Archivo de la categoría ‘Migraciones’

El parto ‘lost in translation’

Por Raquel García Hermida Raquel García Hermida

Una noche de este verano, luchando contra el insomnio propio de las últimas semanas de embarazo, me puse a ver en el Canal Internacional de TVE un reportaje sobre la colonia alemana en Mallorca. Es de todos sabido que los teutones (y estoy generalizando) instalados en las Pitiusas se han distinguido históricamente por su completo desapego hacia todo lo español, desde el idioma hasta la comida.

Desengáñense: el fenómeno no es fruto de la arrogancia de los europeos del norte que ven sus costumbres como innegociables aunque lleven veinte años disfrutando del sol mediterráneo (y de la calidad y práctica gratuidad de los servicios médicos españoles, de paso). Los españoles, muy dados mirar la paja en el ojo ajeno pero a ignorar las vigas de cemento armado en el propio, somos iguales o peores, con la desventaja de que solemos tener menor poder adquisitivo y los países que nos acogen tienden a plegarse menos a nuestras exigencias. En tres años de estancia en Washington, DC no dejé de sorprenderme ante la capacidad de la colonia patria para mantener hasta los hábitos propios más estrafalarios: jamás olvidaré las caras de los transeúntes de la concurrida plaza de Dupont Circle ante el espectáculo de unas docenas de españoles, servidora incluida, metidos en la fuente celebrando una victoria futbolística.

'Patada al diccionario'. Ilustración original de Anasara Lafuente.

‘Patada al diccionario’. Ilustración original de Anasara Lafuente.

 

Personalmente, este tipo de separatismos me parece una aberración (también lo de meterse en la fuente: pecadillos de juventud y cosas de la euforia). Dificultan enormemente la integración en la sociedad de acogida (una cuestión, al fin y al cabo, más o menos voluntaria), pero es que además puede complicarle mucho a una cuestiones fundamentales, como por ejemplo la maternidad.

Y no me estoy refiriendo a los trámites burocráticos relacionados, sobre lo que ya hablé en una entrada anterior, sino al acto físico y sempiterno de llevar a término un embarazo y dar a luz. Porque ‘push, push, push‘ lo hemos podido escuchar en las películas o las series, ¿pero qué me dicen de ‘wacht maar tot je een weën krijgt en dan begin met persen’? O ‘de baby komt niet door, mag ik je knipen?‘ (aquí tienen la buena costumbre de pedirte permiso antes de hacerte una episiotomía). No entender con precisión algunas de esas instrucciones puede poner en riesgo tu vida y la de tu bebé, y no todas las mujeres migrantes pueden recurrir a un idioma común como el inglés, aunque lo hablen más bien que mal. En algunos lugares, como en España, ni siquiera pueden tener la seguridad que todo el personal sanitario vaya a poderse comunicar de forma inteligible en otra lengua que no sea el castellano, algo que por suerte no ocurre en los Países Bajos.

El camino que termina con la matrona exclamando ‘Gefeliciteerd, jullie hebben een meisje!‘ es largo y a veces tortuoso. ¿Por qué nos empeñamos en complicarlo aún más? Los mágicos poderes de Google Translate son inútiles entre contracción y contracción, palabra de madre.
Raquel García ha dedicado su carrera profesional a la comunicación política y social en organizaciones de España y Estados Unidos. Su última parada es Gorredijk, una pequeña comunidad rural en los Países Bajos, desde donde escribe sobre los retos de la emigración, la maternidad y cómo conciliar las aspiraciones personales y laborales.

Una liana hacia el futuro

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

Con apenas veinte años, Paula ha pasado ya más de la mitad de la vida fuera de Perú, su país natal. La suya es una historia de superación que deja ver cómo algunas mujeres son capaces de transformar las sogas que pretenden ahogarles en lianas para saltar hacia el futuro.

Antes de llegar a España, Paula migró con su madre y sus hermanas a Rusia, donde aprendió el idioma por su cuenta, estudió secundaria y trabajó dando clases de español. Vino a España para estudiar el bachillerato, hizo selectividad y actualmente cursa el último año de carrera.

Para ayudar a la economía familiar, Paula lleva varios años trabajando en empleo doméstico, igual que su madre. Reconoce que al principio sentía vergüenza: «yo no decía en qué trabajaba mi madre, decía que era ama de casa, porque en Perú teníamos otro estilo de vida, teníamos empleada que nos ayudaba. Luego vi que eso no era malo. Yo valoro mucho a mi madre, veo que nos ha sacado adelante con mucho esfuerzo y para mí es un ejemplo de superación a pulso».

Hizo la prueba de colocarse como interna. La señora le daba permiso para ir a clase a cambio de no descansar el fin de semana, pero enseguida tuvo que dejar el trabajo porque el tiempo de estudio no era suficiente.

Empleada doméstica. Imagen de periodismohumano.com

Empleada doméstica. Imagen de periodismohumano.com

En estos momentos, Paula trabaja como externa seis horas diarias: «limpio, cocino, plancho y cuido de una niña de año y medio. Como son pocas horas, tengo que tener todo muy esquemático para que me rinda el tiempo. Con la familia me llevo muy bien, me dan buen trato, son flexibles. A veces ellos me piden un viernes en la noche que me quede con la niña y yo se lo hago, y me pagan. Otras veces yo les pido un permiso para un examen o para el médico y me lo dan, y luego recupero las horas». Piensa que el hecho de estar estudiando influye para que sus jefes la valoren: «saben que no me voy a dejar avasallar».

Con el paso del tiempo, Paula ha descubierto que este tipo de trabajo le está permitiendo alcanzar sus objetivos, y confía en poder dedicarse a su profesión cuando termine la carrera: «la verdad es que no quisiera seguir trabajando en empleo doméstico. Para mí es temporal, quisiera poder conseguir una beca en una empresa y empezar a trabajar de lo mío. Trabajar y estudiar me tiene sobresaturada, aunque es verdad que lo valoro más porque veo que he podido, y encima saco buenas notas; para mí, el intentar compaginarlo todo es un incentivo».

Margarita Saldaña trabaja en  Pueblos Unidos

Juliana, mujer sin patria

 Por Susana ArroyoSusana Arroyo

“Tiene usted apellidos sospechosos”. Eso le dijeron a Juliana los funcionarios de la oficina donde fue a solicitar su documento de identidad hace unas semanas. Allí mismo le arrebataron la documentación y desde entonces le cambió la vida: no puede ir al banco ni hacer trámites públicos, no puede conseguir empleo ni acceder a servicios de protección social.

“Yo lo que necesitaba era declarar a mis cuatro hijos, sin documento de identidad no puedo declararlos y la profesora me ha dicho que va tener que sacarlos de la escuela porque no pueden seguir sin acta de nacimiento”, explicaba Juliana a la prensa dominicana.

Deguis Pierre. Esos son sus apellidos, ambos haitianos, reveladores de su origen pero no su nacionalidad: ella es dominicana. Nació ahí y de ahí se siente, el Estado dominicano la declaró ciudadana y le entregó la documentación que la acredita como tal.

Pero podría quitársela a ella y a otras 200.000 personas que se verían afectadas por una sentencia que les retiraría la nacionalidad a través de lo que el Estado dominicano ha llamado “programa de rescate y adecentamiento del Registro del Estado Civil”. La medida afectaría sobre todo a hijos e hijas de padre y madre haitianos y ha sido considerada contraria al derecho a la igualdad y la no discriminación de la Constitución Dominicana y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Según la sentencia del Tribunal Constitucional, los cuatro hijos de Juliana tampoco tienen derecho a la nacionalidad dominicana debido a que el estatus migratorio de sus progenitores es irregular en el país. © Orlando Ramos. Publicada por “La lupa sin trabas”

Según la sentencia del Tribunal Constitucional, los cuatro hijos de Juliana tampoco tienen derecho a la nacionalidad dominicana debido a que el estatus migratorio de sus progenitores es irregular en el país. © Orlando Ramos. Publicada por “La lupa sin trabas”

Cuando hablan de “rescatar y adecentar” el Registro Civil, hablan de revisarlo para listar a todas las personas que desde 1929 fueron declaradas dominicanas, pero cuyos progenitores no puedan probar que su situación migratoria en el país era regular cuando declararon a sus hijos.

“Tengo 28 años y nunca he ido a Haití, ni una sola vez (…) a lo mejor porque me vieron el color negro pensaron que yo era haitiana, pero les dije que yo no soy haitiana, que mi mamá me parió aquí y que éste es mi país”, decía Juliana a otro medio local.

El despojo de la nacionalidad a miles de personas les aniquilará civilmente al eliminarles, a ellas y a sus hijas e hijos, no solo sus derechos civiles sino también su capacidad para ejercer sus derechos sociales, económicos y culturales. Carecer de documentos de identidad limita todos los ámbitos de la vida de las personas desde el cambio de un cheque o la compra de una casa; hasta su derecho al voto, a la protección social o ir a la escuela.

El Estado dominicano puede determinar soberanamente las condiciones para adquirir la nacionalidad, pero deberían hacerlo protegiendo siempre los derechos fundamentales de las personas y cumpliendo los llamados de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

¿Cuántas mujeres habrá como Juliana? ¿Cuántas hijas, nietas, bisnietas de migrantes haitianos, que luego de tener nacionalidad dominicana ahora podrían quedarse sin ninguna?

Susana Arroyo (@suarroyob) es responsable de comunicación de Oxfam en América Latina. Tica de nacimiento, vive en Lima. Quiere que cambiar el mundo nos valga la alegría, no la pena.

La pesadilla de la frontera

Por Adriana Apud adriana

Los griegos solían decir que el peor castigo para cualquier persona era el destierro. No sé si  sea correcto decir que emigrar es un ‘autodestierro’ porque  ésta es una decisión libre, llena de  ilusiones, pero el camino también va cargado de incertidumbres,  miedos y  tristeza.

Emigrar tiene un significado diferente para cada persona. Emigramos por diferentes motivos, que van desde razones económicas hasta la huida de situaciones de graves, así como el legítimo derecho  de querer descubrir otros mundos y prosperar en muchos sentidos.

Se supone que vivimos en un planeta donde migrar tendría que ser reconocido y protegido como un derecho humano, pero no es así, y migrar  para muchos significa apostar mucho, a veces lo único que se tiene, la propia vida.

Migrantes. Imagen: Observatorio Frontera Sur de México

Migrantes. Imagen: Observatorio Frontera Sur de México

Hoy en día,  es necesario reconocer el papel de las mujeres en los flujos migratorios. Las estadísticas nos dicen que el 49 % de las personas que migran son mujeres.Cuando una mujer decide migrar el camino es aún más difícil porque ser mujer y migrante tiene un doble peso y ser mujer, migrante, indocumentada y transitar por México tiene  un costo muy alto.  El principal de ellos la violencia, un elemento presente prácticamente a lo largo de todo camino.

Seis de cada diez

Una de las situaciones más indignante y dolorosa de las mujeres en ese tránsito por México, es la de los abusos sexuales que se comenten contra ellas. Se calcula que seis de cada diez mujeres sufren violencia sexual en su viaje a los Estados Unidos.

Del mismo modo,  las mujeres migrantes en tránsito se enfrentan a un contexto de discriminación e incertidumbre  que se manifiesta de diversas formas, como la detención arbitraria y extorsión por parte de algunas autoridades, así como la explotación laboral y sexual.

Cómo son las mujeres migrantes que transitan por México

La mayoría de las mujeres que transitan por México en su camino a los Estados Unidos proceden de países centroamericanos: El Salvador, Guatemala, Honduras y  Nicaragua.

La gran parte de las mujeres centroamericanas que decide salir de su país  para ir a los Estados Unidos, tienen entre 18 y 35 años y en  promedio su nivel escolar es bajo, pero alto en relación con la media de su país de origen.

Existen varios motivos por lo que deciden dejar su tierra, pero muchas coinciden con situaciones de pobreza y violencia familiar, social, cultural y económica.  Según cifras del CEPAL (Comisión Económica para América Latina), en la región una de cada tres mujeres ha sufrido algún tipo de violencia física o psicológica.

Aunado a esto,  y lo más importante, es  que las mujeres que migran son seres humanos que llevan en su maleta una  carga de sentimientos encontrados, luces y sombras y la valentía de soñar y buscar una vida mejor.

Es imprescindible visibilizar la situación que sufren las mujeres migrantes centroamericanas en su camino a Estados Unidos. A pesar de los esfuerzos que ha hecho el Gobierno de México, es urgente  reducir la situación de extrema vulnerabilidad en la que se encuentran estas mujeres y  tomar medidas  que protejan su vida y su integridad y sobre todo  que les permita ejercer sus derechos humanos fundamentales.

 

Adriana Apud Porras es periodista mexicana y ha trabajado durante varios años  en temas de  comunicación, educación para el desarrollo y migraciones  en UNICEF e Intermon Oxfam.

 

Encuentros a este lado

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

No todo son desencuentros en el empleo doméstico. Es verdad que los relatos de muchas mujeres ponen la piel de gallina a cualquiera, pero no faltan algunas historias que dibujan nuevamente la sonrisa y permiten recuperar la confianza en un futuro diferente para las trabajadoras del hogar. Son encuentros que tienen lugar ‘a este lado’, donde quien llega pidiendo trabajo es ‘la otra’ o ‘el otro’, pero donde hay personas dispuestas a aprender, acoger y acompañar.

Empleadora y empleada de hogar. Imagen del proyecto La Otra, de Natalia Iguíñiz (Perú)

Empleadora y empleada de hogar. Imagen del proyecto La Otra, de Natalia Iguíñiz (Perú)

El hecho de ser musulmana y tener a su cargo una niña no fue problema para la familia que emplea a Amina. Esta mujer marroquí lleva cinco años en España, donde llegó con su marido poco antes de divorciarse. Cuando nació su hija ingresó en un centro de acogida, y allí permaneció hasta hace poco. Amina se preocupó de aprender castellano y de formarse en cuidado de niños, primeros auxilios y cocina española. El trabajo donde está actualmente lo consiguió porque pegaba carteles por todas partes ofreciéndose como empeada de hogar. ‘Son muy buenas personas y me pagan bien. Yo también me porto muy bien con ellos y con la niña. Con el trabajo he podido continuar la vida. Llevo velo y ellos me dejan tenerlo en casa. Cuando no entiendo algo, me lo explican. Me han ayudado mucho con mi hija, me han apoyado. Me siento como en familia, me siento con ellos a la mesa‘.

También Haydee, peruana y educadora social, se ha sentido ‘muy cuidada‘ en distintos hogares donde ha trabajado a lo largo de sus diez años en España.Cuando llegué fue duro porque yo tenía mis estudios y nunca había trabajado en casas. De hecho, en nuestro país teníamos una persona en casa que nos ayudaba. Pero luego te haces al trabajo. Siempre me he sentido acogida y bien tratada en los trabajos, y eso me ha ayudado a vincularme y a permanecer en el empleo doméstico, porque me vi dignificada. Claro que cuando he visto la oportunidad de mejora la he aprovechado‘. Su propia experiencia, y el hecho de pertenecer al consejo de migraciones de su comunidad CVX, despertaron en ella el deseo de estudiar más a fondo la realidad migratoria, cursando el Máster en Migraciones Internacionales. Haydee valora el gran aprendizaje que ha realizado y sabe ver la oportunidad que se oculta bajo las dificultades presentes: ‘en el tiempo que llevo en España he aprendido el respeto por las diferentes culturas y me di cuenta de que todos tenemos muchas cosas que aportar. Por ejemplo, en este momento del país podemos aportar nuestra fortaleza frente a la crisis, porque ya la hemos vivido en nuestros países. A mí me gusta España para vivir, me he interesado por conocer la cultura española y por viajar para conocer los diferentes lugares. Ahora siento que tengo más sentido universal. Lo importante es hacer amigos, vincularte, aprender a ser tolerante y aceptar la diferencia’.

 

Marga Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid

Aida Quinatoa: lideresa por tradición

Por Laura Martínez ValeroLaura Martínez Valero

¿Qué lleva a una mujer a convertirse en la cara visible de un movimiento social? Cuando Aida Quinatoa llegó a España en el año 2000, como consecuencia de la crisis que sufrió Ecuador entre 1998 y 2002, ninguno de nosotros se tomó la molestia de conocer su historia. Era una más entre miles de inmigrantes ecuatorianos.

La crisis llamó a nuestra puerta y nos sorprendimos. Esas cosas sólo ocurrían en otros países de por ahí, de América Latina. Aún así, seguimos sin mirar a los inmigrantes. ¿Qué iban a saber ellos de lo que estaba ocurriendo aquí? Y precisamente ellos fueron las primeras víctimas de los desmanes de los bancos y cajas de ahorros españoles.

Aida fue una víctima más de la estafa de los avales cruzados. Como requisito para acceder a su hipoteca, tuvo que avalar a otros inmigrantes a los que ni siquiera conocía y a su vez otros inmigrantes la avalaron a ella. El resultado, obviamente, fue un efecto dominó. Cuando algunas personas dejaron de pagar, cayeron todas las demás. Lo que no sabían las cajas de ahorros ni los ‘banqueros ladrones’, como les llama Aida, es que esta mujer tiene pasado. Muchos inmigrantes ya han pasado por estas y otras situaciones de injusticia en sus países y no se van a callar.  Porque Aida, originaria de una familia campesina quechua, ha sido educada en un valor fundamental: ‘el valor de la solidaridad y del compartir’. “Mi abuelo me dijo: ‘Nunca te olvides de tu gente’”. Y desde niña nunca lo ha hecho.

Aida Quinatoa en la sede de CONADEE en Madrid

Aida Quinatoa en la sede de CONADEE en Madrid

Así que se puso en marcha y como presidenta de la Coordinadora Nacional De Ecuatorianos en España (CONADEE) organizó el 20 de diciembre del 2008 la primera manifestación para visibilizar su situación. Aunque invitaron a la prensa española, no asistió. No había interés. Habría que esperar hasta que comenzaran los desahucios a españoles para que los medios se fijaran también en los inmigrantes.

Y es que los españoles hemos estado dormidos. Creo que es justo que se nos reproche. “Con el 15M los españoles se dieron cuenta de que la lucha es el único camino, de que es posible cambiar el mundo”, explica Aida. En Ecuador, existe una Sociedad Civil fuerte, acostumbrada a exigir cambios en el poder. Y en muchos, muchísimos,  casos son las mujeres de las comunidades quienes tiran de los demás para organizarlos y reclamar derechos. ‘Cuando una mujer decide no hay fuerza humana que la pueda parar”, afirma Aida.

Desde 2011, Aida es portavoz en Madrid de la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH) y ahora sí cree que van a lograr grandes cambios. Ya no hay diferencia de nacionalidad. Todos, españoles e inmigrantes, acuden unidos por un problema común: las prácticas abusivas de los bancos.

Es triste que hayan tenido que esperar a que los españoles, que creíamos que los emigrantes y los que perdían sus casas eran ‘los otros’, nos hayamos caído del pedestal. Sin embargo, aún podemos lograr el cambio. “Hay que seguir adelante, pero con alegría. En España hay mucha alegría. Y esa alegría tiene que salir a flote ahora y ayudarnos a construir”.

Aida Quinatoa estará presente en el encuentro de mujeres Avanzadoras que organiza Intermón Oxfam los próximos 10, 11 y 12 de octubre en Madrid. Allí, podrá compartir experiencias con otras mujeres que avanzan y hacen avanzar a sus comunidades en la construcción de una sociedad más justa.

Laura Martínez Valero es estudiante de Periodismo y Comunicación Audiovisual. Colaboradora del equipo de comunicación de Intermón Oxfam.

El triple exilio

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

Cirelda, cubana, amaba su país, pero las circunstancias que vivía su hija en España la impulsaron a partir y a quedarse: la vida no es siempre lo que uno planifica; ahora me siento exiliada‘.

Muchas mujeres migrantes experimentan el exilio en múltiples registros. Primero se sienten arrancadas de su tierra de origen, de sus costumbres, de sus vínculos y de su cultura. Después, al tratar de arraigarse de nuevo en el país de llegada, las condiciones laborales que encuentran en el empleo doméstico como internas van construyendo una prisión simbólica de la que resulta muy difícil salir.

http://www.filmaffinity.com/es/film154271.html

Imagen de la película ‘Las chicas de la sexta planta’, sobre empleadas de hogar españolas en Francia en los años 60.

En este nuevo exilio, las mujeres no disponen de un lugar propio que garantice su privacidad. María llegó a España en el 2009, procedente de Argentina, donde trabajaba como administrativa. Al igual que tantas otras, pretendía hacer realidad el sueño de su madre, aunque para ello tuviera que renunciar al suyo propio: ‘vine porque mi madre soñaba que un hijo suyo estuviera en Europa, y además no quería que ella trabajara más‘. Para María, la ausencia de un lugar en el mundo se resume en algo tan concreto como las prácticas de sus empleadores: ‘a veces te faltan al respeto. Te vas de vacaciones con ellos, y si llega algún amigo te quitan la habitación‘.  Entonces tiene que conformarse con un rincón en la sala de estar, donde se la vea lo menos posible.

A pesar de compartir el techo con la familia empleadora, los roles están perfectamente definidos y no queda espacio para la confianza. Ser tratadas ‘como objetos, como esclavas‘, y sufrir la humillación de obedecer las veinticuatro horas del día representan experiencias habituales: ‘un día, cuando me iba a sentar a la mesa con ellos, la madre me dijo que cada uno tenía su lugar para comer‘.

Un lugar para comer y un lugar para dormir, aunque ciertamente la jornada de quienes trabajan como internas deja escaso margen para la vida personal. La ley marca jornadas de diez horas, pero los datos muestran una realidad muy distinta que vulnera gravemente el derecho al descanso. La mayoría de las internas trabajan al menos doce horas diarias; se levantan antes que los demás para atender a cada uno, y no se pueden retirar hasta que todos han cenado y la cocina queda arreglada. Es frecuente, además, que por las noches tengan que asistir a los niños si lloran y que les exijan estar a disposición de cualquier necesidad e incluso capricho. Así lo relata Carmen, nicaragüense de 52 años, ingeniera agrónoma, que llegó a España para saldar la deuda de un negocio que quebró: ‘trabajaba para una mujer impredecible. A veces salía de viaje temprano y yo me tenía que levantar a las seis de la mañana para atenderla. La mayoría de las veces no me acostaba hasta la una de la madrugada, hasta que la señora regresara, cenara y yo recogiera todo. No tenía cuarto propio, ni privacidad. Nunca me hizo el contrato ni me dio de alta en la seguridad social, así que me fui‘.

Carmen se marchó de aquella casa, pero el exilio continuará mientras las condiciones de trabajo no garanticen la posibilidad de construir una vida digna.

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Un cátalogo del maltrato en el trabajo

Por Margarita Saldaña  MargaritaSaldaña

Los relatos que las empleadas domésticas hacen de sus propias experiencias laborales son con frecuencia espeluznantes y darían de sí para escribir un “catálogo del maltrato”. Racismo, clasismo, infravaloración, acusaciones infundadas, abuso de confianza,  retribución injusta y hasta negación de comida son sólo algunos tipos de violencia que, a diario y en silencio, soportan muchas mujeres en España. Capítulo aparte merece la violencia sexual, por el sufrimiento de las víctimas y la complicidad que suele acompañar los hechos.

Instalación de Axel Friedrich. Foto @bdelabanda

Instalación artística de Axel Friedrich en Jávea. Foto @bdelabanda

Estudiaba lingüística, pero tuve que dejar mi carrera a medias porque la situación económica familiar no me permitía seguir estudiando‘. Así comienza a contar Verónica su propio itinerario como mujer migrante, que la llevó a salir de Bolivia pensando que en España todo sería diferente pero ha tenido que sufrir episodios degradantes que nunca había imaginado.

‘Cuando la señora se enteró de que mi pareja es senegalés, se lo contó a su marido y escuché que le decía: “sólo la quiere para la cama”.  Son racistas, me hablan como si yo fuera tonta y hacen comentarios despectivos delante de mí, como “en esos países de Latinoamérica hay muchas enfermedades” o “que se vayan a su país o que no hubieran venido”‘. Igual que el trato racista, a Verónica le duele la desconfianza y le resulta denigrante que le nieguen algo tan básico como la comida: ‘no puedo comer entre horas aunque lleve mi propia comida, porque creen que estoy comiendo lo de ellos. A veces me dan el pan duro, o la comida pasada, o me preparan aparte el segundo plato para no darme mucha carne’.

La vivencia cotidiana de situaciones como éstas provoca daños profundos en la autoestima de las mujeres y conduce a experimentar el trabajo como una carga pesadísima: ‘no me gusta mi trabajo porque me siento infravalorada. Te pagan menos porque para ellos no vales’. Tanto Verónica como sus empleadores saben que la condición de las mujeres indocumentadas supone una privación de derechos y obliga a soportar situaciones de otra forma inadmisibles: «me dijo la señora que las españolas exigen mucho y en cambio las extranjeras no, y es verdad, porque nosotras nos tenemos que aguantar lo que nos digan».

Podríamos sospechar que Verónica exagera, si no fuese porque los testimonios de muchas otras mujeres apuntan en la misma dirección.  ‘Un día me dijeron: “hay que reducir el sueldo porque no le podemos quitar la comida a los perros”’. Esto se lo dijo a Cirelda su empleadora, y cumplió su palabra. ‘La señora tiene demencia senil y le decía a su hijo que yo le robaba. Entonces el hijo entró un día furioso en mi habitación y registró todas mis cosas. Me sentí muy humillada, pero no podía hacer nada más que aguantar’. Esto se lo hicieron a Cristina, sin el menor temor a que ningún juez vaya a sancionar lo que bien podría ser visto como una variante del allanamiento de morada.

La suma de dichos y hechos lleva a concluir que, lamentablemente, los malos tratos en el empleo doméstico no constituyen una rara excepción, aunque la invisibilidad encubra a los agresores y deje desprotegidas a las mujeres que a diario los sufren.

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos, de Madrid.

Siria: ‘nunca pensé que esto podría pasarnos’

Por Claire Seaward Claire Seaward

Recientemente he conocido a Reema*, una joven siria de 19 años de edad, en un campo de refugiados de Líbano. En Siria, Reema tenía toda la vida por delante. Acababa de terminar la escuela secundaria y estaba a punto de entrar en la universidad. Estaba ansiosa por trabajar y forjarse un futuro.

Pero en ese momento su casa fue bombardeada y ella, sus padres y hermanas tuvieron que huir. Ahora espera sentada en un campo sin posibilidad de acceder a la educación superior, sin perspectivas de independizarse, y –tal como refleja su mirada- sin esperanza para un futuro mejor.

Lamentablemente, la historia de Reema es solo una de muchas en Siria. En los últimos cuatro meses, he conocido a muchas mujeres refugiadas en el Líbano y Jordania. Me siento honrada de escuchar sus historias. En una crisis como ésta, las opiniones y preocupaciones de la gente común a menudo son difíciles de encontrar. Las voces de las mujeres son especialmente raras.

Muchas mujeres sirias están luchando para hacer frente a esta nueva realidad. Como tú o como yo, tenían casas, trabajo, agua, electricidad, educación y salud. Algunas son profesoras universitarias, arquitectas, y sus maridos son diseñadores de jardines, albañiles y empresarios. Hasta que, un día, todo desapareció.

A muchas madres que he conocido lo que más les preocupa son sus hijos. Muchas huyeron de Siria porque temían por sus vidas. Están preocupadas porque sus hijos e hijas no pueden ir a la escuela, porque el agua que beben les provoca enfermedades, o porque no serán capaces de darles la comida que necesitan. Las mujeres embarazadas están preocupadas por dar a luz y criar a sus bebés en un campo polvoriento y sucio.

Samira se ha visto obligada a vivir en un campo de refugiados de Líbano. © Luca Sola/Oxfam.

Samira se ha visto obligada a vivir en un campo de refugiados de Líbano. © Luca Sola/Oxfam.

Escuchar estas historias hace que sea consciente de la suerte que tengo de haber crecido en un país estable y próspero como Australia. Cuando estoy enferma, voy a ver a mi médico de cabecera. Cuando abro un grifo, tengo agua potable. ¿Qué haría yo si mañana me convirtiera en una refugiada? Sinceramente, no lo sé. Y suelo pensar que eso no me pasará nunca.  Aunque estas mujeres sirias pensaban lo mismo que yo. De hecho, una de las frases que más he escuchado entre las personas refugiadas de Siria es: «Nunca pensé que esto nos iba a pasar a nosotros.»

Desde que comenzó el conflicto hace tres años, 1,8 millones de personas han tenido que abandonar Siria para encontrar seguridad en los países vecinos, a veces con nada más que la ropa que llevaban puesta. Otros 4,25 millones de personas están todavía dentro de Siria, pero han tenido que huir de sus hogares para tratar de encontrar un lugar seguro para vivir.

Oxfam (donde yo trabajo), y muchas otras organizaciones, son capaces de ayudar con los problemas inmediatos que enfrentan las personas refugiadas. Por ejemplo, en Oxfam estamos trabajando con organizaciones locales para proporcionar dinero en efectivo y cupones para que las familias puedan comprar alimentos y tener un techo sobre sus cabezas, aunque ese techo sea un sótano, que forma parte de un edificio abandonado, o láminas de plástico para hacer una tienda de campaña.

Pero la ayuda que dan los gobiernos y las personas individuales es lo que realmente marca la diferencia, es lo que está salvando vidas.

La ONU acaba de pedir a Estados Unidos 5 millones de dólares para proporcionar a las personas afectadas por la crisis de Siria durante el 2013. Se trata de una enorme cantidad de dinero, pero es lo que se necesita para proporcionar la ayuda esencial, como alimentos, agua, refugio y atención médica a millones de personas afectadas.

Lo que Oxfam y otros organismos de ayuda no podemos hacer es que Siria vuelva a ser lo suficientemente segura para que su población pueda volver. Los gobiernos y los grupos de la oposición dentro de Siria tienen que lograrlo y les instamos enérgicamente a encontrar una solución pacífica a la crisis lo antes posible.

Las mujeres con las que he hablado quieren desesperadamente volver a casa. Ellas aman Siria. Pero hasta que no sea seguro volver, se sientan en el limbo, en países como Líbano y Jordania, sin saber cuál será su destino.

Para ayudar a las mujeres como Reema a volver a su hogar, puedes hacer un donativo para la emergencia de Siria.

 

 

* Reema no es su verdadero nombre. Hemos tenido que cambiarlo por motivos de seguridad.

Claire Seaward es responsable de campañas de Oxfam. Durante los últimos 9 años ha trabajado en Gran Bretaña,  África y  Asia. Defiende los derechos de los refugiados sirios en el Líbano y Jordania desde febrero de 2013.

El reto de salir del rebaño

Por Margarita Saldaña MargaritaSaldaña

La verdadera autora de estas líneas necesita proteger su identidad porque todavía se siente, según sus propias palabras, una ‘oveja negra’. Creo que a ella le gustará que le llamemos simplemente Y, ya que su vida lucha por ser una gran conjunción entre dos mundos, dos culturas, dos identidades. Les presento a Y en dos párrafos y me enseguida.

En el programa de menores de Pueblos Unidos  acompañamos el crecimiento de niñas y niños, desde los seis años hasta que terminan el ciclo escolar. La mayoría de los menores que participan en nuestro proyecto educativo pertenecen a familias de origen migrante. Todos ellos, pero de forma muy particular las niñas y jóvenes, se encuentran con el desafío nada fácil de construir su propia identidad integrando elementos muy diversos y, con frecuencia, muy dispares.

Nuestra amiga Y es una de esta chicas que conocemos. Y no es una más… Llegó a España desde un país del Magreb, siendo todavía una niña. Ahora roza ya los veinte y ha descubierto algunas claves para convertirse en la mujer que quiere ser. Su relato, cargado de candidez y de valor,  empieza así…

Archivo de 20 Minutos

Archivo de 20 Minutos

Mi vida tiene un antes y un después. Yo era una oveja más en el rebaño. Nunca me planteaba nada ni pensaba en nada. Por muy triste que parezca, simplemente seguía a mi rebaño con los ojos cerrados. Un día nos mudamos a una granja que estaba en otro país. Lo único que había oído sobre mi nuevo hogar era que sus ovejas no se parecían a las nuestras y que tenía que tener cuidado con lo que me decían y no hacerles mucho caso. Como era propio de mí, obedecí a mi rebaño y traté de evitar a las ovejas nuevas.

Con el tiempo fui conociendo a otros rebaños: sus ideas, sus gustos, su forma de vida. Y sucedió algo que no me esperaba: me gustaron, me cayeron bien. Entonces, gracias a este mundo que ahora era el mío, empecé a hacerme preguntas que nunca me había hecho antes, comencé a dudar de la bondad y corrección de las ideas de mi rebaño y a sentirme cada vez más identificada con las ovejas a las que mi familia consideraba ‘negras’.

 ¿Podía complicarse más la situación? Sí, desde luego que sí. Un día, sin previo aviso, apareció un cordero en mi vida. Le conté mi situación pensando que lo más seguro era que se echase a correr. No lo hizo. Se quedó a mi lado sabiendo lo que ello conllevaba: sacrificio y mucha paciencia. Cuanto más tiempo pasaba, más cansados estábamos de los secretos, las mentiras y el miedo. Teníamos demasiadas cosas en la cabeza y sólo estábamos seguros de una: juntos seríamos muy felices.

Ahora mismo sé que mis estudios universitarios son mi pasaporte a la independencia, a la libertad y a una felicidad que, tristemente, no será nunca completa. Independientemente de que mi rebaño y yo tengamos una visión del mundo muy distinta, son mi familia y sé que me quieren. Sin embargo, su orgullo y su ‘honra’ harán que me pierdan.

 

Margarita Saldaña trabaja en el Centro Pueblos Unidos.