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Las diez mejores canciones de ‘Soulandia’

Logotipo de Stax

Logotipo de Stax

Algunas direcciones deberían tener carácter sacramental. Un ejemplo: 926 East McLemore Avenue, Memphis. En la casa de planta baja había una tienda de discos. En el sótano jugaban los dioses.

El inmueble, no hay casualidades cuando hablamos de las posibles variaciones que adopta el cielo cuando se reproduce en la tierra, había acogido un cine, un cofre para encerrarse con los sueños. De esa vida anterior, el local mantenía la marquesina y pronto colgaron de ella orgullosas letras rojas que bautizaban la sede musical: Soulville USA, algo así como Soulandia, EE UU.

Stax. Las marcas a veces lo dicen todo. El chasquido del ritmo primordial: rozas los dedos y haces música.

Stax fue el mejor sello discográfico de soul de la historia, la alternativa rugiente a la blandenguería coetánea de Motown, cuyos artistas aprendían buenos modales en clases pagadas por la empresa, vestían como responsables jóvenes negros que nunca participarían en un disturbio racial y eran contratados sin miedo en los hoteles de los millonarios blancos. No es posible imaginar a Diana Ross robando una cartera.

En Motown sonreían, en Stax sudaban. Motown era el gueto absorbido por el sistema; Stax, la revolución en marcha. Los nombres de las sedes entregaban indicios suficientes sobre las diferencias: Motown operaba desde Hitsville, Exitolandia. Stax, ya lo he dicho, en Soulville. La máquina registradora contra el alma.

Las canciones de Stax fueron la pólvora de los años sesenta. Cada disco que salía del sótano de la avenida East McLemore era un huracán y, pese a las zancadillas de Atlantic, a quien habían entregado la distribución para concentrarse en la música y sin sospechar que la potente discográfica minimizaría a los artistas de Stax para que no hicieran sombra a los suyos (entre ellos a su buque insignia, la dama del soul Aretha Franklin, que competía en la misma liga), se coló en la banda sonora de la época para no ser desbancado jamás.

Sede de Stax, 'Soulandia'

Sede de Stax, ‘Soulandia’

Antes de entrar en materia, un apunte aclaratorio: soy fanático de Motown (una discográfica de negros que cantaban para blancos) y sigo escuchando con harta frecuencia las ñoñerías sublimes de The Supremes y las telenovelas de tres minutos de Smokey Robinson and The Miracles. Me pasma como algunos intérpretes del sello de Detroit se atrevieron a acercarse a la sensibilidad lisérgica de los hippies (sobre todo los inolvidables The Temptations) y como otros, con el tiempo, se enfrentaron a las reglas morales de la casa: respeto eterno e inmutable para Marvin Gaye y What’s Going On, llamado con justicia el Sgt. Pepper’s negro.

Pero, aún así, me quedo con la bravuconería de Stax, una discográfica fundada por blancos —Jim Stewart y su hermana Estelle Axton: STewart/AXton = Stax— pero entregada sin reservas a la sensibilidad negra: baile y sensualidad. Y sin perdir perdón.

Este es, en cuenta atrás, mi top ten de Soulandia.

10.
Who’s Making Love
– Johnny Taylor, 1968

¿Quién está haciendo el amor a mi chica / Mientras yo estoy por ahí haciendo el amor?, se pregunta el Filósofo del Soul, Johnny Taylor, una máquina de gemidos que no tenía nada que envidiar a James  Brown. Who’s Making Love fue su mayor éxito y uno de los primeros de Stax tras la ruptura de la empresa con Atlantic. En la grabación puede escucharse al siempre carnoso grupo de la casa, Booker T. & the MG’s, y al piano es posible adivinar al por entonces todavía desconocido para las masas Isaac Hayes. Taylor, un gran vocalista injustamente colocado entre los segundones del soul, era también un baladista seductor. Murió en 2000, a los 66 años, de un ataque al corazón.

9.
634-5789
– Wilson Pickett, 1966

Palabras mayores. Wilson Pickett (1941-2006), intérprete de al menos medio centenar de canciones fundamentales, encontró en Stax la casa que necesitaba para soltarse como vocalista brioso y funky, uno de los grandes. Quizá este medio tiempo —titulado con el número real de telefóno de la discográfica— no sea una de sus canciones más conocidas, pero sirve para comprobar la amplísima expresividad de su voz, educada, como puede apreciarse, en los coros de gospel de las parroquias y convertida en aullido en las calles.

8.
Everybody Loves a Winner
– William Bell, 1967

William Bell fue uno de los más activos músicos de Stax, a quienes había entregado en 1961 uno de los primeros grandes éxitos de la casa, You Don’t Miss Your Water. Prefiero Everybody Loves a Winner, un lamento contenido sobre la delgada línea que separa la fama y la bancarrota (Todos aman a un gandaor / Pero cuando pierdes, pierdes en soledad).


7.
Green Onions – Booker T & The MG’s, 1962

¡Esto es de 1962, cuando los Beatles aún sonaban como una rondalla! El riff de guitarra de Steve Crooper es un martillo económico pero radical (¡por ese solo darían la vida muchos!), el bajo de Donald Duck Dunn rompe las paredes, la batería de Al Jackson asusta y el órgano de Booker T. Jones es la esencia de lo impecable. Todo el porvenir está en este instrumental: las filigranas de Hendrix, el orgullo de los mod, la estampa del mejor R&B, el ánimo cool del bebopBooker T & The MG’s, la banda de negros y blancos que tocaba en casi todas las canciones de Stax, fue el primer supergrupo de la historia. Hicieron tanto y tan intensamente que parecen de otro planeta. Muchos creen que fueron el mejor grupo de la historia. No es exagerado pensarlo.


6.
Walking the Dog – Rufus Thomas, 1963

Mentor y padrino de gran parte de las figuras del northern soul, pionero del rock and roll, padre de Carla Thomas —importante por sí misma—, Rufus Thomas empezó como comediante y nunca dejó de lado la vis cómica en sus canciones directas y divertidas en las que circulaba por el lado brillante de la vida. Walking the Dog, que los Rolling Stones versionaron con nula intensidad en su primer disco, fue uno de los grandes éxitos que grabó en los primeros tiempos de Stax.

5.
I’ve Been Loving You Too Long – Otis Redding, 1963

Es muy probable que la evolución musical del soul y el R&B hubiese cambiado de no mediar la prematura muerte del más rutilante y dotado de sus intérpretes, Otis Redding, víctima mortal de un accidente de avioneta en diciembre de 1967, poco después de cumplir 26 años. Es tanta y tan enorme la obra de Redding pese a la tragedia que la truncó antes de tiempo, que esta lista podría limitarse solamente a sus canciones, pero, puestos a elegir, I’ve Been Loving You Too Long es una apuesta segura. Redding, que era un gran compositor —a diferencia de buena parte de los vocalistas de soul, que sólo ponían garganta y sentimiento—, escribió la pieza en la soledad nocturna de un hotel y a medias con Jerry Buttler, el cantante de los Impressions. La lejanía de la persona amada y el sentido de separación que multiplica la entrega y la dependencia brotan, palpables, de la intrepretación, que dejó a los hippies con la boca abierta y en ridículo cuando Redding cantó el tema, unos meses antes de morir, en el Festival de Monterey, demostrando que no es necesario quemar una guitarra en el escenario cuando es tu alma la que está ardiendo. La canción ha sido ampliamente versionada: los Rolling Stones hicieron el ridículo al enfrentarse a una pieza que les viene demasiado grande —Redding les devolvió al favor mejorando Satisfaction con gasolina negra—, mientras que Ike and Tina Turner se pasaron de revoluciones lúbricas —ya se sabe que la contención no es una de las virtudes de Tina—.

4.
In the Midnight Hour
– Wilson Pickett, 1965

Segunda aparición en este top ten de Pickett —otro que merece un hit parade exclusivo—, esta vez con la inevitable In the Midnight Hour, que el cantante coescribió con Steve Crooper, el guitarrista de Booker T and The MG’s, en un cuarto del motel Lorraine de Memphis, donde en 1968 sería asesinado Martin Luther King. La canción es una de las más recurridas de todos los tiempos (la han tocado desde The Jam —nada mal pese a la reconversión a estilo mod— hasta Roxy Music —patéticos en una recreación de burdel—) pero los copistas harían bien en borrar de la memoria humana todas las versiones: nadie sabe cantar esta propuesta de sexo a medianoche como Pickett, roto y recompuesto en cada verso.

3.
Knock on Wood – Eddie Floyd, 1966

La quintaesencia del estilo energético del soul de Stax contenida en tres minutos. Compuesta por Eddie Floyd con la ayuda, otra vez, del incansable Cropper, el primero la canta con poderío, suficiencia y un increible cromatismo. El tema era tan bueno que todo el elenco de cantantes de la casa quiso cantarlo, pero ni siquiera la versión a dúo de Otis Redding y Carla Thomas se acerca a la original.

2.
Hold On, I’m Comin’ – Sam & Dave, 1966

Samuel David Moore y Dave Prater, tenor alto y barítono respectívamente, cantaban juntos como Sam & Dave sin mayor gloria desde 1961. Todo cambió cuando ficharon para Stax cuatro años más tarde y uno de los tándems de compositores de la casa, David Porter e Isaac Hayes, comenzó a entregarles canciones resueltas, altivas y animosas que empujan a la ceremonia del baile desde la primera progresión de acordes. Hold On, I’m Comin’ es uno de esos himnos, quizá el más potente, y demuestra la influencia de las candentes maneras interpretativas del dúo en artistas posteriores como Bruce Springsteen, que siempre ha señalado a Sam & Dave como referencia.

1.
(Sittin’ On) The Dock of the Bay – Otis Redding, 1968

Una de esas canciones que son patrimonio de la humanidad con más merecimiento que cualquier catedral gótica. Conocida, no creo exagerar, por nueve de cada diez habitantes del planeta, contiene un mensaje de dulce saudade que todos merecemos compartir. Grabada pocos días antes de la muerte de Redding y editada pocas semanas después del entierro —fue el primer número uno póstumo de la historia de las listas de éxito—, nadie creía en la sencillez pop de la balada, ni siquiera la viuda del cantante, que hizo todo lo posible por evitar la publicación porque estaba convencida de que decepcionaría a los seguidores del cantante más carismático de Stax. Redding y Steve Cropper —ya sabemos quién era el genio musical de la discográfica— compusieron el tema en una casa flotante de la bahía de San Francisco, donde descansaban tras el Festival de Monterey. Redding, un tipo físico (190 cm. de altura y 100 kilos de peso) pero muy abierto a las emociones, estaba convencido de que el soul debería migrar, como lo estaba haciendo el rock, hacia terrenos más eclécticos y menos dominados por la fórmula. Le encantaban los discos psicodélicos de los Beatles y pretendía hacer algo parecido con el R&B.

La sagrada biblia

La sagrada biblia

Adenda
The Complete Stax/Volt Singles: 1959-1968
Stax Tour of Norway, 1967
Otis Redding live at Montery

La abigarrada historia de Stax no merece el límite de diez canciones que le ha otorgado esta entrada. Para quienes deseen inmersión completa, el cofre de diez discos The Complete Stax/Volt Singles: 1959-1968 es la opción definitiva: permite apagar la luz, cerrar los ojos y someterse.

Los necesitados de comprobación audiovisual del tóxico poder del mejor soul de la historia pueden acudir a la visión de la lista de reproducción de vídeos que inserto más abajo: 45 minutos con los cabezas de cartel de la discográfica tocando y cantando en directo en la televisión noruega en 1967. Atención a la temperatura ascendente de la fiebre del público: dos centenares de jóvenes nórdicos que empiezan el concierto con cierto aire de arrogante escepticismo y acaban queriendo llevarse con ellos a casa a Otis Redding.

Dos vídeos más cierran el post con la memorable actuación de Redding en el festival de Monterey, quizá una de las mejores descargas en directo de la historia del pop.

Ánxel Grove

Lo mejor (y lo peor) de Neil Young

Cubierta de "Waging Heavy Peace"

Cubierta de «Waging Heavy Peace»

El libro de la izquierda —publicado hace unas horas en el mercado anglosajón— será un bestseller. Es la esperada autobiografía de Neil Young, tiene más de 500 páginas y se titula Waging Hevy Peace. Lo edita una filial del poderoso grupo Penguin y en los EE UU cuesta 30 dólares (unos 23 euros) en tapa dura  y 16,99 (13 euros) en edición electrónica.

Young, que el 12 de noviembre cumplirá 67 años, no admite discusión. Es uno de los obligatorios. En algún momento de los últimos años escribí sobre él algunos párrafos que me atrevo a repetir:

Richard Shakey, Ricardo Tembleques, Young tiene sarcasmo suficiente como para mofarse en su alias habitual de la eplilepsia que padece. No es la única herida: diabético, lastrado por una polio infantil, superviviente de un aneurisma casi letal, padre de dos niños con parálisis cerebral…

Hijo de periodistas deportivos, niño enfermizo crecido en el boscoso pueblo canadiense de Winnipeg –donde conoció a uno de sus grandes amores, la cantautora Joni Mitchell–, Shakey se ha atrevido contra todo: echó en cara al rock sureño su complacencia con la segregación racial (Southern Man ), acusó a Nixon de asesino de estudiantes durante protestas antibélicas (Ohio ), relató los estragos de la heroína entre sus compadres generacionales (The Needle and the Damage Done), denunció las barbaridades de los conquistadores españoles (Cortez The Killer )…

La edad no ha mitigado la furia. Hace unas semanas suspendió un concierto en Los Angeles por solidaridad con la huelga de los trabajadores del local y en los últimos años, pese a que conserva la nacionalidad canadiense y podría ser expulsado de EE UU por inmiscuirse en asuntos internos, se ha destapado como el artista más beligerante contra la atroz política de Bush. En 2006 pidió directamente su destitución en Let’s Impeach the President.

¿La autobiografía? No la he leído, aunque lo haré, pero cuentan las reseñas que está bastante mal escrita aunque mitiga la torpeza de estilo con un abundante anecdotario: una jam session con Charles Manson, el líder de la secta de asesinos hippies; sus problemas como inmigrante canadiense en los EE UU —hasta hace relativamente poco no consiguió una green card para poder trabajar legalmente en el país—; el dolor de tener dos hijos (Zeke y Ben, de madres distintas) nacidos con parálisis cerebral no hereditaria…

Con la autobiografía como excusa, intentaré condensar la mareante obra musical de Young —solamente en estudio, unos cuarenta discos— y proponer lo mejor y lo peor de una carrera tan paradójica como el personaje. Para empezar, lo indignante, lo que se debe evitar.

Los tres peores discos de Neil Young:

"Landing on Water"

«Landing on Water»

1. Landing on Water, 1986. Tan malo que duele. La década de los ochenta puede borrarse de la carrera de Young. Estaba perdido, sin inspiración y desganado. Ocultaba con desprecio y cinismo un bache creativo que no deseaba admitir.

Entre los pésimos discos de la época, éste se lleva la palma: una colección de endebles canciones con arreglos de pop mainstream al estilo de Jouney, Kansas y otras bandas épicas sin alma.

Geffen Records, la discográfica en la que grababa desde 1982 el artista, demandó a Young poco después de la edición del álbum y le reclamó algo más de tres millones de dólares, aduciendo que sus discos eran suicidios comerciales y artísticos y no respondían a lo que el público esperaba del músico. El dueño de la empresa, David Geffen, se disculpó más tarde en persona por intentar interferir en las decisiones musicales de Young, pero no tuvo reparos en despedirle.

Aunque ninguna de las diez piezas del álbum es audible y quienes lo compramos en su momento por fidelidad lo hemos condenado a las telarañas, la canción Hippie Dream merece cierta atención por la mala baba de Young hacia sus compañeros de hippismo, a los que acusa de idealismo e inocencia.


"This Note's for You"

«This Note’s for You»

2. This Note’s for You, 1988. Otro producto de la década ominosa y un nuevo desatino de Young, que intentaba ocultar el bache eloborando indigeribles experimentos temáticos sobre géneros musicales.

Había ejercido el ridículo con su emulación del tecno (Trans, 1982), el rockabilly (Everybody’s Rockin’, 1983) y el country & western (Old Ways, 1985) y en This Note’s for You lo intentó con el soul.

Rodeado de coros y salpimentado con supuesta gracia negra —algo de lo que carece Young, que es adusto y sin swing—, el disco blusey del canadiense no alcanza el azul pálido.

Escribiendo letras y vendiendo ideología de andar por casa tampoco estaba en su mejor momento. Algunas estrofas claman a gritos por una tijera redentora o invitan a regalar al compositor un diccionario de rimas: I ain’t singin’ for Pepsi / I ain’t singin’ for Coke / I don’t sing for nobody / Makes me look like a joke (No canto para Pepsi / No canto para Coca Cola / No canto para nadie / Porque me hace sentir como un payaso).

"Are You Passionate?"

«Are You Passionate?»

3. Are You Passionate?, 2002. Intolerable y ridículo disco en el que Young juega a otra de sus desastrosas encarnaciones, la de crooner romántico.

Pese al acompañamiento sólido de Booker T. & The MG’s, una de las piedras angulares del sonido de Stax, aquí sólo hay sacarosa, un patético intento de hacer música de seducción para adultos.

Para empeorar la sensación, el disco contiene la que seguramente sea la peor canción de toda la carrera de Young, Let’s Roll, uno de los primeros temas musicales en abordar los atentados del 11-S, basado en las últimas palabras que pronunció Todd Beamer, uno de los pasajeros del vuelo 93 de United Airlines que se enfrentaron a los secuestradores.

Si las discutibles opiniones ideológicas de Young ya habían quedado patentes en su apoyo a Ronald Reagan en 1984, esta vez quedó marcado para siempre como trovador del patrioterismo menos racional.

Los tres mejores discos de Neil Young:

"Tonight's the Night"

«Tonight’s the Night»

1. Tonight’s the Night, 1975. Uno de los discos más bellos y catárticos de la historia del rock.

Aunque palidezca porque exhibe menos decibelios que los discos más eléctricos de Young, la intensidad desnuda del músico, el dolor palpitante y la miseria existencial sobre la que narra experiencias personales hacen de Tonight’s the Night un álbum irrepetible.

Dedicado a dos amigos y almas gemelas muertos por sobredosis de heroína —el gran músico Danny Whitten, líder de Crazy Horse, y el roadie Bruce Berry—, la gran tragedia generacional que a mediados de los años setenta avistaban los exhippies es el fondo temática de un disco irreprochable y en carne viva que transmite un escalofrío constante.

Despedazado por las desgracias, conocedor de que la velocidad y las mentiras habías sido demasiadas, Young canta en estado trémulo algunas de los mejores temas de su carrera. Pese a todo, la discográfica de turno (Reprise) no lo veía claro y devolvió al músico el proyecto, ordenándalo grabar otro álbum. Sólo después del éxito de las canciones en directo dieron luz verde al proyecto.

"After the Gold Rush"

«After the Gold Rush»

2. After the Gold Rush, 1970. Es difícil elegir entre el anterior y éste: de una elegantísima y cruda belleza.

Cuando editó After the Gold Rush [aquí está completo, al menos por ahora] Neil Young era el elemento más brillante del súpergrupo Crosby, Stills, Nash & Young —con quienes grabó Helpless y Ohio— y despuntaba como una figura imparable y con voz propia.

En un rush creativo pasmoso, se convirtió en el mejor y más prolífico cantautor eléctroacústico. El disco, el tercero en solitario y el segundo con Crazy Horse como músculo, es casi una obra conceptual sobre la soledad, pero contiene puntos de fuga memorables como el volcánico Southern Man.

Disco consistente y de equilibrio perfecto. No conozco a nadie que no se emocione al escucharlo por primera vez. Lo compré cuando lo editaron. Yo tenía 15 años. Mi madre tenía que obligarme a abandonar la habitación para ir a cenar cada noche aunque también a ella le gustaba el disco.


"Rust Never Sleeps"

«Rust Never Sleeps»

3. Rust Never Sleeps, 1979. La solvencia de cataclismo de Neil Young y Crazy Horse en su expresión máxima.

Algunos sostienen, con bastante tino, que Rust Never Sleeps es el único disco realmente punk que se ha editado nunca. Incluso las canciones acústicas tienen un altísimo grado de desesperación.

Fue el gran último momento de Young y también su última predicción solvente: sólo un individualismo con alma nos salvará contra el monstruo hambriento del sistema.

El álbum parece grabado en un polvorín o en la sala de electrochoques de un sanatorio para deshauciados y no tiene una sola grieta.

Cada canción es perfecta, pero entre todas brilla la reflexión ying-yang sobre el pérfido negocio musical: My My, Hey Hey (Out of the Blue) y Hey Hey, My My [Into the Black].

Ánxel Grove

Regresa Wilco, el grupo más importante tras los Beatles

A finales de este mes publican The Whole Love, el octavo disco en estudio de Wilco, el grupo más importante de rock desde los Beatles (superan a estos, por goleada, en las letras, que en el caso de los británicos eran pura melaza).

Entre el 1 y el 4 de noviembre tocan en directo en Madrid (entradas agotadas), Barcelona, San Sebastián y Vigo. Si quieren ustedes saber cómo se siente el impacto de una descarga eléctrica, intenten acudir. No hay nadie sobre el planeta -nadie, repito, ni abuelos bocazas como Tom Waits- que pueda con Wilco en intensidad. Es el mejor espectáculo músical que el dinero puede comprar.

Vean y juzguen: de este dulce marasmo son capaces.

Con doble motivo, el disco y la gira española, afronto un breve Cotilleando a… Wilco:

Jeff Tweedy

Jeff Tweedy

1. J.T. Wilco es una banda que pivota en torno a una persona, Jeff Tweedy (1967), hijo de un empleado de ferrocarriles y una diseñadora de cocinas. Lo intentó en varias universidades pero le gustataban demasiado los Ramones como para respetar los anacrónicos protocolos académicos. Montó varios grupos juveniles antes de fundar, con el gran Jay Farrar, Uncle Tupelo (1987-1994).  Al principio eran incendiarios [su primera aparición en televisión, aquí], pero con el tiempo se atrevieron a hacer lo que nadie había intentado: maridar el country doliente de los hillbillies con la desvergüenza punk. Fundaron lo que se llamó americana. No fueron ellos los responsables de la absurda etiqueta.

2. La tropa. Pero Wilco no es una one man band sino una máquina engrasada de rock and roll. El sexteto actual -en el que sólo Tweedy y el bajista John Stirratt se mantienen de la formación inicial de 1994- es un equipo de virtuosos que ha dejado la egolatría en casa para contribuir al instrumento único, el grupo. El batería Glenn Kotche es invitado a dar seminarios sobre percusión [su prodigiosa improvisación Monkey Chant, aquí] y el guitarrista Nels Cline, con una carrera profusa en el jazz y la vanguardia, está entre los mejores de las últimas décadas.

Desde la izquierda, Stirratt, Cline, Jorgensen, Tweedy, Kotche y Sansone

Desde la izquierda, Stirratt, Cline, Jorgensen, Tweedy, Kotche y Sansone

3. Marasmo. Tweedy gusta de extender sobre la mesa su santoral. Es un fanático del coleccionismo de discos y trabajó durante años, en horario nocturno, en una tienda de vinilos. En la discografía del grupo hay tamizadas referencias, homenajes en sordina y desvergonzadas citas a los Beatles, Velvet Underground, Kiss, The Who, el pub rock inglés, The Beach Boys, Gram Parsons, The Byrds, Black Sabath, Led Zeppelin, el soul de Stax y una larga estela de luminarias o estrellas ocultas… En el último disco samplean una canción de Iggy & The Stooges.

 4. Ilustrado. Tampoco le asusta, al contrario que a otros zopencos de pose, mostrarse como una persona con inquietudes culturales. Escribió la letra de una las canciones de The Whole Love, Born Alone, cuyo vídeo encabeza esta entrada, basándose en palabras elegidas al azar de poemas de Emily Dickinson. Tweedy publicó en 2004 un libro de poesía, Adult Head.

Póster de Little Jacket para Wilco

Póster de Little Jacket para Wilco

5. Los mejor ilustrados. No hay en estos momentos ningún grupo que ponga tanto esmero en cultivar una iconografía esmerada y con intención. Los carteles de los conciertos de Wilco son una galería de los mejores ilustradores del momento.

6. Papá Tweedy. Toda esa mandanga de la frontera entre la vida privada y la pública que los famosetes enuncian mientras esperan el próximo talón por exhibir vergüenzas trae bastante sin cuidado al líder de Wilco, un tipo llano que sigue moviéndose sin guardaespaldas y tomado café en el mismo bar de siempre. Ha apoyado la carrera musical de su hijo adolescente, Spencer (15), un chaval que lleva con naturalidad la condición y apunta maneras. Tweedy tiene otro crío, Sam (10). Los tres y los ruidistas Deerhoof acaban de lanzar un disco como The Raccoonists [el vídeo, aquí].

7. Marido Tweedy. Está casado con Sue Miller. Son novios desde que tenían 15 años. Ella fue la propietaria de uno de los clubes más movidos de Chicago durante los años ochenta, el Lounge Ax.

8. Social Tweedy. Es un tipo involucrado. Habla cada semana con su «amigo» Barack Obama, al que apoya años antes de la llegada a la Casa Blanca, se involucra en campañas sociales, ha combatido las prerrogativas abusivas de las discográficas –Wilco cuelga toda su producción en la red: empezaron a hacerlo mucho antes de que los ingleses Radiohead se autoproclamasen patrones de las descargas y The Whole Love está editado por su propia empresa discográfica, la recién nacida dBpm Records– y, cuando viaja a Europa, no deja de pedir disculpas al público de sus conciertos por haber nacido en los Estados Unidos, un país cuya política internacional y social aborrece.

9. Doliente Tweedy. Desde adolescente, padeció migrañas de insoportable intensidad que derivaron en depresión, vértigo, problemas de visión y ataques de pánico. Hastiado de sufrir, se enganchó a los analgésicos. Cuando intentó dejarlos por su cuenta en 2004 estuvo a punto de romperse en pedazos. «Por no sentirme tan miserablemente mal estaba dispuesto a dejarlo todo, incluso la música», ha explicado. Por suerte para él y para la salud cultural de la humanidad, ahora está en forma, ha dejado de fumar compulsivamente, practica la natación y vuelve a sonreir.

10. Analista Tweedy. No se anda por las ramas ni es complaciente con los trendies que van a sus conciertos porque mola hacerlo o para exhibir palmito. En una reciente entrevista dijo: «Estamos más obsesionados con la juventud que ninguna generación precedente. Si hay algo revolucionario acerca de Wilco es la idea de que nos importa una mierda ser maduros. Hay algo sensacional en descubrir que no te embarga la mala hostia de la juventud. Ese todo o nada, esa tendencia a despreciar a la porción de la humanidad que conduce monovolúmenes o escucha a Tom Jones. Además, no encuentro demasiadas bandas jóvenes que se esfuercen en ser honestas. Lamayoría solo suena como una versión chunga de algún artista de los ochenta. Los ves y dices: ‘Esta es la lamentable copia de Human League’ o ‘he aquí a los pálidos Dexys Midnight Runners».

Más allá de este apresurado decálogo, está la música del, repito e insisto, sin ánimo de exagerar, mejor grupo de la historia del rock y el pop tras los Beatles. Escuchen:

Ánxel Grove