Entradas etiquetadas como ‘Perú’

Las desaparecidas importan

Por Lucero Ferrer

Es posible que me haya cruzado con ella en Lima el 13 de agosto del 2016 en aquella marcha multitudinaria que congregó a miles de mujeres esa tarde. Es posible. Sin embargo, no tuve la oportunidad de conocerla. Supe de ella porque en cada plantón y en cada marcha feminista, su madre, Rosario, asistía siempre con una foto de ella en la mano. Supe de ella porque sus amigas la mencionaban siempre en cada arenga que poco a poco se iría transformando en un grito de rabia y dolor. «Solsiret, te buscaremos hasta encontrarte». «Por nuestras desaparecidas, por Solsiret Rodríguez, por las compañeras asesinadas: Ni un minuto de silencio, toda una vida de lucha». Sus amigas y familiares necesitaban respuestas. Jamás dejaron de buscarla. Tenían la esperanza de encontrarla con vida.

© Lucero Ferrer.

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Zoila, una jefa indígena que quiere romper techos

Por Charo Zapata Vásquez

Esta es la historia de Zoila Samaniego, una mujer de 35 años empoderada, madre de dos hijos, esposa, profesora de primaria, regidora y jefa de la comunidad nativa de San Miguel Centro Marankiari. Ella es una mujer indígena asháninka, de la selva central  del Perú.

Zoila se siente muy orgullosa de ser asháninka, conserva su lengua, sus cantos, sus costumbres, su forma de vestir. Los asháninka son un pueblo indígena amazónico con principios básicos del cuidado de la naturaleza. Sin embargo, no podemos negar que hubo una ancestral discriminación, desigualdad, inequidad entre las mujeres y varones en sus culturas, y lo que es peor aún, una desigualdad que llega hasta la modernidad de nuestros tiempos. 

 

Para Zoila Samaniego, dirigente indígena: “En la vida hay que atreverse, es posible fallar, pero no hay que dejar de intentarlo, no hay límites por ser mujer”© Charo Zapata.

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Una historia desde Perú

Por Laura Martínez Valero

Cuando estás en Lima, es difícil mirar hacia los cerros que rodean la ciudad sin que se te encoja un poco el corazón. Secos y polvorientos, hasta donde alcanza la vista están cubiertos por pequeñas casitas de colores. Es un paisaje hermoso, pero también tiene algo de terrible, como si todo aquello no debiera estar ahí. No así.

Conocí a Sara Torres en uno de esos cerros, entre esas coloridas construcciones que vistas de cerca dan cuenta real de su precariedad. En las zonas más altas son apenas cuatro palos y una lona. En las más bajas, se pueden ver paredes de ladrillo con más frecuencia. Mi compañero Pablo y yo habíamos llegado allí para conocer el día a día de la gente que vive en las colinas, con las que nuestra organización, Oxfam, trabaja en la preparación ante un posible terremoto.

Enérgica y optimista, Sara te arrastra, literalmente, ladera arriba, ladera abajo. Muy querida por su comunidad, ha sido dirigente durante 6 años en El Trébol, uno de los miles de asentamientos humanos que pueblan las montañas. Decir que ha sido dirigente significa que se ha encargado de movilizar a todos los vecinos y vecinas para mejorar sus condiciones y construir carreteras, negociar el suministro de agua y electricidad u organizar formaciones sobre género y reducción del riesgo ante terremotos. Porque aquí si quieres algo te lo tienes que hacer tú misma. El estado se encarga de muy poco.

Sara Torres en el muro de la desigualdad, que separa los asentamientos pobres de la zona rica de La Molina. (c) Pablo Tosco

Sara Torres contempla desde lo alto el asentamiento donde vive. (c) Pablo Tosco

A medida que pasaban los días y convivíamos con Sara nos fuimos dando cuenta de que detrás de ese carácter fuerte, se escondía una Sara diferente, que se abrió a nosotros cuando menos lo esperábamos. Y comenzó a hablar: “Yo no quería tener esposo. Nunca quise tener esposo. No sé si será trauma o no sé, algo que había nacido en mí, que yo no quería tener esposo, pero si quería tener hijos”. Aún así convivió más de 20 años con un hombre con el que acabó teniendo dos hijos en común. Sin quererle, sin amarle. Rezó y rezó para que en ella se despertara un sentimiento hacia él. Pero no lo logró.

A los tres años de convivir juntos, él empezó a agredirla. Y ella también se defendía a golpes. Sara comenzó a alternar los periodos en los que justificaba esa violencia con otros en los que se le abrían los ojos. “¿Para qué hacernos daño tanto él como yo si no hay nada que nos ate a nosotros?”, se preguntaba. Pero siguió aguantando.

Aguantando porque creía que eso es lo que una líder hacía. Aguantando porque tenía una imagen y no podía perderla. “Yo no podía decir nada porque yo era dirigente. Era presidenta del comedor. Yo era una mujer ejemplo para las demás. ‘Sara, vecina Sara, está pasando esto con la vecina’. Y yo corría. ‘Vecina Sara están asaltando allá’. Y yo corría”, nos explicó.

Pero llegó un momento en el que Sara dejó de correr y se separó. Ya hace tres años de ello. Ahora recuerda aquella época con otra mirada. Se da cuenta de la gran paradoja que vivió: “Yo era la que traía gente profesional para que les dé charlas a las mujeres, para decirles: “¿Saben qué, señoras? Ustedes tienen estos derechos. Como ustedes mujeres tienen que hacer respetar sus derechos. No deben hacerse agredir con los hombres. Ustedes tienen que denunciar. Eso yo debería haber hecho hace mucho tiempo”, nos confesó en un susurro.

Querida Sara, siempre has sido una líder. Pero ahora lo eres más que nunca.

Laura Martínez Valero trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón y participa en el proyecto Avanzadoras,

Puta no soy: una novela sobre la gran vergüenza de nuestra época

charo_izquierdo_lateralPor Charo Izquierdo 

Llegué a Perú buscando a alguna chica que hubiera sido víctima de la trata con fines de explotación sexual y cuando la encontré su voz cambió mi vida. Era una niña de quince años que había sido engañada en Cuzco y conducida hasta el sudeste del país, hasta la región conocida como Madre de Dios, así nombrada por el río que la circunda. Había sido contratada, en teoría, como mesera, que así dicen allí a las camareras, para encontrarse en un paupérrimo poblado del kilómetro 103 de la carretera Interoceánica cercano a las minas informales de extracción de oro, en uno de esos prostibares que pueblan esa zona de Perú entre los ríos Madre de Dios y Tambopata, en plena selva.

Imagen del proyecto 'Chicas nuevas 24 horas', de la directora Mabel Lozano

Imagen del proyecto ‘Chicas nuevas 24 horas’, de la directora Mabel Lozano

Yandí me sorprendió con su voz de animalillo herido. A mí y al equipo que rodaba el documental ‘Chicas nuevas 24 horas‘, dirigido por Mabel Lozano. Conmovió a Mabel y a la productora de la película en Perú. Conmovió a todos. La directora hizo de Yandí la protagonista peruana de su documental. Y yo me inspiré en su historia para escribir mi novela “Puta no soy”, una recreación ficcionada y libre de la triste existencia de tantas mujeres peruanas engañadas, cosificadas, convertidas en materia prima desechable, en pura carne para divertir a los mineros, para someterse a ellos, para ser obligadas a ser prostituidas. En los prostibares en los que trabajan -y que con ese nombre no dejan lugar a dudas sobre la actividad a la que se dedican-, beben cerveza con los mineros, son forzadas a dejarse tocar por ellos y al final acaban haciendo lo que allí se denominan pases, que no es más que practicar el sexo. Hay niñas y adolescentes entre ellas, porque los clientes la prefieren jóvenes, cuanto más, mejor, en la creencia de que les transmiten menos enfermedades y que las menores de edad les dan suerte para encontrar más cantidad de oro. Escribí “Puta no soy” para dar a conocer la trata de mujeres y niñas en Perú, que no tiene nada que ver con la trata que se produce en otros lugares del mundo, porque allí la mayoría es engañada y vendida sin necesidad de que las saquen del país para ser esclavizadas; lo son in situ. Allí, se cifra en unas 4.000 mujeres víctimas de trata desde que se ha empezado a contabilizar y hasta 2014. De ellas, aproximadamente un 60% son niñas. Y solo con el hecho de escribirlo siento un profundo y triste escalofrío.
Porque yo conocí a una de ellas.
Yandí y Perú han marcado para siempre mi vida. Podría decir que una semana, aquella semana de rodaje, cambió mi vida. Pero mentiría. Porque fueron muchos meses de inmersión en el pueblo peruano y sus costumbres, antes y después de aquellos días, mucho tiempo de documentación, de ver incluso informativos peruanos para sentir a mi manera sus miradas y su mundo.
Pero es que, además, “Puta no soy”, partiendo de Yandí y de Perú, es mucho más que eso. Es un compromiso con el resto de las víctimas de trata en el mundo, cifradas en más de dos millones, de las que aproximadamente un 70% son mujeres y niñas con fines de explotación sexual. Cómo ocultar esa realidad infame que mueve unos 32.000 millones de dólares al año en el mundo. Cómo dejar pasar la oportunidad de dar a conocer que en España hay entre 40.000 y 50.000 mujeres y niñas víctimas, según datos de Save the Children. Es imposible dejar de contarlo una vez que has penetrado en tan telúrica realidad. Es imposible romper el compromiso de gritarlo. Esa es la finalidad de la novela que se mueve entre Perú y España, y con la que pretendo conmover a los lectores y lectoras como antes me he conmovido yo.
Conmueve entender -si es que se puede comprender tanta mezquindad- que estas mujeres son víctimas dos veces. La primera, por haber nacido donde han nacido, por haberse criado en la miseria, de la que queriendo salir son engañadas. La segunda, por ser obligadas a ejercer la prostitución sin ser putas.
Conmueve comprobar que, tras el engaño, son privadas de su documentación. Y, siendo esto importante, no lo es todo. Porque les privan de algo más, de mucho más, les arrebatan su identidad. La capan y una vez que han dejado esa identidad al otro lado de su vida, junto a su carnet o su pasaporte, son desposeídas de cualquier gramo de autoestima, hasta llegar a sentirse nada.
Conmueve saber que son muchos los casos en los que es la propia familia quien las vende creyendo que allá donde van a trabajar vivirán mejor que en sus casas y, desde luego, avaras de un dinero que por poco que sea puede sacarles de la pobreza.
Como para juzgar…
Quiero conmover a las lectoras. Pero también a los lectores. Porque encuentro muy importante que los hombres se conciencien de que sin demanda no existiría oferta y que cuando hablamos de mujeres que ejercen la prostitución podemos afirmar que aproximadamente un 80% son víctimas de trata, ya sean rumanas, brasileñas, colombianas, nigerianas… Y por cierto, España es el tercer país consumidor de prostitución en el mundo, por detrás de Tailandia y Puerto Rico. Y aún hay más: un 39% de hombres en nuestro país confiesa ser consumidores de prostitución.
Mi compromiso con esas mujeres está sellado para siempre. Parte de las peruanas, pero alcanza a las de cualquier país, y desde luego a las que acaban en España, procedan del lugar que procedan. Nunca podré dejar de denunciarlo. Nunca me quitaré de la cabeza la voz de aquella niña ni la de otras víctimas que han conseguido escapar de una esclavitud que, afortunadamente cada día está más presente en las agendas políticas, incluso en la agenda del papa Francisco, que en su mensaje del primer día de enero en la 48 jornada Mundial por la Paz denunció la esclavitud y la trata como uno de los problemas que acosan al mundo y que hay con los que hay que acabar. Y en ese compromiso tiene mucho que ver por supuesto Mabel Lozano, pero también Rocío Mora, coordinadora de APRAMP (Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituta), fundada por Rocío Nieto. Gracias a ella he tenido la oportunidad de profundizar en la vida y en algunas vidas de varias de estas víctimas y en una de las grandes vergüenzas de nuestra época. Su organización lleva más de 25 años ayudando a víctimas, con la reinserción no solo laboral sino, y sobre todo, personal, de mujeres que no solo tienen necesidad de aprender a trabajar, sino, sobre todo, de aprender a vivir. Como también las ayudan las Madres Adoratrices, a través del Proyecto Esperanza. Y es que las víctimas pierden hábitos si es que algún día los tuvieron, pierden la capacidad de moverse solas por la ciudad, a veces desconocen incluso dónde viven, son incapaces de utilizar transporte público y, lo más importante, son incapaces de reconocerse como personas.
Cómo no comprometerse con ellas.

Charo Izquierdo es Licenciada en Ciencias de la Información. Ha sido redactora jefe de las revistas Dunia y Geo, subdirectora de Vogue, directora de Elle, estarguapa.com, Yodona y Grazia. Es miembro del International Women Forum España y socia de la red de mujeres Womenalia. 

El regalo de Chela

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Hay personas tan grandes que sobresalen de cualquier paisaje. Chela Carpio es una de nuestras primeras compañeras de trabajo en Lima, cuando llegamos como cooperantes en los 90. Su primer regalo es la acogida, la paciencia para enseñarnos a sobrevivir entre los usos y costumbres de una organización, y una ciudad y un país desconocidos. Y así Chela se convierte en la amiga imprescidible, la persona con quien siempre se puede contar, a la que nunca se puede defraudar.

 

Chela Carpio, en Irlanda en 2013. Imagen: Belén de la Banda.

Chela Carpio, en Irlanda en 2013. Imagen: Belén de la Banda.

La sonrisa. La sonrisa franca de Chela es una de las primeras que reconoce nuestro primer bebé, y después nuestra pequeña peruana. Los niños, en cualquier lugar del mundo, adoran a Chela: ella juega con cada uno como algo delicioso, algo precioso, porque ha experimentado el dolor de perder un niño, su añorado Pepito. Para ella, cada ser humano es un tesoro, desde el primer momento. Por eso les da confianza.

El esfuerzo. Cada día, al salir de la oficina, Chela vuela hacia su casa, donde se inicia su segunda jornada: una pequeña dulcería familiar que abre sus puertas cada día a las seis de la tarde. Cuando la clientela se retira, en la casita rodeada de flores es el momento de amasar, preparar y hornear para el día siguiente. Y también el fin de semana. Así, como muchas familias peruanas, Chela y Pepe labran con enrollados, empanaditas, cheescakes, tartas de tres leches y chicha morada las carreras universitarias de sus hijas. Con su esfuerzo, el esfuerzo aprendido día a día en casa, Carolina y Mariela llegan muy lejos, como profesionales y como personas.

Un punto de encuentro. No es sólo que la dulcería se convierta en un centro de actividad; es que Chela en sí misma es como el ‘meeting point’ del aeropuerto Jorge Chávez de Lima. Quien tiene un problema, quien está sufriendo, quien no sabe qué hacer, quien tiene una alegría para compartir, cuenta con su paciencia, con su hombro para llorar, con unos solsitos para ayudar. Sabe dónde está el bien, y empuja en esa dirección. Si pierdes el trabajo, si te roban, si estás enferma, si no encuentras a tu niño perdido, reza para que Chela esté cerca.

Una mujer en el mundo. Cuando se jubila, la tienda la ocupa a jornada completa. Pero se arregla para ahorrar y visitar a sus amigos, a su familia, por lejos que estén. Los amigos cooperantes o misioneros españoles que han ido pasando por su base en Lima, la familia en Estados Unidos, su precioso nieto en Irlanda. Todos queremos que Chela nos visite; cuando Chela está en casa hay paz y alegría. La vida se disfruta con ella entre risas y verdades compartidas. Lo saben desde nuestros más queridos amigos hasta el jardinero del Ayuntamiento de Madrid, desde José Luis Perales hasta los tenderos de Dublín. Con su sonrisa Chela crea un espacio de empatía donde todo lo bueno es posible.

El domingo perdimos a Chela. Es duro estar lejos, no haber podido acompañarla en su enfermedad, no poder abrazar a su familia, que ya es nuestra, no poder compartir mejor su dolor, este enorme agujero que nos queda.

Pero sí podemos agradecerles el regalo de esta mujer compartida, repartida, querida, que ha sido y es tan grande. Todas estas palabras son tristes y pocas comparadas con una vida radiante. Con Chela hemos aprendido que una persona nunca se arrepiente de ser generosa. Que siempre podemos ser mejores, y que no hay nadie perfecto: conviene la paciencia para los demás y para nosotros.

Gracias, Chela, tú sabes los porqués.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

Mantay significa madre

Por Alejandra Luengo Alejandra Luengo

Hace unos días he regresado de Perú, país donde viví y trabaje hace catorce años, y que me enseñó gran parte de lo que soy como persona y profesional.

Entre los encuentros que me sentía emocionalmente implicada en hacer era visitar la Casa de Acogida Mantay, que se encuentra a las afueras de la ciudad del Cuzco. Conocí el proyecto cuando ya llevaba meses en Perú y trabajaba en una Defensoría de la Mujer,  Niño y Adolescente. Me acabé enganchando… Eran tantas las posibilidades en las que implicarse que no podía taparme los ojos a esa realidad, así que comencé a colaborar en el acompañamiento psicológico eventual para las madres adolescentes.

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Mantay significa madre. Imágenes de la Casa de Acogida Mantay.

Mantay, que fue fundado por personas españolas y peruanas hace ya casi 15 años, se dedica a dar respuesta a las situaciones dramáticas que vive una adolescente cuando se queda embarazada y está en una situación de riesgo o desprotección grave, o no tiene medios para afrontar la llegada de un bebé. Estamos hablando de historias profundamente dolorosas y traumáticas, en las que generalmente no existe ninguna protección y apoyo desde el ámbito familiar. Además el aborto en Perú es ilegal; excepto en casos donde la salud de la madre peligre.También de situaciones donde no hay sustento material y emocional para hacer frente a la maternidad.  Así que desde los juzgados se favorece el ingreso a un espacio de protección.

Como Jovita que con doce años fue agredida por su padrastro. Supimos del caso por la escuela, cuando ya estaba de cinco meses de gestación. La madre le culpabilizo y maltrató física y emocionalmente por lo sucedido, mientras señalaba que no iba a separarse de su pareja porque éste era el que mayormente traía ingresos a la casa. Desde las instituciones tuvimos que solicitar una tutela urgente y Jovita entró en Mantay.

Estas menores se ven obligadas a asumir una responsabilidad para la que en absoluto están preparadas. Tienen un bebe, por el que frecuentemente no sienten ningún tipo de vínculo emocional, ya que todavía están digiriendo sus propias heridas de abandono y violencia.

La Casa de Acogida Mantay persigue luchar por los derechos de estas jóvenes mujeres para que su vida no quede truncada y puedan seguir siendo adolescentes y asumiendo su maternidad. Así les proporciona un espacio seguro de acogida fuera del ámbito familiar donde poder ir aprendiendo a vincularse afectivamente con su bebe, su familia y con las parejas que puedan tener en el futuro. Les enseñan y apoyan en su promoción tanto formativa como laboral, y posibilitan una guardería cuando estas mamás trabajan. Además Mantay se financia con donaciones de particulares y con la venta de la artesanía que realizan las propias chicas y que luego se venden a través de la web o en tiendas del lugar, por lo que mantiene una independencia que le dota de más estabilidad al proyecto.

No pude ver a Jovita el día que fui, pero sí a su hijo; un pre adolescente lleno de vida, respetuoso y con gran sentido del humor. Su madre, que ya tiene veintiséis años, alquila una vivienda para ella y su hijo, trabaja y está terminando enfermería. Ha podido salir adelante por ella misma gracias al apoyo que durante todos estos años le han ofrecido las personas que forman parte de Mantay.

Por desgracia hay muchas historias como la de Jovita, que no se llegan a conocer y detectar cayendo en una espiral de marginación, inestabilidad y violencia. Estos proyectos favorecen la resiliencia y son sumamente valiosos en su esencia.
Raquel, la directora de la Casa de Acogida Mantay, nos decía estos días que diariamente se juntaban en el comedor 51 personas para almorzar entre madres adolescentes actuales, bebes de estas, hijos de las que lo fueron en su día, etc.

Y es que Mantay es toda una comunidad de apoyo y generosidad.

Alejandra Luengo. Psicóloga clínica,  combino la atención psicológica en servicios públicos con la consulta privada. Creo firmemente que se pueden cambiar las cosas y en esa dirección camino. Autora del blog unterapeutafiel.

¿Por qué mueren tantas mujeres?

Por Carolina García  

Quizá a muchas personas sorprenda que en España hablemos de feminicidio. Un término que muchos  desconocen, que a otros les suena lejano, y lo cierto es que la gran mayoría de la opinión pública no lo relaciona con los casos de violencia contra las mujeres que a diario suceden en nuestro país. Sin embargo, es necesario recordar que el feminicidio (o femicidio como lo denominan en Centroamérica) está presente en todas las regiones del mundo y que es la expresión más extrema de la violencia contra las mujeres.

Zapatos rojos. Imagen del II Seminario Internacional sobre violencias contra las mujeres y feminicidio.

Zapatos rojos. Imagen del II Seminario Internacional sobre violencias contra las mujeres y feminicidio.

Las cifras así lo demuestran, según ONU Mujeres 7 de cada 10 mujeres en el mundo sufrirán violencia física o sexual en algún momento de su vida. Sin embargo las políticas implementadas por los estados para hacer frente a esta pandemia distan mucho ser suficientes ante la magnitud del problema.

La última conferencia de Naciones Unidas sobre esta materia celebrada en 2014, pedía a los países miembros fortalecer la legislación nacional con el fin de castigar los asesinatos de mujeres y niñas; y establecer mecanismos para prevenir, investigar y erradicar el feminicidio y acabar con la impunidad que se vive en muchos lugares del planeta.

Compromisos que se evaden, resoluciones que quedan en papel mojado y políticas que nunca verán la luz, de no ser por la lucha vigilante de organizaciones de mujeres para que sus derechos sean respetados. Guatemala, Perú, España, Bruselas, la lucha es común y el camino compartido.

 

Para debatir sobre esto y sobre todo para hablar de los pequeños avances y los grandes retos que quedan por delante se celebrará en Madrid el próximo 14 de octubre el II Seminario Internacional sobre Feminicidio organizado por varias organizaciones europeas y latinoamericanas.

Un encuentro en el que se compartirán los avances conseguidos por los movimientos y organizaciones de mujeres y que suponen las bases para conseguir poner fin a esta lacra. Desde la sentencia de la Corte Interamericana sobre Campo Algodonero, que crea jurisprudencia sobre los homicidios de mujeres hasta la Resolución de urgencia sobre el feminicidio en la Unión Europea y América Latina, aprobada en marzo de 2014 por la Asamblea Parlamentaria Euro-Latinoamericana (Eurolat).

Defensoras de los derechos de las mujeres participarán en este espacio con el objetivo de trabajar juntas, de visibilizar una lucha que es global en todos los rincones del planeta y de proponer soluciones para eliminar los obstáculos que aparecen en el camino hacia el derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencias.

¿Sabías que  la violencia de género es la principal causa de muerte entre las mujeres de entre 15 y 44 años en todo el mundo, por delante de la suma de las muertes provocadas por el cáncer, la malaria, los accidentes de tráfico y las guerras?

¿Qué podemos hacer para combatirla? ¿Cómo podemos garantizar los derechos de las mujeres?

Las respuestas a estas cuestiones las buscaremos juntas el próximo martes.

 

Carolina García es activista por los derechos de las Mujeres en Alianza por la Solidaridad

Del comedor a la política

Por Laura Martínez ValeroLaura Martínez Valero

Las mujeres siempre han estado al frente de la necesidad de los alimentos. Era un tema de la familia y en la familia era un tema de las mujeres‘. Así explica Relinda Sosa, presidenta de CONAMOVIDI, por qué han sido las mujeres quienes han liderado desde su inicio la creación de los comedores populares en Perú. Para quien no lo sepa, estos comedores surgieron en los años 60 y 70, como espacios en los que las mujeres cocinaban para beneficio de su comunidad. Planteados en un principio como forma de abaratar costes, ya que se compraban los alimentos de forma común y se invertía el dinero en proyectos comunes de los barrios, pronto se convirtieron también en la principal fuente de alimentación de las familias más necesitadas. Además, suponen como organización popular femenina una experiencia única que no se ha reproducido con estas dimensiones en ningún otro lugar del mundo y que ha cambiado la vida de miles de mujeres.

Relinda Sosa en su reciente visita a España este mes de mayo. (C) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Relinda Sosa en su reciente visita a España este mes de mayo. (C) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

El despertar de la conciencia política puede surgir por muchos motivos, pero en el caso de Relinda está íntimamente relacionado con los comedores populares. En 1988, Relinda llegó al distrito de El Agustino (Lima) y se interesó en organizar un comedor popular. ‘Cuando me acerco a saber qué significaba ese espacio donde cocinaban bien y barato, me doy cuenta de que había varias iniciativas de comedores: unos que eran apoyados por el gobierno y otros que no lo eran. Para la organización de un comedor con apoyo estatal lo que le recomendaron fue hacerse con un carnet político del partido que estuviera en el poder, en este caso el APRA de Alan García. ‘En ese momento se me despertó un concepto político y pensé: ‘¿por qué tendría que hacerme un carnet de un partido del cual no necesariamente soy parte?’, explica Relinda. El germen estaba plantado.

Al margen del gobierno, Relinda y otras treinta compañeras fundaron el comedor autogestionario de El Agustino, Virgen de Nazaret. Además, lo integraron en la red de comedores autogestionarios ya existentes.  A Relinda le interesaba especialmente ‘el espacio de formación personal, de la autoestima, de autoreconocimiento de una misma y de formación política que este tipo de comedores proporcionaban. Para ella el comedor pasa a convertirse en un pretexto para conseguir algo más. ‘Empiezo a diferenciar que lo político no tenía sólo que ver con los partidos, sino con lo que uno hacía y a tener una posición o argumento para decir las cosas las quiero de esta manera o de esta otra’.

Desde esta perspectiva, las mujeres de los comedores han conseguido importantes logros en política, como la aprobación de una ley que reconoció jurídicamente a los comedores,  creó un programa de apoyo a la labor alimentaria que realizaban y estableció la gestión compartida del programa por parte del Estado y de las organizaciones de los comedores.  Sin embargo, aún quedan muchas cosas por hacer. ‘El Estado no escucha o escucha poco, se lamenta Relinda. Por ello, seguirán trabajando para que la voz de las mujeres sea tenida en cuenta en el contexto actual de reformas de los programas sociales, en los que ellas son expertas.

Laura Martínez Valero trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón.

El mapa mundial de Giulia Tamayo

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Ayer nos golpeó la triste noticia del fallecimiento en Montevideo de Giulia Tamayo, abogada, investigadora y activista peruana.  Con 55 años de vida intensa, Giulia ha permitido documentar y denunciar violaciones de los derechos humanos en países tan distintos como Perú, la República Democrática del Congo, Honduras o España. Un mapa mundial que muestra dramas y derechos y ha permitido que algunos de ellos vean luz a través de la verdad y la justicia.

Giulia Tamayo. Imagen del blog Las Reincidentes

Giulia Tamayo. Imagen del blog Las Reincidentes

Desde nuestra llegada a Perú en 1997, la referencia de Giulia, con quien compartimos amigos comunes, ha sido fundamental para entender lo que ocurría en el país, especialmente el sufrimiento de las mujeres más vulnerables. Hace unos meses destacábamos aquí su trabajo contra las esterilizaciones forzadas contra cientos de miles de mujeres llevadas a cabo por la dictadura de Fujimori. Su informe titulado ‘Nada personal‘ y los 20 minutos del documental con el mismo título son un ejemplo de defensa documentada y fundamentada de los derechos de un cuarto de millón de mujeres peruanas.

La historia de compromiso de Giulia se inicia en el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán en los 80. De las entrañables y emblemáticas  ‘Floras‘ -que ayer le dedicaron un homenaje en el jardín de su sede en el centro de Lima, hubiera dado cualquier  cosa por estar allí- pasó al Comité de América Latina y el Caribe para la defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM), desde donde denunció, con ayuda de la dirigente indígena de Anta, Hilaria Supa, el caso de las esterilizaciones forzadas.

Recuerdo cómo varios amigos comunes estaban muy preocupados por ella en 1997 y 1998. Alguien había entrado a su casa y robado su computadora. Había recibido amenazas de los terroristas de Sendero Luminoso y también de los paramilitares vinculados a la dictadura de Fujimori. Sufrió la violencia de Sendero en su propio cuerpo, pero el dolor no le impidió mantener un inmenso compromiso con los derechos humanos, y muy especialmente los de las mujeres, allá donde fuera necesario.

Me encontré con Giulia a las puertas de la Casa de América el día que se presentaba en Madrid el Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Perú. Comentamos cómo sentíamos la emoción de que tanto dolor vivido, tanta violencia sufrida, empezara a reconocerse, a recibir luz. Cómo la verdad podría abrir el camino para la justicia.

Merece la pena leer lo que escriben sobre ella sus compañeros de Amnistía Internacional, María del Pozo y Ángel Gonzalo. Pero aún mejor es escuchar su voz en una larga entrevista sobre derechos humanos y justicia universal o leer la carta que escribió sobre su experiencia personal la violencia policial en las manifestaciones de Madrid hace unos años.

Porque lo que Giulia ha hecho en su vida, lo que hacía cada día, es lo que tenemos que hacer todas y todos. Defender el mapa de los derechos de las personas. Defender la Humanidad.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón

Virginia Ñuñoca y su lucha contra el cambio climático en Perú

Por Anna Kramer Anna Kramer

Antes de conocer por primera vez a Virginia Ñuñoca ya sabía cómo era. En 2012, un equipo de Oxfam fue a la pequeña aldea del altiplano peruano donde vive y la entrevistó junto con un reportero de El Comercio, uno de los periódicos más importantes del país.  El Comercio publicó su fotografía en una exposición en el marco de la Bienal de Fotografía de Lima. La presencia Virginia en una galería de arte limeña representaba la voluntad de unir lo que la periodista Marie Arana llama ‘los dos Perús‘: el de la próspera y bulliciosa capital y el de las regiones más pobres y remotas en el campo.

Cuando en octubre pasado finalmente conocí a Virginia, me di cuenta inmediatamente de por qué esta mujer tan amable, enérgica y carismática había inspirado a tantas otras. Tres años después de haber participado en un proyecto para que las familias campesinas del altiplano peruano puedan adaptarse al cambio climático, había ampliado su sistema de riego, triplicado el área para pastoreo y tenía vacas lecheras que utilizaba para hacer queso. ‘Puedo vender la leche y el queso… y hacer yogur para alimentar a mis hijos. La leche es sagrada. Es una bendición‘, dice.

Virginia Ñuñoca demuestra que se puede vencer el cambio climático (c) Percy Ramírez / Oxfam

Virginia Ñuñoca demuestra que se puede vencer el cambio climático (c) Percy Ramírez / Oxfam

Pero la lucha de Virginia no acaba aquí. ‘No quiero ser la única que disfrute de este depósito de agua‘, añade. ‘Quiero que todos mis vecinos y vecinas tengan leche, y puedan vivir y prosperar‘.

Las mujeres y el cambio climático

Virginia ha experimentado de primera mano la mayor amenaza en la lucha contra el hambre: el cambio climático. Por todo el mundo, la meteorología impredecible y las estaciones erráticas están sembrando el caos para las familias agricultoras. Y el altiplano peruano no es una excepción: ‘Noto que el clima está cambiando mucho. Antes no era así. Ahora, algunas veces la hierba se seca mucho por el frío y la escarcha. La gente suele ser muy pesimista por la falta de agua que tenemos, pero si trabajas duro, puedes salir adelante‘.

Las mujeres indígenas rurales se encuentran entre los grupos más marginados de Perú. Son las que tienen menos oportunidades para acceder a la educación o ganarse la vida dignamente. Dado que con frecuencia son las que cuidan de sus familias y de la tierra, su participación en el proyecto de adaptación al cambio climático organizado por Oxfam es esencial.

Virginia cultivando en su parcela en los Andes de Perú. (c) Percy Ramírez / Oxfam

Virginia cultivando en su parcela en los Andes de Perú. (c) Percy Ramírez / Oxfam

En este proyecto, se organizan talleres de liderazgo, autoestima e igualdad de género. Talleres que para Virginia, que hoy tiene 54 años, fueron esenciales para que perdiera el miedo a los hombres y se sintiera capaz de hacer cosas por su cuenta.  ‘A veces voy a otras comunidades, y cuando llego allí comparto lo que he aprendido. Hay algunos que escuchan y luego me dicen: lo que dijiste me ayudó‘.

Su tranquila convicción me recordó a mi madre, que nos enseñó a mi hermana y a mí a a crecer y sentirnos feministas.  Le pregunté a Virginia cómo había transmitido estos valores a sus cuatro hijas y dos hijos.

Les digo que pueden hacer el mismo trabajo, que tienen los mismos derechos en casa, como profesionales, con su país.  No debería haber machismo. Todos debemos ser respetados como iguales en derechos.’

Virginia ha sido recientemente elegida representante de tres comunidades para un proyecto ganadero, donde puede aportar su experiencia y liderazgo en la cría de vacas lecheras. También le han propuesto ser líder de su comunidad, pero según cuenta mientras ríe: ‘No tengo tiempo, me gustaría… puede que algún día‘.

 

Anna Kramer es escritora y editora en Oxfam America.