Archivo de la categoría ‘Migraciones’

Una cárcel sin casilla de salida

Por Ana Gómez Pérez-Nievas

Tiene lágrimas secas pegadas en la cara y otras que sigue derramando, tratando de limpiar con un pañuelo empapado. A veces mira al infinito, otras toquetea intranquila un móvil que lleva unos cascos enganchados. ‘Me lo han dejado para escuchar música, a ver si me calmo‘, indica. Está nerviosa, eso es seguro. ‘He adelgazado, yo antes era gorda‘, declara. Y es verdad que su cuerpo, ahora menudo, parece haber albergado algo más grande.

Ellas no pasan por la valla, no cruzan la frontera por puestos habilitados, ni en ferry. Llegan en pequeñas embarcaciones o escondidas en vehículos que atraviesan la frontera. Son las víctimas de redes de trata, y no son las únicas mujeres que sufren las peores consecuencias de la migración y el asilo.

Mariam, de 27 años y nacionalidad argelina. Imagen de Amnistía Internacional.

Mariam, de 27 años y nacionalidad argelina. Imagen de Amnistía Internacional.

Del total de personas que solicitaron protección internacional en España en 2015, solo un 2,5% eran mujeres procedentes de África Subsahariana, cuando la mayoría de las organizaciones coinciden en señalar esta región como una de las principales rutas del tráfico de personas. Lo cierto es que apenas se están concediendo solicitudes de asilo a posibles víctimas de trata, y éstas no están siendo adecuadamente identificadas.

Así lo hemos visto en una nueva visita a Ceuta y Melilla de Amnistía Internacional para conocer la situación de las personas más vulnerables en los CETI (Centros de Estancia Temporal para Inmigrantes). El propio director del CETI de Ceuta se lamentaba así: ‘El 99% de las mujeres procedentes de África Subsahariana que llega aquí son víctimas de trata’.

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Angélica Bello y otras historias sin final

Por Carmen Suárez

‘Volvimos a retomar fuerzas y nos replanteamos continuar con su legado que, en memoria de ella,  no se puede perder’

El 16 de febrero de 2013 murió Angélica Bello. Tenía 45 años, era una significada activista por los derechos de la mujer y, según la versión oficial, se suicidó disparándose un tiro en la boca con la pistola de uno de sus guardaespaldas.

Esa versión oficial estaba muy lejos de lo que podían admitir sus compañeras de lucha. La única verdad incontestable, más de tres años después, es que su muerte puso fin a una vida  dedicada a  la lucha por la  defensa de los derechos de las mujeres.

La vida de Angélica Bello terminó. Su historia y su causa siguen vivas. Imagen de Corporación Mujer Sigue Mis Pasos.

La vida de Angélica Bello terminó. Su historia y su causa siguen vivas. Imagen de Corporación Mujer Sigue Mis Pasos.

Pero esa muerte no es el final de la historia. Contrariamente a lo que cabría pensar, la trágica muerte de Angélica dio un empuje mayor a la causa por la que combatía desde 1996. Angélica se vio inmersa  en esta lucha cuando, en 1996, tuvo que huir junto con sus hijos de su tierra natal, Saravena (Arauca),  víctima de amenazas por su vinculación con el partido Unión Patriótica. Eso le llevó a vivir en primera persona la experiencia de desplazada y a convertirse en líder por la defensa de los derechos de las personas que habían tenido que huir y más específicamente, de las mujeres que lo padecían.

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Refugiadas: un grito contra la pasividad

Por Barbijaputa

Somos una ciudadanía cada vez más anestesiada. Las imágenes que nos llegan desde cualquier punto del mundo, por más terribles que sean, cada vez nos conmueven menos. A lo mejor alguna foto consigue que apartemos la mirada un instante -como hacemos en el cine cuando representan una escena especialmente desagradable- para volver a mirar a la pantalla instantes después, esperando el siguiente hilo argumental y olvidando ya lo visto.

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‘Mujeres cuyo camino hacia el sitio más cercano con agua potable es un recorrido torturador y eterno, en el cual se juegan la vida’. Imagen de TrasTando.

En este mismo mundo donde tú y yo disponemos de un cuarto de baño al fondo a la derecha; en este mismo mundo donde sólo girando una pequeña manivela conseguimos un chorro de agua; en este mismo mundo, pero unos kilómetros más allá, hay personas como tú y como yo… mujeres, cuyo camino hacia el sitio más cercano con agua potable es un recorrido torturador y eterno, en el cual se juegan la vida. Donde en el trayecto hacia el bosque, que hace las veces de su particular cuarto de baño, pueden arrebatarle la dignidad y la inocencia. Son personas, como tú y como yo… mujeres que han huido con lo puesto de sus tierras para evitar la muerte, porque sus tierras han sido ocupadas por guerras que ellas no han decidido. Porque todos los refugiados están en situación de vulnerabilidad, pero si además son mujeres, el riesgo es doble: pueden matarlas, pero también pueden violarlas.

Una de cada cinco niñas y mujeres refugiadas es víctima de violencia sexual. Muchas de ellas se ven forzadas a tener sexo transaccional. Abusadas para poder conseguir un pasaporte, un sitio en el bote que las cruzará hasta la siguiente orilla. Esto ha pasado y está pasando en este mismo mundo donde tú y yo escribimos y leemos sobre ellas. En este mismo mundo donde apartamos la mirada un segundo, para volver a mirar al instante, esperando el siguiente hilo argumental, porque parece que, como en las películas, hagamos lo que hagamos nada cambiará la trama que contemplamos.

Pero aquí tenemos una opción, aunque pretendan volvernos completamente inmunes a base de la técnica de la gota malaya, con este chorreo lento pero incesante de testimonios, imágenes y hechos abominables que la clase política comenta -cuando comenta- encogiéndose de hombros. Tenemos otra opción, y no es otra que la de tomar partido para intentar guionizar nosotras mismas el hilo argumental que viene a continuación. Empecemos por luchar contra la pasividad que nos inoculan, contra la normalización del horror que está pasando hoy y ahora, en este mismo mundo pero unos kilómetros más allá.

El feminismo, el activismo y la presión social son herramientas que tenemos en nuestras manos para luchar por todas esas personas. Luchar por ellas es luchar por nosotras mismas.

Hoy se celebra en Nueva York la Cumbre Mundial de la ONU sobre Refugio y Migración. Una oportunidad para exigir que los líderes mundiales se comprometan con la vida de las personas que han tenido que huir de los conflictos, la pobreza o las consecuencias del cambio climático. Muchas de ellas son mujeres.

 Barbijaputa colabora con Más de la Mitad para defender los derechos de las mujeres refugiadas y migrantes.

Por el recuerdo de una niña refugiada

Por Winnie Byanyima

Lloraba a mares cuando llegué al Reino Unido como refugiada.

Recuerdo cómo me miraba el policía del puesto de control de inmigración. A mí, una niña africana, pequeña, perdida y desconsolada. Me había pillado con un billete falso de 100 dólares. ‘No sabía que era falso’, traté de explicar. En Uganda, bajo la dictadura de Idi Amin, no teníamos más remedio que cambiar dinero en el mercado negro. Pensé que mi suerte se había acabado y que iba a ir a la cárcel.

Jeanne Berat

Jeanne Berat, de República Centroafricana, tuvo que huir al sur de Chad para salvar su vida y la de sus hijos. Imagen de Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

El viaje había sido peligroso. Mi madre y yo tuvimos que marcharnos de repente. Huimos a Kenia de noche. Teníamos miedo porque muchas personas que también habían huido habían muerto, pero estábamos desesperadas. La gente nos ayudó durante nuestro viaje hasta llegar a un país que acogía refugiados: el Reino Unido. .

Pero mi suerte no se había acabado. El policía me dijo unas palabras que nunca olvidaré: ‘Te perdono porque sé que vienes de una situación muy difícil’. ¡Estaba a salvo! Pronto tendría la suerte de recibir una buena educación gracias a una beca para refugiados.

Ese policía, ese día, ese país, cambiaron mi vida. Me trajeron finalmente hacia Oxfam, donde puedo contribuir a la lucha por la justicia social que siempre me ha impulsado.

Mi experiencia no es comparable a las que he escuchado de otras personas que también se han visto obligadas a abandonar sus hogares en todo el mundo. Pero me ayuda a comprender por qué necesitamos encontrar con urgencia las formas más justas y efectivas de apoyar a estos millones de personas vulnerables y traumatizadas.

El mundo se enfrenta a la crisis de desplazamiento más grave de la que existen registros. Más de 65 millones de personas han tenido que dejar sus casas por el conflicto, la violencia o la persecución. Dentro de tres días se celebrará la primera Cumbre de Naciones Unidas por los refugiados y migrantes en Nueva York. No podría haber llegado en un momento más oportuno.

Estoy orgullosa, como persona que una vez fue refugiada, de asistir a este evento. Es una oportunidad para que el mundo se una y acuerde un enfoque común. Al final, por supuesto, la gente que ha tenido que huir es un síntoma de causas de origen como la guerra, la violencia, la persecución, el cambio climático y la pobreza. El mundo tiene que hacer más para resolver estos problemas.

Y necesitamos una respuesta ambiciosa para apoyar a las personas que buscan refugio y asegurarnos de que pueden vivir con paz y seguridad. No es problema ajeno, es nuestro.

Si todos podemos imaginar por un minuto ‘¿Qué pasaría si fuera yo?’, podemos empezar a entender que la suerte y la resiliencia nunca pueden ser suficientes. Necesitamos humanidad, no sólo de las personas corrientes, sino también de nuestros gobiernos, que tienen la obligación de protegernos con buenas leyes.

Todas las personas que se han visto obligadas a huir de los conflictos, la violencia, los desastres o la pobreza o en busca de una vida mejor tienen derecho a ser tratadas con dignidad y respeto. Los refugiados también deben tener acceso a oportunidades para trabajar y estudiar y para cualquier otra cosa que permita a las personas llevar una vida digna y productiva.  ¿De qué otra forma podrían, si no, hacer su contribución al país que les ha acogido?

Generaciones enteras de niños y niñas refugiados se están viendo privadas de una educación, lo que disminuye sus opciones de conseguir empleo, obtener ingresos y pagar impuestos. Los Gobiernos deben garantizar que tanto las niñas como los niños tengan un acceso igualitario a la educación.

Sin embargo, las expectativas de estas cumbres son desalentadoras incluso antes de que hayan comenzado

Me indigna la obstinada negativa de los Gobiernos ricos a acoger más refugiados. Y, por otro lado, no se puede acusar a muchos países en desarrollo de dar la espalda a los millones de personas que ponen en riesgo sus vidas y las de sus hijos al huir en busca de protección.

¿Tan poco valor dan los líderes de los países ricos a las vidas de esos desafortunados niños y niñas que buscan desesperadamente un hogar seguro?

Cerca del 86% de los refugiados y solicitantes de asilo vive desplazado en países de renta media o baja; países cuya ciudadanía ya se ha acostumbrado a compartir sus aulas y hospitales con estas personas. Uno de cada cinco habitantes del Líbano es refugiado sirio. Y la cuarta ‘ciudad’ más grande de Jordania es un campo de refugiados.

Muchos países africanos conocen desde hace tiempo su responsabilidad de proteger a las personas obligadas a huir (a una escala masiva). Y esta responsabilidad prevalece. Un reciente análisis de Oxfam muestra que los países de la Unión Africana acogen a más de una cuarta parte de los 24,5 millones de refugiados y solicitantes de asilo del mundo a pesar de representar tan solo un 2,9% de la economía mundial.

Mi propio país, Uganda, acoge a más de medio millón de refugiados y solicitantes de asilo. Allí, los refugiados tienen garantizado su derecho –como deberían tenerlo en cualquier país– a trabajar, a abrir negocios, a asistir a la escuela, a desplazarse libremente y a tener propiedades. También se les proporciona tierras para el cultivo.

El número de personas desplazadas internas, obligadas a huir dentro de las fronteras de su propio país, es aún mayor. Y resulta escandaloso que se ignore a estas personas en las cumbres. El África subsahariana acoge a casi un 30% de las personas desplazadas internas debido a los conflictos y la violencia, por ejemplo, en Nigeria, donde un violento conflicto que dura ya siete años y que también afecta a Níger, Chad y Camerún ha provocado una crisis humanitaria regional.

Así que debemos rebajar nuestras expectativas: dada la situación actual, no podemos esperar compromisos por parte de los Gobiernos ricos de acoger y dar apoyo a más refugiados. Tampoco podemos esperar que se ofrezca a la población refugiada un mejor acceso al trabajo y los estudios.

Pero aún queda tiempo para que los Gobiernos rectifiquen. Siempre lo hay.

Por ahora, corremos el riesgo de que estas cumbres no sean más que un tímido primer paso para ayudar a los millones de personas que se han visto obligadas a huir. Por el contrario, deberían constituir un punto de inflexión en esta crisis.

Los Gobiernos, y las personas que los conforman, deben recordar su humanidad, la misma que yo encontré cuando me acogieron no hace tanto tiempo.

Winnie Byanyima es Directora Ejecutiva de Oxfam Internacional.

En el Día de África: un futuro para María

Por Julia-Serramitjana
desde Bangui

María es centroafricana y tiene poco más de un mes. Su vida ha empezado en el campo de desplazados de Capucien, a las afueras de Bangui, la capital de República Centroafricana. Sin casa, ni hospital, ni agua corriente ni luz.
Su madre, Keemzith, recuerda perfectamente el día en que llegó a este lugar: era el 5 de diciembre de 2013. Fue el mismo día en el que tuvo que abandonar su barrio a causa de la violencia, en una de las terribles crisis que han sacudido las vidas de la gente en Centroáfrica en los últimos años. Y aquí siguen desde entonces, en un descampado al lado de una iglesia donde también se concentra un centenar de personas más. Aguantando como pueden.

María, en brazos de su madre en el campo de refugiados de Capucien, en República Centroafricana. Imagen de Júlia Serramitjana/Oxfam Intermón.

María, en brazos de su madre en el campo de desplazados de Capucien, en República Centroafricana. Imagen de Júlia Serramitjana/Oxfam Intermón.

La situación es mucho más tranquila, pero no han podido recuperar sus vidas. ‘Aquí no tenemos nada, vinimos corriendo cuando atacaron nuestras casas‘, recuerda Keemzith. Sostiene a su hija con delicadeza y con actitud tranquila y serena, a pesar de todo. A ella la puede alimentar con leche, pero no a sus otros 3 hijos. ‘No hay nada que comer aquí‘, explica. Si las cosas no cambian, cuando María crezca tampoco tendrá qué llevarse a la boca.

Hoy, 25 de mayo se celebra el Día de África, una jornada conmemorativa que tiene como objetivo celebrar los logros del continente y reflexionar sobre sus problemas. En República Centroafricana no parece que haya mucho que celebrar, la verdad.
Casos como el de María son descorazonadores en un lugar del mundo en el que se concentra gran parte de la población joven. Los hombres y mujeres que vendrían a representar el futuro de nuestro planeta. Y es que el 40% de la población de la República Centroafricana tiene menos de 14 años pero la esperanza de vida no llega a los 50 años.

¿Qué futuro cabe esperar? Quizá, con ayuda de todos, el país pueda superar la situación de crisis, y la familia de María pueda rehacer su vida. Y  conseguir que estos primeros días en un campo de desplazados sean sólo un recuerdo borroso, o se olviden completamente. Porque María merece un futuro.

Júlia Serramitjana es periodista y trabaja en Oxfam Intermón. Actualmente destacada a República Centroafricana.

De la huida a la reconstrucción personal: la historia auténtica de una refugiada

Por Maribel Maseda

La situación mundial está siendo tan compleja y difícil que a duras penas se puede decidir en cual de los conflictos  fijar la mirada. La guerra de Siria ha tomado mayor protagonismo cuando sus efectos han puesto en peligro o en evidencia  posiciones y acuerdos  entre algunos países  que no pensaban tener que revisar tan pronto y que quizá por razones de ego no habían contemplado el factor de lo imprevisible, aún cuando la fragilidad de las relaciones entre ellos siempre había sido por todos conocida.

Aní huyó de la guerra y se ha convertido en una profesional valiosa en nuestra sociedad. Imagen: Maribel Maseda.

Aní huyó de la guerra y se ha convertido en una profesional valiosa en nuestra sociedad. Imagen: Maribel Maseda.

 

Hablo con Aní, refugiada armenia que llegó a España hace años huyendo de la guerra de Nagorno Karabaj,lo más difícil para mí ha sido dejar esa noche mi casa sabiendo que no volvería a verla nunca más; de un día para otro, es como arrancar del corazón todo lo que has vivido desde que naciste’.

Quiere mantenerse en el anonimato. No quiere ser estigmatizada por su historia, y aunque dice haber recibido muchas ayudas altruistas de parte de los españoles, en su ruta hacia un ‘refugio’ seguro, también ha vivido rechazos y desconfianzas hacia su persona. La recurrencia de las guerras pone al descubierto la capacidad del mundo de  negociar la vida. Pero el mundo se escapa de las manos del  ciudadano, que solo puede esperar que sus dirigentes posean esa capacidad. Pero además, le hace tomar conciencia de que lo lejano no siempre es sinónimo de ajeno. Y ha pasado de preguntarse ‘¿por qué ha ocurrido y qué más va a ocurrir?‘ para temer un ‘¿podría ocurrirnos a nosotros?’.

La realidad va mucho más allá de lo que uno pueda imaginarse leyendo, escuchando o viendo las noticas relacionadas. Aní tuvo suerte de lograr finalizar sus estudios durante su ruta de huida ‘yo no pedía trabajar en mi profesión; pedía que me dieran la oportunidad de buscar cualquier trabajo, tenía una bebé de meses y tenía que alimentarla’.

Una vez que la persona refugiada deja su vida, debe esperar el momento que le den para enfrentarse a las nuevas circunstancias que va a vivir a partir de ese momento: el idioma, las costumbres, los requisitos burocráticos y legales, el hogar, su familia, la salud deteriorada durante tanta incertidumbre y adversidades… pero antes de llegar a esto, debe salir del lugar intermedio en el que está hoy.  Porque hoy los refugiados sirios están esperando en medio de todo y de nada a tener esa oportunidad.

 ‘Cada uno llegaba al aeropuerto como podía; los Cascos Azules intentaban organizarlo de manera que se facilitara la salida; allí había mucha gente a la que habían echado de sus casas con lo puesto, en pijama, chanclas, esperando que les llevaran en algún vuelo. Si nos quedábamos, podían matarnos en cualquier momento’.

Aní recuerda que en alguno de los países por los que pasó, la existencia de centros de acogida y refugio ofrecía ciertas garantías básicas de supervivencia, sin embargo, en otros en los que no existían, uno tenía que contar con su espíritu de lucha y fortaleza para vencer las inclemencias de cada día.

Y es que la realidad del refugiado incluye la certeza de que durante mucho tiempo ya no podrá gozar de autonomía, ni de la libre elección del minuto siguiente; va a necesitar de la disposición de otros  a ayudarles para sobrevivir.

Hoy Aní está perfectamente adaptada a España y espera que le aprueben la petición de la nacionalidad. Sabe que su integración requiere de la renuncia a la tristeza por la pérdida y no habla de ella. Tiene la posibilidad de mirar al futuro y gracias a esa oportunidad que le dieron algunos, en una de esas vueltas de la vida, otros pudieron tener una mejor calidad en la suya gracias a su intervención.

Dar refugio no es solo dejar estar. La magnitud del sufrimiento de los refugiados sirios puede contarse sin mencionar  los  factores que enredan la comprensión del problema; sin utilizar versiones de uno u otro país; sin recurrir a tratados, pactos, estados o  gobiernos. Sin terminologías que especializan una situación que debería ser un asunto global y que devuelve el control de los derechos humanos a esferas que le quedan muy lejanas al ciudadano.

Pero para que un refugiado pueda contar que en su camino encontró ayuda en personas desconocidas, hay que conocer su existencia. Atreverse a intentarlo aún cuando uno crea que al no  entender de política o no creer en ella o no saber qué versión dar como válida no podrá implicarse en la ayuda humanitaria y solidaria tan fundamental en toda catástrofe y que es la que en verdad define la evolución humana. Aún cuando sepa que la solución real necesitaría de actitudes que hoy identificaría de pura demagogia porque él mismo ha perdido la confianza.

El drama de los refugiados sirios ocupa ahora los primeros espacios en las agendas políticas aunque lamentablemente no parece que sea debido a motivos prioritariamente humanitarios. El ciudadano de a pie se pregunta cómo se ha podido llegar a una situación semejante de desorganización y desconexión internacional. En ella, el  sálvese quien pueda parece quedar escrito en tinta invisible tras los compromisos, que como es habitual, le llegan en medio de sus propios intentos de discernir qué parte de lo que le cuentan es real y objetiva, cual necesaria para los intereses  que ya sabe que de seguro existen  y cual para la solución real y humanitaria. Cuando intenta comprender el conflicto se topa con unos embrollados antecedentes de los que debe partir, en los que participa una multitud internacional donde nada es lo que parece y donde las confianzas son tan frágiles como condicionadas.

Mientras tanto, miles de mujeres, hombres, niños y niñas que poseen sus ilusiones para la vida, sus proyectos para llevarla a cabo, sus aportaciones que ofrecer a la sociedad si esta les da la oportunidad, han perdido incluso sus propios nombres y han pasado a llamarse todos igual: refugiados. Y en este enorme grupo, ya de nada vale la propia identidad ni todo aquello que pensaban harían en la vida.

A partir de ahora, la vida se les concede.Y  así, se tejen soluciones en base a deudas invisibles para muchos pero sólidamente grabadas que reforzarán las consecuencias de la  pérdida del arraigo, la de la identidad y con ella, la de sus derechos como seres humanos.

Debemos atrevernos a mirar más allá de la complejidad creada. De otro modo, miles, millones de personas, quedarán ocultas tras ella.

El desconocimiento de la realidad de este tipo de conflictos permite que se mantenga y se repita la impunidad con la que se generan.

Maribel Maseda es Diplomada Universitaria en Enfermería, especialista en psiquiatría y experta en técnicas de autoconocimiento. Autora de obras como Háblame, El tablero iniciático, y La zona segura.

En el Día del Migrante: el viaje de Medina

Por Laura Hurtadolaura

Medina tiene la mirada perdida. El bebé de 6 meses que tiene en el regazo le reclama atención y sus hijas de 5 y 10 años revolotean a su alrededor, gritando y peleándose. Sin embargo, ella apenas reacciona, se nota que ya no tiene energía para nada. Hace varias horas que camina, tras pasar la noche sin dormir bajo las estrellas, a varios grados bajo cero. Ahora por fin se ha podido sentar y solo ansía que arranque el bus que les ayudará a cruzar Serbia, una etapa más del viaje que emprendió con destino a la próspera Europa.

Medina viaja con sus cuatro hijos hacia Europa (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Medina es una de las muchas mujeres que hacen la ruta de los Balcanes con sus hijos con rumbo a la próspera Europa (c) Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Ya no recuerdo cuándo salimos de casa. Creo que hace tres semanas que estamos viajando. Ha sido muy duro, especialmente para los niños‘, me cuenta esta mujer que huyó de la guerra en Afganistán con sus cuatro hijos. La acompañan otro matrimonio y su hijo pequeño. Va con la misma ropa que el día que dejó su casa. ‘Me hubiera gustado coger más cosas, como guantes o gorros para no pasar frío, pero no podía cargar con todo’, se lamenta. Excepto el pañuelo con el que se cubre la cabeza, ya no lleva nada de su vida anterior porque ha tenido que ir desprendiéndose de todo.

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Un día señalado para rendir homenaje a la vida

Por María Sánchez-Contador             Maria Sanchez-Contador

Hoy se celebra el Día Mundial de la Ayuda Humanitaria. Un día como hoy, 19 de agosto, de 2003, 22 trabajadores humanitarios fueron asesinados en un atentado en la sede de la ONU en Bagdad. Años más tarde, en 2008 se decidió designar este día para que el público tome mayor conciencia de las actividades de ayuda humanitaria en todo el mundo.

Quiero aportar mi granito de arena recordando a compañeros de Sudán del Sur. Recientemente viajé allí para conocer de primera mano los proyectos que Oxfam está realizando gracias al apoyo de la Comisión Europea. El país está devastado por la guerra, la violencia, el hambre. Debo reconocer que tenía cierto temor; es distinto leerlo o  escucharlo que verlo con tus propios ojos. Y lo que vi renovó la convicción de lo necesaria que es la ayuda humanitaria y la admiración por los compañeros por su abnegada dedicación.

Me gustó compartir una semana con el equipo de prevención, preparación y respuesta a emergencias en la provincia de Tonj East. Me encantó que todo el equipo fuera local, sur sudanés, y que fuera realmente un equipo mixto.  Conocí así a Mariana, Juan Joyce y Kiden, mujeres comprometidas y entusiastas que viven con pasión su trabajo.

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Juan Joyce se siente orgullosa del trabajo que realizan como equipo, sobre todo cuando ve resultados palpables en las comunidades que aplican las formaciones. (C) Gabriel Pecot / Oxfam Intermón

La provincia de Tonj East es fronteriza con  el Estado de Unity, donde el conflicto armado se recrudeció en el pasado abril. La guerra entre el Gobierno y la oposición, la escasez de alimentos y la crisis económica en la que está sumergido Sudán del Sur han provocado un incremento de la violencia y el vandalismo. Los ataques se sucede: arrasan pueblos, roban ganado y las pocas pertenencias de sus habitantes, queman las casas y en la lucha se llevan vidas por delante. Los supervivientes solo tienen una cosa: miedo. Esta zona además está muy castigada por la naturaleza y llevan dos años padeciendo sequías e inundaciones consecutivas, lo que agrava la situación de inseguridad alimentaria.

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Descargando kits de higiene del coche: cubos, jarras y jabón para transportar el agua en buenas condiciones y usarlo como lavamanos. (C) Gabriel Pecot / Oxfam Intermón

Gracias al apoyo de la Comisión Europea, desde  Oxfam estamos impulsando el trabajo de  Emergencia, Preparación y Respuesta.  Un equipo de respuesta rápida es capaz de ir directamente a las zonas más afectadas, por lo general muy remotas, y asistir inmediatamente con agua limpia o comida, antes de que el resto de la comunidad humanitaria pueda responder. Durante un periodo corto, de 3 a 5 meses, se cubren las necesidades más básicas y se trabaja junto a la población para que pueda afrontar la crisis. En esta ocasión, el equipo tiene la misión de reparar pozos e instalaciones de agua en la provincia -casi todos inutilizados-, antes de que las lluvias los hagan inaccesibles y facilitar a la población el acceso a agua limpia y la promoción de higiene que mejore sus condiciones de vida e impida contraer enfermedades.

Pregunto a las compañeras que es lo que más les gusta de su trabajo: “Me gusta lo que hago porque ayudo a la gente a que consigan agua ¡agua limpia! Aquí en Sudán del Sur la gente no tiene acceso a agua y aquí en Tonj East la situación es muy mala. Me hace sentir bien; puedo ayudar a la gente y me hace sentir feliz”, me dice Mariana, ingeniera técnica de higiene pública. A sus 31 años ha tenido que superar muchas barreras para lograr estudiar, en el contexto de guerra que vivía el país, con mayores retos al ser mujer, y ahora, al vivir alejada de su familia para trabajar en lo que cree.

Juan Joyce, también de 31 años, hace 5 meses que trabaja como oficial de promoción de higiene pública en el mismo equipo.  “Lo que más me gusta del trabajo es cuando hago talleres de higiene en las comunidades, cuando les animas y formas en higiene personal, tratamiento de los alimentos, el agua y el entorno. Cuando ves que la gente aplica las formaciones, cambia sus hábitos. Ves que el entorno está cambiando. ¡Es muy gratificante!

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Juan Joyce revisando la lista de niñas a las que distribuirán las compresas. Algo tan básico para nosotras puede significar la diferencia de su futuro. Desde hace relativamente poco tiempo, se han introducido en el kit de higiene a distribuir. Muchas niñas abandonan la escuela durante el periodo y esta es una forma de fomentar la permanencia. (C) Gabriel Pecot / Oxfam Intermón

“Me gusta salvar a gente vulnerable. Aquí en Sudán del Sur la gente está sufriendo mucho, especialmente las mujeres, los niños y las personas mayores. Realmente necesitan asistencia. Me siento bien por poder ayudarles. Me gusta trabajar con las comunidades. En cuanto veo que las comunidades están sufriendo, veo a mi madre, a mi padre, a mi hermana sufriendo y me alegra poder hacer algo para aliviarlo. Gracias a los donantes y a la organización, que me permite trabajar aquí” añade Kiden.

Todas transmiten la satisfacción de poder ayudar y sobre todo ver los resultados palpables sin dar mayor importancia a sus vidas sacrificadas compartiendo las penurias de la población: sin acceso al agua corriente, bebiendo el mismo agua que se trata -innegable que es la mejor prueba de trabajo bien hecho-, las letrinas,.. vidas limitadas por los toques de queda y la atención permanente ante un posible conflicto.

La situación es complicada y los retos enormes. Aún así sacan las fuerza para empezar y empezar una y otra vez ante tales desafíos, adecuándose al contexto específico de cada comunidad, y además, hacerlo todo con alegría. Ante todo, mi reconocimiento a la superación de la frustración, del que apenas hablan. En estos días que he compartido con el equipo en el terreno es de los aspectos que más me ha admirado.

Notas:

  • Sudán del sur es el estado más frágil del mundo. El conflicto y el desplazamiento de la población impide que puedan cultivar, hecho que sumado a las sequías e inundaciones recurrentes, ha provocado una alarmante situación alimentaria y económica. Muchas personas no pueden comer cada día y se están viendo obligadas a vender lo poco que tienen para conseguir alimentos. El país ha entrado en una espiral de caída libre, con un constante aumento del coste de la vida.
  • Más de dos millones de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares a causa del conflicto y más de 4 millones pasan hambre.
  • Desde Oxfam hemos liderado, con la colaboración de la Unión Europea, la provisión de agua y saneamiento en el asentamiento de Minkaman, así como en los centros de Protección de civiles de Naciones Unidas en Bor y Juba, entre otros. Realizamos también distribución de alimentos, promoción de higiene, cobijo y protección. Desde que se inició el conflicto, hemos conseguido ayudar a más de 690.000 personas con acción humanitaria.
  • El viaje forma parte del proyecto EUsaveLIVES-Tu salvas vidas, impulsado por Oxfam y la Unión Europea para visibilizar la situación de la población refugiada y desplazada en el mundo

 

María Sánchez-Contador, publicista y RRPP, trabaja en el departamento de Comunicación de Oxfam Intermón, con el convencimiento que a partir de la comunicación es posible cambiar vidas que cambian otras vidas. Un efecto multiplicador parar conseguir vivir en el mundo justo que deseamos

Estamos acabadas

Por María Sánchez-Contador Maria Sanchez-Contador

‘Estoy acabada’. Así de rotunda fue la declaración de Maria Ayok, en el campo de desplazados de Baryar, cerca de Wau, en Sudán del Sur. Tuve la oportunidad de compartir una calurosa tarde con ella en el campo. Maria no sabe exactamente la edad que tiene. No es que la quiera esconder por capricho o por ser presumida. La mayoría de mujeres aquí no saben su propia edad. Cuando les preguntas por su edad, todo el grupo alrededor comienza a conversar y discutir hasta llegar a algún cálculo que satisface a la mayoría y entonces alguien contesta con contundencia: ‘37, tiene 37 años’.

Maria Ayoc con un hatillo de paja que quiere llevar para venderlo a la ciudad de Wau, a 10 kilómetros. Imagen: Gabriel Pecot.

Esa frase, ‘Estoy acabada’, retumbó en mi cabeza y me resuena con frecuencia. Sólo tiene 37 años. Maria, mi tocaya y 10 años más joven que yo, es viuda y tuvo siete hijos de los que sólo sobreviven tres. Ella vivía en Abye, una provincia fronteriza entre Sudán y Sudán del Sur. Las milicias atacaron su pueblo por la noche mientras dormían, mataron a su marido, a niños y a animales, robaron todas las pertenencias y destrozaron la población. Desde entonces su vida dio un vuelco total. Ella huyó arrastrando su hija menor, impedida, enferma de polio. Andando de un lugar a otro, más de 200 kilómetros hasta llegar a Wau, donde pudo instalarse en 2011 en el campo de desplazados.

Es una mujer enérgica y comunicativa que lideró al grupo en una conversación animada, y de golpe, se rompió al relatarnos su vida y la situación en la que viven ella, su familia y todas las personas que han huido como ella. Se le arremolinaron los recuerdos y los pensamientos. En un momento de desesperación lo concluye claramente: ‘Mi tiempo ya ha pasado. Nací en guerra, crecí en guerra, moriré en guerra’.

Al atardecer, Maria Ayok cocina algo de sorgo y hojas silvestres que recoge por los alrededores. Imagen: Gabriel Pecot.

Al atardecer, Maria Ayok cocina algo de sorgo y hojas silvestres que recoge por los alrededores. Imagen: Gabriel Pecot.

La contundencia me cortó la respiración. La desesperación y la angustia por no poder dar un futuro a sus hijos, una educación, o ni siquiera tanto: simplemente darles de comer. Maria recuerda el tiempo en el que vivía en Abye, con sus hijos y su marido. En esa época tenían pollos, cabras, vacas, un campo que cultivar, y el marido iba a pescar y traía la leche para los niños. Aquí no tiene nada de eso, ni tiempo para descansar. Ahora para comer depende del reparto mensual del Programa Mundial de Alimentos, cuyas raciones cada vez son menores. Actualmente la ración es de 50 kilos de sorgo, 3 kilos de lentejas y 1  litro de aceite para 4 personas. Lo complementa con frutos y hojas silvestres y, cuando puede, compra algo de azúcar, sal y té en el mercado.

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Maria Ayok, en el campo de desplazados de Baryar, donde vive desde 2011. Imagen de Gabriel Pecot

No tenemos tiempo para nada‘ es una frase que se nos hace cotidiana, pero el quehacer concreto de esta mujer es bien diferente: ‘Desde la mañana hasta la noche estoy ocupada: ir a por agua, hacer las tareas de la casa, ir al bosque a cortar hierbas, cañas, ramas, traerlas aquí, llevarlas al mercado, por la tarde ir a buscar más agua, cuidar de los niños, cocinar…’· La única manera de ganarse la vida es ir a cortar cañas, que luego secan para hacer los tejados de las casas, o ramas para hacer fuego y poder cocinar. Cargan el hatillo sobre su cabeza para venderlo en el mercado, a unos 10 km. y poder sacarse así algo de dinero. Esto es todo lo que tienen.

Maria vive así, en el campo de desplazados, desde hace 4 años. Cada día luchando por sobrevivir un día más. En el campo están seguros, no hay incidentes, pero la vida se hace muy difícil, muy dura, y ella echa de menos a sus antiguos vecinos, parientes y amigos. Quizás  vuelva algún día, pero por el momento el conflicto continúa y no se atreve. Se siente parte de un rebaño sin saber muy bien qué pasa. Le cuesta tener esperanza y es incrédula sobre la paz. Sólo aspira que algún día llegue y que sus hijos no tengan que pasar lo mismo que ella.

Pide ayuda a la comunidad internacional, que puedan dar un futuro a los niños, una educación que les permita una vida mejor, que no tengan que sufrir de hambre. ‘Estábamos en un mundo difícil, y todavía estamos en él’. María es mujer de palabras claras. Se te hace un nudo en la garganta al querer darle ánimos y devolverle la esperanza. La única promesa que le puedo hacer es que contaré su historia, transmitiré su sufrimiento y sus deseos. Y aquí estoy cumpliendo mi palabra. Desde aquí podemos reclamar que realmente haya un esfuerzo internacional para llegar a acuerdos de paz en Sudán del Sur. Sólo así ella podrá volver a empezar.

Sudán del Sur consiguió la independencia el 9 de julio de 2011, tras décadas de guerra con Sudán. Dos años más tarde, en diciembre de 2013, estalló el conflicto interno. La mayoría de la población ha vivido en condiciones de guerra casi toda su vida. Actualmente, más de dos millones viven desplazadas o refugiadas en países vecinos y casi 8 millones sufren hambre. Sudán del Sur es el país más joven y más frágil del mundo. Oxfam, gracias al apoyo de la Comisión Europea, ha realizado instalaciones de agua, letrinas y organizado sesiones de sensibilización en higiene en el campo de desplazados de Baryar. Sin agua, no hay vida.

María Sánchez-Contador, publicista y RRPP, trabaja en el departamento de Comunicación de Oxfam Intermón, con el convencimiento que a partir de la comunicación es posible cambiar vidas que cambian otras vidas. Un efecto multiplicador parar conseguir vivir en el mundo justo que deseamos.

El dilema de Ceferina: ser agricultora y no tener qué comer

Por Susana ArroyoSusana Arroyo

Ceferina Guerrero vive rodeada de pueblos fantasma: cerca de Repatriación, en Paraguay, todo el mundo se ha ido. Donde antes había casas, campos y escuelas ahora hay soja (y más soja). ‘¿Ves el cordón de miseria en la capital? Esos que viven en las calles y te piden limosna son campesinos, hermanos nuestros que vendieron su tierra a los sojeros y se fueron a buscar una vida mejor’.

Y no la encontraron.

En los últimos 10 años, 900.000 personas han sido expulsadas del campo paraguayo. Se fueron presionadas por la falta de tierra, de semillas y de trabajo, por la crueldad de las sequías y la escasa inversión pública en la agricultura familiar. Pero sobre todo, se fueron presionadas por la expansión voraz de la soja.

La siembra de ese grano cubre más del 80% de la superficie cultivable del país. Su producción ocupa millones y millones de hectáreas, que generan millones y millones de dólares, que enriquecen a pocas muy pocas familias.

Ceferina es una de las pocas campesinas de Paraguay que no han emigrado a la ciudad por culpa de la invasión de la soja. (c) Susana Arroyo / Oxfam Intermón

Ceferina es una de las pocas campesinas de Paraguay que no han emigrado a la ciudad por culpa de la invasión de la soja. (c) Susana Arroyo / Oxfam Intermón

Digan lo que digan quienes defienden el boom sojero, el panorama no es bueno: muchas familias campesinas sin parcelas, muchas propiedades en pocas manos, riqueza mal distribuida y grandísimas extensiones sembradas de un producto, que lejos de satisfacer la demanda nacional de alimentos, se exporta a Europa y China, donde se utiliza como forraje o es convertido en combustible.

¿Qué hacer entonces? A sus 63 años, Ceferina enfrenta un dilema: Irse o quedarse. Vender o conservar su tierra, una parcela de cinco hectáreas que ya ni siquiera logra alimentar a su familia, debido al deterioro de los suelos y al alto precio de las semillas, abonos y herramientas de cultivo.

Si la vende y se va, tendrá dinero en efectivo, pero perderá su casa y su terreno, que aunque pobre, algo de maíz puede darle. ¿El riesgo? Que lo ganado por la venta no le alcance ni para vivir ni para comer.

Si la conserva y se queda, no tendrá ingresos, pero al menos protegerá su patrimonio. ¿Los contras? Su salud puede resultar afectada por las fumigaciones y el consumo de alimentos contaminados por agroquímicos. Las enfermedades gástricas aumentan durante la siembra de soja y las respiratorias, durante la cosecha.

¿Qué harían ustedes?

Ella parece tenerlo claro: ‘Vender nuestras tierras no es la solución. Necesitamos propiedades y más y mejores recursos para sembrarlas. La parcela que no se siembra, se pierde’.

Pero luego duda y tras un silencio largo, añade: ‘bueno, en realidad creo que no tengo alternativa, lo mío no parece un dilema, sino una condena’.

 

Susana Arroyo es responsable de comunicación de Oxfam en América Latina. Tica de nacimiento, vive en Lima. Pide que cambiar el mundo nos valga la alegría, no la pena.