Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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El PP tira al monte…

La bandera franquista (con la gallina imperial) me sigue dando miedo. Seguramente no hay razón para ello, pero no lo puedo evitar. Me trae demasiados malos recuerdos de la Dictadura.

Jóvenes fachas del PP exhibiendo la bandera franquista anticonstitucional.

Jóvenes fachas del PP exhibiendo la bandera franquista anticonstitucional.

Los jóvenes de Nuevas Generaciones del Partido Popular, quizás con alguna copa de más, nos restriegan públicamente la bandera fascista de los vencedores de la Guerra Civil y garantes de la paz de cementerio de la postguerra. ¿Qué más quieren?

La dirección del PP responde que sancionará a los militantes de su partido que exhiban símbolos fascistas. Sin embargo, uno de ellos -alto dirigente del PP– sigue echando leña al fuego. Se trata de Rafael Hernando, diputado nada joven por Almería y uno de los portavoces del PP, cuya lengua afilada y su talante cínico-chulesco ya no sorprende a casi ninguno de mis paisanos.

Rafael Hernando ha jaleado a los jóvenes fascistas de sus Nuevas Generaciones (que él mismo presidió durante tres años) diciendo que «las consecuencias de la bandera de la República fueron un millón de muertos».    ¡Ahí queda eso! Ha dicho. además, que la bandera republicana está fuera de la legalidad. Ignacio Escolar le ha contestado en Facebook citando a eldiario.es: «Es completamente legal»

¡Qué poca y retorcida memoria tienen algunos hijos de los vencedores de aquella masacre!

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PS. Recomiendo la lectura de este articulo de Joaquín Estefanía en El Pais de hoy. Bastante clarito…

LA CUARTA PÁGINA

Hacia los siete años de crisis

Ya hay una generación de jóvenes que no ha conocido más que esto: creciente desigualdad, movilidad social descendente y, sobre todo, una profunda contradicción entre democracia y capitalismo

Pasó casi inadvertido, pero a principios del verano se cumplieron los seis primeros años desde que quebraron varios fondos de alto riesgo del banco de inversión Bear Stearns y la compañía Blackstone, y el décimo banco hipotecario americano, el American Home Mortgage, despidió a todo su personal. Estos acontecimientos fueron el disparadero de la Gran Recesión. Por tanto, acabamos de empezar el séptimo año de la crisis más duradera del capitalismo si se exceptúa a la Gran Depresión de los años treinta. Por su profundidad, la situación que se padece hoy es menos mala que aquella (excepto en aspectos como el desempleo en países como España, cuyo porcentaje es más representativo de una depresión que de una recesión), pero por su extensión ambas crisis se parecen mucho.

Ya hay una generación de jóvenes —los que merodean por arriba o por abajo los 20 años— que se ha hecho adulta con una falta crónica de perspectivas sociales, una política de desigualdad creciente, de contorsionismo ideológico y de corrupción política (y en algunos países, de fuerte represión), cuyos componentes serán testigos críticos de una época, la de la revolución conservadora. Que han llegado a la mayoría de edad en medio de problemas críticos para ellos y sus padres, y que pocas veces han conocido Gobiernos que defiendan con coherencia los principios de una verdadera economía mixta (en la que se combina el dinamismo del mercado con la igualdad democrática), la regulación ante los fuertes abusos financieros y una redistribución de la renta y la riqueza más equilibrada. Que no han encontrado los escasos empleos de la antigua clase media, con cierta seguridad y salarios proporcionales a la calidad de su trabajo, en unas sociedades en que la “carrera cuesta abajo” es evidente en casi todos los ámbitos: relaciones laborales, protección social, política fiscal, legislación medioambiental, regulación financiera, etcétera.

La “carrera cuesta abajo” es evidente en relaciones laborales, protección social o política fiscal

Además, las dificultades les llegaron de sopetón. Esos jóvenes, como sus antecesores, creían estar más o menos seguros, y que una marcha atrás era imposible dados los avances que se habían producido con lo que se denominó “nueva economía” (14 años y medio de crecimiento constante) y las tecnologías de la información y la comunicación que, se decía, habían acabado con los ciclos económicos. El economista norteamericano Hyman Minsky, famoso por su tesis de la inestabilidad natural del sistema financiero, planteó a mediados de los años ochenta (los que inauguran una forma de política, con Thatcher y Reagan) una pregunta crítica: “¿Puede ESO [refiriéndose con temor a una Gran Depresión] volver a ocurrir?”. Le contestó 20 años después un famoso científico universitario, estudioso de la Gran Depresión, llamado Ben Bernanke, que en 2002 dio una conferencia con un título tan significativo como Deflación: asegúrese de que ESO no ocurra aquí. Bernanke sostenía que existían medios más que suficientes para que ESO no volviese a suceder en el nuevo milenio, a pesar de la creciente inestabilidad financiera. “El Gobierno de EE<TH>UU”, dijo Bernanke, “tiene una tecnología llamada imprenta (o su equivalente electrónico en la actualidad) que le permite producir tantos dólares como desee a coste cero”. Cuando Bernanke fue nombrado para un puesto tan poderoso como la presidencia de la Reserva Federal (la que regula el precio del dinero en el mundo) y no dudó en recurrir a la máquina de imprimir billetes para reanimar a la economía americana, dio seguridad a los inquietos y se ganó el apodo de Helicóptero Ben, pues se decía que su política monetaria era básicamente equivalente al famoso lanzamiento de dinero con un helicóptero, de Milton Friedman. Bernanke está ahora a punto de dejar la Fed y todavía no hemos salido del atasco.

Pese a estos y otros escarceos teóricos, ni los organismos multilaterales tipo Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico… ni los servicios de estudio privados, ni los Gobiernos han estado en general muy finos con sus previsiones en los últimos tiempos, lo que todavía ha generado más inseguridad y desapego entre los ciudadanos. Para cada vez más gente, esas instituciones no tienen apenas legitimidad en sus pronósticos, ni los Gobiernos, sean del signo ideológico que sean, tienen credibilidad por su práctica política. La creciente decepción de los ciudadanos de muchas partes del planeta con la capacidad de sus dirigentes políticos para conseguir algo positivo relacionado con el bienestar ciudadano a corto plazo, no es precisamente el mejor caldo de cultivo para la democracia. En los sondeos se manifiesta cada vez más ampliamente que los Gobiernos hacen muchas menos cosas de las que la mayoría quiere que hagan (educación, sanidad, pensiones, infraestructuras, protección medioambiental, amparo al desempleado estructural…) y en cambio existe la sensación creciente de que sus actuaciones se acercan siempre mucho más a lo que demandan las élites económicas: las patronales y los lobbies empresariales y financieros. Que trabajan en torno a los objetivos intermedios (el déficit, la deuda, ayudar a los bancos en dificultades…), pero no aseguran el bienestar final de los ciudadanos, que es la verdadera utilidad de la economía política.

Ello lleva a acrecentar el número de detractores del capitalismo, los cuales sostienen que el mismo está al servicio de la codicia, explota la vulnerabilidad de la gente, impone la desigualdad de la renta y el patrimonio, elimina la movilidad social, expolia el medio ambiente y, sobre todo, gobierna a la democracia. Como escribe Jeffrey Sachs, el capitalismo global es una gigantesca fuerza implacablemente productiva que introduce de modo permanente en el mercado nuevos bienes y servicios, pero que divide de forma despiadada a la sociedad en función del poder, el nivel de estudios, y los ingresos y el patrimonio; los ricos son cada vez más ricos y tienen más poder político, mientras se deja atrás a los pobres, sin empleos decentes, sin seguridad, sin una red que asegure los ingresos o sin una voz política. Y este escenario se reproduce en todo el mundo a medida que ese capitalismo incorpora a un país tras otro a sus sistemas de producción y los integra en su red de influencia política.

Existe la sensación de que la actuación de los Gobiernos se acerca más a las demandas de las élites

Hay quienes dicen que del mismo modo que en el año 1989 el capitalismo derrotó al comunismo, a partir de 2007 ha vencido a la democracia. Un triunfo, en apariencia, totalizador. Por ejemplo, el sociólogo francés Alain Touraine defiende que la crisis fue provocada por aquellos que, persiguiendo su exclusivo beneficio a corto plazo, hicieron de las finanzas un coto opaco sin relación con la economía real, y que el comportamiento de los muy ricos ha desempeñado el papel principal en la disgregación del sistema social, es decir, “de toda posibilidad de intervención del Estado o de los asalariados en el funcionamiento de la economía”. Las teorías de la conspiración florecen porque las conspiraciones parecen reales.

La mayoría de las protestas que ha habido en muchas partes del mundo, vinculadas de un modo u otro a esta forma de ver las cosas, han tenido lugar en países que se caracterizan por altos niveles de desigualdad económica. El mínimo común denominador de la ira de ese segmento creciente de la población del planeta, muy bien conectado y que cree que Wall Street no es solo una calle de Nueva York, sino un estado de ánimo (véase el libro Occupy Wall Street. Manual de uso, editorial RBA) es monocausal: una forma de progreso económico que, orientado a la creación de riqueza privada, es indiferente a la idea de bienestar colectivo, justicia social y protección medioambiental.

Ahora, a las críticas centrales al sistema —la creciente desigualdad, una movilidad social descendente, el debilitamiento de la red de protección social, y la creciente influencia del sector financiero ante la supuesta capacidad de las democracias representativas para frenar y regular sus excesos— han añadido otra: la rapidez con la que muchos bancos y grandes empresas están recuperando la senda de la rentabilidad y de los beneficios sin que ello se note en el nivel de empleo, la renta disponible y la provisión de bienes públicos. Por ello hay que tener cuidado ante las declaraciones de que lo peor ha pasado y que se ha tocado fondo. Si ellas no van acompañadas de realidades tangibles, la irritación crecerá, se extenderá aun más en el tiempo y se seguirán contando cumpleaños de la gran crisis de nuestro tiempo.

FIN

 

Se fue Carrillo cuando más falta nos hacía…

Desde que le conocí personalmente en la clandestinidad, Carrillo me ha parecido un hombre coherente. ¿Se puede decir hoy día algo mejor de un político? Y esos son los hombres que más faltan nos hacen hoy dia en España.

Santiago Carrillo en un mitin

Nunca he sido comunista. Sólo alcancé a ser simpatizante del PSOE, el partido de mis padres, que hoy está tan lejos de la realidad como los demás. A veces, sí, contra la Dictadura (Cambio 16, Doblón, Historia Internacional, Junta Democrática, Platajunta, etc.) fui compañero de viaje de algunos comunistas y socialistas. Y me alegro.

Hoy ha muerto Santiago Carrillo, que fue líder del Partido Comunista en el exilio y en España. Su muerte me ha revuelto muchos recuerdos que es de justicia mencionar en este blog que ya es propio de un abuelo cebolleta camino de la jubilación. A Carrillo, como a Fraga, también le ha llegado el día de las alabanzas.

He empezado por reconocer que, desde que entró en España con su peluca, o sea, desde que le conocí personalmente en la clandestinidad, Santiago Carrillo me ha parecido un político coherente y, por ello, admirable. Equivocado o no, actuaba de acuerdo con sus ideales. Lo comprobé cuando la invasión rusa de Checoslovaquia en el 68. Y cuando alentó el eurocomunismo, lejos de la ominosa dictadura soviética. Y cuando apostó por la Democracia en España. Y, ya en democracia, lo volví a comprobar durante las entrevistas que le hice en televisión o en debates y tertulias.

Carrillo es lo que antes se llamaba un hombre cabal. Me consta que esta expresión ya no está de moda. Más tarde comprobé que también era generoso. Capaz de perdonar. No de olvidar. Por eso, tuvo el valor de renunciar a la bandera tricolor de la II República, por la que tantos españoles dieron su vida en la guerra y otros sufrieron tantas atrocidades durante la postguerra.

Por ayudar a una transición en paz, por el paso de la también ominosa dictadura franquista a la Democracia sin más luchas fratricidas, Carrillo aceptó los colores de la bandera del Franquismo (sin la gallina, eso sí) a pesar de remover, con ello, las tripas de muchos de sus camaradas.

Los franquistas siempre le acusaron y aún le acusan (basta con leer los comentarios on line) de haber participado, como miembro de la Junta de Defensa de Madrid, en ordenar los fusilamientos de Paracuellos en plena Guerra Civil. Carrillo lo negó siempre. Dificil saber lo que ocurrió, de verdad, en plena guerra.

Carrillo y Fraga, dos hombres de la Transición

A todos nos consta que hubo barbaridades, paseillos y crueldades sin límite en los dos bandos de la contienda. Por eso mismo, durante la Transición, y aún ahora, a mi me ha gustado siempre separar muy claramente los acontecimientos bárbaros de la Guerra Civil, por parte de ambos bandos, de los que ocurrieron en la postguerra, durante la larga Dictadura del general Franco, por parte del bando vencedor contra el bando vencido. Son dos mundos muy distintos. Dos violencias muy diferentes. Crímenes incomparables.

Hasta el juez Baltasar Garzón considero que se equivocó al mezclar los crímenes del franquismo durante la guerra y durante la postguerra. Están o deberían estar perdonados (no olvidados) los crímenes de la Guerra Civil de ambos bandos. Lo que falta por revisar son los crímenes de la postguerra, crímenes de Estado, juicios sin garantías, fusilamientos a discrección, torturas, secuestros, delitos contra la humanidad, que aún están pendientes de investigar.

No son comparables, como digo, los crímenes de la guerra con los de la postguerra. Y hombres como Santiago Carrillo lo entendieron muy bien. Gracias a ellos fue posible la Transición.  Aunque ahora, desde la barrera, es fácil decir que la ruptura hubiera sido mejor que la reforma, les debemos enorme gratitud. Gracias a hombres como ellos se hizo la «ruptura pactada» con el pasado. Y los franquistas, algunos de ellos arrepentidos, pudieron salir de sus cuevas sin miedo a ninguna revancha. Por muy merecida que la tuvieran. Gracias a hombres como Santiago Carrillo, no hubo revancha. Ni otra guerra civil.

Por eso le dimos, en 2003, el Premio a la Concordia de la Fundación Abril Martorell. Lo tenía más que merecido. Gracias, Santiago.

Descanse en paz.

 

 

 

 

 

 

 

 

Acoso a Garzón: ¿Venganza política y/o corporativa?

En los últimos días, he recibido varias llamadas de lectores y amigos preguntando donde podían apuntarse y firmar para manifestar su solidaridad con el juez Baltasar Garzón.

De pronto, he tenido sensaciones cruzadas, perturbadoras, nostálgicas y agriduldes. Como en los tiempos de la ominosa dictadura de Franco, volvemos a la recogida de firmas (¡ahora en libertad!) a favor o en contra de algo o de alguien. Me sucedió algo parecido a lo del 11 de marzo de 2004 (el 11-M) cuando, como en los tiempos de Franco, tuve que sintonizar, de pronto, la BBC para saber lo que estaba pasando en España. El gobierno democrático español nos engañaba, como en la Dictadura. Para arañar desesperadamente unos votos, el Gobierno Aznar atribuía persistente y falsamente a la ETA la matanza provocada por los terroristas islamistas en los trenes de Madrid. En el sexto aniversario de aquella tragedia descomunal no puedo evitar aún un sentimiendo doble de tristeza y decepción.

«Hay circunstancias – le dijo el sabio Unamuno al general fascista Millán Astrayen las que callarse es mentir». Considero el actual acoso politico/judicial contra el juez Garzón una de esas circunstancias. Por eso, también yo quiero apuntar mi nombre y estampar mi firma en esa lista de demócratas solidarios con el juez Garzón, indignados por el acoso (¿político y/o corporativo?) que está sufriendo en los últimos meses, especialmente desde que golpeó el avispero de corrupción del PP en el caso Gürtel.

¿Pretende el PP repetir, con el mismo triste éxito, el caso Naseiro?

Por si acaso, lo primero que voy a hacer es ampliar e imprimir esta viñeta de nuestro Eneko (publicada en 20 minutos el pasado 17 de febrero) y ponerle un marco para no olvidar el origen de los tropiezos y las desdichas de Garzón. Hace poco, leí la declaración de una persona principal, cuyo nombre no recuerdo, que confirmaba públicamente su solidaridad con Garzón «a pesar de Garzón». Me gustó.

El propio Javier Pradera dice en su artículo («Garzón ante sus jueces«), copiado y pegado más abajo, que «al mejor escribano se le escapa un borrón», versión castellana del célebre latinajo «aliquando bonus dormitat Homerus» («En ocasiones, hasta el gran Homero se duerme»).

¿Acaso es Garzón un juez perfecto?

De ninguna manera. No existe tal cosa en nuestra judicatura ni en profesión alguna. Cometió errores en el pasado (¿por venganza, afán justiciero, vanidad, desaforada independencia?) como el que le recordó ayer mismo Margarita Robles, vocal del Consejo General del Poder Judicial, recusada por Garzón, al anunciar que se abstendrá de votar en este caso. Robles añadió que Garzón debió abstenerse «y no lo hizo» en la instrucción del «caso Gal«. Y no le falta razón a la vocal de CGPJ.

Ya sea por el controvertido «caso GAL», por su heróica persecución del terrorismo de ETA o de Al Qaeda, por su lucha contra el narcotráfico, contra el tráfico ilegal de armas, contra los crímenes de lesa humanidad de los dictadores argentinos o del general Pinochet y por un largo etcétera de logros conseguidos por Garzón para la causa de la Justicia (con mayúscula), el acoso actual del Partido Popular y de determinados jueces de su área de influencia contra este juez tan relevante es desvergonzado y esperpéntico.

Existe la sospecha extendida de que toda esta persecución contra Garzón trata simplemente de tapar la corrupción del caso Gürtel y, también, de paso, enterrar las ansias de Justicia de las víctimas del franquismo, que aún tienen los restos de sus seres queridos esparcidos por las cunetas.

Con todos mis respetos, los jueces (sobretodo los del Supremo) no sólo deben ser imparciales sino también parecerlo.

Ya veremos.

Desmemoria histórica

Ahí va un buen artículo de Muñoz Molina en El País con recomendación de lecturas (ninguna como las tres de Arturo Barea):

El resultado de esta sentimentalización y oficialización de la memoria es el olvido de aquello mismo que se pretendía recordar

‘El laberinto mágico’, de Max Aub, sigue siendo el gran ciclo de novelas sobre la Guerra Civil y la diáspora

Desmemorias

ANTONIO MUÑOZ MOLINA

en El País 06/09/2008

La doctrina oficial es más o menos la siguiente: en España, hasta hace muy poco, no se pudo escribir y casi ni hablar de la Guerra Civil o de la posguerra desde el punto de vista de los vencidos. Primero fue la represión franquista; luego el así llamado «pacto de silencio» de la Transición, por culpa del cual, y en nombre de una dudosa concordia democrática, se suprimió la memoria de los perdedores. Por fin, sólo hace unos pocos años, algunos libros empezaron a romper el silencio, algunas películas, gracias al Gobierno de Zapatero. Se estrena Los girasoles ciegos y un oyente llama a la radio para expresar su alivio, su alegría: «Por fin se puede hablar sin miedo».

El resultado de esta sentimentalización y oficialización de la memoria es el olvido de aquello mismo que se pretendía recordar

‘El laberinto mágico’, de Max Aub, sigue siendo el gran ciclo de novelas sobre la Guerra Civil y la diáspora

Es una doctrina confortable. Permite el sentimiento halagador de estar participando, sin mucho esfuerzo ni peligro, en la reparación de una larga injusticia, en el descubrimiento de lo escondido durante muchos años. También de estar al día: de recibir, de algún modo, la legitimidad de los derrotados, hasta de alzarse en rebeldía contra el fascismo o la dictadura, con la ventaja no desdeñable de que esa rebelión virtual sucede en el espacio clemente de una democracia. Los libros, las películas de moda ofrecen una memoria tan gustosa de saborear como un caramelo, con ese aire en el fondo tan acogedor que tiene el pasado en el cine de época: los automóviles, los peinados, los sombreros, los pupitres de madera, la lluvia, la nieve acogedoras; cuando no el heroísmo igualitario: chicos y chicas con uniformes impolutos de milicianos, haciendo una guerra que se parecería mucho a una fiesta o a un domingo de excursión si no fuera por esos malvados de bigotito fino y camisa azul o de sotana negra que lo estropean todo. Los buenos, los nuestros, son poéticos, inocentes, entrañables, soñadores, no sexistas. Los otros no sólo son opresores y canallas: también son feos, groseros, machistas, maníacos sexuales, maltratadores de animales. La moda la empezó probablemente Ken Loach en Tierra y libertad, donde ya se insinuaba algo que viene teniendo mucho éxito en las patrias periféricas gobernadas inmemorialmente por una mezcla curiosa de nacionalistas y ex socialistas o ex comunistas cuyo principal rasgo ideológico es volverse más nacionalistas todavía que sus socios: los malvados de esta nueva memoria oficial, aparte de opresores, canallas, feos, groseros, machistas, maníacos sexuales, son algo todavía peor, si cabe: son españoles. En estas patrias, unánimes por definición, la Guerra Civil no es posible, porque no puede haber conflicto interno en una comunidad idílica. La Guerra Civil, el franquismo, fueron en realidad una invasión española, en la que los autóctonos, por el hecho de serlo, estuvieron libres de toda complicidad, y además fueron y siguen siendo víctimas.

El resultado de esta sentimentalización y oficialización de la memoria es el olvido de aquello mismo que se pretendía recordar. Quien dice que sólo ahora se publican novelas o libros de historia que cuentan la verdad sobre la Guerra Civil y la dictadura debería decir más bien que él o ella no los ha leído, o que los desdeñó en su momento porque no estaban de moda, en aquellos atolondrados ochenta en los que la doctrina oficial del socialismo en el poder era la contraria: con lo modernos que ya éramos, qué falta hacía recordar cosas tristes y antiguas.

No hubo que esperar a la Transición y ni siquiera a la muerte de Franco para leer por primera vez una novela antifranquista sobre la Guerra Civil publicada en España: Las últimas banderas, de Ángel María de Lera, ganó hacia finales de los años sesenta el Premio Planeta. Probablemente no era gran literatura, pero yo me acuerdo de la emoción de leer el drama de los últimos días de la República en Madrid, la urgencia y el miedo, el sentimiento de derrumbe. Por aquellos años cayó en mis manos otro de esos libros que se quedan impresos vivamente en la imaginación adolescente y resultan igual de iluminadores cuando uno vuelve a leerlos mucho tiempo después: Tres días de julio, de Luis Romero, que tiene la inminencia trágica de lo que todavía casi no ha sucedido y ya es irreparable. Hablo de libros que estaban al alcance de cualquiera y que fueron decisivos en mi educación de ciudadano y de escritor, en mi descubrimiento temprano y todavía indeciso de los mundos literarios que yo querría indagar en mi propia ficción.

Pero no sólo libros: aún no había muerto Franco y la gente llenaba los cines para ver La prima Angélica, de Carlos Saura, que retrataba con sarcasmo y crudeza a los vencedores de la guerra y exploraba un tema que fue crucial para los que empezamos a escribir novelas en los primeros años ochenta: el vínculo entre el presente y el pasado, la necesidad de saltar sobre el paréntesis de plomo de la dictadura para vincularnos a una tradición literaria, política y vital que se había roto con la guerra.

Qué insulto, qué injusticia para Max Aub decir que sólo en los últimos años se ha escrito de verdad sobre los vencidos: en los primeros ochenta Alfaguara había publicado ya todos los volúmenes de El laberinto mágico, que sigue siendo el gran ciclo de novelas sobre la Guerra Civil y la diáspora. También por entonces se reeditaban los tres volúmenes de La forja de un rebelde, de Arturo Barea, el último de los cuales está el testimonio atroz, contado por un socialista intachable, de los crímenes sin justificación que se cometieron en Madrid entre el verano y el otoño de 1936. La misma angustia moral de Barea, ajena a todo sectarismo, atenta al desgarro de la experiencia humana concreta, está en Días de llamas, de Juan Iturralde, que es del final de los setenta, o en los relatos insuperables de Largo noviembre de Madrid, de Juan Eduardo Zúñiga, que combinan la poesía y la ternura, la vaguedad espectral de la fábula con el severo testimonio del sufrimiento, el heroísmo y el despilfarro de las vidas humanas. En los primeros ochenta estrenó Fernando Fernán-Gómez Las bicicletas son para el verano y al principio nadie le hizo ningún caso. Aprendiendo de aquellos maestros, recordando lo que nuestros mayores nos habían contado, algunos de nosotros empezamos publicando ficciones alimentadas por la memoria de la Guerra Civil y la derrota de la República: yo no me olvido de la impresión que me hizo leer en 1985 Luna de lobos, de Julio Llamazares, donde está el coraje de la resistencia pero también la lenta degradación de quien se ve reducido por sus perseguidores a una cualidad casi de alimaña.

España es país muy propenso a las coacciones de la moda literaria o política, de modo que yo no voy a poner en duda el mérito de Los girasoles ciegos ni de ninguna de las ficciones sentimentales sobre la guerra y la posguerra que han tenido tanto éxito en los últimos años. Lo que sugiero, tan sólo como un ejercicio, es que se lean intercaladas con algunos de aquellos libros que no tuvieron el reconocimiento que merecían por el simple hecho de no haber sido escritos teniendo a favor los vientos caprichosos de la moda.

FIN

Aborto a la grande y aborto a la chica

Pocas veces, como ocurre hoy con Pedro Jota, queda tan claro que el titular de portada es de opinión y no de información.

No sólo por el tamaño (a cuatro columnas y con gran foto) sino por los verbos y la conjunción copulativa que une a las dos oraciones del titular:

El Gobierno se radicaliza … y anuncia…

El País, en cambio, juega a la chica con el anuncio («promesa«, dicen) de la Ley del aborto y lo da a una ridícula columna, con un sólo párrafo de texto y por abajo, de salida.

El Gobierno promete….

Fosas a la grande (en El Mundo) y fosas a la chica (en El País)

El asunto destapado por Garzón y la información sobre las fosas de los desaparecidos/asesinados en la guerra civil (y sobretodo en la postguerra) lleva tambien un tratamiento muy desigual. El Mundo lo da a toda página y El País, a una columna.

Aznar en El Mundo; Rachida, en El País. ¡Vaya sujetos!

¿Acaso es una casualidad que Aznar sea el sujeto que manda en la noticia de El Mundo y que Rachida, la ministra francesa, mande en la misma noticia pero en El País?

La «rentrée» de Garzón. ¡Olé tus webs!

Está claro que el juez Garzón ha puesto fin a sus vacaciones, como muchos de nosotros, pero él lo ha hecho por todo lo alto. Ayer acaparó las portadas de la prensa. Y hoy repite con gran titular en El País y gran foto de «Los nuevos intocables» en El Mundo. Y con razón.

Hoy mismo el ministro del Interior le ha echado una mano:

«Garzón no viene a abrir heridas sino a cerralas»

ha dicho Rubalcaba.

Un respeto por tantas víctimas de la guerra civil, de ambos bandos, que jamás pudieron tener digna sepultura.

La mayoría de las víctimas de la República descansan, con todo honor y gloria, en cementerios o iglesias. («¡Presentes!», gritábamos de niños antes de entrar en clase)

En cambio, la mayoría de las víctimas del fascismo siguen alimentando prados y cunetas. Ya se que remover restos de cadáveres es un acto forense muy desagradable, pero necesario para cerrar heridas (e injusticias) históricas.

Por tanto: ¡Enhorabuena, juez Garzón!. Y gracias.

Portadas de hoy:

Portadas de ayer:

Páginas interiores de El Mundo de ayer:

Páginas interiores de El País de ayer:

Páginas interiores de El Mundo de hoy:

Páginas interiores de El País de hoy:

Nuestro Eneko nunca falla en las grandes ocasiones:

Creo que, a pesar de los pesares, debemos recuperar la memoria de los desaparecidos y torturados, ya sea en el Chile de Pinochet, en la Argentina de Videla o en la España de Franco o en el último rincón del planeta. Por supuesto, también los desaparecidos y torturados por el bando republicano cuyos cadáveres no se hayan recuperado.

¿Por qué no?

Yo mismo fui, al poco de morir Franco, un desaparecido y un torturado del franquismo. No guardo ningún rencor a mis secuestradores/torturadores ni tengo ganas de revancha alguna. Pero reconozco que muchos de los que han sufrido persecución y tortura, o de los familiares de quienes fueron asesinados por sus ideales, quieran, al menos, recuperar sus restos y darles el reconocimiento público que merece su memoria. Es una cuestión de justicia y también de lealtad a la verdad histórica. Que nadie se rasgue las vestiduras por esta acción mínima de la Justicia.

Estoy seguro de que mis padres se habrían emocionado con estas noticias sobre las actuaciones de Garzón, si aún vivieran. Mi padre murió hace once años y hace un par de años encontré el obituario que publiqué en La Voz de Almería en su memoria. Cuando he leido las noticias sobre las actuaciones del juez Garzón, en favor de las víctimas de la guerra civil, no he podido evitar un recuerdo emocionado a la memoris de mis padres que perdieron aquella guerra pero mantuvieron firmes sus ideales de solidaridad y justicia.

Hace unos dias, antes de concluir mis vacaciones de agosto, estuve en Almería vaciando de recuerdos la casa de mi hermana, de mi cuñado y mi sobrina, que murieron en trágico accidente de tráfico, el pasado 9 de diciembre. Agotado, física y emocionalmente, encontré en un cajón de la mesa de trabajo de mi hermana (entre mecheros sin gas, relojes rotos, gafas viejas, tornillos, botones y fotos arrugadas) el carnet de mi padre de suboficial de la II República Española.

Me emocioné y lo guardé en mi bolsillo.

No se por qué aún lo llevo conmigo y lo miro de vez en cuando.

Goteo de esquelas guerracivilistas
A falta de votos, buenas son togas (II)


¿En qué otro país del mundo que no sea el nuestro cabría una guerra de esquelas que rememoren a los españoles muertos por otros españoles hace 70 años?

El profesor Bustelo se hace esta pregunta en un interesante (y pacificador) artículo publicado en El País de hoy:

Discutida Guerra Civil

FRANCISCO BUSTELO

No nos engañemos. España ha sido diferente en su historia y aunque con el tiempo nos hayamos ido normalizando, todavía presentamos rasgos singulares heredados de un pasado difícil.

Uno de ellos es la crispada oposición actual al Gobierno de una derecha que parece hundir sus raíces en el pasado.

Otro es lo mucho que con motivo del 70º aniversario de su comienzo se ha hablado y escrito sobre la Guerra Civil de 1936-1939, sin que haya una interpretación aceptada por todos de las causas y el tenor del conflicto. Pasan los años y siguen desgranándose las preguntas, que reciben respuestas dispares.

¿Por qué tanto cainismo? ¿Cometieron Franco y los suyos un acto criminal al alzarse contra un Gobierno legítimo o tuvieron atenuantes y, según algunos, hasta eximentes? ¿Fueron todos culpables? ¿Por qué hubo tantos golpistas? ¿Y por qué los políticos de la época fueron incapaces de impedir la tragedia? Son tantos los interrogantes que es difícil aclararlos uno a uno. Sería menester para ello disponer de una explicación cabal de nuestra historia, que no tenemos, lo que nos distingue de otros países europeos que también tuvieron un siglo XX conflictivo, pero que lo han asumido y no lo discuten.

Sin embargo, a la hora de buscar razones a lo que ocurrió, es posible encontrar, bastante antes de 1931, unas características que explicarían la Guerra Civil por motivos más complejos que el fascismo de unos y el sectarismo o la ineficacia de otros. En la historia universal y más concretamente en la de Occidente, lo que cabe llamar modernización y que consistió en grandes avances políticos, sociales y económicos fue el resultado de una evolución de al menos de tres siglos, con sus zigzags y, huelga decirlo, con muchas convulsiones. Al final, con todo, y pese a que siga habiendo imperfecciones, el progreso fue enorme, constituyendo esa modernización de los países desarrollados uno de los hitos del discurrir de la humanidad.

Resistencias hubo muchas, como ha habido siempre en la historia ante cualquier cambio. Obraron en todas partes, pero en España fueron especialmente fuertes y se manifestaron desde el siglo XVIII, acentuándose en el XIX y el XX. ¿Por qué? No hace falta recordar que las explicaciones psicológicas, y no digamos genéticas, sobre unas supuestas constantes históricas que harían a los españoles incapaces para una convivencia pacífica carecen de todo fundamento. Eran los valores vigentes en buena parte de la sociedad, como resultado de una larga historia, lo que hacía que muchos se aferraran a lo que había y vieran con temor e incluso con pavor posibles cambios Como había otros que sí querían cambios para acabar con autoritarismos, pobreza e incultura, los conflictos eran inevitables.

Enfrentamientos antes de 1936 hubo muchos. Aquél entre liberales y absolutistas, abierto en sus tres guerras civiles o soterrado pero intenso el resto del tiempo, empezó hace 200 años y, a decir verdad, no acabó hasta la transición a la democracia después del franquismo. Pero hubo otros. El atraso económico impulsó en el último tercio del siglo XIX la aparición de partidarios de cambios radicales, con el socialismo marxista del PSOE y el anarcosindicalismo. Para ser un país poco desarrollado su presencia fue grande y sus demandas, que contaron con el respaldo creciente de los trabajadores, incrementaron las tensiones.

España vivió así sumida durante cerca de dos siglos en antagonismos que nunca se acababan de zanjar y que se traducían en inestabilidad política y poco progreso social y económico.

¿Fueron unos ineptos los políticos? En realidad, no era mucho lo que podían hacer, siempre discutidos, fueran los que fuesen, y con problemas inmediatos que impedían tomar medidas a plazo mediano y largo. Incluso si fuéramos a comparar, los políticos de entonces tenían igual o más talla que los de ahora. Lo que sucedía es que gobernar un país con el equivalente de 4.000 euros de renta per cápita, mal distribuida y sin casi gasto social, es cinco veces más difícil que hacerlo cuando esa renta es de 20.000 euros y hay un sistema social avanzado.

Quienes hoy estudian la teoría y la práctica del avance de las naciones señalan como uno de los requisitos para ese avance una buena gobernanza, es decir, gobiernos que ofrezcan estabilidad, seguridad, derechos garantizados. ¿Qué es lo que había, en cambio, en España? Patriotas frente a afrancesados, liberales frente a carlistas, moderados frente a exaltados, monárquicos frente a republicanos, centralistas frente a nacionalistas, revolucionarios frente a ultraconservadores, laicistas frente a integristas. ¿Cómo iba a haber paz suficiente para que se dieran esos requisitos?Además, hubo circunstancias poco propicias. Uno de los conflictos, el de monarquía o república, se zanjó en 1931 de modo tan pacífico y rápido que republicanos y progresistas pensaron que todo el campo era orégano y reputaron tarea fácil el avanzar. Su error fue monumental al ignorar que los enfrentamientos latentes eran tan grandes que podían aflorar en cualquier momento. Lo sorprendente no fue que hace setenta años se desencadenara una guerra civil. Lo insólito hubiera sido que España hubiera pasado sin más del antagonismo a la convivencia pacífica y al consenso. Una ley de la física elemental dice que todo resorte sometido a presiones crecientes acaba saltando. Desconocer esas presiones de larga data y buscar explicaciones coyunturales es quedarse en lo episódico y prescindir de lo que corre más a lo hondo en toda sociedad.

Aunque hoy nos parezca anacrónica y reñida con el progreso, la defensa a ultranza de valores tradicionales tan presente en nuestro pasado, y también entre los sublevados de 1936, se explica por la historia misma.

Desde la Baja Edad Media y al socaire del final de la Reconquista, predominó en España una organización económica y social, el llamado régimen señorial, con la hegemonía de la nobleza, que era un sistema muy poco productivo y muy reacio al cambio pero paradójicamente expansivo y hasta creador. La unidad del país desde los Reyes Católicos, el descubrimiento de América, la supremacía mundial con el Imperio del Quinientos, el Siglo de Oro de la literatura y la pintura, fueron para muchos logros conseguidos gracias a unos valores cuyo abandono conducía a la decadencia y a la ruptura de la nación misma. En 1936 había bastantes españoles que seguían creyendo tal cosa.

La historia de España, es cierto, fue gloriosa en el siglo XVI, aunque a redropelo de las corrientes modernizadoras que empezaban a surgir en Europa. Fue triste, por el contrario, en la decadencia del XVII, cuya causa primera fueron los muchos anacronismos. También resultó malograda en lo principal en el XVIII y conflictiva y poco eficaz en el siglo XIX y en las tres cuartas partes del XX.

Las muchas carencias se fueron haciendo más patentes en la Edad Contemporánea, pero hasta después del franquismo nunca hubo acuerdo sobre las soluciones. Las culpas, como suele ocurrir en esos casos, se echaban a los otros, a los que pensaban de manera distinta. Cuando los afanes de mejora se acentuaron, con ayuda de las circunstancias internacionales, un poco de azar y un mucho de fatalidad, estalló la traca final de la Guerra Civil. La tronada, como la calificó don Claudio Sánchez Albornoz, se había hecho inevitable por las incesantes tormentas políticas de un país donde nunca escampaba.

Hoy, en cambio, ¿vivimos en otra España? Diríase que sí, pero el peso del pasado todavía se deja sentir a veces. La transición a la democracia de hace 30 años fue un acierto, vista nuestra historia, pero, por las condiciones obligadas en que se desenvolvió, no hubo entonces justicia o muy poca para las víctimas de la dictadura.

Hoy se quiere reparar en parte ese olvido, con el riesgo de que resuciten demonios familiares. ¿En qué otro país del mundo que no sea el nuestro cabría una guerra de esquelas que rememoren a los españoles muertos por otros españoles hace 70 años? Está bien recordar a los muertos, sobre todo a los que durante mucho tiempo no se dejó recordar, pero sería mejor al hacerlo no hablar de los crímenes de las «huestes fascistas», por mucho que los hubiera, que provocan como respuesta traer a colación los crímenes de las «hordas marxistas», que también los hubo.

No se trata, claro es, de ignorar los crímenes que desde 1939 fueron obra de un solo bando. No obstante, memoria histórica es conocer y hacer inteligible el pasado, no recrearlo ni juzgarlo desde nuestros valores actuales. Dividir a estas alturas a nuestros antepasados en buenos y malos a nada conduce, salvo a desenterrar el único cadáver del que hay que congratularse que esté sepultado, a saber, el de las dos Españas enfrentadas.

Francisco Bustelo es profesor emérito de Historia Económica de la Universidad Complutense, de la que ha sido rector. Autor de La historia de España y el franquismo (Editorial Síntesis).

Este es es el comentario editorial de El País sobre el minicaso de los peritos que (no sabemos muy bien por qué) quisieron relacionar a ETA con el 11-M.

El caso, tan aireado por El Mundo y por elmundo.es (que se parecen ya como dos gotas de agua) le está valiendo a la versión digital de El Mundo el sobrenombre merecido de elmundobórico.es.

El caso tiene muy mala pinta por el origen y por la marcha que lleva la instrucción judicial.

Al final, la montaña habrá parido un ratón. Pero, en el camino, los jueces se habrán dejado muchas plumas en la gatera y la credibilidad del sistema judicial hará perdido muchos puntos.

Lo que nos faltaba: A falta de votos, buenas son togas.

¿Por qué se empeñan algunos en obtener por las togas lo que no pudieron obtener por las urnas?

!Eureka! Acabo de encontrar dos titulares sobre etarras y el 11-M que se parecen bastante, y eso que uno sale en El Mundo y el otro, en El País:

Tanto va el cántaro a la fuente…

De tanto oponerse a todo, el PP ha resbalado pisando su propia cáscara de plátano.

Esta noticia sobre el uso de imágenes de incidentes violentos, ocurridos durante los gobiernos del PP, pueden provocarnos la risa (que nunca viene mal) pero también una reflexión sobre la ligereza y frivolidad de nuestra clase política.

Como a Zapatero, a mi tampoco me extrañaría que el PP acabara oponiéndose a la guerra de Irak con imágenes restrospectivas de manifestaciones en las que aparecezca yo mismo.

¿Está la Iglesia con Franco o con ETA?

Esta noche, como hago a menudo, he comenzado a leer El Mundo por la última página. En la pág. 49 me encontré con esta información sobre el franquismo y la guerra civil. Por el respeto y admiración que profeso a Castilla del Pino desde mis años universitarios, leí todo el texto.

El titular «La Guerrra Civil aún colea» me ha parecido exagerado pero las declaraciones del siquiatra, bastante comprensivas y oportunas:

«La Dictadura pone a prueba a todos»

«La Dictadura multiplicó los villanos hasta un número inimaginable».

Cuando he llegado a la página 14 de El Mundo, me he topado con esta foto del obispo Setién y con estas declaraciones de un cura vasco, José Ramón Treviño, que fue condenado por colaborar con ETA cuando era arcipreste de Irún:

«La Iglesia apoyó el levantamiento de Franco. Todavía no nos ha pedido perdón por apoyar una violencia ilegítima, terrorista pues».

Con estas declaraciones sacerdotales, contenidas en una información titulada «EL MUNDO TV investiga las relaciones de la Iglesia vasca con ETA», ya no me ha parecido tan exagerado decir que «la guerra civil aún colea».

He seguido pasadno hojas y las dudas me han desaparecido del todo en cuanto he llegado a la página 7 de El Mundo. En ella se publica esta esquela-convocatoria para acudir en autobús al oprobioso Valle de los Caídos para hacer apología de la Dictadura de Franco.

Como es sabido, ese templo fue construido con la sangre de los prisioneros leales a la Constitución de la II República. Es una basílica que pertenece a la misma Iglesia católica que no autoriza decir misas a favor de las víctimas identificadas de ETA.

En su página 14 dice El Mundo:

(…)

«los reporteros acompañaron a la viuda de un dirigente político asesinado por ETA a pedir una misa conmemorativa en distintas iglesias de Guipúzcoa. En todas recibió la misma negativa. Se le puede decir una misa a la víctima, pero sin decir su apellido ni el motivo de su fallecimiento».

¿Por qué, entonces, permite la Iglesia Católica identificar a Francisco , en esta esquela funeraria, con los apellidos «Franco Bahamonde» y las circunstancias de su fallecimeinto «al servico de la patria»?

¿A cuento de qué viene esa discriminación tan hipócrita de la Iglesia Católica entre las víctimas de ETA y el dictador Franco de tan triste memoria.

¿Financiamos a la Iglesia Católica con el dinero de todos para esto?

¡Que venga dios y lo vea!

ETA y 11-M, abonados a la portada de El Mundo

El Mundo tiene, desde luego, cierto arte o habilidad para incluir a ETA y al 11-M en un mismo titular, o en titulares distintos pero dentro de la misma página.

El efecto «yuxtaposición» suele jugar malas pasadas al subconsciente de quienes miran el diario sin prevención. No viene mal advertirlo, por si acaso.

Hoy, por ejemplo, domingo sin apenas noticias, es un día muy propicio para rellenar las portadas con imaginación, naturalmente en la línea que marca la cultura corporativa del medio que queramos analizar.

El Mundo abre su portada, a dos columnas, mandando con ETA:

Telesforo Rubio redujo a la mitad los infiltrados en Francia contra ETA

Y cierra la portada, también a dos columnas, con el 11-M:

Lavandera: «Quiero contarlo todo antes de que me maten»

Y este sumario:

El Mundo empieza mañana la prepublicación del libro del testigo clave de la trama asturiana de 11-M

O sea, ETA por arriba y 11-M por abajo, abriendo y cerrando la portada, en titulares separados.

En cambio, ayer iban ETA y el 11-M muy unidos en un sospechoso titular a toda página.

Anteayer, ETA iba a la derecha, de entrada, a cuatro columnas, y el 11-M a la izquierda, de salida, a una columna.

Y así, muchos días.

Son insaciables.

En realidad, si repasamos la hemeroteca, o este mismo blog, observaremos que, desde que el PP perdió las elecciones, el 14 de marzo de 2004, El Mundo ha publicado numerosísimas portadas con titulares conteniendo ETA y el 11-M juntos, separados o revueltos, muy del gusto del «trío Pinocho«:Aznar-Acebes-Zaplana

En un alarde de compensación, que le honra, El Mundo dedica el resto de su portada de domingo, con foto familar, al ex ministro de Defensa:

José Bono rompe su silencio como «ex»

«Tengo las manos limpias y los bolsillos de cristal»

El País tampoco tiene noticias de primera y hoy la rellena con una enorme foto de Gunter Grass y un titular a dos:

Grass habla sobre su paso por las SS

«Era joven y en en fondo estaba de acuerdo»

Y abre su portada con un titular gubernamental que nos pone la tirita antes de que se nos produzca la herida:

Los servicios de inteligencia alertan del riesgo de ataque a las tropas en Líbano

Me ha sorprendido que El País se lanzara hoy por el edificante camino de la comparación de noticias y «no noticias», tal como venimos haciendo aquí, entre todos nosotros, desde hace casi un año.

Pero ha empezado tímidamente, comparando anuncios (presumimos que de pago) de esquelas de muertos de los dos bandos en la Guerra Civil española.

Ya lo hicimos nosotros antes de las vacaciones («Hordas fascistas y horadas rojas. Una cosa es la guerra y otra, la postguerra») y con numerosos comentarios (183) a favor y en contra.

Obsérvese que las esquelas superiores de la página 28 y la central de la página 29 (publicadas en El País) son de carácter laico y no llevan cruces, sino una antetítulo que dice «In memoriam» o «En memoria de».

En cambio, las esquelas inferiores (en sentido sólo físico, quiero decir, de posición en la página), publicadas por El Mundo y ABC, llevan cruces, ruegan oraciones por su alma y ofrecen misas.

Este es el texto del reportaje de Nuria Tesón en El País:

70 años de la Guerra Civil

REPORTAJE

Esquelas de las dos Españas

La polémica por la ley de memoria histórica propicia la publicación en periódicos de necrológicas de víctimas de la Guerra Civil

NURIA TESÓN

– Madrid

EL PAÍS – España – 10-09-2006

Pie de foto superior:

Varios de los recordatorios de republicanos víctimas de la guerra publicados recientemente en EL PAÍS.

Pie de foto inferior:

Esquelas en memoria de fallecidos del bando nacional publicadas en El Mundo (las dos primeras) y Abc (a la derecha).

Sumarios:

Una mujer publicó una esquela en memoria de su tío en la que cuenta quién le delató

«Durante 40 años no pudimos hacer nada. Me sentí paralizado», explica José Toribio

La esquela de Primo de Rivera, fundador de Falange Española, se publica desde 1937

Texto:

Primero fueron las de los hijos y nietos de los represaliados por los nacionales. Después las de los muertos a manos de los republicanos. Decenas, en las últimas semanas, en las páginas de los diarios de mayor tirada: EL PAÍS, El Mundo, y Abc; y, en menor medida, en algunos periódicos de provincias, como El Diario de Ávila. Desde el 17 de julio pasado, fecha en la que se publicó a media página en este periódico la esquela del comandante de la base de hidroaviones del Atalayón de Melilla, Virgilio Leret, fusilado al amanecer del 18 de julio de 1936, el goteo no ha cesado.

Su hija Carlota fue la que desencadenó esta polémica batalla: «Quise darle un reconocimiento a mi padre, a sus suboficiales y a todos los que estaban con él aquel día en la base de Hidros», explica telefónicamente desde Caracas (Venezuela). El 17 de julio, se cumplía el 70 aniversario de la primera batalla de la Guerra Civil, en Melilla, en la que Leret defendió la legalidad de la República frente al ejército de regulares indígenas, sublevados al mando del Comandante Mohammed Ben Mizzian, y Carlota pensó que «ahora o nunca».

«El mismo sentimiento de impotencia, de injusticia y abandono que yo sentía está dentro de la España de los vencidos y humillados, yo lo único que hice fue quitarle el tapón a la botella; prender la mecha de una bomba de tiempo». Y la mecha prendió.

Apenas un mes después, otros periódicos empezaban a publicar esquelas de fallecidos en el bando nacional o a manos de los republicanos. Algunos de los familiares que lo hicieron no quisieron abundar, en conversaciones con este periódico, sobre los motivos que tuvieron. Uno de ellos, que no desea revelar su nombre, explicó que «sería mejor no haber empezado con esto y haber dejado las cosas como estaban». Pero respeta a los republicanos que lo hacen, y señala que él tiene el mismo derecho a poner la esquela de su padre, «que fue asesinado por los rojos sin tener nada que ver con la política».

Sin duda, la más controvertida que ha aparecido es la de un sacerdote víctima de los republicanos. Carmen Bonell publicó en memoria de su tío, Jesús María y Arroyo, una esquela en la que cuenta con todo lujo de detalles quien le delató y la condena que le fue impuesta.

Juan Toribio Bravo, el padre de José, de 84 años, fue detenido en Aguilar de Campoo (Palencia), sometido a juicio sumarísimo y fusilado en la noche del 19 al 20 de agosto, justo cuando la Guerra Civil estaba quemando sus primeros cartuchos. Él tiene claro cuales fueron sus motivos: «Durante 40 años no pudimos hacer nada. Me sentía paralizado por esa dictadura horrible. Aunque con la democracia hemos ido avanzando un poquito, tenía que empezarse a hablar para que nosotros nos atreviéramos a sacar lo que llevábamos dentro». Se le quiebra la voz y uno se lo imagina escribiendo la esquela que publicó en EL PAÍS del 19 de agosto: «Te perdimos en el brumoso amanecer del 20 de agosto de 1936…»

Han pasado 70 años y las heridas parecen seguir abiertas. El proyecto de ley de memoria histórica, que a nadie satisface, la apertura de fosas de republicanos asesinados, películas y documentales parecen haber abonado el terreno para que se abra un nuevo frente entre vencedores y vencidos. La voz, que en ocasiones se les ha negado a las víctimas de esa guerra, se ha alzado en los periódicos a través de un medio inusual o cuando menos, sorprendente. Pero, ¿por qué surge la polémica en este momento?

«El debate sobre la memoria histórica se está diseminando en muchos soportes. Y está penetrando en todo el tejido social. Las esquelas no son sino un elemento, un espacio simbólico más donde continuar esta guerra de guerrillas», señala Francisco Ferrándiz, titular de Antropología Social de la Universidad de Extremadura, no muy satisfecho con la metáfora bélica que emplea. «La generación de nietos de la derrota no está conforme con los pactos de la transición. Hay un vértigo por rescatar sobre todo testimonios». Al ponerse en marcha este rescate de los vencidos se pone en marcha también un proceso de revisionismo por parte de los vencedores. «Cuando empezaron a producirse estas manifestaciones de reivindicación de memoria hubo conciencia por parte de los otros de que están perdiendo una guerra que ya habían ganado».

Emilio Silva, presidente de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica considera normal que se publiquen estos homenajes familiares. «Yo mismo hice una cuando enterré a mi abuelo en octubre de 2003. Mi familia decidió hacer una esquela, porque es una forma de normalizar la muerte de una persona».

El fenómeno de la contienda en las páginas necrológicas es nuevo, pero la publicación de recordatorios de este tipo no lo es. La de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española, fusilado en 1936, aparece publicada en un diario de tirada nacional cada 19 de noviembre desde 1937.

Desde hace algún tiempo la sociedad española está siendo golpeada con imágenes de cráneos agujereados por las balas, enterrados en fosas que podría imaginar en otras partes del mundo, pero nunca aquí. «Eso ha removido algo que durante años se había cubierto y hay gente que quiere hablar claramente sobre lo que sucedió», concluye Ferrándiz.

«Es bueno que se acabe con el tabú y que se acabe con los miedos de la guerra. Que haya una libre expresión y que la gente recuerde a sus muertos», señala Antonio Elorza, catedrático de Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid. «El momento es bueno, el problema es que sigue habiendo mentalidad de guerra en algunos sectores». Elorza recuerda una esquela en la que se llamaba asesino al nacional Queipo de Llano. «Me pareció muy bien, porque si ese señor era lo que era, no está mal que alguien lo recuerde. No me parecería mal tampoco que alguien recordase que [el dirigente militar republicano] Enrique Líster, también lo fue o que se hable de las checas, porque existieron, pero ya lo de las hordas marxistas…»

De la guerra se puede decir que fue cruel, sangrienta o despiadada pero no se puede decir que fuera justa. Las guerras nunca lo son y en el caso de la que se libró en España entre 1936 y 1939, los sentimientos se llevan al extremo. Eso se ha podido ver también en las esquelas. El lenguaje que resuena entre líneas recuerda al que retumba en la memoria de los que la sufrieron. «Hay una gran diferencia entre esquelas y es algo que hemos estado estudiando», asegura el antropólogo Francisco Ferrándiz. «En las de familiares de nacionales se usa una retórica determinada y que ya estaba establecida durante el régimen franquista. ‘Vilmente asesinado por las hordas marxistas’. ‘Las hordas rojas’. Todo eso es un lenguaje usado durante la dictadura. Disponen de un repertorio. En las esquelas republicanas se ve un tono mucho más intimista».

De un modo u otro esta guerra, aún hoy, no deja a nadie indiferente. Y muchos coinciden en que la historia está desequilibrada. «Los vencedores también sufrieron ejecuciones injustas, pero tuvieron 40 años para rendir homenaje a sus muertos. Esta gente no tuvo oportunidad», afirma José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito del Tribunal Supremo. Para Antonio Elorza, «la clave es que sustituyamos las condenas y las reprobaciones por el diálogo y el análisis». (FIN del reportaje)

El Mundo continua publicando (ayer mismo) numerosas esquelas del bando franquista, mientras ha decaído el ritmo de publicación de esquelas del bando republicano en El País.

Lo dicho: una cosa es son los crímenes de la guerra y otra, muy distinta, son los crímenes de la postguerra.

Perdonar, todo

Olvidar, nada

Para que no se repita.