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Mujeres, brecha de género y coronavirus

Por Lola Liceras

Reclusión, aislamiento, incomunicación, confinamiento. Son palabras que hoy forman parte de nuestro lenguaje ante el coronavirus. Y, claro, no es igual, pero son las mismas palabras que usamos en Amnistía Internacional para denunciar la privación de libertad de mujeres como Nasrin Sotoudeh. Encarcelada en Irán por defender la libertad de las mujeres, hoy está en huelga de hambre para que las defensoras y defensores de derechos humanos salgan también de las cárceles insalubres ante el riesgo de contagio. Irán es uno de los países más afectados por el virus.

@Pixbay

Son también las mismas palabras con las que hemos descrito la inhumana situación de las mujeres refugiadas atrapadas en los campamentos superpoblados de Grecia. Más de 37.000 personas hacinadas en esos campamentos con capacidad para poco más de 6.000. La falta de servicios para la higiene personal y las enfermedades multiplican el riesgo de contagio por coronavirus.

Hoy, aquí, en España, esas mismas palabras nos alertan del riesgo de que la violencia de género aumente y se agrave la situación de las mujeres que ya la sufren, como ya sucedió el pasado 20 de marzo cuando un hombre asesinó a su pareja delante de sus hijos menores en Almassora, Castellón. Aisladas, incomunicadas y obligadas a convivir con el agresor todo el día, su casa es su cárcel. ONU Mujeres y el propio Ministerio de Igualdad han lanzado la alarma. A las autoridades corresponde activar los servicios de asistencia integral y considerarlos esenciales, es un problema de salud pública. Y a la ciudadanía nos toca abrir ojos y oídos y ser una antena de alerta, denuncia y protección.

Segregación ocupacional, inestabilidad laboral, precariedad. Son las palabras que caracterizan buena parte del empleo de las mujeres. Ahora las consecuencias económicas de la epidemia se vuelven también contra ellas. Casi el 90% de las mujeres trabajan en el sector servicios y la caída de la actividad se ceba en el comercio, la hostelería, la educación.

Las mujeres pierden sus empleos en esos sectores y la red de protección social no siempre les alcanza. Muchos contratos precarios no dan derecho a cobrar el desempleo, un ejemplo claro son las empleadas de hogar. Y habrá muchas pequeñas empresas que cierren directamente y despidan a sus trabajadoras en vez de acogerse a un expediente de regulación de empleo temporal, una de las medidas que ha incentivado el gobierno para mantener los empleos.

Atender, cuidar, presencia, proximidad. La brecha de género laboral también pone en riesgo la salud de las mujeres. Éstas, en las actividades sanitarias y de servicios sociales, representan el 75% del empleo. Pero también son mayoría las cajeras en los supermercados, las limpiadoras, las cuidadoras de la infancia y de las personas mayores. En estas tareas no vale el teletrabajo. Queremos su presencia física, no virtual, las queremos a nuestro lado, que nos hablen, nos atiendan y nos sirvan. Asumen la carga física y emocional y se arriesgan a infectarse.

Ahora que los espacios de socialización -el trabajo, la escuela, los centros de día de mayores- desaparecen por el necesario confinamiento, y sus funciones se transfieren al ámbito doméstico, la carga de su gestión también recae mayoritariamente en las mujeres ¡Qué gran oportunidad para que los hombres asuman su cuota de responsabilidad!

La incomunicación afecta especialmente a las mujeres dependientes. Entre las mujeres con diversidad funcional aumenta el riesgo de violencia sexual por parte de las personas que deberían cuidarlas. Entre las mujeres mayores -son el 56% de la población con más de 65 años y muchas viven solas-, el aislamiento acentúa su soledad. En estas circunstancias, la debilidad del Sistema Nacional de Dependencia se ha hecho ahora muy visible.

Pero en estos días tan raros también pasan otras cosas extraordinarias. Emocionan los aplausos diarios a las personas del sector sanitario y sorprende la solidaridad comunitaria de los grupos de apoyo creados en los barrios, las ofertas en cada portal, para ayudar a quienes lo necesitan.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos nació ante las terribles consecuencias de la Segunda Guerra Mundial con el compromiso de los Estados de proteger a cada persona y construir una comunidad de iguales en derechos y libertades. Cuando venzamos a la pandemia deberíamos repensar el compromiso. Para extender su universalidad, para llegar a los márgenes, para tirar el muro simbólico de nosotros frente a los otros. Nos pasan las mismas cosas y podemos ponernos en su lugar. 

Quizás después del coronavirus nada vuelva a ser igual. Debiera no serlo. Habremos sentido que la sanidad pública es nuestra protección y la urgencia de invertir en los servicios públicos y blindarlos frente a la privatización. Que las personas mayores no son desechables y necesitan de los servicios públicos. Que las tareas de cuidado son valiosas y los hombres son también responsables de lo doméstico. Que el trabajo de las mujeres en el espacio público es igualmente valioso y debe ser justamente retribuido. Que la discriminación estructural de género y cualquier forma de violencia hacia las mujeres interpela a toda la sociedad para acabar con ella. Que podemos vivir más despacio, cuidar el medio ambiente…

“Que cuando esta epidemia acabe nos quede la memoria”,  Yan Lianke

Lola Liceras es Coordinadora del Equipo Mujeres y Derechos Humanos de Amnistía Internacional.

El feminismo del Ibex 35

Por Liliana Marcos Barba

Los cánticos multitudinarios de las manifestaciones del 8 de marzo y los ríos de tinta impresa al calor del #Me Too han llevado al feminismo hasta cuotas inimaginables hace apenas cinco años: partidos políticos que no quieren dejar de salir en la foto o empresarias de la estratosfera que sin tapujos proclaman su compromiso con el feminismo. Bienvenidos sean los compromisos y declaraciones si vienen acompañados de cambios en políticas y conductas –también conductas empresariales– que nos acerquen a una mayor igualdad entre ellos y ellas.

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Tres urgencias ante las desigualdades de género

Por Ángeles Briñón

‘Mediante el trabajo ha sido como la mujer

 ha podido franquear la distancia que la separa del hombre. 

El trabajo es lo único que puede garantizarle una libertad completa’.

Simone de Beauvoir

Ser mujer es sinónimo de desigualdad, de menos oportunidades que los hombres para acceder al trabajo remunerado, de menores oportunidades de permanencia o de promoción. Pero no sólo la desigualdad se sufre en el empleo, las diferencias se producen también en lo personal.

Las desigualdades de género son una realidad en todas las sociedades, si bien hay diferencias entre sociedades, culturas, momentos históricos y entre clases sociales o países, pero la división sexual del trabajo que confina a las mujeres al hogar, se produce siempre y supone un condicionante para su desarrollo personal y profesional. El espacio público ha sido tradicionalmente un espacio masculino y aún sigue siéndolo, pues a pesar de que las mujeres ocupan cada vez más espacios de decisión y de poder, el predominio de lo masculino es una realidad. Por el contrario, el espacio privado (o doméstico siguiendo a Soledad Murillo, 2006) ha sido y aún es ‘cosa de mujeres’. La dicotomía publico/privado está muy presente aún con las consecuencias que ello tiene para la vida de mujeres y de hombres, especialmente para las mujeres, que ven limitadas sus posibilidades de desarrollo personal y profesional.

Photo de Sharon McCutcheon para Unsplash

Una de las principales causas de la desigualdad de género es que el trabajo doméstico y de cuidados recae en las mujeres. Es cierto que se han producido importantes cambios, pero aún podemos afirmar que el cuidado de las personas dentro de la familia lo realizan las mujeres, ya sea cuidar a niñas y niños al nacer y a personas mayores o con alguna discapacidad. Mientras los roles de género sigan predominando en la sociedad, mientras los hombres no se corresponsabilicen de los cuidados, mientras las instituciones no asuman la parte que les corresponde, la igualdad entre mujeres y hombres no será posible.

Centrándonos en nuestra sociedad y las de nuestro entorno inmediato, es cierto que en las últimas décadas del siglo pasado se produjeron cambios de importante calado en lo que a las relaciones de género se refiere, pero las desigualdades persisten. A pesar de que en España, los 40 años de dictadura hicieron que los cambios legales para eliminar el dominio masculino fueran más lentos y las resistencias a los cambios sociales se intensificaran, las mujeres lograron en pocos años modificar las leyes y las costumbres. La incorporación masiva al empleo y a la educación superior lo demuestra.

No obstante, las desigualdades en el trabajo remunerado siguen estando muy presentes. La autonomía económica no reduce por si sola las desigualdades, pero sin duda es fundamental para lograrla. El trabajo que realizan las mujeres nunca ha sido tenido en cuenta, parecería que las tareas del hogar se hacen solas, que cuidar de niñas y niños no conlleva esfuerzo o que atender a una persona dependiente, ya sea por edad o por tener alguna discapacidad, se realiza por arte de magia. Solamente cuando esas tareas se contratan externamente se contabiliza como empleo, pero si lo realizan las esposas, madres, hijas… pasan desapercibidas.

Son muchas las propuestas que en este momento se plantean desde las administraciones para eliminar las desigualdades de género. Se habla mucho de eliminar la brecha salarial, de potenciar el acceso de las mujeres a puestos de dirección y/o responsabilidad, de evitar las barreras que tienen las mujeres para desarrollar una carrera científica…, pero se habla mucho menos de los trabajos feminizados, mal valorados y mal remunerados: de las trabajadoras domésticas que siguen sin tener derechos laborales, de las cuidadoras informales que siguen dedicando parte de su vida a cuidar de las personas mayores, de las mujeres emigrantes que trabajan en el servicio doméstico en situaciones de gran precariedad.

Por ello, en este momento de esperanza que vivimos, esperamos que las medidas que se pongan en marcha contemplen la realidad de todas las desigualdades de género. Algunas medidas que consideramos imprescindible, junto a las ya señaladas serían:

  • Es imprescindible aprobar la Proposición de Ley presentada en el Congreso para que los permisos de maternidad/paternidad sean iguales, intransferibles y pagados al 100%, que promueve la PPiiNA, para avanzar en corresponsabilidad en los cuidados.
  • Desarrollar la Ley de Dependencia para que todas las personas tengan una atención adecuada sin que sean las mujeres las cuidadoras principales. La cotización de las cuidadoras informales no deja de ser un parche, que solucionará momentáneamente la situación de algunas mujeres, pero sigue potenciando que sean ellas las que cuiden, sin que los hombres se corresponsabilicen. Las administraciones deben dar respuesta a estas situaciones.
  • Asimismo, es urgente que se ratifique el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre trabajo decente para las trabajadoras del hogar, que supone ampliar los derechos de estas profesionales, la inmensa mayoría mujeres.

Eliminar las desigualdades de género en todos los niveles laborales, transformar aquellos aspectos de la sociedad en los que las mujeres siguen invisibilizadas y sometidas al poder patriarcal, es imprescindible para que desaparezcan las violencias machistas que sufren las mujeres.

Ángeles Briñón García es bloguera, experta en igualdad de género y forma parte de Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles. 

50 días gratis al año: el trabajo que no cobran las mujeres

Por Lara Contreras

Soy mujer y en mi caso personal no trabajo 50 días gratis. No lo hago porque trabajo en una organización donde los hombres y las mujeres ganan el mismo sueldo por hacer el mismo trabajo. Todas y todos trabajamos mucho. Y lo hacemos para, entre otras cosas, que las mujeres no estén desde el día de hoy trabajando gratis hasta final de año, como indican las estadísticas.

Una gran parte del trabajo de las mujeres no se remunera ni se valora. Imagen de Tran Mau Tri Tam / Unsplash.

Una gran parte del trabajo de las mujeres no se remunera ni se valora. Imagen de Tran Mau Tri Tam / Unsplash.

Oxfam Intermón acaba de sacar el informe: ‘Bajan los salarios, crece la desigualdad: el impacto de las diferencias salariales en los hogares’. En este informe se pone de manifiesto como la desigualdad salarial es una de las principales causas de la desigualdad y como las caídas salariales han perjudicado a los colectivos más vulnerables. Este es el caso de las  mujeres que son las más perjudicadas por estas diferencias salariales. A nivel global, y a pesar de la incorporación de más de 250 millones de mujeres en el mercado laboral, su nivel salarial en 2015 es el mismo que el que disfrutaban los hombres 10 años atrás, en 2006.  De seguir a este ritmo, no será hasta 2133 que se conseguirá cerrar la brecha económica entre mujeres y hombres.

España es un caso paradigmático de cómo la desigualdad salarial afecta a las mujeres trabajadoras -que ganan un 18,8% menos que los hombres- lo que implica que la mujer trabaja 50 días más que el hombre para conseguir el mismo salario. Es decir, desde hoy hay millones de mujeres que van a trabajar por nada.

Además, hay muchas más mujeres que hombres que cobran el SMI o menos, que en España es irrisorio para satisfacer las necesidades básicas, el 18,6% de las mujeres trabajadoras tuvo salarios menores o iguales al mínimo, frente al 8,3% de los hombres. También ostentamos la medalla de plata de la UE en mujeres trabajadoras pobres.

Ana es trabajadora doméstica en Barcelona y cobra alrededor de 700 euros netos. Mujer, con 51 años y 2 hijos, con experiencia profesional pero sin formación reglada superior tuvo que encontrar una salida en el sector doméstico. Hoy vive en una vivienda de alquiler social, con su marido -en situación de paro de larga duración-, su hijo de 21 años y su hija pequeña. Siente que esos 700 euros netos, ante todo, le roban oportunidades a su familia y sus hijos.

Ana nos cuenta como ganar tan poco le ha hecho aislarse porque no puede tener vida social, le obliga a comer menos sano y le hace alegrarse de que su hijo no quiera ir a la Universidad porque, si hubiera querido, le tenía que haber dicho que no podía pagarla. Ganar un salario digno, ganar lo mismo que un hombre y tener las oportunidades que un hombre cambiaría su vida, le evitaría avergonzarse de ser pobre.

El hecho de que las mujeres tengan que ocuparse del trabajo de cuidados las relega a trabajos más precarios y peor pagados, además de impedirles progresar profesionalmente al mismo ritmo que los hombres. Y como ya hemos dicho antes, muchas mujeres aunque progresen ganan menos que los hombres por el mismo trabajo. Esto realmente no tiene explicación. Yo como mujer, no lo admito.

Según el presidente de la CEOE, la incorporación de las mujeres al trabajo es un problema porque no se puede crear trabajo para todos. Este tipo de afirmaciones es alarmante porque prioriza de nuevo el trabajo de los hombres frente al de las mujeres. La sociedad ya no las admite, nos avergonzamos de ellas.

Por eso, lanzamos la voz de alarma. Es urgente que nuestros políticos establezcan medidas para eliminar la brecha salarial de género penalizando a las empresas que establezcan salarios diferentes para categorías laborales idénticas en función de si son ocupadas por hombres o por mujeres. También a través de mejoras en la conciliación de la vida personal y familiar, la distribución y reparto de los cuidados.

perfil-lara-contrerasLara Contreras es Responsable de Contenidos e Incidencia en Oxfam Intermón

Cobrar como un hombre

Por Dori Fernández Dori Fernández

Hace unas semanas, representando a la PPiiNA, mantuve una conversación con dos de nuestras eurodiputadas, Iratxe García (PSOE) e Izaskun Bilbao (EAJ- PNV) que –todo hay que decirlo- fueron extremadamente amables al hacer un hueco en sus apretadas agendas. Hacía pocos días que se había votado en el Parlamento Europeo si rescatar o no la Directiva de Maternidad que, entre otras cosas, persigue ampliar el tiempo de permiso de las madres sin ampliar a la par el de los padres (u otro progenitor/a). Para que nos entendamos: esa Directiva ensancharía aún más la diferencia entre los días que mujeres y hombres se ausentan del empleo para el cuidado de su prole, lo que en la práctica supondría un ensanchamiento también mayor de la discriminación que sufren las mujeres en el acceso, permanencia y promoción en el empleo por verse y percibirse “menos disponibles” para el mismo por las empresas. Así de claro.

'Mind the gap', cuidado con la brecha, logotipo de la campaña estudiantil feminista británica del mismo nombre, que se inspira en un cartel del metro londinense. Imagen: Mind The Gap

‘Mind the gap’, cuidado con la brecha, logotipo de la campaña estudiantil feminista británica del mismo nombre, que se inspira en un cartel del metro londinense. Imagen: Mind The Gap

Si desean saber más sobre los distintos tipos de discriminación por maternidad y cuidados, pueden escuchar la entrevista que me hicieron en Radio Conectadas sobre el tema meses atrás.

La cuestión es que la actual legislación laboral en materia de permisos por nacimiento, (arts. 48 y 48 bis del E.T.) legitima ese reparto desigual del cuidado, puesto que incentiva a los papás a volver al trabajo en apenas dos semanas tras el nacimiento de la criatura, mientras aleja a las madres del empleo, asignándolas el cuidado y la crianza. Es lo que conocemos como división sexual del trabajo (DST): hombre productor – mujer reproductora y cuidadora.

Cuando nace una criatura, el papá generalmente se toma de permiso las dos primeras semanas, mientras que la mamá toma las 16 completas (las 6 primeras obligatorias, más las 10 que pueden repartirse entre ambos), a las que suele añadir: las horas de lactancia en días, las excedencias (sin salario), las reducciones de jornada (y de salario) e incluso el abandono del empleo como muestra el último informe de la OIT sobre maternidad y paternidad, 2014. Esta es la “norma social” en el trabajo de cuidados; basta con echar un ojo a los datos que nos ofrecen los organismos nacionales e internacionales para atisbar las consecuencias.

Pero no crean que la diferencia en los permisos por nacimiento y adopción es la única que consolida la distribución sexual del trabajo, si bien es cierto que es la primera y más importante. También hay otras normas legales que incentivan a los hombres a participar en el empleo formal (el remunerado), mientras que lo desincentivan para las mujeres, como por ejemplo la desgravación por ‘esposa dependiente’ que sigue vigente en el IRPF. Les invito a leer Desiguales por Ley. Las políticas públicas contra la igualdad de género, de María Pazos Morán, que explica con detalle todas estas disfunciones legales.

El meollo del asunto es que los derechos económicos (prestaciones por desempleo, incapacidad transitoria, permanente, jubilación, etc.) tienen una base contributiva, es decir, su cuantía se calcula en función del tiempo cotizado: menos tiempo cotizado conlleva menor capacidad económica mientras se está trabajando y menores prestaciones cuando no se trabaja. Con lo que la diferencia en la capacidad adquisitiva de mujeres y hombres queda sentenciada y bendecida por las leyes. En este artículo anterior lo explico más extensamente.

Así pues, vemos cómo este reparto desigual del cuidado se convierte en la cimentación perfecta de la distribución sexual del trabajo, el mejor caldo de cultivo para el crecimiento vigoroso de la desigualdad social entre mujeres y hombres. Un hecho que, unido a que en nuestras sociedades sólo tiene valor lo que está monetarizado, lo que ‘aporta dinero’, coloca el trabajo que realizan mujeres y hombres en niveles muy distintos de consideración e importancia. Dicho de otra forma: el reconocimiento y la valoración que aporta a las personas el tipo de trabajo que realizan, deja a las mujeres en clara desventaja y poder de negociación frente a sus parejas varones y frente al resto de los hombres.

Una de las consecuencias nefastas de la DST es la brecha de género salarial, que es de lo que venía a hablarles hoy, de ‘la diferencia de ingresos entre hombres y mujeres que realizan el mismo trabajo’ y que, además de vergonzosa, es uno de los termómetros de salud de nuestras democracias. En España llega hasta el 25,9 por cinto en edades superiores a 55 años, pero da igual analizar cualquier país del entorno europeo, que es con los que debemos compararnos. En todos vemos la misma tendencia: los hombres perciben unos ingresos bastante superiores a las mujeres. El siguiente gráfico confeccionado con datos de Eurostat, muestra todos los países de la UE, entre los que destaco al nuestro con un óvalo naranja. Las barras verdes representan la brecha de género salarial en 2006, las azules en 2013. Da miedo ¿a que si?

Datos de brecha salarial de género en la Unión Europea. Fuente: elaboración propia de la autora. Eurostat.

Datos de brecha salarial de género en la Unión Europea. Fuente: elaboración propia de la autora. Eurostat.

Pero no voy a extenderme sobre los elementos que causan esa brecha salarial, baste recordar que el tipo de trabajo que se desempeña, la categoría profesional asignada, el tipo de contrato (temporal, a tiempo parcial, a jornada completa, por horas), la diferencia en capital humano, etc. unido a la discriminación machista pura y dura de quienes valoran menos el trabajo de una mujer y por consiguiente lo remuneran peor, configuran esa diferencia de salario. Hay un artículo muy interesante de Sara de la Rica al respecto en el blog Nada es gratis que les enlazo por si desean ampliar.

Me quiero centrar en el tipo de empleo que ‘eligen’ las mujeres generalmente. Y lo pongo entre comillas porque estarán de acuerdo conmigo en que es lo que toca si han leído el artículo desde el inicio. La libertad de elección es una falacia que queda muy progre cuando se intenta convencer de que son las mujeres quienes eligen ser discriminadas en el empleo por no haber estudiado -por ejemplo- ingeniería aeronáutica, o cuando son compradas sexualmente…

Lo que está claro es que los estereotipos de género tradicionales,  forjados desde el nacimiento con el taladro en las orejas de las niñas, los juguetes diferenciados por sexo más tarde y la experiencia de verse cuidados y cuidadas por sus madres, influyen definitivamente en los itinerarios académicos y profesionales que las chicas y chicos eligen posteriormente.

En general, el oficio que eligen las mujeres viene a representar prácticamente una extensión más de su rol cuidador. Así, vemos que una gran mayoría de las féminas desarrolla su carrera profesional fundamentalmente en tres sectores:

  • Salud (enfermeras, médicas, auxiliares…).
  • Educación (maestras de primaria, profes de secundaria, de bachillerato, de universidad…).
  • Servicios (camareras, cocineras, planchadoras…).

En el cuadro de debajo, con datos recién cogidos del INE, podemos verlo con claridad.

Tasas de ocupación 2015

Igualmente resulta curioso comprobar cómo en ninguno de esos sectores la presencia femenina destaca por estar mayoritariamente en puestos de dirección o en ámbitos de toma de decisiones. Que va, la mayoría aplastante de profesionales directivos en esos sectores –y en todos- son varones. ¿Casualidad? Lo dejo para la reflexión junto al enlace Mujeres y Hombres en España, 2014 que publica el INE cada año para que quien lo desee pueda investigar por su cuenta.

La pregunta del millón ahora mismo es otra. ¿Cómo conseguir que las mujeres tengan un sueldo digno por trabajos que en sus casas hacen gratis? Yo lo tengo claro. Espero que si usted ha llegado leyendo hasta aquí, también lo tenga.

Dori Fernández Hernando es Graduada en Igualdad de Género por la URJC. Formadora y consultora freelance en igualdad de género, nuevas tecnologías y Prevención de Riesgos Laborales, colabora entre otras conSinGENEROdeDUDAS, CB., Comunidad de Conocimiento Profesional con Enfoque de Género. Actualmente participa en un proyecto formativo que lidera el Instituto Madrileño de Formación. Pertenece a la PPIINA y a la Asamblea de Mujeres de Córdoba Yerbabuena.

Por la economía: cerrar la brecha

Por María Solanas Cardín  María Solanas

Las personas y su talento son dos de los principales motores del crecimiento económico sostenible. Si la mitad del talento no se desarrolla, o está infrautilizado, la economía nunca crecerá como podría’.

Así comienza el fundador y Presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, la presentación del Informe global sobre la brecha de género 2014.

The Global Gender Gap Report cuantifica, desde 2006, la magnitud de las disparidades basadas en el género en cuatro áreas clave: salud, educación, economía y política, y hace un seguimiento de su progreso. Trabaja los datos en base a cuatro subíndices: salud y tasa de supervivencia; logros en educación; participación económica y oportunidades; y empoderamiento político.

Variaciones sobre la portada del Global Gender Gap Report 2014. imagen de TrasTando.

Variaciones sobre la portada del Global Gender Gap Report 2014. imagen de TrasTando.

Como señala el informe, en los últimos años se ha avanzado notablemente en materia de igualdad de género, y en algunos casos, en un tiempo relativamente corto. En promedio, en 2014 se ha cerrado más del 96% de la brecha de género en salud; el 94% de la brecha en los logros educativos; el 60% de la brecha en la participación económica; y el 21% de la brecha en empoderamiento político. Sin embargo, estamos aún muy lejos de alcanzar la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. De hecho, ningún país del mundo ha cerrado totalmente la brecha de género, aunque los cinco países nórdicos (Islandia, Finlandia, Noruega, Suecia, y Dinamarca) lo han logrado en más del 80%.

España ocupa el puesto 29 en la clasificación general de este año (sobre un total de los 142 que se han incluido en este Informe), con una ligera mejora en comparación con la puntuación global del año pasado. España experimentó un incremento en su puntuación en 2010 y 2011, debido principalmente al incremento en el subíndice de empoderamiento político. Sin embargo, debido al descenso en la proporción de mujeres en cargos ministeriales, en 2013 sufrió la caída más significativa en la región con respecto a 2006. No obstante, España mejoró su índice en el Parlamento en comparación con el año pasado, y puntúa entre los once mejores países en esta variable.

Como bien señala el Informe, la correlación entre la igualdad de género, el PIB per cápita, el nivel de competitividad (medido según el Índice de Competitividad Global 2014-2015) y el de desarrollo humano es evidente. Así, España ocupa el puesto 29 en el índice de igualdad; el 31 en PIB per cápita; el 27 en el índice de desarrollo humano, y el 35 en el índice de competitividad global. El determinante más importante de la competitividad de un país es su talento humano-las habilidades y la productividad de su fuerza laboral-. Dado que las mujeres representan la mitad de la base potencial de talento de un país, la competitividad de una nación a largo plazo depende, en gran medida, de si y cómo se educa a las mujeres, y si se aprovecha su talento. El Informe subraya que, con el fin de maximizar la competitividad y el desarrollo potencial, cada país debe hacer un esfuerzo sostenido para alcanzar la igualdad de género.

Los beneficios señalados van más allá de los argumentos económicos. Hay otra razón simple y poderosa para perseguir la igualdad: la equidad. Las mujeres representan la mitad de la población mundial-que merece el mismo acceso a la salud, la educación, la influencia, el poder adquisitivo y la representación política-. Sus puntos de vista y valores son fundamentales para asegurar un futuro común más próspero e inclusivo. El progreso colectivo de la humanidad depende de ello’.

Quien esgrime estas razones no es quien escribe esta entrada –aunque las comparta plenamente-, sino el presidente del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, nada sospechoso de defender causas imposibles y lesivas para la economía global. Sólo aquellos países que avancen en la igualdad, podrán alcanzar todo su potencial económico. ¡Cerrar la brecha de género es (también) la economía!

María Solanas es Coordinadora de Proyectos en el Real Instituto Elcano. Privilegiada en los afectos, feliz madre de una hija feliz.