Por Marta Hernández
Si alguien me preguntara cuál fue el día más feliz de mi vida le diría que fue aquella tarde de verano en la que estuve cinco horas aprendiendo a parar goles en una portería de fútbol siete. Recuerdo que al principio no sabía tirarme y casi todos los tiros iban a gol pero seguí intentándolo hasta que mi cuerpo no pudo más y caí rendida al suelo. Porque no hay nada más emocionante que hacer lo que te gusta hasta el agotamiento. De todos modos, mi amor por el futbol no es lo que me trae hoy aquí pues estoy segura de que miles de niños españoles compartirán este sentimiento. Bueno, quizás eso mismo sea lo que me diferencia de ellos, que son niños, y yo era… una niña.
Portera de fútbol. Imagen: Marta Hernández
Por suerte o por desgracia, según a quién preguntes, las cosas en España están cambiando. De todos modos yo pertenezco a la generación de las primeras niñas que jugaban al fútbol en el recreo y no podían apuntarse al equipo del colegio porque solo eran mixtos hasta los once años. Y por supuesto había en mi ciudad dos equipos de fútbol a los que mis padres no podían llevarme. O quizás no quisieron hacer el esfuerzo de llevarme por el estigma que podía suponer convertirme en una “marimacho” futbolera. Menos mal que, al cambiarme a otro colegio un poco más progresista pude formar parte con otras niñas de otros colegios de la primera liga de futbol femenino de colegios católicos. En realidad nunca me han gustado mucho las competiciones pues me daba pena ganar a niñas más pequeñas, pero me lo pasaba muy bien. Además, por eso de ser las primeras y haber tan pocos equipos en la liga, tuve la suerte de ir al Campeonato de España y sentirme como una auténtica ganadora.
Podría parecer que el fútbol femenino está normalizado en nuestra sociedad, y sin embargo, hay algunos detalles que reflejan el sexismo aún presente en las instituciones deportivas. El primer detalle es que no conozco absolutamente el nombre de ninguna jugadora de fútbol femenino excepto el de “la Ronaldiña” y porque salía en la televisión acompañada de su esposo. La verdad es que no sigo mucho el fútbol oficial, supongo que es porque me cansa ver a hombres corriendo, en bares donde casi todos son hombres y donde solo los hombres pueden tener opinión, pero sí que conozco unos cuantos nombres de jugadores de fútbol. Es muy difícil que las niñas tengan modelos de jugadoras femeninas si la prensa no publica noticias sobre el mundo del futbol femenino que no tengan que ver con escándalos amorosos.
El segundo detalle es algo más sutil y tiene que ver con pequeños gestos como que en España a las niñas (y no tan niñas) que van a jugar en un equipo de fútbol les den ropa de niño. Aún recuerdo mi primera equipación, con esa telita blanca con agujeritos para sujetar una parte de mi cuerpo que obviamente siendo mujer no tenía. Eso dejando de lado el que siempre nos daban tallas enormes que hacían que entre el pantalón redoblado y la camisa cual vestido de dormir pareciéramos lo menos sexy del mundo. Claro, ahora entiendo el por qué en los torneos las gradas de voleibol siempre estaban llenas, ellas con sus camisetas ajustadas y pantaloncitos, jugando en un pabellón cerrado, y nosotras, a dos grados jugando en una pista llena de hojas. Porque claro, la pista buena siempre se la quedan los chicos. La pelota buena, los chicos. Las chicas que jugamos al fútbol somos de piedra y nos merecemos jugar a las ocho de la mañana o a las siete de la tarde, en el mes de Diciembre, para que la pista quede libre cuando hace solecito. No vaya a ser que los futbolistas de verdad se tuerzan un tobillo por el frio. Total, si nos constipamos, solo somos mujeres. Yo intento no enervarme, de verdad, pero estas diferencias sutiles jamás las entenderé.
Por suerte, gracias a mis padres, pude viajar al otro lado del charco a conocer el futbol femenino de verdad. Un lugar en el que cuando decías que jugabas al futbol te miraban súper bien y donde las mujeres tienen equipaciones cómodas con las que no parece que lleven un saco de patatas. Los padres de allí apuntan a sus hijas a este deporte para que aprendan valores de trabajo en equipo y esfuerzo, para que hagan amigas y sean felices. Allí el fútbol es sinónimo de feminidad. ¿Por qué aquí no puede ser igual? ¿Por qué los grandes todopoderosos del futbol español no pueden aceptar y potenciar el fútbol femenino? Quizás el primer paso sería que el club que tanto alardea de tener al mejor jugador del mundo en su plantilla empezara a ofrecer a las niñas la oportunidad de ser la mejor jugadora del mundo. En el deporte, como en la vida en general, los pequeños gestos son los que marcan la diferencia.
Marta Hernández es psicóloga, futbolista y autora del blog Ríe sin miedo