Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Rajoy, 10; Zapatero, cero

Hoy hemos criticado en nuestra casa a Zapatero mucho más que a Rajoy. El motivo ha sido la enorme torpeza que el presidente del Gobierno ha demostrado al no asistir a la concentración unitaria contra ETA convocada, entre otros, por él mismo.

Casi siempre que un líder político mete la pata, solemos echarle la culpa a sus asesores o consejeros más próximos. En esta ocasión, Zapatero no tiene escapatoria. Si aún no ha destituido a quien le recomendó que se fuera al hospital de Bayona para no tener que asistir, junto a Rajoy, a la concentración contra ETA es porque le falta olfato político o porque, simplemente, asume él mismo la responsabilidad por este error, tremendo error.

El pobre Zapatero ha perdido una gran oportunidad, quizás irrepetible en esta legislatura, para hacerse una foto de Estado con Rajoy, la única de ambos líderes juntos contra ETA desde la tragedia del 11-M y desde las mentiras del trío Pinocho para meter a ETA en aquel atentado islamista.

Por esa ausencia cobarde, tan inoportuna, le pongo un cero a Zapatero. ¡Qué imagen tan balsámica nos hemos perdido todos los españoles! ¿Cuántos votos habrá perdido Zapatero por desaprovechar esta oportunidad de reducir la brecha de crispación que aún divide a las dos Españas?

Por la valentía demostrada al romper (al menos de boquilla) con los exaltados de la extrema derecha de la AVT y de la COPE, le pongo un diez a Rajoy. Creo que, esta vez, se lo ha ganado a pulso.

Tal día como hoy, siguiendo la costumbre de todos los años, desde hace 29, hemos brindado en familia por la Constitución Española de 1978 que, a mi juicio, ha sido la más eficaz de nuestra historia en términos de libertad y solidaridad.

Luego me ha tocado recoger la mesa. Todo, menos la bandera de España que le quité a Calviño de su despacho de TVE. Esa bandera, un poco más amarillenta que roja, va a presidir hoy la mesa del comedor.

Y ahora voy a pegar aquí unos cuantos chistes, tristes aunque certeros, sobre la frágil unidad y solidaridad de los españoles en asuntos de Estado.

Tras el brindis tradicional por la libertad y por la Constitución que la ampara, hemos recordado el día que celebramos el nacimiento de la Carta Magna. Entonces no teníamos bandera constitucional de España, pues aún no se había aprobado en Las Cortes la sustitución de «la gallina» del dictador por el escudo real.

Cerca de la Plaza mayor, habíamos comprado un metro de tela con los colores de la bandera y la habíamos colocado con unos clavos en la puerta de nuestra casa.

A la hora del aperitivo sonó el timbre de la puerta y salí a abrir. Era la primera vez que mis vecinos de atrás (el coronel Lisarrague y su esposa)llamaban a nuestra puerta. Muy sonriente, con gesto de triunfador, el coronel me saludó con estas palabras:

-«¿Qué haces, vecino, con mi bandera, en tu puerta?»

Le replique, con una sonrisa lo más parecida a la suya:

-«Usted se equivoca, mi coronel, porque desde hoy esta bandera en tan suya como mía. Se acabaron las dos Españas. Y para celebrarlo les invitamos a una copa.»

Así pues, el primer brindis constitucional que hicimos en mi casa fue entre el Ejército y la Prensa. Fue un buen presagio, ya que esta Constitución lleva camino de convertirse, a pesar de los pesares, en la más duradeda y eficaz de la historia democrática de España.

Al brindar en familia también hemos recordado aquel emocionante gran titular de El País, tras el golpe de Estado del 23-F de 1981 (yo era entonces redactor jefe de ese periódico):

El País, con la Constitución

Pues eso, ojalá toda España esté hoy brindando por lo mismo.

¡Viva la Constitución!

Zapatero «elude» o Zapatero «planta cara»

Los verbos son el espejo del alma de los periódicos. Entiendo por alma lo que llaman «cultura corporativa«, la salsa que se obtiene al mezclar intereses e ideales en la proporción que suelen decidir los dueños del medio.

A menudo, basta con dar un vistazo rápido a los verbos de la portada para saber de que pie cojea el periódico. Es más fácil hacer un disgnóstico cuando, como ocurre hoy, los verbos de ambos diarios atribuyen distinta acción o intención al mismo sujeto.

Para El País, Zapatero, no cabe duda, es un valiente:

«Zapatero planta cara a Blair…»

El Mundo elige, en cambio, un verbo muy de su agrado que suele atribuir a los cobardicas:

«Zapatero elude hablar…»

Este titular va a tres columnas bajo una gran foto en la que Zapatero muestra una enorme sonrisa mientras estrecha la mano al rey-dictador de Arabía Saudí, que preside uno de los regímenes políticos más despreciables del planeta. El invitado tiene petróleo y es un gran aliado de EE.UU. Faltaría más.

Víctimas de la AVT: enreda que algo queda

Cualquier extranjero razonable que aterrice en España, y lea las portadas de nuestros dos principales diarios de pago, puede pensar que aquí estamos todos locos. Y no le faltará razón, si se dedica a leer en lugar de viajar y hablar con la gente normal.

Las portadas de hoy son de espanto en lo que se refiere a la sucia campaña de lavado de cara del trío Pinocho (Aznar-Acebes-Zaplana) por haber intentado engañar sin éxito a todos los españoles, atribuyendo (sin datos) la autoría de la masacre del 11-M a ETA para raspar unos votos espurios en el 14-M.

Sólo estudiando las encuestas en las que un alto porcentaje de norteamericanos acusan Bush, a la CIA, al FBI e incluso al Estado de Israel de estar implicados en el atentado del 11-S contra las Torres Gemelas , podemos comprender la persistencia de los conspiranoicos españoles en atribuir el atentado del 11-M a ETA sin ningún dato real que lo avale. Claro que los informes que El Mundo lanza a sus creyentes sobre ETA y 11-M sólo pueden basarse en la fe y no en la razón.

En su primera página, El Mundo premia hoy a la AVT (la «Asociación de Víctimas del Terrorismo» de Alcaraz y el PP)y le da tres columnas, arriba, de salida. En el sumario dice que:

hubo un «intento deliberado de ocultar las pruebas que apuntaban a ETA»

En El País, el jucio del 11-M de ayer no dio más que para un pequeño sumario, dentro de otras noticias, abajo, en la columnita de entrada:

Un abogado de la AVT exculpa a la trama que facilitó los explosivos y al supuesto autor material Jamal Zougam

Ni calvo ni con tres pelucas.

Ambos diarios son, hoy, como la noche y el día en lo que se refiere al juicio del 11-M. En su vano intento de exculpar a Aznar de la mentira masiva que le ha expulsado por la gatera de la historia, Pedro Jota y sus predicadores olvidan, a veces, que los mandos policiales que había en España en el 11-M y meses siguientes había sido nombrados por el Gobienro del PP y estuvieron a las órdenes del ministro Acebes hasta que el nuevo Gobierno de Zapatero tomó el mando. Pero su máxima parece ser «enreda que algo queda».

Me aburren. Pero no podemos perderlos de vista porque nos pueden meter en un lío.

Me ha sorprendido la foto de tantos sabios reunidos en Valencia pidiendo a la ONU acciones contra el calentamiento global.

Ahora tengo que salir a hacer un recado, pero en cuanto pueda me gustaría comentar una conversación perturbadora que, sobre este asunto del cambio climático, escuché el viernes en la cena que siguió a la boda de mis amigos en Cabo de Gata

Oí preguntas como éstas:

¿Y si el calentamiento global que parece amenazarnos fuera una maravilla para el ser humano como fue en ocasiones anteriores?

¿Acaso usaban abrigos durante el calentamiento global que ocurrió en el Imperio romano?

¿Qué tiene de malo que vuelvan a cultivar viñas en Gran Bretaña?

(Continuará…)

¿»Apoyan» contra ETA o «escenifican»? ¿En qué quedamos?

El País y El Mundo difieren un poco en el sujeto de portada de hoy («Todos los partidos…» y «Zapatero y todos los grupos…») pero difieren completamente en el verbo («apoyan» y «escenifican«) y en los complementos («con firmeza» y «sin concretar nada«).

¿En qué quedamos?

¿Apoyan todos los grupos, de verdad, a Zapatero contra ETA, como dice El País, o lo hacen de boquilla, y «sin concretar nada», como dice El Mundo?

.

Teniendo en cuenta que El Mundo y la muy católica COPE funcionan, a menudo, como correa de transmisión del Partido Popular , me echo a temblar. Si la información sobre la que se apoya Pedro Jota para meter la cuchara en su titular de portada (falsamente informativo) es de buena fuente, podemos pensar que la tregua «escenificada» por Rajoy al salir de La Moncloa y en el Congreso es una tregua trampa. Y eso no es bueno para nadie, salvo para ETA.

Ojalá los hechos desmientan, como tantas veces ocurre, a Pedro Jota y la tregua anunciada por Rajoy, para apoyar al Gobierno en su lucha contra ETA, sea sincera. No olvidemos que, aunque le deba obediencia, Rajoy no es Aznar. Que sepamos, Rajoy no mintió del 11 al 14-M, como sí lo hicieron Aznar, Acebes y Zaplana sobre ETA en el 11-M, para ganar tiempo y votos. En esa tropelía, Rajoy me parece que está limpio y algún día podría gobernar España sin que la gente legal tuviera que avergonzarse de él.

Desde luego, si Rajoy no apoya, de verdad, a Zapatero en su lucha para derrotar a ETA -y sólo «escenifica» ese apoyo como sugiere El Mundo– vamos listos.

Me gustaría que lo de El Mundo de hoy fuera, simplemente, otra mentira más…

No sería tan raro.

¿Quién les dijo que si era ETA ganaban?

LUIS ARROYO en El País

14/06/2007

Aquella mañana del 11-M alguien en Génova predijo que si la autora del atentado era ETA, el PP ganaría tres días después. Por eso las llamadas a los directores de periódico y a los embajadores para decirles que era ETA, la exigencia de una condena explícita de la ONU, programas en televisión sobre ETA, y la insistencia de Acebes en la «línea prioritaria» que, según decía, era ETA. Aún hoy sentimos los efectos de aquel error primigenio: los estrategas mediáticos siguen buscando conexiones, cada vez más pintorescas, entre ETA y los yihadistas; Acebes y los «peones negros» dicen que quieren saber «la verdad», y Rajoy les da la razón con ambigüedad. Y cuando los fiscales fulminan, como hicieron el lunes y el martes en el juicio del 11-M, la «teoría de la conspiración» derivada de aquella obsesión original con ETA, al día siguiente se les acusa de vilipendiar a la prensa y a los políticos que la promovieron. El beneficio para los promotores es que dos o tres de cada diez ciudadanos dudan y desconfían. Pero el coste de poner en solfa a la Justicia, a los fiscales, a los policías, a parte de la prensa, a parte de las víctimas, a los servicios secretos, al Gobierno…, es demasiado elevado para justificar un pecado original que quienes nos dedicamos a la comunicación detectamos hace tiempo.

El error originario fue dar más importancia a los hechos que a las percepciones y a lo racional que a lo emocional. No es el huracán Katrina lo que hace descender la aprobación de Bush, sino la torpeza de su respuesta inicial. Y a la inversa: no son los recursos desplegados por Schroeder para resolver los efectos de las inundaciones en Alemania en 2002 lo que le ayuda en la reelección, sino que calzara unas botas de lluvia, se pusiera al mando y visitara zonas afectadas. No fue la dirección de los bomberos de Nueva York -muy controvertida, por cierto- lo que convirtió a Giuliani en el «alcalde de América», sino su dominio de los símbolos del liderazgo y su valiente presencia en la Zona Cero a los pocos minutos del ataque.

La puesta en escena no es sólo marketing. Consiste en ofrecer a los ciudadanos el marco adecuado, la metáfora necesaria, como nos pide Lakoff, el pensador de moda entre los progresistas, en su librito No pienses en un elefante. En crisis exógenas los ciudadanos recurren a la narrativa de héroes y villanos. En los ataques terroristas, en principio, el villano es el terrorista y el héroe el Gobierno. La necesidad de una guía se hace apremiante, e incluso en casos como el de Beslán, cuando Putin responde brutalmente a los secuestradores y niños mueren en la «liberación», el villano es el terrorista y no el Gobierno.

Este fenómeno se llama «rally ‘round the flag»: cuando hay amenaza nacional, los ciudadanos se unen en torno a sus líderes, adoptan un «patriotismo de emergencia», aplazan las disputas ideológicas y apoyan (en principio) a quien les gobierna. El marco del padre -estricto o protector, en la descripción de Lakoff- se aplica al instante. El efecto suele generar, si se gestiona bien, un incremento en los índices de aprobación de los líderes.

El atentado del 11-M, por tanto, no tenía por qué influir por definición en el resultado electoral en una dirección negativa para el Gobierno del PP. La dirección contraria era tan probable o más que la que finalmente tomaron los acontecimientos. Lo que los ciudadanos esperaban era coraje y sensibilidad. El Gobierno de Aznar y Rajoy apareció acobardado y arrogante ante los ciudadanos. Empeñado en que si eran los islamistas los ciudadanos les castigaríamos por el apoyo a la guerra de Irak, la comunicación fue marrullera y engañosa.

Veamos qué podría haberse hecho. Primero, aprovechar el caudal de apoyo público que nace naturalmente en esas situaciones: Aznar lo despreció y estuvo solo. Rechazó reunir el Pacto Antiterrorista, cortó la comunicación con la oposición y forzó un eslogan en la manifestación que los demás tuvieron que aceptar.

Segundo, mostrar fuerza, cercanía y confianza. En la fase de eclosión de la crisis, se observa el carácter. Aznar y Rajoy resultaron débiles, lejanos y mentirosos; a la defensiva. Basta recordar aquella sorpresa en la noche de reflexión. Ese hombre que entraba a la hora del Telediario, y que al tiempo que intentaba transmitir la potencia y la solvencia de un líder («Me llamo Mariano Rajoy y soy candidato a la presidencia del Gobierno…»), denunciaba las manifestaciones «gravemente antidemocráticas» a la puerta de sus sedes. La imagen era tristemente coherente con la de sus compañeros de partido, que últimamente tenían que entrar en los auditorios por la puerta de atrás.

Tercero, al comenzar una crisis se exige buena disposición. Habría bastado algún guiño: por ejemplo, aplazar el debate sobre responsabilidades y ofrecer una comparecencia parlamentaria. Es cierto que los líderes que apoyaron la guerra de Irak cayeron en aprobación (Blair, Bush, Durão), o en elecciones (Berlusconi, Santana Lopes), pero del 11 al 14 no se dirimía una decisión política, sino una cuestión de carácter.

Cuarto, durante una crisis se dice lo que se sabe, sin enredar. Acebes tardó nueve horas y media en informar de la aparición de la furgoneta en Alcalá, doce en hablar sobre la bolsa con el artefacto desactivado, seis para contarnos la detención de los sospechosos y cinco para la aparición del vídeo reivindicativo. Sólo dos horas tardó en llamar mentiroso a Otegi, y diez minutos en desacreditar la llamada de ETA. Y mientras Acebes se aferraba a lo inverosímil (ETA), otras fuentes avanzaban lo verosímil (los yihadistas). En ausencia de información oficial creíble, los medios desplazaron su atención hacia la propia actitud del Gobierno. Y cuanto más hablaba Acebes, peor para él, paradójicamente.

Y quinto, la arrogancia se paga. Puedes ser tenaz, pero no arrogante. No debes situarte contra las víctimas. Ni siquiera cuando te gritan en la calle o cuando se manifiestan frente a tu casa. Las maniobras de autoexculpación se penalizan y se premian la buena disposición y la humildad.

Es dudoso que con una comunicación de crisis responsable y limpia el PP hubiera ganado las elecciones (los sondeos de aquellos días indicaban empate y una mejora del PSOE durante la campaña), pero se empeñaron en demostrar lo mismo que durante años, a propósito del Prestige, del Tireless, del Yakovlev o de la guerra de Irak: arrogancia y opacidad. Los ciudadanos perdonan uno y cien errores, pero cuando hay que demostrar carácter exigen líderes fuertes, cercanos y fiables. Justo lo contrario de lo que vimos aquellos cuatro días.

Luis Arroyo es sociólogo, autor de Los cien errores de la comunicación de las organizaciones, y director del Gabinete del secretario de Estado de Comunicación.

FIN

Me entristece tanto ver lo bajo que están cayendo algunos colegas y algunos periódicos, en el tratamiento desinformativo y en sus opiniones sobre la catástrofe y el juicio del 11-M, que me cuesta hacer comentarios sobre el asunto sin enfurecerme… o sin avergonzarme de mi antigua profesión.

¡Qué lástima!

Otro revolcón a los conspiranoicos. Y Pedro Jota sin dimitir…

De vuelta a la normalidad laboral -después de la doble fiesta en una Almería de Primera División- me doy de bruces, otra vez, con la no participación de ETA en la matanza de Atocha ,según declaran los peritos el juicio del 11-M. ¡Qué aburrimiento! ¿No hay algún siquiatra disponible para los líderes de la AVT?

El País lo dice muy claro en su portada:

La obsesión de la AVT por meter a ETA en el 11-M se estrella otra vez con los hechos

Pese a la insistencia del trío Pinocho (Aznar-Acebes-Zaplana), la teoría conspirativa que trataba de relacionar miserablemente a ETA con el 11-M , para salvar cara de los mentirosos del Gobierno anterior, ha quedado de nuevo desacreditada en el juicio. Sin embargo, si uno lee El Mundo las cosas no están aún tan claras como muestra El País. Aquí están los titulares:

Indios y sociólogos

FERNANDO SAVATER en El País

22/05/2007

No sé si a ustedes les pasará igual: si a mí me tomasen por tonto Habermas o Vargas Llosa, por ejemplo, lo aceptaría con resignación puesto que a su lado probablemente lo soy; pero que me consideren idiota Conde Pumpido o López Garrido, por no hablar de Pepe Blanco… vaya, es algo que le humilla a uno. Y mi impresión general es que este Gobierno ha decidido que lo mejor es tratar a la clientela levantisca como si no tuviese demasiadas luces -«¡pero qué sabrá usted!»- incluso cuando se les está intentando dar en vez de liebre ya no gato, sino rata disecada.

El truco empleado es elemental aunque repetido con renovado énfasis: consiste en decir que en modo alguno se va a hacer o a consentir algo y luego hacerlo o consentirlo pero llamándolo de otro modo. Por tanto, el Gobierno nunca pactará con ETA un precio político del final de la violencia, pero ofrece una mesa política en cuanto acabe la violencia o si se suspende un rato suficientemente largo; no excarcelará a De Juana Chaos, pero se complacerá en verlo paseando fuera de la cárcel, que no es lo mismo; no absolverá de apología del terrorismo a Otegi, aunque no se extrañará de que no se le condene; no permitirá a Batasuna presentarse a las elecciones, pero autorizará decenas de listas de ANV que son «pacíficas y legales» aunque funcionen a todos los efectos como si fueran de Batasuna y por tanto parezcan de Batasuna, qué desconfiada es la gente; y por supuesto no se han reunido últimamente con los delegados etarras con fines de mercadeo, digan estos lo que digan, aunque de vez en cuando se les acerquen a buscar información, que no todo lo resuelve Google. Siguiendo así, el día que ETA pegue un tiro a alguien no se tratará de un asesinato propiamente dicho, sino todo lo más de otro afortunado que pasa a mejor vida…

Lo de las listas de ANV, sobre todo, está convirtiéndose en un auténtico máster de cómo tomar el pelo desde el Gobierno a la resignada grey de los gobernados. A cada telediario apretamos el cinturón de los embelecos un punto más. No sólo hay que creer que Batasuna no se presenta ni poco ni mucho a las elecciones gracias a la firme diligencia gubernamental, no sólo la parte autorizada de ANV nada tiene que ver con ETA pese a los apoyos que recibe de y brinda a los proetarras, sino que según el Fiscal General hasta se ha ido demasiado lejos en el celo prohibitivo. ¡Y aún hay quien pretende encerrar a la sufrida gente abertzale en un Guantánamo electoral! Es lo que viene a explicarnos a los duros de entendederas Javier Pérez Royo en Liquidación electoral de una minoría (EL PAÍS, 19 de mayo de 2007). Con la misma elocuente vehemencia con que otrora justificó a quienes iban a las puertas de la cárcel de Guadalajara para hacer la ola a los condenados del GAL, hoy denuncia que se está intentando ante nuestros ojos nada menos que la liquidación electoral de 150.000 o 200.000 ciudadanos españoles del País Vasco a los que se priva en la práctica del derecho de sufragio. Y así será, si se les impide votar de la manera que cada uno de ellos considere individualmente apropiada y se vean obligados a ejercerlo de la manera que los demás le imponen. A esos perseguidos solamente se les deja la opción de apoyar las candidaturas de los partidos que no les gustan o de abstenerse, es decir que se les condena al limbo electoral. ¡Menudo atropello! Por lo visto, no basta que haya candidaturas nacionalistas, nacionalistas radicales o francamente independentistas. Si el público lo demanda, es imprescindible que se autoricen también otras que no se desliguen de la violencia terrorista, que apoyen la estrategia de ETA y que recauden para ella financiamiento y audiencia política, abierta o encubiertamente. El derecho fundamental de elegir debe primar sobre la condición democrática o no de lo elegido, sea lo que sea. …Pues fíjense, yo no me lo creo. Puede que el derecho, sea constitucional o de otro tipo, no siempre coincida punto por punto con el sentido común del lego pero tampoco es una pieza absurda como las del teatro de Ionesco.

Y hay argumentaciones jurídicas que corroboran en este caso el escepticismo ante los razonamientos de Pérez Royo: remito al lector a la obra de otro catedrático de derecho, Carlos Fernández de Casadevante, La nación sin ciudadanos (ed. Dilex) cap. VIII, titulado «Ni todas las ideas, ni todos los proyectos políticos».

Pero si por un momento acepto el planteamiento de Pérez Royo, entonces yo también temo formar parte de la minoría electoral liquidada. Porque yo tampoco tengo un partido a mi gusto al que votar. Yo quisiera votar a un partido socialista con una firme posición de rechazo tanto ante el terrorismo de ETA como ante sus pretensiones políticas, un partido socialista que se atuviese al espíritu y la letra del Pacto Antiterrorista tal como fue redactado en su día, un partido socialista que buscara en este punto político fundamental el apoyo del resto de los constitucionalistas y que no debilitara el diseño unitario del Estado de Derecho para conseguir apoyos de los nacionalistas periféricos que no creen en él por mucho que tales concesiones garantizasen su hegemonía en el Congreso. Y como tal partido socialista de mi ideal no existe y por otra parte no puedo inclinarme por una derecha empeñada en el terreno educativo en preferir feligreses obedientes a ciudadanos conscientes, me veo obligado al limbo del voto en blanco. ¡Ay, que zapatética situación la mía! ¡Arnaldo, Pernando, cómo os comprendo y compadezco!

En una de las historietas del genial Fontanarrosa, el gaucho don Inodoro Pereyra se enfrenta a los indios que llegan en destructivo malón. «¿Qué pretendéis?», les pregunta y el jefe responde: «Vamos a arrasar vuestros campos, quemar vuestras casas y violar a vuestras mujeres». «Pero… ¡eso es una barbaridad!», comenta don Inodoro y el otro responde: «Ah, no lo sé, yo soy indio, no sociólogo». En el País Vasco, los indios del malón abertzale siguen manteniendo sus pretensiones tradicionales, pero ahora renovadas y reforzadas: intimidar a los oponentes políticos, extorsionar a la población social y económicamente, convertir su ideario de máximos en un trágala obligatorio para todos del que sólo están dispuestos como mucho a negociar los plazos de cumplimiento. Ya lo están demostrando en la campaña electoral en el País Vasco y hasta el ministro de Justicia lo ha experimentado en carne propia (como no hay mal que por bien no venga, al menos tras los incidentes de Sestao seguro que Fernández Bermejo no necesitó recurrir ese día a ningún laxante). Y después de las elecciones, podemos prepararnos para lo peor. Pero claro, los indios no tienen por qué ser sociólogos. Ese papel lo cumplen otros, que nos explican sus intenciones fundamentalmente pacíficas, su deseo de renunciar a la violencia aún no del todo maduro, las posibilidades futuras de entenderse con ellos porque entre gente de izquierda todo acaba arreglándose, sus derechos vulnerados por la inicua Ley de Partidos y los intolerables caprichos de la derecha montaraz que se empeña en hablar de terrorismo para que la gente no se pasme como es debido ante los logros económicos y sociales del Gobierno. Nunca les habían faltado a nuestros indios proetarras voces sociológicas de elucidación y encomio, pero nunca antes las habían tenido tan abundantes y situadas a tan alto nivel en el ordenamiento estatal.

Ya sé que estas elecciones municipales no son ni debieran ser unas primarias, pero me temo que en gran medida van a funcionar como tales. Porque algunos estamos preocupados sin duda por la corrupción urbanística y temas afines, pero por mero instinto de conservación sentimos otras cuestiones como prioritarias. Y no podemos dejar pasar esta oportunidad de mostrar con la ocasión de voto que se nos ofrece nuestro rechazo ante la explicación sociológica y la ambigüedad gubernamental que refuerza en lugar de impedir el peligro que corren nuestras cabelleras.

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

Nacer mujer es terrorífico en más de medio mundo

Cuando leo detalles espeluznantes sobre comportamientos ignominiosos contra la mujer, reclamo el derecho a la injerencia externa, a la intervención judicial internacional en esos países salvajes. Si no quieren respetar la Declaración Universal de los Derehos Humanos para a la mitad de sus poblaciones, por tratarse de mujeres, pues se les obliga. Si las mujeres produjeran petróleo, esos países, atrasados e indignos, ya habrían sido invadidos por fuerzas occidentales.

Desde luego, pocas veces coinciden El País y El Mundo en sus temas de portada. Hoy tampoco. El País le echa una mano al presidente del PNV («El PNV propone…»). El Mundo le echa otra mano a Zapatero, pero en este caso a su cuello: («Zapatero calienta…»)

Sin embargo, hoy sí coinciden en defender a las mujeres malatradas y asesinadas en Afganistán e India, respectivamente. Ambos diarios dedican la portada de sus páginas de «Domingo» a denunciar lo terrorífico que es nacer mujer en esos países.

Me da la impresión de que ni hombres ni mujeres del resto del mundo mueven (perdón, movemos) un dedo para acabar con estas salvajadas, que nada tienen que ver con el respeto indebido a tradiciones bárbaras o religiones criminales que ponen los pelos de punta a cualquier persona decente.

Mira por donde, Internet, por su cuenta, puede suponer un rayo de esperanza, de libertad, para muchas mujeres presas de tradiciones religiosas bárbaras. Los ideales laicos de libertad, igualdad y fraternidad de la Ilustración y de la revolución francesa están llegando a esas mujeres, a través de los blogs y de las paginas web (Bloguistán«) con más de dos siglos de retraso. En esos casos, parece claro que Internet es libertad. Menos mal.

El País abre a cuatro columnas con la propuesta del PNV de un nuevo pacto antiterrorista. El Mundo no da ni una línea del asunto. Y es una pena, porque todos los demócratas deberíamos aprovechar la presidencia de Josu Jon Imaz, mientras dure, para buscar juntos el fin del terrorismo de ETA.

Imaz ha demostrado no ser una copia del fiero Arzalluz, ese vasco tan español, ni del iluminado Ibarretxe. Por lo que le tengo oído y leído, sería una pena perder esta oportunidad, quizás irrepetible, que nos brinda Imaz. Claro que quienes lean El Mundo no se habrán enterado de nada.

La Pantoja -que Hacienda guarde- se lleva hoy dos páginas ilustradas en El Mundo y más de media página en El País .

Los titulares no son, en ningún caso, inocuos.

Para El País «…canta bajo fianza» y para El Mundo lo hace «…en un acto de desagravio».

Los gritos de sus incondicionales recuerdan aquel triste «¡Vivan las cadenas!» de la España negra.

¿Qué tendrá que ver cantar bien o mal con robar o no robar?

Fernando Savater ha vuelto a escribir. Y no ha perdido, del todo, el humor. Bienvenido.

El espejo deformante de la crispación

Josep Ramoneda en El País

13/05/2007

La crispación política no deja siquiera espacio para el sentido común

DECÍA MIQUEL ROCA, en un acto de la Fundación Alternativas en Barcelona, que uno de los efectos negativos de la crispación es que reduce el impacto de la corrupción. Efectivamente, convertida la política en una batalla de reproches pintados con brocha gorda, la ciudadanía tiende a pensar que las acusaciones de corrupción forman parte del espectáculo. Y las coloca en las estanterías de las falsedades, las mentiras y las calumnias. Si un partido es capaz de acusar a otro de connivencia con ETA o de relación con el atentado del 11-M, para señalar los disparates más sonoros que hemos oído en los últimos tiempos, ¿por qué la ciudadanía ha de pensar que dice la verdad cuando le acusa de corrupción?

Ante esta situación, muchos ciudadanos toman el camino de en medio: qué más da, todos son iguales, todos van por la pasta. Lo cual, además de injusto para muchos políticos, no hace más que aumentar la desconfianza entre la ciudadanía y sus representantes. Entre las adhesiones incondicionales de las fuerzas de choque de los crispadores y la reactiva conversión de los políticos en chivos expiatorios de todos los males debería haber un espacio para la ciudadanía crítica, como base indispensable para una democracia de calidad: deliberación y confianza. Pero para ello, los políticos deberían ayudar un poco más. Y desde luego su contribución no sólo es nula, sino que es profundamente negativa cuando presentan a las elecciones, como está ocurriendo en las listas para el 27 de mayo, a muchos candidatos con problemas con la justicia. Tanto el PP como el PSOE, más el primero que el segundo, es cierto, pero sólo es un matiz, los tienen en sus candidaturas. Lo cual hace inevitable una pregunta: ¿qué tienen o qué saben estos señores candidatos, que sus partidos no se atreven a quitarlos de las listas? ¿O tendremos que entender que los partidos dan por hecho que la corrupción está amortizada a ojos de la opinión pública y hay margen para la impunidad? ¿Qué credibilidad tienen entonces las llamadas a la tolerancia cero en materia de corrupción?

La crispación degrada realmente la vida democrática, y por eso es tan irresponsable ponerla en marcha (PP) como alimentarla para arrinconar al adversario en la extrema derecha (PSOE). Pero, además, en la medida en que oculta y banaliza la corrupción, el número de interesados en que la crispación siga aumenta imparablemente. Y la dificultad de resolver un problema político -la crispación, en este caso- es directamente proporcional al número de gente que se beneficia de él. Me temo que hay mucha gente interesada en que el ruido continúe.

La corrupción tiene mucho que ver con la vida municipal. Sería lógico que se hablara en esta campaña de los modos de proteger los municipios de la agresión de los corruptores -no se olvide nunca que no hay corrupto sin corruptor- y de las amistades peligrosas, entre política y dinero a costa de la urbanización masiva de determinadas zonas del país. Pero probablemente se pasará de puntillas sobre ello, porque la crispación está en otra parte: en la cuestión vasca, en la participación de Batasuna en las elecciones. Y la crispación es la que manda en la política española. El monopolio que la cuestión terrorista ejerce sobre la escena política tenía una sola ventaja: había frenado la demagogia reaccionaria sobre la inmigración. Ya ni siquiera ésta: el PP catalán de Josep Piqué tiene el dudoso honor de haber abierto la puerta a la entrada de la xenofobia en campaña, con un vídeo sobre la ciudad de Badalona.

La crispación es un espejo deformante de la realidad. En el debate electoral con Ségolène Royal, Nicolas Sarkozy puso a España por tres veces como ejemplo de las cosas que piensa hacer como presidente. ¿Qué hubiese pensado Sarkozy si al día siguiente hubiera visto la prensa española con un tema común en todas las portadas: las listas de Batasuna? ¿Es ésta la verdadera realidad de España? La crispación no deja siquiera espacio para el sentido común. El Rey habla de Irlanda e insinúa que, en estos casos, merece la pena «intentarlo», y se le acusa de romper su neutralidad. Y el Rey añade otra cosa más importante, que ha pasado más desapercibida: «Si se consigue, se consigue». Es la razón por la cual la mayoría de los ciudadanos son siempre condescendientes con el que lo intenta. Aunque la crispación lo nuble todo. FIN.

Las manifestaciones de la AVT (las víctimas del PP), en plena campaña electoral, reciben un tratamiento muy di¡ferente en cada diario. Ya estamos acostumbrados. Banderas de colores y a toda página en El Mundo y un recuadrito a mitad de página en El País. Sobre esa mani he oido un espeluznante reportaje sonoro en la SER en el que se oían gritos coreados de «Zapatero al paredón! o ¡De Juana a la cárcel, con Polanco!, y cantados como el famoso himno infantil «Cara al sol», etc.

Todo muy old fashion. O sea, de sabor fascista. ¡Qué miedo!.

Me dieron ganas de volverme en bici a los campos de Segovia en busca de San Juan de la Cruz.

Magnífico fin de semana segoviano.

Ética y política (con humildad) para Savater

Querido maestro:

Hoy no se si comer o escribir. Cualquier cosa menos pensar. En cualquier otra circunstancia, quienes me conocen saben muy bien que, en caso de duda, optaría por comer. Sin embargo, ya es muy tarde y he tomado un par de copas de rioja con lomo para celebrar con los compañeros los 4,18 millones de usuarios únicos que ha tenido 20minutos.es en marzo.

¡Muchas gracias a todos los lectores y usuarios de 20minutos.es!

¡Tiembla Pedro Jota!

Ya puesto, creo que voy a escribir unas líneas como si fuera libre. Además, El País y El Mundo coinciden hoy en el sujeto principal (Batasuna) y casi en el verbo (“desafía” y “renueva”). ¡Qué aburrimiento de portadas!

Aprovecharé, querido y admirado Fernando, la ayuda que me prestan las dos copitas de rioja para intentar resolver algunas dudas que tengo, desde hace algún tiempo, sobre tu comportamiento ético y político y que no me dejan dormir tranquilo.

Si no lo digo, reviento: únicamente los fósiles no evolucionan. No seré yo, por tanto, quien te niegue a ti, ni a nadie, la capacidad para evolucionar y cambiar como os venga en gana y, a ser posible, sin hacer daño innecesariamente a terceros. Estás y están en su derecho.

No obstante, los maestros, por encima de los demás mortales, tenéis la obligación adicional de explicar a los discípulos a qué obedecen vuestros cambios de comportamiento (incluso de teorías), por extraños que sean, especialmente en vuestras áreas de conocimiento: la ética y la política.

Soy profesor universitario y, tanto en mis clases como en mi vida, trato de aplicar el espíritu universitario que me enseñaron maestros como tú: eso significa sencillamente que “quien ha sido enseñado debe enseñar”.

Mis hijos han leído “Ética para Amador» y «Política para Amador» (dedicados personalmente por tí) como si fueran nuestros evangelios laicos. Ahora ven a su filósofo favorito en los periódicos, perseguido y vigilado por los terroristas de ETA, que quieren matarle, y me preguntan:

“¿Es éste el mismo Savater cuyos libros siempre nos has recomendado leer y cuyos artículos vas recortando y repartiendo por toda la casa?”

Creo que he leído, con fruición, un montón de libros y de artículos tuyos, desde cuando defendías con fervor las “ikastolas” del nacionalismo vasco rampante, contra el centralismo franquista, hasta hoy que defiendes tu alianza, escasamente explicada, con los nacionalistas españoles del PP para derrotar a los terroristas de ETA y, de paso, a los nacionalistas vascos.

Trato, honestamente, de entenderte y me pongo en tus zapatos. Con poco éxito, reconozco. Y, como yo, observo a muchos de tus discípulos que deambulan por estos blogs huérfanos de maestro.

Al salir de la adolescencia, cuando cambié la fe por la razón, me empecé a definir como “erasmista” (una pedantería “sofomórica” sólo soportable a esa edad, y siendo un ignorante “de ciencias”). Ya en la universidad, cuando empecé a leer de verdad a Erasmo, a Voltaire y, más tarde, tus propias deliciosas obras, presumí impúdicamente de “volteriano” por no decir “savateriano” (o ¿savaterino? o ¿savolteriano?).

Más de una vez, eché de menos tus artículos en momentos claves de la vida española –tus provocaciones son como una droga, o una vitamina, según se mire, para excitar o zarandear la inteligencia- y también lo he dicho en este blog, que me es tan útil para compartir con otros descarriados estos desahogos personales. Largo silencio.

Desde que ETA rompió su tregua con el bombazo criminal de Barajas apenas había leído nada tuyo sobre la política española hasta anteayer, con tu artículo «Los ideólogos del Carnaval». Entonces supimos que los asesinos miserables de ETA te pisaban los talones para atentar contra tí, el donostiarra más relevante de nuestro tiempo.

Hace tiempo que te siguen. Y lo sabes. Y no te callan. De lo que me alegro.

Me recuerdas a un compatriota andaluz, Ibn Hazem, (cito de memoria y con vino) cuando le replicaba al reyezuelo de Sevilla que había mandado quemar sus versos:

«Podéis quemar todos mis libros, pero no conseguiremos borrar lo que encierran, porque lo llevo grabado en mi pecho»

.

Sin embargo, tengo una desazón cuando ahora te leo, pues lo hago con prevención, buscando los tres pies al gato. Me temo, Fernando, que, últimamente, los terroristas y los más fanáticos nacionalistas vascos están consiguiendo desgraciadamente, quizás sin proponérselo, una parte de su propósito.

Acorralándote, te están cambiando tus humores y te llevan al extremo político conservador donde tus tradicionales enseñanzas racionalistas -construidas con más cerebro que tripas- difícilmente pueden germinar.

Dudo que los ideales éticos y políticos del Savater que yo he leido y envidiado puedan encontrar terreno abonado en el estado de fanatismo actual del PP, del Foro de Ermua, de la AVT de Alcaraz, de la Conferencia Episcopal o de la COPE.

Tus palabras en favor de la lucha por la libertad, la justicia y la paz podrían estar cayendo en un desierto oportunista, pero desierto. Y es, créeme, una pena. Estás en tu derecho, pero veo más corazón que cerebro -y, ¿por qué no decirlo?, algo de resentimiento comprensible- en tus últimas declaraciones y artículos.

Entre unos, con sus halagos debilitadores, y otros, con sus amenazas terroríficas, te están amortizando y amordazando. Y esto, creo yo, es lo peor que nos podía pasar: perder tus referencias éticas y políticas que son las de nuestro tiempo.

¿Hacia dónde miramos ahora, Fernando?

Tú apenas nos conoces. En cambio, nosotros, tus lectores, te conocemos muy bien y seguimos con atención tus cambios de humor y hasta las trampas que, sin éxito, tratas de hacerte cuando juegas al solitario. Reconozco, no obstante, que tu honradez intelectual te ha obligado siempre a dejarnos pistas para que podamos justificar –ya que no compartir- tus cambios de comportamiento. Y te lo agradecemos.

Aún me cuesta –incluso con las dos copitas de rioja- entrar en el tema de fondo. Me voy a la maquinita del Departamento Comercial de 20 minutos a por un café.

Esto ya es otra cosa.

Lo que quiero decirte, Fernando, –y no se cómo- es que no entiendo cómo un intelectual –un sabio tan crítico y tan libre- como tú, a quien tanto he admirado y con todo lo que llevas a cuestas, puede estar apoyando ahora, de la forma en que lo haces, las posiciones radicales, algunas de ellas fanáticas y desmembradoras, del Partido Popular, del Foro de Ermua o de la AVT de Alcaraz, como tu propia alternativa para acabar con el terrorismo de ETA, y en contra de todas las demás fuerzas políticas de España. Sencillamente no lo entiendo. Si tú no puedes hacerlo, que alguien me lo explique, por favor.

Tengo un gran amigo de la infancia –una de las personas que más quiero en este mundo- con quien apenas puedo hablar –sin caer en la bronca- de la situación política de España y del País Vasco. Es socialista y mantiene posiciones próximas a tí, a Rosa Díez, a Gotzone Mora, a Nicolás Redondo Terreros, a Maite Pagaza… y a tantos otros demócratas admirables que jamás habéis conocido ni disfrutado la libertad de expresión en el País Vasco.

Creo recordar que empecé a notar esta tristísima fractura política en tiempos del Gobierno de Aznar. Entonces, el líder socialista vasco, Nicolás Redondo Terreros, y el líder del PP vasco, Jaime Mayor Oreja, iban de la mano con la intención -a mi juicio, utópica- de vencer y desalojar del Gobierno al nacionalismo vasco. No fue posible.

Aquella difícil y frágil alianza «frentista» de vasco-españoles frente a vascos-no-españoles fue un fracaso y ambos líderes cedieron el testigo –con no pocas heridas internas- a sus sucesores. Como sabes, hubo purgas y navajeos miserables aún no resueltos.

La caída deshonrosa de Aznar/Rajoy y la victoria electoral de Zapatero, el 14 de marzo de 2004, agravaron esa fractura tan dolorosa entre quienes viven sin vivir –y sin libertad- acorralados en su propio País Vasco, aliados con los nacionalistas españoles del PP, y quienes, en el resto de España, precisan del apoyo de los nacionalistas (vascos y/o catalanes) para seguir en el poder y para acabar con ETA por la vía de la negociación si abandonan las armas.

Endiablada encrucijada.

Sabemos que sin el concurso del PP no habrá paz duradera en el País Vasco, pues este partido representa a nueve millones de votantes y, tarde o temprano, volverá a gobernar. También sabemos que la vía negociadora abierta por Zapatero, con el apoyo de todos los demócratas, salvo el PP, fracasó con el bombazo de Barajas.

Y, ahora, Fernando ¿qué hacemos?

¿Puede romperse el maleficio que separa las posiciones de Rajoy y Zapatero para que puedan diseñar juntos un Plan B para acabar con ETA?

Juntos, sí, contigo y con mi amigo de la infancia, tirando todos del mismo carro y en la misma dirección.

¿Por dónde empezamos, Fernando?

¡Jo! ¡Qué envidia me dan los de Irlanda del Norte! Tienen a un antiguo terrorista del IRAa punto de entrar a formar parte del Gobierno.

Se me está pasando el efecto, tan benéfico y optimista, del rioja y el café me devuelve ya a una realidad durísima en la que veo por doquier banderas de España, que deberían emocionarme como a cualquier “abertzale” (como sabes, esta palabra significa “patriota” en euskera).

Soy un mal “abertzale” español ya que, quizás por efectos retardados del fascismo sufrido en mi propia piel, aún me dan repelús los colores de la bandera, incluso sin la gallina de Franco. Te prometo que hago esfuerzos por superarlo. Pero los “abertzales” del PP no me ayudan mucho. Y lo que me faltaba: ahora mismo, tú tampoco me aclaras nada. Todo lo contrario.

Una buena amiga medio-vasca/medio-maqueta me recordó ayer la escena más terrible y pedagógica de la excelente película “Cabaret”:

Sentados en una bellísima terraza de un merendero alemán de la preguerra mundial, unos jóvenes cachorros de Adolf Hitler, vestidos de caqui, comenzaron a entonar una no menos bella canción nazi (creo que era “El mañana nos pertenece”). Por miedo o por amor desenfrenado a Alemania, casi todos los allí presentes acabaron cantando la misma canción y muchos de ellos, en pie, con el brazo el alto. Faltaría más.

Eso mismo hacía yo de niño, cada mañana, en el patio del colegio, antes de entrar en clase: cantaba el Cara al Sol (u otras similares, también bellísimas canciones fascistas o nazis), con el brazo el alto, mientras el hermano prefecto izaba la bandera de Franco y daba los gritos fascistas de rigor:

¡Paña! Una, ¡Paña! Grande, ¡Paña! Libre. ¡Viva Franco! ¡Arriba España!

Aún me da un no se qué en las tripas al recordar la escena. Supongo que los hijos de los vencedores lo recordarán de otra manera.

En la película «Cabaret«, cuando los cachorros de Hitler terminan de cantar el himno «abertzale” alemán, el británico le pregunta al ricachón alemán si lo le asusta el ascenso imparable de los nazis en Alemania. El conservador alemán –recuerdo con mi pésima memoria- le contestó algo así:

“Dejemos que los nazis acaben ahora con los comunistas y luego acabaremos nosotros con los nazis”.

La historia nos enseñó, poniendo millones de terroríficos asesinatos masivos sobre la mesa, que ni los nazis acabaron con los comunistas ni los conservadores pudieron acabar con los nazis.

Demasiado tarde para la Europa del siglo pasado.

Pero creo que no es tarde para nosotros, si aún podemos reflexionar juntos sobre un futuro común en libertad, justicia y paz.

Para acabar con los terroristas de ETA (y sueño con ello) no vale cualquier alianza ni a cualquier precio ni en cualquier tiempo y lugar.

A mi me siguen dando miedo algunas amistades peligrosas de la derecha radical (“Conozco al monstruo, porque viví en sus entrañas”, que diría José Martí), pero estoy dispuesto a hacer un esfuerzo sincero por acercar mis posiciones, en este asunto, con la de los conservadores y compañeros de viaje que tengo más cerca de mi. Ahí puedo aportar mi granito de arena.

¿Nos remangamos, Fernando, para unir, uno a uno, a todos los demócratas en contra de ETA sin hipotecar nuestra libertad ni ponerla en peligro con alianzas que podrían producirnos más tarde daños irreparables?

¿Es posible aún invertir la tendencia actual que agranda pavorosamente la brecha entre maestro y discípulos?

¿Podremos volver a leer tu “Ética para Amador” y tu “Política para Amador” sin que, por la noche, los duelos y quebrantos perturben nuestro sueño?

Dinos algo, Fernando.

Y, digas lo que digas, te queremos. Cuídate de los bárbaros.

Un abrazo

JAMS

—–

¿Cientos de miles o 120.000 contra Zapatero?

Ya de niño, con el cerebro medianamente lavado por los frailes, me impresionaron mucho estos versos cómicos de un romance (creo que anónimo) sobre una contradicción recionalmente irresoluble:

¿Cómo es posible que, siendo Dios infinitamente poderoso y, a la vez, infinitamente bueno, pueda permitir que ocurran tantas desgracias, tanto sufrimiento evitable, tanta hambre, desigualdad, tortura, injusticia, etc, sobre la Tierra?

Una de dos: o no es tan poderoso como dicen mis frailes o no es tan bueno.

La respuesta me la dió este sabio romance de cariz peligrosamente racionalista:

«… vinieron los sarracenos

y nos molieron a palos,

que Dios ayuda a los malos

cuando son más que los buenos…»

Quizás, por eso, buena parte de la COPE, El Mundo, el PP, los profesionales de la política que viven (y a menudo abusan) de las víctimas, etc., tienen tanto interés en sumar mucha gente en la calle a favor de sus pancartas políticas.

Deben creer, como el autor del romance, que si llegan algún día a ser muchos más que los otros, entonces tendrán a Dios de su lado.

Al final, va a resultar que ser bueno o malo va a depender de los votos.

Sin embargo, esta vez me ha parecido ver pocos curas y monjas y ningún obispo en esa quinta manifestación contra el diálogo de Zapatero con ETA , aprobado por los representantes de la mayoría de los españoles.

Ambos diarios difieren hoy en sus portadas en la cantidad de manifestantes -lo que ya es habitual- y también en el objetivo que pretendían los convocantes.

El País, abajo:

Más de 120.000 personas se manifiestan en Madrid contra el diálogo con ETA

Sumario:

La cúpula del PP se suma a la manifestación

El Mundo, arriba:

Una gran multitud pide por quinta vez a Zapatero que no se rinda

Sumario:

Cientos de miles de personas, incluída la plana mayor del PP, contra la negociación con ETA

Como vemos, en El Paísvan:

«contra el diálogo con ETA»

mientras en El Mundo van:

«contra la negociación con ETA

Por el famoso romance, ya sabemos que las palabras las carga el diablo o Dios, dependiendo del número de personas que las digan o, quizás, -¿por qué no?- de lectores que las lean?

Y si dependiera del número de lectores… (¡ay!), Dios estaría apoyando… a los 2,5 millones que leen cada día 20 minutos y no a los 1,2 millones escasos que leen cada día El Mundo. (Este argumento no me consuela nada, porque en la edición digital El Mundo aún nos gana con mucha ventaja. Claro que la lanzaron diez años antes que 20minutos.es) El tiempo lo dirá.

¿Será verdad que los obispos, que hace exactamente un año pedían más dinero al Estado (véase El País, 26-11-05), están ya satisfechos con lo que han sacado de nuestros bolsillos, gracias a la generosidad o cobardía del gobierno socialista?

Por lo que veo, los obispos ya no hacen tanto ruido… a la vista.

¿Será por dinero o por la genuflexión de Moratinos ante su colega en el Vaticano?

Aquí pasa algo.

Dos artículos recomendables de El País (Domingo).

Uno es éste análisis de Javier Pradera:

Guerra y dictadura

LOS INCIDENTES PRODUCIDOS en el Valle de los Caídos con ocasión de una misa por el 31º aniversario de la muerte de Franco, por un lado, y la petición suscrita por cerca de noventa organizaciones de izquierda para que el proyecto enviado por el Gobierno a las Cortes el pasado 8 de septiembre en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura sea retirado del Congreso, por otro, ponen de relieve que el debate intergeneracional sobre las siete décadas pasadas continúa vivo. La iniciativa tendrá una agitada travesía parlamentaria; mientras el PP anuncia su rechazo frontal, ERC e IU anuncian sendas enmiendas a la totalidad. Y si los medios de la derecha presentan el proyecto como un acto de revanchismo, un informe de Amnistía Internacional descalifica su articulado como una especie de ley de punto final o de amnistía encubierta.

El proyecto de ley del Gobierno que amplía derechos y establece medidas en pro de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo será impugnado en el Parlamento desde la derecha y desde la izquierda

La propuesta gubernamental elude el título previsto de ley de memoria histórica y adopta un rótulo descriptivo referido al reconocimiento y ampliación de derechos y al establecimiento de medidas «a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la Dictadura». Se trata de una decisión razonada: la exposición de motivos aclara que no es tarea de las normas jurídicas «implantar una determinada memoria histórica» o «reconstruir una supuesta memoria colectiva». Una vez excluido el empleo de esos estereotipos, reificadores de experiencias personales y diversas, la propuesta gubernamental opta por amparar la recuperación de la memoria personal y familiar, que incluye el derecho a la reparación de las injusticias sufridas en forma de condenas, sanciones o violencias «cualquiera que fuere el bando o la zona en la que se encontraran quienes las padecieron». Los recuerdos mantienen una singularidad individual, irreductible a una fantasmal memoria histórica -colectiva y monolítica- cuya voz sería monopolizada por los portavoces que se arrogasen el privilegio de hablar en su nombre.

Pero la batalla de las palabras desempeña un papel en las guerras políticas: la kilométrica denominación del proyecto gubernamental facilitará el regreso a los debates parlamentarios y a la prensa de la expresión memoria histórica con que ERC bautizaba en febrero de 2006 -añadiendo republicana y antifascista- su proposición de ley, rechazada después por el Congreso. Navegando entre los improperios derechistas, por planear una supuesta revancha simbólica frente a los vencedores de la Guerra Civil, y las denuncias izquierdistas, por no declarar de modo expreso la ilegalidad de la dictadura, la exposición de motivos del proyecto de ley reivindica, sin embargo, su voluntad de dar continuidad al espíritu de concordia y de respeto al pluralismo que guió a la transición e inspiró a la Constitución.

Desde el punto de vista de la reconciliación nacional, es lógico que los grandes beneficiados de la ampliación de los derechos y de las medidas económicas mencionadas en la norma sean los represaliados, encarcelados y exiliados por haber servido a la Segunda República o por haber luchado contra el régimen de Franco cualquiera que fuese su alineamiento (o el de su familia) durante la guerra, sin olvidar a sus deudos ni a los familiares de los fallecidos. El proyecto indemniza igualmente a los herederos de los muertos por la democracia entre 1 de enero de 1968 y 6 de octubre de 1977.

El proyecto regula también una miscelánea de materias: desde la localización de los desaparecidos hasta la doble nacionalidad de los brigadistas, pasando por el Valle de los Caídos, el Archivo de Salamanca y la supresión de los escudos conmemorativos de la Guerra Civil en los edificios estatales. Junto al polémico terreno de las cuestiones simbólicas, el principal tema de discordia entre el Gobierno y sus aliados girará en torno a las sentencias dictadas por tribunales militares en juicios sumarísimos; el invento sustitutorio de la nulidad de esos fallos, una «declaración de reparación y reconocimiento personal» que concedería un consejo elegido por el Parlamento, carecería de efectos jurídicos o de cualquier otro tipo y omitiría el nombre de los verdugos, parece una broma de los Santos Inocentes.

Y el otro es de John Carlin sobre la lucha contra el sida y sobre la situación de la mujer en Africa . Aviso: es largo, pero vale la pena leerlo:

REPORTAJE LA GRAN PLAGA

El hombre que plantó cara al sida

Gay, ex prostituto y enfermo, Zackie Achmat se ha convertido en una leyenda en la lucha contra la pandemia

JOHN CARLIN

26/11/2006

Los padres de Zackie Achmat eran musulmanes conservadores. Cuando él tenía 14 años prendió fuego a su colegio, se fue de casa y se ganó la vida durante una época como prostituto homosexual. Ateo declarado, con ideas políticas forjadas a base de una intensa lectura de las obras de Marx, Lenin y Trotski, contrajo el sida a los 28 años y fundó el primer movimiento de su país defensor de los derechos de gays y lesbianas. Su padre se fue a la tumba odiándole; su madre nunca logró sobreponerse a la vergüenza. Sin embargo, hoy, el propio Nelson Mandela le ha calificado como un héroe nacional en el país más golpeado por el sida del mundo. Porque no existe ninguna otra persona en Suráfrica, ni seguramente en ningún otro país, que haya dedicado tanto tiempo y energía, que se haya entregado de forma tan desinteresada a la guerra contra el sida; que haya sacrificado tanto para ayudar a tantos.

Achmat es un emblema de la lucha global contra un virus que ha infectado a 40 millones de personas

900 personas mueren cada día en Suráfrica por sida, y otras 1.000 resultan infectadas

«El riesgo de difusión del sida es mayor en países en los que hay excesos sexuales pero no libertad sexual»

«El hijo de Mandela murió de sida, y él lo anunció al mundo para combatir el tabú del sexo y el sida»

La inmigración y la desigualdad entre sexos favorece la enfermedad en India, China y Rusia

«Si disminuye la violencia contra las mujeres, el resultado será una contención de la epidemia».

Achmat, nacido en 1962, despierta la misma admiración fuera de su país y es reconocido entre los activistas del sida como un emblema de la lucha global contra una enfermedad que hoy padecen 39,5 millones de personas, 4,3 millones más que a finales del 2005, según la ONU. Mañana mismo,

Achmat, que ha sido nominado para el Premio Nobel, hará una intervención ante el Banco Mundial en Washington en la que propondrá que combatir el sida no debe ser sólo prioridad para los países pobres más afectados -o incluso países grandes en peligro como China, India y Rusia -, sino que tiene que ser una responsabilidad compartida. Todos deben aportar apoyo político y económico, dirá, porque no hacerlo en un mundo interdependiente, de fronteras más y más porosas, impactará de manera imprevisible en la prosperidad y seguridad de todos.

Achmat, coincidiendo con el inminente Día Internacional del Sida, hizo un análisis para EL PAÍS de la situación actual. Destacó que, aunque el número de víctimas del virus no deja de crecer, hay motivos para el optimismo, principalmente debido a que los avances científicos se empiezan a aplicar por fin en África, donde viven tres cuartas partes de las víctimas, pero un millón de personas ya tiene acceso a los medicamentos antirretrovirales que hace tiempo son accesibles a todos en los países ricos.

Achmat lleva ocho años dirigiendo una organización llamada Campaña de Acción para el Tratamiento (en inglés, TAC), que se ha dedicado en gran medida a presionar a su Gobierno, a la industria farmacéutica y a la opinión internacional para que se acabe con la desigualdad en el acceso al tratamiento para el sida en países ricos y pobres. La TAC es al sida lo que el partido gobernante de su país, el Congreso Nacional Africano (ANC), del ex presidente Mandela, fue al apartheid. Y así como en los tiempos de lucha de Mandela, Suráfrica era símbolo mundial de la discriminación racial, hoy Suráfrica ofrece el ejemplo más deplorable de cómo reaccionar ante la epidemia.

Mandela declaró en una famosa ocasión que estaba dispuesto a dar la vida por su causa. Achmat ha estado todavía más cerca que Mandela de dar la suya. Durante años se negó a tomar la medicación antirretroviral que podía salvarle la vida porque los fármacos no estaban al alcance de los surafricanos pobres. Mandela le pidió personalmente en 2002 que cediera, pero hubo que esperar al año siguiente, cuando el Gobierno de Thabo Mbeki relajó su perversa postura contra el tratamiento antisida, para que Achmat -con la enfermedad plenamente desarrollada y al borde de la muerte- empezara a tomar las píldoras de Lázaro.

Desde entonces ha sufrido un ataque al corazón que volvió a ponerle al borde de la muerte. Sin embargo, durante la entrevista celebrada esta semana, irradiaba el optimismo y la buena salud de un hombre que ha visto sus esfuerzos recompensados, que ha ganado batallas contra su Gobierno y contra la industria farmacéutica internacional, ya que ha ayudado a dividir por 25 el precio de los fármacos antisida en Suráfrica desde que fundó la TAC, en 1998. Que las cosas parezcan estar cambiando, que el Gobierno surafricano esté sacando, por fin, la cabeza de debajo del ala, se debe más que nada al activismo de Achmat, que vivió buena parte de su adolescencia en la cárcel (incendiar su colegio fue uno de los muchos actos de protesta política y por el que estuvo nueve meses incomunicado cuando tenía 15 años) por su militancia en el ANC, que pasó los años ochenta en la clandestinidad en nombre del ANC y que ha dedicado los ocho últimos años de su vida a combatir la postura del Gobierno del ANC respecto al sida. Y está ganando.

Mbeki parece aferrarse todavía a la posición de «negar la evidencia» cuando asegura que el virus del sida no mata, que los fármacos antirretrovirales hacen más mal que bien y que la remolacha y el ajo son la mejor cura para la enfermedad. Pero la presión política en su país y fuera de él -en gran parte generada por la TAC- ha alcanzado su masa crítica, y tanto él como, sobre todo, los futuros aspirantes a la presidencia dentro de su propio partido se han visto obligados a cambiar de rumbo y sumarse a la ortodoxia internacional sobre la materia. Hay muestras de una revolución silenciosa en la política sobre el sida dentro del Gobierno de Mbeki, indicios de que se preparan medidas radicales para mejorar el acceso a tratamientos antirretrovirales y para que el Gobierno abandone su retórica confusa, engañosa, cuyas consecuencias muchos consideran criminales dentro y fuera de Suráfrica.

A pesar de que el número de personas infectadas de sida es sólo comparable al de India, un país con una población 25 veces mayor, el panorama nunca ha sido tan esperanzador para la campaña de la TAC. Tanta energía positiva desprende Achmat -lleva, como siempre que aparece en público, una camiseta negra con las palabras HIV-Positive estampadas en el pecho, en grandes letras blancas-, que incluso logra sacar algún consuelo de las abominables cifras del sida en Suráfrica, las peores en un continente al que se atribuyen dos tercios de los casos mundiales; un país en el que 900 personas mueren de la enfermedad y 1.000 resultan infectadas cada día; que alberga a 5,5 millones de los seropositivos de todo el mundo; en el que el sida ha acabado ya con 1,5 millones de vidas.

«Las víctimas del sida, sólo en Suráfrica, son mucho más numerosas que las de la guerra de Irak», explica Achmat, que habla del tema sin parar durante cuatro horas -primero en un restaurante, ante una cena baja en colesterol (por su corazón) y sin alcohol (por el sida), y luego en su casa hasta altas horas de la noche-, con buen humor, con lucidez y con una pasión inagotable. «Pero aquí hemos hecho tan mal las cosas, somos un ejemplo tan claro de cómo no actuar ante la epidemia, que ofrecemos una buena lección al mundo que todos los gobiernos deberían estudiar».

«La gran lección sobre cómo no hacer las cosas está aquí». Lo que Achmat recomienda es estudiar el caso de Brasil, el país en vías de desarrollo que ha afrontado la enfermedad de forma más admirable.

Suráfrica y Brasil se parecen en muchos aspectos: los dos países tienen inmensas desigualdades entre ricos y pobres, son prósperos y dinámicos en comparación con sus vecinos y, a principios de los noventa, estaban prácticamente en el mismo nivel de sida. Para explicar lo que ha sucedido desde entonces, qué radicalmente distintos han sido los métodos utilizados por los dos, Achmat recurre a un gráfico que ha incluido en la intervención programada para mañana ante el Banco Mundial. El gráfico muestra dos curvas; una es la incidencia de la muerte por cada 100.000 mujeres entre 15 y 64 años en Brasil, y otra la del mismo grupo en Suráfrica. La curva brasileña es la que se podría esperar en cualquier país normal: asciende lentamente y se hace más brusca cuando el grupo de edad supera los 50. La curva surafricana es tan pronunciada cuando las mujeres están en plena edad fértil como a los 60 años.

En general, el número de muertes entre los hombres y mujeres del grupo de edad de 30 a 34 en Suráfrica es más elevado que ningún otro. «Nosotros nos hemos equivocado en todo y Brasil ha acertado en todo: unos dirigentes que han sentado un claro ejemplo, haber sabido combinar la prevención con el tratamiento, invertir el dinero necesario, mostrar, como sociedad, una actitud saludable respecto al sexo. Lo que quiero decir es que a Brasil no le acompleja que sus habitantes practiquen mucho el sexo. A diferencia de Suráfrica, donde también hay mucho sexo pero se ve la hipocresía y el rechazo desde las alturas». Achmat lo explica con una fórmula: «Beatería pública y permisividad privada». Mientras que en Brasil, dice, la permisividad es tanto privada como pública. «El problema, el riesgo de difusión del sida, es mayor en los países en los que hay excesos sexuales pero no libertad sexual; en los que es tabú hablar de sexo, pero a las mujeres se las trata de manera abominable».

A Achmat, cuya militancia le ha ganado el odio de peligrosos radicales musulmanes en Suráfrica, le horroriza lo que considera la peligrosa insensatez de las religiones que no son capaces de abordar con honradez la cuestión del sexo. «Lo malo es que se confunde moralidad con sexo, se eleva el sexo a la categoría de máxima inmoralidad. Y todavía peor es cuando la gente es permisiva pero pretende que no lo es. Lo que ocurre, yo creo, es que luchamos cada día para tener una nueva Ilustración. Porque la Ilustración significa democracia, razón, ciencia, igualdad, respeto al individuo. En la guerra contra el sida debemos librar esa batalla cada día».

Para Achmat, el gran defensor de esa Ilustración de nuestros días ha sido Nelson Mandela. «¡Eso es ser un dirigente! Ningún otro político surafricano ha hablado más abiertamente ni con más prudencia sobre el sida. En 2003 apareció en el estrado, en una concentración de la TAC, con una de estas camisetas de HIV-Positive. ¿Sabe lo que significa eso en un hombre que se crió en los años veinte y treinta, en un hogar tradicional, rural, aristocrático, que estuvo 27 años en prisión y que, en muchos sentidos, se comporta como un caballero victoriano del siglo XIX? ¡Y luego su hijo muere de sida y él da una rueda de prensa para anunciarlo al mundo, precisamente para combatir el tabú del sexo y el sida! En cambio, aquí, en Suráfrica, mueren 1.000 personas al día y nuestros dirigentes actuales, ni una palabra».

Sin embargo, las cosas están cambiando en Suráfrica. «Ha habido una gran transformación, y el próximo presidente no tendrá más remedio que hacer que el sida sea una gran prioridad. En comparación con 1988, el año en el que se celebró el primer Día Internacional del Sida, hemos avanzado enormemente en cuestión de tratamientos, uso de condones, investigación, y -cosa muy importante- cada vez se es más consciente de que existe una relación entre desigualdad entre sexos y sida; que si se disminuye la violencia contra las mujeres y ellas adquieren más independencia económica, el resultado será una contención de la epidemia».

También se dedica mucho más dinero a combatir el sida. Pero no es suficiente, el 50% de lo que se necesita en todo el mundo, dice Achmat, que considera «obscena, escandalosamente obscena» la desproporción entre el gasto dedicado a la llamada guerra contra el terrorismo y el dedicado al peligro mucho más claro e inminente representado por el sida y otras enfermedades que siegan la vida de los pobres, como la malaria y la tuberculosis.

No obstante, Achmat termina las cuatro horas de conversación en un tono esperanzado, como corresponde a un momento en el que parece encontrarse en el umbral de una famosa victoria, la de haber contribuido a cambiar por completo las políticas sobre el sida que han hecho de Suráfrica un caso perdido y un ejemplo vergonzoso para el resto del mundo. «Creo que el movimiento creado en torno al sida, no sólo aquí, sino también en el resto de África, ha engendrado un grado de solidaridad social y motivación común que no se había visto ni siquiera hace 50 años, durante los movimientos africanos de independencia. Creo que sobre las cenizas del sida podemos construir unas sociedades más democráticas y fuertes, como ocurrió en Europa tras la II Guerra Mundial».

La gran injusticia -una de las más grotescas del mundo- es que una enfermedad que ya es sólo crónica y en gran medida asintomática en Europa y en Estados Unidos, sigue siendo mortal en África. El gran objetivo es que se deje de discriminar a los países pobres en materia de salud; que tanto en África como en otros continentes en los que existe la amenaza de que el sida adquiera dimensiones africanas se logre la igualdad.

Achmat sabe que la victoria está lejos, que la guerra será larga, que todavía existen grandes peligros y será preciso matar más dragones, pero él mismo ha resurgido de las cenizas. Es inteligente, ambicioso, astuto y dinámico, y después de haber logrado victorias en el campo de batalla del sida más duro de todos, el de Suráfrica, después de haber derrotado él mismo a la propia muerte, su fe de ateo le dice que, a pesar de tanto sufrimiento, todo es posible.

Aún hay salvación para China, India y Rusia

LOS GOBIERNOS de China, India y Rusia, tres países que Achmat considera al borde de una catástrofe sin precedentes por lo que respecta al sida, aún tienen tiempo de actuar. «Los conocimientos y los tratamientos médicos están mucho más avanzados que cuando empezó a extenderse la enfermedad en Suráfrica, hace 10 años, y los medicamentos son muchísimo más baratos». Los motivos de alarma en estos países no tienen que ver sólo con que los casos de sida estén aumentando. «Tienen en común con Suráfrica dos factores que favorecen la epidemia: vastos movimientos de mano de obra inmigrante y una terrible desigualdad entre los sexos», explica Achmat.

Los trabajadores que están lejos de sus familias no sólo tienden a mantener relaciones sexuales superficiales en los centros urbanos en los que trabajan, sino que, cuando vuelven a sus hogares rurales de vacaciones, contagian la enfermedad a sus esposas. Por eso es por lo que el VIH, además de extenderse por toda Suráfrica, ha causado «estragos», según Achmat, en países pobres y exportadores de mano de obra del sur del continente, como Malaui, Lesoto y Mozambique. «Si se piensa que, en los momentos de máxima afluencia, Suráfrica ha tenido 1,5 millones de trabajadores inmigrantes, y que en China hay 135 millones, que en su mayoría viven en grandes recintos urbanos, y muchos de los cuales son -un factor de riesgo más- mujeres en edad de tener una vida sexual activa, es fácil ver las posibilidades de catástrofe».

Por lo que respecta a India, no sólo existen también grandes migraciones internas, sino que las clases medias viven en un rechazo de la realidad que es peligrosamente retrógrado. «Las clases medias jóvenes y florecientes siguen pensando que el VIH es cuestión de los homosexuales y de las trabajadoras del sexo», dice, al tiempo que destaca que hace 15 años la gente pensaba lo mismo en Suráfrica, pero que hoy las mujeres jóvenes de su país tienen cuatro veces más posibilidades de resultar infectadas que los hombres. «Lo irónico es que India es el mayor productor mundial de fármacos para el tratamiento del sida y, sin embargo, la gente es muy ignorante sobre la enfermedad». Por ahora, India está empatada con Suráfrica en cuanto al número de infectados, alrededor de 5,5 millones cada una. «Dado que tienen más de 1.000 millones de personas, esa cifra es menos del 0,5% de la población. Imagínese si alguna vez llegara al 10%, como aquí… E imagínese si tuviéramos porcentajes semejantes en China, las consecuencias que eso tendría en países como Vietnam, Camboya, Birmania, tal como hemos visto con los vecinos de Suráfrica. Por no hablar de la sangría de recursos a medida que la demanda de tratamiento adquiera proporciones masivas».

Rusia, cuyas posibilidades de desastre también ha estudiado Achmat, posee además un enorme problema de consumo de drogas por vía intravenosa, que se suma a un machismo desenfrenado y a inmensas oleadas migratorias de trabajadores que van del campo a unas ciudades en plena expansión. «Está claro con qué fuerza se está propagando la enfermedad en Europa del Este», advierte Achmat, que empezó a predicar la catástrofe en su país a principios de los noventa y que trágicamente ha resultado tener razón.

«El gran temor es que esos países sigan los pasos de Suráfrica, así que más vale que confiemos en que lo ocurrido aquí les sirva de advertencia», dice Achmat. «Una de las mejores cosas que pueden hacer todos los países en peligro de sufrir una epidemia similar», según Achmat, «es estudiar con detalle el ejemplo de Suráfrica».

Un Plan Marshall contra el sida

Achmat explica el argumento que piensa plantear mañana en el Banco Mundial y en el que seguramente va a seguir insistiendo, todavía con más fuerza, en años venideros: que lo que se necesita ahora en esta África asolada por el sida es el equivalente al Plan Marshall en Europa. Y que tiene sentido económico crear un fondo de reconstrucción para levantar «sociedades más democráticas, más responsables, en las que estos horrores no vuelvan a producirse».

«Contamos con las herramientas básicas para iniciar un Plan Marshall en África. Tenemos a la gente de nuestro lado», asegura el activista surafricano, que ha trabajado más que nadie para concienciar a la población sobre el sida y movilizar a los ciudadanos para que luchen por sus derechos. «Lo que necesitamos ahora es la dirección y los recursos necesarios». Es decir, como explicará mañana en Washington, que los países ricos deben dar más dinero, que hay que gravar con impuestos especiales a las clases medias y ricas, que las grandes empresas tienen que pagar, que los científicos tienen que colaborar y no competir -como ahora- para hallar una vacuna contra el sida, y que los Gobiernos deben ofrecer incentivos para animarles a hacerlo. Y que todo esto lo deben hacer los países ricos no sólo por obligación moral, sino por lógica política y económica.

Partiendo de la premisa de que las enfermedades como el sida que devastan los países africanos contribuyen a la pobreza, eliminando a la gente joven, de cuya mano de obra depende el progreso, Achmat argumenta que pagar ahora representa ahorrar mucho más a medio y a largo plazo. En una época en la que la migración masiva de los países pobres a los ricos genera tantos problemas, unirse de manera decidida a la guerra contra el sida es, para los países ricos, una cuestión de proteger sus propios intereses.

¿Merece o no merece este hombre el Premio Nobel?