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Con un trocito de madera e hilo inventa mundos

Con solo unos trozos de madera e hilo, la artista húngara Ágnes Herczeg tiene la habilidad de crear pequeños espacios, bosques, rostros, cuerpos, amaneceres, sueños… Escenas flotantes que se dejan traspasar por el aire, miniaturas que parecen frescos. Ágnes aprovecha fragmentos de madera encontrados en la naturaleza para definir sus atípicos escenarios que coserá con la maña de una araña que teje una visión.

Una ramita o un fruto se convierte en el marco del que crece un prodigio. En su cuenta de Instagram encontramos unas joyas de finura única, realizadas con materiales nobles y sencillos que, gracias a su delicada técnica, despliegan una sintética complejidad en la que suelen repetirse figuras femeninas en un estado de contemplación o trabajando.

Herczeg estudió en la Universidad Húngara de Bellas Artes y con el tiempo ha ido desarrollando sus propias técnicas de creación de tejidos y nudos. Domina el encaje de aguja, de almohada y el macramé. Es una especialista en el bordado artesanal húngaro. Todos los materiales que usa tienen un origen vegetal.

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‘Termitat’, una colonia de termitas en tu casa

'Termitat' - Chris Poehlmann

‘Termitat’ – Chris Poehlmann

Las termitas horadan la rodaja de madera ofreciendo un espectáculo abierto. En la circunferencia se distinguen los anillos del árbol, interrumpidos y ensanchados por los túneles necesarios para la vida de la colonia. La imagen recuerda a la clásica granja de hormigas, pero con la diferencia de que la termita es un insecto satanizado, asociado siempre con la destrucción de muebles e incluso de bloques de edificios enteros.

En este caso, conviene matizar a qué especie pertenecen. Las de esta granja son termitas de madera húmeda, mucho menos peligrosas que las de madera seca. Al preferir la madera mojada y deteriorada, no suponen una amenaza, viven ajenas a los intereses de la humanidad, en zonas pantanosas y boscosas.

Chris Poehlmann tiene más de 25 años de experiencia en el diseño y construcción de exposiciones para museos, zoos y acuarios. Entusiasta de la flora y la fauna, declara que ninguna criatura viva lo ha «cautivado» nunca como las termitas. «Desde que construí mi primer prototipo de hábitat para termitas en el Museo de Historia Natural de California allá por 1982, he querido llevar el sencillamente asombroso mundo de las termitas a un público mayor».

El estadounidense se apresura a definir su proyecto como «a prueba de fugas»: Termitat —palabra surgida de la unión de termita y hábitat— es una estructura sellada de metacrilato, una granja portátil que puede contener vida durante años con sólo añadir un poco de agua cada dos semanas. Una vez consumida la madera, el producto puede ser enviado al inventor y, «por un precio moderado» ser enviado de nuevo a su dueño con una rodaja de árbol nueva.

Para financiar su fabricación, Poehlmann ha lanzado una campaña de Kickstarter que ha resultado ser un éxito a pesar de las limitaciones, al contener insectos, la granja no se puede enviar a otros países y ni siquiera a todos los estados de los EE UU. El plazo para contribuir finaliza hoy viernes 9 de enero a las 8:40 de la tarde y saldrá adelante tras recaudar casi 16.300 dólares, unos 14.000 euros: más del triple de los 5.00 dólares (unos 4.200 euros) que se pedía inicialmente.

El 'Termitat' con un microscopio electrónico que permite grabar y ver en el ordenador detalles de la vida de la colonia

El ‘Termitat’ con un microscopio electrónico que permite grabar y ver en el ordenador detalles de la vida de la colonia

Piensa en su idea no sólo como un artículo de ocio, sino también como una herramienta de aprendizaje, y destaca que este tipo de termitas ha sobrevivido con éxito por su capacidad para crear una férrea estructura social y asignar a cada miembro «roles definidos». La reina pone huevos y, junto con el rey, es la fundadora de la colonia. Los soldados son los ejemplares más grandes, tienen una gran cabeza «brillante y oscura» con «poderosas mandíbulas» preparadas para atacar a cualquier especie que se adentre en los túneles y que sin embargo no les sirven para masticar madera: los deben alimentar las ninfas.

«Es momento de contemplar de modo mucho más profundo las maravillas del mundo de los insectos. Como uno de los más asombrosos —y sin embargo más pasados por alto— organismos de nuestro planeta, a causa de su errónea clasificación como plaga, estos insectos incomprendidos, complejos y evolucionados son fascinantes de observar y tienen importantes lecciones que darnos», dice el autor en defensa de su excéntrica granja.

Helena Celdrán

Kokeshi, la muñeca japonesa que nace de un torno

En el pequeño taller japonés abierto a la calle, el artesano Yasuo Okazaki (1954) trabaja la madera rodeado de virutas y serrín. De un palo corta cilindros, su gran herramienta es un torno que hace girar la madera para que él pueda moldearla con cinceles y brocas.

Todo resulta relajante y estéticamente perfecto en la creación de las muñecas japonesas Kokeshi: figuritas sin pies ni manos, minimalistas y de expresión enigmática, utilizadas como recuerdo o amuleto. El proceso recuerda a la alfarería más que a la talla, la pieza no deja de girar hasta que el artesano no tiene que dar los último retoques.

Incluso en el momento de pintar los adornos principales, la pintura parece surgir sobre la madera giratoria como por arte de magia. Con un cariño milimetrado y pleno dominio del proceso, ver trabajar a Okazaki es como contemplar a un gran chef de cocina transformar los ingredientes en manjares o a un joyero puliendo con mimo una piedra preciosa.

Kokeshi doll

Típicas de la región de Tohoku —al norte de la mayor isla de Japón, montañosa y conocida por la dureza de su clima— fueron los alfareros quienes tuvieron la ocurrencia de experimentar con el torno para fabricarlas. No está claro cuándo se comenzaron a manufacturar las muñecas Kokeshi, parece ser que fue a mediados del periodo Edo (1603-1868). Japón crecía económicamente, las normas sociales eran muy estrictas y sólo al final de esta larga época histórica comenzó a abandonar su ancestral aislamiento del resto del mundo.

Existen 11 tipos de Kokeshi según la región. La del vídeo corresponde a la variedad de la localidad de Naruko, donde se dice que pudieron nacer las figuritas y en la que incluso hay un museo dedicado a ellas. Se distinguen por tener caras amables y crisantemos pintados sobre el cuerpo, pero sobre todo por ser las únicas que emiten un sonido: la cabeza, perfectamente ajustada, se puede sin embargo girar haciéndo un poco de fuerza para que chirríe.

Si no fuera por el ruido mecánico de las herramientas interviniendo en la rotación del torno, podría parecer que el tiempo se ha congelado en el interior del taller. Okazaki ha dedicado su vida adulta a las Kokeshi. Tras acabar el instituto, el único maestro que tuvo fue su padre, que lo instruyó en la elaboración casi ceremonial de las exquisitas muñecas.

Helena Celdrán

Un año haciendo una cuchara de madera al día

'Daily Spoon' - Stian Korntved Ruud

Tienen que ser diferentes entre sí, pero seguir cumpliendo la función de una cuchara clásica. El noruego Stian Korntved Ruud (1989)  —que confiesa una «fascinación innata» por el modo en que se crean los objetos— se somete desde marzo de este año a un ejercicio diario que obliga a su mente a trabajar en un diseño mientras que —con herramientas manuales como única ayuda— sus manos se afanan en producir el objeto.

El diseñador se ha propuesto con Daily Spoon (Cuchara diaria) hacer una cuchara de madera durante 365 días seguidos. Las hay clásicas como las que remueven ollas, miden cantidades o se clavan en el café, otras se presentan heterodoxas como la cubertería de un restaurante demasiado moderno o las que pudieran vender en una tienda de artículos de cocina de dudosa utilidad. Las añade a su cuenta personal de Instagram, fotografiadas sobre un fondo blanco. La sucesión de imágenes podría dar la impresión de que la cuchara es siempre la misma, que Ruud se dedica a transformarla y lo que en realidad contemplamos es una especie de evolución en viñetas.

'Daily Spoon' - Stian Korntved Ruud

Las talla de modo artesanal con distintos tipos de madera, manteniendo una relación cotidiana con el comportamiento y las particularidades de cada una. «Se trata de cooperar activamente con el material (…). En la producción industrial moderna, las máquinas reescriben las estructuras y el crecimiento natural de la madera. Usando herramientas manuales mi mano colabora con la estructura durante el proceso de formación».

Helena Celdrán

'Daily Spoon' - Stian Korntved Ruud

'Daily Spoon' - Stian Korntved Ruud 'Daily Spoon' - Stian Korntved Ruud

'Daily Spoon' - Stian Korntved Ruud

Los ‘desfranquiciados’ de la huerta que da de comer a los EE UU


Ver California State Route 99Sin título en un mapa ampliado

La carretera resaltada en el mapa —684 kilómetros desde Sacramento hasta Bakersfield— es una de esas autopistas que han gestado las pastorales estadounidenses del movimiento, el asfalto, la gasolina, los neumáticos y las válvulas. Pero la California State Route 99, más conocida como Highway 99, no tiene la mística profunda de la Highway 61, por donde el blues subió desde la humedad del delta del Misisipi hasta los adoquines de Chicago para mutar en el camino de rural y acústico a eléctrico y urbano; ni el glamour de la Highway 66, la carretera-madre que llevó a pioneros y bohemios de este a oeste del país y viceversa.

La 99, completada en 1933, es una carretera que huele a sudor y labradío, a manos callosas, pieles resecas e injustos jornales de pura subsistencia. La nómina de las poblaciones que sutura el pavimento al lienzo de ocres y verdes del territorio —Visalia, Fresno, Madera, Merced, Modesto, Chico, Yuba City…— no dibuja un pentagrama de blues, jazz o rock and roll, sino de un huapango o una ranchera de relajo de don Ramón Ayala, El Rey.

En California, un lugar que equivocadamente asociamos con platós de cine, surf, empresas del 2.0 y hippies, la carretera 99 es la calle mayor del estado, la arteria principal del lugar del que «come todo el mundo», como decía con exactitud un informe de The New York Times. Atraviesa de norte a sur —cuatro carriles en cada sentido— el Central Valley, una planicie interior de 720 kilómetros de largo y 100 en el punto más ancho, la huerta de la que sale el 8% de la producción agrícola de los EE UU y tiene el 6% de los labradíos irrigados cuando en superficie no alcanza ni el uno por cien del área del país.

Cada año el Central Valley comercializa verduras, frutas y hortalizas por valor de unos 25.000 millones de dólares. Casi todas las cosechas de productos hortícolas no tropicales que comen los EE UU proceden del área, fuente primaria de tomates, uvas, algodón, melocotones y espárragos. En almendras las cuentas son todavía más notables: 6.000 productores y 272 millones de kilos al año de cosecha, el 70% del mundo. El mazapán español y las almendras tostadas de los platos típicos de la India o China son, al menos en gran parte, made in California.

Sería lícito imaginar el Central Valley como una tierra de promisión con extensión y producción agrícola suficientes para que los 6,8 millones de residentes vivan con dignidad y la igualdad social sea un ideal aplicable. Después de todo, los cuatro condados agrícolas más ricos de los EE UU —Fresno, Tulare, Kern y Merced— están en esta franja de terreno donde el sol brilla como media 300 días al año, los inviernos son lo suficientemente fríos pero no en extremo para que las cosechas emerjan con fuerza en primavera y el agua procede de la pureza inagotable de Sierra Nevada, el sistema montañoso del que bajan los acuíferos que dan de beber al valle.

Fue en esta zona donde, durante la Gran Depresión, los inmigrantes que llegaron sin un mendrugo de pan del medio oeste y el sur, comenzaron a instalarse en campamentos de refugiados y, poco a poco, a trabajar la tierra. Dorothea Lange hizo en 1936 en la zona, las fotos de la Madre Migrante  («desposeídos, cosechadores en California. Madre de siete hijos. Treinta y dos años. Nipomo, California», dice el pie de la imagen) que, aunque manipuladas en el cuarto oscuro y publicadas sin permiso de la mujer protagonista,  son presentadas como simbólicas de la pobreza y la injusticia.

La fotógrafa Katy Grannan (1969) ha querido revisar el paisaje que abraza a la autopista del Central Valley. Durante el trabajo de campo para el proyecto The 99 (La 99) —se expone hasta el 26 de abril en la galería Fraenkel de San Francisco— encontró una «danza macabra» de personas perdidas, solitarias, consumidas por la metanfetamina —la región es señalada por las agencias antidroga como base de gran número de laboratorios clandestinos donde se cocina—, bidonvilles en los cáuces resecos por el regadío intensivo o contaminados por los pesticidas, una creciente atmósfera de violencia y una tasa de desempleo que llega al 30% en algunas ciudades cuando la media de California es del 10.

Grannan decidió hacer los retratos bajo la luz de un blanco cegador de la zona, enfrentando los modelos a paredes desvestidas de símbolos diferenciales, como si se tratase de seres perdidos en un mundo de hielo candente. Ya había perfeccionado el estilo en su trabajo previo, Boulevard, una serie [incluyo tras la entrada una galería] sobre encuentros casuales con seres descolocados en las calles de los barrios más prósperos de Los Ángeles y San Francisco.

Las fotos, que, según dice Grannan, están inspiradas en las de Lange, son el reverso amargo de la huerta de los EE UU, repleta de almendras pero poblada por seres humanos desfranquiciados. No hay traducción para el exacto y expresivo adjetivo inglés disenfranchised. Marginado o desfavorecido podrían acercarse en sentido, pero ninguno incluye el matiz primordial: materia sobrante del mejor de los mundos posibles, escoria humana con fecha de caducidad, personas expulsadas del paraíso.

Ánxel Grove

Cabañas universitarias de 10 metros cuadrados

'Smart Student Unit' - Tengbom

‘Smart Student Unit’ – Tengbom

Tienen un escritorio, cama, una cocina con un pequeño espacio para comer e incluso un rincón para relajarse; están fabricadas en madera y lo incluyen todo en 10 metros cuadrados.

Las cabañas ideadas por el estudio de diseño y arquitectura sueco Tengbom tienen un aire futurista, con techo abuardillado y ventanas desiguales de esquinas redondeadas adornadas por pequeñas macetas verdes. No hay nada que sobre, ni nada que falte: son acogedores alojamientos unipersonales en los que uno se da cuenta de la escasa importancia vital de los complementos extra a los que estamos acostumbrados en cualquier hogar.

La construcción pretende ser una solución económica, ecológica (todos los materiales son reciclables y de procedencia local) y funcional para los estudiantes de la universidad de la ciudad de Lund (Suecia), que también han participado en el diseño de la vivienda compacta. Con un coste bajo y transportables, el centro quiere ofrecerlas a los alumnos como alojamiento alternativo y alquilarlas por la mitad de precio de lo que cuesta una habitación en una residencia.

En 2014 se planea ya la construcción de 22 unidades en el campus universitario de Lund. De momento un prototipo de la casa se expone —desde hace unos días y hasta el 8 de diciembre— en el Museo de Arte de Virserum (Suecia) dentro de WOOD 2013, una extensa muestra que reúne diseños, artes aplicadas y proyectos arquitectónicos que adoptan la madera como material principal.

Helena Celdrán

Smart Student Units - Tengbom

Smart Student Unit

Student Units

Drawings - Smart Student Unit