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Las pérdidas que no nos permiten llorar

Por Mayte Mederos

Hace 14 años que perdí a mi hijo Claudio. En septiembre de 2004 yo era una madre feliz, con una preciosa hija de un año y viviendo un embarazo muy deseado, que estaba ya en su ecuador. Pero en la ecografía de control, tras unos ilusionados segundos esperando para oír, como otras veces, el latido, su ausencia habló por sí misma. La ilusión se volvió angustia, la angustia una negra certeza, y ya no hizo falta que nos dijeran que su corazón se había parado.

Recuerdo elaborado por la autora sobre un dibujo de Álvaro Manzanero. Imagen de Mayte Mederos.

Me ingresaron en el hospital, y me medicaron para inducir el parto. Pero fue más lento de lo previsto, y pasé dos días enteros en el paritorio. Yo sabía bien de la ilusión de esas horas de espera, de la mano de tu pareja, y con la familia dos puertas más allá pasando nervios hasta que llega el ansiado llanto del bebé. Sin embargo esta vez me acompañaba solo el silencio. Las horas resbalaban unas sobre otras, densas y sordas, sin más sonido que el de mi mente queriendo racionalizar la situación para no salir corriendo.

Parirlo no fue más fácil que dar a luz a un niño vivo. Y por contra, qué duro asimilar que todo ese esfuerzo que te rompe las entrañas es para traer al mundo a un hijo muerto. Un fantasma sin nombre al que el médico, en un exceso de paternalismo trasnochado, no me dejó siquiera ver, ni besar.

Mi segundo hijo no tuvo nada para él. Ningún familiar en la sala de espera, tomando café en las largas horas de paritorio. Ni una canastilla, ni celebración. Ni siquiera un nombre. Como llegó se fue, y sólo quedó un espeso silencio de años. Porque una vez que me levanté de la camilla, nadie más volvió a nombrarlo. Ni en casa, ni en la calle, ni en el trabajo. Pasó a ser un mal sueño, y yo cumplí con mi papel de no molestar a nadie con mi propio dolor. La pena negra quedó aprisionada en lo más hondo, como si no existiera.

Ha pasado el tiempo, y hoy tengo una feliz familia numerosa y bastante poco tiempo para pensar. Pero la vida guarda ases en la manga, y hace unas semanas acompañé a mi mujer a un festival de cine que organizan cada año sus compañeras matronas. A lo largo de varias tardes disfrutamos de películas divertidas y emocionantes sobre la maternidad. Y el último día, también de un intenso documental: Still Loved. No sólo cuenta la historia de siete familias que se recuperan de la pérdida de sus bebés, sino que planta cara al tabú social de la muerte fetal y ofrece emocionantes visiones de cómo cada una se enfrenta a la pérdida y la trata de superar.

Yo no estaba segura de querer ir a esa sesión final, pero a última hora me armé de valor y lo hice. Tenía mucho miedo de meterme en terreno desconocido, después de años de contención. Y fue duro, pero también sorprendente. Porque me abrió la puerta a la consciencia. Y por fin me di permiso para recordar que no sólo había perdido un bebé, en el que ya había proyectado tanto amor. Sino que además, al no haber sido a término, no había podido enterrarlo ni llorarlo con los míos. Ni siquiera tenerlo en mis brazos, algo tan terapéutico y necesario para poder hacer el duelo.

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Orgullo y prejuicios

Por Mayte Mederos

Me gustan las mujeres desde que tengo uso de razón. Aunque la España de los 70 no era el mejor sitio para decirlo en alto.

Así que aprendí pronto a esconder las emociones del primer amor, a vivir en la clandestinidad y a evitar el decálogo social de preguntas curiosas. El armario ya estaba en construcción.

Luego hubo tiempo de perfeccionarlo, jugando al escondite con los demás y conmigo misma. Hasta que encontré a mis iguales: no solo a las que sentían como yo -esas siempre estuvieron-, sino a las pocas que se atrevían a ponerle voz. Y con las primeras manifestaciones y panfletos fueron cayendo tornillos de la estructura y alguna bisagra.

Con el tiempo formé una familia, y desde que se aprobó el matrimonio igualitario regalamos a nuestra prole el derecho a tener dos madres en lugar de una. Fue una boda íntima, de puertas adentro. Ya bastante era que diéramos el paso, tampoco era cuestión de publicarlo.

Bandera arcoiris. Imagen de Sharon McCutcheon /Unsplash.

Sin embargo, en el anonimato de la calle me era más fácil hacer activismo, militar en asociaciones LGBTI, patear la ciudad pancarta en mano y coger el megáfono cada día del orgullo. Tanto, que hasta creí que era la perfecta lesbiana visible. Pero mientras el armario se mantenía más o menos en pie, con alguna madera en buen estado.

Y la vida siguió su curso. Un segundo matrimonio sucedió al primero. Nos casamos el año pasado: dos mujeres a punto de cumplir los 50 y con ganas de fiesta. Y ahí te das cuenta de que lo que te pide el corazón, a la cabeza le cuesta. Qué necesidad de buscar problemas familiares pidiendo que se ilusionaran como nosotras: para crear un cisma, mejor no nos hubiéramos metido en eso.

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Yo también las he matado

Por Mayte Mederos Mayte

Señor juez, vengo a entregarme.

Ya sé que han detenido al padre por el presunto parricidio. Y que la fiscalía ve indicios claros de culpabilidad. Pero escúcheme, siéntese un momento conmigo y lo entenderá.

Yo soy la vecina que escucha discusiones y golpes por la ventana del patio y no llama a la policía, porque en cosas de pareja no hay que meterse.

Soy el hermano que le dice a ella que aguante, que siempre estará mejor en casa y con un sueldo que mantenga a sus hijos. Que los insultos se olvidan y los morados se tapan, y la vida es así de injusta. Pero es que un hombre es un hombre.

Soy la madre y el padre que no enseñan a sus hijos a amar a sus parejas en lugar de poseerlas, inculcándoles valores y respeto. Que si hablan de sexo seguro es sólo con ellas, porque la responsabilidad no es cosa de los varones. Y que no educan a sus hijas para que se valgan por sí mismas, en lugar de necesitar a hombres que las protejan y las salven.

Soy el maestro que destila sexismo y cree firmemente que las mujeres están mejor en casa. El que trasmite la desigualdad patriarcal, ayudando a consolidar la pobreza en España en el lado femenino de la balanza.

Soy la directiva que prefiere contratar hombres que no se embaracen ni falten al trabajo por las anginas de sus criaturas. Y el marido que prioriza su carrera por delante de la de su mujer, que al fin y al cabo iba a ganar menos por el mismo trabajo. Soy la sociedad que no permite la autonomía de las mujeres, que se ven encarceladas también económicamente por sus verdugos.

Soy el juez que permite el avance del neomachismo lavándose las manos con las custodias compartidas impuestas. Esos regímenes concedidos al por mayor a hombres que nunca se interesaron por el cuidado de su prole, pero que las piden para seguir controlando y angustiando a sus exmujeres.

Y soy el responsable político que cree que 44 niñas y niños asesinados por su padre por violencia de género en la última década en España (26 de ellos ahogados, acuchillados o tiroteados durante el régimen de visitas) o que 1.360 mujeres asesinadas por terrorismo machista solo desde 1995 no son asunto de estado.

Señor juez, ya sé que no me ve ensangrentada. Pero si supiera en qué medida soy cómplice de esta sangría de dolor y de vidas, no habría clemencia que me salvara.

Mayte Mederos es activista feminista y lésbica, madre de familia numerosa homomarental y autora del blog Avatares de una amazona.

 

Sombras entre las sombras

Por Mayte Mederos Mayte

Se ha escrito mucho sobre la película de la temporada, ‘50 sombras de Grey’, entre otros sitios en este mismo blog, en la voz autorizada de Alejandra Luengo. Tanto se ha dicho que, sin haberla visto, ya se me estaban quitando las ganas. Además, las críticas eran tan malas que decidí que si iba al cine iba a ser para ver algo mejor, ahora que hay que pensárselo dos veces antes de pagar una entrada.

Sombras entre las sombras. Imagen de TrasTando sobre una imagen publicitaria de la película 50 sombras de Grey.

Sombras entre las sombras. Imagen de TrasTando sobre una imagen publicitaria de la película 50 sombras de Grey.

Pero reconozco que otra parte de mí tenía unas ganas inconfesadas de verla. Como persona interesada en el BDSM (bondage, disciplina, sadismo, masoquismo) me picaba la curiosidad por saber qué enfoque habrían dado a una película destinada al consumo de masas. Y más conociendo el puritanismo norteamericano, donde pasarse de la raya supone entrar en la lista negra y ser considerada cine X, con una merma considerable en caja.

Al final pudo mi curiosidad y aprovechando que una compañera de trabajo me pasó la cinta, un domingo me apoltroné con una bolsa de chocolatinas a disfrutar con mi chica de una tarde de cine y sexo no convencional.¿El balance al apagar la tele? Pues que lo mejor había sido el chocolate. Porque la película me dejó mal sabor de boca.

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Cuerpos sin normas

Por Mayte Mederos Mayte

Llevo semanas oyendo, en radio y en la red, noticias sobre la campaña ‘La guinda del pastel’, una campaña de crowdfunding que ha puesto en marcha el colectivo Despechadas. Esta asociación trabaja para traer a España a un médico estadounidense que al parecer es una eminencia tatuando pezones y areolas en mujeres que han perdido el pecho en su lucha contra el cáncer de mama. Aquí haría cuatro reconstrucciones, y además daría clases magistrales a profesionales del sector médico y del tatuaje terapéutico para que su técnica quede en nuestro país.

'Pase lo que pase, mírame a los ojos'. Esta camiseta es una de las recompensas para participantes en el proyecto de crowdfunding 'La guinda del pastel', en MyMajorCompany, lanzado por el colectivo 'Despechadas'.

‘Pase lo que pase, mírame a los ojos’. Esta camiseta es una de las recompensas para participantes en el proyecto de crowdfunding ‘La guinda del pastel’, en MyMajorCompany, lanzado por el colectivo ‘Despechadas’.

No puedo sino estar de acuerdo con esta iniciativa. En su momento pasé por el trance de perder un pecho de forma radical, y cuando me reconstruyeron fui a una tatuadora especializada. Esa noche al regresar a casa después de la primera sesión (fueron tres), el trampantojo del pezón dibujado me hizo sentir una mujer completa por primera vez desde la mastectomía.

Lo que ocurre es que el cáncer no sólo me trajo cambios físicos y operaciones, sino también mucho tiempo para pensar. Ahí germinó mi activismo feminista, además del lésbico, y el sentido crítico que fui desarrollando me llevaba a hacerme muchas preguntas. Por ejemplo, la de por qué ejerciendo como voluntaria de una asociación contra el cáncer, en el hospital tranquilizaba a las mujeres diciéndoles que gracias a la cirugía volverían a ser ellas mismas. ¿Es que dejamos de ser mujeres por perder un pezón, o un pecho o los dos? ¿Y el único camino para recuperar la autoestima es la reconstrucción?

Mi conclusión al final del proceso es la misma que con el aborto: cuando estuve embarazada supe que no lo hubiera elegido en el supuesto de malformaciones de mi bebé, pero lucharé siempre por el derecho femenino a decidir sobre nuestro cuerpo. En este caso aplaudo cualquier iniciativa que nos permita optar a las mujeres entre el mayor abanico de posibilidades, pero también creo que el mensaje que estamos dando es equivocado.

Porque reconstruirse el pecho no es la única manera de estar bien psicológicamente, ni de sentirse deseada. Igual que el ideal de belleza delgada es una trampa malévola para millones de mujeres. Y que la tiranía de entrar en la norma hace que durante décadas se haya mutilado de forma arbitraria a quienes nacen con genitales de ambos sexos, las personas intersexuales (o hermafroditas de toda la vida).

Esa misma normatividad de los cuerpos hace que la sociedad necesite que las personas transexuales se operen, para entrar en el binarismo que algunas mentes oxidadas necesitan para entender el mundo. Por eso aplaudo con entusiasmo la visibilización que hizo en su día en Vogue la top model brasileña transexual Lea T, con un desnudo artístico que abrió puertas a quienes se oponen a la dictadura genital de la reasignación. De nuevo, defiendo que la sanidad cubra las operaciones y los tratamientos de reasignación de sexo a quien así lo desee y lo necesite para su proceso personal. Es fundamental. Pero creo que, por encima de todo, necesitamos educación y apertura de miras para entender que el mundo es plural y diverso, y que no todo el mundo tiene las mismas necesidades ni enfoques.

La semana pasada, al salir de la ducha, me dí cuenta en el espejo de que la tinta de mi pezón dibujado ha palidecido. Ya me habían advertido de que hay que renovarlo cada cuatro o cinco años. Mientras me secaba le pregunté a mi novia si para ella era un problema que lo perdiera del todo. Creo que su beso de tornillo fue suficientemente elocuente. Así que no creo que vuelva a pasar por la aguja, y tengo claro que no me sentiré menos mujer por ello.

Mayte Mederos es madre de familia numerosa y autora del blog Avatares de una amazona.

Feliz Día de Armarios Abiertos

Por Mayte Mederos Mayte

Hasta que la ley me permitió casarme, odiaba las bodas. Y eso que con una familia tan grande me tocó asistir a una larga sucesión de ellas. No es que me molestasen las ceremonias, al contrario: nadie se emocionaba más que yo, que me gusta un ritual romántico como el comer. Pero todo -empezando por el hecho de que no invitasen a la novia que ni imaginaban que tenía- me recordaba que el anillo y el traje no estaban hechos para mí, y que en la liga del amor las lesbianas nos quedábamos fuera.

Por suerte la ley del Matrimonio Igualitario cambió las cosas en España y, como muchas otras personas LGBTI, pude disfrutar del derecho a hacer de mi capa un sayo (en mi caso, casarme con la madre de mis criaturas en una lluviosa tarde de enero, en el salón de plenos de mi ayuntamiento)

Armarios abiertos en las familias. Imagen de TrasTando.

Armarios abiertos en las familias. Imagen de TrasTando.

Sin embargo, ese sentimiento de exclusión y de quedarnos con cara de tontas no acabó con la igualdad ante la ley. Porque la discriminación va muy por delante de nuestros derechos, así que la misma frustración de entonces se nos repite a las mujeres que amamos a mujeres cada navidad.

No importa cuánto te gusten las fiestas, los polvorones y los villancicos. Si eres una mujer lesbiana o bisexual es más que probable que tu familia no lo sepa. O que lo sepa y no lo apruebe, que no sé qué es peor. Y que tengas que ir a la cena de nochebuena con tus hermanos y sus parejas, echando de menos a tu chica y sintiendo que es totalmente injusto. Pero no se queda ahí: da gracias si, además, no tienes que aguantar comentarios y chistes homófobos o machistas en esas fantásticas cenas en las que reírse de los demás es un clásico que no falla. Lo único en lo que se ponen de acuerdo el cuñado petardo y el estirado de tu primo, oye.

Qué le vamos a hacer si la navidad es un imperativo en estas fechas, tengas las creencias que tengas. Pero con el agravante de que en España es la fiesta de la religión católica, casualmente la confesión que más lucha por condenarnos al doble ostracismo: por mujeres, y por no heterosexuales. Así que nos toca celebrar por narices unas fiestas que son a lo LGBTI lo que el nazismo al pueblo judío. Eso sí, como si fuera lo más normal del mundo, y sin que nadie se cuestione nada.

Pero a pesar de este caldo de cultivo yo, que soy optimista por naturaleza y encima he tenido mucha suerte en la vida, brindo porque proliferen familias como la mía: diversa, abierta y respetuosa. Para que los armarios se abran en todas las casas como las ventanas de los calendarios de adviento. Para que nuestras hijas e hijos reciban en estas fiestas regalos no sexistas, que les enseñen roles igualitarios. Y para que vean modelos de familia que engloben todo lo que sus corazoncitos quieran conseguir en la vida.

Esa es la navidad que quiero. ¡Felices fiestas!

Mayte Mederos es madre de familia numerosa y autora del blog Avatares de una amazona.

Mi vida sin un pecho

Por Mayte Mederos Mayte 

Está claro que no todos los tipos de cáncer son iguales. Los hay de mejor y peor pronóstico y el de mama es de los más benignos, pero cuando hay mastectomía por medio las secuelas van mucho más allá de la salud.

Pasé por este trago hace cuatro años. Cuando mi médico me dio el diagnóstico (‘Mayte, tienes un cáncer y hay que quitarte el pecho’) reconozco que la segunda parte de la frase me golpeó casi más que la primera.

Bimba Bosé en portada de la revista Ve

Bimba Bosé, un ejemplo de valentía y normalización del cáncer de mama. Imagen: portada de la revista Vein (Septiembre 2014)

Y es que no es lo mismo saber que tienes un cáncer de otro tipo, o que la intervención solo va a suponer quitarte el tumor del pecho. Cuando se trata de extirparte el pecho entero entran en juego muchas más cosas.

Aun así, nunca te preparas lo suficiente para lo que viene. Yo fui a la operación con toda la información médica muy clara. Pero nadie me anticipó la otra parte. Cuando dos días después la auxiliar me cortó el vendaje rígido que cubría mi torso, sentí un mazazo difícil de describir. Creo que me quedé sin respiración. Lo que veía ante el espejo aquel baño de hospital era una mujer mutilada. Yo no pensé que fuera a ser así, aquella costura basta era terrible, y lo peor es que la parte que faltaba era tan evidente para mí como para cualquiera que me mirase.

En mi caso soy una mujer poco presumida y bastante poco femenina exteriormente. Pero precisamente por eso, por estar yo en la parte menos sensible de la muestra, a partir de mi experiencia puedo decir que perder un pecho es una carga de profundidad que mina la autoestima de cualquier mujer como pocas cosas.

Imágenes del proyecto Scar (cicatriz).

Imágenes del proyecto Scar (cicatriz). Fotografías de David Jay.

Por eso cuando meses más tarde empecé mi voluntariado en la Asociación Española contra el Cáncer, pedí que me asignaran a la parte de Testimonios. Quería ayudar a las mujeres a prepararse para las otras secuelas de la mastectomía. No lo conseguí, señal de que esta sociedad sigue dándole una importancia secundaria al tema. Así que en el Día Mundial del Cáncer de Mama reivindico que la medicina vuelva la mirada hacia esa parte de la realidad que tanto nos afecta.

A mí me ayudó mucho a recuperarme psicológicamente la forma en que mi madre me ayudó a bañarme, tras volver del hospital. Recuerdo que en aquellos momentos vivía angustiada por el enorme hueco que había en mi cuerpo, y que era más que notable con ropa. Por eso, cuando mi madre me envolvió en la toalla y con delicadeza me abrazó para secarme, tal como hacía cuando era una niña, dejé de sentirme un desecho y empecé a recuperar mi autoestima. Nunca he sentido tanto amor como en aquel gesto tan dulce.

Meses más tarde vino la prueba de fuego: ¿cómo te enfrentas al sexo con un solo pecho? Supongo que cuando esto te pasa estando en pareja el shock es menor, pero tener una historia con alguien partiendo de este punto es para salir huyendo. O eso pensaba yo.

Una vez más, la vida coqueteó conmigo haciendo un despliegue de medios, a través de una mujer a la que ya quería mucho que me rondó y me conquistó hasta convencerme. Yo, con una mezcla de miedo y vergüenza, le dije apurada que no iba a tener que ver nada que no quisiera. Ella me mandó a freír espárragos y me calló con besos. El fin de semana que estuvo conmigo me hizo sentir de nuevo una mujer deseable, y ya supe que no tenía nada que temer, porque el mundo iba a ser mío… con un pecho, con ninguno o con lo que la vida me pusiera por delante.

Tengo que decir también que tuve una fantástica cirujana, y que a día de hoy estoy mejor que antes de la enfermedad, con unas cicatrices finas y bien curadas que me hacen sentir de la estirpe luchadora de las amazonas. Pero, sobre todo, mis nuevos pechos me recuerdan que estoy viva, y que quien me mira desnuda ve a una mujer segura de sí misma, que disfruta del sexo y de su cuerpo, y que ha salido enriquecida por esta experiencia vital.

En Europa la incidencia de cáncer de mama es de una cada ocho mujeres. Estamos abocadas a vivir experiencias como ésta cada vez más cerca. Y las mujeres mastectomizadas no tenemos normalmente fuerzas para contar cómo nos sentimos en primera persona. Así que abracemos, besemos, llenemos de cariño a las mujeres de nuestra vida que pasan por este trance. Hagámosles saber que amor no entiende de formas ni de medidas. Pero, sobre todo, no dejemos nosotras de explorarnos ni de acudir a nuestra cita médica cada año. Y concienciemos también a nuestras hermanas, a nuestras amigas, a nuestras hijas. Hagámoslo hasta que llegue el día en que el mundo no tenga que teñirse de rosa cada mes de octubre para recordárnoslo, y la prevención le gane la batalla al cáncer definitivamente.

Mayte Mederos es madre de familia numerosa y autora del blog Avatares de una amazona.

Zorras somos todas

Por Mayte MederosMayte Mederos firma

La red anda a vueltas con un vídeo que ya ha alcanzado casi 600.000 visualizaciones.

Y no lo ha hecho con los habituales ganchos virales  (fútbol, humor, salvajadas, emociones patrias…) sino con algo tan simple como dar la vuelta a la tortilla de los convencionalismos.

Chelsea Paine, su autora, dedica a una mujer imaginaria su alegato irónico («¡Eres una zorra!»),  en el que va desgranando todo lo que la hace merecedora de ese apelativo: maquillarse, salir con hombres, no hundirse con las críticas,  no avergonzarse por tener vida sexual con hombres, con mujeres o con ambos, disfrutar de su cuerpo, estar orgullosa de él sea como sea y sentirse atractiva… ¿No buscas atarte a nadie? Zorra. ¿Le entras a los hombres? ¡Zorra! Porque ofendes al mundo con tu independencia y tu forma de vivir. Y da igual que seas buena persona, que estudies, trabajes o cuides de tu familia.  Eres una zorra si no aceptas vivir bajo el yugo de la aprobación de la sociedad, y te mereces ser insultada y marcada por ello.

Lo que llama la atención de este vídeo es el revuelo que ha armado algo que es de cajón. Y es que, aunque vayamos de progres, nos seguimos escandalizando  cuando alguien llama a las cosas por su nombre.  No es casualidad que en castellano haya tantos sustantivos que en masculino tienen significados positivos o neutros (zorro -como persona astuta-, brujo, perro, gallo, hombre público, asistente, fulano…) y que cuando se ponen en femenino pasan a bajar de rango, a ser peyorativos o a insultar directamente (zorra, perra, gallina -cobarde-, mujer pública, asistenta, fulana…).

Encima el calificativo de zorra afea conductas socialmente reprobables que no casan con lo que la sociedad patriarcal espera de nosotras. Las mujeres de hoy creemos estar muy lejos de aquella propaganda franquista que en la Sección Femenina y otras formas de aleccionamiento enseñaba a nuestras madres a ser el descanso del guerrero para el hombre. A estar siempre dispuestas para el marido, despreciando los deseos propios. A ser fieles, recatadas y sumisas. Porque ya sabemos que en las sociedades rancias la honra familiar recae en las mujeres, y no importan nuestros valores como personas sino  nuestra virginidad -la real y la aparente-, y el pundonor, que nos hace posesiones dignas de padres, novios y esposos.

Impensable eso aquí y ahora ¿verdad? Pues hagan la pueba del algodón y escuchen los mensajes con los que se anestesia nuestra juventud por ejemplo con el reguetón, que justifica el control y el sometimiento de una mujer cosificada por un concepto enfermizo del amor. O pregúntense por qué una chica joven desconocida entra en tantas pantallas de repente.

No es por la calidad del vídeo, ni por su didáctica (aunque en el fondo, como revulsivo, la tiene). Sino porque Chelsea Paine se pone el mundo por montera y se carcajea en la cara de quienes nos insultan por ser dueñas de nuestra vida. La respuesta en las redes habla de sorpresa. Y quiero pensar que también de provocación. Porque, le pese a quien le pese, este país está cada vez más lleno de zorras. Así que demos la vuelta al insulto y convirtámoslo en halago: el día en que zorras seamos todas, dejará de pesar.

Mayte MederosCoordinadora del Área de Familias Diversas de Algarabía, la asociación LGBTI de Tenerife, es madre de familia numerosa y autora del blog Avatares de una amazona.

Escuela de madres

Por Mayte MederosMayte Mederos firma

Cuando te embarcas en la aventura de ser madre te sabes ya todos los lugares comunes sobre el tema. Al fin y al cabo vivimos en sociedad, y nos sale la información por las orejas.

Y sin embargo, la película nunca es luego como te la han contado. Y no porque el argumento varíe tanto -aunque a veces al guión habría que darle un Óscar-, sino porque no es lo mismo ver la historia desde la butaca que vivirla en tu piel.

Niños. Imagen cedida por  Mayte Mederos

Niños. Imagen cedida por Mayte Mederos

El sábado volví de pasar unas cortas vacaciones con mi tribu. Y lo que iba a ser una semana de descubrirles el mundo, ha sido en realidad un viaje al interior de mis hijos.

Creo que hay muchos tipos de madres. Y el mío es el de proveedora. Soy una tabla de excel andante,  siempre cuadrando suministros, menús y calendarios familiares. Y así ando todo el año como en el circo chino, sujetando platos que giran sobre palillos mientras rezo para que no se me caiga ninguno.

Pero en todo ese trajín me pierdo con frecuencia mirar a estas tres personitas con calma. Cada una tan suya, tan diferente. Y además, en continuo cambio. Por eso las vacaciones familiares son a veces el momento en que te haces consciente de la realidad completa de esos seres a los que adoras sin terminar de conocerlos bien.

Y en ese sentido mi exmujer y yo hemos hecho este verano dos viajes en uno. En el primero, el real, hemos recorrido con la tropa algunos rincones imprescindibles de Italia para abrirles los ojos a la historia y a la luz del Mediterráneo. Y en el segundo, en el viaje interior, han sido ellos quienes nos han quitado la venda a nosotras, porque con tanto compartir horas de tren y de barco entre juegos y charlas, nos han regalado un atisbo muy valioso de sí mismos que incluye sus preocupaciones.

Nuestra hija preadolescente y el mediano de ocho años nos han confesado que prefieren que no contemos a la gente que tienen dos madres. Que les cuesta ser diferentes.

Imagino que lo que hemos sentido ante esa revelación es parecido a lo que pasa por el corazón de otras madres y padres cuya progenie es discriminada porque sus hechuras no se ajustan a los cánones de belleza impuestos, o por ser de otra raza, o por una discapacidad. Es duro darte cuenta, además,  de que a nuestra infancia le faltan referentes que le ayuden a sobrellevar la presión de pertenecer a una familia LGBTI, lo que no ocurre en otras situaciones.

En nuestro caso vivir tan abiertamente ha sido de mucha ayuda para que nuestros hijos e hija no hayan tenido nunca que dar explicaciones en su entorno:  ya las habíamos dado nosotras primero. Pero en estas vacaciones hemos conocido a otras familias, han vivido de primera mano la salida del armario de sus madres delante de sus nuevos amiguitos y eso les ha hecho sentir vergüenza.

Yo pensaba que tenía todo hecho: me he afanado durante años en la construcción de la mujer lesbiana que soy, superando barreras, y ahora el activismo me permite aportar mi granito de arena a la sociedad. Pensé que ahí se cerraba el ciclo. Sin embargo este viaje me ha hecho tambalear los cimientos y darme cuenta de que no es así, y que tengo que empezar casi de cero en una senda en la que no hay referentes, sin luz que alumbre el camino.

Así que habrá que trabajar en una escuela de madres y padres LGBTI que permita a nuestras niñas y niños hacerse con herramientas para enfrentar su realidad en un mundo que les es hostil. Y afianzar su seguridad, tan precaria a estas edades, para que sean capaces de aceptarse en la diferencia.

Se avecinan unos años difíciles para ayudar a nuestros peques a salir airosos de este trance, que se sumará al difícil paso por la adolescencia. De repente saltamos de una etapa feliz y despreocupada  a un escalón más alto para el que la vida nunca te coge preparada. De la fase de los cuidados pasamos a la de educar en valores, en este caso con un factor de discriminación añadido. Pero sé que cuando la cuesta se haga tortuosa, recordaré la magia de los atardeceres que hemos vivido este verano con sabor a helados y a besos, y el dorado del sol poniéndose en tres cabecitas rubias que despiden su primera infancia, y esa imagen de felicidad me hará sentir que todo se va allanando.

Porque si algo he aprendido de la maternidad es que no hay límites para este amor, que mueve mares y montañas. Y si hay que hollar en la espesura del bosque lo haremos hasta que claree y entre la luz a raudales, y saldrán veredas en lugares imposibles.

¿O no somos las madres las mejores creativas del mundo?

Mayte MederosCoordinadora del Área de Familias Diversas de Algarabía, la asociación LGBTI de Tenerife, es madre de familia numerosa y autora del blog Avatares de una amazona.

Transgénero: jugar a ser quien soy

Por Mayte Mederos Mayte Mederos firma

Desde que tengo memoria ando a vueltas con mi aspecto. Los años 60 nos imponían a las niñas vestiditos cortos y rebecas caladas, y yo miraba con envidia los pantalones rectos y los zapatos con cordones de mi hermano. En algún momento supe que no me convenía expresar el desconsuelo que sentía hacia su pelo corto, y aprendí que no debía silbar ni caminar con las manos en los bolsillos. Otra cosa es que fuera capaz de cumplirlo.

 

'Del lazo a la corbata', una historia fotográfica. Imágenes de Mayte Mederos.

‘Del lazo a la corbata’, una historia fotográfica. Imágenes de Mayte Mederos.

De mi infancia a hoy he hecho un largo camino para reafirmar mis gustos, no siempre con éxito, luchando contra la incomprensión y dejando mucha frustración por el camino. Y lo bueno de curtirme en el activismo es que de repente he pasado de ser un ‘chicazo’ a tener ‘expresión de género’. ¡Toda una mejora!

Ironías aparte, lo cierto es que mi aspecto genera dudas en el personal. Visto con ropa masculina y llevo el pelo corto, pero luego mis maneras y mis cuerpo son de lo más ‘femme’. El momento cumbre del año es cuando en la playa, con un bañador de chico, mis pechos reconstruidos evidencian las cicatrices de las mastectomías que me dejó el cáncer. Entonces es cuando alguien llega a la conclusión de que evidentemente soy un transexual haciendo el tránsito. Hacia qué género no se sabe: pero en algún punto del camino.

A mí me divierte jugar con el género. He llegado hasta aquí porque algo dentro de mí me lo pide desde que nací, pero ahora que me permito ser yo misma, me doy cuenta de toda la construcción social que hay alrededor de esto y me encanta transgredirla, provocar, buscar mis propias sendas.

Pero al mismo tiempo me doy cuenta de que hay muchísima confusión, dentro y fuera del mundo LGBTI, con conceptos que son fundamentales si queremos entender la nueva amalgama de realidades diversas con las que convivimos.

Y esto es lo que en ningún manual nos cuentan de forma sencilla:

El primer concepto básico es el sexo, que tiene que ver con los órganos genitales y los cromosomas, que en nuestro caso nos hacen nacer hembras.

El segundo es la identidad, que está en el cerebro, y que hace que nos sepamos mujeres, ya hayamos nacido hembras (biomujeres) o machos (mujeres transexuales).

El tercero es la orientación, que está en el corazón y que tiene que ver con el sexo hacia el que te sientes atraída física, emocional, espiritual y románticamente. La orientación nos divide en mujeres lesbianas, bisexuales y heterosexuales.

Y el cuarto es la expresión del género, que basándonos en los roles tradicionales de género se refiere a nuestro aspecto externo, que puede transitar entre lo femenino y lo masculino, pasando por la androginia.

Estos cuatro aspectos son independientes entre sí. Por eso, que una mujer sea transexual no significa que no pueda ser lesbiana, porque la identidad y la orientación no van unidas.

Y por último, hay un concepto que para mi gusto da una vuelta más de tuerca, y es el transgénero: personas que no se consideran ni hombres ni mujeres, con independencia de sus características biológicas.

En este último nos englobamos quienes no nos sentimos reflejadas en lo que la sociedad asigna a las mujeres. A mí me dieron una mochila al nacer que traía vestidos rosas, sumisión, profesiones ‘femeninas’, maternidad sin cuestionamiento, ser cuidadora y ganar menos que mis compañeros hombres en el trabajo.  Así que me salí del pentagrama, y busqué otra escala en la que moverme, que casualmente coincide con la que socialmente se asigna a los hombres. Y elijo ropa andrógina, corbatas, tirantes, estar donde me corresponde en el trabajo por mi valía, sentarme sin cruzar las piernas. Pero también opto por la maternidad elegida, por mi delantal rosa de flores y por disfrutar de toda la gama del yin en mis expresiones amorosas y afectivas.

Bajarnos del carro de los mandatos impuestos es de lo más liberador. Si con los años una ya disfruta de morderse la lengua cada vez menos, aún más ilusión hace salirse del tiesto y jugar a ser cambiante como las lunas, seductora y seducida, dejando en la arena una huella que no se parece a la de ayer, ni a la de la de mañana, y a veces a ninguna otra.

Y es que soy Mayte, y soy transgénero.

 

Mayte MederosCoordinadora del Área de Familias Diversas de Algarabía, la asociación LGBTI de Tenerife, es madre de familia numerosa y autora del blog Avatares de una amazona.