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Lo doméstico, en juicio público

Por María Alexandra Vásquez 

Imaginemos que una situación que siempre ha estado en un espacio oscuro, impenetrable, y escondido, sale a la luz… Y esa luz la encuentra en un espacio público al que puede asistir cualquier persona, en el ámbito de un juicio, que se realiza ante un órgano imparcial, independiente y autónomo.

Sala de juicio. Imagen de TrasTando

Sala de juicio. Imagen de TrasTando

La función de todo juicio es decir cómo se aplica el Derecho en el caso concreto. Se mira una concreta circunstancia por el prisma del derecho que la protege y acoge. En el proceso hay que escuchar a ambas partes. Encendamos los focos del escenario y comencemos la obra:

Trabajadora: ¡Mea culpa! Es verdad que hace 6 años, cuando me lo propusieron, inicié una relación laboral con una señora para cuidar a su madre de 90 años. Es verdad que la anciana tiene hoy 96 años, y yo tengo 65 años. Es verdad que apenas en octubre del 2012 me hicieron un contrato de trabajo, y que desde el 2009 trabajé sin contrato. Es verdad que acepté que el alta en la Seguridad Social fuera sólo de 24 horas a la semana. Es verdad que realmente mis horas de trabajo son 6 horas diarias que suman un total de 30 horas a la semana, y ahora me arrepiento haber aceptado lo anterior. Es verdad que después de 6 años de trabajo cuidando a la abuela su hija decide despedirme: y ahora ruego a Dios que me despida sobre el salario que me paga, que son 530€ por las 120 horas al mes, y no por lo que establece el contrato… Es verdad que el contrato empezó en el 2012 y ¿qué pasa con los años trabajados previamente?

Empleadora: La trabajadora es muy buena, estamos muy contentos, pero ya no la necesitamos, estamos pensando llevar a mi madre a una residencia. Es verdad que soy una persona religiosa, profesora de un colegio del barrio, que recibo un salario como Dios manda, estoy de alta en la Seguridad Social por las horas que trabajo y que por ello, cotizo para mi jubilación. Es verdad que recibo ayuda económica pública por la situación de mi madre. Es verdad que también cuento con la pensión que cobra mi madre todos los meses. Es verdad que estamos intentando salir de una relación laboral porque resulta que la trabajadora es mayor, no es tan ágil como se espera, se le solicitan trabajos fuera de lo acordado, y por ello puedo demostrar que existen unas causas de justificación del despido.

Juez (Pregunta a la empleadora): ¿Usted decidió de forma unilateral dar por finalizada la relación laboral?
¿Notificó por medio de carta la decisión de dar por terminada la relación, informando de la fecha de fin de relación laboral, y pagó la indemnización correspondiente? ¿Usted dio de alta por 24 horas a la semana a la trabajadora? ¿Y de forma verbal tenía un contrato con ella de 30 horas a la semana? ¿Le pagaba 530€ por esas 24 horas a la semana?

En ese caso, debe pagar tomando como base el Salario Mínimo Interprofesional. Un salario de 570.19 € en doce pagas. Debe abonar en la Seguridad Social todas las cantidades que corresponden a los porcentajes de cotización dejados de pagar a la Seguridad Social, para que la empleadora pueda tener algo acumulado para su pensión. Debe indemnizar por los años totales de servicio. Debe pagar antigüedad. 

Esta obra es sólo un ejemplo. Muchas veces las relaciones laborales en el trabajo doméstico son arbitrarias, despóticas y abusivas. Al desarrollarse en el ámbito privado, están de espaldas a las instancias públicas, y eso sigue siendo así en pleno siglo XXI. ¿Sólo en el empleo doméstico? ¿No habría que preguntarse también por los avances en la violencia intrafamiliar, en la violencia de género, en la trata de personas? ¿Qué pasa con las instancias públicas que deben garantizar el cumplimiento de los deberes de los empleadores y de las trabajadoras comos sus respectivos derechos?

Somos aún una sociedad que demanda empleo doméstico, lamentablemente con parámetros culturales de la Edad Media, porque muchas de las relaciones se fundamentan en la autoridad, subordinación y esclavitud. Hay muchas personas que tienen como medio de vida el empleo doméstico. El Estado debe invertir en organizar, establecer instancias, y medios que garanticen adecuadamente tal realidad, echada debajo del felpudo. Podríamos pensar en la ratificación del Convenio 189 de la OIT, instrumento al servicio de las personas. Nos quieren hacer olvidar que son los Estados comprometidos internacionalmente los llamados a velar por las personas que viven en su territorio, asumen su cultura, y obedecen sus leyes.

María Alexandra Vásquez forma parte del área jurídica del Centro Pueblos Unidos.

Soy trabajadora doméstica en España

Por Laura Martínez Valero Laura Martínez Valero

He quedado con Teresa Moreno en una placita del barrio de Tetuán, en Madrid, una zona de gran diversidad cultural donde residen muchos inmigrantes, especialmente latinos. Esta ecuatoriana fuerte y decidida vino de Guayaquil a España en el año 2000 con mucha ilusión en la maleta y pensó que estaría de regreso en dos o tres años con bastante dinero ahorrado. Sin embargo, la situación que encontró aquí fue muy diferente.

Como muchas mujeres inmigrantes no tenía papeles y encontró trabajo en el sector doméstico, un sector en el que más del 80% de personas empleadas son mujeres (la mayoría inmigrantes). Comenzó haciendo suplencias y cuidando de personas mayores por periodos cortos de tiempo. Cuenta que estaba intentando conseguir los papeles por arraigo y que el mismo día que le iban a conceder la tarjeta, falleció la señora a la que estaba cuidando. ‘Yo fui a hablar con la hija y me dijo que no, que ya se había muerto su mamá, que ya no. Yo le decía a la señora: “aunque sea usted me contrata de nuevo, me firma… y yo pago las cuotas de la Seguridad Social’. Pero ella decía que no, que no y que no. Y como yo hay muchas que se han quedado sin papeles’, recuerda. Tras varios intentos consiguió la tarjeta de residencia, pero hasta ese momento la posibilidad de que la deportaran había estado siempre presente.

Teresa Moreno en el barrio de Tetuán, Madrid, a principios de enero. (C) Laura Martínez Valero/Oxfam Intermón

Teresa Moreno en el barrio de Tetuán, Madrid, a principios de enero. (C) Laura Martínez Valero/Oxfam Intermón

Teresa denuncia que privacidad del hogar y la vulnerabilidad de las mujeres trabajadoras, que en la mayoría de ocasiones no tienen ‘papeles’ y necesitan desesperadamente mantener una relación laboral estable para poder obtenerlos, es el pretexto perfecto para que se cometan abusos. Uno de los más frecuentes es que no las den de alta en la Seguridad Social. Y ahora, con la crisis es aún peor. Teresa denuncia que las mujeres se han convertido en una especie de máquina multiuso que por menor sueldo hacen más cosas: cuidan a personas mayores, limpian la casa, cocinan y cuidan a los niños.

Para evitar esta situación, Teresa tiene claro que lo fundamental es que las mujeres conozcan sus derechos laborales. Desde que conoció el Centro Pueblos Unidos, Teresa acude todos los sábados a las sesiones de trabajo. Allí, Teresa ha encontrado el respaldo de otras mujeres en su misma situación que se han convertido en su gran familia. Con la formación en derechos laborales, los cursos y la bolsa de trabajo que les proporciona el centro han aprendido a defender sus derechos y a quererse como mujeres. Su objetivo es exigir que se las vea como trabajadoras a las que hay que tratar con respeto. «No queremos pedir porque pedir es para que nos regalen. Es obligar a que nos den nuestros derechos, a que nos solucionen cosas», afirma.

Actualmente, Teresa aporta su experiencia en Pueblos Unidos a las recién llegadas para que no admitan ni soporten los abusos laborales a los que los españoles y españolas sometemos en muchas ocasiones a las empleadas domésticas. ¿De verdad no somos capaces de reconocernos en estas mujeres que han dejado su hogar en busca de mejores oportunidades? Teresa bromea y dice que ahora con la crisis ya no sólo recomienda a las inmigrantes que vayan a Pueblos Unidos, también se lo dice a cualquier española a la que ve en apuros.

A Teresa aún le queda algún tiempo hasta que pueda regresar a Ecuador, algo que anhela. Yo sé que cuando regrese las mujeres inmigrantes se quedaran sin una gran defensora, pero espero que para entonces la situación laboral haya mejorado para todos y todas. ¿Será verdad?

En Pueblos Unidos trabajan con las mujeres empleadas en el hogar para que sean conscientes de sus derechos y luchen por ellos. Así, realizan talleres de empoderamiento, de liderazgo y de participación ciudadana. Además prestan atención psicológica individual y ayudan a encontrar vivienda o asesoramiento jurídico.

Laura Martínez Valero trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón y participa en el proyecto Avanzadoras, que recoge testimonios e historia de lideresas como María Teresa Moreno Astudillo.

¿Trabajo de hombres?

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

Desde nuestra más tierna infancia, la cultura patriarcal nos ha inculcado que las niñas visten de rosa y los niños de azul, que las chicas juegan con muñecas y los chicos con camiones, que hay, en definitiva, cosas de hombres y cosas de mujeres. A quien piense que estas clasificaciones han quedado obsoletas, le invito a echar un vistazo al empleo doméstico.

Pepe en sus tareas. Ilustración original de Ana Sara Lafuente. http://www.alafuente.es

Pepe en sus tareas. Ilustración original de Ana Sara Lafuente. http://www.alafuente.es

Buscar un varón en este sector laboral es como tratar de descubrir una aguja en un pajar. El cuidado de la casa y de sus cosas, y la atención a las personas más frágiles dentro de las familias, siguen siendo tareas adjudicadas mayoritariamente a las mujeres. Tanto, que hasta parece natural, como si las mujeres tuviéramos órganos especialmente dotados para el uso de la escoba y la administración de los pañales (de niño y de adulto, por cierto). O como si los varones sufrieran (o disfrutaran) cierta alergia congénita a tales menesteres. En nuestro reparto sexista de labores y trabajos, cuesta incluso imaginar a los hombres desempeñándose como asistentes domésticos; alguna mujer me ha confesado que no confiaría la limpieza y el cuidado de su casa a un hombre porque “los hombres son unos manazas”… Y eso que los maestros relojeros suizos se han llevado la palma del prestigio gracias de su precisión…

Una tarea francamente difícil la de figurarse una composición diferente del empleo doméstico. Difícil, aunque no imposible. En un sector destinado por la tradición a las mujeres, cuando se descubre por fin la presencia de algunos varones ésta llama de inmediato la atención. La muestra, sin embargo, es demasiado pequeña y escasamente representativa como para obtener conclusiones. Con todo, sus experiencias están ahí y merecen ser contadas, si no como ejemplo de camino hacia la igualdad, al menos como indicio remoto de que tal camino es posible.

Jorge es español. En la actualidad tiene cincuenta años. Después de trabajar durante mucho tiempo como administrativo, quedó en paro, hizo un curso de auxiliar de geriatría y cambió de actividad laboral. Fue contratado como interno, al cuidado de dos ancianos enfermos; el trabajo era agotador porque tenía que estar disponible las veinticuatro horas del día: «a veces me decían: “salga usted y se desconecta”… “ni que fuera un microondas”, pensaba yo…». En cuanto vio la ocasión, comenzó a la trabajar como externo. En su trayectoria, ha encontrado empleadores racistas y déspotas, aunque él ha ido desarrollando sus propias herramientas para afrontar las dificultades: «En una ocasión cuidé a un señor bastante autoritario. Una vez me chilló y le dije que la época de los esclavos había terminado y que no me chillara. Yo creo que hay que tener don de gentes y decir las cosas claras. Yo marco las distancias pero trato muy bien; hay que tener educación y prudencia, porque te lo cuentan todo. Es un trabajo difícil porque te afecta lo que les pase a las personas, no es un trabajo de fábrica y te terminas implicando. Además, tienes que manejar todas las situaciones y saber de psicología, empatizar con la gente». A pesar de las dificultades, a Jorge le gustaría seguir trabajando en este sector, «aunque me toque hacer también limpieza, porque para mí lo importante es ganar dinero con dignidad. Y para mí trabajar con personas mayores es gratificante, me he sentido reconocido, sé que hago mi trabajo bien y he aprendido muchas cosas».

Koffi es congoleño. Aunque en su país era propietario de un restaurante que iba bien, decidió venir a Europa con la ilusión de que aquí todo sería mejor: ‘luego la realidad es otra, no es así. Son lecciones para aprender en la vida’. Después de pasar una temporada en Francia, se instaló en España y trabajó en la construcción. A partir del 2010, con la crisis, cambió al empleo doméstico, y desde entonces ha trabajado siempre como interno, cuidando personas mayores, haciendo la limpieza de la casa y cocinando. Reconoce que en alguna entrevista de trabajo se ha sentido discriminado por el color de su piel, pero no le da mucha importancia: ‘eso pasa en la vida y no va a dejar de pasar’. Koffi se siente bien trabajando como interno porque tiene buena relación con sus jefes y le parece que el salario es adecuado. Una pequeña dificultad es ‘que tengo que aprender las costumbres de cada familia y pensar cómo se trata a cada uno’. En el tiempo que lleva en España, ha encontrado gente que le aprecia y se ha sentido valorado.

Al narrar su experiencia, estos dos varones coinciden en señalar que el empleo doméstico no tiene por qué seguir siendo considerado propio de mujeres, y que es importante educar en igualdad. Según Koffi, la única diferencia es quizá la fuerza física necesaria para mover a una persona mayor ya que, por lo demás, este tipo de trabajo es como cualquier otro y lo puede hacer toda persona ‘porque dignifica’.

Marga Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid