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Las mujeres viudas luchan por la supervivencia en la crisis de Lago Chad

Por Nafkote DabiNafkote Dabi

Decenas de miles de hombres y chicos han desaparecido desde que comenzó el conflicto en Noreste de Nigeria hace ocho años. Algunos han sido asesinados o secuestrados por Boko Haram; otros han sido detenidos por el ejército y nunca se les ha vuelto a ver. Hombres y chicos se han convertido en objetivo para ambas partes del conflicto. Las mujeres y los niños que dejan atrás enfrentan una crisis humanitaria sin protección, con poco o ningún apoyo, y bajo la amenaza de explotación y abusos sexuales. Pese a todo, su lucha por la supervivencia en un ambiente lleno de inseguridad no deja de sorprenderme.

Aisatu junto a un grupo de mujeres en la entrada al campo de desplazados de Muna Garage a las afueras de Maiduguri. Foto: Pablo Tosco/Oxfam

Un grupo de mujeres en la entrada al campo de desplazados de Muna Garage a las afueras de Maiduguri, Nigeria. Foto: Pablo Tosco/Oxfam

«Muchas mujeres son viudas. Tienen que ir al mercado para vender pequeñas cosas para poder alimentar a su familia, o mendigar en la calle para sobrevivir”. Aisha, mujer desplazada de 40 años.

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Violencia vs. libertad

Por Flor de Torres Flor de Torres pequeña

Agredir a una mujer en la violencia de género no es  sólo atacar a su integridad física.  El maltratador no sólo golpea y lesiona su cuerpo: atenta directamente a su integridad moral.

La agresión se enmarca en  una actitud constante de control, dominio, posesión, como forma de consolidación de poder para afrentar a  la independencia y a la libertad de la mujer. Además de golpear y lesionar su cuerpo, se afectan fundamentalmente otros derechos íntimos de la mujer.

Stop a la violencia contra la mujer. Imagen: Comisión de Investigación de Malos Tratos a Mujeres. www.malostratos.org

Stop a la violencia contra la mujer. Imagen: Comisión de Investigación de Malos Tratos a Mujeres. www.malostratos.org

En modo alguno puede considerarse que  la violencia de género sea tan solo  una agresión a su cuerpo. Se atenta al cuerpo pero también al alma de la mujer. Es evidente que  las lesiones físicas están unidas directamente a las lesiones psíquicas. Y es que las lesiones psíquicas  mantienen su propia sustantividad independientes a  los concretos actos o conducta de agresión física a la mujer.

Someter a humillaciones verbales en presencia de los hijos, marcar las relaciones de pareja para producir  sumisión, acosos, prohibiciones, castigos morales, imposiciones físicas, psíquicas o sexuales, aislamiento, insultos, vejaciones, crear dependencias emocionales, económicas o afectivas,  motivar inseguridad, o  propiciar la   vulnerabilidad en la mujer son actos tan deplorables como la violencia física y  no pueden permanecer invisibles ante la violencia de genero.

Creer que la violencia de género es sólo la  agresión física supone invisibilizar todas estas conductas que conviven,  preceden a la agresión y son su germen.

Y lo sabemos. Es  matemática pura. La violencia física  a la mujer es posterior a la psíquica. Aparece al fallar los resortes de la violencia  psíquica o cuando estos no son los adecuados por no ser ya suficientes al control y al domino. Pero ante todo sirven   para la destrucción del ser.

Sometida la víctima, el siguiente paso es marcar con golpes la posesión acreditada previamente  en la propiedad, la cual ya ha sido minuciosamente trabajada  por el maltratador a través del control psíquico.

Marcar un cuerpo con golpes es negar la existencia de la mujer como única, como exclusiva titular de  derechos. Son marcas que tienden a  abolir el ser, encaminadas a cosificar su cuerpo y  adecuarlo a esa posesión y pertenencia previamente trabajada psíquicamente.  Porque ese cuerpo  golpeado guarda la memoria de los atentados a su integridad moral.

La violencia  de género es siempre instrumental, es el conducto de dominio y control de poder. Es además un innegable instrumento pero también es un fin en sí mismo. Control pero también destrucción.

Explicar el contenido de la violencia a la mujer solo como instrumento de control físico es dejar de llenar parte de su contenido. El maltratador destruye el cuerpo y el alma de la víctima. Aniquila derechos. Los que no sabe gestionar  sin el uso y el abuso de la violencia y la fuerza.

Por tanto la  violencia de género se enmarca  en el sometimiento pero también en la destrucción de lo más íntimo que tiene una persona: Su ser. Inicialmente en su ser psíquico y cuando este no es suficiente es el ser físico.

Y la Constitución nos regala dos hermosos instrumentos. Dos bellos artículos: El 14 de la igualdad y el  15  que distingue la integridad física de la moral. Visibilicemos estas dos violencias de género que conviven.

 

Flor de Torres es Fiscal Delegada de la Comunidad Andaluza. Violencia a la mujer y contra la discriminacion sexual de género. 

Trabajo doméstico: el mito de Sísifa

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

 Cuenta Homero en la Odisea que los dioses, enfadados con Sísifo, le condenaron a transportar una pesada piedra hasta la cima de una montaña. El castigo sería eterno pues, al alcanzar por fin su destino, la piedra rodaba nuevamente hacia el punto de partida y Sísifo debía volver a comenzar. Así, hasta el final de los tiempos.

Animación de Articulación Feminista Marcosur y Oxfam

Animación de Articulación Feminista Marcosur y Oxfam

Como los mitos nos ayudan a interpretar la realidad, vamos a dar el nombre genérico de “Sísifa” a un colectivo de mujeres inmigrantes cuyas identidades reales es preferible ocultar por una sencilla cuestión: están fuera de la ley. La vida de Sísifa antes de la condena no había sido fácil, pero ante ella se abría al menos un ancho horizonte de esperanza. A través de una u otra “odisea”, Sísifa había logrado lo que durante mucho tiempo parecía un sueño inalcanzable: vivir en España como residente legal, con los derechos y las obligaciones de cualquier otro ciudadano. Por fin ´tenía los papeles´, lo cual es casi una hazaña de supervivencia; que se lo dijeran a su amiga Guadalupe, por ejemplo, que todavía anda batallando para tener en la mano la cotizadísima tarjeta de residencia.

Que Sísifa sepa, no ha cometido ningún error que justifique la ira de los dioses y la condena que se le ha venido encima: “perder los papeles” o, dicho en términos jurídicos, incurrir en irregularidad sobrevenida. En resumidas cuentas, lo que a esta mujer le pasa es que la piedra se le ha resbalado ladera abajo y vuelve a encontrarse en el punto cero: otra vez irregular, otra vez sin documentación, otra vez sin derechos. Expliquemos brevemente la situación: cuando una persona inmigrante consigue regularizarse, se le otorga un permiso de residencia temporal que le autoriza a vivir en España más de 90 días y menos de 5 años, aunque después del primer año la residencia debe renovarse cada 2 años. Entre los varios requisitos necesarios para obtener la renovación es fundamental poder acreditar la existencia de una relación laboral vigente. Y aquí es donde la piedra comienza a caer a una velocidad vertiginosa, porque en la actual situación de crisis muchos extranjeros no tienen la documentación necesaria para renovar su residencia porque carecen de contrato de trabajo.

Cierto que el desempleo no afecta sólo a los inmigrantes; conocemos a muchos españoles y españolas de pura cepa que están sufriendo duramente los efectos del paro. Tampoco la crisis golpea únicamente a las mujeres, por supuesto; son muchos los varones que pierden sus puestos de trabajo o los ven peligrar todos los días. Pero debemos decir, porque también es verdad, que a estas mujeres inmigrantes la crisis les coloca en una situación de vulnerabilidad particular, pues les empuja nuevamente hacia el círculo vicioso del que creyeron haber salido para siempre: ‘sin papeles no hay trabajo, y sin trabajo no hay papeles’.  No tener papeles significa, para Sísifa, perder posibilidades reales de encontrar un nuevo empleo. Significa regresar a la economía sumergida. Significa no poder salir a la calle con tranquilidad por miedo a que la policía la detenga. Significa no poder ponerse enferma porque ya no tiene derecho a la sanidad pública. Significa… vivir bajo el peso de una condena aplastante y enfrentarse cada mañana a una piedra pesadísima con las magras fuerzas que le van quedando. ¿Tendrá que ser así hasta el final de los tiempos?

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Más de la mitad dedica durante esta semana un espacio destacado a conocer las situaciones de las personas que dependen del trabajo doméstico para vivir.