El cuadro por el que escapan los refugiados

El cuadro de la artista omaní Iman Al Khatri, de 24 años, es un óleo que apunta a los ojos. Se sale del marco. Busca la vida. Quiebra los límites. Desafía la ausencia de humanidad.

Salirse del cuadro es buscar la vida. Escapar de una carnicería.

A veces la vida se parece a un museo, con sus múltiples salas y alegorías. El personaje que retrata el cuadro es un sirio que escapa de esos límites. El marco es la frontera imposible. Un espacio arbitrario que delimita el ellos del nosotros.

Nosotros quiere decir los espectadores. Así nos define el espacio. La posición en la sala. Habitamos el otro lado, en este museo que llaman Europa. Un lugar proclive a coleccionar obras sin contexto.

El audioguía solo susurra: «matanza, cerco, asesinato, horror…».

Los museos son lugares diseñados para mirar. Y aquí vemos a un padre que saca a su hijo de las tinieblas. Estas penumbras son cuadradas. Están selladas. Como un cuartucho bajo las bombas de Alepo, o un campamento de refugiados, un suburbio sin nombre en el invierno.

El padre hace lo imposible: sale del cuadro. Pero duda si lanzar a su hijo a la nada, actúa como un péndulo.

Nadie puede prometerle que el niño será recogido si lo suelta.

La nada es imprevisible.

Somos el sujeto pornográfico. El espectador ciego. Somos la nada que nada recoge.

Iman Al Khatri nos aprieta las córneas con este trabajo. La fuerza de su tela está en la parte invisible: ¿qué habrá bajo los pies del niño de camiseta roja?

Sopesa el vacío mientras enseña el ombligo.

El marco separa a unos humanos de otros: la nada y los tristes, los dolidos y la nada.

El audioguía dice: «avalancha, ola, invasión»

Los exiliados no son tan humanos como afirman los administradores del museo. Los hemos despojado de su realidad sensible: son solo trazos, dolor móvil y fugaz, un chapoteo inconsciente, como un recordatorio.

Los espectadores de la nada llevamos años escrutando estas matanzas pictóricas, leyendo las mismas señas en los pies de foto. Nos salieron callos en la mirada, durezas incomprensibles, cicatrices de tanto horror.

La anestesia ayuda. El audioguía confunde.

Así nos convertimos en la nada que deambula por el gran museo europeo.

¿Salirse del marco? ¿Por qué querrán semejante cosa? ¿Por qué la nada debería acogerlos?

La nada no hace nada en este museo. Es así de sencillo.

Los motivos para salir del cuadro nunca serán suficientes. La suficiencia es no morir ahogado.

La sala del museo –un lugar que expone los derechos universales como si fueran momias– pronto enviará a los soldados.

El audioguía cantará: «misión de paz, protección de fronteras, seguridad, cooperación…»

La nada se acostumbra a los horrores exóticos.

 ©GTRESONLINE. Foto: Manu Brabo. PREMIOS PULITZER ASSOCIATED PRESS. Sirios desplazados en el campamento de refugiados cercano a Azaz.

©GTRESONLINE. Displaced Syrian men wait for food near an NGO charitable kitchen in a refugee camp near Azaz, Syria, Oct. 23, 2012. This image was one in a series of 20 by AP photographers that won the 2013 Pulitzer Prize in Breaking News Photography. (AP Photo/Manu Brabo, File)

Los museos son lugares hechos para mirar, si puedes pagarte la entrada. El horror es aquí una cosa distante, pero no inocua. Los niños lloran a medias, pero lloran. Sus lágrimas no son completas porque nacen en el otro lado.

Un día los museos de Oriente y Occidente cambiarán de marcos. El audioguía gritará: ¡guerra!

Así de caprichosa parece la Historia, y entonces nuestra sala albergará las cenizas.

Los bikinis no servirán de mucho en el nuevo mar, las clases de natación resultarán inútiles. Buscaremos la manera imposible de saltar.

Ese día solo podremos esperar a que alguien recoja al niño cuando este se deslice desde nuestros brazos cansados. Esperaremos que haya un ser humano no anestesiado en la sala de los espectadores. Que la nada no sea nada. Que las lágrimas estén completas. Que alguien entienda que la distancia que nos separa del cuadro es una impostura.

Que el marco no exista. Que el marco no exista… Ese será nuestro único anhelo.

Romper el cuadro como en la excelente obra de Iman Al Khatri, su proyecto de final de carrera en la universidad Sultan Qaboos.

Nada más. Tender los brazos.

Decirle al museo que los tiempos de la nada han terminado.

 

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