Entradas etiquetadas como ‘maternidad’

La revolución de las «madres normales»

Por Lorena Moncholí

Son días difíciles para las madres feministas. Mujeres que son ninguneadas, invisibilizadas y apartadas, incluso por su propio movimiento de “liberación”.

Hace días Pedro Sánchez pactaba con Pablo Iglesias un primer acuerdo para los Presupuestos Generales del Estado de 2019, que contempla, entre otras medidas, la equiparación progresiva de los permisos de paternidad y maternidad (que, por lo visto, serán intransferibles) y la universalización de la educación de cero a tres años.

Cada año se convierten en madres (o son madres de nuevo) casi 400.000 mujeres (391.930 en 2017).

Todas ellas vivirán un embarazo, que podrá ser más o menos fácil y llevadero, dependiendo de sus circunstancias personales o sociales, pero que en cualquier caso, cambiará y alterará su cuerpo para siempre. Todas darán a luz y de ellas un 26% aproximadamente (según los datos del INE) lo hará mediante cesárea. Todas experimentarán el proceso hormonal de subida de la leche cuando la placenta se desprenda de su cuerpo y cada una decidirá, en ese momento, si quiere amamantar o no a su bebé. Sólo un 30% de madres lo seguirá haciendo a los 4 meses de vida de su hijo, o su hija.

Todas pasarán por la necesidad de recuperarse de su parto. Para algunas será coser y cantar. Para otras (y más si han sufrido intervenciones necesarias, innecesarias o violencia obstétrica, según los casos) será un suplicio, que puede durar años.

Grabado que representa a las mujeres marchando sobre Versalles, el 5 de octubre de 1789. Autor o autora desconocida.

Todas, sean de la clase que sean y tengan la ideología que tengan, pasarán por la exterogestación (que también vivirá su bebé sí o sí) y el puerperio, aunque le pese al feminismo hegemónico de la igualdad que impera en este país. Algunas lo vivirán bien, otras “como se pueda” y otras caerán en una depresión postparto.

Y a pesar de todo ello, el padre o la otra madre -que no ha gestado y parido- va a tener los mismos permisos que ella. Algo falla en la comprensión de lo que es la igualdad formal y material.

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Las pérdidas que no nos permiten llorar

Por Mayte Mederos

Hace 14 años que perdí a mi hijo Claudio. En septiembre de 2004 yo era una madre feliz, con una preciosa hija de un año y viviendo un embarazo muy deseado, que estaba ya en su ecuador. Pero en la ecografía de control, tras unos ilusionados segundos esperando para oír, como otras veces, el latido, su ausencia habló por sí misma. La ilusión se volvió angustia, la angustia una negra certeza, y ya no hizo falta que nos dijeran que su corazón se había parado.

Recuerdo elaborado por la autora sobre un dibujo de Álvaro Manzanero. Imagen de Mayte Mederos.

Me ingresaron en el hospital, y me medicaron para inducir el parto. Pero fue más lento de lo previsto, y pasé dos días enteros en el paritorio. Yo sabía bien de la ilusión de esas horas de espera, de la mano de tu pareja, y con la familia dos puertas más allá pasando nervios hasta que llega el ansiado llanto del bebé. Sin embargo esta vez me acompañaba solo el silencio. Las horas resbalaban unas sobre otras, densas y sordas, sin más sonido que el de mi mente queriendo racionalizar la situación para no salir corriendo.

Parirlo no fue más fácil que dar a luz a un niño vivo. Y por contra, qué duro asimilar que todo ese esfuerzo que te rompe las entrañas es para traer al mundo a un hijo muerto. Un fantasma sin nombre al que el médico, en un exceso de paternalismo trasnochado, no me dejó siquiera ver, ni besar.

Mi segundo hijo no tuvo nada para él. Ningún familiar en la sala de espera, tomando café en las largas horas de paritorio. Ni una canastilla, ni celebración. Ni siquiera un nombre. Como llegó se fue, y sólo quedó un espeso silencio de años. Porque una vez que me levanté de la camilla, nadie más volvió a nombrarlo. Ni en casa, ni en la calle, ni en el trabajo. Pasó a ser un mal sueño, y yo cumplí con mi papel de no molestar a nadie con mi propio dolor. La pena negra quedó aprisionada en lo más hondo, como si no existiera.

Ha pasado el tiempo, y hoy tengo una feliz familia numerosa y bastante poco tiempo para pensar. Pero la vida guarda ases en la manga, y hace unas semanas acompañé a mi mujer a un festival de cine que organizan cada año sus compañeras matronas. A lo largo de varias tardes disfrutamos de películas divertidas y emocionantes sobre la maternidad. Y el último día, también de un intenso documental: Still Loved. No sólo cuenta la historia de siete familias que se recuperan de la pérdida de sus bebés, sino que planta cara al tabú social de la muerte fetal y ofrece emocionantes visiones de cómo cada una se enfrenta a la pérdida y la trata de superar.

Yo no estaba segura de querer ir a esa sesión final, pero a última hora me armé de valor y lo hice. Tenía mucho miedo de meterme en terreno desconocido, después de años de contención. Y fue duro, pero también sorprendente. Porque me abrió la puerta a la consciencia. Y por fin me di permiso para recordar que no sólo había perdido un bebé, en el que ya había proyectado tanto amor. Sino que además, al no haber sido a término, no había podido enterrarlo ni llorarlo con los míos. Ni siquiera tenerlo en mis brazos, algo tan terapéutico y necesario para poder hacer el duelo.

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Mujeres, no madres

Por Carmen Sarmiento

Desde hace años participo en el Encuentro ‘Mujeres que transforman el Mundo’ que organiza el Ayuntamiento de Segovia. Tengo que decir que ningún año me han defraudado, prueba de ello es que siempre que puedo vuelvo para escuchar y disfrutar con las entrevistas que mis compañeras periodistas realizan a mujeres llegadas desde distintas partes del planeta. Todas me han gustado. Este año me ha sorprendido, muy gratamente, el diálogo establecido entre la periodista Marieta Frías y Orna Donath, socióloga e investigadora israelí que publicó en 2015 el libro: ‘Madres arrepentidas. Una mirada radical a la maternidad y sus falacias sociales‘. Este libro, según nos contó, causó un gran revuelo en cada uno de los más de 12 países en donde se ha editado.

Orna Donath (derecha) durante su entrevista con Marieta Frías en el Encuentro Mujeres que transforman el mundo. Foto: Carmen Sarmiento.

El tema me atrajo desde el primer momento porque siempre he mantenido que la maternidad no es un instinto natural sino un comportamiento adquirido. Yo no tengo hijos, es más, nunca he tenido la necesidad de tenerlos y no por eso me he sentido menos persona o una mujer incompleta. Nunca he creído que el fin de la mujer sea procrear y que si no lo llevas a cabo no estás realizada plenamente. A algunas de mis colegas con las que comentábamos este tema pensaban lo mismo: no hemos tenido hijos no porque nos hayamos dedicado a un trabajo excluyente. No hemos tenido hijos porque no hemos querido tenerlos. Esto nos ha permitido dedicarnos a un trabajo más implicativo.

Pero el libro de Orna va más allá y no habla de las mujeres que no queremos tener hijos, que somos muchas, sino de las que los tienen y se arrepienten, y además no son bichos raros, ni enfermas. En el libro hay testimonios de 23 mujeres que afirmaron en las entrevistas que se arrepentían de haber tenido hijos. Desde que salió el libro a la escritora le llegan cotidianamente mensajes de mujeres de todo el mundo confirmando esta misma idea.
Siempre he pensado que esta es una construcción de la sociedad machista en la que nos movemos y así lo afirmó Orna contestando a la pregunta de Marieta Frías sobre a quién beneficia la maternidad de las mujeres. Orna contestó que las sociedades patriarcales y capitalistas necesitan a las mujeres teniendo hijos y dedicándose a su cuidado.

‘Hay una historia que a la sociedad le gusta contarnos que dice que las mujeres no somos personas completas hasta que nos convertimos en madres’.

Al hablar del estudio que había realizado y del que parte el libro, comentó:

La parte más difícil del estudio fue transcribir las entrevistas. Me encontré muchas veces llorando por lo que estaba escuchando porque podía imaginar lo que era vivir una vida que no quieres vivir. Y que no puedes deshacer’.

Y subrayó que muchas veces se piensa que las madres arrepentidas son mujeres que por motivos económicos o sociales, sufren la maternidad por la sobrecarga que representa. Sin embargo Orna desmitificó esta idea:

Las mujeres que participaron del estudio pertenecen a distintos grupos sociales. Por eso digo que no es sólo una cuestión de condiciones. Es simplemente que no todas las mujeres deseamos ser madres’.

También hay madres que se arrepienten incluso en países donde se ha conseguido la igualdad de género y aparentemente no hay excusas para dejar de ser madre, como puede ser el caso de Noruega.

El diálogo terminó con una afirmación, con la que coincido totalmente, por parte de Orna:

‘La sociedad tiene miedo de las mujeres que no deseamos ser madres porque si nosotras tenemos el control sobre nuestros cuerpos, pensamientos y sentimientos esto implica el caos para la sociedad patriarcal.’

Carmen Sarmiento

 

Carmen Sarmiento es periodista de información internacional y social. Ha dirigido en TVE series documentales como Los Marginados, Los Excluidos o Mujeres de América Latina.

Feminismos y feminismos

Por Lorena Moncholí

Nunca he leído a Carmen Posadas, sus libros nunca me han despertado interés y sus opiniones tampoco. Pero el domingo 5 de junio mi móvil empezó a echar humo, cuando varias personas me compartieron el artículo “Zavalita y las feministas” que esta escritora publicó en un suplemento dominical, y tuve que leerlo. Un artículo que más bien pienso que escribió desde esa desesperación por no saber qué tema tratar cuando estás obligada a entregar “algo” al periódico esa misma noche y entonces tomas la decisión poco meditada de meterte con lo primero que se te pasa por la cabeza.

Algunas personas se declaran feministas pero les parece mal que las mujeres tomen sus propias decisiones respecto a temas como la lactancia o la menstruación. Nouvelle Terre, de Eleanor Colburn. Imagen publicada en tenemostetas.com

Algunas personas se declaran feministas pero les parece mal que las mujeres tomen sus propias decisiones respecto a temas como la lactancia o la menstruación. Nouvelle Terre, de Eleanor Colburn. Imagen publicada en tenemostetas.com

Y a pesar de identificarse como feminista, eligió insultar a mujeres, que es fácil y sale gratis, casi siempre. Porque mi sensación es que doña Carmen Posadas, en ese texto, me faltó al respeto. A mí y muchas mujeres en este país, aunque lo haya hecho a lo “Santiago Zavala mirando a su Perú”, preguntándose, -como si estuviera en aquella avenida descrita por Vargas Llosa- por qué las feministas de ahora le hemos “jodido” (sic) su feminismo, -un feminismo que otras personas pueden considerar machista y de mentiras-, con el que ella estaba tan cómoda y por el que tanto luchó.

Y lo ha hecho desde lejos, desde ese altar desde donde escribe y al parecer mirándonos con cara de asco a otras mujeres porque menstruamos y amamantamos. Y, además, trabajamos y algunas cosen y hacen pasteles -para su asombro- y nos dice que todo junto no se puede hacer, que esas ‘conductas neomujeriles’ (sic) le están estropeando la paraeta y son la causa de la violencia de género, además. Porque ella quiere su feminismo, el de siempre, el de querer parecerse al “hombre blanco heterosexual de 40” a toda costa y negarse una misma como mujer.

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Madres y coraje

Por Nuria Coronado

En el instante precioso y preciso en el que la maternidad llama a las puertas del hogar nace también la imperiosa necesidad de cuidar más allá de las medidas racionales del tiempo y del espacio de ese ser tan especial. Es entonces cuando haces un pacto contigo misma y te prometes, desde el rincón más cálido y hermoso de tu alma, que le cuidarás y acompañarás en el viaje de la vida con dos propósitos: que sea feliz y nunca le pase nada.

Sin embargo hay veces que esa promesa se vea sacudida por un terremoto inesperado de intensidad tal, que deja ese juramento en la zona cero de la tristeza. Es entonces, cuando uno se queda en ese territorio o, a pesar del dolor, saca fuerzas que no se sabe de dónde vienen pero si para el lugar al que van. Maria Jesús González, madre de Irene Villa, lo sabe bien. Aquel 17 de octubre de 1991 se dirigía con su hija de 12 años al colegio cuando una bomba colocada bajo su coche y no solo cargada de explosivos, sino de la peor de las iras, les cambió la vida para siempre. O eso parece. “Solo nos cambió por fuera, por dentro seguimos siendo las mismas”, me dice.

María Jesús González con sus hijas, Irene y Virginia.

María Jesús González con sus hijas, Irene y Virginia. Imagen familiar.

Su pequeña además de sus piernas y tres dedos de una mano dejó en la acera en la que yacía sus sueños de bailar, de desfilar como una modelo o de seguir haciendo esas manualidades que tanto le gustaban. Ella también quedó incapacitada: sin una pierna y un brazo. A pesar del durísimo golpe y de tantas idas y venidas por largos pasillos de hospitales y quirófanos, que no habían hecho más que empezar, decidió seguir adelante para dar ejemplo y esperanza a su querida niña. Decidió que la vida seguía mereciendo la pena.Saberla y sentirla viva después de tanto horror me bastaba. Era lo único que quería y necesitaba escuchar para seguir adelante”, dice. Su amor de madre pudo más que la incomprensión de aquellos que no entendían como podía sonreír y estar contenta después de todo lo vivido o como antepuso por egoísmo personal su paz interior al odio para siempre a quienes les hicieron aquello. “Lo que no habría podido asimilar era saber que a Irene le hubiera pasado lo peor. ¿Cómo se sobrevive a la muerte de un hijo?”, recalca.

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No sólo un día al año

Por Alejandra Luengo Alejandra Luengo

Hay días de los que todo el mundo se suele acordar; el día de la madre, el del padre, el de San Valentín, el de la mujer… Ahora que está cerca el primero, qué mejor momento para tener presente la maternidad.
Lo cierto es que frecuentemente cuando se piensa en las madres nos viene a la mente las que son jóvenes y dejamos de lado a aquellas que lo fueron primero, las mayores, que ahora además de madres incluso pueden ser abuelas.
La realidad es que ser madre es para toda la vida, no sólo cuando se es joven, vital, resolutiva, cuidadora, independiente o fuerte. Por eso este post va dedicado a las madres mayores, esas que frecuentemente están tan olvidadas por parte de la sociedad y de gran parte de sus familias, a muchas de ellas que viven solas, o en residencias, que pueden encontrarse con dolencias o enfermedades, pero que siguen siendo madres.

Imagen de promoción del Concurso de Fotografía Intergenracional de la Fundación Amigos de los Mayores.

Imagen de promoción del Concurso de Fotografía Intergenracional de la Fundación Amigos de los Mayores.

Son mujeres que experimentaron la maternidad hace cincuenta, sesenta o incluso setenta años cuando todavía no estaba ni siquiera presente la democracia en España y tuvieron que asumir, supuestamente sin rechistar, los condicionantes de una época histórica, social y política que las mantenía al margen.

Personas que han tenido que vivir e interiorizar cambios para los que nadie las preparó y han allanado el camino a las que hemos venido después. Mujeres que frecuentemente fueron educadas en un patriarcado que potenciaba la sumisión, la entrega incondicional y la dependencia de la mujer, pero que también lo cuestionaron o quisieron que sus hijas y nietas no viviesen lo mismo.

Al hilo de esto hace semanas una chica en la consulta me relataba como su abuela de más de ochenta años le aconsejaba, que no tuviese prisa por casarse y que disfrutase, experimentase y apreciase todo aquello que la vida le ofrecía sin tener como objetivo vital prioritario casarse y tener hijos. Esta mujer, que actualmente vive en una residencia de personas mayores, defendía la libertad, el aprendizaje, y la experimentación de la nieta; toda una apuesta por la vida en la vejez.

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42 años en la piel de un hombre

Por Silvia Martínez Valero Silvia Martínez Valero

Hace unos días le era entregado a Sisa Abu Dauh, una valiente mujer que había pasado los últimos cuarenta y dos años en la piel de un hombre, el premio a la madre egipcia más extraordinaria. Nacida en 1950 en un poblado de campesinos llamado Al Aqaltah, Sisa nunca pudo salir para ir a la escuela o aprender un oficio como hacían los muchachos. En lugar de aquello, hubo de quedarse en casa y contraer matrimonio con un hombre bastante mayor que ella y que falleció durante el embarazo del que sería su único descendiente. Todo lo que se esperaba de ella era formar un hogar y, sin embargo, en aquel momento Sisa se encontró con una grave dificultad; criar a su hija sola.

Sisa recibe el premio a la madre más excepcional. Imagen de girlsglobe

Sisa recibe el premio a la madre más excepcional. Imagen de girlsglobe

Su familia le denegó enseguida la propuesta de trabajar para ganar algo de dinero ya que alegaban que era inaceptable la idea de que una mujer saliera diariamente a ganarse el jornal. Lo que debía hacer, de inmediato y sin protestar, era entregar a la niña a la familia de su difunto esposo.

Así, Sisa se vio obligada a comprender que la única manera de ver crecer a su niña en un mundo de hombres, era transformarse en uno. Se afeitó completamente la cabeza, se acomodó un turbante alrededor, se camufló lo mejor que pudo y salió a buscar empleo. Trabajó en el campo, en la construcción, como limpiabotas… No le hizo ascos a nada y fue sacando la fuerza de la mirada de su pequeña cada mañana.

Nunca se preocupó demasiado por ocultar su aspecto y en ocasiones fue descubierta. Por ello, en su día a día no debía procurar solo la seguridad y bienestar de su hija, sino que además debía velar por su propia integridad física; viéndose presa de la angustia en más de una ocasión.

Era mujer, sí, pero en su vida desempeñó sus trabajos como el mejor de los varones. “Era joven y todavía tenía la fuerza de diez hombres. Me partí el lomo como el que más”. Su condición femenina era un secreto a voces, sin embargo, ella nunca se quitó su falso atuendo ni reconoció o desmintió nada. Aquella era ya su piel.

A día de hoy, cuarenta y dos años más tarde, nadie le cuestionaría a Sisa su capacidad para trabajar o criar a su hija en perfectas condiciones; nadie dudaría que puede realizar las mismas tareas que un hombre y, aún así, nadie se lo permitió. Tuvo que demostrarlo de la manera más eficaz y, en su caso, la única posible; haciéndolo. Aun ahora, es ella la que se levanta cada mañana y se deja la piel en la calle para que la familia de su hija coma porque su marido, el “hombre de la casa”, está en paro. Y lo hace vestida de varón, como toda la vida porque sabe que no puede arriesgarse a que todo lo que ha conseguido se desvanezca al quitarse el disfraz.

Ojalá llegue el día en el que una mujer pueda hacerse cargo de su familia y de su vida sin dar cuentas a nadie. Ojalá pueda hacerlo sabiendo, ella y todo el mundo, que es una mujer. Mujer en todos los sentidos.

Silvia Martínez Valero es una joven estudiante y constructora de historias.

Derechos de quita y pon

Por Sandra Johansson sjohansson

Nunca había imaginado que los derechos de las mujeres pudiesen conquistarse con puntos y comas; pero los derechos también avanzan o retroceden con lápiz y borrador. Una sola palabra puede marcar la diferencia, por eso justo antes de la ansiada semana de vacaciones, feministas de todo el mundo nos dedicamos en Nueva York, en la 47ª Comisión de Población y Desarrollo, a marcar esa diferencia en una de las reuniones de mayor importancia para garantizar uno de los derechos humanos más fundamentales: los derechos sexuales y reproductivos.

Reunión de la 47ª Comisión de Población y Desarrollo de Naciones Unidas, en abril de 2014. Imagen: UNFPA.

Reunión de la 47ª Comisión de Población y Desarrollo de Naciones Unidas, en abril de 2014. Imagen: UNFPA.

El documento final de esta conferencia no sólo son palabras; para bien o para mal es una declaración de intenciones, que marcará  el rumbo a seguir durante las próximas décadas para garantizar estos derechos tan íntimos y tan controvertidos a la vez. Pero las palabras importan. Importan a los estados, porque les comprometen. E importan para millones de personas, porque son la diferencia entre tener o no derecho a decidir sobre las cuestiones más fundamentales de su existencia: ¿Quiero tener hijos? ¿Ahora? ¿Cuántos? ¿Quiero casarme? ¿Quiero tener relaciones sexuales? ¿Con quién?… 

Cartel de la campaña '20 formas en las que ha cambiado el mundo en los últimos 20 años'. Su texto dice: El uso de anticonceptivos ha crecido. Pero todavía hay una enorme necesidad sin cubrir. Unos 222 millones de mujeres no tienen acceso a métodos modernos de contracepción.' Imagen: UNDPA.

Cartel de la campaña ’20 formas en las que ha cambiado el mundo en los últimos 20 años’. Su texto dice: El uso de anticonceptivos ha crecido. Pero todavía hay una enorme necesidad sin cubrir. Unos 222 millones de mujeres no tienen acceso a métodos modernos de contracepción.’ Imagen: UNDPA.

El mejor ejemplo es la palabra aborto. Los estados combinan este sustantivo con adjetivos como ‘legal’ y ‘seguro’, lejos de la realidad, pero de acuerdo con sus convicciones. Para los que ganaron la batalla esta vez, se trata de ‘abortos seguros únicamente donde son legales’. Una combinación de palabras que tiene como consecuencia que 47.000 mujeres mueran al año debido a abortos inseguros. Las mujeres abortan digan lo que digan las leyes. La diferencia está en si lo pueden hacer en condiciones seguras o no. Algo que con unas palabras bien combinadas, se puede hacer realidad. ‘Abortos seguros’ a secas. Para todas. Vivan donde vivan. Para ellas  no es un juego de palabras, es cuestión de vida y muerte.

Por otra parte, la inclusión de la palabra soberanía también borra de un plumazo derechos conquistados a lo largo de décadas. No estamos hablando de soberanía sobre nuestros cuerpos, como los territorios independientes que son. Hablamos de la soberanía a la que se acogen los estados para no respetar los derechos de las mujeres. Un cheque en blanco para tener el ‘derecho soberano’ de implementar, o no, los compromisos acordados a nivel internacional, según sus valores religiosos, éticos y culturales. Esto significa mantener leyes que violan derechos básicos, como el derecho a ser niñas, y no esposas.

En este sentido no deja ser curioso cómo los países forman alianzas que en otros contextos serían  imposibles, como es el caso del grupo árabe y la Santa Sede. Su delegado decía no entender por qué la gente necesita tantos derechos sexuales y reproductivos, él tampoco los puede ejercer y no hay ningún problema. Controversias aparte, no deja de ser irónico ya que precisamente el haber elegido libremente vivir en celibato y no casarse, implica que de facto está ejerciendo sus derechos sexuales y reproductivos. Si fuera una niña de 10 años en muchos países del mundo, es muy poco probable que hubiera podido hacer esa elección.  Ya le hubieran concertado un matrimonio.

A pesar del fuerte vínculo con el desarrollo, palabras como derechos sexuales y reproductivos son verdaderos tabúes, pero son claves para acabar con las desigualdades sociales y económicas en todo el mundo. El desarrollo sostenible solo es posible si estos derechos se cumplen.

Sandra Johansson, activista por los derechos de las mujeres, trabaja en Alianza por la Solidaridad

El parto ‘lost in translation’

Por Raquel García Hermida Raquel García Hermida

Una noche de este verano, luchando contra el insomnio propio de las últimas semanas de embarazo, me puse a ver en el Canal Internacional de TVE un reportaje sobre la colonia alemana en Mallorca. Es de todos sabido que los teutones (y estoy generalizando) instalados en las Pitiusas se han distinguido históricamente por su completo desapego hacia todo lo español, desde el idioma hasta la comida.

Desengáñense: el fenómeno no es fruto de la arrogancia de los europeos del norte que ven sus costumbres como innegociables aunque lleven veinte años disfrutando del sol mediterráneo (y de la calidad y práctica gratuidad de los servicios médicos españoles, de paso). Los españoles, muy dados mirar la paja en el ojo ajeno pero a ignorar las vigas de cemento armado en el propio, somos iguales o peores, con la desventaja de que solemos tener menor poder adquisitivo y los países que nos acogen tienden a plegarse menos a nuestras exigencias. En tres años de estancia en Washington, DC no dejé de sorprenderme ante la capacidad de la colonia patria para mantener hasta los hábitos propios más estrafalarios: jamás olvidaré las caras de los transeúntes de la concurrida plaza de Dupont Circle ante el espectáculo de unas docenas de españoles, servidora incluida, metidos en la fuente celebrando una victoria futbolística.

'Patada al diccionario'. Ilustración original de Anasara Lafuente.

‘Patada al diccionario’. Ilustración original de Anasara Lafuente.

 

Personalmente, este tipo de separatismos me parece una aberración (también lo de meterse en la fuente: pecadillos de juventud y cosas de la euforia). Dificultan enormemente la integración en la sociedad de acogida (una cuestión, al fin y al cabo, más o menos voluntaria), pero es que además puede complicarle mucho a una cuestiones fundamentales, como por ejemplo la maternidad.

Y no me estoy refiriendo a los trámites burocráticos relacionados, sobre lo que ya hablé en una entrada anterior, sino al acto físico y sempiterno de llevar a término un embarazo y dar a luz. Porque ‘push, push, push‘ lo hemos podido escuchar en las películas o las series, ¿pero qué me dicen de ‘wacht maar tot je een weën krijgt en dan begin met persen’? O ‘de baby komt niet door, mag ik je knipen?‘ (aquí tienen la buena costumbre de pedirte permiso antes de hacerte una episiotomía). No entender con precisión algunas de esas instrucciones puede poner en riesgo tu vida y la de tu bebé, y no todas las mujeres migrantes pueden recurrir a un idioma común como el inglés, aunque lo hablen más bien que mal. En algunos lugares, como en España, ni siquiera pueden tener la seguridad que todo el personal sanitario vaya a poderse comunicar de forma inteligible en otra lengua que no sea el castellano, algo que por suerte no ocurre en los Países Bajos.

El camino que termina con la matrona exclamando ‘Gefeliciteerd, jullie hebben een meisje!‘ es largo y a veces tortuoso. ¿Por qué nos empeñamos en complicarlo aún más? Los mágicos poderes de Google Translate son inútiles entre contracción y contracción, palabra de madre.
Raquel García ha dedicado su carrera profesional a la comunicación política y social en organizaciones de España y Estados Unidos. Su última parada es Gorredijk, una pequeña comunidad rural en los Países Bajos, desde donde escribe sobre los retos de la emigración, la maternidad y cómo conciliar las aspiraciones personales y laborales.

Beatriz sólo quiere vivir

Por María del Pozo María del Pozo

¿Quién es Beatriz? Beatriz es una mujer salvadoreña de 22 años, madre de un hijo de un año de edad y que quería ser madre por segunda vez. Está embarazada de 2semanas Lamentablemente, tres pruebas realizadas han confirmado que el feto es anencefálico (le falta gran parte del cerebro y el cráneo). Casi todos los bebés anencefálicos mueren antes del parto, o unas horas o días después de nacer. Así que Beatriz no podrá ser madre de su segundo hijo.

 

Pero el problema es aún mas complejo. A la triste realidad del bebé se suma que, si nadie toma medidas urgentes, Beatriz ni siquiera va a poder seguir siendo madre de su primer hijo y éste quedaría huérfano. Beatriz está sufriendo, Beatriz podría morirBeatriz sufre problemas de salud que ponen su vida en peligro durante su embarazo. Tiene un historial de lupus, enfermedad en la cual el sistema inmunológico ataca los tejidos del propio cuerpo, y una enfermedad renal relacionada con el lupus.

Los médicos dicen que Beatriz podría morir si continúa con su embarazo, pero no la han tratado porque temen ser procesados bajo las estrictas leyes anti-aborto del país. El miércoles 29 de mayo, después de injustificados retrasos ante la urgencia del tema, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) de El Salvador se ha pronunciado obligando a las autoridades de salud a garantizar el tratamiento que en cada momento resulte idóneo para su “condición médica”

Ahora ya el Gobierno de El Salvador no tiene excusa, ya no puede retrasarlo más. Debe tomar medidas urgentes. Las autoridades deben, de forma inmediata, proveer a Beatriz del tratamiento médico vital que, hasta ahora, le ha sido negado. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos y cuatro expertos de Naciones Unidas han instado al gobierno de El Salvador a proporcionarle a Beatriz el tratamiento médico que necesita, pero el gobierno aún no lo ha hecho.

La comunidad internacional no puede dar la espalda a Beatriz. Es necesario que el Gobierno español y la Unión Europea se movilicen, es necesario salvar la vida de Beatriz.

Sobre la mesa: una gran falta de humanidad, una ruleta rusa. Estamos ante el derecho a la vida de la madre, o el derecho de la muerte de los dos y un nuevo huérfano. ¿Dónde está el bien mayor que proteger? Si las cosas no cambian, yo solo veo un mal mayor.

Si nadie lo remedia Beatriz va a convertirse en un daño colateral de una guerra que nada tiene que ver con ella. Ella está de espectadora, pero ella nos pide ayuda, a todos, a ti también.

El derecho a la vida de Beatriz es sagrado. Ponte en su lugar, tú si fueras ella ¿no querrías también vivir?

Más de 81.000 personas se han sumado a la petición dirigida al Gobierno de El Salvador para garantizar el tratamiento médico adecuado.  Tu firma también es necesaria

 

 

María del Pozo es responsable de relaciones institucionales y política exterior de Amnistía Internacional