No digas que es igual

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Hace unos veinte años, mientras estudiaba en la universidad, colaboraba como voluntaria con una escuela de adultos en Vallecas, en el sur de Madrid. En realidad debería haberse llamado Escuela de Adultas, porque eran mayoritariamente mujeres quienes poblaban esas pequeñas aulas, hechas de barracones y pegadas al edificio de una parroquia del barrio, donde varias tardes a la semana nos reuníamos para ‘aprender’, en un pequeño grupo de ocho o diez. Quizá faltaban muchas cosas en esas vidas y en esa escuela, autogestionada y con muy pocos medios materiales. Lo que nunca faltó por parte de las alumnas era motivación.

Movilizaciones vecinales por la vivienda en Vallecas. Imagen: AA.VV. Palomeras.

Movilizaciones vecinales por la vivienda en Vallecas. Imagen: AA.VV. Palomeras.

Cada una de estas mujeres tenía una historia de vida que merecería una novela, o una película. Llegadas de distintos pueblos en su infancia o en su primera adolescencia, o justo en el momento de casarse y salir a la ciudad a buscarse la vida, habían vivido en durísimas condiciones tanto en su lugar de origen rural como en los barrios marginales que empezaban a formarse. Habían sido niñas y adolescentes trabajadoras: en el campo, cuidando animales, cuidando a sus hermanos pequeños, limpiando… Habían construido pequeñas chabolas, durante la noche para que al amanecer estuvieran techadas y la ley las protegiera. Todo lo que tenían lo habían conseguido con un gigantesco esfuerzo. La vivienda, la luz eléctrica, el agua corriente, el alcantarillado, eran logros compartidos y conseguidos gracias a la movilización del barrio, una y otra vez, durante muchos años.

Pero su esfuerzo personal había sido también inmenso. Con ese esfuerzo habían ido consiguiendo mejorar la vida de sus familias, sacar adelante a sus hijos, trabajar para otros -normalmente en el trabajo doméstico o en el cuidado de los hijos de otras familias-, pero habían llegado a la madurez sin saber leer, o sin lograr dominar la lectura y la escritura, y muy especialmente la comprensión lectora. Casi el único punto en común entre ellas era que no habían ido a la escuela cuando eran niñas, o habían ido muy poco tiempo. Sus maridos, sus hermanos, sí sabían leer y escribir. Pero para ellas no había habido escuela.

Las clases en la escuela eran una mezcla de terapia y lectoescritura. Estas auténticas  maestras de vida estaban dispuestas a darlo todo en el aprendizaje, a ponerse a sí mismas a prueba tres días a la semana. Mujeres inteligentes, trabajadoras, buenas personas, interesantes. Dispuestas una y otra vez a intentarlo, a fracasar, a ir quedándose con algo más cada día. Dispuestas a sentir que, a pesar de lo que tantas veces les habían dicho, podían y debían aprender. Con mucha frecuencia agradecían la posibilidad de contar con esa escuela de adultos, y todas las puertas que la escuela les abría para disfrutar de la cultura, convivir, conocer. Pero mi sensación permanente era que en ese pequeño grupo quien más estaba aprendiendo era yo.

Muchas veces al salir de la escuela, en el largo trayecto de regreso a casa, pensaba qué habría sido de estas mujeres si hubieran tenido, en su infancia, una buena escuela pública cerca. Si alguien hubiera detectado sus capacidades y les hubiera apoyado. No tenía duda de que muchas de ellas habrían podido desarrollar una carrera universitaria y ser magníficas profesionales. El contraste con su realidad me hacía sentir una sensación de privilegio inmerecido por tener la oportunidad de estudiar.

En España y en el mundo, tres cuartas partes de las personas afectadas por el analfabetismo son mujeres. Aún hoy, en nuestro país, hay ochocientas mil personas que no saben leer ni escribir un texto básico. En el mundo son casi 800 millones de personas.

Todos estamos de acuerdo en que no es igual, no da igual, enfrentarse a la vida sin ser capaz de leer o escribir. Quienes hemos tenido la suerte de estudiar deberíamos esforzarnos en apoyar sistemas educativos gratuitos y accesibles para todos, en todo el mundo.

Belén de la Banda es periodista y trabaja en el equipo de comunicación de Oxfam Intermón

6 comentarios

  1. Dice ser Stewart Cops

    Actualmente han cambiado bastante las cosas, aunque aun sigue habiendo discriminacion hacia la mujer, pero la contradiccion en este asunto viene de las mujeres que ocupan ciertos cargos del estado y siguen mirando para otro lado.
    Cuando se juntan unos intereses a «estos» les da igual la condicion y el sexo de la persona.

    16 octubre 2014 | 08:08

  2. Dice ser Lico

    Me gusta tu final en el que pides algo para todos independientemente de su género. Eso para mi es lo que ha salvado todo el artículo. Ya que muchos de esos maridos tampoco tenían formación ni sabían escribir ni leer pero por ser la época que era tenían que trabajar en lo que fuera para llevar un plato a la mesa para toda la familia. Que digas que a saber que posibilidades habrían tenido de haber tenido una educación dejando fuera a los hombres que tuvieron la misma desgracia me parece mal. De la misma manera que hay muchas marie curie que se perdieron en esa época también se perdieron muchos albert einstein poniendo ladrillos. Creo que la crítica a esa época está muy bien pero por favor no dividas ni monopolices hacia un género ese problema que fue para mí algo generalizado. Entiendo que es lo que tu viviste pero como bien dices no todos los que iban a clase eran mujeres y esos pocos hombres que iban y que has dejado de lado a saber cuantos sacrificios tuvieron que hacer para estar en esas clases.

    Repito me gusta que al final hayas incluido a todos en el derecho a una educación.

    16 octubre 2014 | 09:05

  3. Dice ser albitaguapa2

    con que solo hubiera un hombre, el nombre en masculino genérico plural es correcto, y por cierto, en muchos países son las propias mujeres las que no dejan de estudiar a sus hijas

    16 octubre 2014 | 09:35

  4. Dice ser marian

    Desgraciadamente, eso en muchos paises ocurre por religión, tradición y hambre.
    Antes las necesidades básicas eran más importantes que la cultura y las «personas» hombre y mujeres, dejaban estudios o no estudiaban para subsanar esas necesidades básicas y familiares, a costa de trabajar duramente.
    Hoy tenemos (la mayoría en nuestro Pais), mucha cultura (y poca maña laboral y si no fuera por los padres, mucha hambre), así que tal vez la cultura sí pero en su justa medida, soy más partidaria de que cuanto antes te pongas a trabajar (lógicamente con ciertos conocimientos ), antes empiezas a vivir, no entiendo esa fiebre de estudiar años y años, masters, etc… tener treinta y tantos y no tener donde caerte muerto.
    En resumidas cuentas, hay mucho tituladísimo y muy poco experimentado laboral, ahora te enseñan a estudiar pero no a trabajar.

    16 octubre 2014 | 11:39

  5. Dice ser Almudena Fer

    Lico, es cierto que el analfabetismo era muy alto y la educación un privilegio al alcance de muy pocos. Incluso la básica. Y se perdieron muchos talentos tanto de hombres como de mujeres. Y esa escasa formación todavía la estamos pagando.
    Y puedes decir todo lo que quieras que esto fue lo mismo para hombres y mujeres. Pero los hechos son tozudos y se empeñan en llevarte la contraria.
    Ahí tienes los datos, de un periódico nada sospechoso de feminismo radical. El 70 % del los analfabetos en España son mujeres

    http://www.larazon.es/detalle_hemeroteca/noticias/LA_RAZON_396857/4553-en-espana-hay-mas-de-840-000-analfabetos-el-70-mujeres#.Ttt1xk3RRncug5Z
    Un saludo

    16 octubre 2014 | 11:56

  6. Dice ser rusp

    Antaño se traían hijos al mundo como si fueran rosquillas, de ahí que fueran las niñas las que ayudaban a sus madres con la crianza de tanto churumbel y los niños y hombres por ser más fuertes fisicamente eran los que laboraban

    16 octubre 2014 | 13:52

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