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"Sin música, la vida sería un error". (Friedrich Nietzsche).

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La música nos trae sin cuidado

Fíjese atentamente el astuto lector en la fotografía que encabeza esta entrada.

Fue tomada ayer por el fotógrafo de esta casa, el gran Jorge París, y ha salido publicada hoy en la edición impresa de este diario como parte de un reportaje firmado por un servidor. Entre los músicos de la imagen se encuentra el libanés de origen armenio Ara Malikian (izda.) probablemente uno de los mejores violinistas del planeta. También estaba allí, aunque no se le ve en la foto, el tenor José Manuel Zapata, quien ha llevado su voz a escenarios como el Teatro Real de Madrid, el Liceo de Barcelona o la Scala de Milán. Ambos, junto a otros tres virtuosos músicos, bajaron al metro de la capital para presentar el espectáculo de ópera y humor Los divinos, que se estrena hoy en los teatros del Canal. Tocaron, cantaron, bailaron y dieron mucho la nota, en parte por lo llamativo de su indumentaria. Y sin embargo, a muchos viajeros como el de la foto no consiguieron arrancarle siquiera uno de sus auriculares. Ni una mirada.

La curiosa situación me recuerda a un experimento que realizamos hace años en 20 minutos, percisamente con Ara Malikian como protagonista. Al igual que ayer, bajó al suburbano para tocar el violín, y una aplastante mayoría de los viajeros no le hizo el más mínimo caso. El Washington Post realizó un vídeo muy similar protagonizado por otro maestro del mismo instrumento, Joshua Bell, en el que se le puede ver interpretando obras de Bach durante 45 minutos en el metro de Washington. El resultado fue el mismo.

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El que inventó los móviles con altavoz

Debía tener un mal día. O ganas de jodérnoslo a los demás.

De un tiempo a esta parte, no hay vagón de metro sin su particular individuo/a que, con uno de estos cacharros infernales en la mano, nos deleita al resto con su chicharra. No falla.

Todos hemos sido adolescentes, así que sabemos que la vergüenza (y a menudo el respeto) no forman parte de su vocabulario habitual. Al fin y al cabo es lo que toca. Yo era el primero al que las abuelas del barrio dedicaban bonitas palabras cuando pasaba junto a sus perros-patada con el patín. Y cosas peores. Así que no voy a ir ahora de marqués por la vida.

Pero esto es diferente. No comprendo qué tipo de planteamiento puede llevar a una persona a pensar que los demás estamos interesados en oír su música petarda (lo de oír es un decir, porque suenan como el culo). Y es que hay algo mágico en escuchar música con cascos. En ver cómo todo gira alrededor de una canción que en ese momento te pertenece. Pero exteriorizarlo a todo volumen en un lugar público resulta odioso, casi obsceno. Creo que nunca lo haría. Ni aunque volviera a tener 15 años.