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Bolivia: 12 feminicidios en 240 horas

Por Rosa M. Tristán

Hace unos años, en una visita a una comunidad de los alrededores de Tarija, en el sur de Bolivia, una mujer joven se me acercó, quizás pensando que era del sector sanitario: “Tengo 24 años y cinco hijos. Doña, yo no quiero más, pero mi marido me obliga y no me deja tomar nada porque dice que quiero la pastilla para irme con otros. ¿Qué puedo hacer? Si se entera que le cuento esto, me pegará fuerte”. No supe qué responder. El marido en cuestión se acercaba ya a curiosear lo que me contaba. Dos días después me la encontré en el centro de salud: aquel energúmeno la había dado una tremenda paliza.

Las bolivianas alzan estos días la voz frente a la violencia que las mata, de una en una, en sus casas, en sus vecindarios, en el seno de sus familias, siempre a escondidas, sin que puedan escapar de los criminales con los que conviven. En apenas 10 días de este nuevo año, ya han sido 12 las mujeres asesinadas por ser mujeres y cinco los infanticidios. En 2019, hubo 117 muertas y 66 infanticidios, una cifra que superó la de años anteriores y que sitúa a Bolivia, con una población de 11 millones de habitantes, en el tercer puesto de todo el continente en tan funesto ránking. En España, en el mismo periodo se contabilizaron 55 y somos 47 millones. Luego están las que no mueren, como la joven de Tarija cuyo nombre no recuerdo, esposas y novias que son agredidas un día si y otro también: de cada 100 bolivianas, 75 dicen que han sufrido o sufren violencia por parte de sus parejas según los últimos datos oficiales. Sólo en esos mismos 10 primeros días de las 12 muertas, se denunciaron 685 agresiones físicas y 163 agresiones sexuales. El pico del peligroso iceberg de violencia que nunca llegará a una comisaría…

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La oportunidad de volar

Por Sandrine Muir-Bouchard

María Ramírez nació a los 33 años. La mujer que tengo frente a mí, en esta oficina de 2 metros cuadrados donde se acumulan libros, materiales promocionales y papeles desordenados del Colectivo Rebeldía, nació a los 33 años cuando se dio a sí misma la oportunidad de abrir sus alas y volar por primera vez.

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La María de antes nació en el infierno. Nunca conoció a su padre. Su madre se casó con otro hombre, y su padrastro la agarró de “criada”. A los 4 años ya tenía que limpiar la casa y cuidar a sus hermanitos. Había golpes. Muchos golpes. Pero lo que más temía la María de antes era cuando su padrastro bebía. Entonces ella buscaba la pistola, una calibre 38 muy pesada para sus brazos flacos de niña de 6 años, y corría a esconderse para que no pasara como la última vez, cuando su padrastro disparó sin motivo, llenando la casa de agujeros. María temía que matara a su mamá. Sin embargo, él no tardaba en encontrarla y a fuerza de golpes le sacaba la pistola.
Creo que esto ha marcado mucho de mi vida, demasiado’, me cuenta la María de hoy. ‘He cuidado de no caer en un matrimonio a este extremo de violencia. Me he cuidado bastante, y sigo cuidándome con este tema. Pero me doy cuenta que he quedado tan marcada, tan traumada…’ y se queda callada, la mirada hacía el pasado.
A sus 20 años, fue mamá soltera. ‘Lastimosamente, al año y medio de nacer, mi niña murió’, sigue María, y hace una pausa. ‘¡Creo que se me adelantó todo lo malo!’ me dice, y se ríe como para limpiar el ambiente. ‘Como dice la canción: ninguna guerra me afecta porque tengo alas de acero’. María sonríe con ojos tristes, alzando la frente.
Unos años más tarde, María se casó y tuvo 3 niñas más. Cuando su esposo empezó a estudiar agronomía, a María le encantó y se puso a leer sus libros. Luego, él empezó a hacer política, así que María empezó a estudiar las leyes para apoyarlo. Orgullosamente, acompañaba a su esposo en todo, era su pilar. Pero María no era feliz. ‘Me di cuenta que me relegué, yo no existía como María Ramirez. Yo era mamá, yo era esposa, yo era la bruja del cuento en muchos casos. Era todo, menos María Ramirez’.
Me acuerdo en el taller en el que desperté; la facilitadora nos dijo: dibujen un paisaje, con la casa de sus sueños. Cuando terminamos, empezó a descalificar los dibujos, diciendo que el sol quema, las flores apestan… Y luego dice: ¿Y?. Nosotras no reaccionamos… Ella dice: eso pasa con la vida, ustedes soñaron, ¡es su sueño!, ¿porque permiten que otra persona se lo borre? Y ahí me di cuenta que yo nunca viví mi sueño. Quizá nunca me permití formarme un sueño‘ y la voz de María se rompe, y las lágrimas paran su historia. Exhala fuerte. Se seca las lágrimas con las manos.
‘Me acuerdo que me vine caminando después del taller, llorando, y me dije, ¡realmente sí existes María Ramírez! Ahí nací pues, ahí desperté, digamos a otra realidad, ¡que otro mundo existía para las mujeres!’
Entonces María empieza un proceso de reapropiación de su vida, de sus sueños. Pero no es nada fácil. Quiere estudiar, pero tiene tres hijas que criar y un esposo cada vez más ausente. Se da cuenta que hay otras mujeres. ‘Se cruzaron un montón de cosas… Significó la ruptura en mi hogar’.
María decide poner fin a su matrimonio, pero a un costo muy alto: se tiene que separar de sus tres hijas, porque tienen un futuro mejor asegurado al lado de su padre. Él consigue un ascenso político, y pronto se mudará a Sucre. ‘Ellas podrán ir a un buen colegio, aprender inglés. En cambio yo…’
‘Decidí sacrificarme’, me dice María, con un nudo en la garganta. ‘No me importa lo que a mí me pasa, lo que yo sufra, mis hijas no van a vivir lo que yo’ se acuerda María, crispando su cara con dolor. Expira.
Hoy, tengo la satisfacción. ¡Están brillando como estrellas!’ exclama María, los ojos llenos de luz. ‘Ya son más que su mamá. Y son más feministas que su madre. ¡Y me encanta!’ y se ríe de alegría. ‘El precio de verlas brillar más que yo ¡lo pago todo!. No creen en el príncipe azul. Quieren volar. Van a volar con las alas de la mamá que nació un poco tarde, y yo voy a volar al verlas volar a ellas. Llora. ‘El mundo es mejor para ellas y sigo luchando para ellas. Sin importarme como, para ellas, y para las otras niñas. Me consta que otro mundo es posible.
¡Y que existe! Ahí está.’
Sandrine Muir-Bouchard es Consejera en comunicación y campañas de Oxfam en Bolivia

Bolivia: la ley que no salvó a cien mujeres

Por Iris Alandia Iris Alandia

Entre enero y agosto de este año en Bolivia han sido asesinadas 100 mujeres, la mayoría a manos de sus parejas o exparejas, a pesar de que contamos con una nueva ley contra la violencia machista. Necesitamos mejorar la capacitación de la policía y romper con la concepción que entiende esta problemática como un asunto familiar-privado. Debemos involucrarnos en esta lucha y fortalecer la cultura de la denuncia.

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Familia boliviana. Imagen de Juan Díaz/Global Humanitaria

Bolivia es actualmente el país latinoamericano con el nivel más alto de violencia física contra las mujeres y el segundo después de Haití en violencia sexual, según datos del Programa ONU-Mujeres. Asimismo, el  Centro de Información y Desarrollo de la Mujer de Bolivia, indicó que en  los primeros 8 meses de este año se registraron 100 asesinatos de mujeres, de los cuales 59 fueron feminicidios (por parte de sus parejas o exparejas).

¿Qué está sucediendo? En palabras de la académica mexicana Marcela Lagarde, ‘la violencia de género produce en muchas mujeres uno de los recursos más importantes de control patriarcal: el miedo‘. Este tipo de violencia daña a las mujeres y daña a la sociedad, en un círculo vicioso que sólo termina en dolor.

En marzo de 2013 se aprobó la Ley 348, ‘Ley Integral para Garantizar a las Mujeres una Vida Libre de Violencia’, bajo la presión de la sociedad organizada que planteó alternativas concretas. Esta ley penaliza delitos como el feminicidio, el acoso sexual, la violencia familiar o la esterilización forzosa en Bolivia. El Ministerio de Justicia es la entidad responsable de coordinar la realización de las políticas integrales de prevención, atención, sanción y erradicación de la violencia hacia las mujeres.

Sin embargo, desde la entrada en vigor de la ley se han dictado muy pocas sentencias por feminicidio y no se han reducido los índices de violencia machista en el país.

La ley existe, pero la realidad nos demuestra que esto no es suficiente, más aún si no está refrendada con una reglamentación con políticas o programas de Estado, y no contempla fuentes de financiamiento ni plazos para su cumplimento. Sólo en el departamento de La Paz existe un total de 3.759 causas abiertas y únicamente14 fiscales para responder a ello.  Los datos de la Fuerza Especial de la Lucha contra la Violencia, muestran que el departamento de La Paz se sitúa como el más violento, con 3.318 casos de violencia en el primer cuatrimestre de este año, le sigue Cochabamba con 2.130 casos y Santa Cruz con 1.446.

El trabajo preventivo es fundamental  para la lucha de este flagelo con características de pandemia, es  imprescindible fortalecer  la educación de hombres y mujeres con valores diferentes y de respeto a los derechos de las niñas y mujeres.

El problema es un asunto de carácter público, por lo que se debe romper con aquella concepción que entiende a la problemática de la violencia como un asunto familiar-privado, re-definiendo de esta manera las tradicionales fronteras entre lo público y lo privado. Como tal debemos levantar las voces para parar este delito sanguinario que afecta a las mujeres y a la sociedad, y exigir que el Estado, en sus diferentes niveles, cumpla su rol.  Debemos involucrarnos en esta lucha y fortalecer la cultura de la denuncia.

 

Iris Alandia es socióloga yresponsable de Proyectos de Global Humanitaria en Bolivia

Partos en el techo del mundo

Por Celia Zafra Celia Zafra

Imagina que vives al norte de Bolivia y eres una mujer aymara. Estás embarazada, pero quizá no sabes que la mortalidad materna en la zona en la que vives es una de las más alta de América Latina, con 190 muertes por cada 100.000 nacimientos con vida. Aunque no conoces la estadística, has visto vecinas morir en tu aldea. Unos nacen y otras mueren; a veces hasta al mismo tiempo; así son las cosas.

Los mensajes del gobierno y de los agentes de salud te recomiendan ir a un hospital, pero allí no conoces a nadie y lo sientes tan ajeno como los programas de mansiones de Hollywood que ponen en la televisión. Te cuentan unas amigas que a la sala de parto no dejan entrar a familiares ni a la partera de tu comunidad, que tanta tranquilidad te da, porque sabe mucho. Además, el transporte hasta allí es bien caro. Decides dar a luz en casa, como tu madre, como la madre de tu madre. Así nació tu primer hijo -qué joven eras- y la segunda, una niña que enseguida rompió a llorar. Con el tercero algo no fue bien, y el niño murió. Quizá en el hospital hubieran podido salvarle, pero llegar hasta allí tomaba tres horas de camino o más, con la carretera llena de barro como estaba ese día.

Para parir al cuarto pensaste que mejor lo intentabas en Patacamaya, en la ciudad. Un día de mercado pasaste por allí, tratando de perderle el miedo a quedarte en manos de personas desconocidas. Y resultó que las cosas habían cambiado. Las habitaciones eran agradables, con colores cálidos, con frazadas para protegeros del frío invierno andino. Te informaron de que podías elegir quién querías que estuviera presente en el momento del nacimiento: podía ser tu madre, tu suegra, la partera de tu comunidad e incluso tus hijos e hijas mayores. Ni siquiera tenías que empujar tumbada en la camilla -esa postura que siempre te pareció tan rara-; podías hacerlo de cuclillas, de rodillas, como tu cuerpo se acomodara mejor al dolor. Si las cosas iban mal, el quirófano estaba allí mismo, y no habría que pagar por la cesárea.

Allí vino al mundo Alejandra, toda redondita. Ahora hay que ocuparse de que ella y sus hermanos vayan creciendo y no se queden chiquitos. Dicen los informes que hacen en las oficinas que uno de cada cuatro niños o niñas de tu país sufre de desnutrición crónica, y tú ya pariste cuatro.

Esta podría ser la historia de Marlene, de Silvia o de Elsa. Sus historias y las de sus partos las ha seguido y fotografiado Olmo Calvo, ganador del XVI Premio de Fotografía Humanitaria Luis Valtueña y ahora se pueden ver en el blog que Médicos del Mundo ha creado para mostrarlas, Partos en el techo del mundo.

Ellas son las protagonistas de este trabajo, pero lo más importante es que quieren ser protagonistas también de sus vidas y de las decisiones sobre cómo comienzan las vidas de sus hijas e hijos. Olmo Calvo las siguió el último mes de su embarazo, retrató el momento íntimo del parto y les preguntó por sus sentimientos y sus convicciones. Un video y más de cien fotografías lo reflejan.

Los partos con adecuación cultural forman parte del trabajo de Médicos del Mundo en Bolivia, donde llevamos más de 10 años contribuyendo a mejorar los servicios públicos de salud en las áreas rurales de los departamentos de La Paz y de Santa Cruz. En el departamento de La Paz más de la mitad de las mujeres (el 55%) paren en sus casas. Allí las posibilidades de intervenir en caso de problema son limitadas y el número de fallecimientos es significativamente más alto que cuando el parto tiene lugar en un centro sanitario.

Por estos motivos, en coordinación con el Ministerio de Salud boliviano, nos planteamos el objetivo de aumentar los partos en instalaciones sanitarias. Sin embargo, las mujeres indígenas no acuden a los centros de salud a dar a luz porque están lejanos a su domicilio, no pueden hacer frente a los gastos de transporte o bien porque desconfían del personal sanitario o tienen miedo a la discriminación. Para vencer estas resistencias a tener a su descendencia fuera de su casa, hemos tratado de ‘trasladar’ el ambiente de sus hogares a los centros sanitarios, desarrollando lo que se conoce como ‘parto caliente‘ o ‘parto con adecuación cultural‘.

Hasta hoy Médicos del Mundo ha impulsado la apertura de salas de parto con adecuación cultural en más de 18 municipios del departamento de La Paz y más de 500 mujeres aymaras han escogido esta opción de parto respetado, lo que se ha traducido en un incremento importante de los nacimientos con control sanitario.

 

Las historias de los Partos en el techo del mundo se presentan en Madrid el sábado 5 de abril a las 13 horas, en la sala Borau de la Cineteca de Matadero Madrid.

Celia Zafra es responsable de comunicación de Médicos del Mundo, una asociación independiente que trabaja para hacer efectivo el derecho a la salud para todas las personas, especialmente para aquellas que viven en situación de pobreza, inequidad de género y exclusión social o son víctimas de crisis humanitarias.