Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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La prensa «bórica» no se rinde

No pierdan de ojo al sujeto de cada titular, si quieren saber de qué pie cojea cada diario. No suele fallar. En los de hoy vemos que El Mundo elige a «La Policía Científica…» para atizarle a continuación que «fue ´inveraz´para no vincular a ETA con el 11-M»

¿Es esta la noticia principal de la sentencia que absuelve a los cuatro policías del «ácido bórico»?

El País, en cambio, prefiere como sujeto principal de su portada a «Los jueces…» que «aniquilan el último bulo conspirativo sobre el 11-M»

A mi me parece más informativo el titular de El País aunque peca de optimista, o de ingenuo, si cree que el escándalo del ácido bórico es el «último» bulo conspirativo sobre el 11-M.

La prensa «bórica» no se rinde ni da su brazo a torcer.

Manolo Saco nos recuerda en su blog vecino que Mariano Rajoy debe estar preparando sus disculpas por la mala fe demostrada al pedir una Comisión de Investigación en el Congreso sobre el «ácido bórico«.

Como muchos recordarán, este polvillo doméstico para matar cucarachas fue utilizado por los conspiranoicos de la caverna para relacionar de forma espuria a ETA con la masacre del 11-M y, de paso, para salvar la cara al trio Pinocho (Aznar-Acebes-Zaplana).

Mariano Rajoy guarda un silencio pecaminoso sobre este asqueroso asunto. Sin embargo, la prensa «bórica» (que ya no le es tan fiel como antes) sigue, erre que erre, con el capetovetónico estilo de «sostenella y no enmendalla».

Copio y pego los editoriales de El País y de El Mundo que se parecen como el día a la noche. También acompaño las tres páginas interiores de El País, El Mundo y Público, en ese orden.

Antes de salir a hacer unos recados, en la pestaña de «Archivos» de este blog, he repasado rápidamente algunos de los post de los últimos dos años que había pegado aquí cuando se conoció la sentencia del 11-M. Ahí van algunos de esos enlaces por si alguien tiene curiosidad.

Patético Mundo. Se le ve el cartón

La teoría conspiranoica, a 4 columnas

¿Reconocerán algún día que mientieron para no perder el poder?

El Mondragón del 11-M era musical

Mondragón, ¡ríndete!

Pedro Jota tira la piedra y esconde la mano

El Mundo erre que erre con ETA en el 11-M¿Lleva txapela Al Zarqawi?

Un presidiario del 11-M. a toda página en El Mundo

¿Pedro Jota pedrojoteado?

El caso Bono y el 11-M

ETA en El Mundo, islamistas en El País

Los acusados practican la «taqiyya» del Islam

¿Defiende El Mundo,con pruebas falsas, a los acusados del 11-M?

Los culpables no dan el perfil

Las teorías conspiratorias se autoalimentan. No tienen fin.

¿Es noticia el silencio de los obispos?

La sentencia contra el locutor de la pecaminosa COPE, Federico Jiménez Losantos, ha merecido gran atención en este blog por parte de los feligreses del condenado. Nunca vi respuesta tan contundente a un post mío como el titulado anteayer «En ocasiones, Federico, veo Justicia»

Ante la condena judicial por injurias contra el alcalde Gallardón han reaccionado todos excepto los obispos que son, precisamente, los empleadores del condenado y dueños de la cadena de radio emisora de las injurias.

Ayer mismo, dos diarios (Público y El País) se hicieron eco (a cuatro y cinco columnas) del sonoro silencio de los obispos, si es que alguien puede o debe hacerse eco de un silencio.

El País le dedicó casi media página a 5 columnas:

No encontré ni una línea sobre el caso en El Mundo, dirigido por un colega de tertulia del condenado Losantos.

Los obispos siguen presentes hoy en el diario Público debido a las «artimañas» que utilizan para saltarse otra ley (la de Protección de Datos) a la torera, para hacerle la vida imposible a los valientes apóstatas.

Para incumplir una Ley del Estado, los príncipes de la Iglesia (precisamente los de Madrid y Valencia, los más carcas) se amparan en los acuerdos del Estado con la Santa Sede de 1979 en lo que se refieren a la «inviolabilidad» de los archivos.

¿A qué espera Zapatero para denunciar esos acuerdos que hacen que no todos los españoles seamos iguales ante la Ley?

Elmundobórico ataca de nuevo con ETA en el 11-M
El Vaticano invade nuestra soberanía

Por más vueltas que le doy, hoy no encuentro ningún parecido entre las portadas de los dos primeros diarios de pago de España. No coinciden ni en el precio. Sólo en la fecha. Naturalmetne, cada director es muy libre de servir el alimento editorial que sus lectores le reclaman, cuando deciden gastarse un euro de su bolsillo en comprar un diario y no el otro. O los dos a la vez, como hago yo, a causa de este vicio bloguero que tengo.

Muy oportunamente, y sin necesidad de mencionarlo, la portada completa de El Mundo llama hoy a sus lectores más entregados a manifestarse en contra de la sentencia del Tribunal Supremo que rebajó al sanguinario etarra De Juana Chaos la pena por un artículo. Nada que ver con sus terribles asesinatos por los que ya cumplió su condena.

Pedro Jota establece, por su cuenta y riesgo, relación directa de causa/efecto entre la huelga de hambre y la reducción de esa pena por el Supremo. Y lo da a tres columnas:

De Juana deja la huelga de hambre tras lograr la reducción de su pena

En la misma portada que critica tan sutílmente al Supremo celebra, a bombo y platillo, o sea con cuatro columnas, la decisión de la Audiencia sobre el extravagante «caso del ácido bórico» (matacucarachas, ¿lo recuerdan?) por el que una jueza conservadora, que el PP quiere colocar en el Consejo del Poder Judicial, insiste en estrujar los procedimientos para mantener cierta relación -hasta ahora loquinaria- entre ETA y el 11-M.

La portada entera de El Mundo se la llevan ETA/11-M y el etarra De Juana. De ambos asuntos, El País no da ni una sóla línea en su portada de hoy.

Por el contrario, El País dedica su portada al riesgo creciente español en Afganistán, al funeral por la soldado muerta allí por una mina y al polémico fallo del Constitucional a favor del Vaticano sobre los profesores de religión.

De estos tres asuntos, El Mundo no da ni una sóla línea en su portada. Los considera «no noticia«.

El más escandaloso de ellos es, a mi juicio, el que se refiere al fallo, dudosamente constitucional, del TC a favor de la soberanía del Estado Vaticano sobre el Estado Español.

Los obispos más extremistas de la COPE y el ala nacionalcatólica del Partido Popular están muy envalentonados, debido a la blandenguería demostrada por el Gobierno, presuntamente laico, del presidente Zapatero («perro ladrador, poco mordedor») en cuanto se topa con la Iglesia.

Quizás. por ello, los obispos están tirando tanto de la cuerda para ganar terreno, sin atender al alto riesgo que corren de romperla y de quedarse definitivamente sin un duro de nuestros impuestos.

La sentencia del Tribunal Constitucional obligará ahora a los partidos políticos laicos a incluir en sus programas electorales la derogación total e inmediata de los acuerdos vigentes entre el Estado español y el Vaticano. La decisión de los miembros católicos del TC a favor de los intereses del Vaticano no nos deja otra salida a quienes deseamos, fervientemente y en aras de la democracia, que la Iglesia esté respetuosamente, y de una vez por todas, separada del Estado, como ocurre en tantos países civilizados de Occidente.

¡Ya está bien!

Ahí va un artículo largo -aviso- pero muy interesante, del profesor Gil Calvo. Es uno de esos artículos que aún hacen imprescindible la compra de algunos diarios de pago.

La política del resentimiento

ENRIQUE GIL CALVO en El País

24/02/2007

En contra de lo que era lógico esperar, la estrategia de oposición radical que ejerce el Partido Popular (PP) contra el Gobierno de Zapatero se está intensificando al acercarse el ciclo electoral que cerrará la legislatura. Esto es sorprendente, pues lo razonable hubiera sido una secuencia de dos fases equilibradas: una etapa sostenida de oposición frontal, destinada a cohesionar a sus bases sociales y afianzar su fidelidad; y un último tramo, al acercarse las elecciones, de retorno al centro, a fin de buscar el voto moderado de las clases medias que deciden el resultado electoral.

Pues bien, a tres meses de las próximas elecciones locales, el PP sigue sin retomar su olvidado viaje al centro; y en lugar de moderarse, por el contrario extrema su populista radicalismo antisistema. ¿Cómo se explica esta táctica aparentemente irracional, que amenaza con resultar tan contraproducente para sus intereses electorales, según pronostican los sondeos demoscópicos?

La interpretación convencional la entiende como una estrategia nihilista y destructiva, que busca no atraer a los electores moderados sino, al revés, apartarlos de las urnas para que se abstengan y dejen de votar a su rival. Por eso el PP siembra la sospecha, el descrédito y la desconfianza en contra de Zapatero, a fin de que los tibios e indecisos dejen de apoyarle, le retiren su confianza y deserten de las urnas. Ahora bien, esta estrategia es arriesgada, pues si su oposición antisistema se radicaliza demasiado, el PP corre el peligro de despertar un latente voto de castigo o miedo contra sus propias siglas. Al fin y al cabo, si Zapatero gobierna no es porque ganase las pasadas elecciones sino porque las perdió el PP, dada la indignación ciudadana contra la ejecutoria última del Gobierno de Aznar. Y algo parecido podría ocurrirle también ahora al PP. Si extrema demasiado su oposición antisistema es posible que los ciudadanos indignados (o atemorizados por su radicalismo extremista) se precipiten a las urnas a fin de pararle los pies, evitando su ominoso retorno al Gobierno. De modo que, dado este riesgo, y si el PP fuera un calculador racional, para prevenirlo debería moderar su mensaje opositor. Y sin embargo no lo hace. Al revés, cada día se muestra más radical y fanático. ¿Cómo entender este enigma que parece irracional?

Una posible explicación es que los estrategas del PP hayan dado por superada la hipótesis expuesta al comienzo, según la cual son las clases medias moderadas las que deciden el resultado electoral, lo que exige ofrecerles programas políticos de corte centrista para tratar de atraerlas. Ahora bien, es posible que este silogismo ya no resulte aplicable en estos tiempos de acelerado cambio socioeconómico, caracterizado por la incertidumbre del empleo precario, la individualización (Beck), la modernidad líquida (Bauman) y el declive del capital social (Putnam). Hoy la estructura de clases se está desvertebrando de tal forma que ya no se puede decir que la nuestra sea una sociedad de clases medias. Por el contrario, según ciertos observadores, estamos asistiendo al fin de la clase media, que es la siguiente pieza a caer después de que la aburguesada clase obrera se hubiera desintegrado hace ya tiempo. Y ante este proceso de desclasamiento generalizado, deja de tener sentido una estrategia política de tipo centrista que se dirigía a una clase media que ahora mismo ya no existe, porque se está descomponiendo ante nuestra vista.

¿Y qué es lo que queda en su lugar? Un agregado disperso de fracciones de clase residuales que se parece demasiado a aquella pequeña burguesía del periodo de entreguerras, base social del fascismo, el nazismo y los demás movimientos populistas de corte radical. Lo cual explica muy bien el actual retorno de la nueva derecha integrista y reaccionaria que en EE UU está representada por los neocon (mesianismo imperial) y los teocon (fundamentalismo religioso); en Europa por el populismo xenófobo (Le Pen, Haider, Fortuyn, Vlaams Blok, etc), cuya música sociológica está detrás de la letra política del programa deSarkozy, y en España por la santa alianza (encarnada por la COPE) entre el catolicismo conservador (Abc) y el radicalismo pequeñoburgués (El Mundo), las dos sensibilidades ideológicas que hoy inspiran la cultura política del PP.

No obstante, por plausible que parezca este nuevo escenario sociológico, no acaba de explicar por completo la extremista radicalización del PP. Si sólo fuera por eso, Rajoy debería hablar como Sarkozy. Pero lejos de hacerlo así, el PP recurre a una retórica agresiva de hostilidad entre las dos Españas que no se corresponde con la realidad objetiva de nuestra estructura social. Para eso fabrica un enemigo interior al que acusa de balcanizar España (con su política autonómica) y de traicionar a los muertos (con su política antiterrorista).

¿Por qué se empeña el PP en recrear una imaginaria fractura civil, de dudosa verosimilitud y escasa rentabilidad en el mercado electoral? Aquí entramos en un terreno difícilmente analizable en términos objetivos y racionales que es el de las pasiones (Hirschman) o las emociones políticas (Elster), pues en esta dimensión psicosociológica es donde hay que buscar el sentido último de lo que cabe llamar la estrategia del resentimiento (o la política del despecho) que hoy anima al PP.

No sería la primera vez que ocurre algo parecido, pues para poder explicar la seducción del pueblo alemán por parte del nazismo también ha habido que recurrir a la política del resentimiento. Véase el reciente opúsculo de Philippe Burrin, un reputado historiador suizo experto en la «solución final» que dio a los judíos el nazismo: Resentimiento y apocalipsis (traducido por Katz Editores, Buenos Aires, 2006). Su autor sostiene que el exterminio masivo se adoptó como consecuencia del aprendizaje de la descivilización inducida por la política del resentimiento antijudío que desarrolló Hitler en su ascenso al poder. La fabricación de un enemigo inventado, el cosmopolitismo judío, al que se atribuía la doble derrota a traición (la célebre «puñalada por la espalda») sufrida por los alemanes ante el internacionalismo bolchevique y el universalismo liberal, fue una forma eficaz de nacionalizar al pueblo alemán creando una comunidad popular cohesionada por su odio al enemigo interior. Y cuando la guerra se dio por perdida, el resentimiento indujo a morir matando como hizo Sansón con los filisteos, mediante el exterminio preventivo de los judíos para hacerles pagar la futura derrota alemana por anticipado.

Pues bien, mutatis mutandis, y a otra escala de magnitud incomparable, esa misma retórica del resentimiento es la que hoy está desplegando el PP a fin de cohesionar a sus bases sociales, nacionalizándolas a través del odio a un enemigo interior fabricado para la ocasión: el presidente Zapatero, al que se atribuye la puñalada por la espalda sufrida por el PP entre el 11-M y el 14-M.

Es por puro despecho ante la derrota entonces sufrida que el PP ha designado a Zapatero como el enemigo interior, en tanto que beneficiario de aquella traición figurada al Gobierno del pueblo español. De ahí que, cegado por el resentimiento, el PP anteponga su ansia de venganza a cualquier cálculo electoral, estando dispuesto a perder las elecciones con tal de destruir a Zapatero, que es su forma de morir matando a la manera de Sansón. Y para ello siembra la fractura civil esperando contagiar el virus del resentimiento a sus seguidores para que aprendan a odiar al enemigo interior, formando contra él una comunidad cohesionada por el despecho. Lo malo es que al hacerlo así también se contagia el aprendizaje de la descivilización, derribando el civismo y las instituciones democráticas como hizo Sansón con el templo de los filisteos.

Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

Como hemos visto, El Mundo no dedica ni una línea en portada al caso de los profesores de religión, pero sí le dedica, en cambio, un editorial favorable a los dueños de la COPE y una información breve, en página interior, a dos columnas.

Por el contrario, El País se suelta el pelo con este asunto y le dedica las dos columnas de portada, más un editorial contra el poder de la Iglesia frente al del Estado y tres páginas completas de rica información sobre el escandaloso caso de los profesores de religión convertidos por el TC en catequistas, encargados de lavar el cerebro a nuestros hijos.

En mi opinión, la religión, cualquiera que sea, debe estar respetuosamente reservada al ámbito familiar y muy lejos de la escuela, en donde que debe primar siempre la razón y nunca la fe.

Creo que, en estos asuntos que parecen tan evidentes, caminamos peligrosamente hacia atrás. Si en temas de religión la oferta del PSOE quiere parecerse a la del PP van listos los socialistas. Muchos votantes preferirán optar por el original y no por la copia. O abstenerse, que es lo peor en estos momentos.

EDITORIAL de El País

¿Catequista o profesor?24/02/2007

¿Catequista o profesor? No queda claro si el enseñante de religión católica en la escuela pública tiene para el Tribunal Constitucional una condición u otra, de acuerdo con su decisión de reconocer a los obispos la facultad de designar a este tipo de profesorado, que sin embargo contrata y paga el Estado, y de exigirle no sólo el adecuado nivel académico, sino una conducta moral acorde al credo religioso cuyas enseñanzas imparte.

Para el Constitucional, los acuerdos suscritos entre España y el Vaticano en 1979 son en este punto plenamente compatibles con la Constitución española.

Las dudas sobre la constitucionalidad de tales acuerdos las planteó el Tribunal Superior de Justicia de Canarias en el caso de una profesora de religión católica despedida, tras 10 años de docencia, por haberse divorciado y mantener una relación afectiva con otro hombre. El Constitucional no entra a dilucidar si el despido de la profesora es o no constitucionalmente correcto, pero el hecho de admitir que la enseñanza de la religión católica en la escuela pública exige, más allá del cumplimiento de la ley, un determinado comportamiento personal en quien la imparte, suscita la natural inquietud sobre la idea que puedan tener los magistrados sobre la aconfesionalidad del Estado y la aplicación sin restricción alguna de los derechos fundamentales al conjunto de ciudadanos. La resolución del Constitucional, adoptada por unanimidad, tiene el aroma de otra época, en la que la separación entre la Iglesia y el Estado no tenía todavía unos contornos definidos.

La posición del Tribunal no suscitaría reticencias si la enseñanza de la religión católica se produjera en el ámbito propio de la Iglesia, como catequesis dirigida a sus fieles. Pero esa enseñanza se desarrolla en el sistema educativo público y con profesores legalmente contratados y pagados por el Estado. Si a estos enseñantes se les exige para el desempeño de su función, además de los requisitos generales de la ley, una conducta moral cuya inobservancia puede llevarles al despido, se estará admitiendo en el seno del sistema educativo un foco de confesionalismo incompatible con el actual Estado. Y que, además, coloca a este colectivo de enseñantes en una situación de discriminación inaceptable. El Constitucional se cuida de dar ese paso y recuerda que la designación por los obispos de los profesores de religión católica está sujeta al control jurisdiccional del Estado. Y también que tienen el amparo de la Constitución y de las leyes laborales. Pero la sentencia es poco clarificadora, facilitando que la Iglesia saque partido de esa confusión para seguir tomando posiciones en el sistema educativo público.

FIN

Aznar, «corneta» de la III Guerra Mundial

El nombramiento de José María Aznar como «heraldo y corneta de la III Guerra Mundial» no es mío. Ese lúgubre augurio le corresponde a Manuel Rivas. Lo publica hoy en su columna «El Atómico«, última página de El País.

Suelo leer los diarios de pago al revés, desde atrás hacia adelante, tal como hacen los seguidores de la Torá o del Corán. ¿Vestigio, quizás, de nuestros ancestros judíos y/o musulmanes, que leen al revés que los cristianos? Quizás, por eso, no entendí la resurrección del inefable Aznar hasta que he llegado a la primera página de El Mundo que es, para mí, la última en orden de lectura y, a menudo, también en importancia.

Vean si no es sorprendente el regreso del ex presidente Aznar (con melena juvenil y bufanda azul, su color favorito), por todo lo alto, a la primera página del diario de sus amores.

A El País no se le han escapado estas declaraciones catastrofistas del «corneta» del Apocalipsis. Simplemente, no las ha considerado como la noticia más importante del mundo y no manda con ellas a cuatro columnas en portada, como impúdicamente hace Pedro Jota Ramírez, quien sí la has tomado por el asunto más importante del mundo y de El Mundo.

En la portada de El País no regalan ni una linea a José María Aznar. Sus acusaciones contra quien le hizo salir por la puerta de atrás de la Historia van sólo a dos columnas, en pagina interior, con este título:

Aznar acusa a Zapatero de ceder ante ETA como lo hizo Chamberlain ante Hitler

No hay duda de que nuestro converso constitucionalista ha aprendido algo de inglés. La estrategia del «apaciguamiento«, que el primer ministro británico practicó con Hitler -un dictador muy admirado por el abuelo franquista de Aznar– fue profusamente aireada por los conservadores yanquis contra Zapatero cuando éste retiró las tropas españolas de Irak . Le acusaron de ceder así a la presión de los terroristas islamistas tras la matanza de Atocha.

Contra lo que hicieron los seguidores de Bush y de Blair, Aznar no recurrió entonces a la doctrina del «apaciguamiento«, atribuida a Chamberlain, ya que para él no había duda de que el atentado de Atocha no tenía relación alguna con su invasión ilegal de Irak, realizada contra la ONU y contra la voluntad de la mayoría de los españoles.

Para Aznar, hasta después de las elecciones del 14-M, y con el fin de ganar tiempo, aquel terrible atentado islamista siempre fue cosa de ETA . Así lo hizo saber a los directores de los principales diarios, a los embajadores y a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU a quienes hizo pasar uno de los mayores ridículos de su vida.

Afortunadamente, Aznar no llamó a Arsenio Escolar, director de 20 minutos, y no pudo, por tanto, engañarlo como hizo personalmente con los demás directores. Las hemerotecas no mienten. El viernes, 12 de marzo de 2004, 20 minutos ponía en duda la versión oficial del trío Pinocho (Aznar, Acebes, Zaplana) y titulaba su portada con la pregunta:

¿ETA o Al Qaeda?

Y ahí está la heroica primera página del 20 minutos del domingo electoral, 14 de marzo de 2004, con el título exclusivo, inédito hasta entonces en España:

11-M: Fue Al Qaeda

.

El Mundo le dedica a Aznar las cuatro columnas de primera página, con foto centrada a tres columnas, y las cinco columnas de la página diez, con otra enorme foto (pelo negro, bigote «antiguo régimen» blanqueando) a cuatro columnas.

Estado de delirio

ANTONIO MUÑOZ MOLINA en El País

27/01/2007

La política española resulta tan difícil de explicar al extranjero porque está toda entera contaminada de delirios, algunos de ellos tan difundidos, tan arraigados, que casi todo el mundo ya los confunde con la realidad. El delirio ha sustituido a la racionalidad o al sentido común en casi todos los discursos políticos, y los personajes públicos atrapados en él lo difunden entre la ciudadanía y se alimentan a su vez de los delirios verbales y escritos de unos medios informativos que en vez de informar alientan una incesante palabrería opinativa. La actualidad no trata de las cosas que ocurren, sino de las palabras que dicen los políticos, de los cuales no se conoce apenas otra cosa que sus exabruptos verbales. En ningún país que yo conozca los titulares están tan hechos casi exclusivamente de declaraciones entrecomilladas. El que llega de fuera se ve asaltado, nada más subir al taxi en el aeropuerto, por un zumbido perpetuo de opinadores que someten a escrutinio las declaraciones y contradeclaraciones previamente enunciadas por los charlistas de la política. Da la sensación de haber entrado en un bar de barra pringosa en el que el humo de la palabrería fuera más denso que el del tabaco, y en el que un número considerable de afirmaciones tajantes parece dictado por la ofuscación de una copa matinal de coñac.

El delirio contamina todos los saberes y con frecuencia termina por sustituirlos del todo. Hay una geografía delirante, que se manifiesta, por ejemplo, en los textos escolares y en los mapas de las noticias sobre el tiempo, y en virtud de la cual cada comunidad autónoma es una isla rodeada de un gran espacio en blanco y sin nombre o se dilata para abarcar territorios soñados. Casi cualquier delirio es un delirio de grandeza. El País Vasco abarca en los mapas Navarra y una parte de Francia: Cataluña se extiende hacia el norte y a lo largo del Levante y por las islas del Mediterráneo, en un ejercicio de megalomanía geográfica que se parece bastante al de los reinos que don Quijote imaginaba que conquistaría con su bravura de caballero andante. Galicia se agranda por las anchuras atlánticas de la lusofonía y por los confines de niebla de los reinos celtas. Y no quiero pensar qué ocurrirá cuando los cerebros políticos de mi tierra natal descubran por azar algún libro en el que se muestre que hubo una época en la que el territorio de Al-Andalus cubrió casi entera la península Ibérica y una parte del norte de África.

La geografía fantástica se corresponde con el delirio lingüístico: en esos mundos virtuales el español es un idioma molesto y residual que sólo hablan guardias civiles, emigrantes y criadas, y que por lo tanto no merece más de dos horas de enseñanza semanal en las escuelas, aparte de comentarios despectivos sobre su rusticidad y su patético provincianismo. Al fin y al cabo sólo se habla en tres continentes. Cuando no hay modo de prescindir de este idioma al parecer extranjero que sin embargo es el único de verdad común de toda la ciudadanía, se le desfigura en lo posible con una ortografía delirante, que debe de ser un enigma para la inmensa mayoría de los cientos de millones de hablantes que lo tienen como propio. Y cuando los jerarcas de tales patrias viajan por el mundo se convencen a sí mismos en su delirio de que hablan inglés, para no rebajarse a la indignidad de hablar español: pero con raras excepciones hablan inglés tan mal y con un acento español tan inconfundible que sólo los entienden los españoles diseminados entre el público, que constituyen, por otra parte, la mayoría de éste. Los dignatarios -da igual el partido o el territorio al que pertenezcan- cultivan un delirio grandioso de política internacional, y viajan por el mundo con séquitos más propios de sátrapas que de gobernantes democráticos, con jefes de prensa y de protocolo, con asesores, con periodistas, con fotógrafo de corte y cámaras de televisión, incluso con pensadores áulicos, en algún caso muy selecto. Se alojan en los mejores hoteles y gastan el dinero público con una magnanimidad de jeques petrolíferos. Viajan con el pasaporte de un país cuya existencia niegan y utilizan los servicios diplomáticos y consulares de un Estado al que no se consideran vinculados por ninguna obligación de lealtad, y aseguran que el motivo de tales viajes es la promoción internacional de sus respectivas patrias, provincias, principados, o reinos: obtienen, es verdad, una gran cobertura mediática, si bien no en los periódicos del país que han visitado, sino en los de la comunidad o comarca de origen, en la que todo el mundo parece aceptar sin sospecha el delirio de los resultados provechosos del viaje, así como la cuantiosa inversión necesaria para que sus excelencias celebren en Nueva York o en Melbourne una mariscada suculenta de la que habrían disfrutado lo mismo sin marcharse tan lejos, o hagan unas declaraciones a la televisión autonómica o al diario local a seis mil kilómetros de distancia.

El delirio afecta lo mismo al pasado que al presente, por no hablar del porvenir. Jovenzuelos malcriados que disfrutan de uno de los niveles de vida más altos del mundo se adornan de un corte de pelo carcelario y de un pañuelo palestino y se imaginan que participan en una intifada o en un motín kurdo o irlandés quemando los cajeros automáticos de sus opulentas instituciones

bancarias y los autobuses de un servicio municipal de transportes lujosamente subvencionado, sin correr más peligro que el de un siempre desagradable enfriamiento después de la carrera delante de los paternales policías. En la escuela les han enseñado geografía fantástica y una historia mitológica inspirada en folletines truculentos del siglo XIX. Los tebeos de Astérix y las columnas de astrología de las revistas del corazón son más rigurosos que la mayor parte de sus libros de texto, pero tienen efectos menos tóxicos sobre las conciencias.

El delirio no sólo determina las historias que se cuentan en la escuela. Una editorial de prestigio le encarga a un escritor un libro sobre la caída de Barcelona al final de la guerra. Al escritor no le cuesta confirmar lo que sabe o sabía todo el mundo: que las tropas de Franco fueron recibidas en Barcelona por una muchedumbre entusiasta -ya observó Napoleón que en cualquier gran ciudad hay siempre cien mil personas dispuestas a vitorear a quien sea- y que en el ejército vencedor y entre la nueva clase dirigente había un número considerable de catalanes. Al escritor le dicen que el libro no puede publicarse, sin embargo: no porque cuente mentiras, sino porque las verdades que cuenta no se ajustan al delirio oficial sobre el pasado, según el cual la Guerra Civil española fue una guerra de España contra Cataluña, y ningún catalán fue cómplice de los zafios invasores, igual que ningún vasco llevó la boina roja de los requetés en el ejército de Franco.

El delirio niega la realidad pero puede tener efectos devastadores sobre ella. En España no queda nadie o casi nadie que simpatice de verdad con el fascismo o con el comunismo, y sin embargo se oye con frecuencia creciente que al adversario se le califica de facha o de rojo, con una insensatez verbal que hiela la sangre, y que revela una voluntad de ruptura de la concordia civil copiada de lo peor de los años treinta. Cuando a uno lo pueden llamar rojo por creer que el atentado del 11 de marzo lo cometieron terroristas islámicos o fascista por no eludir siempre la palabra «España» o defender la Constitución de 1978 está claro que el debate político ha caído en un extremo irreparable de delirio.

Por culpa del delirio de José María Aznar nos vimos involucrados en una guerra de Irak que ya era en sí misma otro delirio y en la que no contábamos militarmente para nada, pero que enconó el clima político del país y nos hizo más vulnerables a la amenaza del terrorismo integrista. Poseído por un delirio en el que ya vería a sí mismo coronado por los laureles de la Paz, esa bella palabra, el actual presidente no consideró oportuno prestar atención a los muchos indicios que venían avisando de que su negociación con los pistoleros y con los socios y beneficiarios de éstos no iba por buen camino. Tratar con gánsteres puede ser a veces tristemente necesario, pero conlleva el peligro de que los gánsteres tomen por blandura la benevolencia cautelosa del interlocutor y al menor contratiempo vuelquen la mesa de póquer y se líen a tiros. Que los servicios secretos no hubieran advertido lo que se aproximaba no tiene mucho de extraño, ya que tales servicios, casi en cualquier parte del mundo, se caracterizan por no enterarse de nada, contra lo que sugiere una extendida superstición literaria y cinematográfica: lo asombroso es que nadie en el entorno presidencial leyera los periódicos. La insolencia creciente de las hordas vándalas del norte, las cartas de chantaje y amenaza, los robos de pistolas y de explosivos, el descaro con que los terroristas presos amenazaban de muerte a los magistrados que los juzgaban (ante el apocado retraimiento, por cierto, de los policías encargados de reducirlos, quizás temerosos de provocarles una luxación si les ponían las esposas desconsideradamente): es increíble la cantidad de cosas que uno puede no ver cuando se empeña en cerrar los ojos.

También es llamativa la complacencia con que tantas personas de izquierda han resuelto en los últimos años abolir toda actitud que no sea de inquebrantable adhesión al Gobierno. He leído textos conmovidos sobre la felicidad de estar «al lado de mi presidente», y escuché hace poco en la radio a un entusiasta que llevaba su fervor hasta un extremo de marcialidad, asegurando que él, en estas circunstancias, se ponía «detrás de nuestro capitán, en primer tiempo de saludo», tal vez no el tipo de incondicionalidad más adecuado para el primer ministro de una democracia. Quizás uno, como va cumpliendo años -enfermedad política que denunciaba hace poco en estas mismas páginas Suso de Toro, a quien cabe suponer venturosamente libre de ella- conserva el recuerdo de otra época en la que las personas de izquierdas podíamos ser muy críticas y hasta en ocasiones hostiles hacia otro gobierno socialista, o por lo menos no incondicionales hasta la genuflexión, hasta las lágrimas. No digo que no haya motivos para oponerse a una deplorable Oposición, avinagrada y sombría, que no parece capaz de desprenderse de su propio delirio de conspiraciones, y en la que todo el talento de sus dirigentes da la impresión de estar puesto al servicio, sin duda generoso, de favorecer a sus adversarios. Lo que me sorprende es este nuevo concepto de la rebeldía y de disidencia, que consiste en rebelarse contra los que no están en el poder y en disentir de casi todo salvo de las doctrinas y las directrices oficiales. El delirio perfecto, sin duda: disfrutar de todas las ventajas de lo establecido imaginando confortablemente que uno vuelve a vivir en una rejuvenecedora rebeldía, inconformista y a la vez enchufado, obsequioso con el que manda y sin remordimientos de conciencia, gritando las viejas y queridas consignas, como si el tiempo no hubiera pasado, en la zona VIP de las manifestaciones, enaltecido a estas alturas de la edad por una cápsula de Viagra ideológica.

Antonio Muñoz Molina es escritor.

Los titulares y sumarios de portada que ambos ambos diarios dedican al empleo y al paro (respectivamente) no precisan comentario alguno.

El mundobórico sigue erre que erre con sus teorías conspiranoicas sobre la relación de ETA con el 11-M.

Ya no me soliviantan. Me aburren.

El Mundo, más fino que El País.
Aquí pasa algo

Hay días en los que nuestros dos principales diarios de pago se cambian los papeles. Hoy es uno de ellos: El Mundo «dice» y El País «impide«. El País suele ser un diario bastante «declarativo» y su titulares utilizan muchos verbos como «dice«, «afirma«, «asegura«, etc..

En cambio, El Mundo tiene una tendencia bastante más «interpretativa«, u opinativa, y prefiere verbos cargados de intención como «elude«, «impide«, «rechaza«, «se aferra«, etc.

Hoy va todo al revés. El Mundo informa hoy, arriba, a dos columnas:

Otegui dice que las amenazas de ETA «restan credibilidad» al alto el fuego

El País opina hoy, arriba, a cuatro columnas:

Las exigencias de Ibarretxe y del PP impiden el pacto que impulsa Zapatero

Además de la valoración exagerada de los titulares presuntamente informativos, con alta carga de opinión, creo que El País se equivoca hoy al no prestar atención en su portada, ni en su página editorial, al cambio de posición de Otegui -con matices- con respecto a la disciplina de las pistolas impuesta tradicionalmente por ETA.

Tengo la impresión de que Otegui quiere superar el «síndrome Yoyes» y eso -de ser cierto- puede tener una enorme relevancia para el futuro en paz y en libertad del País Vasco. O, a lo peor, es un oportunista que, como avisa El Mundo, Otegui «intenta sencillamente eludir el inminente horizonte carcelario que le espera».

En todo caso, no me explico cómo se le ha pasado esta noticia a El País en su portada y en su página editorial. En cambio, El Mundo , ademas del tema de portada, publica hoy los dos chistes de Gallego y Rey y de Ricardo , dedicados a Otegui , y este comentario editorial, bastante afinado:

El País deja hoy la opinión sobre el terrorismo en manos de sus colaboradores:

Verdadera locura

SUSO DE TOROen El País 17/01/2007

Ante el atentado contra las Torres Gemelas, la sociedad norteamericana reaccionó uniéndose en torno de su Gobierno. El temor, comprensiblemente, reforzó su unidad interna. Y debe de ser que España no teme a nada, porque aquí una parte de la sociedad hizo lo contrario tras el atentado del 11-M en Atocha. La derecha se negó a aceptar el resultado electoral y en vez de unirse en aquel momento de crisis grave en torno al nuevo Gobierno empezó a cavar una trinchera que nos divide.

A la conmoción y unidad iniciales, en la creencia compartida de que era obra de ETA, se pasó en horas a sospechar que el Gobierno de Aznar manipulaba la información para beneficiarse electoralmente. Ese Gobierno presionó a la prensa y siguió atribuyendo a ETA el atentado, ante la opinión pública y ante las instituciones internacionales, hasta unas horas antes de abrirse las urnas.

En el día siguiente a la jornada electoral, Atocha era aún carne viva y humeante, seguidores del PP se manifestaron frente a su sede en la misma ciudad pidiendo, brazo en alto, paredón para el candidato ganador. Lo ocurrido entonces, algo inédito en Europa en años, es la base de nuestra situación, la piedra terrible sobre la que ha venido descansando toda la legislatura. Y ahí están en la oposición los miembros del Gobierno anterior, que nunca han admitido error o fallo en la gestión de aquellos días terribles.

Aquel 11 de marzo no fundó una unión, pues una parte de la sociedad, la derecha política que ha conseguido mantener en torno de sí a la derecha sociológica, no sintió dolor; nunca consideró aquellas víctimas como propias. Y con las mentiras sobre el 11-M en sus periódicos y ETA como disculpa en las instituciones cavó con constancia la división social, una trinchera y un búnker a prueba de verdades.

Pasma la posición tan extrema en que se ha instalado esta derecha. Lo explica su duro integrismo y casticismo, apenas influenciada por las derechas parlamentarias europeas. Y porque hereda una memoria: agitando y usando la mentira para sembrar miedo, provocando división y entorpeciendo las instituciones se gana el poder. Lo ensayó sin límites la derecha en los años treinta y quizá para sus descendientes el recuerdo que quede es que así gobernó una época larga y pudo realizar su proyecto nacionalista y clasista. Con la historia que tenemos debemos considerar cómo se relaciona cada discurso político con nuestro pasado: en el caso de esta derecha parece que no aprendió a evitar la división, aprendió a utilizarla. De cada asunto hizo un frente: trasvases, estatutos, matrimonio gay, ley antitabaco… No ha dudado en azuzar una campaña para enfrentar comunidades: la pura xenofobia. Es un instrumento que separa política, social y territorialmente; pasmosa su irresponsabilidad y su falta de sentido de Estado. Su grosería brutal es el signo de su violencia interna y el insulto y descalificación obsesiva a la figura del presidente del Gobierno pretenden liquidar a quien considera un enemigo, no un adversario.

Así fue ya en la última etapa de Gobierno de Felipe González. Y así, desde el comienzo de esta legislatura, utilizan el terrorismo como arma. Así acosaron salvajemente a las víctimas de Atocha hasta apartarlas de la circulación, insultadas y tratadas como apestadas. Y se hizo fríamente porque estorbaban al protagonismo de «sus» víctimas, las de ETA, que han conseguido rentabilizar políticamente. A pesar de la voluntad fundacional de algunas víctimas de tener una voz propia para expresar su punto de vista político, el resultado hoy es el señor Alcaraz, impulsado por el Partido Popular. Ahí están las manifestaciones contra el Gobierno, la agresión a un ministro, insultos a su presidente, para quien piden «paredón». Bajo el paraguas de las víctimas, consignas de verdugos. Quienes comenzaron ese movimiento deben sentir frustración y amargura ante tal perversión e impostura.

No es extraño entonces que unas horas después de que ETA reventase el diálogo que había ofrecido, con un gran edificio en ruinas y dos personas muertas, los dirigentes del PP, en lugar de ofrecer su apoyo inmediato al Gobierno, afirmasen nada menos que el Gobierno estaba fuera del Estado de derecho y le negasen su apoyo. Nada menos y en una hora de emergencia así. ¿Deslealtad o traición? Demuestran una continuidad de hierro en todo lo que hacen desde el comienzo de la legislatura.

La campaña contumaz de intoxicación de medios que dicen ser «nacionales» pero que realmente son faccionales surte efecto: el buen envenenamiento es eficaz en dosis pequeñas pero diarias. La realidad de una economía razonable y ciertas reformas sociales en marcha es suplantada por la alucinación de que vivimos una catástrofe histórica. Debido a que perdieron las elecciones. Y así un día y otro: la culpa es del presidente, pues los anteriores eran competentes y éste no; el Gobierno debió haber atraído al PP al consenso, no se esforzó bastante; se equivocó al no unirse con el principal partido de la oposición en vez de tratar con los demás partidos… Partidos a los que se les niega legitimidad.

Que haya gente que, viniendo de la izquierda, compre estos argumentos y siga ese juego nos hace considerar la crisis y desorientación histórica que vive la izquierda.

Este Gobierno, ante el diálogo con el mundo enfermo de ETA, sufrió un revés, como los anteriores. Quizá se equivocó al evaluar la maduración del terrorismo vasco, al creer que había comprendido que el terror como arma política era inútil. Pues nada más inútil y menos rentable que el terrorismo etarra; en tantos años no ha conseguido ningún resultado político, ninguno. Sólo ha conseguido, poniendo la pistola en la cabeza de las víctimas, que su sociedad se haya degradado bajo una especie de síndrome de Estocolmo. Pero si hubo algún error del Gobierno, sería similar a los de los anteriores, a los que no se les recriminó el fracaso en su diálogo con ETA.

El Gobierno hizo lo que debía. Quien hizo lo que no se debía de hacer jamás fue esta derecha que no aceptó el resultado de las urnas y cree que el Gobierno, por destino, siguen siendo ellos. Como tal se comportan. Viviendo en su búnker de mentiras atribuyeron al Gobierno todo tipo de traiciones, trataron al presidente y sus ministros como si fuesen los terroristas. Un día pedirán perdón por el daño hecho al país, por la división social creada conscientemente sólo para volver al Gobierno. Un Gobierno no vale nunca lo que un país.

Y un día habrá otra derecha liberal y con verdadero sentido nacional, no faccional. Mientras, debiéramos atender al sentido común y la decencia básica de esos inmigrantes que trabajan duro entre nosotros y lloran a sus muertos; son un mínimo común múltiplo que niega a esos máximos comunes divisores. Los nuevos ciudadanos que se han hecho visibles estos días traen aire fresco, ignoran esos viejos rencores y nos recuerdan lo esencial. Desnudan tanta mentira e insensatez que nos envuelve, esta verdadera locura.

Suso de Toro es escritor.FIN

El editorial de El País («Manual de urbanidad») tiene tela y su lectura es altamente recomendable sobretodo para escándalo de la derecha educada de toda la vida.

Muy fino ha estado El Mundo con las declaraciones de Otegui y, sin embargo, muy tosco, con el caso estravagante de los peritos de elmundobórico.es al que dedica tres columnas de la portada y una página completa en su interior. Pedro Jota domina el arte de suplantar la falta de chicha informativa con el abuso de centímetros cuadrados. Este es un caso menor, muy de su gusto, que va a toda página y con foto:

El Mundo jalea el papel de la juez Gallego, una de sus juezas favoritas -próxima al PP– dándole también tres columnas en su portada:

La juez precisa que Santano dio la orden de falsear el informe ETA/11-M

El País, en cambio, trata con gran mesura este minúsculo, raro y sorprendente asunto de control de calidad de los jefes policiales sobre los subordinados (el caso «matacucarachas»), y da la información a media columna, con este titular:

La juez del «ácido bórico» reabre las imputaciones a los jefes policiales

Si yo tuviera responsabilidad editorial en El País -no es mi deseo, desde luego- daría más importancia a las actuaciones sesgadas de los jueces, según el color del cristal con que miran los presuntos delitos. En mi opinión, la justicia es la asignatura pendiente de la democracia española.

Conociendo los nombres y la biografía de los miembros de un tribunal, resulta bastante previsible el resultado de cualquier juicio en el que se perciba algún interés político por diminuto que sea. Basta con mirar con lupa las instrucciones escandalosas del «ácido bórico/jueza Gallego«, del «caso Bono/caso Hidalgo» o del «caso policías corruptos/ ETA-11-M» para que las personas más sensatas, honradas y moderadas de España se echen a temblar antes de verse frente a semejantes magistrados. A muchos jueces se les ve el plumero más que a los periodistas. Y ya es decir.

Ahí está El Roto para recordarnos en El País que la tecnología avanza y mejoran las máquinas pero, no obstante, las intenciones del ser humano permanecen intactas.

El bórico ataca de nuevo

La lotería de Navidad hace coincidir a los dos diarios en la foto de portada. El «gordo» es el «gordo«. En lo demás no hay coincidencia.

¿Afecta el orden los sujetos al producto final?

Ayer hubo una reunión en el Palacio de la Moncloa entre dos personas. Para El Mundo, la reunión fue entre Zapatero y Rajoy; para El País, fue entre Rajoy y Zapatero.

La carga editorial del «sólo» que precede al verbo («sirvió«) convierte el titular en opinión y, por tanto, debería ir en cursiva y llevar esta tipografía en redonda, reservada a la información de los hechos.

Para El País «escenifican su fractura«. En cambio, para El Mundo «ahondan» suis diferencias.

Elmundobórico.es está de enhorabuena con su tema favorito: los peritos que descubrieron el ácido bórico en casa de un islamista y lo quisieron utilizar para relacionar a ETA con el 11-M. Sus jefes hicieron control de calidad y corrigieron el abuso.

El Mundo da los detalles a 4 columnas:

El País lo lleva a tras columnas:

Ahí va un buen artículo de El País par la vispera de Nochebuena:

Respetar a los creyentes, no las creencias

TIMOTHY GARTON ASH23/12/2006

El fin de semana pasado estuve cantando un montón de cosas en las que no creo. ¿Creo que, hace unos 2.007 años, un ángel se apareció a una mujer llamada María y le anunció que iba a quedarse embarazada sin haberse acostado con José? No. ¿Creo que el buen rey Wenceslao anduvo por la nieve para llevar «a aquellos campesinos» comida y vino? Probablemente, no. Pero eran palabras hermosas y familiares, la iglesia medieval estaba iluminada por velas, tenía a mi familia conmigo, y me conmoví.

En estos días, cientos de millones de personas, como yo, cantan -a veces con deleite y entusiasmo- unas frases en las que no creen o, en el mejor de los casos, creen sólo a medias. Según un reciente sondeo de opinión de Harris para el Financial Times, en Gran Bretaña, sólo uno de cada tres ciudadanos dice ser «creyente». En Francia, menos de uno de cada tres; en Italia, menos de dos tercios; sólo en Estados Unidos supera esa cifra las tres cuartas partes. Y sería interesante saber qué proporción de esa minoría de verdaderos creyentes en Gran Bretaña y Francia son, en realidad, musulmanes.

Todo eso ha hecho que me pusiera a pensar -en esta época prolongada de fiestas, con el Día del Bodhi, Hanukkah, Navidades, Eid-ul-Adha, Oshogatsu, el aniversario de Guru Gobind Singh y Makar Sankranti- sobre qué significa decir que respetamos otras religiones en una sociedad multicultural. Me da la impresión de que el mayor problema que muchos europeos post-cristianos o teóricamente cristianos tienen con que haya musulmanes viviendo entre ellos no es que éstos crean en una religión distinta al cristianismo, sino que crean en una religión, punto.

Es algo que desconcierta a la minoría intelectualmente significativa de europeos que son ateos devotos, que creen en las verdades descubiertas por la ciencia y hacen proselitismo. Para ellos, el problema no es ninguna superstición religiosa concreta, sino la superstición en sí. Y también preocupa a ese número mucho mayor de europeos que son vagamente creyentes, de una forma tibia, o más o menos agnósticos, pero que tienen otras prioridades. ¡Ojalá los musulmanes no se tomaran su islam tan en serio! Y muchos europeos añadirían: ¡Ojalá los norteamericanos no se tomaran su cristianismo tan en serio!

No obstante, podemos discutir sobre si el mundo estaría mejor si todos se convencieran de las verdades ateas de la ciencia natural o, al menos, se tomara la religión tan a la ligera como la mayoría de los europeos semicristianos, creyentes a tiempo parcial (yo soy agnóstico sobre esta cuestión). Pero es evidente que sobre esa base no podemos construir una sociedad multicultural en un país libre. Esa postura sería tan intolerante como la de los países mayoritariamente musulmanes en los que no se permiten más confesiones que el islam.

Al contrario, en los países libres es preciso que se permitan todas las religiones; y cada religión debe dejarse cuestionar en sus fundamentos, categóricamente, incluso de manera desaforada y ofensiva, sin temor a represalias. El científico de Oxford Richard Dawkins debe tener la libertad de decir que Dios es un engaño y el teólogo Alistair McGrath, también de Oxford, debe tener la libertad de responder que es Dawkins el engañado; un periodista conservador debe poder escribir que el profeta Mahoma era un pedófilo y un erudito musulmán debe poder llamar a ese periodista islamófobo ignorante. Eso es un país libre: la libertad de culto y la libertad de expresión co

-mo dos caras de la misma moneda. Debemos vivir y dejar vivir, una exigencia que no es tan poca cosa como parece, cuando se piensa en las amenazas de muerte contra Salman Rushdie y los caricaturistas daneses. La valla que protege ese espacio son las leyes.

Lo interesante es saber si existe algún tipo de respeto que vaya más allá de este mínimo «vive y deja vivir» protegido por las leyes pero sin convertirse en una pretensión hipócrita de respeto intelectual por las creencias del otro ni en un relativismo sin límites. En mi opinión, sí lo hay. Es más, me atrevo a decir que sé que lo hay, y que casi todos nosotros lo practicamos sin darnos cuenta. Vivimos y trabajamos a diario con individuos que, en el fondo de sus corazones, creen en cosas que a nosotros nos parecen locuras. Si los consideramos buenos socios, amigos y colegas, les respetamos como tales, independientemente de sus convicciones privadas y profundas. Si tenemos una relación estrecha con ellos, quizá no sólo les respetamos sino que les queremos. Les queremos pese a que no dejamos de estar firmemente convencidos de que, en un rincón de su cerebro, se aferran a creer en un montón de tonterías.

Distinguimos de forma rutinaria, casi instintiva, entre la creencia y el creyente. Por supuesto, eso es más fácil de hacer con unas creencias que con otras. Si alguien está convencido de que 2 + 2 = 5 y de que la tierra está hecha de queso, vivir con él a diario será un poco más difícil. Pero resulta asombroso ver hasta qué punto, en la práctica, pueden coexistir alegremente creencias muy distintas e incluso excéntricas. (La fe popular en la astrología, tan extendida, es un buen ejemplo).

Ahora bien, el comportamiento de los creyentes puede influir en nuestra opinión sobre su fe, al margen de la veracidad científica de su contenido. Por ejemplo, yo no creo que exista Dios y, por tanto, pienso que hace alrededor de 2.007 años un hombre y una mujer que se llamaban José y María tuvieron un niño, nada más. ¡Pero en qué hombre se convirtió aquel niño! Coincido con el gran historiador suizo Jacob Burckhardt en que Cristo como Dios no me dice nada, pero, como ser humano, Jesucristo me parece una fuente de inspiración constante y maravillosa, tal vez incluso, como dijo Burckhardt, «la figura más bella de la historia del mundo». Y algunos de sus imitadores posteriores tampoco estuvieron mal.

En lo que discrepo de la corriente atea representada por Richard Dawkins no es en lo que dicen sobre la inexistencia de Dios, sino en lo que dicen sobre los cristianos y la historia del cristianismo, que en gran parte es verdad, pero que deja fuera la otra mitad de la historia, la parte positiva. Y, como dice el viejo proverbio yiddish, una media verdad es toda una mentira. A mi juicio, como historiador de la Europa moderna, la parte positiva es mayor que la negativa. Me parece evidente que no tendríamos la civilización europea que tenemos hoy sin la herencia del cristianismo, el judaísmo y (en menor medida, y sobre todo en la Edad Media) el islam, cuyo legado también preparó el camino -aunque sin saberlo y sin quererlo- para la Ilustración. Además, varios de los seres humanos más extraordinarios que he conocido en mi vida eran cristianos.

«Por sus frutos les conoceréis». Existe un respeto que nace del comportamiento de los creyentes, independientemente de la credibilidad científica de su fe original. Lo ideal es que una sociedad multicultural sea una competencia amistosa y abierta entre cristianos, sijs, musulmanes, judíos, ateos e incluso partidarios del «dos más dos cinco», por ver quién nos impresiona más con su carácter y sus buenas obras.

Mientras tanto, está el molesto problema del saludo de invierno multicultural y multiusos. «Felices fiestas» es increíblemente cursi y anodino. Me temo que yo he recurrido a «Felices Pascuas», pero también resulta pesado. Sería estupendo emplear saludos a medida para cada interlocutor: «Feliz Navidad», «Feliz Eid», «Feliz Oshogatsu», etcétera, pero no siempre es posible. Ayer recibí una tarjeta del embajador británico en Washington con una solución excelente. «Feliz Yuletide», el nombre que remite al solsticio de invierno de los paganos (el Yule nórdico y germánico se celebra 22 de diciembre) y que evoca, al mismo tiempo, las historias sentimentales y anticuadas de Navidad que tanto gustaban a Charles Dickens. Perfecto.

Feliz solsticio a todos.

FIN

Pues eso, felices fiestas a todos.

—-

«Los obispos admiten», en El País; «los obispos rechazan», en El Mundo

El documento de los dueños de la COPE -más diplomático que su emisora- permite diversas interpretaciones, a la hora de valorar el mensaje que más conviene, o gusta leer, a los clientes de un determinado diario.

El sábado nos ofrecieron estos titulares (ambos mandando a 4 columnas) dignos de reflexión:

El Mundo:

Los obispos rechazan que se trate a ETA como «interlocutor político»

El País:

Los obispos admiten la «indulgencia» para los etarras que dejen la violencia

Desde luego, quien no se contenta es porque no quiere. La Iglesia sirve platos para todos los gustos.

No pude colgar ayer esta noticia de elmundobórico.es.

Me interesa hacerlo hoy, aunque sea con retraso, para seguir de cerca el caso (o los casos) de los jueces que me parecen sospechosos de meter la cuchara ideológica hasta el fondo en sus actuaciones profesionlas.

Los peritos del bórico, el estrafalario juez Hidalgo del caso Bono y la mochila de Vallecas, etc., se resolverán algún día en justicia.

Mientras, me conformaré con geniales máximas forgianas como ésta.

Es ciertamente triste que los asuntos más graves de nuestra vida sólo sean tratados con seriedad por los humoristas. Pero algo es algo.

Gracias, Forges.

Goteo de esquelas guerracivilistas
A falta de votos, buenas son togas (II)


¿En qué otro país del mundo que no sea el nuestro cabría una guerra de esquelas que rememoren a los españoles muertos por otros españoles hace 70 años?

El profesor Bustelo se hace esta pregunta en un interesante (y pacificador) artículo publicado en El País de hoy:

Discutida Guerra Civil

FRANCISCO BUSTELO

No nos engañemos. España ha sido diferente en su historia y aunque con el tiempo nos hayamos ido normalizando, todavía presentamos rasgos singulares heredados de un pasado difícil.

Uno de ellos es la crispada oposición actual al Gobierno de una derecha que parece hundir sus raíces en el pasado.

Otro es lo mucho que con motivo del 70º aniversario de su comienzo se ha hablado y escrito sobre la Guerra Civil de 1936-1939, sin que haya una interpretación aceptada por todos de las causas y el tenor del conflicto. Pasan los años y siguen desgranándose las preguntas, que reciben respuestas dispares.

¿Por qué tanto cainismo? ¿Cometieron Franco y los suyos un acto criminal al alzarse contra un Gobierno legítimo o tuvieron atenuantes y, según algunos, hasta eximentes? ¿Fueron todos culpables? ¿Por qué hubo tantos golpistas? ¿Y por qué los políticos de la época fueron incapaces de impedir la tragedia? Son tantos los interrogantes que es difícil aclararlos uno a uno. Sería menester para ello disponer de una explicación cabal de nuestra historia, que no tenemos, lo que nos distingue de otros países europeos que también tuvieron un siglo XX conflictivo, pero que lo han asumido y no lo discuten.

Sin embargo, a la hora de buscar razones a lo que ocurrió, es posible encontrar, bastante antes de 1931, unas características que explicarían la Guerra Civil por motivos más complejos que el fascismo de unos y el sectarismo o la ineficacia de otros. En la historia universal y más concretamente en la de Occidente, lo que cabe llamar modernización y que consistió en grandes avances políticos, sociales y económicos fue el resultado de una evolución de al menos de tres siglos, con sus zigzags y, huelga decirlo, con muchas convulsiones. Al final, con todo, y pese a que siga habiendo imperfecciones, el progreso fue enorme, constituyendo esa modernización de los países desarrollados uno de los hitos del discurrir de la humanidad.

Resistencias hubo muchas, como ha habido siempre en la historia ante cualquier cambio. Obraron en todas partes, pero en España fueron especialmente fuertes y se manifestaron desde el siglo XVIII, acentuándose en el XIX y el XX. ¿Por qué? No hace falta recordar que las explicaciones psicológicas, y no digamos genéticas, sobre unas supuestas constantes históricas que harían a los españoles incapaces para una convivencia pacífica carecen de todo fundamento. Eran los valores vigentes en buena parte de la sociedad, como resultado de una larga historia, lo que hacía que muchos se aferraran a lo que había y vieran con temor e incluso con pavor posibles cambios Como había otros que sí querían cambios para acabar con autoritarismos, pobreza e incultura, los conflictos eran inevitables.

Enfrentamientos antes de 1936 hubo muchos. Aquél entre liberales y absolutistas, abierto en sus tres guerras civiles o soterrado pero intenso el resto del tiempo, empezó hace 200 años y, a decir verdad, no acabó hasta la transición a la democracia después del franquismo. Pero hubo otros. El atraso económico impulsó en el último tercio del siglo XIX la aparición de partidarios de cambios radicales, con el socialismo marxista del PSOE y el anarcosindicalismo. Para ser un país poco desarrollado su presencia fue grande y sus demandas, que contaron con el respaldo creciente de los trabajadores, incrementaron las tensiones.

España vivió así sumida durante cerca de dos siglos en antagonismos que nunca se acababan de zanjar y que se traducían en inestabilidad política y poco progreso social y económico.

¿Fueron unos ineptos los políticos? En realidad, no era mucho lo que podían hacer, siempre discutidos, fueran los que fuesen, y con problemas inmediatos que impedían tomar medidas a plazo mediano y largo. Incluso si fuéramos a comparar, los políticos de entonces tenían igual o más talla que los de ahora. Lo que sucedía es que gobernar un país con el equivalente de 4.000 euros de renta per cápita, mal distribuida y sin casi gasto social, es cinco veces más difícil que hacerlo cuando esa renta es de 20.000 euros y hay un sistema social avanzado.

Quienes hoy estudian la teoría y la práctica del avance de las naciones señalan como uno de los requisitos para ese avance una buena gobernanza, es decir, gobiernos que ofrezcan estabilidad, seguridad, derechos garantizados. ¿Qué es lo que había, en cambio, en España? Patriotas frente a afrancesados, liberales frente a carlistas, moderados frente a exaltados, monárquicos frente a republicanos, centralistas frente a nacionalistas, revolucionarios frente a ultraconservadores, laicistas frente a integristas. ¿Cómo iba a haber paz suficiente para que se dieran esos requisitos?Además, hubo circunstancias poco propicias. Uno de los conflictos, el de monarquía o república, se zanjó en 1931 de modo tan pacífico y rápido que republicanos y progresistas pensaron que todo el campo era orégano y reputaron tarea fácil el avanzar. Su error fue monumental al ignorar que los enfrentamientos latentes eran tan grandes que podían aflorar en cualquier momento. Lo sorprendente no fue que hace setenta años se desencadenara una guerra civil. Lo insólito hubiera sido que España hubiera pasado sin más del antagonismo a la convivencia pacífica y al consenso. Una ley de la física elemental dice que todo resorte sometido a presiones crecientes acaba saltando. Desconocer esas presiones de larga data y buscar explicaciones coyunturales es quedarse en lo episódico y prescindir de lo que corre más a lo hondo en toda sociedad.

Aunque hoy nos parezca anacrónica y reñida con el progreso, la defensa a ultranza de valores tradicionales tan presente en nuestro pasado, y también entre los sublevados de 1936, se explica por la historia misma.

Desde la Baja Edad Media y al socaire del final de la Reconquista, predominó en España una organización económica y social, el llamado régimen señorial, con la hegemonía de la nobleza, que era un sistema muy poco productivo y muy reacio al cambio pero paradójicamente expansivo y hasta creador. La unidad del país desde los Reyes Católicos, el descubrimiento de América, la supremacía mundial con el Imperio del Quinientos, el Siglo de Oro de la literatura y la pintura, fueron para muchos logros conseguidos gracias a unos valores cuyo abandono conducía a la decadencia y a la ruptura de la nación misma. En 1936 había bastantes españoles que seguían creyendo tal cosa.

La historia de España, es cierto, fue gloriosa en el siglo XVI, aunque a redropelo de las corrientes modernizadoras que empezaban a surgir en Europa. Fue triste, por el contrario, en la decadencia del XVII, cuya causa primera fueron los muchos anacronismos. También resultó malograda en lo principal en el XVIII y conflictiva y poco eficaz en el siglo XIX y en las tres cuartas partes del XX.

Las muchas carencias se fueron haciendo más patentes en la Edad Contemporánea, pero hasta después del franquismo nunca hubo acuerdo sobre las soluciones. Las culpas, como suele ocurrir en esos casos, se echaban a los otros, a los que pensaban de manera distinta. Cuando los afanes de mejora se acentuaron, con ayuda de las circunstancias internacionales, un poco de azar y un mucho de fatalidad, estalló la traca final de la Guerra Civil. La tronada, como la calificó don Claudio Sánchez Albornoz, se había hecho inevitable por las incesantes tormentas políticas de un país donde nunca escampaba.

Hoy, en cambio, ¿vivimos en otra España? Diríase que sí, pero el peso del pasado todavía se deja sentir a veces. La transición a la democracia de hace 30 años fue un acierto, vista nuestra historia, pero, por las condiciones obligadas en que se desenvolvió, no hubo entonces justicia o muy poca para las víctimas de la dictadura.

Hoy se quiere reparar en parte ese olvido, con el riesgo de que resuciten demonios familiares. ¿En qué otro país del mundo que no sea el nuestro cabría una guerra de esquelas que rememoren a los españoles muertos por otros españoles hace 70 años? Está bien recordar a los muertos, sobre todo a los que durante mucho tiempo no se dejó recordar, pero sería mejor al hacerlo no hablar de los crímenes de las «huestes fascistas», por mucho que los hubiera, que provocan como respuesta traer a colación los crímenes de las «hordas marxistas», que también los hubo.

No se trata, claro es, de ignorar los crímenes que desde 1939 fueron obra de un solo bando. No obstante, memoria histórica es conocer y hacer inteligible el pasado, no recrearlo ni juzgarlo desde nuestros valores actuales. Dividir a estas alturas a nuestros antepasados en buenos y malos a nada conduce, salvo a desenterrar el único cadáver del que hay que congratularse que esté sepultado, a saber, el de las dos Españas enfrentadas.

Francisco Bustelo es profesor emérito de Historia Económica de la Universidad Complutense, de la que ha sido rector. Autor de La historia de España y el franquismo (Editorial Síntesis).

Este es es el comentario editorial de El País sobre el minicaso de los peritos que (no sabemos muy bien por qué) quisieron relacionar a ETA con el 11-M.

El caso, tan aireado por El Mundo y por elmundo.es (que se parecen ya como dos gotas de agua) le está valiendo a la versión digital de El Mundo el sobrenombre merecido de elmundobórico.es.

El caso tiene muy mala pinta por el origen y por la marcha que lleva la instrucción judicial.

Al final, la montaña habrá parido un ratón. Pero, en el camino, los jueces se habrán dejado muchas plumas en la gatera y la credibilidad del sistema judicial hará perdido muchos puntos.

Lo que nos faltaba: A falta de votos, buenas son togas.

¿Por qué se empeñan algunos en obtener por las togas lo que no pudieron obtener por las urnas?

!Eureka! Acabo de encontrar dos titulares sobre etarras y el 11-M que se parecen bastante, y eso que uno sale en El Mundo y el otro, en El País:

Tanto va el cántaro a la fuente…

De tanto oponerse a todo, el PP ha resbalado pisando su propia cáscara de plátano.

Esta noticia sobre el uso de imágenes de incidentes violentos, ocurridos durante los gobiernos del PP, pueden provocarnos la risa (que nunca viene mal) pero también una reflexión sobre la ligereza y frivolidad de nuestra clase política.

Como a Zapatero, a mi tampoco me extrañaría que el PP acabara oponiéndose a la guerra de Irak con imágenes restrospectivas de manifestaciones en las que aparecezca yo mismo.

Salí de Londres descalzo. Los malos nos van ganando

Al regresar a casa, he leído varias docenas de comentarios al último post que dejé aquí («A falta de votos, buenas son togas»), antes de volar el lunes hacia Londres. No es lo que yo llamaría un aterrizaje suave. ¡Cómo está el patio!

El conflicto sobre los peritos, los superiores de los peritos, los jueces, elmundobórico.es, ETA, el 11-M, Madina, víctima de ETA y víctima también de la Asociación de Víctimas de Alcaraz , y todo lo que aún nos queda de las dos españas, siguen enredándonos, erre que erre, por las páginas de nuestros diarios de papel y digitales.

Al deshacer la maleta, he tirado sobre la cama el Financial Times de ayer y, de pronto, he reparado en la gran foto de su portada. A tres columnas, el presidente George W. Bush y el ex presidente Bill Clinton aparecen medio abrazados y luciendo ambos su mejor sonrisa.

Ya se que son políticos, o sea, actores, y que pueden disimular sus sentimientos, en cuanto aparece una cámara en el horizonte. Pero, al menos por un instante, son capaces de fingir, de vencer lo que les separa, para abrazarse y reirse juntos a carcajada limpia.

¿Sería posible ver algún día, en nuestros diarios, una foto semejante con el presidente del Gobierno actual y el presidente anterior sonriendo juntos?

¿Podemos imaginar a Zapatero y a Aznar, tan juntos como aparecen Bush y Clinton en la portada del Financial Times de Londres?

¿Podemos imaginar la misma escena, incluso, con José María Aznar y su antecesor en el cargo Felipe González?

Hace años, en plena transición, fue posible esa foto con Adolfo Suárez y Felipe González.

¿Por qué no es posible ahora?

¿Qué hace tan diferentes a nuestros líderes políticos de los norteamericanos?

¿Hacia donde camina nuestra clase política?

¿Hacia dónde nos llevan?

¿Queremos ir con ellos a la basura de la crispación permanente, sin respiro?

Con esta reflexión he deshecho la maleta y, con cierta pena, me he sentado a escribir estas líneas y a envidiar a los norteamericanos por esa foto de Bush y Clinton. Y a envidiar también a los ingleses, porque la gran foto de sus portadas de ayer (en The Times, en The Daily Telegraph, etc.) era la de un hermoso caballo (Desert Orchid), campeón legendario de muechas carreras, que había muerto de viejo a sus 27 años. Y sus editoriales iban destinados a defender la calidad de la enseñanza y el futuro de la Universidad de Oxford.

En fin, un par de días en Londres -para dar una conferencia en la London School of Economic y debatir sobre el futuro de la prensa- sientan la mar de bien.

Refresca mucho tomar distancia de las portadas de nuestros diarios de trinchera y respirar un poco de democracia gran reserva.

Claro que tampoco en Londres atan los perros con longaniza. Da miedo ver a los taxis que vienen a por ti, sin conductor aparente, por el lado antieuropeo de sus calles, pitando para no atropellarte. Nunca me acostumbro a conducir por la izquierda. Estos ingleses…

He notado, sí, un cambio de atmósfera desde mi último viaje a Londres y tiene que ver con el terrorimo islamista, la seguridad y la libertad de los ciudadanos.

Desde que entras en el aeropuerto notas algo raro y distinto que yo no había notado al aterrizar en los últimos meses en París, Oslo, Estocolomo, Almería o Madrid.

Hay muchos policías con el dedo en el gatillo de sus metralletas. Te hacen entrar en rigurosa fila india, mientras los perros policías te van olisqueando y sus dueños te escudriñan de arriba abajo.

Al abandonar Londres tienes que llevar la crema de afeitar y los líquidos en una bolsa de plástico transparente, como en toda Europa, pero te tienes que quitar más ropa y tienes que pasar los zapatos por la cinta de control. Por eso pasé la frontera descalzo.

Nunca me había pasado. Ni siquiera en Estados Unidos, donde son tan fanáticos o más que los ingleses en cuestiones de seguridad.

Desde luego, de haberlo sabido hubiera llevado calcetines nuevos. Los que enseñé a mis compañeros de aduana, al cruzar el control, eran viejos y tenían dos hermosos agujeros en el talón de Aquiles. Pero -eso sí- estaban limpios. Los había lavado yo mismo la noche anterior en el lavabo del hotel.

Maxi juez Gallego, en El Mundo; mini juez Gallego, en El País
Franco, doctor «horroris causa»

Hay días en que sacas la conclusión, seguramente precipitada, de que las portadas de los diarios son como el juego de las siete y media:

“O te pasas o no llegas»

«Malo es no llegar», diría el buen don Mendo, “pero si te pasas, ¡ay, si te pasas!, es peor”.

A la izquierda copio y pego una columnita de El País (Una prueba «delirante») junto al editorial de El Mundo. (Espero que, pese a la proximidad de ambos textos, no se produzca explosión alguna).

Toda esta historia me recuerda el cuento del terrible lobo Garzón y la tierna y dulce caperucita Gallego , en el que los jueces héroes de ayer son hoy villanos, según el diario que se mire. Y viceversa.

“Ni calvo ni con tres pelucas”, diría mi madre, al comentar las portadas de hoy.

Cuando te enfrentas, de buena fe y sin gafas, a la primera página de El Mundo te puedes llevar un susto tipográfico de primera magnitud. En cambio, si lo haces con El País, sus silencios o sus gritos te pierden o desconciertan. Tal es el caso de hoy.

Por el fastuoso cuerpo utilizado a toda página por el previsible Pedro Jota, piensas que ha ocurrido un cataclismo, una catástrofe de insospechadas consecuencias para la Humanidad. ¡Válgame dios!

Sin embargo, en cuanto te pones las gafas de leer (o de comer), te llevas una cierta decepción, la noticia se desinfla y te dices a ti mismo que no aprendes –sabiendo como se las gasta este Pedro Jota.

Antes de valorar el acontecimiento, por el tamaño descomunal de un titular a cinco columnas (el no va más), tienes que saber qué periódico/látigo tratas de leer, quién hay detrás y qué mensaje trata de inocularte.

Hoy es uno de esos días en los que la exageración pueril de Pedro Jota Ramírez merma la credibilidad del mensaje hasta para sus creyentes más entregados.

Ya se que la fe nubla la razón y que, como nos dibuja el genial Goya, «el sueño de la razón produce monstruos», pero para todo hay grados y límites.

Después de leer y entender el supertitular de “elmundobórico.es”, pienso que la montaña parió un ratón.

Estamos elevando un caso típico de velar por el control de calidad de un producto –obligación natural de los responsables de cualquier empresa- a la categoría de un delito de lesa patria. Y eso, por voluntad de los conspiranoicos del trío Pinocho, que persisten en ligar como sea a ETA con la masacre del 11-M para ocultar aquellas mentiras tan miserables, destinadas desesperadamente a no perder el poder por encima de casi 200 cadáveres.

Flaco servicio le está haciendo El Mundo a la juez Gallego con este tratamiento de superestrella, que rivaliza con el que, hace años, dio al juez Garzón cuando le interesó.

No obstante, una de las virtudes que hay que reconocer a Pedro Jota es su capacidad camaleónica para rectificar 180 grados, si en ello le va el puesto, la ambición o la fama. No debemos perder, pues, la esperanza de un repentino arrepentimiento de nuestro gran fabulador.

No olvidemos, por ejemplo, que él fue el máximo defensor y “pelotas” oficial del dudoso trío Boyer-Solchaga-Mariano Rubio, cuando trabajaba a las órdenes de Juan Tomás de Salas como director de Diario-16.

Como el rayo, que estremece e ilumina a la vez, Pedro Jota cayó del caballo, vio la luz, se alió con el emergente e italianizado Mario Conde y, al instante, como flamante director-fundador de El Mundo, se hizo enemigo acérrimo e implacable de aquel trío de la “beautiful people” al que había halagado con tanta desmesura, sin llegar siquiera a sonrojarse.

Después de los excesos tipográficos de hoy, la pobre juez Gallego no va tener más remedio que dedicarse de lleno a la política y olvidarse de impartir Justicia.

Como diría don Luis a don Juan:

“Imposible la dejáis para vos y para mi”.

Creo que Pedro Jota se ha pasado tres pueblos con el titular que regala hoy a la maxi juez Gallego. Desde luego, si las instrucciones y juicios del caso GAL se hicieron como éste de elmundobórico habrá que ir pensando en revisar hasta las tripas de aquellas instrucciones y sentencias que, junto con los abundantes casos de corrupción de la era felipista- contribuyeron a echar a los socialistas del poder.

Pero si El Mundo se pasa, El País no llega. Porque la verdad es que cuesta trabajo encontrar alguna alusión al caso del ácido bórico, ETA, el 11-M y la juez Gallego en la portada del primer diario de pago de España.

Busquen la lupa y hagan un esfuerzo para leer este sumario de portada -al fin hallado- que yo mismo he ampliado para beneficio de los lectores de este blog:

Me sorprende más aún la minimización del caso del ácido bórico (o «matacucharachas») porque, hace apenas unas semanas, El País lo dio a toda página cuando el juez Garzón imputó a los peritos que trataron de relacionar -a mi juicio, de forma torticera- el 11-M con ETA, y exculpó a sus superiores por haber corregido tales desmanes conspiranoicos.

Sin mediar ningún disimulo, los villanos de ayer, para El País, hoy son héroes, para El Mundo. Y viceversa.

Y así, el tratamiento tipográfico obedece a las reglas del juego de las siete y media:

“O te pasas o no llegas”.

¡Qué profesión, Miquelarena!

Las fotos de portada tampoco son inocuas. El Mundo realza, centrada a tres columnas, la «Manifestación prohibida» por el juez Garzón en San Sebastián. El País da la misma foto de EFE pero, eso sí, a una columnita, tamaño sello de correos.

En cambio, en El Mundo no hay referencia alguna a las nuevas manchas del Prestige, mientras que El País le concede a este asunto los honores de foto de portada con este títular:

Cuatro años de herencia del «Prestige»

La contraportada tiene, a veces, tanto interés como la portada. Muchos tenemos la costumbre de empezar a ver o leer el diario por la última página, o sea, al revés.

¿Podría ser una vieja costumbre grabada en nosotros al cabo de tantos siglos de leer así, desde atrás hacia adelante, en lengua árabe o hebrea?

El caso es que me ha llamado la atención la interesante noticia que El País da, a tres columnas y con foto, en su última página:

Franco pierde honores

La Universidad de Santiago borra al dictador de su lista de ilustres «honoris causa» 41 años después

He buscado esta noticia curiosa del tipo de ¡Hay que ver! por todos los rincones de El Mundo y no aparece por ningún lado. Para Pedro Jota se trata de una «no noticia».

Desde luego, la lectura hoy de los argumentos seudoacadémicos que se utilizaron entonces para darle este inmerecido honor a tan cruel dictador (por «restaurar el biologismo normal de nuestra patria») me suenan espantosamente ridículos cuando no patéticos.

En lugar de borrar de la lista de doctores «honoris causa» en Ciencias al general rebelde, autor del golpe de Estado del 18 de julio del 36 (así como de tantos horrores que siguieron en la guerra civil y, lo que, a mi juicio, fue mucho más grave, en la postguerra), deberían mantener a Franco en dicha lista pero cambiándole el título por este otro bien merecido:

Doctor «horroris causa»

Aunque con retraso, haríamos Justicia a la Ciencia.