Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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Ética y política (con humildad) para Savater

Querido maestro:

Hoy no se si comer o escribir. Cualquier cosa menos pensar. En cualquier otra circunstancia, quienes me conocen saben muy bien que, en caso de duda, optaría por comer. Sin embargo, ya es muy tarde y he tomado un par de copas de rioja con lomo para celebrar con los compañeros los 4,18 millones de usuarios únicos que ha tenido 20minutos.es en marzo.

¡Muchas gracias a todos los lectores y usuarios de 20minutos.es!

¡Tiembla Pedro Jota!

Ya puesto, creo que voy a escribir unas líneas como si fuera libre. Además, El País y El Mundo coinciden hoy en el sujeto principal (Batasuna) y casi en el verbo (“desafía” y “renueva”). ¡Qué aburrimiento de portadas!

Aprovecharé, querido y admirado Fernando, la ayuda que me prestan las dos copitas de rioja para intentar resolver algunas dudas que tengo, desde hace algún tiempo, sobre tu comportamiento ético y político y que no me dejan dormir tranquilo.

Si no lo digo, reviento: únicamente los fósiles no evolucionan. No seré yo, por tanto, quien te niegue a ti, ni a nadie, la capacidad para evolucionar y cambiar como os venga en gana y, a ser posible, sin hacer daño innecesariamente a terceros. Estás y están en su derecho.

No obstante, los maestros, por encima de los demás mortales, tenéis la obligación adicional de explicar a los discípulos a qué obedecen vuestros cambios de comportamiento (incluso de teorías), por extraños que sean, especialmente en vuestras áreas de conocimiento: la ética y la política.

Soy profesor universitario y, tanto en mis clases como en mi vida, trato de aplicar el espíritu universitario que me enseñaron maestros como tú: eso significa sencillamente que “quien ha sido enseñado debe enseñar”.

Mis hijos han leído “Ética para Amador» y «Política para Amador» (dedicados personalmente por tí) como si fueran nuestros evangelios laicos. Ahora ven a su filósofo favorito en los periódicos, perseguido y vigilado por los terroristas de ETA, que quieren matarle, y me preguntan:

“¿Es éste el mismo Savater cuyos libros siempre nos has recomendado leer y cuyos artículos vas recortando y repartiendo por toda la casa?”

Creo que he leído, con fruición, un montón de libros y de artículos tuyos, desde cuando defendías con fervor las “ikastolas” del nacionalismo vasco rampante, contra el centralismo franquista, hasta hoy que defiendes tu alianza, escasamente explicada, con los nacionalistas españoles del PP para derrotar a los terroristas de ETA y, de paso, a los nacionalistas vascos.

Trato, honestamente, de entenderte y me pongo en tus zapatos. Con poco éxito, reconozco. Y, como yo, observo a muchos de tus discípulos que deambulan por estos blogs huérfanos de maestro.

Al salir de la adolescencia, cuando cambié la fe por la razón, me empecé a definir como “erasmista” (una pedantería “sofomórica” sólo soportable a esa edad, y siendo un ignorante “de ciencias”). Ya en la universidad, cuando empecé a leer de verdad a Erasmo, a Voltaire y, más tarde, tus propias deliciosas obras, presumí impúdicamente de “volteriano” por no decir “savateriano” (o ¿savaterino? o ¿savolteriano?).

Más de una vez, eché de menos tus artículos en momentos claves de la vida española –tus provocaciones son como una droga, o una vitamina, según se mire, para excitar o zarandear la inteligencia- y también lo he dicho en este blog, que me es tan útil para compartir con otros descarriados estos desahogos personales. Largo silencio.

Desde que ETA rompió su tregua con el bombazo criminal de Barajas apenas había leído nada tuyo sobre la política española hasta anteayer, con tu artículo «Los ideólogos del Carnaval». Entonces supimos que los asesinos miserables de ETA te pisaban los talones para atentar contra tí, el donostiarra más relevante de nuestro tiempo.

Hace tiempo que te siguen. Y lo sabes. Y no te callan. De lo que me alegro.

Me recuerdas a un compatriota andaluz, Ibn Hazem, (cito de memoria y con vino) cuando le replicaba al reyezuelo de Sevilla que había mandado quemar sus versos:

«Podéis quemar todos mis libros, pero no conseguiremos borrar lo que encierran, porque lo llevo grabado en mi pecho»

.

Sin embargo, tengo una desazón cuando ahora te leo, pues lo hago con prevención, buscando los tres pies al gato. Me temo, Fernando, que, últimamente, los terroristas y los más fanáticos nacionalistas vascos están consiguiendo desgraciadamente, quizás sin proponérselo, una parte de su propósito.

Acorralándote, te están cambiando tus humores y te llevan al extremo político conservador donde tus tradicionales enseñanzas racionalistas -construidas con más cerebro que tripas- difícilmente pueden germinar.

Dudo que los ideales éticos y políticos del Savater que yo he leido y envidiado puedan encontrar terreno abonado en el estado de fanatismo actual del PP, del Foro de Ermua, de la AVT de Alcaraz, de la Conferencia Episcopal o de la COPE.

Tus palabras en favor de la lucha por la libertad, la justicia y la paz podrían estar cayendo en un desierto oportunista, pero desierto. Y es, créeme, una pena. Estás en tu derecho, pero veo más corazón que cerebro -y, ¿por qué no decirlo?, algo de resentimiento comprensible- en tus últimas declaraciones y artículos.

Entre unos, con sus halagos debilitadores, y otros, con sus amenazas terroríficas, te están amortizando y amordazando. Y esto, creo yo, es lo peor que nos podía pasar: perder tus referencias éticas y políticas que son las de nuestro tiempo.

¿Hacia dónde miramos ahora, Fernando?

Tú apenas nos conoces. En cambio, nosotros, tus lectores, te conocemos muy bien y seguimos con atención tus cambios de humor y hasta las trampas que, sin éxito, tratas de hacerte cuando juegas al solitario. Reconozco, no obstante, que tu honradez intelectual te ha obligado siempre a dejarnos pistas para que podamos justificar –ya que no compartir- tus cambios de comportamiento. Y te lo agradecemos.

Aún me cuesta –incluso con las dos copitas de rioja- entrar en el tema de fondo. Me voy a la maquinita del Departamento Comercial de 20 minutos a por un café.

Esto ya es otra cosa.

Lo que quiero decirte, Fernando, –y no se cómo- es que no entiendo cómo un intelectual –un sabio tan crítico y tan libre- como tú, a quien tanto he admirado y con todo lo que llevas a cuestas, puede estar apoyando ahora, de la forma en que lo haces, las posiciones radicales, algunas de ellas fanáticas y desmembradoras, del Partido Popular, del Foro de Ermua o de la AVT de Alcaraz, como tu propia alternativa para acabar con el terrorismo de ETA, y en contra de todas las demás fuerzas políticas de España. Sencillamente no lo entiendo. Si tú no puedes hacerlo, que alguien me lo explique, por favor.

Tengo un gran amigo de la infancia –una de las personas que más quiero en este mundo- con quien apenas puedo hablar –sin caer en la bronca- de la situación política de España y del País Vasco. Es socialista y mantiene posiciones próximas a tí, a Rosa Díez, a Gotzone Mora, a Nicolás Redondo Terreros, a Maite Pagaza… y a tantos otros demócratas admirables que jamás habéis conocido ni disfrutado la libertad de expresión en el País Vasco.

Creo recordar que empecé a notar esta tristísima fractura política en tiempos del Gobierno de Aznar. Entonces, el líder socialista vasco, Nicolás Redondo Terreros, y el líder del PP vasco, Jaime Mayor Oreja, iban de la mano con la intención -a mi juicio, utópica- de vencer y desalojar del Gobierno al nacionalismo vasco. No fue posible.

Aquella difícil y frágil alianza «frentista» de vasco-españoles frente a vascos-no-españoles fue un fracaso y ambos líderes cedieron el testigo –con no pocas heridas internas- a sus sucesores. Como sabes, hubo purgas y navajeos miserables aún no resueltos.

La caída deshonrosa de Aznar/Rajoy y la victoria electoral de Zapatero, el 14 de marzo de 2004, agravaron esa fractura tan dolorosa entre quienes viven sin vivir –y sin libertad- acorralados en su propio País Vasco, aliados con los nacionalistas españoles del PP, y quienes, en el resto de España, precisan del apoyo de los nacionalistas (vascos y/o catalanes) para seguir en el poder y para acabar con ETA por la vía de la negociación si abandonan las armas.

Endiablada encrucijada.

Sabemos que sin el concurso del PP no habrá paz duradera en el País Vasco, pues este partido representa a nueve millones de votantes y, tarde o temprano, volverá a gobernar. También sabemos que la vía negociadora abierta por Zapatero, con el apoyo de todos los demócratas, salvo el PP, fracasó con el bombazo de Barajas.

Y, ahora, Fernando ¿qué hacemos?

¿Puede romperse el maleficio que separa las posiciones de Rajoy y Zapatero para que puedan diseñar juntos un Plan B para acabar con ETA?

Juntos, sí, contigo y con mi amigo de la infancia, tirando todos del mismo carro y en la misma dirección.

¿Por dónde empezamos, Fernando?

¡Jo! ¡Qué envidia me dan los de Irlanda del Norte! Tienen a un antiguo terrorista del IRAa punto de entrar a formar parte del Gobierno.

Se me está pasando el efecto, tan benéfico y optimista, del rioja y el café me devuelve ya a una realidad durísima en la que veo por doquier banderas de España, que deberían emocionarme como a cualquier “abertzale” (como sabes, esta palabra significa “patriota” en euskera).

Soy un mal “abertzale” español ya que, quizás por efectos retardados del fascismo sufrido en mi propia piel, aún me dan repelús los colores de la bandera, incluso sin la gallina de Franco. Te prometo que hago esfuerzos por superarlo. Pero los “abertzales” del PP no me ayudan mucho. Y lo que me faltaba: ahora mismo, tú tampoco me aclaras nada. Todo lo contrario.

Una buena amiga medio-vasca/medio-maqueta me recordó ayer la escena más terrible y pedagógica de la excelente película “Cabaret”:

Sentados en una bellísima terraza de un merendero alemán de la preguerra mundial, unos jóvenes cachorros de Adolf Hitler, vestidos de caqui, comenzaron a entonar una no menos bella canción nazi (creo que era “El mañana nos pertenece”). Por miedo o por amor desenfrenado a Alemania, casi todos los allí presentes acabaron cantando la misma canción y muchos de ellos, en pie, con el brazo el alto. Faltaría más.

Eso mismo hacía yo de niño, cada mañana, en el patio del colegio, antes de entrar en clase: cantaba el Cara al Sol (u otras similares, también bellísimas canciones fascistas o nazis), con el brazo el alto, mientras el hermano prefecto izaba la bandera de Franco y daba los gritos fascistas de rigor:

¡Paña! Una, ¡Paña! Grande, ¡Paña! Libre. ¡Viva Franco! ¡Arriba España!

Aún me da un no se qué en las tripas al recordar la escena. Supongo que los hijos de los vencedores lo recordarán de otra manera.

En la película «Cabaret«, cuando los cachorros de Hitler terminan de cantar el himno «abertzale” alemán, el británico le pregunta al ricachón alemán si lo le asusta el ascenso imparable de los nazis en Alemania. El conservador alemán –recuerdo con mi pésima memoria- le contestó algo así:

“Dejemos que los nazis acaben ahora con los comunistas y luego acabaremos nosotros con los nazis”.

La historia nos enseñó, poniendo millones de terroríficos asesinatos masivos sobre la mesa, que ni los nazis acabaron con los comunistas ni los conservadores pudieron acabar con los nazis.

Demasiado tarde para la Europa del siglo pasado.

Pero creo que no es tarde para nosotros, si aún podemos reflexionar juntos sobre un futuro común en libertad, justicia y paz.

Para acabar con los terroristas de ETA (y sueño con ello) no vale cualquier alianza ni a cualquier precio ni en cualquier tiempo y lugar.

A mi me siguen dando miedo algunas amistades peligrosas de la derecha radical (“Conozco al monstruo, porque viví en sus entrañas”, que diría José Martí), pero estoy dispuesto a hacer un esfuerzo sincero por acercar mis posiciones, en este asunto, con la de los conservadores y compañeros de viaje que tengo más cerca de mi. Ahí puedo aportar mi granito de arena.

¿Nos remangamos, Fernando, para unir, uno a uno, a todos los demócratas en contra de ETA sin hipotecar nuestra libertad ni ponerla en peligro con alianzas que podrían producirnos más tarde daños irreparables?

¿Es posible aún invertir la tendencia actual que agranda pavorosamente la brecha entre maestro y discípulos?

¿Podremos volver a leer tu “Ética para Amador” y tu “Política para Amador” sin que, por la noche, los duelos y quebrantos perturben nuestro sueño?

Dinos algo, Fernando.

Y, digas lo que digas, te queremos. Cuídate de los bárbaros.

Un abrazo

JAMS

—–

Por la foto muere el pez:
El acusador, en El Mundo; el acusado, en El País

El Roto, al menos, cita la fuente: un taxista. Sabe de lo que habla. Es un maestro.

Llegará el día en que los buenos periodistas completarán sus informaciones citando las fuentes en las que han bebido y con el mayor detalle o proximidad posible. Así, el lector podrá saber si la fuente es más o menos limpia o si, en cambio, -como diría nuestro Arsenio– el periodista ha bebido en un charco.

Hace años, los productos comestibles tampoco citaban sus fuentes. Ahora nadie concibe comerse, por ejemplo, un yogur que no tenga impresa la fecha de caducidad o la lista de ingredientes, con sus gramos, calorías, etc.

Cuanto más identifiquemos a la fuente, mayor calidad, credibilidad e interés tendrá esa noticia. Fulano de Tal, comisario de Tal y Cual, ha dicho bla,bla, bla. Esa fuente es precisa y responsable porque el personaje citado puede desmentir al periodista si lo que ha puesto en su boca no corresponde con lo que él le dijo.

Fuentes de la Comisaría de Tal y Cual han dicho bla , bla , bla… Esta es una fuente mas diluida e imprecisa pero apunta bien.

Fuentes próximas a la investigación dicen bla, bla, bla…… ¡Huy yu yui! Esta fuente empieza oler a chamusquina.

Y no digamos «fuentes de Interior» o «fuentes próximas al Gobierno o a la Oposición».

Pero lo peor de lo peor es cuando recurrimos a las tan socorridas y pueriles «fuentes bien informadas» pues sencillamente quiere decir, según el diccionario oficial del periodismo, «yo mismo».

Y ahora presten atención a la seleción de las fotos de portadas de hoy.

El País regala esa ilustración de honor, centrada, al acusado Ibarretxe en plano medio, en la puerta del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, con este titular en positivo:

Ibarretxe se reafirma ante el juez

El Mundo dedica su ilustración de honor, arriba a tres columnas, al mismo asunto pero con otros personajes. Su foto está dedicada no al acusado sino al acusador: Antonio Aguirre, del Foro de Ermua quien saluda puño en alto al entrar en el mismo Tribunal. El plano general permite apreciar la cara de pocos amigos de varios ciudadanos que, como dice el pie de foto, «abrocan ayer a Antonio Aguirre, del Foro de Ermua«.

El titular de la noticia, a tres columnas, no me parece tan postivo como el de El País:

Ibarretxe dice vivir «en un país de locos» por tener que declarar

Sumario:

El «lehendakari» advierte al juez de que «se está reuniendo con Batasuna y volverá a hacerlo» y acusa al Foro de Ermua de alimentar «el odio y la crispación»

El País rodea la foto de Ibarretxe con noticias negativas sobre el Partido Popular , Bush y Berlusconi (amigos de Aznar)

El Mundo rodea la foto de Antonio Aguirre, del Foro de Ermua, con noticias sobre la venta de dinamita y el 11-M y, de manera sospechosa, el análisis de explosivos, la explosion de ETA en la T 4 de Barajas y los defensores del 11-M .

¡Ah! y en el lugar que el conservador Berlusconi ocupa en El País, El Mundo coloca al socialista José Montilla.

El tiempo de la inteligencia

MANUEL RICO en El País

01/02/2007

Cierta prensa y ciertas tertulias españolas bordean el surrealismo. Cada día nos levantamos con titulares y proclamas que aluden a la supuesta debilidad de la política antiterrorista del Gobierno y a presuntas concesiones políticas a ETA, cuando la realidad lo desmiente rotundamente. La propia ETA, tras el atentado de la T-4, declaró que la Constitución y la legalidad habían sido los límites impuestos por el Gobierno en el llamado proceso de paz; es decir, los establecidos por el Congreso de los Diputados, el Pacto de Ajuria Enea y el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. El sentido común dice que por esa firmeza del Gobierno se produjo, precisamente, el atentado del 30-D. Pues no: el PP afirma lo contrario. Como acto de fe y sin prueba alguna.

Ante esa situación (sin precedente en treinta años de democracia) no son pocas las voces que, a veces desde el progresismo, se colocan en la equidistancia y equiparan la actitud del Gobierno con la de la oposición. «Todos se han equivocado», tal es su lema. Con ello se elude entrar en el fondo, se alimenta el apoliticismo y, de paso, se corre un tupido velo sobre una política, la de la oposición, que quiebra un consenso estratégico que es norma común en toda Europa en materia antiterrorista. No hay equidistancia posible en un asunto de tanta trascendencia para la estabilidad democrática, que afecta a la médula del Estado y al propio sistema constitucional.

Si los hechos nos dicen que el Gobierno no ha efectuado ni una sola concesión política, ¿qué lleva al PP y a ciertos observadores a satanizar una política que no ha llegado, ni mucho menos, tan lejos como lo hizo, hace casi una década, el Gobierno de Aznar, que no sólo negoció con ETA, sino que, además de calificar a la banda con términos de guerrilla de liberación, acercó presos, suavizó la política penitenciaria y proclamó la necesidad de un diálogo? ¿O fue simple casualidad que, tras el atentado de la T-4, Arnaldo Otegi afirmara ante las cámaras de televisión que Aznar fue «más generoso» que Zapatero?

Es preocupante comprobar cómo las desconfianzas que nunca se hicieron presentes tras el fracaso del proceso iniciado por Aznar florezcan ahora, cuando el fracaso no se acompaña esta vez de la necesidad de reconducir medidas favorables a la banda. «Todos son iguales». Ése es el mensaje de la equidistancia, pero la realidad no es así. Si los errores esenciales de Zapatero han sido transmitir un optimismo no acorde con la realidad o no haber detectado insuficiencias de información o de interlocución, no son, en absoluto, equiparables con la falta de sentido de Estado del PP ni con los fallos del proceso anterior. ¿Cómo comparar un error de percepción con el acercamiento objetivo a Euskadi de más de un centenar de presos de ETA y con la concesión de beneficios penitenciarios a miembros de esa banda? ¿Cómo poner en el mismo plano el optimismo de Zapatero con la organización de seis manifestaciones no contra ETA sino contra el Gobierno, cinco de ellas cuando no había atentados? ¿Cómo valorar de igual modo una decisión con respaldo parlamentario (en España y la Unión Europea) que daba continuidad a una política antiterrorista aplicada por todos los Ejecutivos de la España democrática con la descalificación permanente y la reiteración de falsedades?

Cuidado con algunos discursos: no todo vale, no todos los políticos son iguales, no es lo mismo el exceso de optimismo que la deslealtad, la deficiencia de información que las concesiones apresuradas a los terroristas…

La actuación no responsable de la oposición ha tenido dos capítulos adicionales: las mociones presentadas para prolongar en el Parlamento un tenso debate sobre terrorismo y la crítica a la discreción con que se desarrolló, el pasado 12 de enero, el encuentro entre Zapatero e Ibarretxe. Cuando los ciudadanos exigen discreción y eficacia en la lucha contra el terrorismo y en el camino hacia la paz, el PP busca la estridencia, el debate sin conclusiones unitarias, la confrontación abierta.

Más allá de la intencionalidad electoralista, se advierte una actitud de resistencia ante los cambios que se han producido en la realidad vasca y española en los últimos años. Se trata de una apuesta nostálgica por el frentismo que informó la política vasca entre 1999 y 2003, que fue inevitable entonces pero terminó proporcionando réditos sin precedentes al soberanismo. Incluso se ha llegado a afirmarque la situación del País Vasco, al tener un carácter excepcional, ha de resolverse con medios políticos excepcionales (¿?), y ello tras recordar la suspensión por Blair de la autonomía del Ulster, pero sin hacer referencia al hecho de que atentados del IRA, con numerosos muertos, no interrumpieron un proceso de paz compartido por conservadores y laboristas. Esa política de excepcionalidad ¿no sería el mejor favor que se podría hacer a la banda terrorista?

Es cierto que el nacionalismo ejerce una presión muy notable en la vida cotidiana del País Vasco. También lo es que el nacionalismo está en las antípodas de la Ilustración y de una concepción universalista del término ciudadanía. Pero el rigor intelectual nos exige actuar con conciencia de la complejidad de los procesos que viven los colectivos humanos, y valorando los cambios, aunque sean pequeños. Y la realidad es que, a pesar del atentado de Barajas y a pesar del tremendismo con que el PP nos despierta cada mañana, el País Vasco ha experimentado cambios en sentido positivo. No debemos olvidar que a principios de 2004 esa comunidad y la política española estaban marcadas por el Pacto de Estella y por el plan Ibarretxe y que desde entonces han ocurrido muchas cosas. Veamos: las Cortes rechazaron el plan Ibarretxe y los vascos confirmaron en las urnas tal rechazo; hoy son más numerosas y claras las voces dentro del mundo abertzale que abogan por la paz (ahí está la firmeza de Aralar); se ha acrecentado el peso de las posiciones menos radicales en el PNV, hasta el punto de que ese partido apoya al Gobierno central; el número de víctimas del terrorismo ha descendido radicalmente; la kale borroka está a años luz de lo que fue a principios de la década… Es más: la ciudadanía, dentro y fuera del País Vasco, soporta mucho menos la violencia, sea de «baja» o «alta intensidad». Además, la eficacia policial, en Francia y en España, se ha intensificado y la fragilidad de la banda es mayor.

Todos esos son signos que hablan de un avance de la racionalidad y la democracia. Los meses del «alto el fuego» llevaron a que la ciudadanía de Euskadi viviera una experiencia colectiva distinta. En 2006 mejoró la convivencia, se abrieron fisuras en el monolitismo nacionalista, el País Vasco (aunque parezca un aspecto irrelevante, lo creo esencial) fue contemplado como un destino turístico por muchos más ciudadanos de toda España que en años anteriores y avanzó el diálogo cultural entre nacionalistas y no nacionalistas. De esa experiencia positiva, nadie ha salido indemne. Ni siquiera el mundo abertzale, donde las discrepancias comienzan a ser visibles.

Así que no podemos instalarnos en el inmovilismo. Eso llevaría al bloqueo, al establecimiento de dos frentes inconciliables cuyo resultado es nefasto para la convivencia (y, como vimos en 2000, electoralmente ruinoso para las opciones no nacionalistas). No podemos retroceder a un Pacto Antiterrorista que nació de la imposibilidad, en plena era Estella, de sumar plenamente a la lucha contra ETA al PNV, a EA, a EB. Eso sería caminar hacia el pasado cuando la sociedad mira hacia el futuro: sería reeditar un pacto a dos cuando la práctica totalidad de las fuerzas políticas (incluidas gran parte de las que firmaron el Pacto de Estella) quieren comprometerse ahora en la estrategia antiterrorista.

Es obvio que la maquinaria del Estado (policial y judicial) ha de actuar con eficacia y firmeza. Pero también debería serlo que la política es el espacio de la inteligencia: la lucha contra ETA y el aislamiento de los violentos exigen la más amplia unidad, requieren un acuerdo que amplíe el actual Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Es decir, algo más parecido al Pacto de Ajuria Enea o al de Madrid que al que PP y PSOE suscribieron en pleno auge del frentismo. Es una exigencia que, según todos los estudios de opinión, cuenta con el apoyo de una amplia mayoría de los ciudadanos del País Vasco y del conjunto de España.

No actuar con ese criterio no ayudará a instalar la racionalidad en Euskadi, ni siquiera a ampliar el espacio de la democracia, el constitucionalismo, el Estatuto. Por el contrario, coadyuvará a un cierre de filas nacionalistas, con el riesgo de reedición del Pacto de Estella (el mejor regalo para el radicalismo). La inteligencia y la prudencia políticas no están reñidas con la firmeza y el rigor en la defensa de la ley y de la Constitución y sus valores.

Manuel Rico es escritor, autor, entre otras obras, de Trenes en la niebla (2005) y Por la sierra del agua (2006).