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La patria en el limbo

Por Isabel Ortigosa isabel Ortigosa

Francisca tiene 26 años, un marido, tres hijos y una barriga hinchada que deja claro que pronto serán cuatro. Sueña que un día sus niños podrán escoger una carrera que les guste, que serán profesionales  y ‘que no tendrán la misma vida que yo’. Pero Francisca, nacida en República Dominicana, declarada en el registro civil y ciudadana dominicana de pleno derecho desde que nació, perdió hace un año su derecho a la ciudadanía. Y con ella, sus hijos.

La patria en el limbo. Imagen de Inspiraction.

La patria en el limbo. Imagen de Inspiraction.

¿La razón? Hace apenas un año, la sentencia 168-13 promulgada por el Tribunal Constitucional,  denegaba la nacionalidad dominicana a Juliana Deguis Pierre, una mujer dominicana de 28 años y de ascendencia haitiana. El hecho irrefutable de que Juliana llevaba 28 años siendo dominicana no le sirvió de nada. De la noche a la mañana, era una apátrida, una persona sin nacionalidad, invisible a efectos jurídicos.

Con ella, más de 200.000 dominicanos de ascendencia haitiana se vieron de golpe condenados a una falta de nacionalidad con consecuencias gravísimas en sus vidas y sus opciones de futuro. No tener cédula de identidad en República Dominicana implica no poder realizar estudios superiores, no poder firmar un contrato de trabajo, no poder comprar o vender, heredar, abrir una cuenta bancaria, cotizar en un fondo de pensiones, pagar un seguro médico, contraer matrimonio, ejercer el derecho a voto, viajar fuera del país… Ni tan siquiera inscribir a los hijos en un registro civil. Es decir: la condena es además hereditaria, se transmite de generación en generación como una enfermedad maldita ante la que aparentemente poco o nada cabe hacer.

Francisca no pudo continuar sus estudios, no puede trabajar, no puede casarse con Domingo, el padre de sus hijos, y no puede declarar a ninguno de sus niños en el Registro Civil, porque a ella le niegan la cédula de identidad.  “Mi padre vino a República Dominicana en busca de un trabajo y una mejor vida, y murió cuando yo era adolescente. Él nunca se hubiera imaginado que mis hijos y yo pasaríamos por esto”, dice.

Domingo trabaja como peón en un matadero. Sale a las 7 de la mañana a trabajar y no regresa hasta la hora de cenar. Tampoco puede inscribir a sus hijos como padre soltero, porque actualmente la identidad legal sólo la transmite la mujer. Sus hijos son apátridas, porque la Junta Central Electoral sigue reteniendo el acta de su pareja.

El impacto de las políticas de desnacionalización ha agravado así la discriminación hacia las mujeres de ascendencia haitiana. Actualmente en República Dominicana, la inscripción en el registro civil se realiza en base a los documentos que posea la madre; una mujer puede registrar a su hijo o hija como madre soltera, sin embargo un hombre no puede hacerlo como progenitor soltero. En caso de que la madre no posea ningún documento, la inscripción en el registro no podrá realizarse.

Las mujeres cargan con la responsabilidad del reconocimiento jurídico de sus hijos. Por ello la política de desnacionalización les ha afectado especialmente. Les ha convertido en reproductoras de identidad o apátrida dependiendo de si tiene documentación o no. Cuando los hijos no pueden ser inscritos en el registro civil porque sus madres son víctimas de una negación de documentos, al problema en sí se une una casi inevitable sensación de culpabilidad.

¿Hasta cuándo? La campaña Vidas en pause  denuncia el limbo jurídico en el que han quedado miles de dominicanos de ascendencia haitiana. Esta situación debe solventarse con medidas efectivas que garanticen el derecho a la nacionalidad de todo ser humano, sin excepciones. Ya.

 

Isabel Ortigosa es Responsable de Incidencia de InspirAction

¿Impuestos justos para todo el mundo?

Por Isabel Ortigosa isabel Ortigosa

La política fiscal, más allá de los debates técnicos, tiene profundas implicaciones en nuestra vida diaria, y condiciona a largo plazo el modelo de sociedad en que vivimos. También en el Sur. No se trata sólo de que desde los países “desarrollados” debamos prestar asistencia técnica para fortalecer las agencias tributarias de países “en desarrollo”. Se trata de que juntos debemos encontrar la manera de garantizar que la política fiscal que se aplica localmente sea justa y promueva la equidad y la redistribución.

Pensemos por ejemplo en las mujeres, que constituyen, como indica el nombre de este blog, más de la mitad de la población mundial. En ese Sur Global del que hablamos las organizaciones de la sociedad civil hay un claro desequilibrio entre la contribución que realizan las mujeres a sus sociedades, tanto con trabajos remunerados como con los que no lo están, y el hecho de que generalmente la equidad de género sea un aspecto muy poco contemplado en las políticas fiscales de los países en los que viven.

 

IRPF. Imagen de TrasTando

IRPF. Imagen de TrasTando

Los impuestos directos impactan de manera diferente en las mujeres que en los hombres: ellas ganan menos (en el caso de países en desarrollo, mucho menos), tienden a entrar y salir del mercado laboral en varios momentos de sus vidas, y sacan adelante trabajos no pagados tanto a nivel de cuidados en los hogares, como en negocios familiares o en iniciativas comunitarias. No recibir remuneración afecta a la posibilidad de pagar impuestos y de beneficiarse de prestaciones sociales y servicios públicos, haciendo a muchas mujeres totalmente dependientes de los “proveedores” del hogar. ¿Qué ocurre con ellas cuándo la figura del proveedor, por distintas razones, desaparece?

En algunos de estos países, siguiendo el ejemplo de experiencias como por ejemplo la de España, existen beneficios fiscales para hogares con miembros financieramente dependientes que aportan trabajo no remunerado. Podría parecer un avance, pero sería un avance con ciertas aristas: este tipo de prestaciones favorecen a hogares basados en un modelo de hombre proveedor / mujer cuidadora, en contraste con un modelo más equitativo basado en una doble fuente de ingresos y una doble responsabilidad en los cuidados.  Estos subsidios suponen un pago por mano de obra no remunerada, pero es un pago que no cobra la mujer que trabaja, sino su cónyuge, y que acentúa por lo tanto su poder y su capacidad de control en la familia. Por otra parte, estas desgravaciones sólo son disfrutadas por familias con trabajos formales y con ingresos relativamente altos. Por lo tanto, los hogares más pobres quedan automáticamente excluidos de estos posibles beneficios, y se acentúa aún más la desigualdad.

Para reducir esta desigualdad, en América Latina se han propuesto programas de transferencias monetarias  condicionadas, como Bolsa Familia en Brasil y Progresa en México, que han sido evaluados positivamente por sus resultados en la mejora de la nutrición, la asistencia a la escuela de los niños y el bienestar general de las familias. Sin embargo, la historia se repite: estos programas son controvertidos desde una perspectiva de género, ya que refuerzan el papel de las madres como únicas cuidadoras y responsables del bienestar familiar.

¿Y qué decir de los impuestos al consumo? En los países en desarrollo los ingresos recaudados a través del IVA suponen una parte sustancial del total de la recaudación fiscal, alrededor de un cuarto de la misma. Es un impuesto eficiente, relativamente fácil de administrar y que genera ingresos significativos a las arcas del Estado. Pero se aplica por igual a todos, independientemente de sus ingresos, y es por lo tanto un impuesto claramente regresivo: los pobres gastan una mayor proporción de sus ingresos en el consumo, y por lo tanto su carga es injustamente más alta.

Además, este tipo de impuestos afectan a mujeres y hombres de manera diferente. Las mujeres tienden a gastar un mayor porcentaje de sus ingresos en la compra de artículos de primera necesidad como alimentos, ropa, artículos escolares y medicinas. Mientras en España modificar estos tipos reducidos para artículos de primera necesidad fue cuanto menos controvertido, muchos países en desarrollo ni siquiera contemplan la posibilidad de un menor gravamen bienes de primera necesidad. Sin embargo, en lugares como India y Kenia la presión de la sociedad civil ha contribuido a que se apliquen distintos umbrales y ciertas exenciones en el IVA.

¿Podría servir de algo aumentar los impuestos a productos tradicionalmente más consumidos por hombres? Por una parte, es cierto que gravando más productos como tabaco y alcohol se obtendrían ingresos que podrían derivar en beneficios para los más pobres (en Filipinas, por ejemplo, la recaudación adicional derivada de un alza en los impuestos al tabaco se destinó a la inversión en servicios sanitarios para los más vulnerables). Pero debemos tener cuidado: también pueden implicar que al final las mujeres tengan menos capacidad adquisitiva, especialmente en hogares donde el dinero es administrado por hombres.

En definitiva, es evidente que, también en el Sur, el factor género que tradicionalmente ha sido olvidado a la hora de configurar sistemas fiscales, debe convertirse en un aspecto clave en la investigación, diseño y ejecución de políticas recaudatorias.

Ni las mujeres ni la sociedad en su conjunto pueden seguir esperando: la fiscalidad debe ser justa para todos y todas, ya.

Isabel Ortigosa es responsable de Incidencia y Comunicación de Inspiraction

‘Si me matan por decir la verdad, mis nietos seguirán’

Por Isabel Ortigosa isabel Ortigosa

Conocí a Ligia Chaverra en una visita a la Zona Humanitaria de Las Camelias. La mujer diminuta y descalza que encontré, de manos trabajadas y retorcidas por el tiempo, es una de las líderes más reconocidas de las comunidades afrodescendientes de la cuenca del río Curvaradó. Esta zona remota del Urabá chocoano, al norte de Colombia, fue muy castigada por la violencia a finales de los años 90. Con la excusa de ‘limpiar’ la región de guerrilleros, se produjo en esta época una incursión paramilitar que, con la complicidad del ejército, provocó un éxodo masivo de campesinos. Su huída fue aprovechada por actores legales e ilegales para ocupar estos terrenos, violando así la ley 70 de Colombia (1993), que reconoce y protege el derecho de los afrocolombianos a la propiedad colectiva de sus tierras y a ocupar su territorio ancestral.

Ligia María Chaverra, 72 años, es una de las líderes de la comunidad de Curvaradó, en Chocó, una de las regiones más pobres de Colombia.  Ha sufrido amenazas por reclamar sus tierras, pero ella y sus hijos siguen firmes. Imagen: Inspiraction

Ligia María Chaverra, 72 años, es una de las líderes de la comunidad de Curvaradó, en Chocó, una de las regiones más pobres de Colombia. Ha sufrido amenazas por reclamar sus tierras, pero ella y sus hijos siguen firmes. Imagen: Inspiraction

Ligia huyó a través de la selva, con sus hijos, dejando atrás todo lo que tenía. Durante meses, vivieron en constante itinerancia, sin un hogar, sin una escuela, sin medicinas para los niños que caían enfermos. Un tiempo después, venciendo el miedo, varias familias decidieron retornar a sus tierras, y Ligia se convirtió en una de las líderes más destacadas en la lucha por la restitución.

Con el apoyo de Justicia y Paz, contraparte de InspirAction en Colombia, se crearon las llamadas Zonas Humanitarias: espacios delimitados, habilitados únicamente para sociedad civil y libres de actores armados, donde se busca proteger a los retornados y defender su derecho a la vida, a la autodeterminación y a la restitución de sus tierras.

Desde el retorno, y a pesar de su avanzada edad, Ligia ha denunciado incansablemente a los responsables del desplazamiento forzado, de la violencia y de los daños ambientales que sufre la región. Esto le ha valido amenazas, señalamientos y un hostigamiento continuo que hace que muchos temamos por su vida. ‘Dicen que soy guerrillera, pero yo he criado a ocho hijos y a 44 nietos. ¿Creen que he tenido tiempo para hacer la guerra?’ me dice.

Ligia cuenta con voz pausada que supuestamente la Operación Génesis, que acabó desplazando a miles de campesinos, tenía como objetivo para acabar con la guerrilla. ‘Pero luego nos dimos cuenta de que el objetivo era sacarnos para desarrollar el cultivo de la palma y el plátano. La guerra era contra los campesinos’. En la zona no se conocía el cultivo de la palma africana. Ahora, desgraciadamente, la conocen demasiado bien. ‘Por la palma fue nuestro despojo. La sangre de nuestros amigos y de nuestros hermanos ha abonado esa palma’.
Ligia ha sido acusada de guerrillera, amenazada, calumniada. Sale de la Zona Humanitaria con acompañamiento, como única medida de protección, y sabe que es más que posible que su cabeza tenga precio. Pero a sus más de 70 años, sigue luchando. ‘Si me matan por decir la verdad, nada puedo hacer’.

Sus palabras son una fuente de inspiración, toda una declaración de intenciones de una mujer que ha sabido vencer al miedo. ‘A veces me aflijo por tantas preocupaciones, pero el apoyo de tanta gente me da fuerzas’, me dice. ‘En cualquier momento moriré o me matarán, pero quedarán mis hijos y mis nietos. Yo sólo he abierto camino para que otros sigan esta lucha. Si muero, el proceso seguirá adelante’.
Y yo la oigo, y la creo. Sé que algún día, estas tierras conocerán la paz, gracias a la lucha y a la entrega de tantos hombres y mujeres valientes. Gracias, Ligia.

 Isabel Ortigosa es responsable de Incidencia y Comunicación de Inspiraction