prisión centroamericana en condiciones infrahumanas ayudarían. Pero no. No le han dado ni un permiso por Navidad. Ni para celebrar por primera vez el cumple de su niña en la calle, con sus abuelos.

Desesperada ya, agotadas todas las instancias, Cristina, la madre de Raquel, la abuela de Mía, ha creado una petición en Change.org para pedir la libertad de su hija y de su nieta. “Raquel no es una asesina, no es una violadora, no es un peligro para la sociedad. Está arrepentida de lo que hizo y tiene una familia decente esperándola. Ella ha pagado con creces lo que hizo pero nadie nos escucha. Hemos pedido un indulto que sigue sin respuesta, hemos pedido permisos que han sido denegados, he pedido ayuda a la Defensora del Pueblo. Nada funciona.” 

Casi cada día me encuentro en mi trabajo con casos como éste. Personas como tú y como yo, que se enfrentan a un sistema deshumanizado que no les atiende, que no les escucha, que no les contesta. Personas que no salen en las portadas de los periódicos, que no tienen dinero para pagar grandes abogados, que no tienen contactos con gente poderosa. Personas que ya no creen en el sistema y que por eso recurren a lo último que les queda: el apoyo y la comprensión de otras personas como ellas. Esas personas que firman su petición y le ayudan así a transformar su voz en un grito, un grito que hoy inunda el correo de un ministerio y mañana consigue llamar la atención de algún medio de comunicación; un grito que pone cara, ojos e historia a un número de expediente. Pero sobre todo y ante todo, un grito que les dice que no están solas, que alguien les escucha, les entiende y les apoya.

Y a veces el grito consigue además cambiar su destino. Fue el caso de Miguel Montes Neiro, de Emilia Soria, de David Reboredo, de Lola Sánchez y de las muchas otras personas que, gracias al apoyo de cientos de miles de ciudadanos, consiguieron el indulto que sus familias pedían.

Ojalá sea también el caso de Raquel y Mía. Su grito se ha hecho muy grande. Más de 110.000 personas están apoyando a Cristina para pedir el indulto de su hija, que es además la libertad de su nieta. Con esas 110.000 firmas se va a ir al Ministerio de Justicia, y no va a parar hasta que tenga a sus niñas en casa. Todavía estás a tiempo de echarle una mano.

 

Irene Milleiro es responsable de campañas en Change.org

Los ojos vendados

Angelica Guzmán

Por Angélica Guzmán

Hace unos días, como es habitual, encendí el ordenador con la idea de ver con qué noticias nos despertaban, y sin duda fue desolador volver a leer por cuarta vez en esa semana como había un nuevo asesinato, un nuevo caso de violencia de género por confirmar. Lugo, Córdoba, Tenerife… diferentes puntos de la geografía española que de repente tenían un triste denominador común: haber sido testigos de una nueva víctima mortal de la violencia de género.

Portada de la Guía de Derechos de las Mujeres Víctimas de Violencia de Género. www.malostratos.org

Portada de la Guía de Derechos de las Mujeres Víctimas de Violencia de Género. www.malostratos.org

 

Desolador e indignante, pero casi aún más indignante que estos asesinatos, que esta evidente manifestación de la desigualdad que hoy en día sigue presente, es el trato que algunos medios siguen dando a este tipo de noticias. Aún podemos leer frases, o lo que es peor, titulares, del tipo ‘Una de las víctimas estaba boca abajo en un charco de sangre en el suelo y la otra en la cama en la misma posición‘, ‘Un cuchillo o un hacha, posibles armas de la muerte de dos mujeres en Cervo‘, ‘Las mujeres muertas en Cervo fueron golpeadas hasta morir en sus domicilios‘. Frases que serían más propias de cualquiera de las decenas de series televisivas sobre crimines por resolver y asesinos en serie, que de la consecuencia última de una lacra social que se hace más notoria en determinadas épocas.

Cuatro mujeres muertas en menos de una semana. ¿Qué está pasando? ¿Casualidad? ¿Efecto llamada? ¿Será la explosión tras la contención de las fiestas navideñas? Después de varias semanas de festividades, vacaciones y reuniones familiares; cuando todo eso parece que ya ha quedado atrás, cuando apenas podemos acordarnos de que hace una semana comíamos los últimos polvorones propios de tan sonadas fiestas, se destapa una secuencia de asesinatos sin freno. Fechas que debían ser de alegría y disfrute en muchas ocasiones se convierten en un caldo de cultivo con terrible final, conflictos sin resolver, obligación de mantener las ‘composturas’, la idea de familia. Fechas en las que a menudo se hace impensable una separación, momentos en los que muchas mujeres deciden permanecer en un núcleo familiar hostil ‘por el bien de los niños‘, sin saber que en mucha ocasiones este es el peor de los castigos, para ellos y para ella misma. Quizá a veces no somos conscientes de hasta qué punto las tradiciones y la cultura juegan en contra de nuestra vida, nos hacen presas de una cárcel de paredes invisibles, que nos permiten observar el mundo pero no ser parte de él, llegando al extremo de no poder ver que la llave a la libertad está en nosotras mismas, en nuestra voz, en nuestra opinión.

Angélica Guzmán es trabajadora social y psicóloga, colaboradora de la Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres, y por encima de todo, fiel creyente de que otro mundo es posible

La estrategia de la jirafa

Por Belén de la Banda BelendelaBanda 

Hace casi 20 años tuve la oportunidad de compartir una jornada con jirafas libres en Kouré, al oeste de Níger. Desde entonces, siempre me ha emocionado este animal tan raro, y al mismo tiempo tan bello y pacífico. Las jirafas, para sobrevivir, han tomado la estrategia de crecer, de elevarse. De buscar el vegetal del que se alimentan sin competir con el resto de animales de su entorno. De mirar siempre hacia arriba y convertirse en seres que conectan la tierra y el aire, el suelo y la copa de los árboles.

Muchas de las mujeres admirables que he conocido me recuerdan a esta estrategia de las jirafas. En lugar de competir, agredir o robar (estrategias desarrolladas por otros animales con ejemplos notorios en la naturaleza), estas mujeres sobrellevan los peores problemas, y consiguen la supervivencia diaria, obligándose a crecer. Pienso en muchas amigas de África o Latinoamérica que he conocido en diferentes momentos. La mayoría de las que han estudiado lo han hecho a destiempo, fuera de edad, muchas veces por la noche, después de trabajar y atender a su familia en jornadas agotaoras de todo el día. Y así han conseguido un trabajo mejor, sin oportunidad para abandonar esas otras obligaciones que deberían ser compartidas.

Jirafa. Ilustración de AnaSara Lafuente.

Jirafa. Ilustración de AnaSara Lafuente.

Pienso en Ruth, en  la única universitaria de sus hermanos. Ruth vivía en Collique, en uno de los inmensos barrios al norte de Lima (Perú). Desde muy pequeña tuvo que trabajar en un restaurante para sacar su educación secundaria y ser un apoyo en lugar de un gasto para su familia. Y después como secretaria para pagarse la universidad, sin dejar de apoyar en casa. Su única oportunidad era llegar hasta donde no se podía. Crecer todo lo necesario. Sólo después de muchos años de esfuerzo empezaron los apoyos y las becas. Si se lo propone, su meta será la estratosfera.

Pienso en Vénéranda, que acaba de jubilarse en Rwanda. Durante toda su vida ha sido la cabeza de una enorme familia formada por sus propios hijos, y por muchas niñas y niños que han perdido a su familia en las terribles tragedias que han asolado al país en los 90, o han sido abandonados por tener sida. Con su pequeño sueldo de trabajadora y enseñando a unos niños a cuidar de otros, hacía posible que las paredes de su casa no tuvieran fronteras. Tras su jubilación, apoya a las jóvenes que tienen que vivir de la prostitución en los alrededores de Kigali, y ayuda a muchas personas con sus conocimientos de nutrición y hierbas medicinales. Sigue creciendo cuando podría sólo descansar.

Pienso en miles de mujeres que han superado en su entorno crisis, guerras, hambrunas y sequías. Y en las que intentan hacerlo ahora mismo, aquí y en todos los lugares del mundo donde el sufrimiento se reparte desigualmente, para ser más generoso con ellas. Los expertos hablan de resiliencia. Para mí, es la estrategia de la jirafa.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón

127 días calientes

Gema Castilla

Por Gema Castilla

Antonia tiene 41 años. Siempre cuidó de su madre, y a su muerte no le quedó nada ni nadie, excepto una profunda depresión. Perdió su empleo sin derecho a prestación social porque sus relaciones laborales siempre fueron sin contrato. Tras meses sobreviviendo con los ahorros, se ve sin recursos para sufragar sus gastos básicos, ni los de una vivienda. Así llegó a la calle.

Una mujer se protege del frío en la calle. Imagen: Gema Castilla.

Una mujer se protege del frío en la calle. Imagen: Gema Castilla.

Y a la calle ha llegado el invierno. En Madrid las personas sin hogar cuentan con 543 plazas de alojamiento adicionales los días más fríos del invierno en relación a las 1.478 plazas de la red estable de atención a personas sin hogar en la ciudad, lo que hace un total de 2.021 plazas ofertadas por el Ayuntamiento. Es lo que se conoce como la campaña de frío, que este año dura 127 días, del 25 de noviembre de 2013 al 31 de marzo de 2014. La campaña está especialmente dirigida para las personas que llevan muchos años sin hogar, aquellas que sufren un gran deterioro físico y psicológico y por lo general, no utilizan la red de atención a personas sin hogar.

Las mujeres, por cuestiones de volumen, no tienen cabida en todos los centros. La proporción entre las personas sin hogar es de 85% de hombres y 15% de mujeres, y por eso la oferta de albergues estaba tradicionalmente dirigida a los hombres, pero los especialistas señalan que cada vez hay más presencia femenina en el fenómeno del sinhogarismo. La tendencia emergente de esta feminización se debe a problemas laborales, toxicomanías, malos tratos o separaciones según un estudio del profesor de Sociología Pedro Cabrera.

Los hombres siempre han sido los principales usuarios de albergues, probablemente porque las mujeres tienden a cuidar de la familia y establecen más redes informales que en momentos de crisis pueden socorrerlas, y por otro lado, las instituciones públicas tienden lazos previos antes de que una mujer caiga en exclusión extrema.

En España, según publicaba Televisión Española en diciembre, unas 30 mil  personas duermen cada noche a la intemperie. 2 mil en Madrid. Te sientes peor que un perro, te sientes peor que una rata, es un rechazo increíble, ¿qué pasa que todos los que no tenemos hogar tenemos que ser drogadictos o borrachos?”, explica entre lágrimas Lourdes en este pequeño reportaje realizado por TVE

¿Qué ocurrirá a partir del 1 de abril? ¿Ya no habrá riesgos para estas personas? Las instituciones deben plantear el problema desde la causa, entender el porqué esas personas están durmiendo al raso cada día, da igual la temperatura o climatología. Y si vamos más allá y nos despegamos de una mirada asistencialista, esta situación no sólo se soluciona con mantas y café. Se debería reflexionar sobre los procesos de recuperación del sentido vital y de inclusión de estas personas.

Los ciudadanos pueden llamar al 112 cuando vean a una persona sin hogar que requiera atención, pero yo les animaría a involucrarse con su entorno, participar de forma activa en alguna de las iniciativas que existen para apoyar a las personas sin hogar. Así es como de veras conseguiremos una verdadera transformación social y una sociedad más inclusiva.

 

Gema Castilla trabaja en RAIS Fundación, entidad que trabaja por la integración sociolaboral de personas sin hogar.

La democracia sin mujeres está incompleta

Por María Solanas Cardín María Solanas

El pasado 15 de diciembre, Michelle Bachelet fue elegida, en segunda vuelta y con más del 62% de los votos, Presidenta de la República, tras vencer a Evelyn Matthei, que obtuvo casi el 28% de los apoyos. Por primera vez en el país, por primera vez en la región, y por primera vez en la historia reciente de las democracias occidentales, las candidaturas a la más alta representación política del Estado han sido defendidas por mujeres, lo que también significa que sus respectivos partidos/fuerzas políticas las han elegido, en sus procesos internos, para encarnar su proyecto político para el país.

Con la elección de Michelle Bachelet, América Latina contará, a partir del 11 de marzo de 2014 (fecha de la toma de posesión) con cuatro Presidentas (Cristina Fernández en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil, y Laura Chinchilla en Costa Rica, además de Bachelet en Chile), lo que la sitúa como una de las regiones del mundo con más mujeres en puestos de alta responsabilidad en el poder ejecutivo (si sumamos, además, a las Primeras Ministras de Jamaica y Trinidad y Tobago, en el Caribe), por delante de la Unión Europea a 27, donde sólo cuatro mujeres (las Primeras Ministras de Eslovenia y Dinamarca, además de la Canciller Merkel, y la Presidenta de Lituania) ocupan dicha posición.

Michelle Bachelet

Imagen del discurso de Michelle Bachelet al conocerse el resultado de las elecciones chilenas. Foto: michellebachelet.cl

Si tomamos el conjunto de los 191 países representados en las Naciones Unidas, el dato es contundente. Según ONU Mujeres, en junio de 2013, 8 mujeres eran Jefas de Estado y 14 Jefas de Gobierno, lo que representa en torno a un 11% frente a un 89% de hombres. En el ámbito de representación parlamentaria, existe también aún mucho camino para alcanzar niveles de paridad. Según datos de la Unión Interparlamentaria, algo menos del 80% de los 46.000 parlamentarios de todo el mundo son hombres, y, si excluimos a los países nórdicos (donde hay un 42% de mujeres en los parlamentos), la media en Europa, las Américas y África Subsahariana se sitúa en una horquilla entre el 24 y el 21%.

En 2011, ONU Mujeres, PNUD Colombia y otras organizaciones impulsaron, en colaboración con líderes gubernamentales y de la sociedad civil, una campaña que tenía como título “La democracia sin mujeres está incompleta”, frase que me he permitido tomar como título de esta entrada.

Siempre he creído que la presencia de mujeres en la política es un signo de la calidad de la democracia, que no puede considerarse avanzada si no incorpora la participación política de las mujeres en todos los niveles. Pero sobre todo, como bien señala la campaña que da título a esta entrada, la democracia sin mujeres está incompleta.
La visibilidad de una mujer contribuye a la visibilidad de todas las mujeres. Y también a consolidar avances, y a convertir, poco a poco, lo extraordinario en cotidiano. La imagen de una campaña electoral en la que ambas candidatas han sido mujeres proyecta, dentro de su carácter extraordinario, un potentísimo símbolo de normalidad. A pesar de las referencias constantes a una “campaña de dos mujeres” (y no a la oferta de dos proyectos políticos) como bien señaló Michelle Bachelet (“¿Alguna vez alguien ha dicho que hay una campaña de dos hombres?), las elecciones presidenciales chilenas ofrecen un valioso ejemplo de participación política de las mujeres, y demuestran que, de la misma forma que existen diferentes estilos de liderazgo entre los hombres, también las mujeres tienen su propia manera de ejercerlo. Michelle Bachelet y Evelyn Matthei encarnan un ejemplo que, hoy por hoy, es extraordinario. Ahora el reto consiste en convertirlo en cotidiano.

María Solanas es Coordinadora de Proyectos en el Real Instituto Elcano. Privilegiada en los afectos, feliz madre de una hija feliz.

 

Disney da miedo

Por Laura Hurtadolaura

Como todas las Navidades, Disney estrena película. Hordas de familias acuden a ver Frozen, el reino del hielo, se venderán camisetas, tazas y mochilas y nuestros hijos e hijas tendrán una nueva historia con la que soñar. Pero detrás de ese dibujo amable y esa música pegadiza, el filme, igual que el resto de dibujos de la factoría Disney transmite unos mensajes que, de forma consciente, jamás dejaríamos que llegaran a las nuevas generaciones.

Cartel promocional de la película Frozen

Cartel promocional de la película Frozen

Terror y pavor. Eso es lo que debería provocarnos. Os invitamos por ejemplo a escuchar una de las canciones de Mulan (1998) donde un grupo de guerreros explican cómo es la mujer ideal: “mi chica se maravillará de mi fuerza, adorará mis cicatrices de batalla, no me importa cómo vista o como luzca, sino cómo cocine”.  En Aladdin (1992), el rey se lamenta de haber tenido una hija, porque es desobediente y no quiere casarse con quién le toca.

 

Con el paso del tiempo, las protagonistas de Disney son más “rebeldes” pero hay cosas que no cambian. Por ejemplo, siguen teniendo curvas pronunciadas, pechos prominentes (incluso adolescentes como Brave o la protagonista de Frozen), melenas estupendas y pestañas centelleantes. Además, siempre son seductoras y parece que solo tengan un único objetivo: el amor, el maldito amor romántico. En algunos casos hasta extremos “peligrosos” como en el caso de la Sirenita (1989), que está dispuesta a cambiar su cuerpo y a separarse de su familia, para vivir con su príncipe querido. O de la protagonista de la Bella y la Bestia (1991) que decide ignorar la violencia de la que es víctima (la Bestia la tiene encerrada en su castillo y le prohíbe que vea a su padre) porque descubre la “belleza interior” del monstruo. Los héroes masculinos de Disney tampoco evolucionan. Todos son musculosos, valientes y a menudo violentos. En el Rey León (1994) está clarísimo: tienes que pelear si quieres “salvar el mundo”.

Pero que nadie se asuste ni se amargue. No queremos que dejéis de ver los dibujos animados de la factoría Disney, simplemente que los veáis con “las alarmas” puestas para poder desactivar los mensajes más nocivos, tanto para niñas como para niños. En este sentido, aprovechamos este espacio para recomendaros películas infantiles con otros enfoques y procedencias. Si tenéis alguna propuesta más, no dudéis en compartirlas.

Chicken Run: Evasión en la granja y otras producciones de los estudios Aardman, basados en Reino Unido, autores de la serie La Oveja Shaun (Shaun the Sheep en ingles) y Timmy y sus amigos (Timmy Time en ingles).

El viaje de Chihiro y todas las películas del gran creador japonés Miyazaki, la mayoría protagonizadas por mujeres que no necesitan que las rescate nadie.

Laura Hurtado es periodista y trabaja en Oxfam Intermón