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¿Es posible que esta sea la mejor ‘foto joven’ del año?

Bientôt (Soon), from the series Ekaterina, 2012 © Romain Mader / ECAL

Bientôt (Soon), from the series Ekaterina, 2012 © Romain Mader / ECAL

Romain Mader (Suiza, 1988) tiene al menos dos problemas:

  1. No parece tomarse en serio.
  2. No nos toma en serio a los demás.

El primero, como nos demuestran los presocráticos y los buenos humoristas, tiene mérito. El segundo, que anula el anterior, es una falta de educación para la que nadie le ha dado permiso a Mader.

Mader hace fotos. Tampoco le han dado permiso, ni cosecha méritos, para afirmarlo.

Un museo holandés, esa tierra donde nacieron las sensibilidades de Fabritius y Breitner, acaba de conceder al robusto y sonriente Mader el título de mejor fotógrafo menor de 35 años de 2017.

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Lágrimas de los jóvenes de Lituania contra el regreso de la mili obligatoria

©  Neringa Rekasiute - Beata Tiskevic-Hasanova

© Neringa Rekasiute – Beata Tiskevic-Hasanova

Según los cálculos y mediciones más recientes, en Lituania está el centro geográfico de Europa, 26 kilómetros al norte de Vilnius, la capital del país báltico. Es una convención que casi nada significa.

Son bastante más decisivas otras característias geográficas —por ejemplo, la frontera de 227 kilómetros con Rusia, 959 con Bielorrusia y 1.576 con Ucrania— y geopolíticas —desde 2004 forma parte de la alianza militar de la OTAN y escuadrones de aviones militares del tratado tienen una base permanente en el aeropuerto de Šiauliai, construido en tiempos de la URSS y uno de los mayores de la zona—. El país, miembro de la UE desde el mismo año y con el euro como moneda oficial, también es fronterizo con el enclave de Kaliningrado, donde Rusia ha reforzado la presencia militar y la de navíos de guerra.

Tras la crisis de Ucrania y el belicismo sin contemplaciones de Vladimir Putin, los políticos lituanos —la presidenta es Dalia Grybauskaitė, una política que se define como independiente, estudió Economía en Rusia y los EE UU y ganó las elecciones prometiendo luchar contra dos enemigos, «la corrupción y la oligarquía»— decidieron en febrero que el servicio militar vuelva a ser obligatorio en el país.

La mili por ordeno y mando había sido anulada en 2008, pero el «temor a Moscú» y la falta de efectivos —hay unos 15.000 soldados, una aviciación sólo nomimal para ejercicios de vuelo y casi ningún tanque— han llevado al Parlamento a aprobar la conscripción durante los próximos cinco años: los jóvenes de entre 19 y 27 años tendrán que empezar a alistarse en septiembre, se dijo a la población.

Sin embargo, todo se aceleró compulsiva y alocadamente. El 11 de mayo, 37.000 jóvenes aparecieron en las primeras listas de levas y recibieron órdenes de estar pendientes de la llamada a filas. La idea de las autoridades es que en agosto lleguen a los acuartelamientos los primeros reclutas.

Aunque hubo un poco más de mil chicos que se mostraron dispuestos a hacer el servicio militar voluntariamente, buena parte de los implicados criticaron en las redes sociales el sistema de selección —los nombres fueron, al parecer, elegidos por sorteo— y la opción de fortalecer el Ejército como forma primaria de defensa. Muchos contaron que se sienten vejados por sus conciudadanos y son llamados «cobardes», «desagradecidos» y «poco hombres» por negarse a la incorporación al servicio obligatorio de empuñar un arma para matar por orden del Estado, la patria o cualquiera de los otros clichés usados desde el comienzo de los tiempos para enviar a la carne joven a perder la vida.

La fotógrafa lituana Neringa Rekasiute, con la colaboración de la actriz Beata Tiskevic-Hasanova, retrató a más de una docena de chicos —la conscripción no es para mujeres según los legisladores lituanos— en planos frontales. Vistieron a todos ellos con zamarras militares de camuflaje y les pidieron que razonaran la esencia de su negativa a incorporarse a filas. En algunos casos acentuaron el drama pidiendo a los muchachos que se comportaran como no se espera que lo haga un hombre: que dejaran brotar sus emociones y derramaran lágrimas de tristeza o rabia.

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El turco Bulent Kilic, el fotógrafo que mejor narró 2014

© Bulent Kilic / AFP

© Bulent Kilic / AFP

Erkin Elvan tenía 15 años y murió en marzo de 2014, tras 269 días en estado de coma, porque le había reventado el cerebro el impacto de un bote de gas lacrimógeno disparado por la policía turca contra los manifestantes que pedían libertades cívicas en el país. El chico no era parte de la protesta: iba a comprar pan para su familia y pasaba por la zona de Estambul donde se producían eso que los siniestros amigos del poder llaman ahora disturbios cuando siempre se llamaron protestas reprimidas a fuego y sangre.

La foto es del día siguiente a la muerte del muchacho, cuando cientos de miles de personas salieron a la calle en 32 provincias turcas y la Policía respondió con la misma moneda: hubo centenares de heridos.

La mirada directa de la chica, como si la cámara fuese el único lugar importante del mundo, consciente de la necesidad de que los ojos hablen, evita contar los pormenores, las causas y los efectos. Todo está dicho en el aspecto doliente de esta madonna adolescente cuyas lágrimas se han mezclado con el agua lanzada a presión por los camiones policiales cuando el poder, con desprecio, escupe a la cara de las víctimas.

El hombre que hizo la foto tiene 35 años y es padre de un niño que acaba de aprender a andar. Se llama Bulent Kilic y nació en el este de Turquía, en Tunceli, un área de mayoría kurda con la memoria histórica todavía ensangrentada por la matanza de Dersim, a mediados de los años treinta, cuando el Ejército turco mató a miles de personas en una masacre sin otra justificación que la el afán genocida.

Hrabove, Ucrania, 2 de agosto. Una chica llora al abandonar su hogar en Donetsk tras un corte de luz, agua y abastacimiento ordenado por el gobierno © Bulent Kilic / AFP

Hrabove, Ucrania, 2 de agosto. Una chica llora al abandonar su hogar en Donetsk tras un corte de luz, agua y abastacimiento ordenado por el gobierno © Bulent Kilic / AFP

El padre de Kilic, maestro de profesión, se llevó a la familia a Estambul intentando encontrar un hábitat menos lastrado por el odio. No sospechaba que su hijo, que entonces tenía 5 años, sería elegido por el destino como testigo de la pervivencia del mal, la eternidad circular de las matanzas, el prolongado reguero de dolor y llanto, el eco infinito de las balas…

Cuando en estas fechas se dictan los nombres de los protagonistas del año que se nos acaba de ir de las manos, mencionar a Kilic es mencionar también a todos aquellos para quienes la expresión admirativa «¡feliz año!» no es más que formulismo, porque saben que la felicidad debe conquistarse y en la tarea habrá víctimas inocentes. Kilic ha sido el mejor narrador de 2014, el fotógrafo que ha contado con más bondadosa valentía la vida de los héroes, las miles de personas que van a comprar el pan a lo largo del mundo y les revientan la cabeza en el camino.

A Bulen Kilic, que después de mucho freelanceo pagado con tarifas medievales logró entrar en France Press, le han señalado como mejor reportero de 2014 The Guardian y TimeLa coincidencia no es casual sino resultado de la justicia y de la apuesta de ambos medios por la buena fotografía, que es lo que siempre ha sido: lo contrario a una estampita para ilustrar necedades.

Estambul (Turquía), 31 de mayo. Un policía amenaza a una pareja durante las manifestaciones en favor de mayores libertades ciudadanas © Bulent Kilic / AFP

Estambul (Turquía), 31 de mayo. Un policía amenaza a una pareja durante las manifestaciones en favor de mayores libertades ciudadanas © Bulent Kilic / AFP

Al repasar la obra durante el año que acaba de terminar de este hombre robusto, calvo y ataviado con ropa de mercadillo regresas a cada uno de los escenarios que retrató: la crisis de Ucrania, el accidente minero en Manisa (Turquía), los refugiados kurdos escapando desierto adelante de la invasión del Estado Islámico…

Pero en las fotos de Kilic, necesariamente apocalípticas —con ese material ha decidido traficar en una decisión libre que jamás llegaremos a entender del todo los miedosos—, siempre queda espacio para el hombre corriente, un lugar central que late como un corazón.

Es de buena educación desear que 2015 sea un año más feliz que 2014. Si como resulta más que probable vuelve a ser un rosario de amargura, ojalá Bulen Kilic siga ahí para lapidar las mentiras con el recuerdo de las víctimas, los doloridos, los desesperados…

José Ángel González

La directora de un museo ucraniano vandaliza una obra por considerarla «inmoral»

'Koliivschina-Judgment Day'

‘Koliivschina-Judgment Day’ – Volodymyr Kuznetsov. Foto: RFE/RL

Cuando un día antes de la presentación de la obra al público el artista Volodymyr Kuznetsov (Lutsk-Ucrania, 1976) acudía al Museo de Arte Mystetskyi Arsenal a ultimar los últimos detalles de su mural, no lo dejaron pasar y le dieron largas para no contarle lo que había sucedido: la directora del museo en persona, Natalia Zabolotna, brocha en mano, había destruido el monumental trabajo cubriéndolo con pintura negra.

De 11 por 5 metros, el mural de Kuznetsov se titulaba Koliivschina: Judgment Day y era una versión personal del tema bíblico del día del Juicio Final. La escena la protagonizaba un gran tanque lleno de líquido rojo, con curas y jueces hundidos hasta la cintura y un coche lleno de políticos que se precipitaba al interior del caldero. Alrededor se congregaban una serie de personajes anónimos y otros conocidos como Iryna Krashkova, una mujer a la que hace un mes violaron y golpearon brutalmente dos agentes de policía y un taxista en el pueblo de Vradiivka.

El presidente de Ucrania Viktor Yanukovych iba a acudir al día siguiente, el 26 de julio, a la inauguración de la exposición en la que se incluiría el incómodo trabajo. Grand and Great (que se podría traducir por Espléndido y grande) conmemora los 1025 años del aniversario de la llegada del cristianismo a Rus de Kiev, el estado eslavo medieval, antecesor de Rusia, que tenía su centro en la actual capital de Ucrania. Para la ocasión, la muestra reúne más de 1000 obras de arte que examinan «el efecto civilizador del cristianismo en el desarrollo de la cultura ucraniana».

El mural 'vandalizado' por Natalia Zabolotna - Foto: Richard Solash

El mural ‘vandalizado’ por Natalia Zabolotna – Foto: Richard Solash

El mural sin duda era una incomodidad, una crítica social y política sobre el estado actual de Ucrania que se salía de la loa nacionalista. Algunos observadores señalan que la directora pudo recibir presiones para deshacerse del trabajo antes de la inauguración, otros sugieren que tal vez fue el miedo a perder las subvenciones del estado lo que hizo a Zabolotna vandalizar una obra en las intalaciones que ella misma dirige.

Según el corresponsal en Ucrania de la agencia RFE/RL Richard Solash, la directora (que se ha disculpado por haber destruido el trabajo) declaró al respecto que la exposición tenía como objetivo «inspirar orgullo por el estado»: «No puedes criticar tu patria, igual que no puedes criticar a tu madre. Siento que cualquier cosa que se diga contra la patria es inmoral». Además, acusó al artista de haberse desviado del concepto original que previamente habían acordado.

El artista, todavía asombrado, califica el acto de «imperdonable». «Nadie tiene derecho a destruir el trabajo de otra persona, especialmente sin permiso», declara a RFE/RL. El suceso ha provocado pequeñas manifestaciones fuera de la pinacoteca en contra de «la mezcla de iglesia y estado» en Ucrania y la «censura oficial». «Es precisamente a esta jerarquía (estatal y religiosa) a la que mi trabajo está dirigido», dice Kuznetsov.

Helena Celdrán