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Los vecinos que se niegan a abandonar Detroit

© Dave Jordano

© Dave Jordano

Las tres fotos de la línea superior fueron tomadas entre 1971 y 1972. Las cuatro de abajo, entre 2013 y 2014. En medio de ambos grupos hay una brecha de al menos cuatro décadas, lapso que dice poco y que acaso debiera formularse con un contraste más visible que la neblina del tiempo: el national average wage —el índice oficial de ingresos medios anuales por persona de los EE UU— era en 1971 de unos 6.500 dólares; en 2012, el último año con dato disponible, fue de 44.300.

En las seis personas que aparecen en las fotos de arriba hay ansia de futuro, espléndidas sonrisas, orgullo, ganas de jugar. En las de abajo, la tristeza se asoma a los ojos y ni siquiera la saturación de los colores puede evitar el sentimiento de luto. Sin embargo, no todo es dolor.

Las siete fotos tienen en común al fotógrafo que las hizo, Dave Jordano, y la ciudad donde fueron tomadas, Detroit, la desmesurada megalópolis de 3.463 kilómetros cuadrados de extensión en la que cabrían tres ciudades del tamaño de Madrid o también Manhattan, Boston y San Francisco juntas.

Asomarse al mapa de Detroit implica el mareo, la certeza de que no hay direcciones cardinales que valgan ni un trazado racional y determinista basado en los ángulos rectos y las paralelas. Detroit es una ciudad autogenerada por la simbiosis de los seres humanos, las factorías y el terreno lacustre y plano. Vista desde el espacio la huella de la ciudad parece un contrasentido abstracto al que están a punto de deglutir las masas de agua.

Portada de la revista "Life" del 4 de agosto de 1967

Portada de la revista «Life» del 4 de agosto de 1967

En el verano de 1967 esta ciudad-madeja fue el escenario de los disturbios raciales más violentos de la historia de los EE UU: 43 muertos, 1.189 heridos, 11.000 detnidos, más de 2.000 edificios destruidos y soldados-paracaidistas con bayoneta calada haciendo la guerra en casa y atacando a la población civil. El origen de la revuelta fue el trato brutal y arbitrario contra los ciudadanos negros de la policía local, un cuerpo 95% blanco.

La ciudad ha cultivado una histórica y pertinaz tendencia a la segregación racial, con ataques frecuentes con artecatos incendiarios a viviendas y barrios negros y mucha mayor actividad de grupos supremacistas que cualquier otra colectividad de la región. Los sindicatos de trabajadores blancos de la grandes factorías de automóviles llegaron a declararse en huelga cuando las empresas, en los años cincuenta, admitieron a los primeros operarios negros en las líneas de producción.

Jordano, un ario nacido en Detroit en 1948, empezó a retratar las calles de la ciudad cuando tenía 23 años, estudiaba fotografía y sólo había transcurrido un quinquenio desde la gran explosión de ira de los negros en 1967.

Las fotos que el reportero hizo entonces son plácidas y elocuentes citas gráfica de una ciudad movida por el ritmo del melting pot racial y sostenida por las Big Three (las tres grandes factorías de automóviles: General Motors, Ford y Chrysler).

Después de irse a vivir a Chicago, Jordano decidió regresar a Detroit para documentar el ocaso reciente de su ciudad natal. Quería regresar a los escenarios donde había aprendido el arte de mostrar lo cotidiano y deseaba, según cuenta en una entrevista, esquivar la «pornográfica visión de ruinas» que ha dominado la imagen pública de la ciudad desde que se convirtió en la primera gran urbe de los EE UU en declararse en bancarrota, sometida a un concurso de acreedores que reclaman, según un dictamen judicial, 18.500 millones de dólares (unos 13.500 millones de euros).

Al volante de un automóvil, Jordano entró en el laberinto de barrios superpuestos y calles trazadas por capricho y empezó a dar forma a Unbroken Down, una narrativa sobre quienes se quedaron. Son pocos y viven mal: la población, que en los años setenta rozaba los dos miillones de habitantes, supera escasamente ahora los 700.000, la tercera parte de los cuales vive por debajo del umbral de la pobreza; sólo uno de cada cuatro jóvenes termina la Secundaria; el índice de desempleo es del 28 por ciento, el más alto entre las ciudades de más de 250.000 habitantes de los EE UU; los ingresos han caído un 35 por ciento en la última década…

En los escenarios de la tierra quemada por la quiebra, la injusticia y la especulación, el fotógrafo ha dado con valerosas historias de fidelidad, decencia y coraje: un hombre canta un blues en el salón, una familia posa ante una casa que no por arruinada deja de ser un hogar, una barbería mantiene el mismo ambiente de palabrería y risas que uno busca en la íntima ceremonia de dejar que un extraño le corte el pelo…

La última foto de la derecha quizá es el más escrupuloso resumen del no querer dejar la ciudad, de la permanencia y el lazo que nos ata a nuestro mapa, por muy confuso que resulte.  La mujer se llama Kristal y vive en el Northside, uno de los barrios con más criminalidad de Detroit. Un hermano y un sobrino de Kristal han muerto en los últimos meses por enfrentamientos entre pandillas, pero ella se siente la «matriarca» de su familia y no está dipuesta a moverse ni a que la muevan.

Ánxel Grove

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Fabrican guitarras eléctricas con madera de las ruinas de Detroit

Tres de las guitarras eléctricas - Courtesy Wallace Guitars

Tres de las guitarras eléctricas – Courtesy Wallace Guitars

El glorioso Captain Beefheart —en mi opinión el mejor músico de rock del siglo XX— redactó en algún momento de su reptar por el mundo los diez mandamientos necesarios para tener buenos tratos con una guitarra.

Porque escribo esta entrada en domingo, día correcto para la súplica y la reverencia hacia el mundo y todos sus seres vivos, reptiles incluídos, no puedo evitar copiar y pegar el decálogo:

  1. Escucha a los pájaros, de ellos procede toda la música.
  2. Tu guitarra no es una guitarra, es una vara mágica que busca espíritus en el otro mundo. También es una caña de pescar.
  3. Ensaya ante un arbusto. Esperea que la luna se esconda. Come pan integral y toca la guitarra para el arbusto. Si el arbusto no baila, come más pan.
  4. Camina con el Diablo. Los viejos músicos de blues do Delta llamaban a los amplificadores cajas del Diablo. Estaban en lo cierto. La electricidad atrae a demonios y diablos. Otros instrumentos atraen a diferentes espíritus. Las guitarras acústicas, a Cásper; las mandolinas, a Wendy… Pero las guitarras eléctricas, a Belcebú.
  5. Si piensas, estás perdido. Cuando el cerebro participa no hay nada que hacer.
  6. Nunca apuntes con la guitarra a nadie. El instrumento es más bofetada que trono. Toca un acorde y corre a escucharlo al aire libre, pero asegúrate de que no estás a campo abierto.
  7. Lleva siempre contigo la llave de una iglesia. Como hacía Una Cuerda Sam. Era único: un músico ambulante de Detroit de los años cincuenta que tocaba con una guitarra hecha a mano. Su canción I need a hundred dollars es como un bizcocho caliente… Otro que lleva lleva llave de iglesia es Hubert Sumlin, el guitarrista de Howlin’ Wolf.
  8. No seques el sudor de la guitarra. Necesita el hedor. Tienes que añadir ese hedor a la música.
  9. Guarda la guitarra en un lugar oscuro. Cuando no estés tocando, tápala. Si dejas de tocar durante más de un día, asegúrate de dejar al lado de la guitarra un plato con agua.
  10. Necesitas una capilla para tu máquina. No te quites el sombrero. Los sombreros mantienen la presión. Si tienes una casa con tejado el aire caliente no se escapa.
Casas abandonadas de Detroit - Foto:  GooBing Detroit

Casas abandonadas de Detroit – Foto: GooBing Detroit

La recién creada empresa Wallace Detroit Guitars ha concluido que la madera de las decenas de miles de casas arruinadas y abandonadas de Detroit contiene un porcentaje de humanidad suficiente como para merecer un destino mejor que la podredumbre. La firma ha salvado de los escombros tablones para fabricar guitarras eléctricas.

Es verdad, el negocio parece redondo y oportunista: la madera es gratuita, solamente es necesario rebuscar entre las viviendas caídas o derribadas, unas 90.000, en la ciudad que se declaró en bancarrota y suspensión de pagos en 2013 con una deuda insostenible de 18.000 millones de dólares (unos 13.7000 millones de euros).

Los promotores de las guitarras eligen materia prima de primera calidad, madera con más de un siglo de antiguedad y procedente de los otrora bosques vírgenes de Virginia. Para partes especialmente importantes, como el mástil, utilizan solamente arce y palisandro. Todo el proceso de fabricación es manual.

Aunque las guitarras no son precisamente baratas —los primeros modelos cuestan 1.995 dólares—, los fabricantes opinan que una ciudad como Detroit —hogar natal de la música de seda de Motown, la brutalidad de Alice Cooper, Iggy Pop & The Stooges, MC 5 y los White Stripes, y el lugar donde fue concebido y ensamblado el Mustang T, una máquina tan bella como la Venus de Samotracia— debe haber transferido algo de su geodesia única a las maderas de las viviendas.

Montura de gafas con madera de Detroit - Foto: Home Eyeware

Montura de gafas con madera de Detroit – Foto: Home Eyeware

La gente de Wallace Detroit Guitars no es la única que ha aprovechado la ganga del material abandonado y el poder magnético de la motor city como reclamo comercial.

Worshop Detroit vende una línea de muebles hip fabricados con madera de las ruinas y la empresa Homes Eyewear comercializa monturas de gafas con el mismo material.

La sensación es ambivalente. No está mal que de las ruinas emerjan nuevas criaturas, pero no es posible dejar de pensar que quizá estén pobladas por los fantasmas de quienes han sido barridos por la quiebra, la injusticia y la especulación y que guitarras o mesitas de café no son capillas dignas para madera tan sagrada.

Ánxel Grove

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El «huracán sin agua» de los desahucios de Detroit

Calle Hazelridge, entre Celestine y McCray, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Calle Hazelridge, entre Celestine y McCray, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Cuatro vistas tomadas de Google Street View, entre 2008 y 2013, de la misma calle del noreste de Detroit, la mayor ciudad de los EE UU en bancarrota, sometida a un concurso de acreedores que reclaman, según un dictamen judicial, 18.500 millones de dólares (unos 13.500 millones de euros, poco menos que el presupuesto de la Comunidad de Madrid para este año).

La ciudad que otrora fue la cuarta más poblada del país y era la capital de la trillonaria industria automotriz estadounidense —de ahí el nombre alternativo, Motor City (Ciudad del Motor), porque albergó las megafactorías de las Big Three (las tres grandes: General Motors, Ford y Chrysler)— es víctima de un «huracán sin agua» por la acción predadora de los intereses hipotecarios de la banca y los desahucios por impago de impuestos. La muy gráfica imagen, que resuena con especial brutalidad en un país que aún no olvida la crisis del Katrina, un desastre natural aprovechado para sacar tajada y, de paso, limpiar racialmente una ciudad, es del grupo Detroit Eviction Defense, que da la cara por las víctimas: 130.000 familias expulsadas de sus hogares desde abril de 2009 [PDF].

Entre 2003 y 2013 se han ejecutado en Detroit casi 90.000 desahucios. La magnitud de la cifra se desvela si la comparamos con la supuesta de España, donde el Gobierno y los bancos sigue escondiendo la cantidad real pero la Plataforma de Afectados por la Hipoteca la sitúa en 171.110 desde el comienzo de la crisis en julio de 2008. Detroit tiene 4,2 millones de habitantes, más o menos la décima parte de la población española.

Calle Exeter, entre Seven, fotos de Mile y Penrose, fotos de Goggle Street View de 2009, 2011, 2013 (julio) y 2013 (agosto)

Calle Exeter, entre Seven, fotos de Mile y Penrose, fotos de Goggle Street View de 2009, 2011, 2013 (julio) y 2013 (agosto)

El microblog GooBing Detroit —Bing es el apellido de quien fuera alcalde de Detroit desde 2009 hasta diciembre de 2013, Dave Bing, un demócrata negro cuya mayor y acaso única gloria fue jugar una docena de temporadas como escolta en el equipo local de la NBA, los Pistons, y que aprendió a hacer política trabajando, el azar no existe cuando hablamos de propiedad inmobiliaria, como consejero hipotecario de un banco— es uno de los muchos sites de Internet desde los que se vocea la desvergüenza de lo que está sucediendo en la ciudad del estado de Michigan. Una de sus iniciativas es mostrar cómo las viviendas de Detroit se deterioran ante nuestros ojos gracias a las imágenes periódicamente renovadas de Google Street View.

Los promotores del GooBing Detroit —la empresa Loveland Technologies, que tiene la pretensión de mostrar, terreno a terreno, quién es el dueño de los solares de las grandes ciudades de los EE UU— hacen suya la metáfora del «huracán sin agua» y piensan que no hay lecturas simples para explicar qué está pasando en la Ciudad del Motor y que, como ha demostrado sobradamente, el capitalismo basado en la especulación sabe esperar. Le sobra tiempo.

¿Un buen ejemplo? Gran parte de los casi 90.000 desahucios de la última década fueron ejecutados porque los propietarios de las viviendas, compradas mediante hipotecas antes de la crisis, no pudieron hacer frente al pago de los impuestos municipales, que ascienden auna media de 3.000 dólares al año (2.200 euros) a cambio de servicios precarios o inexistentes por la degradación de las finanzas del ayuntamiento, que sólo enciende el alumbrado público en una cuarta parte de la ciudad y reconoce que no puede garantizar que la Policía o las ambulancias atiendan casos urgentes.

Con las casas vacías de seres humanos, los especuladores sólo necesitaron sentarse a esperar la declaración de ruina y hacerse con las propiedades por una media de 500 dólares (370 euros) en subastas públicas. Para que no se manchen las manos ni tiren de la chequera sin necesidad, los derribos de las construcciones declaradas en ruina son ejecutados con subvenciones gratamente otorgadas por la administración federal de Barack Obama para, dicen, «limpiar Detroit».

Calle Hoyt, entre Liberal y Pinewood, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Calle Hoyt, entre Liberal y Pinewood, fotos de Goggle Street View de 2008, 2009, 2011 y 2013

Un proyecto de cartografía virtual de Detroit, ejecutado por 150 vecinos de la ciudad que trabajaron voluntariamente y sin remuneración, ha muestreado 377.602 terrenos, el 99% de los del término municipal de la ciudad. El resultado, alojado en una web interactiva donde puede rastrearse cada vivienda supuestamente en peligro de ruina, conocer su situación jurídica y, si es el caso, el precio de venta, demuestra, como dice el prolijo informe de conclusiones, que cada barrio de la ciudad tiene futuro y este no pasa necesariamente por los desahucios, las declaraciones de ruina, los derribos y la especulación.

De las 84.641 construcciones censadas y evaludas (más de 73.000, de uso residencial), sólo 40.077, menos de la mitad, están en estado de ruina, pero el resto podrían ser recuperadas con programas de atención y mejora.

Está por ver en qué equipo juega el emergency manager de la ciudad, el también negro (como las tres cuartas partes de la población de la ciudad) y demócrata Kevyn Orr, un jovencísimo y muy bien pagado abogado (700 dólares por hora) experto en gestión de bancarrotas, que ha sido nombrado responsable de la ejecución de la quiebra y , entre otras lindezas, quiere poner en venta las obras de arte del gran museo público local. Las casas de los desahuciados se vendieron antes.

Ánxel Grove

 

¿Eres escritor? En Detroit te regalan una casa

Una de las casas de Write-A-House durante los trabajos de renovación

Una de las casas de Write-A-House durante los trabajos de renovación

El objetivo es  tan idílico como ambicioso: reconstruir casas abandonadas y en ruinas y regalarlas a escritores de todo el mundo dispuestos a mudarse a la ciudad.

Write-A-House (que se podría traducir por Escribe una casa) es una organización fundada en 2012 por escritores y «activistas urbanos» de Detroit que buscan una solución para el deterioro fatalista que sufre la localidad estadounidense, declarada en quiebra a principios del mes de diciembre. «Las casas están en barrios emergentes, activos y diversos. No será Beverly Hills, pero a lo mejor eso también está bien».

Interiores de una de las viviendas de Write-A-House

Interiores de una de las viviendas de Write-A-House

«Es como un programa de residencia para escritores, sólo que en este caso, en realidad, estamos dando la residencia a los escritores, para siempre», declaran en su página web. Los impulsores de la iniciativa buscan a «autores, periodistas, poetas…» que quieran establecerse en Detroit y comprometerse a «dar vida a las artes literarias».

El plazo para recibir solicitudes se abre en primavera de 2014 y el candidato puede ser local, estadounidense o de cualquier país del mundo. El aspirante debe mandar tres páginas de material escrito propio, un currículo y dos párrafos contando por qué está interesado en mudarse a Detroit. Por supuesto, existen requisitos para evitar engaños y comportamientos abusivos: Write-A-House se encarga del 80% de las reformas y deja a su nuevo dueño el 20% restante además del pago del seguro y de los impuestos de la propiedad.

En los dos primeros años de residencia, se espera que el nuevo vecino se involucre en eventos culturales locales, que escriban de vez en cuando en el blog de la organización, que use la vivienda como primera residencia y «sea un propietario residente y ciudadano literario responsable».

Transcurrido ese tiempo, el autor se convertirá en el dueño de la casa y no tendrá compromisos sociales, pero se confía en la buena voluntad del beneficiado por el programa y en su intención de quedarse en un ambiente acogedor y afín a sus inquietudes. Si el propietario decide vender el inmueble en los siguientes cinco años, la única posible compradora será la organización, que lo adquirirá por la misma suma que el escritor haya invertido en terminar y mejorar la vivienda.

Las reformas las llevan a cabo jóvenes de Detroit. Conocedora del problema del desempleo juvenil —en el area metropolitana, el índice de paro en personas de 16 a 21 años es del 30%, el más alto del país en un area urbana. En la ciudad es de más del 60%— Write-A-House se ha asociado con Young Detroit Builders, una organización sin ánimo de lucro que proporciona programas y cursos de carpintería y construcción para instruir a jóvenes.

Helena Celdrán

Write-A-House- Peach House

Darrell Banks, un inmenso cantante de ‘soul’ fugaz, trágico y olvidado

Darell Banks

Darell Banks

El soul, la única música que durante los años sesenta competía con el rock —en mi opinión, ganando la batalla casi siempre por menos pose y más temperatura—, abunda en personajes sombríos que cayeron demasiado pronto en el camino y de los que apenas quedó recuerdo. Fueron figuras ardientes en lo bueno y en lo malo.

Uno de esos dorados pero fugaces intérpretes fue Darrel Banks. Dejó un patrimonio escueto de siete singles y dos elepés antes de que lo matase, a los 35 años, una bala disparada por un agente de policía fuera de servicio.

Había nacido en Mansfield (Ohio), pero se crió en Buffalo (New York) y aprendió a cantar como casi todos los grandes del soul: dando gracias a dios en los coros gospel de las iglesias. De la intensidad de toda plegaria mantuvo el tono de arrebatada entrega que se palparía en sus grabaciones seculares.

Empezó rugiendo en un pequeño sello discográfico de Detroit con Open the Door to Yor Heart, una canción que le atribuyeron como composición propia por un error de oficina al registrarla —la había escrito un autor legendario e influyente, Donnie Elbert, que decidió que la cosa rodase porque era colega de parranda de Banks—. El tema, un sincopado medio tiempo algo acelerado, se convirtió en un éxito y llegó al número dos de las listas de ventas de rhythm and blues y algunos críticos calificaron a Banks como una de las voces más expresivas del momento.

A esta sacudida apasionada siguieron unas cuantos sencillos más, reunidos en 1967 en el álbum Darrel Banks Is Here [se puede escuchar en esta lista de YouTube]; el fichaje por el sello Volt, filial del imperio Stax, casa madre del mejor soul, y la edición, dos años más tarde, de un segundo elepé, el maravilloso Here to Stay.

"Here to Stay" (1969)

«Here to Stay» (1969)

Las buenas críticas que destacaban el estilo impecable de Banks, a quien se consideraba uno de los intérpretes con más futuro de la música negra, no suavizaron el carácter del cantante, arisco y camorrista. El final fue como un ritual repetido en la nónima de tragedias de los vocalistas de soul muertos a balazos —Sam Cooke y Marvin Gaye son los más conocidos—.

Una noche de febrero de 1970 Banks esperaba, a la salida del trabajo, a su mujer, camarera de un bar de Detoit. Vivían separados desde hacía meses porque ella no soportaba los arranques de mal genio del marido. Banks no sabía que a ella la estaba esperando también su nuevo novio, el policía Aaron Bullock. Las palabras subieron de tono, el cantante zarandeó a la mujer y el policia trató de impedirlo. Banks esgrimió un arma, pero Bullock fue más rápido en disparar la suya. La bala atravesó el cuello del baladista y lo mató en el acto.

Con el  estampìdo del balazo mortal una cortina de olvido e injusticia cayó sobre el cantante: los diarios tardaron ocho días en dar cuenta del suceso porque la Policía de Detroit quiso silenciar todo lo posible la implicación de uno de los suyos en un caso de adulterio finalizado en homicidio.

Banks, que permaneció enterrado en una tumba sin nombre hasta que fans de todo el mundo recaudaron dinero para una lápida, se desvaneció musicalmente: sus discos fueron inencontrables durante décadas hasta que el modélico sello inglés Ace Records, una fabrica de reedición de tesoros, publicó, hace unos meses, la recopilación I’m The One Who Loves You – The Volt Recordings [se puede acceder a las canciones en esta lista de YouTube].

Ánxel Grove

Muere Jerry Berndt, un fotógrafo «con demasiado grano»

The Combat Zone: Prostitute, Boston, 1968 © Jerry Berndt

The Combat Zone: Prostitute, Boston, 1968 © Jerry Berndt

«Las fotos no están mal, pero tienen demasiado grano».  Jerry Berndt, que acaba de morir en París a los 69 años, escuchó tantas veces el mismo reproche de los editores gráficos que incluso se adelantaba y no les otorgaba la oportunidad de ser imbéciles e imitativos. «Te traigo fotos con demasiado grano», decía.

La vida tiene grano, se expande en pequeñas detonaciones que, una a una, no hacen daño, pero todas juntas terminan matándote demasiado pronto. Jerry Berndt nació para artificiero de los callejones. Su cadáver lo encontraron los bomberos en el pequeño apartamento que compartía con su novia, a la que había conocido en Haití, un lugar al que sólo viajas cuando sabes que en el mundo hay mucho grano.

Dicen que el fotógrafo murió de un ataque al corazón y precisan que «abusaba de sustancias».

Cuando era pequeño mi abuela solía hacerme siempre la misma pregunta cuando quería saber mi opinión sobre la carne asada con patatas que cocinaba para mí. «¿Tiene sustancia?». Como a mi abuela Vicenta, la mejor cocinera de la historia, me gustan las sustancias y la gente que abusa de ellas. Es una repelencia comer tofu, no fumar, renegar del whisky y la santidad de los tóxicos y considerar que dios nos trajo al mundo al mundo para tener un muro de Facebook con más chinches que amigos.

Jerry Berndt, 1983. Foto: © Eugene Richards

Jerry Berndt, 1983. Foto: © Eugene Richards

Berndt tenía una brecha en el cuero cabelludo, una cicatriz larga que de vez en cuando palpitaba en una arritmia digna de hot bop. No se la hicieron los machetes de Haití, El Salvador o Ruanda, lugares a los que decidió largarse para apadrinar seres humanos en vez de perritos falderos (se consideraba padrino de cada uno de los parias que retrataba, esos que no tienen muro de Facebook ni mayor futuro que el minuto siguiente).

La cabeza se la había abierto al fotógrafo la civilizada porra de un policía de los EE UU en una protesta contra la guerra de Vietnam, que Berndt combatió organizando acciones más o menos violentas y casi siempre necesarias. Estuvo tres meses en la cárcel y tuvo que vivir clandestinamente porque el FBI le pisaba los talones por subversivo.

«¿Sabes cuál es mi mayor influencia fotográfica?», preguntaba cuando quería quedarse contigo. Esperabas que contestara lo mismo que contestarías tú conociendo la hondura de las imágenes, los ojos de saltimbamqui y los cigarrillos fumados en un continuo, royendo la red de seguridad contra la muerte: «¿Frank? ¿Arbus? ¿Winogrand?…». «No, te equivocas. Mi mayor influencia es el disco Charlie Parker and Dizzy Gillespie, volume 4«.

The Combat Zone: Prostitute, Boston, 1968 © Jerry Berndt

The Combat Zone: Prostitute, Boston, 1968 © Jerry Berndt

Menudo, nervioso, hijo de granjeros, fotógrafo sin pasar por aula alguna y gracias a la práctica incesante de cargar con la cámara durante largas noches insomnes tras trabajar diez horas de friegaplatos, Berndt vivió en Detroit —durmiendo en el cuartucho donde también revelaba— y luego en la estirada Boston.

Era inevitable que optase por retratar el escenario con más grano de la ciudad de los patricios yanquis y optó por la zona rosa, llamada de modo muy elocuente Combat Zone (Zona de Combate).

El reportaje, datado en 1968, llamó la atención por la solidaria humanidad de las fotos de putas y clientes en la boca de lobo de la noche. Algunos editores de revistas y diarios llamaron a Berndt para comprarle copias.

No hace falta que les repita qué le dijeron: «No están mal, pero tienen mucho grano».

Ánxel Grove

© Jerry Berndt

© Jerry Berndt

© Jerry Berndt

© Jerry Berndt

© Jerry Berndt

© Jerry Berndt

© Jerry Berndt

© Jerry Berndt

© Jerry Berndt

© Jerry Berndt

© Jerry Berndt

© Jerry Berndt

Una obra maestra del soul olvidada durante 40 años en un sótano

Little Ann - "Deep Shadows"

Little Ann – «Deep Shadows»

En la época dorada del soul de Detroit, cuando de la factoría de Motown nacían canciones espléndidas con frecuencia diaria, era difícil asomar la cabeza si no eras un superdotado o contabas con el beneplácito de los empresarios. Little Ann Bridgeforth tenía méritos suficientes —sobre todo una voz quebrada que sabía transmitir el desconsuelo del desamor—, pero se quedó en el camino.

Grabó un single temprano —One Down a One Way Street (the Wrong Way)— para Ric-Tic, la discográfica independiente de Dave Hamilton, el guitarrista del grupo estable que tocaba en nueve de cada diez éxitos de Motown, explotado (diez dólares por canción terminada) y ninguneado por el dueño de la megaempresa, Berry Gordy, el hombre que se hizo millonario aplicando en la fabricación de canciones los mismos métodos industriales de las cadenas de montaje de automóviles.

Hamilton creia en Little Ann y en 1969 grabó el primer y único álbum de la cantante en el estudio casero del sótano del 2548 de la calle Philladelphia, uno de los muchos templos anónimos de la música negra. Por dejadez, falta de dinero o mala suerte, la cinta con las canciones fue olvidada entre muchas otras. Desengañada, Little Ann desapareció del cuadro y se dedicó a buscarse la vida.

En 1990 dos entusiastas archivistas británicos lograron acceder al almacén que guardaba los archivos de Hamilton. Una caja castigada por el tiempo estaba rotulada como «posible disco de Little Ann». Allí estaba el grial.

La cantante, muerta en 2003, no llegó a ver editado el disco, que salió al mercado en 2009 a través de una empresa independiente de Finlandia [aquí se puede acceder al álbum completo]. En conjunto no es una obra de referencia —hay en ocasiones demasiada dependencia de Motown y estilo imitativo (What Should I Do? podría haber sido cantada por las Supremes)—.

Pero el tiempo se detiene con Deep Shadows, que inserto en el vídeo de abajo, un lamento que condensa todos los valores del soul: la profunda gravedad de la ruptura, la voz serpenteante de una mujer a punto de caer, el desamparo…  Una obra maestra, una de las mejores baladas de pérdida y dolor de los años sesenta, y una cantante que emergió del olvido cuando para ella era demasiado tarde. No para nosotros.

Ánxel Grove

Abren por primera vez el almacén que guarda la colección de discos de J Dilla

"Donuts" - J Dilla

«Donuts» – J Dilla

De J Dilla —cuya presencia ya ha honrado a este blog— opino que se trata de uno de los músicos más dotados del siglo XX. Creador transfronterizo y sin ánimo de lucro —murió prematuramente, a los 32 años, sin haberse preocupado otra cosa que la creación artesanal y la producción de paisajes sonoros, sin  firmar contratos, sin soñar más futuro que el momento—, su obra me acompaña y me abraza como pocas.

Esta vez vuelvo a traerlo a colación por el vídeo documental recién publicado por el canal audiovisual online Fuse: un conjunto de entrevistas con amigos, colaboradores y familiares (es especialmente tierna la entrevista con la madre del músico) y, sobre todo, una visita que tiene carácter de viaje de iniciación al guardamuebles de Detroit donde están almacenados los miles de discos de vinilo que atesoraba desde niño.

El documental, rápido y, como la música de J Dilla, desprovisto de barroquismo o pose, es como una placa radiográfica: muestra el material que troceaba, manipulaba y manejaba el gran productor para ejecutar el milagro alquímico del renacimiento: soñar una rosa y edificar la rosa con las cenizas de otras rosas.

Las ordenadas cajas de cartón (cada elepé con su funda de plástico, perfectamente limpio, adecentado para ser material primario otra vez) se muestran en público por vez primera: guardan la matería prima de los beats de Dilla, los recortes que mezclaba y pegaba, recombinándolos milagrosamente con un sentido musical innato (sus amigos recuerdan que tras una sola escucha era capaz de recordar el surco exacto del beat que necesitaba).

Quien conozca la música de Dilla —y es un deber casi ineludible para entender el sonido del presente— no se extrañará de la diversidad del material que guarda el almacén. Para quienes desaacreditan sin conocimiento el rap, el mix y el hip-hop aduciendo su presunta unformidad, el viaje al sótano será educativo: Weather Report, los Isley Brothers, Tim Wesiberg, Johnny Tillotson, jazz de fusión, pop, rock and roll…

Discos usados y comprados (no importaba el precio, desde céntimos hasta miles de dólares, con tal de que contuviesen el milagro del beat) para reanimarlos y devolverlos a la vida.

Ánxel Grove

Las diez mejores canciones de ‘Soulandia’

Logotipo de Stax

Logotipo de Stax

Algunas direcciones deberían tener carácter sacramental. Un ejemplo: 926 East McLemore Avenue, Memphis. En la casa de planta baja había una tienda de discos. En el sótano jugaban los dioses.

El inmueble, no hay casualidades cuando hablamos de las posibles variaciones que adopta el cielo cuando se reproduce en la tierra, había acogido un cine, un cofre para encerrarse con los sueños. De esa vida anterior, el local mantenía la marquesina y pronto colgaron de ella orgullosas letras rojas que bautizaban la sede musical: Soulville USA, algo así como Soulandia, EE UU.

Stax. Las marcas a veces lo dicen todo. El chasquido del ritmo primordial: rozas los dedos y haces música.

Stax fue el mejor sello discográfico de soul de la historia, la alternativa rugiente a la blandenguería coetánea de Motown, cuyos artistas aprendían buenos modales en clases pagadas por la empresa, vestían como responsables jóvenes negros que nunca participarían en un disturbio racial y eran contratados sin miedo en los hoteles de los millonarios blancos. No es posible imaginar a Diana Ross robando una cartera.

En Motown sonreían, en Stax sudaban. Motown era el gueto absorbido por el sistema; Stax, la revolución en marcha. Los nombres de las sedes entregaban indicios suficientes sobre las diferencias: Motown operaba desde Hitsville, Exitolandia. Stax, ya lo he dicho, en Soulville. La máquina registradora contra el alma.

Las canciones de Stax fueron la pólvora de los años sesenta. Cada disco que salía del sótano de la avenida East McLemore era un huracán y, pese a las zancadillas de Atlantic, a quien habían entregado la distribución para concentrarse en la música y sin sospechar que la potente discográfica minimizaría a los artistas de Stax para que no hicieran sombra a los suyos (entre ellos a su buque insignia, la dama del soul Aretha Franklin, que competía en la misma liga), se coló en la banda sonora de la época para no ser desbancado jamás.

Sede de Stax, 'Soulandia'

Sede de Stax, ‘Soulandia’

Antes de entrar en materia, un apunte aclaratorio: soy fanático de Motown (una discográfica de negros que cantaban para blancos) y sigo escuchando con harta frecuencia las ñoñerías sublimes de The Supremes y las telenovelas de tres minutos de Smokey Robinson and The Miracles. Me pasma como algunos intérpretes del sello de Detroit se atrevieron a acercarse a la sensibilidad lisérgica de los hippies (sobre todo los inolvidables The Temptations) y como otros, con el tiempo, se enfrentaron a las reglas morales de la casa: respeto eterno e inmutable para Marvin Gaye y What’s Going On, llamado con justicia el Sgt. Pepper’s negro.

Pero, aún así, me quedo con la bravuconería de Stax, una discográfica fundada por blancos —Jim Stewart y su hermana Estelle Axton: STewart/AXton = Stax— pero entregada sin reservas a la sensibilidad negra: baile y sensualidad. Y sin perdir perdón.

Este es, en cuenta atrás, mi top ten de Soulandia.

10.
Who’s Making Love
– Johnny Taylor, 1968

¿Quién está haciendo el amor a mi chica / Mientras yo estoy por ahí haciendo el amor?, se pregunta el Filósofo del Soul, Johnny Taylor, una máquina de gemidos que no tenía nada que envidiar a James  Brown. Who’s Making Love fue su mayor éxito y uno de los primeros de Stax tras la ruptura de la empresa con Atlantic. En la grabación puede escucharse al siempre carnoso grupo de la casa, Booker T. & the MG’s, y al piano es posible adivinar al por entonces todavía desconocido para las masas Isaac Hayes. Taylor, un gran vocalista injustamente colocado entre los segundones del soul, era también un baladista seductor. Murió en 2000, a los 66 años, de un ataque al corazón.

9.
634-5789
– Wilson Pickett, 1966

Palabras mayores. Wilson Pickett (1941-2006), intérprete de al menos medio centenar de canciones fundamentales, encontró en Stax la casa que necesitaba para soltarse como vocalista brioso y funky, uno de los grandes. Quizá este medio tiempo —titulado con el número real de telefóno de la discográfica— no sea una de sus canciones más conocidas, pero sirve para comprobar la amplísima expresividad de su voz, educada, como puede apreciarse, en los coros de gospel de las parroquias y convertida en aullido en las calles.

8.
Everybody Loves a Winner
– William Bell, 1967

William Bell fue uno de los más activos músicos de Stax, a quienes había entregado en 1961 uno de los primeros grandes éxitos de la casa, You Don’t Miss Your Water. Prefiero Everybody Loves a Winner, un lamento contenido sobre la delgada línea que separa la fama y la bancarrota (Todos aman a un gandaor / Pero cuando pierdes, pierdes en soledad).


7.
Green Onions – Booker T & The MG’s, 1962

¡Esto es de 1962, cuando los Beatles aún sonaban como una rondalla! El riff de guitarra de Steve Crooper es un martillo económico pero radical (¡por ese solo darían la vida muchos!), el bajo de Donald Duck Dunn rompe las paredes, la batería de Al Jackson asusta y el órgano de Booker T. Jones es la esencia de lo impecable. Todo el porvenir está en este instrumental: las filigranas de Hendrix, el orgullo de los mod, la estampa del mejor R&B, el ánimo cool del bebopBooker T & The MG’s, la banda de negros y blancos que tocaba en casi todas las canciones de Stax, fue el primer supergrupo de la historia. Hicieron tanto y tan intensamente que parecen de otro planeta. Muchos creen que fueron el mejor grupo de la historia. No es exagerado pensarlo.


6.
Walking the Dog – Rufus Thomas, 1963

Mentor y padrino de gran parte de las figuras del northern soul, pionero del rock and roll, padre de Carla Thomas —importante por sí misma—, Rufus Thomas empezó como comediante y nunca dejó de lado la vis cómica en sus canciones directas y divertidas en las que circulaba por el lado brillante de la vida. Walking the Dog, que los Rolling Stones versionaron con nula intensidad en su primer disco, fue uno de los grandes éxitos que grabó en los primeros tiempos de Stax.

5.
I’ve Been Loving You Too Long – Otis Redding, 1963

Es muy probable que la evolución musical del soul y el R&B hubiese cambiado de no mediar la prematura muerte del más rutilante y dotado de sus intérpretes, Otis Redding, víctima mortal de un accidente de avioneta en diciembre de 1967, poco después de cumplir 26 años. Es tanta y tan enorme la obra de Redding pese a la tragedia que la truncó antes de tiempo, que esta lista podría limitarse solamente a sus canciones, pero, puestos a elegir, I’ve Been Loving You Too Long es una apuesta segura. Redding, que era un gran compositor —a diferencia de buena parte de los vocalistas de soul, que sólo ponían garganta y sentimiento—, escribió la pieza en la soledad nocturna de un hotel y a medias con Jerry Buttler, el cantante de los Impressions. La lejanía de la persona amada y el sentido de separación que multiplica la entrega y la dependencia brotan, palpables, de la intrepretación, que dejó a los hippies con la boca abierta y en ridículo cuando Redding cantó el tema, unos meses antes de morir, en el Festival de Monterey, demostrando que no es necesario quemar una guitarra en el escenario cuando es tu alma la que está ardiendo. La canción ha sido ampliamente versionada: los Rolling Stones hicieron el ridículo al enfrentarse a una pieza que les viene demasiado grande —Redding les devolvió al favor mejorando Satisfaction con gasolina negra—, mientras que Ike and Tina Turner se pasaron de revoluciones lúbricas —ya se sabe que la contención no es una de las virtudes de Tina—.

4.
In the Midnight Hour
– Wilson Pickett, 1965

Segunda aparición en este top ten de Pickett —otro que merece un hit parade exclusivo—, esta vez con la inevitable In the Midnight Hour, que el cantante coescribió con Steve Crooper, el guitarrista de Booker T and The MG’s, en un cuarto del motel Lorraine de Memphis, donde en 1968 sería asesinado Martin Luther King. La canción es una de las más recurridas de todos los tiempos (la han tocado desde The Jam —nada mal pese a la reconversión a estilo mod— hasta Roxy Music —patéticos en una recreación de burdel—) pero los copistas harían bien en borrar de la memoria humana todas las versiones: nadie sabe cantar esta propuesta de sexo a medianoche como Pickett, roto y recompuesto en cada verso.

3.
Knock on Wood – Eddie Floyd, 1966

La quintaesencia del estilo energético del soul de Stax contenida en tres minutos. Compuesta por Eddie Floyd con la ayuda, otra vez, del incansable Cropper, el primero la canta con poderío, suficiencia y un increible cromatismo. El tema era tan bueno que todo el elenco de cantantes de la casa quiso cantarlo, pero ni siquiera la versión a dúo de Otis Redding y Carla Thomas se acerca a la original.

2.
Hold On, I’m Comin’ – Sam & Dave, 1966

Samuel David Moore y Dave Prater, tenor alto y barítono respectívamente, cantaban juntos como Sam & Dave sin mayor gloria desde 1961. Todo cambió cuando ficharon para Stax cuatro años más tarde y uno de los tándems de compositores de la casa, David Porter e Isaac Hayes, comenzó a entregarles canciones resueltas, altivas y animosas que empujan a la ceremonia del baile desde la primera progresión de acordes. Hold On, I’m Comin’ es uno de esos himnos, quizá el más potente, y demuestra la influencia de las candentes maneras interpretativas del dúo en artistas posteriores como Bruce Springsteen, que siempre ha señalado a Sam & Dave como referencia.

1.
(Sittin’ On) The Dock of the Bay – Otis Redding, 1968

Una de esas canciones que son patrimonio de la humanidad con más merecimiento que cualquier catedral gótica. Conocida, no creo exagerar, por nueve de cada diez habitantes del planeta, contiene un mensaje de dulce saudade que todos merecemos compartir. Grabada pocos días antes de la muerte de Redding y editada pocas semanas después del entierro —fue el primer número uno póstumo de la historia de las listas de éxito—, nadie creía en la sencillez pop de la balada, ni siquiera la viuda del cantante, que hizo todo lo posible por evitar la publicación porque estaba convencida de que decepcionaría a los seguidores del cantante más carismático de Stax. Redding y Steve Cropper —ya sabemos quién era el genio musical de la discográfica— compusieron el tema en una casa flotante de la bahía de San Francisco, donde descansaban tras el Festival de Monterey. Redding, un tipo físico (190 cm. de altura y 100 kilos de peso) pero muy abierto a las emociones, estaba convencido de que el soul debería migrar, como lo estaba haciendo el rock, hacia terrenos más eclécticos y menos dominados por la fórmula. Le encantaban los discos psicodélicos de los Beatles y pretendía hacer algo parecido con el R&B.

La sagrada biblia

La sagrada biblia

Adenda
The Complete Stax/Volt Singles: 1959-1968
Stax Tour of Norway, 1967
Otis Redding live at Montery

La abigarrada historia de Stax no merece el límite de diez canciones que le ha otorgado esta entrada. Para quienes deseen inmersión completa, el cofre de diez discos The Complete Stax/Volt Singles: 1959-1968 es la opción definitiva: permite apagar la luz, cerrar los ojos y someterse.

Los necesitados de comprobación audiovisual del tóxico poder del mejor soul de la historia pueden acudir a la visión de la lista de reproducción de vídeos que inserto más abajo: 45 minutos con los cabezas de cartel de la discográfica tocando y cantando en directo en la televisión noruega en 1967. Atención a la temperatura ascendente de la fiebre del público: dos centenares de jóvenes nórdicos que empiezan el concierto con cierto aire de arrogante escepticismo y acaban queriendo llevarse con ellos a casa a Otis Redding.

Dos vídeos más cierran el post con la memorable actuación de Redding en el festival de Monterey, quizá una de las mejores descargas en directo de la historia del pop.

Ánxel Grove

John Lee Hooker, estafado por las discográficas a cambio de un puñado de dólares

John Lee Hooker

John Lee Hooker

Se sabe que una guitarra llegó a las manos de John Lee Hooker (1917-2001) por casualidad, que su padre, el reverendo William Hooker, no quería ver en casa el pernicioso instrumento que tan frecuentemente se utilizaba para contar historias lascivas, viciosas y oscuras como las de Robert Johnson.

Pero el pulso lo ganó Will Moore, el hombre con el que se fue la madre de Hooker, un aparcero de Louisiana que, según el hijastro, fue quien le enseñó todo lo que necesitaba para crear el boogie, un ritmo que crece en el interior del cuerpo como un bicho y te domina con suavidad y constancia. Por lo demás, nada se sabe de Moore como músico, aunque Hooker haya dado mil y una versiones sobre la notoriedad de su padrastro en Clarksdale.

Hooker sembró su vida de fechas falsas, datos que no cuadran, exageraciones, detalles sin contexto… La neblina se vuelve espesa en cuanto asoma algún dato biográfico del bluesero nacido en las afueras de Clarksdale, un pequeño pueblo-milagro que, como todo el Delta del Misisipi, reunía una serie de requisitos desconocidos para que el blues fluyera de la manera más pura posible. Robert Johnson, Son House, Muddy Waters…, todos cruzaron en algún momento las calles de este punto invisible en el mapa.

Cantaba hablando, se despojaba de cualquier elemento que no fuera imprescindible y no dejaba de seguir el ritmo con el pie. El Cotilleando a… de esta semana es para John Lee Hooker, el boogie man que cavaba un hoyo con cada fraseo, haciéndo brotar sensaciones primarias.

En Detroit

En Detroit

1. Dormido en la cadena de montaje. Se marchó del sur a Detroit en 1940, cuando encontrar trabajo en la Ciudad del Motor era instantáneo. De noche actuaba en fiestas privadas y clubes de clase trabajadora. Las mañanas las pasaba como conserje o en las cadenas de montaje de las fábricas de coches, donde se quedó dormido con frecuencia a causa de su doble vida. Con cada vez más bolos nocturnos, empezó a ser más músico que empleado y comenzó a hacerse un nombre.

2. Nada de adornos. Fue Elmer Barbee, el dueño de una tienda de discos de Detroit, quien descubrió el filón comercial que se escondía en el hombre flaco y menudo que cantaba en minúsculos bares donde la gente empezaba a apretarse más para verlo. Barbee propuso al músico grabar en el estudio casero que tenía en la trastienda del negocio. En los intentos del negociante por darle sofisticación a los temas, se dio cuenta de que la más mínima adenda a la voz y a la guitarra de Hooker resultaba en un fiasco. Su blues no se regía por la perfección técnica y la fórmula mágica era inseparable de la sobriedad. Barbee supo que él sólo no podía afrontar algo tan embaucador. Puso al fenómeno en contacto con Bernard Besman, dueño de una distribuidora de discos y de una pequeña discográfica llamada Sensation. Allí grabó su primer éxito a finales de 1948, Boogie Chillen, un tema insistente, dominado por el ritmo que marca la suela del zapato, pero alejado de la placidez rural, con un nervio urbano y acelerado.

Hooker en Riverside Records, uno de tantos sellos

Hooker en Riverside Records, uno de tantos sellos

3. Chuletitas de cerdo y otros disfraces. Hooker no vio que su éxito se correspondiera con las ganancias y decidió grabar —incumpliendo el contrato— con otras pequeñas discográficas. Lo consideró un acto de justicia y Barbee se encargó de ponerlo en contacto con sellos como Danceland, King o Savoy, cobrando 100 dólares por sesión —renunciando a los derechos— y firmando con pseudónimos crípticos como Little Pork Chops (Chuletitas de cerdo) o descarados a modo de imitación barata, como John Lee Cooker. El público, ante tanto boogie con nombre diferente, comenzó a tomarse aquello como una corriente musical más que como un talento individual escondido tras muchos apodos: en 1950 habían salido 22 discos del artista en decenas de discográficas diminutas y con nombres diferentes. Los royalties seguían siendo para los sellos: Hooker se vendía barato sin pensar en la sobrecarga de canciones con las que había saturado el mercado y que amenazaban con quemarlo para siempre.

Fotografiado por Paul Natkin en 1998

Fotografiado por Paul Natkin en 1998

4. «Hacían un buen dinero, pero nosotros no lo recibimos». I’m in the Mood fue su revancha. Una canción caliente, un quejido nocturno que vendió más de un millón de copias en 1951. Pero poco a poco Hooker se daba cuenta de que el esfuerzo no le compensaba, que las ventas no se traducían en dinero. «Entonces las discográficas eran degolladoras. Odio decirlo, pero es la verdad y se supone que hay que decir la verdad. La mayoría de los artistas de blues no sabían sobre editores, autores. No sabíamos lo que era un editor. Hacían un buen dinero, los editores, pero nosotros no lo recibimos porque no sabíamos», declaró más tarde con su lenguaje llano.

5. Besman y los libros de colorear. Los años cincuenta transcurrieron de gira, en la carretera con el guitarrista y chico para todo Eddie Kirkland. Las ganancias del escenario eran más claras que con Besman, un exprimidor ávido de dinero que cobraba royalties como editor y coautor de los temas de Hooker. Ante cualquier posible duda, se escudaba diciendo que cuando conoció al bluesman su educación musical era tan precaria que él mismo tuvo que poner remedio a las lagunas para que el artista pudiera comenzar a grabar. Besman se autoproclamaba organizador de las ideas de Hooker y aseguraba que sin él las canciones no hubieran llegado a nada. Dice mucho del personaje que se retirara a California y cambiara radicalmente de negocio para dedicarse a vender libros para colorear, en los que cada área iba numerada y correspondía a un color.

La mano de Hooker fotografiada por Anton Corbijn en 1994

La mano de Hooker fotografiada por Anton Corbijn en 1994

6. Una relación explosiva. Hooker se casó cuatro veces (aunque a veces declaraba que tres) y sólo tuvo hijos con Maude Mathis, con quien estuvo 25 años. Ella se refería a la guitarra del músico como «caja de inanición», la relación era tormentosa y las peleas, antológicas. Maude sabía de las numerosas aventuras del músico durante sus viajes y enloquecía ante la falta de ingresos para mantener a la familia. En una ocasión, la furiosa esposa fue expresamente a un concierto para subirse al escenario y romperle a Hooker la guitarra en la cabeza. Tuvo suerte de que fuera una acústica. Zakiya Hooker, una de las seis hijas del matrimonio recuerda que había un dedo de la mano que su padre no podía doblar porque en una de las reyertas caseras Maude le cortó el tendón.

7. «Boom, boom, llegas tarde otra vez». Tras fichar por una larga lista de sellos, sentó cabeza en 1955 con Vee-Jay, una casa discográfica de Indiana que puso a su disposición a una banda de músicos que se desquiciaban con la anarquía de los esquemas inexistentes de Hooker. Fue con una de esas formaciones de músicos todoterreno, acostumbrados a la imprevisibilidad y encabezados por el pianista Joe Hunter (bregado nada más y nada menos que en Motown) cuando Hooker grabó Boom Boom. El título —según su propio autor, al que no hay por qué creer— surgió en el club Apex de Detroit, donde tocó durante años: «Yo siempre llegaba tarde, ya sabes. Entonces bebía, tenía una botella de whiskey escocés en el coche (…) la chica tras la barra, que se llamaba Willow, decía todas las noches ‘Boom, boom, llegas tarde otra vez’, entonces me vino la idea: eso es una canción».

'Hooker 'N' Heat'

'Hooker 'N' Heat'

8. Europa. En los años sesenta viajó a Europa y encontró en Alemania, Francia, Italia, Dinamarca, Suecia, Suiza y el Reino Unido a una legión de fans que reclamaban su boogie,  entre ellos Mick Jagger y el guitarrista de Led Zeppelin Jimmy Page. Mientras, Vee-Jay se dejaba influir por los nuevos títulos de las demás discográficas y se obsesionaba por cambiar el sonido del músico, que volvió a su hábito de grabar a escondidas para pequeños sellos, esta vez porque fuera de Vee-Jay le dejaban tocar como él quería.

9. «Tendréis que pagarme el doble». Pasó los años sesenta y el comienzo de los setenta colaborando con otros artistas, perdido en el marasmo comercial de la industria del rock. Tal vez el proyecto más notable fue el de Canned Heat en 1971, el grupo de Al Wilson y Bob Hite. Acogieron con admiración a quien reconocían como una influencia decisiva, pero Hooker veía en el proyecto, por encima de todo, la oportunidad de sacar tajada, de resolver tantos años de explotación y engaños colaborando con blancos que lo adoraran. Al comentar la banda que de las sesiones podía salir un doble LP, dijo de manera espontánea: «Entonces tendréis que pagarme el doble».

10. Un anciano solicitado. Con sólo cincuenta y pocos años, el mundo lo veía como la leyenda viva del Delta del blues. Hasta 1988 con la publicación del disco The Healer —con Carlos Santana tocando la guitarra en el tema que da nombre al disco—permaneció en la brecha dando conciertos. El disco fue el regreso soñado que convirtió a Hooker en un anciano solicitado y, con más de setenta años, comenzó a encadenar éxitos y premios. Pasó esa dulce última etapa de su vida en California, en el área de la bahía de San Francisco. Murió plácidamente, mientras dormía, en la ciudad de Los Altos. Todavía, en el club Boom Boom Room de San Francisco, inaugurado en su honor en los años noventa, hay una cómoda mesa redonda frente al escenario, siempre vacía, reservada para John Lee Hooker.

Helena Celdrán