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De virus y liderazgos

Por Pilar Orenes


Cómo puede cambiar todo tanto en tres días. En tres días solo. Las actividades previstas, tu entorno físico, las relaciones.

Son esos momentos de crisis que nos ponen a prueba a las personas en general y a las que asumimos algún tipo de liderazgo, todavía más.

Trabajo en una organización internacional que tiene como misión luchar contra la desigualdad para acabar con la pobreza y la injusticia. Una organización que salva vidas y busca que esas vidas tengan unas condiciones dignas. Lo hacemos con mirada global, en más de 90 países. Y en estos momentos, ante una crisis global de estas dimensiones, nos toca estar a la altura.

Es una pandemia mundial que conlleva una respuesta humanitaria. Ya hay miles de personas afectadas en todo el mundo y serán más. El virus afecta especialmente a las personas más pobres, a las más vulnerables. Las que no tienen un empleo regular o viven en entornos de vida precarios, que son menos capaces de lidiar con la pérdida de ingresos y el aumento de los precios de los alimentos y otros productos esenciales. Las que viven en países con sistemas de salud débiles. También supone un mayor riesgo para las mujeres, mayoritarias en los sectores sanitario y de cuidados. Respondemos a esta situación estando junto a estas personas, junto a nuestras socias locales hablando de higiene, del poder del agua para salvar vidas, de protección.

Y es clave elevar nuestra voz e influir a los que ostentan el poder para que la crisis del coronavirus y sus respuestas no incrementen la desigualdad. Ni ahora en la emergencia ni en la fase de recuperación. Y esto significa medidas para proteger el empleo, proteger a las personas migrantes y a las trabajadoras del hogar. Significa impulsar una renta mínima garantizada que llegue a todos los  hogares, poner los cuidados en el centro de la vida y de las políticas y asegurar la capacidad financiera de la salud pública a través de una fiscalidad justa. Buscamos influir en las decisiones para que estas no dejen atrás a las personas más vulnerables,

La organización está volcada en estas acciones a pesar del momento interno que también vivimos, como organización y como personas. Me siento orgullosa de mis colegas, de encontrar espacios para escucharnos y cuidarnos a la vez que actuamos y pensamos cómo puede afectar a otros y a otras. Si es importante lo que hacemos, aún es más importante cómo lo hacemos.

Desde el reconocimiento y la atención a las comunidades afectadas, a las personas y organizaciones que conocen los contextos y que no solo son escuchadas sino que lideran su propia acción. Pensamos y actuamos de una forma local y global, porque esto es una crisis que se gestiona desde todas las esferas. Retando el poder que tiene en sus manos decisiones que pueden mejorar la vida de muchas personas en una situación en la que se está poniendo en riesgo. Sabiendo que la crisis es fruto de un sistema que perpetúa la pobreza y la injustica y aspirando a un sistema centrado en las personas y en el cuidado de la vida.

Las cosas pasan muy rápido estos días “en mis cuatro paredes” en las que convive mi trabajo y mi vida personal. Soy de este grupo de afortunadas que tenemos la opción del teletrabajo ya incorporada y las herramientas para hacerlo. En la misma organización, otras lo están intentando porque sus espacios personales los comparten con mayores, niños y niñas que necesitan de sus cuidados. Pienso en todas las personas que siguen trabajando fuera y se exponen, las que viven hacinadas en campos de refugiados, o las que están en sitios donde el agua potable no llega. Pienso también en aquellas mujeres encerradas en un espacio que no es seguro y donde se sienten amenazadas.

Tengo mucho tiempo para pensar y pensarme. Como muchas personas estoy pasando por todo tipo de momentos estos días, me he sentido serena, esperanzada y desesperada, preocupada, querida, paralizada y activada. Vivo sola, así que una de las cosas que tengo que gestionar es no ver, ni escuchar, ni tocar a nadie directamente. A la vez estoy más conectada que nunca, hoy entre 250 personas del equipo nos emocionábamos solo de vernos.

Y sí, es tiempo en el que los liderazgos se ponen a prueba. He compartido con el equipo lo que hemos hecho, vamos a hacer y cómo lo vamos a hacer: cuidándonos, empatizando con las situaciones de cada persona, manteniéndonos conectadas… Estoicismo, ejecución, mensaje positivo y optimista es lo que se pide normalmente en esta situación a los liderazgos. Aspiro a ello, pero en la aspiración a un liderazgo diferente sé que no siempre voy a estar “entera”, que puede que en algún momento el contexto me sobrepase. También sé que encontraré los espacios para respirar hondo para conectar con lo más profundo de mis motivaciones, para llorar o para pedir ayuda. Y estaré a la altura, porque estaremos a la altura. Esta crisis va de liderazgos compartidos con el equipo con el que trabajo, con organizaciones socias, con mi familia, con gobiernos, con las personas queridas y con las desconocidas de los balcones. Con ellas, cuidándonos, retando al poder y cambiando el sistema. Nos lo están diciendo todos los días, este virus lo paramos unidos y unidas.

Pilar Orenes es Directora General interina de Oxfam Intermón

Mujeres, brecha de género y coronavirus

Por Lola Liceras

Reclusión, aislamiento, incomunicación, confinamiento. Son palabras que hoy forman parte de nuestro lenguaje ante el coronavirus. Y, claro, no es igual, pero son las mismas palabras que usamos en Amnistía Internacional para denunciar la privación de libertad de mujeres como Nasrin Sotoudeh. Encarcelada en Irán por defender la libertad de las mujeres, hoy está en huelga de hambre para que las defensoras y defensores de derechos humanos salgan también de las cárceles insalubres ante el riesgo de contagio. Irán es uno de los países más afectados por el virus.

@Pixbay

Son también las mismas palabras con las que hemos descrito la inhumana situación de las mujeres refugiadas atrapadas en los campamentos superpoblados de Grecia. Más de 37.000 personas hacinadas en esos campamentos con capacidad para poco más de 6.000. La falta de servicios para la higiene personal y las enfermedades multiplican el riesgo de contagio por coronavirus.

Hoy, aquí, en España, esas mismas palabras nos alertan del riesgo de que la violencia de género aumente y se agrave la situación de las mujeres que ya la sufren, como ya sucedió el pasado 20 de marzo cuando un hombre asesinó a su pareja delante de sus hijos menores en Almassora, Castellón. Aisladas, incomunicadas y obligadas a convivir con el agresor todo el día, su casa es su cárcel. ONU Mujeres y el propio Ministerio de Igualdad han lanzado la alarma. A las autoridades corresponde activar los servicios de asistencia integral y considerarlos esenciales, es un problema de salud pública. Y a la ciudadanía nos toca abrir ojos y oídos y ser una antena de alerta, denuncia y protección.

Segregación ocupacional, inestabilidad laboral, precariedad. Son las palabras que caracterizan buena parte del empleo de las mujeres. Ahora las consecuencias económicas de la epidemia se vuelven también contra ellas. Casi el 90% de las mujeres trabajan en el sector servicios y la caída de la actividad se ceba en el comercio, la hostelería, la educación.

Las mujeres pierden sus empleos en esos sectores y la red de protección social no siempre les alcanza. Muchos contratos precarios no dan derecho a cobrar el desempleo, un ejemplo claro son las empleadas de hogar. Y habrá muchas pequeñas empresas que cierren directamente y despidan a sus trabajadoras en vez de acogerse a un expediente de regulación de empleo temporal, una de las medidas que ha incentivado el gobierno para mantener los empleos.

Atender, cuidar, presencia, proximidad. La brecha de género laboral también pone en riesgo la salud de las mujeres. Éstas, en las actividades sanitarias y de servicios sociales, representan el 75% del empleo. Pero también son mayoría las cajeras en los supermercados, las limpiadoras, las cuidadoras de la infancia y de las personas mayores. En estas tareas no vale el teletrabajo. Queremos su presencia física, no virtual, las queremos a nuestro lado, que nos hablen, nos atiendan y nos sirvan. Asumen la carga física y emocional y se arriesgan a infectarse.

Ahora que los espacios de socialización -el trabajo, la escuela, los centros de día de mayores- desaparecen por el necesario confinamiento, y sus funciones se transfieren al ámbito doméstico, la carga de su gestión también recae mayoritariamente en las mujeres ¡Qué gran oportunidad para que los hombres asuman su cuota de responsabilidad!

La incomunicación afecta especialmente a las mujeres dependientes. Entre las mujeres con diversidad funcional aumenta el riesgo de violencia sexual por parte de las personas que deberían cuidarlas. Entre las mujeres mayores -son el 56% de la población con más de 65 años y muchas viven solas-, el aislamiento acentúa su soledad. En estas circunstancias, la debilidad del Sistema Nacional de Dependencia se ha hecho ahora muy visible.

Pero en estos días tan raros también pasan otras cosas extraordinarias. Emocionan los aplausos diarios a las personas del sector sanitario y sorprende la solidaridad comunitaria de los grupos de apoyo creados en los barrios, las ofertas en cada portal, para ayudar a quienes lo necesitan.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos nació ante las terribles consecuencias de la Segunda Guerra Mundial con el compromiso de los Estados de proteger a cada persona y construir una comunidad de iguales en derechos y libertades. Cuando venzamos a la pandemia deberíamos repensar el compromiso. Para extender su universalidad, para llegar a los márgenes, para tirar el muro simbólico de nosotros frente a los otros. Nos pasan las mismas cosas y podemos ponernos en su lugar. 

Quizás después del coronavirus nada vuelva a ser igual. Debiera no serlo. Habremos sentido que la sanidad pública es nuestra protección y la urgencia de invertir en los servicios públicos y blindarlos frente a la privatización. Que las personas mayores no son desechables y necesitan de los servicios públicos. Que las tareas de cuidado son valiosas y los hombres son también responsables de lo doméstico. Que el trabajo de las mujeres en el espacio público es igualmente valioso y debe ser justamente retribuido. Que la discriminación estructural de género y cualquier forma de violencia hacia las mujeres interpela a toda la sociedad para acabar con ella. Que podemos vivir más despacio, cuidar el medio ambiente…

“Que cuando esta epidemia acabe nos quede la memoria”,  Yan Lianke

Lola Liceras es Coordinadora del Equipo Mujeres y Derechos Humanos de Amnistía Internacional.