Archivo de la categoría ‘Mujeres’

Mujeres wayuu: defensoras del agua, del territorio y de la vida

Por Mujeres del Colectivo Apoyo Mujeres Wayuu

Por más de cuarenta años en La Guajira, Colombia, la explotación de la mina de carbón por la
empresa El Cerrejón (filial de las multinacionales Glencore, Angloamerican y BHP), ha dejado
una crisis humanitaria, social y cultural en este territorio. La principal población afectada es la
etnia indígena Wayuu, con más de 500.000 habitantes, quienes están amparados por la
Constitución Política del país y por el acuerdo 169 de la OIT que les otorga el derecho y la
soberanía a esas tierras ancestrales, que para ellos son parte integral de un universo
cosmogónico en donde se integra la vida, la muerte y su concepción cultural, social y
económica.

El artista gráfico Eneko fue el encargado de ilustrar la campaña «Defensoras, mujeres que transforman” de AIETI.

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Mujeres, brecha de género y coronavirus

Por Lola Liceras

Reclusión, aislamiento, incomunicación, confinamiento. Son palabras que hoy forman parte de nuestro lenguaje ante el coronavirus. Y, claro, no es igual, pero son las mismas palabras que usamos en Amnistía Internacional para denunciar la privación de libertad de mujeres como Nasrin Sotoudeh. Encarcelada en Irán por defender la libertad de las mujeres, hoy está en huelga de hambre para que las defensoras y defensores de derechos humanos salgan también de las cárceles insalubres ante el riesgo de contagio. Irán es uno de los países más afectados por el virus.

@Pixbay

Son también las mismas palabras con las que hemos descrito la inhumana situación de las mujeres refugiadas atrapadas en los campamentos superpoblados de Grecia. Más de 37.000 personas hacinadas en esos campamentos con capacidad para poco más de 6.000. La falta de servicios para la higiene personal y las enfermedades multiplican el riesgo de contagio por coronavirus.

Hoy, aquí, en España, esas mismas palabras nos alertan del riesgo de que la violencia de género aumente y se agrave la situación de las mujeres que ya la sufren, como ya sucedió el pasado 20 de marzo cuando un hombre asesinó a su pareja delante de sus hijos menores en Almassora, Castellón. Aisladas, incomunicadas y obligadas a convivir con el agresor todo el día, su casa es su cárcel. ONU Mujeres y el propio Ministerio de Igualdad han lanzado la alarma. A las autoridades corresponde activar los servicios de asistencia integral y considerarlos esenciales, es un problema de salud pública. Y a la ciudadanía nos toca abrir ojos y oídos y ser una antena de alerta, denuncia y protección.

Segregación ocupacional, inestabilidad laboral, precariedad. Son las palabras que caracterizan buena parte del empleo de las mujeres. Ahora las consecuencias económicas de la epidemia se vuelven también contra ellas. Casi el 90% de las mujeres trabajan en el sector servicios y la caída de la actividad se ceba en el comercio, la hostelería, la educación.

Las mujeres pierden sus empleos en esos sectores y la red de protección social no siempre les alcanza. Muchos contratos precarios no dan derecho a cobrar el desempleo, un ejemplo claro son las empleadas de hogar. Y habrá muchas pequeñas empresas que cierren directamente y despidan a sus trabajadoras en vez de acogerse a un expediente de regulación de empleo temporal, una de las medidas que ha incentivado el gobierno para mantener los empleos.

Atender, cuidar, presencia, proximidad. La brecha de género laboral también pone en riesgo la salud de las mujeres. Éstas, en las actividades sanitarias y de servicios sociales, representan el 75% del empleo. Pero también son mayoría las cajeras en los supermercados, las limpiadoras, las cuidadoras de la infancia y de las personas mayores. En estas tareas no vale el teletrabajo. Queremos su presencia física, no virtual, las queremos a nuestro lado, que nos hablen, nos atiendan y nos sirvan. Asumen la carga física y emocional y se arriesgan a infectarse.

Ahora que los espacios de socialización -el trabajo, la escuela, los centros de día de mayores- desaparecen por el necesario confinamiento, y sus funciones se transfieren al ámbito doméstico, la carga de su gestión también recae mayoritariamente en las mujeres ¡Qué gran oportunidad para que los hombres asuman su cuota de responsabilidad!

La incomunicación afecta especialmente a las mujeres dependientes. Entre las mujeres con diversidad funcional aumenta el riesgo de violencia sexual por parte de las personas que deberían cuidarlas. Entre las mujeres mayores -son el 56% de la población con más de 65 años y muchas viven solas-, el aislamiento acentúa su soledad. En estas circunstancias, la debilidad del Sistema Nacional de Dependencia se ha hecho ahora muy visible.

Pero en estos días tan raros también pasan otras cosas extraordinarias. Emocionan los aplausos diarios a las personas del sector sanitario y sorprende la solidaridad comunitaria de los grupos de apoyo creados en los barrios, las ofertas en cada portal, para ayudar a quienes lo necesitan.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos nació ante las terribles consecuencias de la Segunda Guerra Mundial con el compromiso de los Estados de proteger a cada persona y construir una comunidad de iguales en derechos y libertades. Cuando venzamos a la pandemia deberíamos repensar el compromiso. Para extender su universalidad, para llegar a los márgenes, para tirar el muro simbólico de nosotros frente a los otros. Nos pasan las mismas cosas y podemos ponernos en su lugar. 

Quizás después del coronavirus nada vuelva a ser igual. Debiera no serlo. Habremos sentido que la sanidad pública es nuestra protección y la urgencia de invertir en los servicios públicos y blindarlos frente a la privatización. Que las personas mayores no son desechables y necesitan de los servicios públicos. Que las tareas de cuidado son valiosas y los hombres son también responsables de lo doméstico. Que el trabajo de las mujeres en el espacio público es igualmente valioso y debe ser justamente retribuido. Que la discriminación estructural de género y cualquier forma de violencia hacia las mujeres interpela a toda la sociedad para acabar con ella. Que podemos vivir más despacio, cuidar el medio ambiente…

“Que cuando esta epidemia acabe nos quede la memoria”,  Yan Lianke

Lola Liceras es Coordinadora del Equipo Mujeres y Derechos Humanos de Amnistía Internacional.

Avanzamos porque somos muchas y diversas

Por Pilar Orenes

Hay momentos que no sabes si avanzas o retrocedes. No te paras, eso sí, pero puedes volver a la casilla de salida o pasar por el mismo sitio. A la vez que tenemos un recién nacido Ministerio de Igualdad o una Ley contra la Violencia de Género, cerramos el 2019 con 99 feminicidios y ya vamos por 22 en el 2020. Las voces que claman por la igualdad se escuchan con más libertad que nunca, pero también lo hacen las que, con un discurso retrógrado y simplista, cuestionan esa igualdad y vuelven a situar a la mujer en un rol de siglos pasados. Sabemos y disfrutamos de los avances conseguidos pero también descubrimos que no son tan sólidos y que se tambalean con más facilidad de la que nos gustaría.

 

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Las desaparecidas importan

Por Lucero Ferrer

Es posible que me haya cruzado con ella en Lima el 13 de agosto del 2016 en aquella marcha multitudinaria que congregó a miles de mujeres esa tarde. Es posible. Sin embargo, no tuve la oportunidad de conocerla. Supe de ella porque en cada plantón y en cada marcha feminista, su madre, Rosario, asistía siempre con una foto de ella en la mano. Supe de ella porque sus amigas la mencionaban siempre en cada arenga que poco a poco se iría transformando en un grito de rabia y dolor. «Solsiret, te buscaremos hasta encontrarte». «Por nuestras desaparecidas, por Solsiret Rodríguez, por las compañeras asesinadas: Ni un minuto de silencio, toda una vida de lucha». Sus amigas y familiares necesitaban respuestas. Jamás dejaron de buscarla. Tenían la esperanza de encontrarla con vida.

© Lucero Ferrer.

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Mujeres y fronteras

Por Juliana (BeJack)
Cuando pensamos en esta columna (Mujeres y fronteras), lo hicimos desde el lugar de enunciación de las autoras que la sostendrían: dos mujeres, que se reconocen como mujeres, que se relacionan con su entorno desde su condición de mujeres, y que además están geográficamente ubicadas en una frontera política: Colombia-Venezuela (puntualmente, una ciudad del norte de Colombia: Cúcuta). Además, una de las columnistas se comprende a sí misma fuera de algunos condicionamientos heteronormativos, socialmente construidos, que establecen cómo debe ser el comportamiento de una “mujer de verdad”; y la otra se ubica desde una frontera sexual, a veces considerada tierra de nadie (la tercera letra, la bisexualidad).

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Mujeres extraordinarias y amores que no lo fueron tanto

Por Lucía Etxebarria

Juana de Castilla no conoce a Felipe de Flandes hasta el día de la boda. Él debía estar esperando en Flandes para hacerle una recepción por todo lo alto. Pero la dejó plantada, no apareció en dos semanas. Y es que no le llamaban El Hermoso por guapo, que no lo era, sino por mujeriego. Casada, Juana tuvo una vida muy triste. Felipe se esforzó en aislarla. No le entregaba el dinero que desde España se le enviaba para que ella pudiera comprar ropa o disponer de camareras y doncellas. Y se exhibía con muchísimas otras mujeres.

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La desigualdad hecha norma

Por Sandra Martín Tremoleda

Cada día, me levanto y como un ritual inconsciente me ducho y me paro delante del armario para escoger la ropa que me pondré. La mayoría de los días este pequeño acto es, en mayor o menor medida, espontáneo, pero hay momentos en que este gesto se convierte en una pequeña decisión política: según el lugar al que vaya a ir, de qué personas vaya a estar rodeada y por dónde transcurra el camino de vuelta a casa, elegiré (o al menos dudaré) de si ponerme minifalda, si llevar o no sujetador y analizaré cómo mi imagen puede ser sexualmente leída.

Imagen de la Guía de la buena esposa

Si pienso en cuándo empecé a tener en cuenta el entorno para decidir mi atuendo podría retroceder a la adolescencia, pero seguro que desde la infancia ya estuve digiriendo sin procesar los millones de mensajes que, a través de la publicidad, las películas y series, los juguetes, las leyendas, los cuentos, y un largo etcétera, cosifican y sexualizan el cuerpo de las mujeres. Pero es en la adolescencia cuando aprendí que como mujer yo tenía la responsabilidad de escoger “adecuadamente” mi indumentaria porque si algún hombre me manoseaba en el metro, me seguía de camino a casa de noche o un grupo de desconocidos me piropeaba y rodeaba al estar tranquilamente paseando, podía tener algo que ver con alguna parte de mi cuerpo más visible, más ajustada o más escotada. Y este mensaje culpabilizador se repetía como un mantra en los artículos de prensa donde se hablaba de cómo vestía la mujer que había sido violada, en las normas de vestimenta del instituto que penalizaban que la ropa interior asomara por cualquier costura, en los comentarios de algunos padres y madres que exigían centímetros de más en la ropa, y en las miradas ajenas de adultos desconocidos. Y al final aprendí que vestirse “adecuadamente”, más que una opinión compartida por algunas personas, era una norma socialmente aceptada y que interiorizarla no sólo reducía los riesgos cotidianos sino también mi sentimiento de responsabilidad.

Es cierto que como seres simbólicos y sociales necesitamos normas que nos faciliten la convivencia, y que cada grupo, comunidad o sociedad las va creando a lo largo de su historia y las transmite de generación en generación a través de su cultura y de la educación. Pero también sabemos que, además de normas sociales que regulan nuestras interacciones y responden a necesidades funcionales reales (por ejemplo, ponernos de acuerdo en el sentido por el que los coches deben circular), también existen aquellas que ordenan la jerarquización social en capas superpuestas en las que unos están por encima de los otros creyendo tener acceso y derecho sobre los cuerpos y vidas del resto.

Cada persona, y la sociedad en su conjunto, somos responsables de ese universo mental que colaboramos a mantener de manera irreflexiva con cada una de nuestros pequeños gestos, valoraciones, juicios, e interacciones con otras personas, pero tenemos el maravilloso poder de aceptar acríticamente el legado de cada una de esas normas y naturalizarlas como verdades incuestionables, o evidenciar que existen normas injustas que excluyen y discriminan a grupos de personas y que es imprescindible denunciarlas para que la sociedad cambie. Y en este dilema la educación tiene un papel imprescindible y no es gratuito que se haya concebido como uno de los campos de batalla más disputados históricamente.

Desafortunadamente, pasar una media de 16-20 años como estudiante en la educación formal no garantiza que se aprenda que algunas normas sociales y creencias no son ni más ni menos que justificaciones ficticias para legitimar el abuso, la exclusión, la discriminación y la violencia contra diversos grupos sociales para mantener el estatus quo de unos pocos. Por eso, es imprescindible que la educación tenga un enfoque crítico que promueva la curiosidad y el descubrimiento y la capacidad de cuestionar el mundo en el que vivimos y los mecanismos (como lo son las normas sociales) que sustentan las desigualdades, para que puedan libremente re-construir su realidad social y cultural a partir de la propia experiencia.

Enseñar a reflexionar sobre que la realidad está mediada por una cultura patriarcal, capitalista y colonial, que es injustamente arbitraria, es una de las mejores herramientas de comprensión de un mundo complejo que una docente (71,9 % del profesorado de enseñanzas no universitarias en mujer, según datos del Ministerio de Educación) puede transmitir a su alumnado. “Pónganse como meta enseñarles a pensar, que duden, que se hagan preguntas…” así lo resumía Fernando a sus estudiantes de Magisterio en la película de Aristarain Lugares comunes. Y pregunta tras pregunta, quizá lleguen a comprender que la responsabilidad de la violencia sexual es únicamente del hombre que la ejerce y que nada tiene que ver con la manera de vestir ni el camino escogido para llegar a casa, o que la exclusión social, la pobreza y la desigualdad social no son inevitables como si de un reparto de cartas de juego de rol se tratara.

Sandra Martín Tremoleda es responsable de educación para zona este de Oxfam Intermón. 

 

Educación afectivo sexual para la paz y la No violencia

Por Laura Alonso Cano 

La escuela en un Estado democrático debe aspirar a educar a una ciudadanía crítica, consciente, activa y comprometida con los avances científicos, culturales y sociales de nuestro tiempo. Desde esa perspectiva es necesario considerar un avance científico, cultural y social el cuerpo teórico, los conocimientos y los saberes que emanan desde las vidas de las mujeres y que el movimiento feminista lleva abanderando desde hace ya más de un siglo. 

Sin embargo, hace meses que asistimos con perplejidad al creciente cuestionamiento de algunos consensos que sentíamos muy firmes que afectan a nuestro sistema educativo a través de medios de comunicación y redes sociales.

© Flickr/ Ángel Cantero

En el proceso civilizatorio que están protagonizando los seres humanos, las mujeres están tomando un gran liderazgo, a pesar de que sus aportes están lejos de obtener socialmente el reconocimiento debido. Uno de sus relevantes aportes es el diagnóstico y diseño de herramientas y políticas con perspectiva de género que permitan enfrentar muchas violencias (contra las personas , la naturaleza, las generaciones futuras…), y violencias que conculcan derechos humanos universales que aplican de forma específica a la vida de las mujeres.

En este Día Escolar de la Paz y la No Violencia (DENYP) que celebramos cada 30 de enero, parece preciso recordar a nuestros representantes políticos que enfrentar las violencias machistas a través de la más poderosa herramienta de transformación social de la que disponemos, nuestro sistema educativo, debe quedar fuera de cualquier cálculo partidista. Para ello necesitamos el conocimiento riguroso de los estudios feministas y de género que ofrecen un diagnóstico y unas herramientas que han sabido abrirse paso en el ordenamiento jurídico de los países más avanzados de nuestro entorno. Conocimiento y saberes que llevan insistentemente reclamando menos penas de cárcel ejemplarizantes y más educación afectivo sexual en nuestras aulas. Porque el problema no está en el comportamiento violento de algunos individuos aislados, sino en una cultura de la violencia que destroza las vidas de miles de personas y que es urgente dejar de alimentar para dar paso a una Cultura de Paz y Noviolencia.

Si queremos una sociedad mejor para todos y para todas, reclamemos colectivamente más recursos para la educación pública universal, de calidad y gratuita, para una educación que apueste por la justicia social, la convivencia,  la Cultura de Paz y la «Noviolencia». También más recursos para una educación afectivo sexual universal y de calidad en las escuelas, porque será allí donde la deslegitimación de las violencias machistas tomará rango de saber colectivo.

Laura Alonso es Presidenta de WILPF España

 

 

Davos 2020, tiempo para el cuidado.

Por Pilar Orenes

Con enero, llega Davos un año más a nuestras pantallas. Y ya son 50 años. Élites políticas y económicas reflexionando y debatiendo sobre el futuro del mundo. Sobre nuestro futuro.  Muchos años y mucha concentración de poder: solo unos pocos hablando sobre mucha gente.

 Y es que, hablan de economía en un contexto en el que la mitad de la población vive con menos de 5,5 dólares al día y 735 millones de personas está en situación de pobreza. ¿Cómo se piensa en el futuro desde este presente? ¿Es un futuro mejor para las personas más desfavorecidas o es seguir pensando en cómo crecer “como sea”, aun a costa de ellas? Nosotras proponemos empezar por reconocer y hablar de desigualdad. Ya sabemos que la razón no es escasez de recursos sino una mala distribución. El número de milmillonarios se ha duplicado en la última década. No es una distribución fortuita, es fruto de un sistema pensado y funcionando solo para unos pocos, unas minorías que marcan sus intereses y disfrutan de sus beneficios.

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Bolivia: 12 feminicidios en 240 horas

Por Rosa M. Tristán

Hace unos años, en una visita a una comunidad de los alrededores de Tarija, en el sur de Bolivia, una mujer joven se me acercó, quizás pensando que era del sector sanitario: “Tengo 24 años y cinco hijos. Doña, yo no quiero más, pero mi marido me obliga y no me deja tomar nada porque dice que quiero la pastilla para irme con otros. ¿Qué puedo hacer? Si se entera que le cuento esto, me pegará fuerte”. No supe qué responder. El marido en cuestión se acercaba ya a curiosear lo que me contaba. Dos días después me la encontré en el centro de salud: aquel energúmeno la había dado una tremenda paliza.

Las bolivianas alzan estos días la voz frente a la violencia que las mata, de una en una, en sus casas, en sus vecindarios, en el seno de sus familias, siempre a escondidas, sin que puedan escapar de los criminales con los que conviven. En apenas 10 días de este nuevo año, ya han sido 12 las mujeres asesinadas por ser mujeres y cinco los infanticidios. En 2019, hubo 117 muertas y 66 infanticidios, una cifra que superó la de años anteriores y que sitúa a Bolivia, con una población de 11 millones de habitantes, en el tercer puesto de todo el continente en tan funesto ránking. En España, en el mismo periodo se contabilizaron 55 y somos 47 millones. Luego están las que no mueren, como la joven de Tarija cuyo nombre no recuerdo, esposas y novias que son agredidas un día si y otro también: de cada 100 bolivianas, 75 dicen que han sufrido o sufren violencia por parte de sus parejas según los últimos datos oficiales. Sólo en esos mismos 10 primeros días de las 12 muertas, se denunciaron 685 agresiones físicas y 163 agresiones sexuales. El pico del peligroso iceberg de violencia que nunca llegará a una comisaría…

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