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¿Te sientes cansado? Shhhh…decirlo no te va ayudar

¿Cómo estás? Resfriada y cansada todavía. Parece que este catarro no se quiere ir, llevo ya diez días... Era el comienzo de una de las llamadas entre sesión y sesión de coaching con una persona a quien acompaño.

Luego me comentó que había tomado una decisión sobre una cuestión peliaguda, sin racionalizar demasiado, algo nuevo en ella y también que había estado en contacto con la culpa que emergía al marcar límites con su pareja, normalizándola. Identifiqué la fluidez habitual del final del programa, cuando los aprendizajes y el crecimiento se afianzan.

El motivo de la llamada entre sesión y sesión es tomar la temperatura del estado anímico y  saber cómo han ido los ejercicios y prácticas propuestos en sesión. En el caso anterior, hacia el final de la llamada, al preguntarle, si había algo más que quisiera explicar, Luisa me preguntó si tenía algún consejo para ella en referencia a su resfriado y su bajo tono. Iba a responderle que no, pero al considerarlo, surgieron algunas indagaciones respecto a estados energéticos.

CANVA

EL PROPIO ESTADO COMO FLUJO

Al nombrar como estamos, energizamos nuestro estado. Si estás enfermo, cansado, deprimido o cualquier otro estado poco deseable y te lo dices a ti mismo y lo dices a los otros estás reforzando ese estado, mediante la proyección de la mente. Esto no significa que no estés cansado y que no puedas beneficiarte del reposo. No se trata de negar las necesidades del cuerpo y la mente, sino más bien de que la mente no refuerce cierto estado ni lo perpetúe más de lo necesario.

Cuando compartimos nuestro estado negativo con otros, lo más común es que nos devuelvan la imagen que les ofrecimos, con lo que agudizamos un poco más nuestro estado, justo lo contrario de lo quisiéramos.

Por ello, una forma de relacionarnos con nuestro estado físico y emocional, es considerarlo como lo que es: algo pasajero y mutante. Las emociones van y vienen como ríos en renovación. Nuestro cuerpo es permeable a alimentos, líquidos, aire, y energías del entorno. El cuerpo como proceso en transformación permanente oscila entre la salud, la debilidad, la enfermedad, la fortaleza, la necesidad de reposo, la energía desbordante…

APERTURA Y RECEPTIVIDAD

Cuando nos decimos a nosotros que estamos cansados y nos lo creemos nos estamos cerrando a portales energéticos que están por todas partes. Todo es energía, nosotros, los lugares, las prácticas, las relaciones, las interacciones… Conocer las prácticas que te cargan de energía es importante. Durante una fase de mi infancia, la música era una potente palanca para transformar mi estado emocional y energético. Ahora lo es el yoga, el deporte y la meditación. Sin embargo, más allá de lo que podamos hacer por nosotros mismos, mantenernos abiertos o receptivos es la condición que nos permite recibir energía con mayor facilidad, independientemente de lo que hagamos. Es como si cada momento, cada situación, tuviera un caudal de energía, un potencial que solo está disponible para ese instante. Al contrario de lo que solemos pensar, no es acumulable y cuanto más nos abrimos a ese derroche, la experiencia se expande y manifiesta.

Mantenerse abierto significa descansar en el momento presente suspendiendo cualquier historia que justifique tu estado. Lo contrario sería pensar algo como estoy cansado porque ayer recién regresé de viaje y además estar en la sala de espera del médico es agotador, mejor que cancele la cena de esta noche, no tengo nada de ganas, blah, blah... En cambio, cuando te mantienes abierto, observas tu cansancio como quien contempla la lluvia. Ves pasar tus historias como nubes empujadas por un viento suave. Notas tu cuerpo, las diferentes tensiones que lo habitan, las zonas de sosiego. Conectas con tu respiración, sigues su ritmo como quien mira el vaivén de las olas en la orilla del mar. Cierras lo ojos para intimar todavía más con tu estado. Ya no es cansancio lo que te habita, es una calma serena. Te sientes sostenido por la tierra bajo tus pies. Notas la solidez del planeta y la amorosa gravedad que te apega a él. Descansas allí. Entonces te das cuenta de que tu estado… ¡ha cambiado! Y así renaces en un momento nuevo y luego en otro y en otro más.

 

Inspírate con mi nuevo libro: Da vida a tus sueños. 12 caminos para crecer y despertar.

 

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Envejecer y no envejecer

En la sauna del club de natación, un cincuentón cachas lleno de tatuajes y una señora elegante de sesenta y muchos se saludan amistosamente. Después de intercambiar algunos comentarios ella dice, “qué rápido pasa el tiempo, no te das cuenta y mira yo ya tengo setenta…Hay que aprovechar pues todo se pierde.” “Bueno, dice el hombre”, – después alguien dice de él que es almirante de la marina – “a nivel físico, yo hago lo mismo que cuando tenía treinta… y la cabeza si uno la ejercita, las facultades no se pierden”. La señora medio asiente y afirma que ella “en la juventud lo pasó muy mal y esos años ya no se recuperan”.

Envejecer confirma una de las tres marcas budistas de la vida: la impermanencia. La única constante en la vida es el cambio. El proceso de envejecer es una campana que cada día redobla esta verdad a través de las mutaciones del cuerpo y la mente, propios y ajenos. Al igual que nadie nos prepara para las asignaturas más importantes de la vida: cuidar, amar, morir…tampoco se nos prepara para envejecer. Lo cual no nos libera de tomar responsabilidad en este proceso inevitable.

Algo que lleva años inspirándome es participar en espacios y actividades con personas de distintas edades. Uno de ellos es un grupo de escritoras locales en el que recientemente surgió la iniciativa de entrevistar a mujeres notables de la ciudad. Cuando propuse a una mujer a quien admiro, me respondió una de ellas con mirada de vaya por donde “¿ésta?”  “sí sería interesante, pero es demasiado joven tiene como yo, sesenta y algo, todavía trabaja y mucho.” Las otras asintieron. “Tenemos que entrevistar a mujeres de setenta en arriba.” dijo otra. Yo las miraba atónita y divertida. ¿Cómo había podido olvidar que ahora los sesenta son los nuevos cuarenta? En aquel instante, a mis cuarenta y seis me sentí una completa adolescente, extática por compartir el momento con mentes despiertas y afiladas como las suyas viviendo en cuerpos de cualquier edad.

Hombre mayor en una librería, riendo a carcajada

(Johann Walter, UNSPLASH)

“Muéstrame tu verdadera cara, la cara que tenías antes de que tus padres nacieran.” reza el koan zen. Sostenerlo me invita a reconocer la consciencia en mi y su sabor inconfundible, no importa cuántos años pasen. La consciencia de cuando tenía diez años morando por las calles vacías la ciudad bajo el sol de las tres de la tarde. La misma que a los veinte años agonizaba tras la ausencia del primer amor. La que a los treinta seguía alerta por las noches tras días sin poder dormir. La que ahora recibe el surgir de estas palabras, escritas para que otra consciencia, la tuya, que no es diferente de la que escribe, las lea.

Vivir es envejecer y no envejecer.

 

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