Archivo de la categoría ‘Migraciones’

Soy trabajadora doméstica en España

Por Laura Martínez Valero Laura Martínez Valero

He quedado con Teresa Moreno en una placita del barrio de Tetuán, en Madrid, una zona de gran diversidad cultural donde residen muchos inmigrantes, especialmente latinos. Esta ecuatoriana fuerte y decidida vino de Guayaquil a España en el año 2000 con mucha ilusión en la maleta y pensó que estaría de regreso en dos o tres años con bastante dinero ahorrado. Sin embargo, la situación que encontró aquí fue muy diferente.

Como muchas mujeres inmigrantes no tenía papeles y encontró trabajo en el sector doméstico, un sector en el que más del 80% de personas empleadas son mujeres (la mayoría inmigrantes). Comenzó haciendo suplencias y cuidando de personas mayores por periodos cortos de tiempo. Cuenta que estaba intentando conseguir los papeles por arraigo y que el mismo día que le iban a conceder la tarjeta, falleció la señora a la que estaba cuidando. ‘Yo fui a hablar con la hija y me dijo que no, que ya se había muerto su mamá, que ya no. Yo le decía a la señora: “aunque sea usted me contrata de nuevo, me firma… y yo pago las cuotas de la Seguridad Social’. Pero ella decía que no, que no y que no. Y como yo hay muchas que se han quedado sin papeles’, recuerda. Tras varios intentos consiguió la tarjeta de residencia, pero hasta ese momento la posibilidad de que la deportaran había estado siempre presente.

Teresa Moreno en el barrio de Tetuán, Madrid, a principios de enero. (C) Laura Martínez Valero/Oxfam Intermón

Teresa Moreno en el barrio de Tetuán, Madrid, a principios de enero. (C) Laura Martínez Valero/Oxfam Intermón

Teresa denuncia que privacidad del hogar y la vulnerabilidad de las mujeres trabajadoras, que en la mayoría de ocasiones no tienen ‘papeles’ y necesitan desesperadamente mantener una relación laboral estable para poder obtenerlos, es el pretexto perfecto para que se cometan abusos. Uno de los más frecuentes es que no las den de alta en la Seguridad Social. Y ahora, con la crisis es aún peor. Teresa denuncia que las mujeres se han convertido en una especie de máquina multiuso que por menor sueldo hacen más cosas: cuidan a personas mayores, limpian la casa, cocinan y cuidan a los niños.

Para evitar esta situación, Teresa tiene claro que lo fundamental es que las mujeres conozcan sus derechos laborales. Desde que conoció el Centro Pueblos Unidos, Teresa acude todos los sábados a las sesiones de trabajo. Allí, Teresa ha encontrado el respaldo de otras mujeres en su misma situación que se han convertido en su gran familia. Con la formación en derechos laborales, los cursos y la bolsa de trabajo que les proporciona el centro han aprendido a defender sus derechos y a quererse como mujeres. Su objetivo es exigir que se las vea como trabajadoras a las que hay que tratar con respeto. «No queremos pedir porque pedir es para que nos regalen. Es obligar a que nos den nuestros derechos, a que nos solucionen cosas», afirma.

Actualmente, Teresa aporta su experiencia en Pueblos Unidos a las recién llegadas para que no admitan ni soporten los abusos laborales a los que los españoles y españolas sometemos en muchas ocasiones a las empleadas domésticas. ¿De verdad no somos capaces de reconocernos en estas mujeres que han dejado su hogar en busca de mejores oportunidades? Teresa bromea y dice que ahora con la crisis ya no sólo recomienda a las inmigrantes que vayan a Pueblos Unidos, también se lo dice a cualquier española a la que ve en apuros.

A Teresa aún le queda algún tiempo hasta que pueda regresar a Ecuador, algo que anhela. Yo sé que cuando regrese las mujeres inmigrantes se quedaran sin una gran defensora, pero espero que para entonces la situación laboral haya mejorado para todos y todas. ¿Será verdad?

En Pueblos Unidos trabajan con las mujeres empleadas en el hogar para que sean conscientes de sus derechos y luchen por ellos. Así, realizan talleres de empoderamiento, de liderazgo y de participación ciudadana. Además prestan atención psicológica individual y ayudan a encontrar vivienda o asesoramiento jurídico.

Laura Martínez Valero trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón y participa en el proyecto Avanzadoras, que recoge testimonios e historia de lideresas como María Teresa Moreno Astudillo.

¡Viva la hospitalidad!

Por María Alexandra Vásquez 

Os invito a que nos coloquemos como espectadores de una situación que vivió una persona un sábado por la mañana. Toma un autobús interprovincial y al llegar a su primera parada, se baja del autobús y se dirige al maletero para sacar sus cosas. El conductor arranca el autobús sin previo aviso, y se cierra el maletero automáticamente, cuando la persona está dentro. La gente que lo ve desde la calle empieza a gritar para avisarle de que está una persona dentro, y al darse cuenta el conductor, frena,  abre el maletero y se baja del autobús para ver qué pasa. La persona intenta salir, pero cuando el maletero se abre, le golpea en la cabeza y la impulsa dos metros atrás. Queda inconsciente por unos minutos. Escucha a lo lejos que el conductor expresa que tiene mucha prisa, y que no puede hacer nada y se marcha, tras indicar al acompañante de la persona que la lleve al centro de salud que está a una calle de allí. Sin más, el autobús se va. Y la persona es auxiliada por unos vecinos, que la ayudan a llegar al centro de salud.

 

Si la convivencia fuera como en los anuncios... Imagen de TrasTando.

Si la convivencia fuera como en los anuncios… Imagen de TrasTando.

La persona sufre traumatismos en piernas y columna vertebral, que afectan a sus vértebras lumbares, dorsales y paravertebrales. Padece varias contracturas en la pierna, y mantiene los músculos inflamados después de 13 meses durante los cuales no ha podido cumplir con las sesiones de fisioterapia necesarias por falta de dinero. Permanece con fuertes dolores que le impiden ponerse en pie y en razón de la imposibilidad de tener autonomía desde los servicios sociales le asignan la ayuda a domicilio por dependencia para un semestre.

Tenemos la paradoja de que el conductor, responsable de sus pasajeros, y en este caso la persona que con su irresponsabilidad genera el daño, ‘se escaquea’ -usamos el término coloquial que significa evitar un trabajo, una obligación o una dificultad con disimulo-. Y en cambio hay unos vecinos, simples espectadores, que prestan su apoyo, ayudan, a pesar de que para ellos la víctima es una total desconocida. ¿Cómo es posible que seamos tan diferentes y que entre todos seamos capaces por un lado de generar acogida, ayuda, apoyo y por otro, indiferencia, rechazo, insensibilidad y desprecio?

Podríamos pensar en las causas y nos llevaría mucha ‘tinta’, que no vamos a malgastar porque sin duda la insensibilidad e indolencia existen. Esperemos que la causa responda a la ignorancia del sufrimiento del otro, que nos hace ser responsables de actitudes así, calificables de ‘pecado de omisión’ -por no entrar en el delito de omisión del deber de socorro, regulado en el Título IX del Código Penal con pena de prisión-, en el que cabría inscribir la actitud del conductor. Se inició un juicio penal, pero del letrado privado, después de recibir sus honorarios profesionales, no se supo más. La víctima no pudo someterse a los exámenes periciales ordenados por el juez, y el proceso se encuentra suspendido, según tuvo que investigar la víctima por su cuenta.

Pecar, desde el punto de vista cristiano, se entiende como esa trasgresión voluntaria de un precepto tenido por bueno, que alude directamente a la negación de prestar auxilio a una persona que lo necesita, teniendo las posibilidades humanas para ello. Es una actitud inadmisible, pero ¿qué pasa cuando introducimos en la situación las caracteristicas de la víctima? ¿Podría cambiar algo? Pensamos que puede pasarle a cualquier persona: mi herman@, marid@, hij@, prim@, niet@, sobrin@, o en cualquier circunstancia: imaginemos que no le pase en su país, sino que se haya marchado a otro a buscar trabajo. La víctima es una mujer de Guinea Ecuatorial de color, de mediana edad con tres hijos: 10,  13 y 1 año, sin papeles en España desde hace 8 años, con un trabajo precario a jornadas parciales en empleo doméstico, hasta el accidente, que ella y sus hijos sobreviven gracias a las redes de apoyo sociales, que vienen a ser testimonios de solidaridad, aprecio, acogida y hospitalidad.

Muchas veces actuamos por condicionamientos externos, que nos llevan a olvidar de que todos somos seres humanos con dignidad, que bajo cualquier circunstancia los valores que deben prevalecer son el respeto, la solidaridad y la hospitalidad, porque cualquier día esa víctima puede ser cualquiera de nosotros. El ser migrantes simplemente nos indica que hemos sido personas valientes, arriesgadas y con una profunda esperanza de encontrar un espacio donde desarrollar nuestras propias capacidades, aportar todo lo que traemos, y formar parte de una comunidad que no es perfecta, aunque pretenda serlo, y que se alimenta de la diversidad innata de todos para construir sociedades plurales, democráticas y justas.

María Alexandra Vásquez forma parte del área jurídica del Centro Pueblos Unidos.

No digas que es igual

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Hace unos veinte años, mientras estudiaba en la universidad, colaboraba como voluntaria con una escuela de adultos en Vallecas, en el sur de Madrid. En realidad debería haberse llamado Escuela de Adultas, porque eran mayoritariamente mujeres quienes poblaban esas pequeñas aulas, hechas de barracones y pegadas al edificio de una parroquia del barrio, donde varias tardes a la semana nos reuníamos para ‘aprender’, en un pequeño grupo de ocho o diez. Quizá faltaban muchas cosas en esas vidas y en esa escuela, autogestionada y con muy pocos medios materiales. Lo que nunca faltó por parte de las alumnas era motivación.

Movilizaciones vecinales por la vivienda en Vallecas. Imagen: AA.VV. Palomeras.

Movilizaciones vecinales por la vivienda en Vallecas. Imagen: AA.VV. Palomeras.

Cada una de estas mujeres tenía una historia de vida que merecería una novela, o una película. Llegadas de distintos pueblos en su infancia o en su primera adolescencia, o justo en el momento de casarse y salir a la ciudad a buscarse la vida, habían vivido en durísimas condiciones tanto en su lugar de origen rural como en los barrios marginales que empezaban a formarse. Habían sido niñas y adolescentes trabajadoras: en el campo, cuidando animales, cuidando a sus hermanos pequeños, limpiando… Habían construido pequeñas chabolas, durante la noche para que al amanecer estuvieran techadas y la ley las protegiera. Todo lo que tenían lo habían conseguido con un gigantesco esfuerzo. La vivienda, la luz eléctrica, el agua corriente, el alcantarillado, eran logros compartidos y conseguidos gracias a la movilización del barrio, una y otra vez, durante muchos años.

Pero su esfuerzo personal había sido también inmenso. Con ese esfuerzo habían ido consiguiendo mejorar la vida de sus familias, sacar adelante a sus hijos, trabajar para otros -normalmente en el trabajo doméstico o en el cuidado de los hijos de otras familias-, pero habían llegado a la madurez sin saber leer, o sin lograr dominar la lectura y la escritura, y muy especialmente la comprensión lectora. Casi el único punto en común entre ellas era que no habían ido a la escuela cuando eran niñas, o habían ido muy poco tiempo. Sus maridos, sus hermanos, sí sabían leer y escribir. Pero para ellas no había habido escuela.

Las clases en la escuela eran una mezcla de terapia y lectoescritura. Estas auténticas  maestras de vida estaban dispuestas a darlo todo en el aprendizaje, a ponerse a sí mismas a prueba tres días a la semana. Mujeres inteligentes, trabajadoras, buenas personas, interesantes. Dispuestas una y otra vez a intentarlo, a fracasar, a ir quedándose con algo más cada día. Dispuestas a sentir que, a pesar de lo que tantas veces les habían dicho, podían y debían aprender. Con mucha frecuencia agradecían la posibilidad de contar con esa escuela de adultos, y todas las puertas que la escuela les abría para disfrutar de la cultura, convivir, conocer. Pero mi sensación permanente era que en ese pequeño grupo quien más estaba aprendiendo era yo.

Muchas veces al salir de la escuela, en el largo trayecto de regreso a casa, pensaba qué habría sido de estas mujeres si hubieran tenido, en su infancia, una buena escuela pública cerca. Si alguien hubiera detectado sus capacidades y les hubiera apoyado. No tenía duda de que muchas de ellas habrían podido desarrollar una carrera universitaria y ser magníficas profesionales. El contraste con su realidad me hacía sentir una sensación de privilegio inmerecido por tener la oportunidad de estudiar.

En España y en el mundo, tres cuartas partes de las personas afectadas por el analfabetismo son mujeres. Aún hoy, en nuestro país, hay ochocientas mil personas que no saben leer ni escribir un texto básico. En el mundo son casi 800 millones de personas.

Todos estamos de acuerdo en que no es igual, no da igual, enfrentarse a la vida sin ser capaz de leer o escribir. Quienes hemos tenido la suerte de estudiar deberíamos esforzarnos en apoyar sistemas educativos gratuitos y accesibles para todos, en todo el mundo.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón

La patria en el limbo

Por Isabel Ortigosa isabel Ortigosa

Francisca tiene 26 años, un marido, tres hijos y una barriga hinchada que deja claro que pronto serán cuatro. Sueña que un día sus niños podrán escoger una carrera que les guste, que serán profesionales  y ‘que no tendrán la misma vida que yo’. Pero Francisca, nacida en República Dominicana, declarada en el registro civil y ciudadana dominicana de pleno derecho desde que nació, perdió hace un año su derecho a la ciudadanía. Y con ella, sus hijos.

La patria en el limbo. Imagen de Inspiraction.

La patria en el limbo. Imagen de Inspiraction.

¿La razón? Hace apenas un año, la sentencia 168-13 promulgada por el Tribunal Constitucional,  denegaba la nacionalidad dominicana a Juliana Deguis Pierre, una mujer dominicana de 28 años y de ascendencia haitiana. El hecho irrefutable de que Juliana llevaba 28 años siendo dominicana no le sirvió de nada. De la noche a la mañana, era una apátrida, una persona sin nacionalidad, invisible a efectos jurídicos.

Con ella, más de 200.000 dominicanos de ascendencia haitiana se vieron de golpe condenados a una falta de nacionalidad con consecuencias gravísimas en sus vidas y sus opciones de futuro. No tener cédula de identidad en República Dominicana implica no poder realizar estudios superiores, no poder firmar un contrato de trabajo, no poder comprar o vender, heredar, abrir una cuenta bancaria, cotizar en un fondo de pensiones, pagar un seguro médico, contraer matrimonio, ejercer el derecho a voto, viajar fuera del país… Ni tan siquiera inscribir a los hijos en un registro civil. Es decir: la condena es además hereditaria, se transmite de generación en generación como una enfermedad maldita ante la que aparentemente poco o nada cabe hacer.

Francisca no pudo continuar sus estudios, no puede trabajar, no puede casarse con Domingo, el padre de sus hijos, y no puede declarar a ninguno de sus niños en el Registro Civil, porque a ella le niegan la cédula de identidad.  “Mi padre vino a República Dominicana en busca de un trabajo y una mejor vida, y murió cuando yo era adolescente. Él nunca se hubiera imaginado que mis hijos y yo pasaríamos por esto”, dice.

Domingo trabaja como peón en un matadero. Sale a las 7 de la mañana a trabajar y no regresa hasta la hora de cenar. Tampoco puede inscribir a sus hijos como padre soltero, porque actualmente la identidad legal sólo la transmite la mujer. Sus hijos son apátridas, porque la Junta Central Electoral sigue reteniendo el acta de su pareja.

El impacto de las políticas de desnacionalización ha agravado así la discriminación hacia las mujeres de ascendencia haitiana. Actualmente en República Dominicana, la inscripción en el registro civil se realiza en base a los documentos que posea la madre; una mujer puede registrar a su hijo o hija como madre soltera, sin embargo un hombre no puede hacerlo como progenitor soltero. En caso de que la madre no posea ningún documento, la inscripción en el registro no podrá realizarse.

Las mujeres cargan con la responsabilidad del reconocimiento jurídico de sus hijos. Por ello la política de desnacionalización les ha afectado especialmente. Les ha convertido en reproductoras de identidad o apátrida dependiendo de si tiene documentación o no. Cuando los hijos no pueden ser inscritos en el registro civil porque sus madres son víctimas de una negación de documentos, al problema en sí se une una casi inevitable sensación de culpabilidad.

¿Hasta cuándo? La campaña Vidas en pause  denuncia el limbo jurídico en el que han quedado miles de dominicanos de ascendencia haitiana. Esta situación debe solventarse con medidas efectivas que garanticen el derecho a la nacionalidad de todo ser humano, sin excepciones. Ya.

 

Isabel Ortigosa es Responsable de Incidencia de InspirAction

Personas, no mercancías

Por Carmen Miguel Carmen Miguel

La semana pasada pudimos escuchar  las duras palabras de Paloma, una mujer mexicana víctima de un cartel que la explotó sexualmente, la obligó a drogarse y a realizar ritos satánicos, la segunda que recientemente ha visto reconocido su derecho de asilo en España por este motivo. La primera, en octubre de 2013, fue una joven nigeriana a la que una mafia le exigía 20.000 euros, a pagar mediante la explotación sexual.

Nuestra sociedad normaliza escandalosamente este crimen y todo lo que conlleva. En consecuencia se invisibiliza el vínculo existente entre estas prácticas y las violaciones de derechos humanos que sufren las mujeres víctimas de trata a las que se obliga a prostituirse.

'Slave' (Esclava). Imagen cedida por Ira Gelb.

‘Slave’ (Esclava). Imagen cedida por Ira Gelb.

La Red Española Contra la Trata estima que existen 50.000 mujeres y niñas víctimas de trata y explotadas sexualmente en nuestro país ¿Por qué hasta ahora sólo se ha concedido derecho de asilo a 2 mujeres? Hasta hace poco en España, la trata se entendía como un delito a perseguir y una cuestión migratoria. La mayor parte de casos se canalizaban a través de la ley de extranjería, concediendo en ocasiones a las víctimas una autorización de residencia por circunstancias excepcionales.

En los últimos años han aumentado los esfuerzos internacionales para combatir la trata de personas y la explotación sexual: El Protocolo de Palermo aprobado en el año 2000 fue un primer paso. 5 años más tarde, el Consejo de Europa promovía un Convenio que centraba la lucha contra la trata en los derechos humanos y la protección de las víctimas.

Pero la piedra angular para la protección a las personas refugiadas es la Convención de Ginebra de 1951 que establece para pedir asilo o refugio la persecución “por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un determinado grupo social u opiniones políticas”. La Convención de Ginebra no menciona explícitamente entre las causas para solicitar asilo el que una persona sea perseguida por motivos de género. Pero desde hace varias décadas el ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) empezó a recomendar a los Estados que interpretasen que la persecución por motivos de género tenía cabida dentro de las persecuciones por “pertenencia a un determinado grupo social”. Pese a estas recomendaciones, los Estados han sido reacios a reconocer como refugiadas a las mujeres que alegaban ser perseguidas por motivos de género.

La trata de personas es una violación de los derechos fundamentales a la libertad y seguridad, a no ser sometida a esclavitud, a tortura, o a trato inhumano o degradante. A las mujeres víctimas de trata se les rapta, se les viola, se las convierte en esclavas sexuales, se les obliga a prostituirse, a realizar trabajos forzados, se les extirpan órganos, se les maltrata física y psicológicamente, se les priva de alimentos o de atención médica… Estas violaciones de derechos humanos equivalen a persecución, aunque no las lleve a cabo un agente estatal, sino redes criminales o incluso miembros de la familia o de la comunidad. No reconocerlo es un síntoma de la visión androcéntrica, en la que se invisibiliza a las mujeres, que tienen los Estados a la hora de interpretar la normativa internacional de Asilo y Refugio.

La resolución de octubre de 2013 fue un hito en el camino por la defensa y reconocimiento de los derechos de las mujeres. Siete meses después, la concesión de asilo a Paloma afianza este camino. Esperamos que estas resoluciones no sean las últimas, y ayuden a reconocer a la violencia contra las mujeres como persecución por motivos de género y como una violación de sus derechos humanos. Esperamos también que poco a poco, entendamos que las mujeres víctimas de trata son PERSONAS y no mercancías.

 

Carmen Miguel es abogada especialista en Derecho de las personas migrantes y asesora de Alianza por la Solidaridad

Jaula de oro

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Una adolescente entra en un baño colectivo, en algún lugar de Guatemala. Ante el espejo, con sus propias tijeras, se corta el pelo mechón a mechón. Después, se quita la camiseta y se envuelve el pecho con una venda, bien apretado. Se pone una gorra, se coloca la mochila, y abre la puerta. Quien sale de ese lugar podría ser perfectamente un chico. Querría serlo. Todavía no sabemos por qué.

Es una de las primeras escenas de La jaula de oro, una magnífica e impresionante película de Diego Quemada-Díez. Cuenta el viaje de tres jóvenes, una pareja de guatemaltecos y un joven indígena chiapaneco, hacia Eldorado de América del Norte. Una ruta alrededor de la vía del tren, cuando no directamente sobre ella.

Cartel de la película 'La jaula de oro',  de Diego Quemada-Díez

Cartel de la película ‘La jaula de oro’, de Diego Quemada-Díez

No quisiera hacer un spoiler, pero difícilmente una película como ésta puede tener un final feliz. Lo que sí se ve claramente a medida que se desarrolla la historia es por qué Sara trata de pasar por un hombre en esta travesía. Además de los riesgos que sufren todos los migrantes, las mujeres pueden ser, y son, víctimas de violencia, y de trata de personas, con mucha más frecuencia. El peligro para ellas se multiplica en el camino.

‘La jaula de oro’ es una de esas películas que merece la pena ver, ahora o cuando se pueda. Porque igual que en uno de sus cortometrajes más premiados, I want to be a pilot, Diego Quemada-Díez pone el centro en los valores, los sueños y las capacidades de las personas que se enfrentan a la ruta. En su deseo, que es su derecho, a tener una vida digna. Que es el mismo deseo, el mismo derecho, que todos tenemos.

 

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón

¿Dónde está Joy?

 Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

Hablar de los CIE es visibilizar la situación de miles de personas que, por el hecho de hallarse en España en situación irregular, son privadas de libertad en los denominados Centros de Internamiento para Extranjeros. Personas inmigrantes, mujeres y varones, que sin cometer ningún delito se ven reducidas a un régimen penitenciario mientras se resuelve si se las expulsa de nuestro país o se las deja nuevamente en libertad. La situación de estas personas normalmente no es noticia, a pesar de la vulneración de derechos que sufren, pero estos días está saltando a los medios gracias al Informe que acaban de publicar el Servicio Jesuita a Migrantes y Pueblos Unidos: Criminalizados, internados, expulsados.

Doble página del informe, con dos retratos de mujeres inmigrantes. Imagen: Archivo Pueblos Unidos.

Doble página del informe, con dos retratos de mujeres inmigrantes. Imagen: Archivo Pueblos Unidos.

Por el CIE de Aluche, en Madrid, han pasado durante el 2013 más de 3.000 personas, cada una de ellas con una trayectoria de lucha y superación personal que se ve brutalmente truncada a partir de su detención y encerramiento. A falta de cifras oficiales, es imposible saber cuántas de estas personas internadas son mujeres, aunque son ellas las que con frecuencia presentan signos de mayor vulnerabilidad que exigirían especial protección. Por ejemplo, las mujeres cuentan muchas veces que en su periplo migratorio padecieron reiteradamente abusos sexuales.

En ocasiones, contingentes de personas que llegan a nuestras costas en patera son enviadas al CIE. En esos casos, las mujeres suelen ser ‘chicas subsaharianas de África occidental, la mayoría muy jóvenes. Vienen del bosque de Marruecos y unas pocas dicen que del bosque de Argelia. Todas menos una dicen que han venido solas (sin pareja). Refieren no conocerse entre ellas hasta montar en la patera. Que no han pagado nada por el viaje o cantidades irrisorias. Muchas decían haber conseguido esas cantidades mendigando en Marruecos‘ (Informe pg. 31). Hay una sospecha fundada de que estas mujeres son víctimas de trata y han sido captadas por redes de tráfico sexual.

Podría ser el caso de Joy, nigeriana de 16 años. ‘Cuenta que escapó de su aldea. Que la recogió un señor que la alojó en su casa y la entregó a un señor árabe. El señor árabe la llevó en su coche, viajando durante varios días, a su casa. Que en su casa hace las tareas domésticas para él y la viola frecuentemente. Allí está un período largo, ella dice como un año. Ha dado a luz un niño hace poco, que ha muerto. Un día, el señor árabe la lleva al bosque y la entrega a un senegalés. Durmió varios días en el bosque (tiene muchas cicatrices) y una noche le dicen que corra con los demás. Ella pregunta que dónde van, dice que no quería ir porque no sabía donde iba, pero que le pegaron y le gritaban, y les llevaron hasta la zodiac. Que no sabe en qué país ha estado, si era Marruecos o cuál. Que no pagó nada. Presenta síntomas de estar bajo un fuerte traumatismo emocional. Reconocida como menor por el médico-forense, el informe recoge su “estado de angustia, con tendencia al llanto, mutismo y desconfianza”. Pasa a disposición del servicio de protección de menores. Va al Centro de Primera Acogida tras 18 días en el CIE. Quiere volver a entrevistarse con la Policía, pero días antes desaparece durante una salida del Centro de Menores’ (Informe pg. 32).

Es cierto que la Ley de Extranjería introdujo el art. 59 bis para otorgar amparo a potenciales víctimas de trata en situación irregular. Sin embargo, el Informe denuncia que, siendo crucial la detección temprana de posibles víctimas, ‘faltan mecanismos de identificación dentro del propio CIE, en lo que pueden colaborar las entidades sociales. (…) La labor de las entidades se ve actualmente dificultada al no existir en el CIE espacios de intimidad suficientes para enfrentar el proceso de dominación y sometimiento de las víctimas con tranquilidad y confidencialidad. También sería necesaria una formación del propio personal del CIE en lo referente a identificación de víctimas de trata’ (Informe, pg. 33).

¿Dónde está Joy? Nadie lo sabe… Y, aunque se activen mecanismos necesarios para que a otras mujeres no les suceda lo mismo,  seguramente para ayudar a Joy ya será tarde.

Marga Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Germinar del otro lado del río

Por Susana Arroyo   Susana Arroyo

Hace 19 años Analiva salió de su casa para nunca más volver. Con una muda encima y una prole de 8 a cuestas, ella y su marido caminaron  una noche y un día hasta llegar a las orillas del Río San Miguel, en la frontera  con Ecuador. Atrás quedaban el ejército, los paramilitares, la guerrilla y su natal Policarpa, en Nariño, Colombia. Delante esperaba un país ajeno. Nada menos. Nada más.

María Analiva Narváez está casada con Plinio Hurtado y hoy vive como refugiada en una pequeña comunidad del lado ecuatoriano del río,  en la provincia de Sucumbíos. “Teníamos que irnos. Mataron a dos de nuestros hijos, uno tenía nueve años y el otro no llegaba a los 20”. Me contó su historia en los bajos de su casa, después de recoger yucas y meter la ropa. Era mediodía y la humedad caliente y pegajosa anunciaba al aguacero. “A veces hay que dejarlo todo para que no se dejen tu vida. ¿Qué cómo estamos ahora? Pobres, pero tranquilos”.  Su mirada era, es, la definición de la melancolía.

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Analiva y su marido (c) Susana Arroyo / Oxfam

La suya es la historia de otras miles de familias desplazadas, una historia de siempre volver a empezar. “Y de repente un día estaba yo parada en una tierra que no era mía, mirando el pedacito donde teníamos que levantar una casa o algo que se le pareciera”. Analiva y su familia empezaron con un rancho y hoy tienen una casa de madera, sobre pilotes, que ya no se inunda cuando sube el caudal. Ambas fueron hechas con alimentos. Sí, con ese poder que tiene la comida -y la gente- para transformarlo todo.

Sembraron arroz, plátano y yuca. Cosecharon tres comidas al día, materiales de construcción, medicamentos, combustible y hasta dinero para pagar -en caso de vida o muerte- los 100 euros que cuesta un viaje en bote express hasta Lago Agrio, la capital de provincia. Hoy su pueblo tiene escuela, agua potable y una asociación comunitaria que conoce sus derechos y sabe cómo reclamarlos.

Llegará el día de la tierra propia, los seguros agrícolas y el acceso justo a salud y servicios públicos. Quizá venga con el cotizado cacao que hoy estamos cultivando juntos. La meta es venderlo dentro y fuera del país, generar ingresos, cuidar la selva, demostrar que se puede y se debe producir de forma más justa.

Antes de verse obligada a dejar su tierra, Analiva era una apreciada jornalera agrícola que soñaba lo mismo que usted o que yo – salud, trabajo, casa propia, felicidad para los nuestros. Y lo perdió todo, menos la buena mano. Por todo y a pesar de todo ella sigue sembrando y cosechando acaso el más grande de los sueños: sobrevivir… no importa el lado del río.

 

Susana Arroyo es responsable de comunicación de Oxfam en América Latina. Tica de nacimiento, vive en Lima. Desea que cambiar el mundo nos valga la alegría, no la pena.

En el Día Internacional de las Personas Migrantes: ¡Salud, compañeras!

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

No conmemoramos hoy el Día Internacional de las Personas Migrantes simplemente porque la ONU lo proponga un año más.  De hecho, la conmoción de Lampedusa amenaza con ahogar nuestro empeño, y la indignación de Melilla podría cortar de raíz cualquier brote de celebración así como siega sin piedad la carne y la ilusión de tanta gente.

Si, a pesar de todo, seguimos aferradas a la esperanza es porque todos los días constatamos que es muy cierto aquello que la ONU declaró en su asamblea general del pasado mes de octubre: «la importante contribución de los migrantes y la migración al desarrollo de los países de origen, tránsito y destino».  Esta «importante contribución» permanece invisibilizada o, lo que es peor, es deformada impunemente cuando se presenta a los inmigrantes como un lastre social del que necesitamos deshacernos. A la afirmación de la ONU sumemos el dato de que las mujeres y las niñas representan la mitad de los migrantes internacionales… ¡y que empiece la fiesta por estas compañeras que día a día colaboran a mejorar nuestro país y el suyo!

 María Alexandra Vásquez (abogada) y Catalina Villa (psicóloga), miembros del Equipo Técnico de Pueblos Unidos. Foto: Marga Saldaña

María Alexandra Vásquez (abogada) y Catalina Villa (psicóloga), miembros del Equipo Técnico de Pueblos Unidos. Foto: Marga Saldaña

Desde luego que no puede tratarse de una fiesta fácil cuando a muchas y a muchos la decisión de migrar les cuesta su propia vida. Las sombras de los muertos nos persiguen, impidiéndonos dejar para mañana la lucha abierta por condiciones de vida más justas y más dignas. Pero, además de ser un día para la denuncia y la reinvindicación, el 18 de diciembre quiere poner en valor «decenas de pequeñas grandes historias de dignidad, sacrificio, solidaridad, aprecio común, acogida y agradecimiento que contribuyen a hacer más densa esa urdimbre de vínculos entre vecinos y vecinas llegados de tantos lugares distintos. (…) Hoy celebramos todas esas historias como pequeños triunfos de humanidad compartida en un contexto de decisiones políticas que las hace improbables (Declaración del Servicio Jesuita a Migrantes).

Me gustaría destacar hoy dos de esas «pequeñas grandes historias», dos figuras que desde la penumbra acompañan con su solidaridad y buen hacer a tantos migrantes que acuden a nuestro Centro Pueblos Unidos. Porque también ellas, Catalina y María Alexandra, son migrantes. Ambas dejaron un día sus países de origen, Colombia y Venezuela, y llegaron a España con un buen caudal de profesionalidad y un futuro incierto por delante. Lo que aportan a nuestra tarea común es mucho más un conjunto de conocimientos especializados en las áreas de la Psicología y el Derecho, aunque las dos trabajan concienzudamente y se desvelan por sus programas. Su formación como psicóloga clínica, enraizada en su propia experiencia migratoria, dota a Cata de una sensibilidad muy particular para detectar el dolor, procurar que cada persona encuentre caminos de sanación y crecimiento, y promover grupos de mujeres que mutamente se ayudan a hacerse un hueco en la sociedad española. Por su parte, María Alexandra ejerce su profesión de abogada con una fina intuición para percibir la injusticia que sufren las personas más vulnerables, sobre todo las trabajadoras domésticas, y con la férrea voluntad de defender sus derechos cueste lo que cueste. Nuestro equipo no sería el mismo sin ellas.

A pesar de que toda celebración se nos ha vuelto difícil, hoy es un día para brindar por  esas mujeres migrantes que constantemente se superan a sí mismas y contribuyen a que la vida sea un poco mejor. Por María, por Cata, por tantas que conocemos y por las que en el anonimato sostienen el peso del mundo. ¡Salud, compañeras!

Margarita Saldaña. Trabajo en el  Centro Pueblos Unidos. Miro con atención la vida que se esconde en los dobleces de la historia, donde con demasiada frecuencia nos encontramos las mujeres. Compañera de todos los que buscan un mundo más justo.

Estar en ninguna parte

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

Conocí a Ranjit hace apenas unos meses, cuando fui a Londres para visitar a unos amigos que acogen en su casa a mujeres refugiadas en situación de calle. La historia de esta mujer india, nacida en la región de Punjab en 1980, habla de aquellas personas que parecen no tener derecho a estar en ninguna parte.

Ranjit era hija única y, cuando tenía nueve años, sus padres murieron en un accidente. A partir de entonces, estuvo viviendo con unos tíos hasta que se casó y se trasladó al domicilio de su familia política. Al año de casarse, su marido emigró a Inglaterra y ella se quedó con sus suegros y cuñados, que la sometieron a diversas clases de malos tratos, considerándola como la esclava de la casa. Poco después, dio a luz a su hija, de la que tuvo que separarse pronto para reunirse con su marido en el Reino Unido; bajo las amenazas de sus parientes, se vio obligada a abandonar su país, a pesar de no tener visa y necesitar un pasaporte falso.

La vida en Europa con su esposo no fue lo que esperaba. Ranjit cuenta que él controlaba todos sus movimientos y que los abusos sexuales eran frecuentes. Sin papeles, sin libertad, sin una red social y sin posibilidad de encontrar un trabajo, lo único que Ranjit quería era volver a la India y recuperar a su hija, todavía pequeña. La violenta oposición de su marido y de su familia política lo impedían.

"Las lágrimas del silencio oprimido". Imagen de moonywerecat

«Las lágrimas del silencio oprimido». Imagen de moonywerecat

Por un instante, todo pareció cambiar cuando fue su marido quien decidió regresar a su país de origen. Sin embargo, antes de hacerlo, y bajo amenaza de muerte, obligó a Ranjit a firmar un documento de separación y una renuncia a la custodia de su hija. De esta manera, sola y sin papeles, se quedó repentinamente en ninguna parte. Sin derecho “legal” a emprender una nueva vida en el Reino Unido, y sin derecho “real” a recuperar la vida que había dejado en la India.

A partir de entonces esta mujer ha ido dando tumbos de un lado a otro, de un abogado a otro, de una institución a otra. El gobierno británico ha rechazado varias veces sus apelaciones, de modo que no consigue la residencia ni el permiso de trabajo. Por este motivo, va pasando temporadas en los albergues de diferentes organizaciones, sin que en ningún sitio encuentre un lugar para quedarse. Todavía sueña con volver a la India y ver a su hija, a la que imagina ya adolescente, pero está convencida de que si tomara esta decisión pondría en riesgo su vida. No parece extraño que Ranjit sufra depresión, terrores nocturnos y ataques de pánico. Lo que sí sorprende es que aún tenga ganas de sonreír, de confiar en alguien y hasta de preparar escones para desayunar con los nuevos amigos que ha encontrado.

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.