Archivo de la categoría ‘Salud física y mental’

Demasiado pronto

Por Carmen Suárez

Una conversación con Elysia Buchanan, asesora de políticas de Oxfam en Sudán del Sur, nos ha llevado a una enorme preocupación por las crecientes cifras de matrimonios de niñas en el país. Su descripción es un mapa de la pobreza y la desesperación en la que están cayendo las familias:

“El incremento de la pobreza y el hambre, surgidos tras cinco años de una terrible guerra civil, están llevando a las familias a una gran desesperación, y por esos muchos padres casan a sus hijas muy jóvenes, para obtener una dote que les permita sobrevivir. Al negarles su derecho a elegir cómo quieren vivir sus vidas, las niñas corren un mayor riesgo a quedarse sin educación, de morir en el parto o de padecer violencia sexual y física en su matrimonio”.

El matrimonio infantil no era algo insólito en la historia de Sudán del Sur, pero con la guerra civil ha ido a más.

Tras un estudio realizado en Nyal, al norte del país, se comprobó que el 70% de las niñas se casan antes de los 18 años, un porcentaje significativamente más alto que el registrado antes del conflicto, cifrado en el 45%. Se puso de manifiesto, también, otro demoledor dato, que una de cada diez niñas se casa antes de cumplir los 15 años. Sudán del Sur existe desde 2011, después de un referéndum en que el 98,3% de la población votó a favor de la independencia. Es el último país que se ha formado y ha sido reconocido en el mundo.

«Quiero llegar a gobernar. Siento que saltar a la comba me hace fuerte. Por eso que me encanta jugar con ella y quiero que me tomen una foto saltando». Mary (nombre falso), 16 años. La razón más común para que las niñas abandonen la escuela en Sudán del Sur es el matrimonio.
(C) Noura Nyal Kids/Oxfam

El conflicto interno estalló al poco, provocando al menos 300.000 personas muertas, casi dos millones de desplazadas y 2,4 millones de personas forzadas a buscar refugio en otros países de la región. Aunque el pasado mes de septiembre se firmó un acuerdo de paz y sus habitantes ansían la paz después de 5 años de conflicto. Falta asentarlo y superar la profunda crisis económica y social que ha impactado a la población hasta tal punto que en 2017 se declaró la hambruna durante unos meses en dos zonas del país.

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Vive: música frente a la violencia de género

Por Montse Casasempere

Todo surgió con la idea de un taller semanal de composición de canciones en el que quisimos involucrar a personas en situación de fragilidad, mujeres víctimas de violencia de género, en el proceso creativo de hacer canciones como vía y herramienta de empoderamiento.

Un grupo de participantes en el taller, durante la grabación del disco «Vive», junto con el cantautor Rafa Sánchez. Imagen: Generando Igualdad.

En ese momento necesitábamos crear un espacio de encuentro, de desarrollo personal y comunitario dirigido a mujeres víctimas de violencia de género que les posibilitara un desarrollo afectivo, personal y social. El taller funcionó a modo de terapia grupal en busca de la reafirmación de las mujeres que en él participaron.

Cada martes, tuve el honor de vivir con ellas cómo contaban y compartían sus experiencias de vida, trasladando un mensaje positivo que pone el acento en la recuperación y en el refuerzo de un mensaje: es posible salir del maltrato. Las letras de las canciones se elaboraron a partir de sus experiencias de vida y las melodías fueron compuestas por Rafa Sánchez, director musical del taller.

Los temas ya están grabados en estudio, interpretados por artistas de la talla de: Rozalén, El Kanka, Clara Montes, Luis Eduardo Aute, Olga Román, Ricardo Marín, Sandra Carrasco, Lamari de Chambao, Amparo Sánchez-Amparanoia y Rafa Sánchez.

Y así vamos avanzando para hacer realidad VIVE, un disco con canciones compuestas por mujeres que luchan cada día por sobrevivir a la violencia de género. Me siento inmensamente afortunada de formar parte de este equipo que somos e Generando Igualdad, una asociación sin ánimo de lucro que trabaja por la defensa y apoyo de los derechos y reivindicaciones de las mujeres, la igualdad de oportunidades y la no discriminación aunando esfuerzos, de un modo especial, en la lucha contra la violencia de género y la atención directa a víctimas de malos tratos. Comenzamos nuestra andadura en el año 2000.

Desde entonces, un equipo de profesionales voluntarias trabajamos día a día por cumplir el que para nosotras es nuestro objetivo prioritario: apoyar e intervenir tanto jurídica como psicológicamente con mujeres de cualquier edad y condición que tienen en común ser protagonistas de una historia de maltrato.

Con las aportaciones obtenidas a través del crowdfunding podremos dar forma a un disco que pretende visibilizar la realidad de la violencia concienciando a la sociedad en la implicación y búsqueda de soluciones. Queremos que otras mujeres que están pasando por una situación similar comprendan que no están solas. Que hay salida. Que si otras lo han conseguido, ellas también pueden vencer el miedo. Pueden y deben pedir ayuda.

Toda la vida compartida y los sueños de tantas tardes de martes, las esperanzas, los miedos, las luchas y la alegría de haber sido más fuertes que las heridas son la materia prima de un disco que rezuma vida y dignidad.

Puedes descubrir todo lo que significa este proyecto aquí. Y por favor, si crees que merece la pena que se escuchen estas voces, apóyanos en el crowdfunding para hacer realidad el disco.

Montse Casasempere. Firme defensora del valor de la comunicación constructiva -porque nuestro peor problema es que no escuchamos para entender, escuchamos para contestar-, me especialicé en community management aplicado al movimiento asociativo creando conciencia social. Con formación específica en violencia de género e igualdad aplicada al ámbito empresarial, soy vicepresidenta y responsable de comunicación en Generando Igualdad.

Flaming, doxxing, gaslighting y otras agresiones que no quieres sufrir

Por Eva Moure

Que levante la mano quien sepa qué es flaming, doxxing, gaslighting o outing. Premio para quien lo sepa. Detrás de  cada uno de estos anglicismos, en general poco conocidos en nuestro país, se encuentra la definición de un tipo de violencia de género digital. Hay muchos más. Ser capaz de poner palabras a lo que nos sucede es el primer paso. A partir de ahí, podemos preguntarnos: ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo contrarrestar las violencias machistas en la red? Eso es lo que hicimos un grupo de activistas africanas, latinoamericanas y españolas en Madrid, hace varias semanas , invitadas por Oxfam Intermón para compartir estrategias y propuestas digitales. Todas tenían claro que las violencias online responden más o menos a los mismos patrones que el espacio no virtual, aunque el anonimato y la inmediatez ayudan a que muchos se atrevan a hacer cosas que nunca llevarían a la calle. El fenómeno es complejo y grave.

El momento de hacer una lista con los diferentes tipos de violencia resultó abrumador. Más abrumador aún resulta cuando tomas conciencia de que algo que te ha sucedido más de una vez tiene algo que ver con un tipo de violencia que se ejerce sistemáticamente y que hasta ahora no has identificado. Flash.

Las tecnologías reproducen los acosos del mundo real a las mujeres, y generan nuevos riesgos específicos. Imagen de Ravi Sharma / Unsplash.

La violencia online se concreta en una serie de prácticas muy diversas que mediante la vigilancia, el control o la manipulación de la información buscan hacer daño a las personas. Es tan real como cualquier otro tipo de violencia. Volviendo al principio, y por explicar brevemente, aquí están algunos de los tipos de violencia que identificamos, y que están en el titular:

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En tela de juicio

Por Maribel Maseda

Groso modo, cuando hablamos de hombre machista nos referimos al que de una forma u otra sitúa a la mujer en un nivel inferior, cambiando a su voluntad sus derechos por permisos, concedidos por sus iguales, los hombres.

Cuando hablamos de mujer machista nos referimos a aquella que defiende la capacidad del hombre para conceder estos “permisos”.

Si hablamos de sociedad machista, a menudo nos referimos al conjunto de personas que, por automatismos, se sitúa en la fina línea que separa la igualdad de su miedo a ser desplazado de su posición de poder. Así se ha creado a modo de coalición espontánea una nueva entidad que por defender su posición, por temer a su propio miedo, por intentar frenar un nuevo estado social en el que ya no se distinguirá al rey de la princesa, apoya las actuaciones violentas de los violentos. Se llama delito a una acción que va en contra de la ley, pero esto no siempre queda claro cuando se trata de una agresión sexual.

Los testimonios de las mujeres se enfrentan a numerosos cuestionamientos. Imagen de Mike Wilson / Unsplash.

Porque si la ley deja una fisura por la que se cuela -a voluntad- que una agresión a una mujer puede ser delito o puede ser parte de un juego sexual que sale mal, la incertidumbre que esto genera pasa, conscientemente o no, a engrosar el bando de la coalición.

Vamos a ser sinceros: no se ve de la misma manera al asesino de una mujer que al de un hombre. La motivación machista subyacente pone en tela de juicio su naturaleza delictiva.  Y yendo un poco más allá, quizá quien defiende el maltrato, el abuso sexual, la agresión sexual y aun el asesinato a mujeres por supremacía machista, en realidad siente que cualquier día puede pasarle a él, ya que se identifica con el violento e intenta construir una plataforma de apoyo y garantía de su propia seguridad si llega a ocurrirle algo así.

Por esto es tan difícil denunciar para una mujer. La mujer agredida sabe que no solo debe enfrentar a su agresor, sino a la coalición frecuentemente oculta y que en cualquier momento puede ejercer su papel desprestigiándola por cualquier acto, rasgo, actitud o decisión de su vida, sin que tenga absolutamente nada que ver con su denuncia.

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¿Bastará una crisis?

Por María Reglero y Eva Moure

Estos días resuena por las redes una frase pronunciada hace décadas y que nos conecta con una de las voces emblemáticas del feminismo del siglo XX:

“No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”.

Si estuviese aquí, Simone de Beauvoir cumpliría 111 años. Su frase sigue más vigente que nunca.

Desde hace semanas se suceden declaraciones, se toman decisiones, se llega a acuerdos políticos que pretenden dinamitar derechos fundamentales que han sido avalados por leyes nacionales e internacionales, consensuadas global y localmente, que nos han permitido avanzar como sociedad gracias al activismo del movimiento feminista y de mujeres. Los avances son, para algunos, para muchos, una amenaza a sus privilegios, y parte de la sociedad se ha puesto a caminar hacia atrás, en un intento de frenar lo imparable. Agresivamente, irresponsablemente. Hay quienes actúan con un negacionismo vergonzoso, hay quienes manipulan los datos creando fake news que corren por las redes sociales. Pero los datos oficiales no dejan lugar a dudas: 97 feminicidios fueron perpetrados por hombres en 2018 en España, 47 según la delegación del Gobierno en Violencia de Género, ya que este organismo recoge exclusivamente los feminicidios perpetrados en el contexto de pareja y ex pareja. En total, hablamos de 975 mujeres asesinadas en España a partir del 1 de enero de 2003, desde que se empezaron a contabilizar estos casos. En América Latina, al menos 2.795 mujeres fueron víctimas de feminicidio en 23 países de la región en 2017 según la CEPAL.

Imagen de Marija Zaric.

Las estimaciones mundiales publicadas por la OMS indican que alrededor de una de cada tres mujeres (35%) en el mundo han sufrido violencia física y/o sexual en el contexto de una relación de pareja o violencia sexual perpetrada por terceros en algún momento de su vida. Sin embargo, estudios nacionales demuestran que hasta el 70% de las mujeres ha experimentado violencia por parte de un compañero sentimental a lo largo de su vida.

¿Cómo, con estos datos, se puede negar la existencia de los distintos tipos de violencia que los hombres ejercen contra las mujeres? Desconocer las cifras, manipularlas o minimizar este tipo de violencias es una gran irresponsabilidad y demuestra un total desconocimiento de la realidad y de los compromisos adquiridos por España a nivel nacional e internacional. Asimismo, no reconocer la existencia de la violencia de género, no es solo negar la violencia específica que los hombres ejercen hacia las mujeres en el contexto de la pareja o expareja, como recoge la Ley 1/2004, sino negar el conjunto de violencias sobre las cuales existe un consenso global, recogido en instrumentos internacionales de derechos humanos. Hay cuestiones que son innegociables.

Es clave mantener todo lo que hemos conseguido, que son muchos avances a lo largo del tiempo. Por citar algunos, solo en materia legal: Declaración sobre la eliminación de la violencia contra las mujeres (1993); resoluciones 1325 y 1820 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (2000, 2008); el Convenio de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra las mujeres, también conocido como Convenio de Estambul (2011), que contempla todas las formas de violencia contra las mujeres e implica que los estados deben introducir en sus sistemas jurídicos estos delitos, y abordar la violencia desde un enfoque integral. Por citar algunos. Poner en entredicho la necesidad de tener legislación específica para proteger a las mujeres sobre la violencia que se ejerce sobre ellas, va en contra de los compromisos y obligaciones adquiridas por el Estado español como miembro de la Unión Europea y las Naciones Unidas.

En España falta dar muchos pasos hacia adelante en materia de políticas públicas y transformación de imaginarios que reproducen y normalizan las violencias, en la interpretación del código penal respecto a violencia sexual y la reforma del mismo, para prevenir cualquier tipo de revictimización de las mujeres que sufren violencias, para adoptar el Convenio de Estambul con presupuesto y rendición de cuentas, desarrollando acciones concretas en el marco del Pacto de Estado contra la violencia de género… Así que seguiremos, como dice Beauvoir, vigilantes. 2019 ha empezado con cientos de miles de mujeres indias manifestándose por sus derechos. El 15 de enero se esperan concentraciones en todo el país en solidaridad con las mujeres andaluzas y todas las personas que defienden la democracia. Para el 8 de marzo se está preparando una huelga general que volverá a ser histórica. El mundo nos mira. La manifestación del 8 de marzo 2018 en Madrid fue la más multitudinaria a nivel global, con concentraciones sin precedentes en todo el estado español. Tenemos dos opciones: ver lo que está ocurriendo y admitir la realidad o negarla. Y podemos involucrarnos. Porque ocasiones no faltarán. Y es momento de no solo no dar pasos atrás, sino de darlos hacia adelante.

María Reglero y Eva Moure trabajan por los derechos de las mujeres en Oxfam Intermón

Una mujer de cuidado

Por Belén de la Banda

Hace dos viernes, Rafaela Pimentel, activista feminista que defiende a las trabajadoras del sector de los cuidados, nos dirigía unas palabras tras ganar merecidamente el Concurso Avanzadoras. Nos habló de cómo, probablemente, estábamos allí esa mañana gracias a que había personas como ella cuidando de nuestras casas y de nuestras criaturas. Nos preguntó hasta qué punto nuestro éxito profesional y nuestro bienestar tenían que ver con mujeres que se hacen responsables de nuestros mayores, nuestras comidas y nuestra limpieza.
Tenía toda la razón. Porque los cuidados son un sector valioso, que aporta a la sociedad ventajas mucho menos apreciados que otros servicios mejor pagados y mucho mejor considerados.

Rafaela Pimentel, ganadora del Concurso Avanzadoras 2018. Imagen de Jorge París/20minutos.

Y tendríamos que pensar cómo esas mujeres, que están absolutamente presentes en nuestras casas y nuestras vidas, carecen de los derechos laborales más básicos que tiene cualquier trabajadora, o trabajador. En 2018 y en España.
La falta de valoración de ese trabajo fundamental tiene consecuencias funestas. Decimos que son de la familia, pero aceptamos que no tengan los mismos derechos que cualquier otra persona de nuestro entorno, que no puedan acceder a cuidados médicos, a paro, o a una jubilación digna.

Si su trabajo sostiene nuestro mundo, queremos ver ese trabajo, y su reconocimiento, en el Régimen General de la Seguridad social ya. Como comprometieron los políticos, y como ahora tratan de evitar mediante vergonzosas enmiendas a los Presupuestos Generales del Estado.

Así que aquí estoy, orgullosa de avanzadoras como Rafaela, y de la portada que 20minutos le dedicó hace unos días. Y muy avergonzada por nuestra inercia social, y por la irresponsabilidad de nuestros políticos. Ya es hora de cambiar esta injusticia.

Puedes apoyar la labor de Rafaela y sus compañeras firmando la petición en change.org

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón. Comprometida con el Proyecto Avanzadoras.

Los mitos de la violencia sexual

Por Bárbara Tardón

“El mito es un habla despolitizada”. La afirmación que en 1953 realiza el filósofo y semiólogo Roland Barthes es extrapolable a la realidad presente de las mujeres, víctimas y supervivientes de violencia sexual en el Estado español, por el escenario de desprotección y garantía de sus derechos.

Los mitos sobre la violencia sexual empañan cualquier intento de alcanzar la justicia y la reparación frente a los derechos humanos vulnerados. Sostienen la discriminación y la aúpan hasta la estratosfera. Parecen inmortales e intocables. He de confesar que incluso yo misma me he sentido atrapada a veces por esos mitos. El estereotipo de género es como si te enganchara, como si no fuera nada. Pero lo es todo.

Manifestación contra la violencia sexual y judicial hacia las mujeres. Imagen: Francisco Ruano / Amnistía Internacional.

Sin rodeos, puedo concluir -después de más de un año investigando para la Sección Española de Amnistía Internacional sobre la violencia sexual en el Estado español-, que el mito, el estereotipo o el prejuicio de género se encuentra estampado de forma generalizada en cada una de las instituciones cuyo deber es acompañar y restituir los derechos humanos de las víctimas de violencia sexual. El estereotipo de género se cuela y se arrastra por las comisarías, por los juzgados, por los hospitales y medios de comunicación, por las calles de nuestras ciudades. Donde menos te los esperas, ahí están.

¿No será que es una discusión entre novios?-, le comentó una trabajadora social de un hospital a una mujer entrevistada para nuestra investigación, después de ser violada por su ex novio.

Vaya niña más ligerita!- afirmó una abogada de un condenado por acoso sexual en relación a una niña de 15 años que terminó suicidándose tras el acoso.

 

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Las pérdidas que no nos permiten llorar

Por Mayte Mederos

Hace 14 años que perdí a mi hijo Claudio. En septiembre de 2004 yo era una madre feliz, con una preciosa hija de un año y viviendo un embarazo muy deseado, que estaba ya en su ecuador. Pero en la ecografía de control, tras unos ilusionados segundos esperando para oír, como otras veces, el latido, su ausencia habló por sí misma. La ilusión se volvió angustia, la angustia una negra certeza, y ya no hizo falta que nos dijeran que su corazón se había parado.

Recuerdo elaborado por la autora sobre un dibujo de Álvaro Manzanero. Imagen de Mayte Mederos.

Me ingresaron en el hospital, y me medicaron para inducir el parto. Pero fue más lento de lo previsto, y pasé dos días enteros en el paritorio. Yo sabía bien de la ilusión de esas horas de espera, de la mano de tu pareja, y con la familia dos puertas más allá pasando nervios hasta que llega el ansiado llanto del bebé. Sin embargo esta vez me acompañaba solo el silencio. Las horas resbalaban unas sobre otras, densas y sordas, sin más sonido que el de mi mente queriendo racionalizar la situación para no salir corriendo.

Parirlo no fue más fácil que dar a luz a un niño vivo. Y por contra, qué duro asimilar que todo ese esfuerzo que te rompe las entrañas es para traer al mundo a un hijo muerto. Un fantasma sin nombre al que el médico, en un exceso de paternalismo trasnochado, no me dejó siquiera ver, ni besar.

Mi segundo hijo no tuvo nada para él. Ningún familiar en la sala de espera, tomando café en las largas horas de paritorio. Ni una canastilla, ni celebración. Ni siquiera un nombre. Como llegó se fue, y sólo quedó un espeso silencio de años. Porque una vez que me levanté de la camilla, nadie más volvió a nombrarlo. Ni en casa, ni en la calle, ni en el trabajo. Pasó a ser un mal sueño, y yo cumplí con mi papel de no molestar a nadie con mi propio dolor. La pena negra quedó aprisionada en lo más hondo, como si no existiera.

Ha pasado el tiempo, y hoy tengo una feliz familia numerosa y bastante poco tiempo para pensar. Pero la vida guarda ases en la manga, y hace unas semanas acompañé a mi mujer a un festival de cine que organizan cada año sus compañeras matronas. A lo largo de varias tardes disfrutamos de películas divertidas y emocionantes sobre la maternidad. Y el último día, también de un intenso documental: Still Loved. No sólo cuenta la historia de siete familias que se recuperan de la pérdida de sus bebés, sino que planta cara al tabú social de la muerte fetal y ofrece emocionantes visiones de cómo cada una se enfrenta a la pérdida y la trata de superar.

Yo no estaba segura de querer ir a esa sesión final, pero a última hora me armé de valor y lo hice. Tenía mucho miedo de meterme en terreno desconocido, después de años de contención. Y fue duro, pero también sorprendente. Porque me abrió la puerta a la consciencia. Y por fin me di permiso para recordar que no sólo había perdido un bebé, en el que ya había proyectado tanto amor. Sino que además, al no haber sido a término, no había podido enterrarlo ni llorarlo con los míos. Ni siquiera tenerlo en mis brazos, algo tan terapéutico y necesario para poder hacer el duelo.

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Orgullo y prejuicios

Por Mayte Mederos

Me gustan las mujeres desde que tengo uso de razón. Aunque la España de los 70 no era el mejor sitio para decirlo en alto.

Así que aprendí pronto a esconder las emociones del primer amor, a vivir en la clandestinidad y a evitar el decálogo social de preguntas curiosas. El armario ya estaba en construcción.

Luego hubo tiempo de perfeccionarlo, jugando al escondite con los demás y conmigo misma. Hasta que encontré a mis iguales: no solo a las que sentían como yo -esas siempre estuvieron-, sino a las pocas que se atrevían a ponerle voz. Y con las primeras manifestaciones y panfletos fueron cayendo tornillos de la estructura y alguna bisagra.

Con el tiempo formé una familia, y desde que se aprobó el matrimonio igualitario regalamos a nuestra prole el derecho a tener dos madres en lugar de una. Fue una boda íntima, de puertas adentro. Ya bastante era que diéramos el paso, tampoco era cuestión de publicarlo.

Bandera arcoiris. Imagen de Sharon McCutcheon /Unsplash.

Sin embargo, en el anonimato de la calle me era más fácil hacer activismo, militar en asociaciones LGBTI, patear la ciudad pancarta en mano y coger el megáfono cada día del orgullo. Tanto, que hasta creí que era la perfecta lesbiana visible. Pero mientras el armario se mantenía más o menos en pie, con alguna madera en buen estado.

Y la vida siguió su curso. Un segundo matrimonio sucedió al primero. Nos casamos el año pasado: dos mujeres a punto de cumplir los 50 y con ganas de fiesta. Y ahí te das cuenta de que lo que te pide el corazón, a la cabeza le cuesta. Qué necesidad de buscar problemas familiares pidiendo que se ilusionaran como nosotras: para crear un cisma, mejor no nos hubiéramos metido en eso.

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Observar de cerca

Por Pepa Torres

Leyla es una joven nicaragüense que trabaja como empleada de hogar en una casa. Aunque sus empleadores le dicen que es “como de la familia”, cada vez que tiene que acudir al médico  ha de suplir esas horas que falta  trabajando en sábado o domingo.

Belinda trabajó como interna 8 años cuidando a un señor mayor enfermo con Alzheimer. A los tres días de su muerte, la familia la obligó a marcharse y le dieron como finiquito 150 euros.

Historias como estas escuchamos cada día en la asociación Senda de Cuidados y el colectivo Territorio Doméstico, entidades ambas dirigidas al empoderamiento y la defensa de los derechos de las trabajadoras de hogar. El empleo doméstico y de cuidados es el trabajo que sostiene la vida. Por eso, como coreamos en las movilizaciones donde exigimos nuestros derechos como trabajadoras: “Sin nosotras no se mueve el mundo”. Pese a ello constituye una de las formas de empleo más invisibilizadas, precarias y desprotegidas ya que en numerosas ocasiones las trabajadoras  mantienen condiciones de semiesclavitud, sobre todo las internas.

El trabajo doméstico se desarrolla en condiciones de absoluta precariedad. Imagen de Volha Flaxeco/Unsplash

Un dato muy representativo: si en nuestro país existen más de 700.000 trabajadoras de hogar, la mayoría mujeres migrantes, sólo una tercera parte está cotizando a la Seguridad Social. El resto se mantiene en situación de economía  sumergida y es llevado acabo por mujeres sin papeles, con lo que la vulneración de sus derechos se acentúa aún más.  Las condiciones laborales y salariales discriminatorias, la amplia desprotección del sector, el alto porcentaje de informalidad derivado en gran medida de las trabas para la regularización de los permisos de trabajo, entre otras, son consecuencia de una legislación que mantiene una desigualdad estructural y de un Estado ausente en la protección y garantía de derechos.

Ante esta situación nace el observatorio Jeanette Beltrán, sobre Derechos en empleo de hogar y de cuidados, con el fin de:  

  • Construir procesos de empoderamiento con las trabajadoras de hogar apoyando el conocimiento y defensa de sus derechos.
  • Sensibilizar a la sociedad en general acerca del reconocimiento de derechos laborales en este ámbito.
  • Incidir en las instituciones públicas para lograr la equiparación plena y efectiva de los derechos laborales de las trabajadoras de hogar.

Este observatorio recibe el nombre de Jeanette Beltrán en homenaje a una compañera nicaragüense, trabajadora de hogar, que murió en 2014 en Toledo al negársele atención médica por no tener papeles, como consecuencia del Decreto de exclusión sanitaria. En su nombre y como símbolo de una vulneración de derechos que no queremos que nunca más se repita, el Observatorio quiere ser una herramienta en manos de las propias trabajadoras para poder visibilizar y denunciar las numerosas situaciones que viven las empleadas de hogar en nuestro país.

Forma parte por tanto, de los procesos colectivos de organización de las propias trabajadoras por la defensa de sus derechos y reivindicaciones. Forma parte del fortalecimiento de grupos de apoyo mutuo, la asesoría y el tejido de redes formales e informales para hacer de su vulnerabilidad potencia.

Entendemos que no hay cuidados dignos sin trabajo digno. La “crisis de los cuidados” y la falta de recursos y servicios públicos no puede cubrirse sobre la explotación y precariedad de las trabajadoras de hogar. Por eso El Observatorio pretende también ser un altavoz para sensibilizar a la ciudadanía y para exigir a las instituciones públicas la equiparación plena y efectiva de los derechos laborales de las trabajadoras de hogar y cuidados así como la necesidad de su intervención en el amparo de estos derechos.

El lanzamiento del Observatorio tendrá lugar el día 19 de mayo en el Centro Social la Ingobernable (c/ Gobernador 39 de Madrid) en una Jornada abierta convocada bajo el lema “Precarias en rebeldía”. En el acto participarán las kellys, Territorio Doméstico, y las Trabajadoras de residencias de mayores de Bizkaia. Estos colectivos compartirán su experiencia de organización, luchas y reivindicaciones. También   estarán presentes el Eje de precariedad y Economía feminista y la plataforma Yo sí sanidad universal. El acto terminará con una comida popular.

Pepa Torres Pérez es miembro de la Red Interlavapiés.