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Un precioso campo de nabos feminista

Por Marta Hernández

El sábado, al definir la gala de los premios Goya, Leticia Dolera con solo 6 palabras, “un campo de nabos feminista precioso” dio voz a todas las mujeres de la industria del cine que miraban perplejas como la misma Academia que dice estar comprometida con la lucha por la desigualdad de género, impedía repartir abanicos rojos a las representantes de CIMA (Asociación de mujeres del audiovisual) en la entrada del photocall. La misma Academia que una vez más colocó en el papel de presentadores a, no uno, sino dos cómicos españoles.

Leticia Dolera en la gala de los Goya. JAVIER LIZÓN / EFE

Soy joven y no voy a irme muy hacia atrás, pero parece que cuatro años consecutivos con representantes masculinos no es una forma muy comprometida de luchar por la “desigualdad de género”. No se preocupen, señores del cine, a las mujeres de mi edad ya nos ha quedado claro que entre tanto “campo de nabos” solo se puede destacar con un vestido bonito y unos tacones de mujer florero. En el cine, y como hemos podido observar estas últimas semanas, en el mundo de la música y la televisión.

Nuestro querido OT nos ha traído muchas emociones y algunos intentos de descubrir la diversidad afectivo-sexual, algunos de ellos con modelos masculinos o estereotipados, pero se reconoce un esfuerzo por mostrar diferentes orientaciones sexuales e identidades de género. Por otro lado, también nos ha brindado ejemplos, algunos más o menos sutiles, del machismo que perdura en nuestra sociedad. Desde la elección del jurado y sus guiños sexualizados a unos y otras concursantes, a la más que evidente e injusta valoración de éstos según su sexo. Pues sí, a mí me gustaría haber visto a alguno de los triunfitos masculinos bailar encima de unos tacones con un vestido que apenas tapa los pechos, intentando no parecer inseguro cuando uno de los tirantes se cae, o unos chicos le lanzan en volandas cual trozo de venado sagrado. Sutilezas, amigos, pequeños detalles casi imperceptibles a los que estamos acostumbradas. Casi tanto como a que en los pases de micro nos enfoquen las piernas de las concursantes, su trasero o el cabello cayendo sensualmente por el cuello. Y si no estás dispuesta a cantar letras diciendo que “pa’ mala yo” o a actuar en camisón, ya sabes dónde queda la puerta. Lo siento, si pensabais que nos ibais a convencer poniendo de vez en cuando algún pantalón, entonces no habéis entendido nada.

Querido ministro de cultura, de educación, de sanidad, querida sociedad. La violencia de género y la lucha por la igualdad no es poner carteles ni hacer spots publicitarios. La lucha por la equidad es dejar de vernos como trozos de carne y empezar a pensar que somos profesionales igual de competentes que no necesitamos que nos adornen con un lazo de vestidos, miradas lascivas y tacones para poder trabajar.

En el mundo del cine, la música, la televisión y en nuestras propias casas, a pesar de tanto nabo siguen creciendo flores, lechugas y zarzas, todas distintas, pero todas orgullosas de ser plantas. The show must go on; el machismo, no.

Marta Hernández es psicóloga, futbolista y autora del blog Ríe sin miedo

Las chicas del fútbol

Por Marta Hernández marta hernández arriaza

Si alguien me preguntara cuál fue el día más feliz de mi vida le diría que fue aquella tarde de verano en la que estuve cinco horas aprendiendo a parar goles en una portería de fútbol siete. Recuerdo que al principio no sabía tirarme y casi todos los tiros iban a gol pero seguí intentándolo hasta que mi cuerpo no pudo más y caí rendida al suelo. Porque no hay nada más emocionante que hacer lo que te gusta hasta el agotamiento. De todos modos, mi amor por el futbol no es lo que me trae hoy aquí pues estoy segura de que miles de niños españoles compartirán este sentimiento. Bueno, quizás eso mismo sea lo que me diferencia de ellos, que son niños, y yo era… una niña.

Portera de fútbol. Imagen: Marta Hernández Arriaza

Portera de fútbol. Imagen: Marta Hernández

Por suerte o por desgracia, según a quién preguntes, las cosas en España están cambiando. De todos modos yo pertenezco a la generación de las primeras niñas que jugaban al fútbol en el recreo y no podían apuntarse al equipo del colegio porque solo eran mixtos hasta los once años. Y por supuesto había en mi ciudad dos equipos de fútbol a los que mis padres no podían llevarme. O quizás no quisieron hacer el esfuerzo de llevarme por el estigma que podía suponer convertirme en una “marimacho” futbolera. Menos mal que, al cambiarme a otro colegio un poco más progresista pude formar parte con otras niñas de otros colegios de la primera liga de futbol femenino de colegios católicos. En realidad nunca me han gustado mucho las competiciones pues me daba pena ganar a niñas más pequeñas, pero me lo pasaba muy bien. Además, por eso de ser las primeras y haber tan pocos equipos en la liga, tuve la suerte de ir al Campeonato de España y sentirme como una auténtica ganadora.

Podría parecer que el fútbol femenino está normalizado en nuestra sociedad, y sin embargo, hay algunos detalles que reflejan el sexismo aún presente en las instituciones deportivas. El primer detalle es que no conozco absolutamente el nombre de ninguna jugadora de fútbol femenino excepto el de “la Ronaldiña” y porque salía en la televisión acompañada de su esposo. La verdad es que no sigo mucho el fútbol oficial, supongo que es porque me cansa ver a hombres corriendo, en bares donde casi todos son hombres y donde solo los hombres pueden tener opinión, pero sí que conozco unos cuantos nombres de jugadores de fútbol. Es muy difícil que las niñas tengan modelos de jugadoras femeninas si la prensa no publica noticias sobre el mundo del futbol femenino que no tengan que ver con escándalos amorosos.

El segundo detalle es algo más sutil y tiene que ver con pequeños gestos como que en España a las niñas (y no tan niñas) que van a jugar en un equipo de  fútbol les den ropa de niño. Aún recuerdo mi primera equipación, con esa telita blanca con agujeritos para sujetar una parte de mi cuerpo que obviamente siendo mujer no tenía. Eso dejando de lado el que siempre nos daban tallas enormes que hacían que entre el pantalón redoblado y la camisa cual vestido de dormir pareciéramos lo menos sexy del mundo. Claro, ahora entiendo el por qué en los torneos las gradas de voleibol siempre estaban llenas, ellas con sus camisetas ajustadas y pantaloncitos, jugando en un pabellón cerrado, y nosotras, a dos grados jugando en una pista llena de hojas. Porque claro, la pista buena siempre se la quedan los chicos. La pelota buena, los chicos. Las chicas que jugamos al fútbol somos de piedra y nos merecemos jugar a las ocho de la mañana o a las siete de la tarde, en el mes de Diciembre, para que la pista quede libre cuando hace solecito. No vaya a ser que los futbolistas de verdad se tuerzan un tobillo por el frio. Total, si nos constipamos, solo somos mujeres. Yo intento no enervarme, de verdad, pero estas diferencias sutiles jamás las entenderé.

Por suerte, gracias a mis padres, pude viajar al otro lado del charco a conocer el futbol femenino de verdad. Un lugar en el que cuando decías que jugabas al futbol te miraban súper bien y donde las mujeres tienen equipaciones cómodas con las que no parece que lleven un saco de patatas. Los padres de allí apuntan a sus hijas a este deporte para que aprendan valores de trabajo en equipo y esfuerzo, para que hagan amigas y sean felices. Allí el fútbol es sinónimo de feminidad. ¿Por qué aquí no puede ser igual? ¿Por qué los grandes todopoderosos del futbol español no pueden aceptar y potenciar el fútbol femenino? Quizás el primer paso sería que el club que tanto alardea de tener al mejor jugador del mundo en su plantilla empezara a ofrecer a las niñas la oportunidad de ser la mejor jugadora del mundo. En el deporte, como en la vida en general, los pequeños gestos son los que marcan la diferencia.

Marta Hernández es psicóloga, futbolista y autora del blog Ríe sin miedo