Entradas etiquetadas como ‘guerra civil Siria’

El cuadro por el que escapan los refugiados

El cuadro de la artista omaní Iman Al Khatri, de 24 años, es un óleo que apunta a los ojos. Se sale del marco. Busca la vida. Quiebra los límites. Desafía la ausencia de humanidad.

Salirse del cuadro es buscar la vida. Escapar de una carnicería.

A veces la vida se parece a un museo, con sus múltiples salas y alegorías. El personaje que retrata el cuadro es un sirio que escapa de esos límites. El marco es la frontera imposible. Un espacio arbitrario que delimita el ellos del nosotros.

Nosotros quiere decir los espectadores. Así nos define el espacio. La posición en la sala. Habitamos el otro lado, en este museo que llaman Europa. Un lugar proclive a coleccionar obras sin contexto.

El audioguía solo susurra: «matanza, cerco, asesinato, horror…».

Los museos son lugares diseñados para mirar. Y aquí vemos a un padre que saca a su hijo de las tinieblas. Estas penumbras son cuadradas. Están selladas. Como un cuartucho bajo las bombas de Alepo, o un campamento de refugiados, un suburbio sin nombre en el invierno.

El padre hace lo imposible: sale del cuadro. Pero duda si lanzar a su hijo a la nada, actúa como un péndulo.

Nadie puede prometerle que el niño será recogido si lo suelta.

La nada es imprevisible.

Somos el sujeto pornográfico. El espectador ciego. Somos la nada que nada recoge.

Iman Al Khatri nos aprieta las córneas con este trabajo. La fuerza de su tela está en la parte invisible: ¿qué habrá bajo los pies del niño de camiseta roja?

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Exposición en línea sobre la grandeza de la antigua ciudad de Palmira

The Legacy of Ancient Palmyra - The Getty Research Institute

The Legacy of Ancient Palmyra – The Getty Research Institute

Cruce de caminos de las caravanas que surcaban en las dos sentidos la Ruta de la Seda, no solamente un camino para el comercio entre Asia y Europa, sino una de las primeras autopistas de la información sobre conocimientos, prodigios y saberes, la antigua ciudad de Palmira era llamada en árabe Tadmor, traducción del arameo palmira, «ciudad de los árboles de dátil». De ningún lugar con esa etimología —cuya belleza está presente también en el idioma sirio, donde el nombre se asocia con la palabra Tedmurtā, «milagro maravilloso»— se puede esperar cosa distinta al deslumbramiento, por mucho que al acercar la mirada del satélite las coordenadas desprendan la tristeza de la muerte y el fuego.

Para trasladarnos a un tiempo ajeno a la miseria actual —la Guerra de Siria (activa desde 2011, con casi 500.000 muertos y 4,8 millones de desplazados o huídos del horror) ha convertido la vieja ciudad en poco más que una cantera y sus alredores en una necrópolis donde solo quedan brasas— podemos, es un pobre consuelo, viajar virtualmente a The Legacy of Ancient Palmyra (El legado de la antigua Palmira), una subyugante exposición en línea que acaba de lanzar el Getty Research Institute.

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El mítico reportero humanitario que retrató a Asma Al Assad como «una rosa en el desierto»

Asma al-Assad (Foto: James Nachtwey)

Asma Al Assad (Foto: James Nachtwey)

La modelo es Asma Al Asad, «una rosa en el desierto», según proclamaba la revista Vogue, referente mensual de lo chic, en un reportaje publicado en febrero de 2011.

Para las fotos eligieron a James Nachtwey, uno de los reporteros de guerra y asuntos humanitarios más prestigiosos del mundo. Retrató a la mujer según un cumplimiento estricto de las reglas doradas de la composición fotográfica y con maneras de maestro: el ensueño del atardecer sobre Damasco, la mirada de severa pero femenina preocupación, el pelo al viento de una universitaria y bien educada europea (King’s College londinense) en Siria

El reportaje, firmado por otra primera espada, la periodista fashion Joan Juliet Buck, comienza dejando en claro que el tono será épico-laudatorio: «Asma Al Asad es glamurosa, joven y muy chic, la más fresca y magnética de las primera damas (…), el elemento luminoso en un país lleno de zonas de sombra».

La familia Al Assad (Foto: James Natchwey)

La familia Al Assad (Foto: James Nachtwey)

Unos días después de la publicación del amplio reportaje de Vogue (3.200 palabras), las tropas y los esbirros del presidente Bashar Al Assad, marido de la fresca señora británico-siria, empezaron a regar de sangre el país con precisión y constancia. El recuento de muertos alcanza proporciones de tragedia global (aunque nada o casi nada parece importar a la comunidad occidental la sangre derramada en aquella esquina): 60.000 es la última cifra, casi 20 muertos por cada palabra impresa en el exclusivo papel couché de la revista chic.

Vogue retiró el reportaje de su web en cuanto las matanzas proliferaron y las lógicas críticas empezaron a brotar. Se supo entonces que la pieza periodística era parte de una campaña de la familia Al Assad y el régimen sirio para venderse en Occidente, diseñada por una agencia inglesa de relaciones públicas. La reportera Buck movió influencias y afirmó que la habían engañado. No consta, sin embargo, que haya devuelto el dinero que le pagaron por el trabajo.

Ruanda, 1994 (Foto: James Nachtwey, 1994)

Ruanda, 1994 (Foto: James Nachtwey, 1994)

La foto de la izquierda es una de las más poderosas de la historia reciente del fotoperiodismo. Es también una declaración de ética profesional y merece pertenecer al imaginario colectivo por lo que dice del mundo que construimos. El joven hutu con la cara marcada a machetazos por negarse a participar en el genocidio de Ruanda fue retratado en 1994 por James Nachtwey, el mismo fotógrafo que firmó las fotos de Vogue de la familia Al Assad.

Emblema de reportero comprometido, humanitario y sensible, el estadounidense ha mostrado el mundo como infierno —su gran fotolibro antológico de 2000 utiliza el término, Infernoy se ha empeñado en mostrar la atrocidad en sus muchas facetas: desde los psiquiátricos-cárceles de Rumanía hasta los crímenes contra el planeta o las consecuencias de la opulencia cínica de Occidente.

Su página web, que merece una visita frecuente para saber dónde vivimos y cómo nos tratamos los unos a los otros, está presidida por una declaración algo jactanciosa pero necesaria: «He sido un testigo y estas fotos son mi testimonio. Los sucesos que he registrado no deben ser olvidados ni repetidos».

Receptor de todos los premios, entre ellos el de la Paz de Dresde —que le entregó el cineasta Win Wenders—, equivalante al Nobel de fotógrafía, Natchwey cobró 25.000 dólares (casi 19.000 euros) por la sesión de fotos con los Al Assad, a los que retrató con pericia y aguda intención ideológica: familiares, bellos, gente normal destinada por el azar a regir un país…

Los Al Assad con algunos amigos

Los Al Assad con algunos amigos

El fotógrafo nunca ha pedido perdón por la falacia que empaña toda su carrera y tampoco hay constancia de que haya devuelto el dinero. El corolario de esta historia podría ser: los testigos también pueden ser comprados para que fabriquen testimonios a la carta.

Por mucho que Vogue haya retirado de su web el reportaje («oops, la página que buscabas no ha sido encontrada», dice el otrora glamouroso enlace), cualquier foto, he ahí su poder y belleza, tiene un efecto retardado comparable al de algunos artefactos bélicos. Pueden comprobarlo en el combo de imágenes de la izquierda. Pertenecen al album del mundo como infierno y carnaval, al mundo de las manos manchadas de sangre que simulan no estar manchadas de sangre.

Ánxel Grove