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Derechos de quita y pon

Por Sandra Johansson sjohansson

Nunca había imaginado que los derechos de las mujeres pudiesen conquistarse con puntos y comas; pero los derechos también avanzan o retroceden con lápiz y borrador. Una sola palabra puede marcar la diferencia, por eso justo antes de la ansiada semana de vacaciones, feministas de todo el mundo nos dedicamos en Nueva York, en la 47ª Comisión de Población y Desarrollo, a marcar esa diferencia en una de las reuniones de mayor importancia para garantizar uno de los derechos humanos más fundamentales: los derechos sexuales y reproductivos.

Reunión de la 47ª Comisión de Población y Desarrollo de Naciones Unidas, en abril de 2014. Imagen: UNFPA.

Reunión de la 47ª Comisión de Población y Desarrollo de Naciones Unidas, en abril de 2014. Imagen: UNFPA.

El documento final de esta conferencia no sólo son palabras; para bien o para mal es una declaración de intenciones, que marcará  el rumbo a seguir durante las próximas décadas para garantizar estos derechos tan íntimos y tan controvertidos a la vez. Pero las palabras importan. Importan a los estados, porque les comprometen. E importan para millones de personas, porque son la diferencia entre tener o no derecho a decidir sobre las cuestiones más fundamentales de su existencia: ¿Quiero tener hijos? ¿Ahora? ¿Cuántos? ¿Quiero casarme? ¿Quiero tener relaciones sexuales? ¿Con quién?… 

Cartel de la campaña '20 formas en las que ha cambiado el mundo en los últimos 20 años'. Su texto dice: El uso de anticonceptivos ha crecido. Pero todavía hay una enorme necesidad sin cubrir. Unos 222 millones de mujeres no tienen acceso a métodos modernos de contracepción.' Imagen: UNDPA.

Cartel de la campaña ’20 formas en las que ha cambiado el mundo en los últimos 20 años’. Su texto dice: El uso de anticonceptivos ha crecido. Pero todavía hay una enorme necesidad sin cubrir. Unos 222 millones de mujeres no tienen acceso a métodos modernos de contracepción.’ Imagen: UNDPA.

El mejor ejemplo es la palabra aborto. Los estados combinan este sustantivo con adjetivos como ‘legal’ y ‘seguro’, lejos de la realidad, pero de acuerdo con sus convicciones. Para los que ganaron la batalla esta vez, se trata de ‘abortos seguros únicamente donde son legales’. Una combinación de palabras que tiene como consecuencia que 47.000 mujeres mueran al año debido a abortos inseguros. Las mujeres abortan digan lo que digan las leyes. La diferencia está en si lo pueden hacer en condiciones seguras o no. Algo que con unas palabras bien combinadas, se puede hacer realidad. ‘Abortos seguros’ a secas. Para todas. Vivan donde vivan. Para ellas  no es un juego de palabras, es cuestión de vida y muerte.

Por otra parte, la inclusión de la palabra soberanía también borra de un plumazo derechos conquistados a lo largo de décadas. No estamos hablando de soberanía sobre nuestros cuerpos, como los territorios independientes que son. Hablamos de la soberanía a la que se acogen los estados para no respetar los derechos de las mujeres. Un cheque en blanco para tener el ‘derecho soberano’ de implementar, o no, los compromisos acordados a nivel internacional, según sus valores religiosos, éticos y culturales. Esto significa mantener leyes que violan derechos básicos, como el derecho a ser niñas, y no esposas.

En este sentido no deja ser curioso cómo los países forman alianzas que en otros contextos serían  imposibles, como es el caso del grupo árabe y la Santa Sede. Su delegado decía no entender por qué la gente necesita tantos derechos sexuales y reproductivos, él tampoco los puede ejercer y no hay ningún problema. Controversias aparte, no deja de ser irónico ya que precisamente el haber elegido libremente vivir en celibato y no casarse, implica que de facto está ejerciendo sus derechos sexuales y reproductivos. Si fuera una niña de 10 años en muchos países del mundo, es muy poco probable que hubiera podido hacer esa elección.  Ya le hubieran concertado un matrimonio.

A pesar del fuerte vínculo con el desarrollo, palabras como derechos sexuales y reproductivos son verdaderos tabúes, pero son claves para acabar con las desigualdades sociales y económicas en todo el mundo. El desarrollo sostenible solo es posible si estos derechos se cumplen.

Sandra Johansson, activista por los derechos de las mujeres, trabaja en Alianza por la Solidaridad