Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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«Maniobrar» y «sonsacar»…¡qué finura de verbos!

Navarra y el 11-M, a toda máquina

Me ha quedado un poco chungo el recorte de la primera de El Mundo porque le di la misma anchura en el Photoshop que a la noticia de El País y apenas se puede leer.

Fijémonos en los titulares.

El País utiliza el verbo «rematar» para dar por muerta la teoría de la conspiración que, auspiciada por el trío Pinocho, trata de responsabilizar a ETA por la matanza de 11-M.

El Mundo, convencido quizás de que la teoría conspiratoria ayudó a la victoria pírrica de PP en la municipales y autonómicas, sigue, erre que erre, alimentándola sin desmayo. Por eso, adjudica a la perito de los Tedax ese «cambia ahora» tan escasamente neutro.

Cuando un perito señala alguna duda que conviene a los intereses de la teoría conspiratoria, El Mundo le atribuye valor de portada a cinco columnas y la acepta como un dogma que va a misa.

Si, por el contrario, contradice su loquinaria versión exculaptoria de las mentiras de Aznar , en ese caso, pierde importancia tipográfica, considera que no dice la verdad y se pregunta por qué lo hará, con el fin de sembrar nuevas dudas sobre la presunta autoría islamista del 11-M.

Reconozco que tuve la falsa premonición de que, al concluir la campaña electoral, los apóstoles de las mentiras masivas del 11-M reducirían su agitación y propaganda. Me equivoqué.

Algunos fundamentalistas de la derecha habrán atribuido el pequeño triunfo electoral del PP (150.000 votos más que el PSOE) -que ellos llaman «histórico«- al estado de movilización permanente de sus militantes, gracias a la teoría conspiratoria de ETA en el 11-M, a que «España se rompe» y a que «Zapatero se rinde ante ETA».

Son mensajes sencillos, tan verosímiles como falsos, pero muy eficaces para personas que recurren más a la fe que a la razón y poco acostumbradas a desentrañar problemas complejos.

Ahí va un simpático articulo de Migel Angel Aguilar:

En el balcón de la victoria

MIGUEL ÁNGEL AGUILAR en El País 29/05/2007

La noche del domingo hubo balcón en Génova que debió improvisarse otra vez con mecano tubo sobre la fachada de la sede nacional del Partido Popular. Tenemos nuevas elecciones en puertas y convendría que se procediera desde ahora mismo a tramitar las oportunas licencias municipales que permitan dotar al edificio de un balcón permanente de manera que los líderes puedan corresponder cuantas veces sea necesario al entusiasmo siempre a punto de la militancia. Esta vez se ha desencadenado tras una diferencia a escala nacional de 155.991 votos más sobre los 7.758.093 que se han apuntado los candidatos del PSOE. La diferencia en términos porcentuales representa un 0,7% pero ha servido también para cantar victoria. Con menos motivo se apuntó Napoleón la victoria en el campo de Eylau. Además de que los resultados arrasadores en la ciudad y en la Comunidad de Madrid tampoco pueden minimizarse, como si no estuvieran apuntando otra dimensión del problema para el PSOE.

En la sede socialista de Ferraz los balcones son impracticables, como si fueran de atrezo, y nadie ha cuidado en las últimas ocasiones electorales de procurar una instalación análoga a la de sus competidores. Prefieren celebraciones más discretas, de interior, sin concentraciones al aire libre. Se diría que los del PSOE vienen de una tradición diferente. Sólo cuando la primera victoria en las generales del 28 de octubre de 1982 Felipe González y Alfonso Guerra se asomaron tímidamente a una ventana del Hotel Palace para recomendar enseguida a los incondicionales que se disolvieran y regresaran a casa. No tienen la cultura del balcón, un elemento que ha sido postergado en la arquitectura de la Villa y Corte a partir de Gutiérrez Soto, el impulsor de las terrazas que luego se cubren arbitrariamente, cada uno por su cuenta, con el consiguiente deterioro del aspecto exterior de las construcciones.

Aceptemos que si las grandes ocasiones parlamentarias se conocen por los chóferes, los triunfos electorales se distinguen por sus celebraciones. En todo caso, nada comparable al momento estelar de la salida al balcón, cuando la muchedumbre reclama impaciente la comparecencia de los líderes victoriosos. Hay que imaginar la situación previa, que transcurre en la habitación contigua, convertida en improvisado patio de cuadrillas momentos antes de que suenen los clarines y se abran las puertas para iniciar el paseíllo. Entonces debe disponerse quienes saldrán, el orden de aparición en escena y la posición en que quedarán expuestos. También quién ocupará el centro, los turnos de palabra y otros detalles de la animación corporal. Cuidado, porque pueden cundir los disgustos entre los que se consideren postergados sin posibilidad de asomarse, retenidos en las bambalinas. Algunos pisarán el balcón sin problemas de timidez pero otros necesitarán para hacerlo estimularse con alguna dosis de coñac salta parapetos.

La tradición del PP con los balcones se inauguró en Carabaña aquel Viernes Santo 7 de abril de 1996, dos semanas después de la primera victoria electoral de José María Aznar sucedida el 28 de marzo anterior. Allí estaban junto al líder, Ana Botella, Pedro José Ramírez y Rodrigo Rato. A todos ellos los echamos de menos la noche del pasado domingo en el balcón de Génova junto a Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre, Alberto Ruiz-Gallardón y Ángel Acebes. Porque nadie discutirá la colaboración extraordinaria de José en la campaña con intervenciones como la de Calatayud y otras a dúo con Ana confirmando el amor que se tiene el matrimonio ya cargado de nietos. Sabemos de la ingratitud de la política y dice Joan Manuel Serrat en su canción A quien corresponda «que a los viejos se les aparta / después de habernos servido bien». Pero tampoco, porque basta ver al ex para desmentir que el suyo sea un caso de ancianidad. Entonces, ¿por qué han prescindido del gran timonel que sigue marcando el rumbo en medio de navegación tan procelosa, sin temblor alguno en su pulso? Añadir a Rato hubiera dado un toque internacional y habría sido un reconocimiento a sus negros augurios sobre la economía española, cualquiera que sean los datos positivos que ofrezca. En resumen, ampliar el balcón y explicar de paso la ausencia del incombustible Zaplana.

FIN

¿Sebastián pregunta a Gallardón sabiendo o sin saber?

Sebastián «ataca» en El País pero «ensucia» en El Mundo.

¿Qué verbo es más informativo?

Conozco poco a Miguel Sebastián (aunque veranea en Almería y eso ya es un punto a favor) pero me sorpendió mucho que sacara ayer a relucir la foto de la bella Monserrat Corulla para preguntarle a Gallardón si tenía alguna relación profesional con ella.

Si la pregunta iba por el lado personal, estuvo muy mal Sebastián al hacerla. Si la pregunta iba por el lado profesional, Sebastián debería tener información valiosa y contrastada, qeu no conocemos, porque de lo contrario quedará en ridiculo.

Gallardón respondió muy bien. Como un señor. Y si efectivamente, como dijo, no ha tenido ninguna relación profesional con la abogada Montse Corulla, implciada en el escándalo de Marbella, habrá ganado un puñado de votos gracias a la intervención de Sebastián.

(Continuará…)

Me voy a la entrega de los premios AMPE a los mejores anuncios del año 2006. Hasta luego.

Remover los cadáveres…¿Bebe El Mundo en fuentes o en charcos?


Peritos del 11-M pedirán la exhumación de cadáveres para analizar el explosivo

Este es el gran titular de portada que lleva hoy El Mundo, arriba, a cuato columnas.

He aquí las fuentes, o charcos sin identificar, de donde El Mundo dice extraer su información de primera página:

«Peritos…»

«…asegura uno de los expertos»

«Los peritos que representan a parte de las acusaciones y defensas…» (¿A qué acusaciones y defensas representan?)

«… uno de los técnicos…»

«…según los peritos…»

(¿Todos los peritos? ¿Qué peritos?)

En página 8 el gran titular, a cinco columnas, es algo más sesgado e inexacto:

Los peritos de las acusaciones y las defensas se plantean pedir la exhumación de los cadáveres

Como se ve, en páginas interiores ya no son «los peritos de una parte de las acusaciones y defensas» (como en la portada) sino todos los peritos del juicio del 11-M.

Las fuentes siguen siendo las mismas, sin identificar:

«… ese mismo grupo de peritos…»

«… los peritos propuestos por las partes…»

(¿Por todas las partes?)

«…los técnicos civiles… están dedicidos…»

«…todos los peritos…»

«…los ocho peritos (cuatro independientes designados por las partes que intervienen en el juicio y cuatro oficiales)…»

«…enfrentamiento entre las partes técnicas…»

«… los dos peritos de la Guardia Civil consideran que ellos no…»

«…según diversos expertos consultados por El Mundo…»

«…otras fuentes consultadas en el ámbito de la ciencia forense…»

«… los técnicos de la Guardia Civil…»

«esos peritos y los de la Guardia Civil también quieren que se investigue la cadena de custodia».

El Mundo lleva también un recuadro destacado a tres columnas y en negrita, bajo una enorme foto de cadáveres del 11-M, con este titular:

Una recogida de pruebas poco rigurosa

En el texto se plantean «dudas sobre la recogida y custodia de los restos de explosivos y la llamada mochila de Vallecas»

Tengo la impresión de que toda esta dudosa y embrollada información de El Mundo trata de generar expectación y dudas ante la declaración que el ex comisario de Vallecas, Rodolfo Ruiz, citado a última hora como testigo por la AVT de Alcaraz, hará mañana, jueves, en el juicio del 11-M.

Habrá que ver la portada de El Mundo del viernes.

Naturalmente, de las tres páginas (portada y pags. 8 y 9) que El Mundo dedica hoy a la pretendida exhumación de cadáveres del 11-M, El País no da ni una sóla línea.

Ya estamos acostumbrados a que la viciosa teoría conspirativa de El Mundo sea seguida unicamente por la pecaminosa radio de los obispos (COPE) y por algún programa de humor nocturno de Radio Intereconomía.

Ningun otro medio de comunicación de España ni del extranjero se hace eco de la teoría conspirativa, que trata de sembrar dudas sobre el proceso del 11-M para relacionar, hasta ahora sin éxito, a la ETA con la matanza terrorista de Atocha.

Para mayor gloria de Aznar.

El viernes por la tarde me voy a Segovia, con los colegas blogueros de «lasideas», a unas jornadas sobre Blogs y Ciudadanía.

Voy a pegar aquí el enlace. Espero que me salga bien a la primera. Ahí va:

eSeg 07, jornadas sobre blogs y ciudadanía

Se admiten sugerencias para dar doctrina sobre esto de los blogs, aunque sean a favor.

Gracias.

JAMS

La desprogramación del limbo

JUAN GOYTISOLO en El País

02/05/2007

Pese al hábito creado por el incesante goteo de malas nuevas que nos depara la lectura matinal de la prensa, la de las últimas innovaciones doctrinales -«fundadas en bases serias»- de Benedicto XVI me anonadó: ¡El limbo no existe! Cuanto cifraba mis anhelos en un Más Allá nebuloso pero sereno, en compañía de algunos patriarcas barbudos y de trillones de niños inocentes privados de la visión beatífica por no haber sido redimidos del pecado original mediante el bautismo, se vino abajo. ¡Y yo, que me veía ya in mente en la galaxia de aquellas criaturas seráficas, libre de la contemplación tediosa del Hacedor, en un estado de indiferencia coriácea forjado por mi experiencia del Más Acá, descubro de pronto que todo se esfuma por culpa de un puñado de teólogos resueltos a enmendar la plana al mismísimo san Agustín! Pensé en el sabio obispo de Hipona y me solidaricé con él, con sus creencias ultrajadas por los consejeros áulicos de Ratzinger.

Entre las alternativas ultraterrenas del monoteísmo, la del ámbito abolido por el actual Pontífice me parece sin duda la más amable. Mi rechazo instintivo del cielo, purgatorio e infierno me aconsejaba acogerme a un limbo, no judicial ni legal, como el de los presos de Guantánamo, sino leve y etéreo, en el seno de un vacío sin límites semejante al que precedió la Creación cuando el Señor tampoco existía o se aburría cruzado de brazos. Soñaba en divagar allí, entre distraído y absorto, sin enterarme de cuanto acaecía a mi alrededor. «¿Estás en el limbo o qué?», me decían a menudo, desde que frecuenté la escuela, amigos y próximos. Pues levitaba ya en una vacuidad irreal, repitiendo sin cesar la pregunta de Leibnitz: «¿Por qué hay algo y no nada?». ¡Confiaba al fin en que mi algo se transmutaría en nonada! ¡Un verdadero alivio después de tanto ruido y furor!

Tras la fatal noticia, verdugo de mis expectativas, el desmentido abrupto por Benedicto XVI de las elucubraciones, no sé si científicas, tocante al infierno de sus antecesores en la silla de Pedro apenas me afectó. El cese de la nueva concepción de éste como el estado psíquico de quien no disfruta de la contemplación divina y el retorno a la antigua -la del fuego real en el que los precitos arden para toda la eternidad- revela sobre todo los vaivenes de la infalibilidad papal establecida como dogma de fe por Pío IX. Confieso que la vuelta al binomio pecado / terror en el que la Iglesia funda su dominación, y a Dante, al divino Dante, con su descripción sublime y espeluznante de los círculos concéntricos del infierno, de las calderas de Pedro Botero, me embebió de nostalgia y secreta satisfacción. Mi memoria retrocedió seis décadas, a los ejercicios espirituales de los Padres de Sarriá y Manresa, tan similares en su escenografía y crescendo patético a los descritos por Blanco White de la Cueva del Padre Vega y por Joyce en su primera e inolvidable novela. Lo que ahora soy lo debo en gran parte a ellos. ¿Cómo mostrarme desagradecido con quienes me enseñaron de una vez para siempre a dudar y a pensar por mi cuenta?

Así y todo, la rutina mental y alicorta inspiración de Ratzinger me llenaron de decepción. En su obsesión por preservar la raíz cristiana de Europa, combatir el supuesto totalitarismo laico y atrincherarnos en nuestra identidad irreductible, el sucesor de Juan Pablo II perdió la magnífica ocasión de recurrir a la visión escatológica de Ibn Arabi, mucho más próxima a la sensibilidad del creyente civilizado de nuestro tiempo. Para el místico de Murcia -convencido de que Dios es misericordioso y de que la reiteración del sufrimiento nos habitúa inevitablemente a él- existirían, junto a los seres terrestres, acuáticos y aéreos, una cuarta especie, la de los ígneos, que viven en el fuego su felicidad natural. Pero nuestro actual Pontífice carece de imaginación y se empeña en darnos más de lo mismo. Ante el creciente descreimiento de su grey, truena con sus cardenales y obispos contra el mortífero relativismo moral, la disolución de las costumbres, la quiebra de la familia, el divorcio, el aborto, los anticonceptivos, el matrimonio gayo, etcétera, con acentos dramáticos, casi apocalípticos. Los benditos gemelos polacos no le consuelan de las desventuras denunciadas por Cañizares y Rouco. Muy significativamente, la ostentación de riqueza y el tren de vida de las altas jerarquías de la Iglesia, para no hablar ahora de su propia exquisitez de gurmé -champán francés y trufas después de su lección magistral de Ratisbona, según nos reveló la prensa-, exquisitez en los antípodas de la pobreza de Jesús de Nazaret y de la miseria reinante en la mayoría del planeta, no parece preocuparle en exceso. Como los salafistas resueltos a imponer el modelo primordial de los «cuatro califas justos», Benedicto XVI vuelve la vista a san Pablo, a Constantino, y al polvo acumulado por los dogmas de los viejos Concilios. Tras el fallido aggiornamento de Juan XXIII, retornamos al latín, al fuego eterno, al anatema de la Ilustración y sus doctrinas impías, a los buenos tiempos del Syllabus y de Pacelli, a las verdades macizas y sólidas del catecismo…

Magnánimo como soy, se lo perdono todo excepto el contratiempo que supone para muchos la desalmada desprogramación del limbo.

Juan Goytisolo es escritor.

Sólo comparten la Unión Europea. Algo es algo

Mientras los equivalentes al PP y Batasuna de Irlanda del Norte (salvando las distancias) forman juntos un nuevo Gobierno, después de haberse matado vivos durante décadas, nuestros líderes políticos Zapatero y Rajoy duermen en el mismo hotel y no se saludan. Sólo han viajado juntos a Berlín para celebrar, por separado, el 50 aniversario de la Unión Europea.

Los diarios de pago próximos a cada uno de ellos reflejan también esa coincidencia. En sus portadas de hoy únicamente coinciden en el aniversario de la Unión Europea. Las demás noticias de primera son totalmente diferentes en ambos diarios. Parece que hablan de dos países o dos mundos distintos.

El sabio y prudente -siempre tierno- Peridis lo refleja bastante bien. Cada uno a su bola:

El Mundo sigue erre que erre (o «raca raca, raca raca», como diría Peridis) con su estravagante teoría conspiratoria sobre el ETA en el 11-M, tratando a la desesperada de lavar la cara al Pinocho Aznar, cada día más autodevaluado.

Y lo hace a cuatro columnas:

Los peritos descubren nitroglicerina en un resto de los focos de los trenes

El País manda a cuatro con la Unión Europea pero dedica su columna de salida a Zaplana, con este raro titular incompleto, sin verbo ni predicado:

Los «jets» privados y los regalos de lujo del ministro Zaplana

Sumarios:

Hacienda veta y censura pagos contratados por decenas de miles de euros

Gastó 180.000 euros en costosos regalos y envió obsequios a varios familiares

El País, a una columna lleva a Gallardón, también del PP:

Gallardón se desmarca y considera «anómalo» el boicot al Grupo PRISA

El Mundo, a una columna:

Conde-Pumpido quiere emprender acciones contra la Sala que juzgó a Otegui

Y aquí al lado va el comentario editorial que El País dedica hoy al «ruido eclesial«. Ya no se habla de ruidos de sables sino de sotanas. Vamos avanzando.

¿Descubren los peritos del 11-M a ETA hasta en la sopa?

¿Hallan o no hallan sustancias que ligan a ETA con el 11-M y con las Fuerzas de Seguridad para alejar de Aznar el fantasma de las matanzas de Irak? Y si no han confirmado la teoría conspiranoica del trío Pinocho (Aznar, Acebes y Zaplana), entonces ¿qué han hecho los peritos?

En cuanto a contenido informativo/opinativo, las ediciones «on line» de ambos diarios llevan el mismo camino que sus abuelas impresas en papel prensa. En un diario «no hallan» y en el otro «descubren».

En las ediciones «on line» se pierden las valoraciones tipográficas, ya que el tratamiento espacial de las noticias suele ser muy semejante. En cambio, en las portadas de papel, las cuatro columnas de El Mundo contrastan claramente con la columna pelada de El País sobre el mismo tema.

El País, a una columna:

Los análsis hallan elementos de Goma 2 ECO en todos los escenarios del 11-M

Por su parte, El Mundo no da ni una línea del escándalo (presunto delito) de los interrogatorios a presos en Guantánamo por policías españoles bajo las órdenes del Gobienro Aznar. El País lo da arriba, a cuatro columnas.

Tipos de traición

FRANCISCO J. LAPORTA en El País

14/02/2007

La Declaración de Independencia de las Colonias británicas de 4 de julio de 1776, que es el origen legal y político de los Estados Unidos de América, busca fundamentarse en el minucioso inventario de una «larga cadena de abusos y usurpaciones que persiguen invariablemente reducirlas al despotismo absoluto». En esa enumeración se hacen públicas ante un «mundo imparcial» las afrentas que las colonias y sus habitantes han sufrido por parte del monarca inglés. Entre ellas se puede leer esta: «Se ha aliado con otros para sujetarnos a una jurisdicción extraña a nuestra Constitución, y desconocida por nuestras leyes, dando su asentimiento a actos de pretendida legislación». El monarca inglés inspiró y dio su aprobación a una ley de los Comunes cuyo propósito, según los firmantes de la Declaración, es «llevarnos a ultramar a fin de juzgarnos por supuestos delitos».

Una de las llamadas leyes intolerables que aceleraron la revolución americana y la independencia de los Estados Unidos es, en efecto, una ley de 1774 llamada de administración de justicia, que autorizaba a sacar de la provincia de Massachusetts’ Bay a quienes iban a ser juzgados por delitos capitales, y trasladarlos a una jurisdicción que, de acuerdo con los legisladores ingleses, fuera más adecuada al caso. El pretexto para ello era estimular el celo de los magistrados y funcionarios para que reprimieran las revueltas sin temor a ser acusados de abusos y asegurarse así los veredictos convenientes.

La reacción frente a tales arbitrariedades fue la razón de que en las Constituciones y declaraciones de derechos de los trece Estados que constituyeron la primera federación apareciera el «debido proceso de ley» como uno de los fundamentos básicos de la nueva república. Y de que la disposición XII de la Constitución de Massachusetts fuera precisamente un cuidadoso inventario de las garantías jurídicas de los justiciables: «Ningún súbdito será obligado a responder de delitos o faltas hasta que los mismos le hayan sido descritos plena y totalmente, sustancial y formalmente; ni será compelido a acusarse a sí mismo ni a aportar pruebas contra sí; y todo súbdito tendrá derecho a aportar todas las pruebas que puedan favorecerle, a enfrentarse cara a cara con los testigos contrarios, y a ser oído plenamente en su defensa, por sí mismo o a través de abogado, a su elección. Y ningún súbdito será arrestado, encarcelado, despojado o privado de su propiedad, inmunidades o privilegios, puesto fuera del alcance de la ley, exiliado o privado de su vida, libertad y propiedad sino por el juicio de sus pares o la ley del país». Esta declaración tan firme y minuciosa fue la que inspiró directamente las enmiendas quinta y sexta de la Constitución, aprobadas inmediatamente después, y es casi unánime la opinión de que forma parte del caudal de principios y valores en que se asienta la gran democracia norteamericana.

Jorge III pasó a la historia por haber provocado la defección de sus súbditos de las colonias. También por su ineptitud política y su afán autoritario. Hasta el gran fundador del conservadurismo moderno, Edmund Burke, se enfrentó a su estúpida tiranía porque ignoraba las libertades tradicionales de los ingleses y minaba la autoridad del Parlamento. Por eso se puso de parte de las colonias norteamericanas. Detestaba las revoluciones pero defendía el espíritu de la gran tradición inglesa. Y en las quejas de las colonias estaban vivos los principios políticos del pensamiento inglés. Muchas de las provisiones constitucionales de la nueva república no eran más que la expresión de ese pensamiento. Entre ellas vale la pena destacar la traslación literal del artículo 10 del Bill of Rights a la enmienda octava: «No se exigirán fianzas excesivas, ni se impondrán multas excesivas, ni se infligirán penas crueles y desusadas».

A nadie sorprenderá por ello que cuando se vea, como se ve hoy, inventar jurisdicciones ajenas para ciertos delitos, llevar a los detenidos a ultramar para juzgarlos (o para lo que sea) o hurtar a los ciudadanos a su juez natural, uno se sienta tentado a pensar que se está traicionando alguno de los fundamentos de la democracia estadounidense. Igual que se traicionan cuando se niega información a los encausados, se les impiden los medios de prueba y defensa, se les arresta y despoja por tiempo indefinido, se les exilia y priva de la libertad al margen de la ley o se les infligen tratamientos crueles. Hay ya demasiadas medidas que no encajan en ese ideal ético que hizo nacer a los Estados Unidos: se apoya sin pudor que los torturadores delas prisiones iraquíes sean llevados ante un tribunal de casa (es decir, el viejo abuso británico de que a los «nuestros» los juzgamos aquí), se disponen por la CIA secuestros y vuelos secretos a jurisdicciones ignoradas (como aquello de «llevarnos a ultramar») o se defiende explícitamente el internamiento extraterritorial en Guantánamo para evitar las garantías de los detenidos (el abuso británico de una «jurisdicción extraña» a nuestras leyes).

Desde el punto de vista del imperio de la ley, cimiento básico del sistema político americano, podemos, pues, hablar de traición, de una traición fundamental. El presidente Bush y su política exterior están traicionando los fundamentos mismos del ideal americano de vida política.

Sin embargo, eso no es traición en sentido estricto. La Constitución norteamericana sólo permite considerar traición el hacer la guerra en contra de los Estados Unidos o unirse a sus enemigos dándoles ayuda y protección. Algunos se han atrevido a decir que esto es lo que ha hecho Ehren Watada, un oficial estadounidense, al negarse a ir a la guerra de Irak. Watada se ha leído despacio la Constitución y la Carta de las Naciones Unidas, y después ha comprobado que su presidente mentía, los servicios de inteligencia habían amañado la información y algunos periodistas desvergonzados habían manipulado las noticias. Ha llegado así a la conclusión de que las órdenes de sus mandos no eran legítimas porque la guerra de Irak era ilegal. Se violaba en ella la legislación internacional y se acudía sistemáticamente a prácticas que ignoraban los principios constitucionales. Todas estas razones le han llevado a desobedecer. No es una conducta indigna, como se pretende, sino una expresión más de la práctica de la desobediencia civil, también propia de la mejor tradición americana: la negativa a obedecer una orden porque va en contra de los principios éticos y políticos de la Constitución. Eso es lo que resulta para algunos inapropiado y cobarde, y lo que, según la vieja y retorcida argumentación, no hace más que dar armas al enemigo, equivale poco menos que a pasarse a sus filas. Por eso muchos ignorantes han dicho de él que es un traidor. Pero no lo es. Su acto no deteriorará a su patria; seguro que la engrandece más que las repugnantes actividades procesales que ha realizado estos años la Administración de George Bush con el burdo pretexto del terrorismo.

Edmund Burke justificó así su oposición al tirano:

«No toda coyuntura exige con igual fuerza la actividad de los hombres honestos, pero de vez en cuando surgen exigencias críticas y, si no me equivoco, ésta es una de ellas».

Un puñado de políticos obsequiosos, en el Parlamento Europeo y fuera de él, están pugnando por mostrarse condescendientes con los vuelos secretos de la CIA y benévolos con sus organizadores. Que recuerden a Watada y a Burke, y que recuerden sobre todo que lo mejor de la gran tradición americana está en el respeto a la ley y en las garantías de los ciudadanos. Ésa es también la mejor tradición europea.

Francisco J. Laporta es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid.

FIN (El destacado en negrita no es del autor del artículo sino mío)

Ha salido un artículo de Arsenio Escolar que debería ser de lectura obligatoria para los seguidores de este blog interesados en el análisis comparativo de las noticias. Lo cita el mismo autor en su blog de aquí al lado.

Aznar, «corneta» de la III Guerra Mundial

El nombramiento de José María Aznar como «heraldo y corneta de la III Guerra Mundial» no es mío. Ese lúgubre augurio le corresponde a Manuel Rivas. Lo publica hoy en su columna «El Atómico«, última página de El País.

Suelo leer los diarios de pago al revés, desde atrás hacia adelante, tal como hacen los seguidores de la Torá o del Corán. ¿Vestigio, quizás, de nuestros ancestros judíos y/o musulmanes, que leen al revés que los cristianos? Quizás, por eso, no entendí la resurrección del inefable Aznar hasta que he llegado a la primera página de El Mundo que es, para mí, la última en orden de lectura y, a menudo, también en importancia.

Vean si no es sorprendente el regreso del ex presidente Aznar (con melena juvenil y bufanda azul, su color favorito), por todo lo alto, a la primera página del diario de sus amores.

A El País no se le han escapado estas declaraciones catastrofistas del «corneta» del Apocalipsis. Simplemente, no las ha considerado como la noticia más importante del mundo y no manda con ellas a cuatro columnas en portada, como impúdicamente hace Pedro Jota Ramírez, quien sí la has tomado por el asunto más importante del mundo y de El Mundo.

En la portada de El País no regalan ni una linea a José María Aznar. Sus acusaciones contra quien le hizo salir por la puerta de atrás de la Historia van sólo a dos columnas, en pagina interior, con este título:

Aznar acusa a Zapatero de ceder ante ETA como lo hizo Chamberlain ante Hitler

No hay duda de que nuestro converso constitucionalista ha aprendido algo de inglés. La estrategia del «apaciguamiento«, que el primer ministro británico practicó con Hitler -un dictador muy admirado por el abuelo franquista de Aznar– fue profusamente aireada por los conservadores yanquis contra Zapatero cuando éste retiró las tropas españolas de Irak . Le acusaron de ceder así a la presión de los terroristas islamistas tras la matanza de Atocha.

Contra lo que hicieron los seguidores de Bush y de Blair, Aznar no recurrió entonces a la doctrina del «apaciguamiento«, atribuida a Chamberlain, ya que para él no había duda de que el atentado de Atocha no tenía relación alguna con su invasión ilegal de Irak, realizada contra la ONU y contra la voluntad de la mayoría de los españoles.

Para Aznar, hasta después de las elecciones del 14-M, y con el fin de ganar tiempo, aquel terrible atentado islamista siempre fue cosa de ETA . Así lo hizo saber a los directores de los principales diarios, a los embajadores y a los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU a quienes hizo pasar uno de los mayores ridículos de su vida.

Afortunadamente, Aznar no llamó a Arsenio Escolar, director de 20 minutos, y no pudo, por tanto, engañarlo como hizo personalmente con los demás directores. Las hemerotecas no mienten. El viernes, 12 de marzo de 2004, 20 minutos ponía en duda la versión oficial del trío Pinocho (Aznar, Acebes, Zaplana) y titulaba su portada con la pregunta:

¿ETA o Al Qaeda?

Y ahí está la heroica primera página del 20 minutos del domingo electoral, 14 de marzo de 2004, con el título exclusivo, inédito hasta entonces en España:

11-M: Fue Al Qaeda

.

El Mundo le dedica a Aznar las cuatro columnas de primera página, con foto centrada a tres columnas, y las cinco columnas de la página diez, con otra enorme foto (pelo negro, bigote «antiguo régimen» blanqueando) a cuatro columnas.

Estado de delirio

ANTONIO MUÑOZ MOLINA en El País

27/01/2007

La política española resulta tan difícil de explicar al extranjero porque está toda entera contaminada de delirios, algunos de ellos tan difundidos, tan arraigados, que casi todo el mundo ya los confunde con la realidad. El delirio ha sustituido a la racionalidad o al sentido común en casi todos los discursos políticos, y los personajes públicos atrapados en él lo difunden entre la ciudadanía y se alimentan a su vez de los delirios verbales y escritos de unos medios informativos que en vez de informar alientan una incesante palabrería opinativa. La actualidad no trata de las cosas que ocurren, sino de las palabras que dicen los políticos, de los cuales no se conoce apenas otra cosa que sus exabruptos verbales. En ningún país que yo conozca los titulares están tan hechos casi exclusivamente de declaraciones entrecomilladas. El que llega de fuera se ve asaltado, nada más subir al taxi en el aeropuerto, por un zumbido perpetuo de opinadores que someten a escrutinio las declaraciones y contradeclaraciones previamente enunciadas por los charlistas de la política. Da la sensación de haber entrado en un bar de barra pringosa en el que el humo de la palabrería fuera más denso que el del tabaco, y en el que un número considerable de afirmaciones tajantes parece dictado por la ofuscación de una copa matinal de coñac.

El delirio contamina todos los saberes y con frecuencia termina por sustituirlos del todo. Hay una geografía delirante, que se manifiesta, por ejemplo, en los textos escolares y en los mapas de las noticias sobre el tiempo, y en virtud de la cual cada comunidad autónoma es una isla rodeada de un gran espacio en blanco y sin nombre o se dilata para abarcar territorios soñados. Casi cualquier delirio es un delirio de grandeza. El País Vasco abarca en los mapas Navarra y una parte de Francia: Cataluña se extiende hacia el norte y a lo largo del Levante y por las islas del Mediterráneo, en un ejercicio de megalomanía geográfica que se parece bastante al de los reinos que don Quijote imaginaba que conquistaría con su bravura de caballero andante. Galicia se agranda por las anchuras atlánticas de la lusofonía y por los confines de niebla de los reinos celtas. Y no quiero pensar qué ocurrirá cuando los cerebros políticos de mi tierra natal descubran por azar algún libro en el que se muestre que hubo una época en la que el territorio de Al-Andalus cubrió casi entera la península Ibérica y una parte del norte de África.

La geografía fantástica se corresponde con el delirio lingüístico: en esos mundos virtuales el español es un idioma molesto y residual que sólo hablan guardias civiles, emigrantes y criadas, y que por lo tanto no merece más de dos horas de enseñanza semanal en las escuelas, aparte de comentarios despectivos sobre su rusticidad y su patético provincianismo. Al fin y al cabo sólo se habla en tres continentes. Cuando no hay modo de prescindir de este idioma al parecer extranjero que sin embargo es el único de verdad común de toda la ciudadanía, se le desfigura en lo posible con una ortografía delirante, que debe de ser un enigma para la inmensa mayoría de los cientos de millones de hablantes que lo tienen como propio. Y cuando los jerarcas de tales patrias viajan por el mundo se convencen a sí mismos en su delirio de que hablan inglés, para no rebajarse a la indignidad de hablar español: pero con raras excepciones hablan inglés tan mal y con un acento español tan inconfundible que sólo los entienden los españoles diseminados entre el público, que constituyen, por otra parte, la mayoría de éste. Los dignatarios -da igual el partido o el territorio al que pertenezcan- cultivan un delirio grandioso de política internacional, y viajan por el mundo con séquitos más propios de sátrapas que de gobernantes democráticos, con jefes de prensa y de protocolo, con asesores, con periodistas, con fotógrafo de corte y cámaras de televisión, incluso con pensadores áulicos, en algún caso muy selecto. Se alojan en los mejores hoteles y gastan el dinero público con una magnanimidad de jeques petrolíferos. Viajan con el pasaporte de un país cuya existencia niegan y utilizan los servicios diplomáticos y consulares de un Estado al que no se consideran vinculados por ninguna obligación de lealtad, y aseguran que el motivo de tales viajes es la promoción internacional de sus respectivas patrias, provincias, principados, o reinos: obtienen, es verdad, una gran cobertura mediática, si bien no en los periódicos del país que han visitado, sino en los de la comunidad o comarca de origen, en la que todo el mundo parece aceptar sin sospecha el delirio de los resultados provechosos del viaje, así como la cuantiosa inversión necesaria para que sus excelencias celebren en Nueva York o en Melbourne una mariscada suculenta de la que habrían disfrutado lo mismo sin marcharse tan lejos, o hagan unas declaraciones a la televisión autonómica o al diario local a seis mil kilómetros de distancia.

El delirio afecta lo mismo al pasado que al presente, por no hablar del porvenir. Jovenzuelos malcriados que disfrutan de uno de los niveles de vida más altos del mundo se adornan de un corte de pelo carcelario y de un pañuelo palestino y se imaginan que participan en una intifada o en un motín kurdo o irlandés quemando los cajeros automáticos de sus opulentas instituciones

bancarias y los autobuses de un servicio municipal de transportes lujosamente subvencionado, sin correr más peligro que el de un siempre desagradable enfriamiento después de la carrera delante de los paternales policías. En la escuela les han enseñado geografía fantástica y una historia mitológica inspirada en folletines truculentos del siglo XIX. Los tebeos de Astérix y las columnas de astrología de las revistas del corazón son más rigurosos que la mayor parte de sus libros de texto, pero tienen efectos menos tóxicos sobre las conciencias.

El delirio no sólo determina las historias que se cuentan en la escuela. Una editorial de prestigio le encarga a un escritor un libro sobre la caída de Barcelona al final de la guerra. Al escritor no le cuesta confirmar lo que sabe o sabía todo el mundo: que las tropas de Franco fueron recibidas en Barcelona por una muchedumbre entusiasta -ya observó Napoleón que en cualquier gran ciudad hay siempre cien mil personas dispuestas a vitorear a quien sea- y que en el ejército vencedor y entre la nueva clase dirigente había un número considerable de catalanes. Al escritor le dicen que el libro no puede publicarse, sin embargo: no porque cuente mentiras, sino porque las verdades que cuenta no se ajustan al delirio oficial sobre el pasado, según el cual la Guerra Civil española fue una guerra de España contra Cataluña, y ningún catalán fue cómplice de los zafios invasores, igual que ningún vasco llevó la boina roja de los requetés en el ejército de Franco.

El delirio niega la realidad pero puede tener efectos devastadores sobre ella. En España no queda nadie o casi nadie que simpatice de verdad con el fascismo o con el comunismo, y sin embargo se oye con frecuencia creciente que al adversario se le califica de facha o de rojo, con una insensatez verbal que hiela la sangre, y que revela una voluntad de ruptura de la concordia civil copiada de lo peor de los años treinta. Cuando a uno lo pueden llamar rojo por creer que el atentado del 11 de marzo lo cometieron terroristas islámicos o fascista por no eludir siempre la palabra «España» o defender la Constitución de 1978 está claro que el debate político ha caído en un extremo irreparable de delirio.

Por culpa del delirio de José María Aznar nos vimos involucrados en una guerra de Irak que ya era en sí misma otro delirio y en la que no contábamos militarmente para nada, pero que enconó el clima político del país y nos hizo más vulnerables a la amenaza del terrorismo integrista. Poseído por un delirio en el que ya vería a sí mismo coronado por los laureles de la Paz, esa bella palabra, el actual presidente no consideró oportuno prestar atención a los muchos indicios que venían avisando de que su negociación con los pistoleros y con los socios y beneficiarios de éstos no iba por buen camino. Tratar con gánsteres puede ser a veces tristemente necesario, pero conlleva el peligro de que los gánsteres tomen por blandura la benevolencia cautelosa del interlocutor y al menor contratiempo vuelquen la mesa de póquer y se líen a tiros. Que los servicios secretos no hubieran advertido lo que se aproximaba no tiene mucho de extraño, ya que tales servicios, casi en cualquier parte del mundo, se caracterizan por no enterarse de nada, contra lo que sugiere una extendida superstición literaria y cinematográfica: lo asombroso es que nadie en el entorno presidencial leyera los periódicos. La insolencia creciente de las hordas vándalas del norte, las cartas de chantaje y amenaza, los robos de pistolas y de explosivos, el descaro con que los terroristas presos amenazaban de muerte a los magistrados que los juzgaban (ante el apocado retraimiento, por cierto, de los policías encargados de reducirlos, quizás temerosos de provocarles una luxación si les ponían las esposas desconsideradamente): es increíble la cantidad de cosas que uno puede no ver cuando se empeña en cerrar los ojos.

También es llamativa la complacencia con que tantas personas de izquierda han resuelto en los últimos años abolir toda actitud que no sea de inquebrantable adhesión al Gobierno. He leído textos conmovidos sobre la felicidad de estar «al lado de mi presidente», y escuché hace poco en la radio a un entusiasta que llevaba su fervor hasta un extremo de marcialidad, asegurando que él, en estas circunstancias, se ponía «detrás de nuestro capitán, en primer tiempo de saludo», tal vez no el tipo de incondicionalidad más adecuado para el primer ministro de una democracia. Quizás uno, como va cumpliendo años -enfermedad política que denunciaba hace poco en estas mismas páginas Suso de Toro, a quien cabe suponer venturosamente libre de ella- conserva el recuerdo de otra época en la que las personas de izquierdas podíamos ser muy críticas y hasta en ocasiones hostiles hacia otro gobierno socialista, o por lo menos no incondicionales hasta la genuflexión, hasta las lágrimas. No digo que no haya motivos para oponerse a una deplorable Oposición, avinagrada y sombría, que no parece capaz de desprenderse de su propio delirio de conspiraciones, y en la que todo el talento de sus dirigentes da la impresión de estar puesto al servicio, sin duda generoso, de favorecer a sus adversarios. Lo que me sorprende es este nuevo concepto de la rebeldía y de disidencia, que consiste en rebelarse contra los que no están en el poder y en disentir de casi todo salvo de las doctrinas y las directrices oficiales. El delirio perfecto, sin duda: disfrutar de todas las ventajas de lo establecido imaginando confortablemente que uno vuelve a vivir en una rejuvenecedora rebeldía, inconformista y a la vez enchufado, obsequioso con el que manda y sin remordimientos de conciencia, gritando las viejas y queridas consignas, como si el tiempo no hubiera pasado, en la zona VIP de las manifestaciones, enaltecido a estas alturas de la edad por una cápsula de Viagra ideológica.

Antonio Muñoz Molina es escritor.

Los titulares y sumarios de portada que ambos ambos diarios dedican al empleo y al paro (respectivamente) no precisan comentario alguno.

El mundobórico sigue erre que erre con sus teorías conspiranoicas sobre la relación de ETA con el 11-M.

Ya no me soliviantan. Me aburren.

El Mundo, más fino que El País.
Aquí pasa algo

Hay días en los que nuestros dos principales diarios de pago se cambian los papeles. Hoy es uno de ellos: El Mundo «dice» y El País «impide«. El País suele ser un diario bastante «declarativo» y su titulares utilizan muchos verbos como «dice«, «afirma«, «asegura«, etc..

En cambio, El Mundo tiene una tendencia bastante más «interpretativa«, u opinativa, y prefiere verbos cargados de intención como «elude«, «impide«, «rechaza«, «se aferra«, etc.

Hoy va todo al revés. El Mundo informa hoy, arriba, a dos columnas:

Otegui dice que las amenazas de ETA «restan credibilidad» al alto el fuego

El País opina hoy, arriba, a cuatro columnas:

Las exigencias de Ibarretxe y del PP impiden el pacto que impulsa Zapatero

Además de la valoración exagerada de los titulares presuntamente informativos, con alta carga de opinión, creo que El País se equivoca hoy al no prestar atención en su portada, ni en su página editorial, al cambio de posición de Otegui -con matices- con respecto a la disciplina de las pistolas impuesta tradicionalmente por ETA.

Tengo la impresión de que Otegui quiere superar el «síndrome Yoyes» y eso -de ser cierto- puede tener una enorme relevancia para el futuro en paz y en libertad del País Vasco. O, a lo peor, es un oportunista que, como avisa El Mundo, Otegui «intenta sencillamente eludir el inminente horizonte carcelario que le espera».

En todo caso, no me explico cómo se le ha pasado esta noticia a El País en su portada y en su página editorial. En cambio, El Mundo , ademas del tema de portada, publica hoy los dos chistes de Gallego y Rey y de Ricardo , dedicados a Otegui , y este comentario editorial, bastante afinado:

El País deja hoy la opinión sobre el terrorismo en manos de sus colaboradores:

Verdadera locura

SUSO DE TOROen El País 17/01/2007

Ante el atentado contra las Torres Gemelas, la sociedad norteamericana reaccionó uniéndose en torno de su Gobierno. El temor, comprensiblemente, reforzó su unidad interna. Y debe de ser que España no teme a nada, porque aquí una parte de la sociedad hizo lo contrario tras el atentado del 11-M en Atocha. La derecha se negó a aceptar el resultado electoral y en vez de unirse en aquel momento de crisis grave en torno al nuevo Gobierno empezó a cavar una trinchera que nos divide.

A la conmoción y unidad iniciales, en la creencia compartida de que era obra de ETA, se pasó en horas a sospechar que el Gobierno de Aznar manipulaba la información para beneficiarse electoralmente. Ese Gobierno presionó a la prensa y siguió atribuyendo a ETA el atentado, ante la opinión pública y ante las instituciones internacionales, hasta unas horas antes de abrirse las urnas.

En el día siguiente a la jornada electoral, Atocha era aún carne viva y humeante, seguidores del PP se manifestaron frente a su sede en la misma ciudad pidiendo, brazo en alto, paredón para el candidato ganador. Lo ocurrido entonces, algo inédito en Europa en años, es la base de nuestra situación, la piedra terrible sobre la que ha venido descansando toda la legislatura. Y ahí están en la oposición los miembros del Gobierno anterior, que nunca han admitido error o fallo en la gestión de aquellos días terribles.

Aquel 11 de marzo no fundó una unión, pues una parte de la sociedad, la derecha política que ha conseguido mantener en torno de sí a la derecha sociológica, no sintió dolor; nunca consideró aquellas víctimas como propias. Y con las mentiras sobre el 11-M en sus periódicos y ETA como disculpa en las instituciones cavó con constancia la división social, una trinchera y un búnker a prueba de verdades.

Pasma la posición tan extrema en que se ha instalado esta derecha. Lo explica su duro integrismo y casticismo, apenas influenciada por las derechas parlamentarias europeas. Y porque hereda una memoria: agitando y usando la mentira para sembrar miedo, provocando división y entorpeciendo las instituciones se gana el poder. Lo ensayó sin límites la derecha en los años treinta y quizá para sus descendientes el recuerdo que quede es que así gobernó una época larga y pudo realizar su proyecto nacionalista y clasista. Con la historia que tenemos debemos considerar cómo se relaciona cada discurso político con nuestro pasado: en el caso de esta derecha parece que no aprendió a evitar la división, aprendió a utilizarla. De cada asunto hizo un frente: trasvases, estatutos, matrimonio gay, ley antitabaco… No ha dudado en azuzar una campaña para enfrentar comunidades: la pura xenofobia. Es un instrumento que separa política, social y territorialmente; pasmosa su irresponsabilidad y su falta de sentido de Estado. Su grosería brutal es el signo de su violencia interna y el insulto y descalificación obsesiva a la figura del presidente del Gobierno pretenden liquidar a quien considera un enemigo, no un adversario.

Así fue ya en la última etapa de Gobierno de Felipe González. Y así, desde el comienzo de esta legislatura, utilizan el terrorismo como arma. Así acosaron salvajemente a las víctimas de Atocha hasta apartarlas de la circulación, insultadas y tratadas como apestadas. Y se hizo fríamente porque estorbaban al protagonismo de «sus» víctimas, las de ETA, que han conseguido rentabilizar políticamente. A pesar de la voluntad fundacional de algunas víctimas de tener una voz propia para expresar su punto de vista político, el resultado hoy es el señor Alcaraz, impulsado por el Partido Popular. Ahí están las manifestaciones contra el Gobierno, la agresión a un ministro, insultos a su presidente, para quien piden «paredón». Bajo el paraguas de las víctimas, consignas de verdugos. Quienes comenzaron ese movimiento deben sentir frustración y amargura ante tal perversión e impostura.

No es extraño entonces que unas horas después de que ETA reventase el diálogo que había ofrecido, con un gran edificio en ruinas y dos personas muertas, los dirigentes del PP, en lugar de ofrecer su apoyo inmediato al Gobierno, afirmasen nada menos que el Gobierno estaba fuera del Estado de derecho y le negasen su apoyo. Nada menos y en una hora de emergencia así. ¿Deslealtad o traición? Demuestran una continuidad de hierro en todo lo que hacen desde el comienzo de la legislatura.

La campaña contumaz de intoxicación de medios que dicen ser «nacionales» pero que realmente son faccionales surte efecto: el buen envenenamiento es eficaz en dosis pequeñas pero diarias. La realidad de una economía razonable y ciertas reformas sociales en marcha es suplantada por la alucinación de que vivimos una catástrofe histórica. Debido a que perdieron las elecciones. Y así un día y otro: la culpa es del presidente, pues los anteriores eran competentes y éste no; el Gobierno debió haber atraído al PP al consenso, no se esforzó bastante; se equivocó al no unirse con el principal partido de la oposición en vez de tratar con los demás partidos… Partidos a los que se les niega legitimidad.

Que haya gente que, viniendo de la izquierda, compre estos argumentos y siga ese juego nos hace considerar la crisis y desorientación histórica que vive la izquierda.

Este Gobierno, ante el diálogo con el mundo enfermo de ETA, sufrió un revés, como los anteriores. Quizá se equivocó al evaluar la maduración del terrorismo vasco, al creer que había comprendido que el terror como arma política era inútil. Pues nada más inútil y menos rentable que el terrorismo etarra; en tantos años no ha conseguido ningún resultado político, ninguno. Sólo ha conseguido, poniendo la pistola en la cabeza de las víctimas, que su sociedad se haya degradado bajo una especie de síndrome de Estocolmo. Pero si hubo algún error del Gobierno, sería similar a los de los anteriores, a los que no se les recriminó el fracaso en su diálogo con ETA.

El Gobierno hizo lo que debía. Quien hizo lo que no se debía de hacer jamás fue esta derecha que no aceptó el resultado de las urnas y cree que el Gobierno, por destino, siguen siendo ellos. Como tal se comportan. Viviendo en su búnker de mentiras atribuyeron al Gobierno todo tipo de traiciones, trataron al presidente y sus ministros como si fuesen los terroristas. Un día pedirán perdón por el daño hecho al país, por la división social creada conscientemente sólo para volver al Gobierno. Un Gobierno no vale nunca lo que un país.

Y un día habrá otra derecha liberal y con verdadero sentido nacional, no faccional. Mientras, debiéramos atender al sentido común y la decencia básica de esos inmigrantes que trabajan duro entre nosotros y lloran a sus muertos; son un mínimo común múltiplo que niega a esos máximos comunes divisores. Los nuevos ciudadanos que se han hecho visibles estos días traen aire fresco, ignoran esos viejos rencores y nos recuerdan lo esencial. Desnudan tanta mentira e insensatez que nos envuelve, esta verdadera locura.

Suso de Toro es escritor.FIN

El editorial de El País («Manual de urbanidad») tiene tela y su lectura es altamente recomendable sobretodo para escándalo de la derecha educada de toda la vida.

Muy fino ha estado El Mundo con las declaraciones de Otegui y, sin embargo, muy tosco, con el caso estravagante de los peritos de elmundobórico.es al que dedica tres columnas de la portada y una página completa en su interior. Pedro Jota domina el arte de suplantar la falta de chicha informativa con el abuso de centímetros cuadrados. Este es un caso menor, muy de su gusto, que va a toda página y con foto:

El Mundo jalea el papel de la juez Gallego, una de sus juezas favoritas -próxima al PP– dándole también tres columnas en su portada:

La juez precisa que Santano dio la orden de falsear el informe ETA/11-M

El País, en cambio, trata con gran mesura este minúsculo, raro y sorprendente asunto de control de calidad de los jefes policiales sobre los subordinados (el caso «matacucarachas»), y da la información a media columna, con este titular:

La juez del «ácido bórico» reabre las imputaciones a los jefes policiales

Si yo tuviera responsabilidad editorial en El País -no es mi deseo, desde luego- daría más importancia a las actuaciones sesgadas de los jueces, según el color del cristal con que miran los presuntos delitos. En mi opinión, la justicia es la asignatura pendiente de la democracia española.

Conociendo los nombres y la biografía de los miembros de un tribunal, resulta bastante previsible el resultado de cualquier juicio en el que se perciba algún interés político por diminuto que sea. Basta con mirar con lupa las instrucciones escandalosas del «ácido bórico/jueza Gallego«, del «caso Bono/caso Hidalgo» o del «caso policías corruptos/ ETA-11-M» para que las personas más sensatas, honradas y moderadas de España se echen a temblar antes de verse frente a semejantes magistrados. A muchos jueces se les ve el plumero más que a los periodistas. Y ya es decir.

Ahí está El Roto para recordarnos en El País que la tecnología avanza y mejoran las máquinas pero, no obstante, las intenciones del ser humano permanecen intactas.

El bórico ataca de nuevo

La lotería de Navidad hace coincidir a los dos diarios en la foto de portada. El «gordo» es el «gordo«. En lo demás no hay coincidencia.

¿Afecta el orden los sujetos al producto final?

Ayer hubo una reunión en el Palacio de la Moncloa entre dos personas. Para El Mundo, la reunión fue entre Zapatero y Rajoy; para El País, fue entre Rajoy y Zapatero.

La carga editorial del «sólo» que precede al verbo («sirvió«) convierte el titular en opinión y, por tanto, debería ir en cursiva y llevar esta tipografía en redonda, reservada a la información de los hechos.

Para El País «escenifican su fractura«. En cambio, para El Mundo «ahondan» suis diferencias.

Elmundobórico.es está de enhorabuena con su tema favorito: los peritos que descubrieron el ácido bórico en casa de un islamista y lo quisieron utilizar para relacionar a ETA con el 11-M. Sus jefes hicieron control de calidad y corrigieron el abuso.

El Mundo da los detalles a 4 columnas:

El País lo lleva a tras columnas:

Ahí va un buen artículo de El País par la vispera de Nochebuena:

Respetar a los creyentes, no las creencias

TIMOTHY GARTON ASH23/12/2006

El fin de semana pasado estuve cantando un montón de cosas en las que no creo. ¿Creo que, hace unos 2.007 años, un ángel se apareció a una mujer llamada María y le anunció que iba a quedarse embarazada sin haberse acostado con José? No. ¿Creo que el buen rey Wenceslao anduvo por la nieve para llevar «a aquellos campesinos» comida y vino? Probablemente, no. Pero eran palabras hermosas y familiares, la iglesia medieval estaba iluminada por velas, tenía a mi familia conmigo, y me conmoví.

En estos días, cientos de millones de personas, como yo, cantan -a veces con deleite y entusiasmo- unas frases en las que no creen o, en el mejor de los casos, creen sólo a medias. Según un reciente sondeo de opinión de Harris para el Financial Times, en Gran Bretaña, sólo uno de cada tres ciudadanos dice ser «creyente». En Francia, menos de uno de cada tres; en Italia, menos de dos tercios; sólo en Estados Unidos supera esa cifra las tres cuartas partes. Y sería interesante saber qué proporción de esa minoría de verdaderos creyentes en Gran Bretaña y Francia son, en realidad, musulmanes.

Todo eso ha hecho que me pusiera a pensar -en esta época prolongada de fiestas, con el Día del Bodhi, Hanukkah, Navidades, Eid-ul-Adha, Oshogatsu, el aniversario de Guru Gobind Singh y Makar Sankranti- sobre qué significa decir que respetamos otras religiones en una sociedad multicultural. Me da la impresión de que el mayor problema que muchos europeos post-cristianos o teóricamente cristianos tienen con que haya musulmanes viviendo entre ellos no es que éstos crean en una religión distinta al cristianismo, sino que crean en una religión, punto.

Es algo que desconcierta a la minoría intelectualmente significativa de europeos que son ateos devotos, que creen en las verdades descubiertas por la ciencia y hacen proselitismo. Para ellos, el problema no es ninguna superstición religiosa concreta, sino la superstición en sí. Y también preocupa a ese número mucho mayor de europeos que son vagamente creyentes, de una forma tibia, o más o menos agnósticos, pero que tienen otras prioridades. ¡Ojalá los musulmanes no se tomaran su islam tan en serio! Y muchos europeos añadirían: ¡Ojalá los norteamericanos no se tomaran su cristianismo tan en serio!

No obstante, podemos discutir sobre si el mundo estaría mejor si todos se convencieran de las verdades ateas de la ciencia natural o, al menos, se tomara la religión tan a la ligera como la mayoría de los europeos semicristianos, creyentes a tiempo parcial (yo soy agnóstico sobre esta cuestión). Pero es evidente que sobre esa base no podemos construir una sociedad multicultural en un país libre. Esa postura sería tan intolerante como la de los países mayoritariamente musulmanes en los que no se permiten más confesiones que el islam.

Al contrario, en los países libres es preciso que se permitan todas las religiones; y cada religión debe dejarse cuestionar en sus fundamentos, categóricamente, incluso de manera desaforada y ofensiva, sin temor a represalias. El científico de Oxford Richard Dawkins debe tener la libertad de decir que Dios es un engaño y el teólogo Alistair McGrath, también de Oxford, debe tener la libertad de responder que es Dawkins el engañado; un periodista conservador debe poder escribir que el profeta Mahoma era un pedófilo y un erudito musulmán debe poder llamar a ese periodista islamófobo ignorante. Eso es un país libre: la libertad de culto y la libertad de expresión co

-mo dos caras de la misma moneda. Debemos vivir y dejar vivir, una exigencia que no es tan poca cosa como parece, cuando se piensa en las amenazas de muerte contra Salman Rushdie y los caricaturistas daneses. La valla que protege ese espacio son las leyes.

Lo interesante es saber si existe algún tipo de respeto que vaya más allá de este mínimo «vive y deja vivir» protegido por las leyes pero sin convertirse en una pretensión hipócrita de respeto intelectual por las creencias del otro ni en un relativismo sin límites. En mi opinión, sí lo hay. Es más, me atrevo a decir que sé que lo hay, y que casi todos nosotros lo practicamos sin darnos cuenta. Vivimos y trabajamos a diario con individuos que, en el fondo de sus corazones, creen en cosas que a nosotros nos parecen locuras. Si los consideramos buenos socios, amigos y colegas, les respetamos como tales, independientemente de sus convicciones privadas y profundas. Si tenemos una relación estrecha con ellos, quizá no sólo les respetamos sino que les queremos. Les queremos pese a que no dejamos de estar firmemente convencidos de que, en un rincón de su cerebro, se aferran a creer en un montón de tonterías.

Distinguimos de forma rutinaria, casi instintiva, entre la creencia y el creyente. Por supuesto, eso es más fácil de hacer con unas creencias que con otras. Si alguien está convencido de que 2 + 2 = 5 y de que la tierra está hecha de queso, vivir con él a diario será un poco más difícil. Pero resulta asombroso ver hasta qué punto, en la práctica, pueden coexistir alegremente creencias muy distintas e incluso excéntricas. (La fe popular en la astrología, tan extendida, es un buen ejemplo).

Ahora bien, el comportamiento de los creyentes puede influir en nuestra opinión sobre su fe, al margen de la veracidad científica de su contenido. Por ejemplo, yo no creo que exista Dios y, por tanto, pienso que hace alrededor de 2.007 años un hombre y una mujer que se llamaban José y María tuvieron un niño, nada más. ¡Pero en qué hombre se convirtió aquel niño! Coincido con el gran historiador suizo Jacob Burckhardt en que Cristo como Dios no me dice nada, pero, como ser humano, Jesucristo me parece una fuente de inspiración constante y maravillosa, tal vez incluso, como dijo Burckhardt, «la figura más bella de la historia del mundo». Y algunos de sus imitadores posteriores tampoco estuvieron mal.

En lo que discrepo de la corriente atea representada por Richard Dawkins no es en lo que dicen sobre la inexistencia de Dios, sino en lo que dicen sobre los cristianos y la historia del cristianismo, que en gran parte es verdad, pero que deja fuera la otra mitad de la historia, la parte positiva. Y, como dice el viejo proverbio yiddish, una media verdad es toda una mentira. A mi juicio, como historiador de la Europa moderna, la parte positiva es mayor que la negativa. Me parece evidente que no tendríamos la civilización europea que tenemos hoy sin la herencia del cristianismo, el judaísmo y (en menor medida, y sobre todo en la Edad Media) el islam, cuyo legado también preparó el camino -aunque sin saberlo y sin quererlo- para la Ilustración. Además, varios de los seres humanos más extraordinarios que he conocido en mi vida eran cristianos.

«Por sus frutos les conoceréis». Existe un respeto que nace del comportamiento de los creyentes, independientemente de la credibilidad científica de su fe original. Lo ideal es que una sociedad multicultural sea una competencia amistosa y abierta entre cristianos, sijs, musulmanes, judíos, ateos e incluso partidarios del «dos más dos cinco», por ver quién nos impresiona más con su carácter y sus buenas obras.

Mientras tanto, está el molesto problema del saludo de invierno multicultural y multiusos. «Felices fiestas» es increíblemente cursi y anodino. Me temo que yo he recurrido a «Felices Pascuas», pero también resulta pesado. Sería estupendo emplear saludos a medida para cada interlocutor: «Feliz Navidad», «Feliz Eid», «Feliz Oshogatsu», etcétera, pero no siempre es posible. Ayer recibí una tarjeta del embajador británico en Washington con una solución excelente. «Feliz Yuletide», el nombre que remite al solsticio de invierno de los paganos (el Yule nórdico y germánico se celebra 22 de diciembre) y que evoca, al mismo tiempo, las historias sentimentales y anticuadas de Navidad que tanto gustaban a Charles Dickens. Perfecto.

Feliz solsticio a todos.

FIN

Pues eso, felices fiestas a todos.

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«Los obispos admiten», en El País; «los obispos rechazan», en El Mundo

El documento de los dueños de la COPE -más diplomático que su emisora- permite diversas interpretaciones, a la hora de valorar el mensaje que más conviene, o gusta leer, a los clientes de un determinado diario.

El sábado nos ofrecieron estos titulares (ambos mandando a 4 columnas) dignos de reflexión:

El Mundo:

Los obispos rechazan que se trate a ETA como «interlocutor político»

El País:

Los obispos admiten la «indulgencia» para los etarras que dejen la violencia

Desde luego, quien no se contenta es porque no quiere. La Iglesia sirve platos para todos los gustos.

No pude colgar ayer esta noticia de elmundobórico.es.

Me interesa hacerlo hoy, aunque sea con retraso, para seguir de cerca el caso (o los casos) de los jueces que me parecen sospechosos de meter la cuchara ideológica hasta el fondo en sus actuaciones profesionlas.

Los peritos del bórico, el estrafalario juez Hidalgo del caso Bono y la mochila de Vallecas, etc., se resolverán algún día en justicia.

Mientras, me conformaré con geniales máximas forgianas como ésta.

Es ciertamente triste que los asuntos más graves de nuestra vida sólo sean tratados con seriedad por los humoristas. Pero algo es algo.

Gracias, Forges.