Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

Archivo de julio, 2013

Concha nos trajo inocencia y bondad a la tele

Ha sido un golpe prematuro, casi inesperado. Lo siento mucho. Concha García Campoy fue una compañera maravillosa en TVE. Nos contagiaba su alegría y su bondad natural sin afectación. Siempre conservó ese aire de pueblo que trajo el día que le hicimos la prueba de imagen en el Pirulí, un sábado de 1985. Sus ojos resplandencían con un brillo de inocencia. Venía de Ibiza, con un vestido sencillo y una rebeca. Creo recordar que la rebeca era amarilla, porque hubo bromas contra el mal fario que algunos artistas atribuyen a ese color.

Concha García Campoy y Manuel Campo Vidal preparando entradillas del TD-1 de TVE en 1985

Concha García Campoy y Manuel Campo Vidal preparando entradillas del TD-1 de TVE en 1985

Concha se comía la cámara. Ramón Colón, subdirector de Informativos encargado alquel día de buscar caras nuevas para los telediarios de José María Calviño, me dio codazo y dijo: «Ya tenemos lo que buscamos».  No lo dudó ni un instante. A continuación, hicimos las mismas pruebas a otras jóvenes bien guapas pero con peor telegenia que Concha. Hasta que le llegó el turno a Angeles Caso. ¡Qué fácil nos lo pusieron Concha y Angeles, dos animales televisivos sin experiencia ante las cámaras!.Ya teniamos las caras del TD-1 y del TD-2. Para el TD-3, el de medianoche, no hubo que hacer ninguna prueba. ¿Quien podría competir con la grandísima Rosa María Mateo?

Luego vinieron las pruebas de los chicos. Nos quedamos con Manuel Campo Vidal (a quien llamábamos Manolo para chincharle) y con el larguirucho Carlos Herrera, con raíces en Cuevas de Almanzora (Almería). Fueron cuatro aciertos de Ramón Colóm. Y a las pruebas me remito. Los cuatro triunfaron en la profesión.

Al salir del parking del Pirulí, casi a las dos de la tarde, me crucé con Concha García Campoy. Iba sola, caminando algo despistada, con su rebeca al hombro y arrastrando una gran bolsa de viaje. Paré su lado y me ofrecí a llevarla hasta una parada de taxi, autobús o metro. Era muy alta y casi no cabía en el asiento del copiloto de mi Peugeot 205. La felicité por las pruebas de imagen que había hecho y le pregunté hacia donde iba. Yo vivía tan lejos de allí (en Villanueva de la Cañada) que era muy posible que pasara cerca de su pensión o por el centro de Madrid. Me dijo que no conocía bien Madrid y que no tenía muy claro donde ir. Lo primero que tenía que hacer era buscar una pensión por el centro si no localizaba a unos amigos. Su viaje había sido muy precipitado.

«¿Dónde vas a almorzar?», le pregunté. No tenía ni idea. «Donde tú me recomiendes; no conozco ningún sitio en Madrid», me replicó.

Durante años, y con grandes risas, muchas veces hemos reproducido ambos esta primera conversación. Tuve un ataque de compañerismo y le dije que el mejor sitio para almorzar a esa hora era en mi casa, donde mi chica estaba haciendo ya los preparativos para una paella. Se apuntó en el acto. En aquella paella, casi multitudinaria, conoció Concha a gente que luego fue muy principal en el periodismo y en la economía (Estefanía, Ontiveros…). Nunca olvidó aquel primer almuerzo en Madrid. Comió mi arroz como si ya no tuviera el nudo en el estómago que suele producir cualquier prueba de imagen. Nunca le dije que yo había invitado a comer a una gran presentadora de Televisión. Cuando subió a mi coche ya no era una simple aspirante. Desde que saludó a la cámara nos cautivó a todos.

Angeles Caso nos dijo hace unos meses a Manolo Saco y mí que Concha había mejorado de su leucemia. ¡Qué alegría! Brindamos con la promesa de visitarla pronto y compartir unas risas con ella. No ha sido posible. ¡Qué lástima!.

Adios Concha. Descansa en paz.