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Yaybahar, el nuevo instrumento que nació en Turquía

Cuando vi que Görken Sen, un músico turco, había creado un instrumento nuevo, pensé en contracciones, respiración y llanto: me dije que había nacido un nuevo lenguaje en el estrecho del Bósforo. Un habla, a más señas, extraterrestre.

Su madre sería asiática, su padre, europeo, el corazón, marciano. Un niño popurrí, que aúna el clasicismo del laúd medieval con los maullidos de la ciencia ficción.

Cada vez que oímos hablar de un instrumento nuevo es como si una lengua brotara en las orejas, un dialecto tribal que aspira a la universalidad del inglés. ¿No te parece?

La música es el argot común, el habla de locos y dichosos, tiende el mismo puente que la sonrisa, la nostalgia, el éxtasis, la extrañeza y la rabia. Un aparato que es a la vez percusión y cuerda, muelles, arcos y tambores. Un instrumento acústico que suena como un sintetizador, y que cuenta con membranas, bobinas, espirales y un cuerpo resonante. Una catapulta de sonidos.

Se llama Yaybahar, nombre digno para una tribu perdida de los Annunakis; apellido de princesa persa que salta sobre la arena caliente.

Y suena así

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Zehra Dogan está encarcelada por una pintura

Querida Zehra Dogan: Me cuesta pensar que en medio de esta oscuridad y retroceso vaya a aparecer la luz, que estemos en la madrugada como dicen, esperando el próximo amanecer, que será limpio, feliz y próspero. La madrugada es la parte más oscura de la noche pero siempre anuncia el día. Soy incapaz de imaginar, sin embargo, que las libertades civiles y los derechos humanos estén a punto de emerger de nuevo, porque está muy oscuro, Zehra, en casi todas partes, y puede que el Sol siga en huelga.

Llámame pesimista.

Desde el año 2001 nos sacude una resaca democrática global que está subvirtiendo los espacios: hace de las cárceles, por ejemplo, residencias de artistas, de los océanos, fosas comunes de desesperados. No es algo nuevo, pero sorprende. Hoy los ciudadanos no entran en ellas por robar una gallina como antaño, pero sí por cantar un rap –tenemos en España el caso de Valtonyc– o por pintar un cuadro, como te ha ocurrido a ti, Zehra Dogan, que has sido condenada a más de dos años de cárcel en Turquía – casi los mismos que el rapero en España- por esta pintura que consideran incriminatoria…

# Nusaybin

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El último mural de Banksy exigía tu liberación en la lejana Nueva York, y así lo contaron en 20 minutos. Organizaciones como Pen America consideran tu encarcelamiento «inaceptable».

 

De Turquía llevo un tiempo escuchando susurros de mazmorra. Denuncias a media voz. Ese país amigo de Europa que avanza hacia un modelo intrigante. Parece un embrión de posibles futuros, y no un feto mal formado por enfermedades del pasado: una democracia autoritaria -precioso oxímoron-, personalísima en la figura de su presidente electo, Tayyip Erdoğan, un gobierno de las purgas, donde los periodistas, jueces y profesores, terminan encarcelados. “Un alarmante indicador de la dirección que está tomando el país”, denuncian en la organización Human Rights Watch. Un buen amigo en un mundo donde las principales potencias- Rusia, China y EEUU- siguen el mismo patrón del líder fuerte que desprecia la carta de los derechos humanos.

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¿Por qué estás triste, si tus átomos bailan en éxtasis?

«Oh, día, despierta…»

Si alzas la vista parece que los fuegos se expanden; en el combustible, la guerra, el egoísmo y la división ganan en llamas… pero si alzas de verdad la vista sabrás que este es también un día que rebosa belleza…

Hoy como ayer, porque si te detienes verás el sol; verás, como dijo el poeta, que hasta los átomos están extasiados, extasiados por todo lo que nos une -gracias a ellos- a este mundo lleno de vida. Minúsculas partes del todo que no se pueden dividir en nosotros; parecen locos, locos de júbilo por el nuevo día.

«Oh, día, despierta, los átomos bailan», escribió, se cree, hace muchos siglos, el místico sufí Yalal ad-Din Rumi, en estos versos titulados así: El poema de los átomos.

Los átomos bailan.
Todo el universo baila gracias a ellos.
Las almas bailan poseídas por el éxtasis.
Te susurraré al oído
adonde les arrastra esta danza.

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Un orfanato mostrado como una casa de muñecas gracias a la fotogrametría

El Orfelinato es un orfanato judío abandonado situado en el barrio de Ortaköy, en Istanbul (Turquía). Un lugar de paredes heridas, gastadas, escaleras rotas y lamentos centenarios atrapados en salitre. Un territorio que fue el denso espacio para miles de niños que se cobijaron en las habitaciones conjuntas, y que ahora aparecen desnudas en este vídeo.

El colectivo artístico Oddviz, fundado por el arquitecto Çağrı Taşkın, el científico ambiental Serkan Kaptan y el fotógrafo Erdal Inci, han querido recuperar su memoria como espacio visual, gracias a la técnica de la fotogrametría, uniendo miles de fotos y capas en 3D, presentando este espacio a modo de casa de muñecas. Se trata de la segunda entrega de su serie Contextures, que iniciaron, siguiendo el mismo patrón conceptual, con su aclamado vídeo Hotel.

 

La técnica de la fotogrametría está dando una nueva dimensión espacial a la fotografía. Es necesario capturar cada esquina del edificio durante varias semanas para después fusionar más de 10.000 fotos (cada habitación es al menos la combinación de entre 100 o 150). El resultado es esta alquimia entre ciencia, arte y arquitectura, que permite conservar la memoria de estos edificios en ruinas, y otorgarnos a los espectadores un nuevo sentido arácnido de la vista.

 

14.000 cristales de gafas para emular el brillo y el sonido del mar

No es un desperdicio de lentes que podrían usar otros, los cristales ópticos proceden del Canadian Lions Eyeglass Recycling Centre (Clerc), un centro de reciclaje de gafas que se propone desde Canadá proporcionarlas a todo el que no pueda permitírselas. Cada ejemplar ha sido descartado por diferentes motivos y su destino era la basura.

Las 14.000 piezas cuelgan ahora de pequeños ganchos, en hileras que las mantienen ordenadas como en un muestrario de joyas. Cuando sopla el viento, emiten un tintineo sordo y lejano que recuerda de manera inesperada al oleaje, también emulan al mar en el modo en que brillan al sol.

Obra de los artistas canadienses Caitlind R.C. Brown y Wayne Garrett, la escultura cinética sea/see/saw recibe su nombre de un juego de palabras entre el término inglés para mar y el presente y el pasado del verbo ver. «Diseñamos la escultura para reflejar la superficie dimámica y brillante del Bósforo«, dicen los autores.

Detalle de la escultura cinética 'sea/see/saw' - Caitlind R.C. Brown & Wayne Garrett

Detalle de la escultura cinética ‘sea/see/saw’ – Caitlind R.C. Brown & Wayne Garrett

Instalada hasta el 16 de enero de 2016 en la fachada del museo de arte Pera de Estambul (Turquía) —un edificio diseñado en el siglo XIX por el arquitecto griego Achilleas Manussos—, la escultura es parte de las celebraciones del 10º aniversario del centro, especializado en orientalismo y arte del siglo XIX.

Desde la institución citan palabras de los artistas para explicar que la escultura celebra «la contribución del Museo Pera al paisaje cultural de Estambul, con los ojos puestos en el futuro»: «Introduciendo un movimiento caótico en una estructura que de otro modo es estática (…) sea/see/saw invita a los espectadores a entrar en un cambio momentáneo de perspectiva. (…) Los observadores se convierten en observados».

Helena Celdrán

El turco Bulent Kilic, el fotógrafo que mejor narró 2014

© Bulent Kilic / AFP

© Bulent Kilic / AFP

Erkin Elvan tenía 15 años y murió en marzo de 2014, tras 269 días en estado de coma, porque le había reventado el cerebro el impacto de un bote de gas lacrimógeno disparado por la policía turca contra los manifestantes que pedían libertades cívicas en el país. El chico no era parte de la protesta: iba a comprar pan para su familia y pasaba por la zona de Estambul donde se producían eso que los siniestros amigos del poder llaman ahora disturbios cuando siempre se llamaron protestas reprimidas a fuego y sangre.

La foto es del día siguiente a la muerte del muchacho, cuando cientos de miles de personas salieron a la calle en 32 provincias turcas y la Policía respondió con la misma moneda: hubo centenares de heridos.

La mirada directa de la chica, como si la cámara fuese el único lugar importante del mundo, consciente de la necesidad de que los ojos hablen, evita contar los pormenores, las causas y los efectos. Todo está dicho en el aspecto doliente de esta madonna adolescente cuyas lágrimas se han mezclado con el agua lanzada a presión por los camiones policiales cuando el poder, con desprecio, escupe a la cara de las víctimas.

El hombre que hizo la foto tiene 35 años y es padre de un niño que acaba de aprender a andar. Se llama Bulent Kilic y nació en el este de Turquía, en Tunceli, un área de mayoría kurda con la memoria histórica todavía ensangrentada por la matanza de Dersim, a mediados de los años treinta, cuando el Ejército turco mató a miles de personas en una masacre sin otra justificación que la el afán genocida.

Hrabove, Ucrania, 2 de agosto. Una chica llora al abandonar su hogar en Donetsk tras un corte de luz, agua y abastacimiento ordenado por el gobierno © Bulent Kilic / AFP

Hrabove, Ucrania, 2 de agosto. Una chica llora al abandonar su hogar en Donetsk tras un corte de luz, agua y abastacimiento ordenado por el gobierno © Bulent Kilic / AFP

El padre de Kilic, maestro de profesión, se llevó a la familia a Estambul intentando encontrar un hábitat menos lastrado por el odio. No sospechaba que su hijo, que entonces tenía 5 años, sería elegido por el destino como testigo de la pervivencia del mal, la eternidad circular de las matanzas, el prolongado reguero de dolor y llanto, el eco infinito de las balas…

Cuando en estas fechas se dictan los nombres de los protagonistas del año que se nos acaba de ir de las manos, mencionar a Kilic es mencionar también a todos aquellos para quienes la expresión admirativa «¡feliz año!» no es más que formulismo, porque saben que la felicidad debe conquistarse y en la tarea habrá víctimas inocentes. Kilic ha sido el mejor narrador de 2014, el fotógrafo que ha contado con más bondadosa valentía la vida de los héroes, las miles de personas que van a comprar el pan a lo largo del mundo y les revientan la cabeza en el camino.

A Bulen Kilic, que después de mucho freelanceo pagado con tarifas medievales logró entrar en France Press, le han señalado como mejor reportero de 2014 The Guardian y TimeLa coincidencia no es casual sino resultado de la justicia y de la apuesta de ambos medios por la buena fotografía, que es lo que siempre ha sido: lo contrario a una estampita para ilustrar necedades.

Estambul (Turquía), 31 de mayo. Un policía amenaza a una pareja durante las manifestaciones en favor de mayores libertades ciudadanas © Bulent Kilic / AFP

Estambul (Turquía), 31 de mayo. Un policía amenaza a una pareja durante las manifestaciones en favor de mayores libertades ciudadanas © Bulent Kilic / AFP

Al repasar la obra durante el año que acaba de terminar de este hombre robusto, calvo y ataviado con ropa de mercadillo regresas a cada uno de los escenarios que retrató: la crisis de Ucrania, el accidente minero en Manisa (Turquía), los refugiados kurdos escapando desierto adelante de la invasión del Estado Islámico…

Pero en las fotos de Kilic, necesariamente apocalípticas —con ese material ha decidido traficar en una decisión libre que jamás llegaremos a entender del todo los miedosos—, siempre queda espacio para el hombre corriente, un lugar central que late como un corazón.

Es de buena educación desear que 2015 sea un año más feliz que 2014. Si como resulta más que probable vuelve a ser un rosario de amargura, ojalá Bulen Kilic siga ahí para lapidar las mentiras con el recuerdo de las víctimas, los doloridos, los desesperados…

José Ángel González