Se nos ve el plumero Se nos ve el plumero

"La libertad produce monstruos, pero la falta de libertad produce infinitamente más monstruos"

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El Gobierno, al tercer día, resucitó

Dicen que «más vale tarde que nunca«. Sin embargo, en esta ocasión, el Gobierno se ha dejado muchas plumas en la gatera, al esperar hasta el tercer día de barbarie camionera para resucitar e imponer un poco de orden en las carreteras.

Tanto El Mundo como El País han acertado, a mi juicio, con sus informaciones gráficas de primera página. Las fotos del camión de «Juanqui» incendiado y de la agresión a los policías son buena prueba de hasta donde había llegado la violencia intolerable de unos patronos salvajes.

El diario Público, en cambio, creo que se ha equivocado al salir tan pronto al rescate galante del Gobierno, con una foto dulce en su portada (sin llamas ni sangre) de un guardia civil tomando el volante de un camión que bloqueaba la autopista A-1.

Los titulares de dos diarios tienen el sesgo habitual a favor del Gobierno:

El País:

Interior impone mano dura…

Público:

El Gobierno toma el mando

El Mundo se distancia de ellos y da el titular a la esposa de una víctima:

«Esto es propio de terroristas»

Afortunadamente, el Gobierno ha reaccionado, aunque muy tarde, y la prensa también.

Desde el primer momento, los medios de comunicación nos hablaron de huelga de camioneros como si lo que hemos sufrido estos tres días tuviera algo que ver con una huelga de trabajadores que defienden sus reinvindicacione laborales. Nada que ver con el derecho de huelga.

Hemos sufrido las consecuencias de un cierre empresarial (de grandes patronos y de pequeños patronos que mandan a sus empleados a la hoguera como carne de cañon.

El derecho de huelga no tiene nada que ver con lo que ha ocurrido en España. Es una presión de una parte minoritaria de los empresarios del transporte contra los ciudadanos indefensos para arrancar al Gobierno ciertas compensaciones fiscales o tarifarias por la subida del precio de petróleo.

Lo que han hecho estos salvajes no tiene perdón. No me explico cómo ha tardado tanto el Gobierno en hacer que se cumpla la Ley. Desde luego, regodeándose en la crisis interna de PP, han hecho el ridículo. No se si por miedo o por mala conciencia.

¿Creería el Gobierno socialista que se enfrentaba a una huelga de obreros o a un cierre patronal?

Menos mal que, aunque tarde, se han caido del guindo. Rubalcaba acaba de decir que no permitirá más disturbios.

Ya veremos.

Cebrián «critica» (en El Pais) pero «arremete» (en El Mundo)

Las trampas del PP, en El País; las del PSOE, en El Mundo

Por infantil que nos resulte, y sin ningún disimulo, los diarios de pago de mayor difusión de España -que están hechos, sin duda, por gente madura- insisten en destacar en sus portadas las trampas electorales del partido contrario a sus intereses y en ocultar las del partido que protegen y apoyan.

Ocurre prácticamente durante toda la campaña, pero en los últimos días se acentúa de forma espectacular.

El País manda a cuatro columnas, arriba, con “la compra de votos en Melilla” a favor del PP.

El Mundo, con una gran foto centrada, a tres columnas, titula contra un alcalde socialista “denunciado por manipular el voto por correo”.

No menos infantil me parece el eslogan electoral que el PP repite de mil maneras (el Gobierno se rinde ante ETA) y que encuentra el mayor lujo tipográfico en El Mundo, a cuatro columnas:

El Gobierno pidió la semana pasada a ETA que no filtre sus conversaciones

Este gran titular sobre el presunto compadreo de ETA con el Gobierno socialista choca bastante por incongruente con este otro pequeño titular que lleva a una columna:

Colocan una bomba casera en el coche de un candidato del PSE de Guetaria

¿Cómo es posible que el Gobierno y ETA se den el pico, a cuatro columnas, y se pongan bombas, a una columna, en la misma portada?

Donde más se nos ve el plumero es cuando damos noticias sobre los presuntos éxitos propios y/o sobre los más presuntos aún fracasos de nuestros competidores.

Tal es el caso hoy en lo que se refiere a los datos de difusión de OJD (venta de ejemplares) de ambos diarios.

No me explico por qué seguimos pagando un euro por estos diarios tan inmaduros.

(La juventud se acaba, tarde o temprano; la inmadurez, en cambio, puede durar toda la vida).

Bueno, sí me lo explico. Pagamos el euro para que reafirmen nuestras posiciones y nos den nuevos argumentos para defenderlas frente a los lectores del diario competidor.

Sintonizamos nuestra conciencia con la emisora o con el diario favorito y, si no chirría demasiado, pagamos el euro de mil amores. Pero –eso sí- que no crean que nos engañan. Sabemos lo que compramos y por qué lo hacemos. La prensa política (generalmente de pago) es como la religión: lleva más carga de fe que de razón. ¡Qué le vamos a hacer!

La OJD, según El Mundo:

La OJD, según El País:

¿Por qué será que todos los diarios de pago borran de sus gráficos, cuadros o textos los datos de lectores de los diarios gratuitos, que se miden exactamente de la misma forma, con la misma metodología y por los mismos encuestadores y que muestran a los entrevistados las mismas pantallas con las cabeceras de todos los diarios de información general, tanto de pago como gratuitos?.

Antes me daba rabia. Ahora, sólo siento pena por ellos y por su declive imparable: se les mueren los lectores viejos y no les entran lectores jóvenes. ¿Hacia dónde se dirigen estos antiguos diarios con una tasa de reposición tan negativa?

Es gracioso ver cómo persistentemente nos borran de la foto, pese a que les ayudamos gratis: de lunes a viernes, les creamos potenciales lectores jóvenes que jamás se habían acercado a un diario de pago.

Viejo truco: cuando temes a alguien, lo borras de la foto. Lenin hacía lo mismo con Trotsky.

Hace un año y pico que adelantamos en número de lectores a El País y hace unos meses que adelantamos a Marca.

En 20 minutos le damos una vuelta a El País y casi dos vueltas a El Mundo. Pero esos datos oficales del EGM -¡ay!- no los veremos en los diarios de pago. Les dan repelús. Claro que los grandes y pequeños anunciantes lo saben. Y, desde luego, lo saben también nuestros lectores.

Es una lástima que los diarios de pago del siglo pasado se sigan peleando en su caída… en vez de cambiar y ponerse al día.

El Mundobórico y El País “creen” en el mismo verbo

Si no lo veo, no lo creo.

Hacía tiempo que no me enfrentada a dos portadas que lucieran en su titular principal el mismo verbo. ¡Y qué verbo! El Mundo y El País unidos por el verbo “creer” a cuatro columnas… O sea, lo contrario de “razonar”.

Pero el sujeto (¡ay!) ya es distinto. El Mundo atribuye esa fe o creencia a “Moncloa”, mientras El País prefiere atribuir esa acción de creer (aceptar como válido lo que no se ve) a “una mayoría de ciudadanos”.

Junto a “creer”, ambos coinciden también al utilizar en su primer titular la palabra ETA aunque ligada a verbos muy distintos: “dialogar” y “atentar”.

El Mundo:

Moncloa cree liquidado el “proceso de paz” y que ETA volverá a atentar

El País:

Una mayoría de ciudadanos cree que el Gobierno debe dialogar con ETA

De la Real Academia Española:

Creer

(Del lat. credĕre).

1. tr.

Tener por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o demostrado

Según la primera acepción de la RAE, el verbo «creer» no parece muy apropiado para un titular informativo (no de opinión) de primera página, a menos que se refiera al Papa infalible o a los dogmas de fe de las diversas religiones. Claro que hoy es domingo y apenas hay noticias. A falta de noticias y de reportajes de nevera, buenas son las encuestas o los rumores.

El Mundo publica hoy este breve comentario editorial sobre el «doble rasero» que conviene leer y archivar ya que en todas partes cuecen habas. El País publica un largo editorial sobre la desmesura de Rajoy al pedir el boicot a los medios de comunicación del grupo Prisa.

La verdad es que entre los tertulianos de radio y televisión y los editorialistas y articulistas de prensa ya se ha dicho de todo sobre este insensato boicot del PP contra la libertad de expresión y el derecho de información de los lectores de El País, de los oyentes de la SER o de los espectadores de la Cuatro, entre otros medios de Prisa.

Estoy casi seguro de que el propio Rajoy sabe que es una insensatez lo que ha hecho, pero también pienso que no ha sido fruto de un calentón o de un cabreo pasajero. A mi juicio, esa reacción desaforada forma parte de toda una estrategia de la crispación y del río revuelto que el PP considera muy útil a sus intereses electorales. Especialmente, teniendo en cuenta la bisoñez o ingenuidad mostrada por el PSOE cuando entra a todos los trapos del PP (que lleva la inciativa politica y marca la agenda del Gobierno) y le sigue la corriente hasta el despeñadero si fuera preciso.

La derecha tiene grabado el recuerdo de la derrota del 93 y del calvario que nos hizo pasar a todos los españoles (con la colaboración, eso sí, de un Gobierno socialista agotado y sin resuello) hasta las elecciones de marzo de 1996. Nuestra memoria selectiva tiende a olvidar lo malo a refrescar lo bueno. Por eso digo que aquellos años del 93 al 96 -tal como los recuerdo- sí fueron de crispación y alto riesgo de romper las intituciones democráticas.

Comparado con aquello, lo de ahora es una crispación de aficionados. No olvidemos que Rajoy es un discípulo ungido por el propio Aznar. Lo de Aznar fue un infierno para cualquier demócrata que se precie.

Basta con mirar las hemerotecas de los años 1993-1996 (los que precedieron a la primera victoria pacífica de la derecha desde que perdió democráticamente el poder en las eleciones del 16 de febrero de 1936) para darnos cuenta de los riesgos de inestabilidad, confrontación civil e involución que precedieron a la victoria de Aznar y a la derrota de Felipe González.

Menos mal que ganó Aznar (aunque me costara mi empleo) porque en cuanto el crispador entró en La Moncloa se acabó la crispación. El PSOE sólo tuvo ya fuerzas para lamerse sus heridas. Rajoy sigue las enseñanzas de su maestro crispador pero no le llega ni a la suela de sus zapatos. Reconozco que no soy objetivo con este personaje, pero aviso que Aznar es mucho Aznar cuando ataca con sus tripas. Lo dicho: menos mal que ganó en 1996 y menos mal que perdió en el 2004.

Rajoy quiere repetir la experiencia. Pero le falta maldad.

Los socialistas «advierten» o «prometen por escrito»

El País anunciaba hoy a toda página (cinco columnas) la manifestación contra la guerra de Irak.

El Mundo, en cambio, da la información sobre la misma man¡festación contra la guerra de Irak a una columna. Cuestión de tamaño y de matices.

En el caso de la manifestación convocada para hoy por el Gobierno conservador navarro y el PP, la diferencias son también notables pero al revés.

El País dedica una página interior y un editorial a Navarra .

El Mundo le dedica una página interior de información, con el gráfico del intinerario, más un comentario editorial («Navarra, una manifestación justificada») y un largo artículo de opinón («Navarra, en primera línea»). Cada uno arrima el ascua a su sardina.

En portada, El País manda con Navarra a cuatro columnas con un titular que podría enfríar la protesta:

Los socialistas prometen por escrito rechazar la unión de Navarra y Euskadi

Sumario:

El PP mantiene hoy su protesta en Pamplona contra una supuesta cesión a ETA

El Mundo lleva Navarra de segundo tema de portada, a dos columnas, con un titular completamente distinto:

El PSOE advierte que no pactará el «futuro de Navarra» con UPN por la manifestación de hoy

Sumario:

De la Vega: «Rajoy protesta por un fantasma»

Muy notable es también la diferencia de trato que ambos diarios dan hoy al conflicto entre el Poder Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial.

El País lo da una columna, con este titular:

El Gobierno quiere evitar que el actual Poder Judicial en funciones tome decisiones relevantes

El Mundo manda con ello, a toda pastilla, arriba con cuatro solumnas y tres sumarios, y con este titular:

El Gobierno cambiará la ley para bloquear el actual Poder Judicial

Pedro Jota no puede evitar comenzar la presunta información de los hechos con esta frase:

«Madrid.- El Gobierno prepara una nueva maniobra para…»

A partir de esa presunta información aseptica, ya se pueden imaginar como va el comentario editorial de El Mundo bajo este titular:

El Gobierno sigue cambiando las reglas para controlar la Justicia

El editorial de El País va dedicado a Navarra:

EDITORIAL de El País

Ataque preventivo

17/03/2007

La plana mayor del PP estará presente en la manifestación convocada para hoy en Pamplona por el Gobierno de la comunidad foral bajo el lema «Fuero y libertad; Navarra no se negocia». Es un nuevo eslabón en la cadena de movilizaciones de ese partido con el pretexto de las concesiones que el Gobierno estaría dispuesto a hacer a cambio de la disolución de ETA. Se trata de una adaptación de la doctrina del ataque preventivo a la política interior: si no lo ha hecho, que demuestre que no piensa hacerlo.

Es una lógica perversa. Hay un deslizamiento desde la negativa a ceder al chantaje etarra hasta el cuestionamiento de las previsiones de la Constitución (en la disposición transitoria cuarta), que deja abierta la posibilidad de integración en una autonomía conjunta con el País Vasco, pero condicionándola a la aprobación por mayoría absoluta del censo, y reservando la iniciativa en exclusiva al Parlamento navarro, también por mayoría absoluta. Las fuerzas que negociaron ese planteamiento en 1979, UCD, PSOE y PNV, se comprometieron además a no propiciar consulta alguna bajo la presión del terrorismo. Esa disposición es una garantía permanente de que no habrá cambio de situación si no lo quieren los navarros, cosa que es evidente que no quieren, según demuestran tanto las elecciones (los nacionalistas suman en torno al 20% en promedio) como las encuestas: sólo el 10% es abiertamente partidario de la integración. Luego la respuesta dada por Zapatero es la que le corresponde al presidente del Gobierno: que el futuro de Navarra será el que decidan los navarros. Es demagógico decir que no es una respuesta contundente.

El planteamiento de los convocantes, encabezados por UPN, es interesado. Partiendo del lógico rechazo a aceptar el chantaje de Otegi en relación con las posibilidades de un final dialogado de la violencia («Sin Navarra, nada»), se desemboca en la denuncia (preventiva) de cualquier acuerdo con fuerzas nacionalistas democráticas que pueda conformar una mayoría alternativa a la que lleva una década gobernando Navarra. Los socialistas navarros han dicho con claridad que no pactarían con Nafarroa Bai (la coalición que ahora aglutina a PNV, EA y Aralar) si el acuerdo implica cuestionar el actual marco institucional. Una de las garantías de que ese compromiso será respetado es que no hacerlo supondría con toda probabilidad para el PSN la pérdida de gran parte de su electorado, según revelan las encuestas. De ahí el interés de UPN en sembrar la sospecha por adelantado.

Si percibiera un peligro real de anexión nacionalista, UPN habría intentado asociar a los socialistas a la movilización. Pero ha hecho todo lo posible por evitarlo, y el desembarco de los dirigentes del PP revela que la motivación principal no es la que indica la pancarta que hoy portarán, sino su traducción en gritos de desconfianza hacia el Gobierno.

FIN

¿»Zapatero amenaza» o «Gobierno y PP se amenazan»?

Forges nos recuerda que es el Día/Siglo de la Mujer. Pues FELICIDADES a todas las mujeres que sobreviven en este mundo ordeñado por los hombres.

¡Vaya! Una errata involuntaria me ha hecho decir «ordeñado» donde yo quería decir «ordenado«. Pues que mande el azar en esta frase. Dejaré «ordeñado» como definitivo, sin corregir, porque, además, se acerca más a la realidad.

Les sugiero un ejercicio como homenaje/desagravio a la mujer. Cuando oigan un chiste o un comentario racista contra un negro, un moro, un homosexual, un gitano, etc., etc, de esos que nos rechinan, nos perturban o nos cabrean, sustituyan entonces al protagonista objeto del chiste o comentario, atacado por los racistas, por una mujer. Verán un resultado muy esclarecedor del maltrato al que, incluso sin querer, sometemos permanentemente a las mujeres.

Puede resultar edificante si, a la vez, pensamos en nuestras madres, esposas o hijas.

Todos los hombres llevamos un pequeño o un gran machista (y/o racista) dentro. Y, por nuestro propio bien, estoy convencido de que nos conviene reducir y someter a esa bestia interior lo antes posible. Por puro egoismo. Estoy seguro de que seríamos más felices.

—-

Y ahora pasen y vean el arte y la gracia que tienen nuestros colegas de pago para titular un mismo acontecimiento. Ambos, eso sí, a cuatro columnas:

El Mundo:

Zapatero amenaza con revelar «cosas que no se conocen» sobre ETA y el PP

El País:

Gobierno y PP se amenazan con destapar sus trapos sucios sobre ETA

Ambos diarios recurren al mismo verbo: «Amenazar». Pero difieren en el sujeto. Por eso un verbo va en singular y otro en plural.

Cuando leo al magistrado Martín Pallín nunca me voy de vacío. Por eso lo recomiendo en un tema tan principal.

Los jueces de la Constitución

JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN en El País

07/03/2007

Los magistrados del Tribunal Constitucional no forman parte del Poder Judicial. La Constitución les otorga un especial estatuto personal que deberá concretarse por su propia Ley Orgánica.El legislador equipara las causas de recusación a las de los jueces y magistrados de la jurisdicción ordinaria. No obstante, el Tribunal Constitucional admite que trasladar estas causas a los diversos procesos constitucionales, sobre todo a los recursos de inconstitucionalidad, ofrece dificultades.

La decisión del Tribunal Constitucional recusando al magistrado Pérez Tremps afirma, y lo compartimos, que un tribunal independiente constituye una garantía procesal que condiciona la existencia misma de la función jurisdiccional. También compartimos la apreciación de que el juez debe ser ajeno al litigio, y que no puede mantener con las partes relaciones jurídicas o conexiones de hecho que puedan poner de manifiesto o exteriorizar «una previa toma de posición anímica a su favor o en contra».

No sé si los redactores de este párrafo son conscientes de que su aplicación a la inconstitucionalidad de las leyes desestabiliza el Tribunal Constitucional. Ningún juez carece de posiciones anímicas en cualquier litigio que llegue a sus manos. Es inevitable que hayan estudiado y escrito sobre el texto constitucional. La partida de ajedrez ha comenzado. Una parte se ha comido un peón; la otra puede contraatacar. El último, que apague la luz.

La posición del Tribunal Constitucional es incorrecta. Confunde un litigio entre partes, cada una de ellas ejerciendo sus intereses individuales, con el análisis de una ley que nadie puede apropiarse.

El recurso de inconstitucionalidad no confronta intereses subjetivos de los que puedan ser titulares personas o instituciones políticas. El Tribunal Constitucional garantiza la primacía de la Constitución decidiendo la constitucionalidad de las leyes.

A la vista de su propia doctrina, resulta sorprendente la recusación del magistrado Pérez Tremps para decidir sobre los artículos del Estatuto de Catalunya. La anomalía resulta tan sustancial que no se comprende la decisión adoptada.

Es peligroso moverse, en un terreno tan acotado como el del recurso de inconstitucionalidad, esgrimiendo el juego de las apariencias. Sus efectos pueden dispararse en todas direcciones y deslegitimar de raíz a una institución fundamental para el funcionamiento del Estado democrático de derecho.

¿Se halla objetiva y legítimamente justificada la sospecha sobre la imparcialidad de un magistrado que ha emitido un dictamen sobre una ley? Si se tratase de un conflicto entre partes con intereses absolutamente confrontados y con la pretensión de obtener una declaración favorable a sus particulares peticiones, podríamos debatirlo. Ahora bien, cuando lo que se somete a examen es un Estatuto, ¿pueden decir los recusantes que defienden intereses propios y exclusivos?

¿Se puede sostener que escribir sobre aspectos jurídicos de relevancia constitucional inhabilita para cualquier decisión sobre la constitucionalidad de una ley? Por esta vía se puede inhabilitar a aquel que ha tenido inquietudes doctrinales y considerar impoluto al que se ha mantenido ágrafo, es decir, no ha escrito nada en su vida.

La disquisición que realiza el Tribunal Constitucional sobre la naturaleza del escrito, dictamen o trabajo científico que realizó el magistrado recusado, por encargo de la Generalitat de Catalunya, es absolutamente artificial. Una vez más, cuidado con el trasfondo de las resoluciones, pueden ser mortales para la democracia.

¿Es prudente que el presidente del Gobierno, también legitimado para solicitar la declaración de inconstitucionalidad de las leyes, recuse a magistrados constitucionales? ¿Podría el Abogado del Estado recusar a alguno de los magistrados que hayan escrito sobre los temas que contiene el Estatuto? ¿Puede recusar el Defensor del Pueblo por las mismas razones?

Los partidos políticos son un instrumento para canalizar la participación de los ciudadanos en la vida pública, pero sólo a través de la voluntad popular asumen el papel de representar a la soberanía nacional.

Los partidos políticos no están legitimados, en principio, para plantear el debate sobre la constitucionalidad de las leyes. La ley atribuye esta facultad a cincuenta diputados o senadores que pueden pertenecer a diversos partidos políticos. Como partidos políticos o como comisionados parlamentarios, no tienen ningún interés o derecho subjetivo que les permita pleitear contra los que han votado una ley. La confrontación entre partes está fuera de la constitucionalidad o inconstitucionalidad de las leyes.

Los que han abierto los cauces para examinar la constitucionalidad de una ley pueden retirar el recurso. Las razones, en todo caso, serán ajenas a cualquier pretensión de ostentar un derecho que no tienen. Muchas veces la retirada obedece al cambio de estrategia política; por ejemplo, establecer alianzas con los nacionalistas que defiendan el Estatuto de Catalunya o cualquier otro.

Se ha abierto la Caja de Pandora por los que más tacto y prudencia deberían tomar en sus resoluciones. Las recusaciones no caben cuando se examinan los textos constitucionales, patrimonio de todos los ciudadanos. Sólo a los jueces les corresponde dictaminar si las normas denunciadas son o no ajustadas a la Constitución en aspectos concretos o en su totalidad. El Tribunal ha dicho multitud de veces que casi todo cabe en el texto de la Carta Magna si se hace una lectura constitucional.

En consecuencia, ningún magistrado puede ser expulsado de la deliberación por haber hecho una previa lectura científica y doctrinal de la Constitución. La recusación es una maniobra enmascarada para obtener un Tribunal a la carta.

Creo, sinceramente, que todavía se está a tiempo de aplicar la regla de oro del constitucionalismo, manejada por el Tribunal Supremo norteamericano. Volver sobre la cuestión meditándola de nuevo (overruling). Se puede realizar sin necesidad de que transcurra el tiempo para resolver el recurso de súplica. Es una buena ocasión para ordenar el debate constitucional y no llevar al Tribunal hacia un despeñadero. Todos, absolutamente todos los jueces que lo componen están plenamente legitimados para decidir, en un debate democrático, pausado y profundo, si el Estatuto de Catalunya, en todo o en parte, es constitucional o no. Lo contrario es entrar en una escalada que paralizará y anulará cualquier posibilidad del Tribunal para actuar como guardián de la constitucionalidad de las leyes.

José Antonio Martín Pallín es magistrado emérito del Tribunal Supremo.

Por cierto: vaya bronca barriobajera que han montado sus desvergonzadas señorías en el Senado. ¡Qué maleducados son los señoritos!

Veremos el sesgo de cada portada al informar mañana de esta bronca descomunal del PP contra el presidente del Gobierno. Esta no es mi derecha. Me la están cambiando.

Y me da repelús.

Mariano: por favor, sosiega a la tropa.

«Pero el Gobierno se aferra…» ¿Es información o análisis?

La paz, ¿el sueño de una noche de verano?

SANTIAGO CARRILLO en El País

15/01/2007

La bomba de Barajas ha sorprendido dolorosamente a casi todo el mundo, incluidos algunos dirigentes de Batasuna, si damos fe a sus declaraciones. Llevábamos más de tres años sin muertos. La atmósfera política de Euskadi se había vuelto más respirable, había llegado a parecer casi imposible que ETA repitiese horrores que se daban ya por terminados. El presidente Rodríguez Zapatero, lanzaba mensajes que animaban a la esperanza. ¿Acaso el proceso de paz fue sólo el sueño de una noche de verano?

El 11-M, con sus consecuencias monstruosas había como desplazado al terrorismo de ETA. Fue algo tan brutal que pudo influir hasta el núcleo dirigente de ésta, precipitando una reflexión sobre la flagrante inutilidad de estos métodos. Yo soy de los que piensan que en el momento de la declaración del «alto el fuego permanente», por lo menos los dirigentes que la tomaron creían en la necesidad de la paz negociada y habían llegado a la conclusión de que la táctica seguida hasta entonces había desembocado en un callejón sin salida. Creo que Otegi en Anoeta expresaba un deseo real de encajar al movimiento abertzale en el juego democrático. La dinámica de quienes poseían voluntad de ser un partido electoral aunque hubiera nacido como el brazo político de una organización terrorista, tenía que llevarles cualquiera que fuese su pasado, a la convicción de que en uno u otro momento, en una sociedad democrática sería imposible armonizar ambas tácticas: la lucha por el sufragio y el terror. En un movimiento de las características del abertzale, con una importante base social, pero en cuyo desarrollo la estructura terrorista tuvo un papel dominante, debía llegar un momento en que el estancamiento por la esterilidad de la fórmula plantease a los dirigentes más realistas la necesidad de optar entre las dos tácticas. Y era natural que en el momento de plantearse esa opción surgiera una grave crisis en todo el movimiento.

A veces tengo la duda de si la negociación se llevó pensando que ETA es como un partido político corriente y si no subestimaron las complejidades propias de una organización terrorista clandestina. Un partido político corriente puede disolverse fácilmente, con una simple decisión de su dirección. Sus miembros pueden hacer dos cosas: quedarse en su casa o acercarse a otro de los partidos existentes.

Pero una organización como ETA es algo muy distinto. Se trata de varios centenares -cuando menos- de personas organizadas en comandos, con diversas funciones dedicados a organizar y realizar atentados. La mayor parte, por lo menos la más decisiva, se convierten en profesionales que viven fuera de la ley, a veces hasta con su familia. Las condiciones de tal género de existencia les llevan a crearse un mundo propio, alejado del real, un mundo de ficciones y quimeras, que se alimenta de éstas y termina perdiendo todo contacto con la realidad. El hombre cuyo trabajo consiste en preparar atentados, aunque en el pasado haya tenido inquietudes políticas, termina perdiéndolas, obsesionado por la disciplina a que fuerza una labor que exige concentrar su pensamiento en la obsesiva necesidad de mantener su propia seguridad, de autoprotegerse frente a la sociedad y los servicios de policía que le acechan permanentemente. Y hay terroristas que se acostumbran a vivir así, hasta el día en que fatalmente terminan cayendo.

La dirección de una organización así, que llega a comprender el sinsentido de su existencia y hasta a hacer pública su voluntad de abandonar el camino anterior, tiene por delante un duro trabajo: convencer a esos cientos de clandestinos que se han acostumbrado a un género de vida nada fácil de cambiar. Puede tropezar hasta con grupos de la organización que le acusen de traición. Hasta puede correr el riesgo de que las pistolas se vuelvan contra ella.

Además, ETA soporta la presión de centenares de presos, condenados a largas penas que a veces, en las cárceles, aislados, lejos de sus familiares y vecinos, perpetúan ese mundo aparte, de ficción. Y cuando no tienen esperanza de liberarse pueden ser más extremistas que nadie y exigir que la organización en la calle siga atentando. Y no nos engañemos, el ciudadano corriente puede considerarles criminales, pero ellos en su mundo, se consideran héroes y mártires de una causa incomprendida y suscorreligionarios pueden considerarles también así.

Yo dudo de que todos los que han mediado en esta situación hayan tenido una concepción clara de lo que se traían entre manos y de que disolver una organización como ETA plantea problemas muy complejos que hay que abordar desde fuera con unas dosis de generosidad muy grandes.

Desgraciadamente, ni el Partido Popular ni la AVT estaban por la labor. Desde el primer día combatieron la negociación con todas las armas posibles e intentaron convertir el tema del terrorismo en un pretexto más para minar el prestigio y la autoridad del presidente Rodríguez Zapatero, influyendo incluso con su actitud en el comportamiento de determinados sectores de la Administración del Estado. Bajo esta presión, en el periodo de la negociación se reforzaron las medidas represivas fortaleciendo objetivamente a los que dentro de ETA se inclinaban a mantener el terror. En cualquier caso, estas actitudes debilitaban la posición del Gobierno y, conscientes de ello, los negociadores etarras pudieron cometer el error de creer que podían exigir lo imposible. Sea como sea, lo que resulta indignante es que haya gente que se dice de orden que ha recibido la bomba de Barajas casi como un éxito propio y un fracaso del Gobierno, aprovechando el desastre para reclamar jubilosamente la dimisión de Rodríguez Zapatero.

Hoy todos los demócratas estamos consternados ante los cadáveres de dos inocentes inmigrantes ecuatorianos, que buscando el bienestar en nuestro país han hallado una muerte ciega y criminal que llena de luto a todos los ciudadanos españoles e invita a la solidaridad con los inmigrantes, que por compartir todo con nosotros, comparten también las consecuencias de nuestras luchas tribales.

De esta desgracia hay unos responsables directos, indudables, para los que no sirve ninguna justificación: los etarras que han decidido, o llevado a cabo el atentado. Ellos han roto el alto el fuego, la negociación. Y en cierto modo nos han retrocedido al pasado, a la situación que teníamos hace más de tres años. Algunos creían que ETA estaba ya en las últimas y no podía volver a matar. Y acusaban a Rodríguez Zapatero de rendirse ante ella, cuando al parecer bastaba con los tribunales y la policía para conseguir su disolución. Desgraciadamente, se ha comprobado que ETA puede seguir matando, puede seguir desestabilizando nuestra democracia.

¿Hay acaso alguien que gane con esta catástrofe? Nadie en absoluto. Perdemos todos, aunque algunos se hagan de momento la ilusión de que esto puede ayudar a su retorno al Poder. Pierde también la izquierda abertzale, a quien vuelven a cerrárseles las perspectivas de competir por sus ideas en el terreno democrático. Lo veo difícil porque haría falta mucha inteligencia política y mucho coraje para hacerlo, en una hora en que se endurecen las posiciones y el orgullo y el amor propio puede dar paso fácilmente al empecinamiento.

Hemos perdido todos; seguimos amenazados por el terrorismo. Las bombas y las pistolas aparecen de nuevo. Lo elemental frente al peligro es que nos unamos y que confiemos al Gobierno la dirección de la lucha antiterrorista. Es indudable que el terrorismo no podrá vencer nunca al Estado democrático y que siempre se estrellará frente a él. Pero no podemos ignorar que cualquier degeneración policial es susceptible de poner límites a los derechos y la libertad de los ciudadanos. Cuando el señor Acebes habla de que él sabe cómo vencer a los terroristas, olvida al parecer que España sufrió el mayor atentado de ese género siendo él ministro del Interior y que ni fue capaz de evitarlo ni siquiera se enteró de dónde venía el golpe. Vencer al terrorismo es curar una enfermedad social contra la cual no basta la fuerza: además -y sobre todo- es necesaria la inteligencia política.

A estas alturas tenemos que constatar que el Estado de derecho, e incluso la unidad de las fuerzas políticas estatales -que fue efectiva hasta que el PP, desmarcándose del resto del arco parlamentario, rompió el consenso-, no bastan para poner fin al terrorismo. En treinta años hemos podido comprobar que afirmar lo contrario es una pura ilusión. A despecho de la intransigencia de la dirección del PP, yo pienso que hoy lo prioritario para lograr el fin del terrorismo en Euskadi es mantener las coincidencias alcanzadas entre el Gobierno y el nacionalismo democrático vasco. Por duro que sea lo sucedido y manteniendo la autoridad del Estado, no debemos cerrarnos ningún camino. Y si es verdad que el presidente Rodríguez Zapatero ha asumido riesgos, no lo es menos que el señor Rajoy se enfrenta a la prueba de mostrar que es digno de dirigir un partido conservador democrático de tipo europeo.

Santiago Carrillo, ex secretario general del PCE, es comentarista político.

FIN

Siempre nos quedará Savater… y El Roto

Los límites de la paz

FERNANDO SAVATER en El País10/01/2007

Hace unas semanas, José Blanco acuñó un apotegma taoísta: «Los que no saben, hablan, y los que saben, callan». Bueno, a partir del 30 de diciembre ya quedó claro en cuál de las dos categorías hay que apuntar al Presidente del Gobierno. Aunque la calificación puede extenderse -y con agravantes- a la pléyade de expertos en el asentimiento y el hosanna que se han apiñado últimamente para «asesorar» al prócer en lo tocante al fementido «proceso de paz». Rodeado de tantos empeñados en dar jabón, no es raro que el hombre haya resbalado. Y aún se les oye tocar el tambor a los más obstinados, como a los conejitos de las pilas incansables, llamando al somatén contra el PP, que no apoyó al Gobierno en su confusa aventura. Por cierto que no aclaran lo que hubiéramos ganado si la oposición hubiera brindado en este punto su adhesión inquebrantable al Ejecutivo, salvo que tras el atentado de Barajas se les habría quedado cara de tontos a dos líderes en lugar de sólo a uno. Seguir a estas alturas tratando de culpabilizar a los críticos de Zapatero en nombre de lo que hizo o dejó de hacer Aznar es cubrirse de ridículo, cuando no de alguna sustancia aún más fétida. Pero no cejan porque cuando se les acaba el sectarismo se les agotan las ideas. Incluso hay algún caradura ignorante que sigue llamando «enemigos del proceso de paz» a quienes hicieron desde el primer día las reservas y advertencias que luego se han revelado tan dolorosamente pertinentes.

Sin embargo, tampoco saldremos de pobres con quienes no cesan de bailar la danza de los siete velos pidiendo la cabeza del frustrado Pacificador. Convendría recordar, en cambio, su afirmación más errónea y reveladora: «Hoy estamos mejor que hace un año». Ningún no nacionalista residente en el País Vasco habría suscrito semejante aseveración. Y no sólo por la intensificación de la kale borroka, sino por el regreso de constantes formas de intimidación personal (incluso contra gente moderada del PNV), vuelta a las pintadas y ocupación de espacios públicos por panegíricos del terrorismo, etcétera. Pero también por la perpetuación de una situación de acoso a cuanto no recibe el euskolabel nacionalista en la cultura, la educación, la universidad, los festejos públicos… Si las cosas hubieran realmente mejorado, la gente menos adicta al régimen no seguiría marchándose y los partidos constitucionales no tendrían cada vez más problemas para encontrar voluntarios para las listas electorales. Los aspectos cotidianos que no chorrean sangre pueden hacer también la vida insoportable o humillante para los menos dóciles.

Uno se pregunta: ¿en cuántas localidades de mi tierra me está vedado comprarme una casita en el campo o ni siquiera irme a pasar una temporada? Pongo la ETB: aparece uno de los concursos más populares, Date el bote. Cada uno de los participantes se presenta a sí mismo con una breve cancioncilla y a mí me toca el que canta «ya no se puede ir a los bares a potear tranquilo, están llenos de policías, a ver si los mandamos a todos a Jamaica». Risitas, es lo normal. Luego el programa de debate Políticamente incorrecto, en el que aparecen en sobreimpresión mensajes de los telespectadores: «Los españoles son los terroristas, etcétera». Y si tropiezo con la retransmisión de la gran competición de bertsolaris en el palacio Euskalduna, ni cuento los loores a De Juana Chaos y similares que tendré que ver en pancarta y soportar en verso. La lista es interminable, pero por lo visto sólo interesa a quienes vivimos allí.

Y es que se está confundiendo desde comienzos del llamado «proceso» la paz con la tranquilidad. La paz es la Constitución, el Estado de derecho, los estatutos aprobados según las normas legales y los códigos penales y civiles que se aplican por igual a todos los ciudadanos españoles. Esa paz no pueden darla acuerdos subrepticios con los terroristas, ni con sus portavoces o servicios auxiliares ni con quienes se aprovechan del clima de intimidación para sacar adelante sus proyectos políticos presentados como derechos inamovibles e inalienables. Pero, en cambio, la tranquilidad (que viene de tranca, según nos decían de pequeños) sí es algo que los mafiosos pueden alterar o restituir. Lo que no tenemos desde hace décadas en el País Vasco es tranquilidad: y los más intranquilos de todos estamos quienes hemos luchado por mantener la paz y las libertades constitucionales. También en el resto de España el terrorismo ha sabido alterar criminalmente la tranquilidad de los ciudadanos, tomándoles como rehenes para conseguir sus objetivos en Euskadi. Y lo que ahora ETA y quienes la secundan han ofrecido desde un comienzo al Gobierno no es sino la restauración de la tranquilidad a cambio de modificar la paz constitucional al modo que a ellos les parezca más conveniente. Es decir, aumentando la hegemonía nacionalista y blindándola respecto a futuras intervenciones del Estado español, llámesele a eso independencia o de cualquierotra fórmula transitoria menos provocativa. Por ello tenía que haber una segunda mesa estrictamente política, en la cual figurarían los hasta ayer ilegales junto con los nacionalistas legales que han prosperado durante estos años bajo la sombra del terrorismo y también los no nacionalistas que allí firmarían su acatamiento al nuevo orden que les relegaba a un papel secundario… pero eso sí, mucho más tranquilo. Éste es el fondo del asunto y esto es lo que está en juego: sobre esto es sobre lo que se pretende que haya ese «diálogo» al cual los nacionalistas no quieren como es lógico renunciar (aunque bastantes de ellos deploren ahora los modos y el apresuramiento de los etarras, que pueden echarlo todo a perder con su exceso de celo: por eso dice Egibar que el ciclo de la violencia está «agotado»).

Y ahora ¿qué nos espera? Pues más de lo mismo, pero agravado. Josu Jon Imaz se ha convertido en la gran esperanza blanca de los que quieren a toda costa tranquilizarse asegurando que el PNV ya es más leal a la legalidad constitucional que la Vieja Guardia a Napoleón. No dudo de la buena intención de Imaz ni de muchos de sus correligionarios que le apoyan, pero los que mandan de veras son Ibarretxe, Urkullu, Egibar, Azkarraga y el resto de los convocantes de la manifestación del sábado, en la que los socialistas vascos harán el papel de mamelucos (Patxi López dice que irán porque no quiere que se repita la desunión vergonzosa de las honras fúnebres de Fernando Buesa… ¡como si de lo que ocurrió entonces hubieran tenido la culpa los socialistas!). Y luego vendrán las elecciones municipales. No sé si Batasuna logrará presentarse a ellas con uno u otro nombre, pero en cualquier caso -como siempre- los verdaderamente ilegales serán socialistas y populares, que no encontrarán gente para sus listas, no podrán hacer campaña electoral con la libertad de los demás, etcétera. Consecuencia: mayoría ampliada de los de siempre y viva el tripartito. Ibarretxe seguirá plan en ristre y dirá que más que nunca es necesaria una consulta popular porque los asuntos de los vascos los tenemos que resolver «los de aquí». Continuará la intimidación callejera y quizá también los asesinatos. Y mucha gente de la que aún no se ha ido pensará que con tal de alcanzar por fin cierta tranquilidad cualquier concesión parece razonable…

Sí, hay que hacer algo, claro que hay que hacer algo. Por supuesto, recuperar el Pacto Antiterrorista, sobre todo en su preámbulo, que condenaba el nacionalismo obligatorio estilo Lizarra (luego plan Ibarretxe) como precio al cese del terror. Pero es hora de ir decididamente más allá. Del famoso «proceso» queda en pie una frase que Zapatero repitió varias veces: primero el final de la violencia, luego la política. A lo largo de todos estos años hemos intentado hacer política en el País Vasco a pesar de la violencia y de su permanente adulteración de la voluntad ciudadana intimidada. Pero puede que el Presidente tenga razón y que debamos tomar su fórmula al pie de la letra. Es hora de que los constitucionalistas nos neguemos a participar en el juego político mientras dure el terrorismo. No más elecciones, no más fingimiento de que se puede ser normal en plena anormalidad y de que quienes sacan ventaja de la situación la padecen tanto como sus víctimas directas. La autonomía no puede beneficiar sólo a unos, no es un derecho divino sin contrapartidas ni obligaciones con el Estado. Ya que tanto se invoca el caso irlandés en otras ocasiones, podemos recordar que Blair no ha vacilado en suspender la autonomía mientras no se daban las condiciones políticas y la aceptación de la legalidad necesarias para la convivencia. La pervivencia del terrorismo y de quienes no lo condenan (o lo apoyan) y lo rentabilizan crea una situación excepcional que es preciso encarar con medios políticos excepcionales si queremos alguna vez romper el círculo diabólico en el que estamos metidos. Me parece que todos los ciudadanos que no esperan ventajas directas o indirectas de la coacción etarra o de la subasta política de su liquidación condicional pueden comprender, aceptar y apoyar estas medidas clarificadoras.

Un último recuerdo para nuestros hermanos de Ecuador, que vinieron a España con su esfuerzo y sacrificio para labrarse un futuro, colaborando al desarrollo de nuestro país (como la inmensa mayoría de los inmigrantes, conviene recordarlo), y murieron víctimas de un terrorismo en el que los ricos asesinan a los humildes en nombre de ideales xenófobos y retrógrados, a menudo con la comprensión política -cuando no con la complicidad- del izquierdismo más obtuso y falsario de Europa.

FIN

ETA manda en El Mundo; el Gobierno, en el El País

Actualizado el domingo 10 de diciembre a las 11:10h.

Por un par de comentarios, acabo de percatarme de que ayer marqué por error la casilla de «comentarios cerrados» y otra que dice algo así como «tracbacks cerrados» (que aún no se lo que significa).

Las marqué de forma automática, pensando que lo hacía en las casillas contiguas de «critica de prensa» y «personal«.

Lo siento. Si este blog tiene alguna gracia, procede de los comentarios abiertos y libres de quienes nos visitan.

Gracias por el aviso. Ni siquiera sabía que ciertos post pueden cerrarse a los comentarios. Mejor no saberlo.

Sigo en Almería con un sol espléndido, mala conexión a Internet y lejos de los diarios de papel. Temo la caravana de regreso. Suerte a los del puente.

Saludos

JAMS

—-

El Mundo manda con ETA como sujeto principal de su primera página y El País lo hace con el Gobierno.

Sólo coinciden hoy a la hora de ilustrar su portada con bellísmas fotos de San Sebastián. La ola ataca el Paseo Nuevo que bordea el Monte Urgull, bajo el cementerio de los ingleses. En Almería, el Mediterráneo está en calma y mi palmera ni se inmuta, tan quieta como una estatua.

El País:

El Munod:

Hoy apenas hay noticias, pero sí buenos artículos que intentaré copiar y pegar aquí para que nos aprovechen durante el fin de semana.

Ahí va uno del maestro Savater en El País:

Víctimas

FERNANDO SAVATER

09/12/2006

Las víctimas del terrorismo han tardado mucho en aparecer a la luz pública no sólo en el campo de la realidad social sino también en la literatura o el cine. La mayoría de las novelas y películas centradas en este prolongado horror tienen como protagonistas a etarras, amigos de etarras o familiares de etarras: con mejor o peor fortuna (en general peor, la verdad sea dicha) cuentan los problemas de conciencia, arrepentimientos o reafirmaciones ideológicas de estos voluntariosos criminales. Por lo visto todos tienen mucha «vida interior», aunque al tratarles se les note más bien poco, y desde luego mayor interés dramático que quienes les padecen. En tales narraciones pasa como en los films de Tarantino, donde los pistoleros están llenos de colorido pasional y los liquidados forman parte todo lo más del mobiliario urbano. Según mi criterio, y no quisiera ser injusto con nadie por olvido o desconocimiento, hasta ese admirable puñado de relatos que son Los peces de la amargura (ed. Tusquets), de Fernando Aramburu, las víctimas del terrorismo no habían encontrado un reconocimiento artístico de su humilde calvario a la altura exigible. Dejando aparte, por supuesto, las dos grandes novelas de Raúl Guerra Garrido, Una lectura insólita del capital y sobre todo La carta, pioneras en el tema. Por cierto, Raúl, felicidades por el Premio de las Letras y no permitas que las insidias de algún maledicente profesional enturbien tu merecida fiesta.

Las víctimas han recorrido un significativo trayecto, sin duda muy revelador de los vaivenes de la opinión pública en nuestras sociedades actuales: han pasado del desconocimiento y el desinterés al reconocimiento fervoroso y de éste al recelo político por un lado y a la sacralización mediática por otro. La propia noción de «víctima del terrorismo» es equívoca porque en la inmensa mayoría de los casos se trata más bien de familiares de víctimas que de víctimas en carne propia. En otros casos no existe esta ambigüedad: nadie llama «víctima de la circulación» a la madre o al marido de quien sufrió un choque o atropello, sino sólo a la propia persona damnificada. Claro que los accidentes de tráfico o laborales no están intencionalmente orientados contra la comunidad democrática en cuanto tal y los crímenes terroristas sí. Entre las víctimas de ETA hay de todo, puesto que la propia ETA ha golpeado a la sociedad en sus más diversos grupos y clases: vascos y ciudadanos de otras partes de España, funcionarios y simples particulares, personas destacadas por su lucha de años contra el terrorismo y gente que se enteró de que existía esa lacra sólo cuando les tocó sufrirla a ellos, etc… En cualquier caso, tienen cosas en común: necesitan apoyo social tanto en lo anímico como en los problemas materiales y exigen estricta justicia, es decir, que se aplique a sus agresores el rigor de la ley y no el oportunismo de la política. Quieren que la justicia de todos les ampare, puesto que renuncian a tomársela por su mano: ¿cómo no darles la razón? Cuando les oigo reivindicar «memoria, dignidad y justicia» entiendo muy bien la primera y la tercera de estas exigencias, no tanto la segunda: en efecto, ninguna víctima ni pariente de víctima ha visto nunca en cuestión su dignidad por serlo. Al contrario, los indignos son los asesinos, sus cómplices, sus justificadores teóricos, quienes se aprovechan del terror causado por otros o quienes se han despreocupado de las víctimas hasta que les ha sido políticamente rentable mostrarles estentórea veneración.

Cada una de las víctimas propiamente dichas y de sus familiares o herederos tienen sus propias ideas políticas, ni mejores ni peores por ser suyas que las del resto de los ciudadanos. Ser víctima del terrorismo, en cualquiera de los sentidos, no es haber hecho un máster en filosofía política. Sus opiniones en ese campo no son «respetables» sino «discutibles», como las de usted o las mías: lo respetable, en todo caso, serán las personas que las sostienen. De modo que es inútil insistir en que las víctimas están políticamente manipuladas cuando no dicen lo que quisiéramos oírles. Son mayores de edad y aciertan o se equivocan solas, sin necesidad de que ningún político les coma el tarro. Al contrario, suelen ser los políticos (y no digamos los hooligans mediáticos, aplicados a la rentabilidad del estruendo) quienes se arriman a su sombra para promocionarse a sí mismos mientras parecen jalearles a ellos. Bueno, ¿y qué? Así es la democracia. A mí me parece que el truculento mensaje sobre «traiciones» y «rendiciones» que maneja la AVT -por no hablar de la mezcla del llamado «proceso de paz» con la bazofia ridícula e inconsistente de la supuesta conspiración del 11-M- es una actitud equivocada, que daña la causa que pretende defender. Pero no supongo que al señor Alcaraz le tengan hipnotizado Acebes o Zaplana para decir lo que dice.¿Acaso alguien manipula, por ejemplo, a Suso de Toro cuando asegura sin dudar que Ciutadans representa «el más rancio españolismo»? No, de ningún modo, seguro que lo piensa de veras; bueno, si la palabra «pensar» resulta en este caso exagerada, digamos que lo cree de veras. ¿Que la mayoría de las víctimas confía más en la derecha que en la izquierda? Así parece y la culpa -si culpa hay- no es sólo suya. Recordemos que en este país está vigente la absurda superstición de que los nacionalismos separatistas y étnicos son de izquierdas… ¡y hasta forman mayorías de progreso! Hace poco, Santiago Carrillo decía públicamente: «La paz merece que, por un momento, nos olvidemos de las leyes». No hay mejor síntesis de lo que muchos temen, con razón, que el «proceso de paz» sea o pueda llegar a ser. Y como tienen a Carrillo o a Javier Madrazo por gente de izquierdas, pues prefieren a la derecha. Algunos lo sentimos mucho, pero así está el patio.

Sin embargo, la verdadera y peor manipulación política de las víctimas sigue sin ser denunciada. Porque no consiste en aprovecharse de tales o cuales personas sino del concepto mismo de víctimas del terrorismo. Hoy se prodigan los reconocimientos y las condolencias a las víctimas para hacer creer que la cuestión de ETA es un asunto que fundamentalmente se polariza entre terroristas y víctimas de atentados. Es decir, que se trata de resolver un problema «humanitario»: no más sufrimiento, ni más muerte, no más viudas ni huérfanos, enjuguemos las lágrimas de los dolientes y evitemos que se derramen más, etc… Por eso se habla de «paz», pese a la evidencia de que no estamos en ninguna guerra: porque ese término se presta más a los servicios de la Cruz Roja que la palabra «libertad». Cuando se diseña el acuerdo de convivencia que culminará el proceso de paz, nunca se olvida mencionar el debido respeto y homenaje a las víctimas. Y los representantes más altos del Gobierno vasco acuden a pedir perdón por su desinterés del pasado a las víctimas (sobre todo a las andaluzas: las víctimas son tanto más respetables cuanto más lejanas). Pero en cambio nunca harán el mismo acto de contrición respecto a quienes han sido el objetivo ideológico de ETA todos estos años: los no nacionalistas y sus representantes políticos.

No les he oído nunca decir en público que los no nacionalistas merecen una reparación política y social por la marginación y acoso que han sufrido durante el período de la peor violencia. Tampoco he oído que admitan las ventajas que han obtenido sobre ellos los partidos nacionalistas gracias al terror -lamentable pero útil- impuesto por ETA. Ni lo más importante: que yo sepa, nadie ha reconocido que cuando ETA desaparezca, la convivencia y el fair play democrático pasará por dar cancha a la opción no nacionalista en los campos en que hasta ahora ha sido hostilizada o excluida, no en apretar las tuercas del nacionalismo como pago al cese de la violencia. Porque el problema no está entre ETA por un lado y las víctimas por otro, sino entre el nacionalismo violento y quienes han padecido su agresión por no ser nacionalistas. No se trata de buscar un remedio humanitario, sino de defender derechos constitucionales conculcados.

Los sabios posmodernos que hoy abundan nos aseguran que el asunto es muy complejo y que las interpretaciones varían. No tanto, no tanto… Cuando a Clemenceau le preguntaron qué creía él que dirían los historiadores sobre la Primera Guerra Mundial, repuso: «Seguro que no dicen que Bélgica invadió a Alemania». Por muy flexibles que sean los criterios de interpretación, nadie sostendrá mañana que Irene Villa o Eduardo Madina mutilaron a Txapote o Valentín Lasarte. Ni suscribirán la versión de Ortuondo en Estrasburgo, según la cual la violencia terrorista proviene de la frustración sufrida por algunos nacionalistas ante sus reivindicaciones desatendidas. Nadie dirá que durante los pasados treinta años los no nacionalistas han controlado a su gusto el País Vasco, mientras los nacionalistas vivían en una hostigada semi-clandestinidad. Sin duda hay que «normalizar» políticamente Euskadi. Pero hoy lo anormal es la hipertrofia nacionalista entre una ciudadanía en la que tanto abundan quienes piensan de otro modo. En este conflicto no sólo ha habido muchas víctimas, sino que la principal víctima ha sido la libertad de muchos. ¿Cuántas veces más habrá que volver a decirlo?

FIN

Y este otro del profesor Tamayo en El País:

Estado laico, ¿misión imposible?

JUAN JOSÉ TAMAYO

09/12/2006

No vamos por buen camino en la construcción del Estado laico. Ya la propia Constitución Española de 1978 puede incurrir en cierta contradicción en el artículo 16,3 cuando, tras afirmar que «ninguna religión tendrá carácter estatal», a renglón seguido cita expresamente a la Iglesia católica. Era el primer paso en una dirección inadecuada, que no sólo no se ha corregido, sino que se ha ido agudizando. Todos los gobiernos, de centro, de derecha o de izquierda, han persistido en el error mandato tras mandato. Unos días después de la aprobación de la Constitución, se firmaban los Acuerdos con la Santa Sede, preconstitucionales en su elaboración y quizás anticonstitucionales en algunos puntos. Eran unos pactos de rango internacional que privilegiaban a la Iglesia católica en materias como la enseñanza del catolicismo en la escuela, la atención pastoral a las fuerzas armadas y en los hospitales, en asuntos jurídicos como el reconocimiento de efectos civiles para el matrimonio canónico, en cuestiones económicas como exención de impuestos y dotación para culto y clero, etcétera.

El 20 de diciembre de 1978 nos concentrábamos ante la Nunciatura Apostólica de Madrid 250 cristianos y cristianas para manifestar nuestra oposición a la firma de los Acuerdos. El Nuncio recibió a una comisión a quien comunicó que la firma no era inminente. Los primeros días de enero de 1979 saltaba a la prensa la noticia del acuerdo con la foto correspondiente.

Año y medio después se aprobaba la Ley Orgánica de Libertad Religiosa, con un amplio respaldo parlamentario. Lo más coherente hubiera sido haberla aprobado antes de los Acuerdos con la Santa Sede. Aquí el orden de factores sí alteró el producto. La precedencia de dichos Acuerdos sobre la Ley de Libertad beneficiaba a la Iglesia católica, quien no se sentía afectada por el articulado de la ley de 1980. A su vez, la ley, que apela al principio constitucional de igualdad, consagra la desigualdad y legitima la discriminación, al privilegiar a las confesiones religiosas «de notorio arraigo» sobre las otras religiones. La expresión de «notorio arraigo» resulta harto ambigua e indeterminada y ha dado lugar a un elevado grado de discrecionalidad por parte de la Administración. Algunos juristas creen que la actual Ley de Libertad Religiosa consolida una situación contraria al derecho común y vulnera los principios de laicidad del Estado y de igualdad de todos los ciudadanos.

Los Acuerdos con la Santa Sede, la Ley de Libertad Religiosa y los Acuerdos con la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España, con la Comisión Islámica de España y con las Comunidades Judías de España, establecen religiones de tres clases o categorías: de primera, la Iglesia católica; de segunda, las de notorio arraigo, judaísmo, iglesias evangélicas e islam; de tercera, aquellas a las que no se reconoce el notorio arraigo y no han firmado acuerdos con el Estado español.

La construcción del Estado laico se está convirtiendo en misión casi imposible. No vivimos, es verdad, en un Estado confesional como lo fuera el de la época del nacionalcatolicismo, pero tampoco en un Estado laico o sencillamente no confesional. Quedan todavía no pocos restos de confesionalidad. Algunas de las actuaciones recientes del Gobierno socialista nos alejan todavía más de la laicidad. Una es el acuerdo económico con la Iglesia católica de septiembre de 2006, ratificado en los Presupuestos Generales del Estado de 2007. Otra el borrador de Real Decreto de enseñanzas mínimas de secundaria obligatoria.

Cada vez estamos más lejos del objetivo de la autofinanciación, fijado en los Acuerdos del Estado y la Santa Sede de 1979 y ratificado en 1988 cuando entró en vigor el modelo de asignación tributaria. Si la Iglesia católica tenía privilegios económicos, con el acuerdo de septiembre de 2006 los incrementa, al subir el porcentaje de la asignación tributaria de 0,52% a 0,7%. El catolicismo es la única religión para la que el Estado recauda. El Gobierno ofrece, así, a la Iglesia católica unas condiciones de plausibilidad cada vez más favorables.

Otra prueba del alejamiento del Estado no confesional es el borrador del Real Decreto citado, que ha contado con el justificado regocijo general de las asociaciones católicas de padres de alumnos y con el no disimulado malestar de las asociaciones laicas de profesores y profesoras, de padres y madres de alumnos y alumnas. En materia de enseñanza de la religión, el Gobierno cede a las presiones de sectores católicos que se echaron a la calle para protestar contra la LOE en una manifestación apoyada por la Conferencia Episcopal Española y sigue la misma o similar política de privilegio que los gobiernos del Partido Popular. Mantiene la asignatura confesional de religión como materia evaluable y computable para pasar curso. Establece una alternativa. Deja en manos de los obispos la elección y el cese de los profesores de religión, cuyos salarios son abonados por el Estado. ¡Una excepción a la regla general que establece que «quien paga, manda»!

En conclusión, no estamos en un Estado laico, ni siquiera no-confesional. Tengo la impresión de que cada vez nos vamos alejando más de él. Y, sin embargo, el Estado laico es el marco político y jurídico más adecuado para el respeto al pluralismo ideológico, para el reconocimiento de la libertad de conciencia y para la protección de la libertad religiosa. Pero hay que tomar otra dirección, que pasa por la revisión de la Acuerdos con la Santa Sede y con las confesiones religiosas de notorio arraigo, porque la significación del catolicismo y de las otras religiones es hoy muy distinta a cuando se firmaron. Es necesario, igualmente, elaborar una nueva ley de libertad religiosa, dado que las circunstancias sociorreligiosas de la sociedad española han cambiado sustancialmente en el último cuarto de siglo con la presencia en nuestro país de nuevos movimientos religiosos y espirituales, el fortalecimiento de las religiones judía y evangélica, el crecimiento espectacular del islam y el imparable proceso de secularización.

FIN

Lo nunca visto: «El Gobierno fracasa…» en El País

Dos cosas me han sorprendido hoy al comparar las portadas. Una: El Mundo no dedica sus cuatro columnas a sembrar dudas sobre el 11-M. A ese menester -que en este diario ya es cruzada religiosa- sólo destina el titular de salida a una columna:

Matanza de animales en la finca de Lavandera

¡Quién le ha visto y quien le ve a Pedro Jota tan comedido!

El Mundo manda con Israel, a 4 columnas y con foto centrada de tanques. Aprovecha -eso sí- el despliegue de primera, arriba, para poner un titular declarativo a tres columnas, abajo, también con Israel pero quitándole, de paso, algunas plumas a Zapatero a costa de Rajoy:

Rajoy: «Zapatero ha organizado una cruzada tercermunidsta contra Israel

La segunda cuestión que me ha llamado la atención y que me ha hecho pensar, por un momento, que me había equivocado de diario, ha sido este gran titular de El País, a 4 columnas:

El Gobierno fracasa en el control del dinero negro en inmobiliarias, notarías y abogados

No me digan que no es raro que el El País atribuya el verbo «fracasar» -casi exclusivo de El Mundo– al mismísimo Gobierno…

Lo que les decía hace unos días: este no es mi País que me lo han cambiado.

El Mundo no titula con las dudas del 11-M y El País critica al Gobierno.

¿Hasta dónde vamos a llegar?