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Los Blues Brothers obligan a Brian Wilson a hacer surf

La explotación del enfermo, el distinto o el raro forma parte inseparable del negocio del rock. Uno de los últimos ejemplos es Daniel Johnston, aplaudido como rey oustider por un público que nunca le invitaría a comer y por un buen montón de famosetes con gusto por la bohemia y las camisetas con el lema «me gusta el loco» (entre ellos Tom Waits, Wilco, Beck, Yo La Tengo, M. Ward, Bright Eyes, Sonic Youth y Kurt Cobain). Enfermo dolorido, maniaco-depresivo, disociado, incapaz de valerse por sí mismo, víctima de delirios y ataques de violencia, a Johnston le vale de poco la veneración: son sus padres, un par de ancianos cristianos integristas  quienes le cuidan a diario son su padre, un anciano cristiano integrista, y un hermano de Daniel. Ambos vigilan que tome la medicación, se encargan de darle de comer…

La historia no es nueva. El vídeo que abre la entada es uno de los más despiadados episodios de canibalización insensible que empuercan la historia de la música poprock, donde estar majara parece en ocasiones ser un valor muy provechoso financieramente, sin que medie la consideración del dolor que sufre el enfermo.

"La curación del hermano Brian". Portada de la revista Rolling Stone

«La curación del hermano Brian». Portada de la revista Rolling Stone

Se trata de un sketch en tono de comedia rodado en el año 1976 en el que los actores Dan Aykroyd  y John Belushi (1949-1982) encarnan a una pareja de agentes de policía que entran en la casa de Brian Wilson, líder de los Beach Boys, para comunicarle que es «culpable» de no hacer surf y obligarlo a coger algunas olas.

El músico, que sufría un severo síndrome maniaco-depresivo desde hacía años, tenía un temor reverancial por el océano, apenas sabía nadar y jamás se había subido en una tabla de surf —pese a ser el compositor de Surfer Girl, Catch a Wave y otros himnos de la surf-music— fue presionado para que aceptase la humillación por su familia y el resto del grupo, empeñados en vender la campaña Brian Is Back! (¡Brian ha regresado!) para que la caja registradora volviese a registrar ingresos.

La pareja de cómicos, mundialmente famosa unos años más tarde por la película The Blues Brothers (John Landis, 1980), lleva al acusado a la mítica playa de Malibú, donde el asustado Wilson, vestido con albornoz, es zarandeado por las olas.

Pese al empeño (el grupo gastó una fortuna en vender la curación del loco comprando espacio en revistas y cadenas de televisión para entrevistas en las que Wilson no pasaba de algunos gestos de asentimiento), la historia no acabó bien: el disco de regreso de Brian, 15 Big Ones, fue un desastre, y el terapeuta que contraron para que resintonizase al enfermo, Eugene Landy, era un cantamañanas sin titulación que intentó hacerse dueño de la voluntad del paciente.

Hay un bonito colofón para esta triste fábula. Unos meses más tarde, antes del final de 1976, demostrando que los locos pueden tener el don de la iluminación, Wilson grabó una de las canciones más sinceras de su carrera. Estaba solo en casa, sin guardianes, y la cantó al piano. Se titula Still I Dream of It:

Joven y hermoso
Como un árbol recién plantado
Hacía frente a la vida
Pero cometí errores
¿Aprenderé alguna vez de las lecciones
que me enseña el camino?
Estoy convencido
La hipnosis de nuestras mentes
Nos puede transportar muy lejos

Fue un momento aislado de libertad y visión cristalina. Hasta el día de hoy, Wilson sigue siendo manipulado por su familia para sacar rendimiento económico al ángel roto.

Ánxel Grove

La inmerecida zona de sombra en torno a Stephen Stills

"Carry On"

«Carry On»

Condenado durante buena parte de su vida a cargar con la hipoteca de tener al lado al obligatorio Neil Young, a Stephen Stills, con una carrera tan larga y, en ocasiones, coincidente, se le juzga con demasiado rigor y sin la necesaria claridad. Aunque toca la guitarra mejor que Young —aunque con menos turbulencia—, tiene menos discos pésimos que el canadiense —especializado en combinar el oro con la basura— y lleva en la brecha desde comienzos de los años sesenta, todavía permanece en una inmerecida zona de sombra.

La discográfica Rhino Records, una de esas empresas por cuyos lanzamientos vale la pena seguir en el mundo, acaba de editar Carry On, una colección retrospectiva de 250 canciones de Stills en cuatro discos.

Entre los 82 temas del cofre hay mucho material todavía dorado pese a la condición de éxito del pasado —For What It’s Worth, con Buffalo Springfield, la fiera banda en la que coincidió por primera vez con Young; Suite: Judy Blue Eyes, con Crosby, Stills & Nash; Woodstock, con el gran supergrupo hippie Crosby, Stills, Nash & Young; Love the One You’re with, en solitario; Rock ’n’ Roll Crazies/Cuban Bluegrass, con Manassas…— y 25 piezas inéditas, entre ellas una jam-session con Jimi Hendrix, quien admiraba la técnica de Stills y le consideraba el mejor guitarrista de su generación.

Stills en un ensayo. Detrás, Crosby y Nash

Stills en un ensayo. Detrás, Crosby y Nash

¿Motivos que explican la permanencia de Stills en la segunda división? Van media docena.

Primero: no es fancy. Al contrario, se trata de un tipo clásico, hijo de militar, que nunca hizo demasiado caso al estilo de la formal informalidad de su colegas generacionales: por ejemplo, vestía bien («me gusta ir limpio y bien arreglado, no soy de esos que van por la vida como un roadie, que, al parecer, es el estilo que se lleva»).

Segundo: no es propagandista. Aunque siempre ha estado del lado correcto en las polémicas —es un activo militante en luchas sociales—, no se dedica a propagar sus causas.

Tercero: es sordo de un oído y, al no entender lo que le están diciendo, suele abusar de las imprudencias verbales.

"Stephen Stills" (1970)

«Stephen Stills» (1970)

Cuarto: es independiente y confía en el instinto. En 1970, tras concluir en Londres una gira con Crosby, Stills, Nash & Young —que estaban en el apogeo comercial de su carrera—, decidió quedarse a vivir en la capital inglesa («no me apetecía regresar para hacer el camino hacia música de mierda que concluyó con Hotel California«), compró una casa que tenía a la venta el beatle Ringo Starr y grabó su memorable primer disco en solitario, Stephen Stills, un intenso álbum de blues en el que invitó a tocar a, entre otros, Eric Clapton y Jimi Hendrix, que hizo en Good Old Times la última aparición musical de su carrera y moririría antes de que el disco fuese editado.

Quinto: la cocaína arruinó su vida, creatividad y finanzas a finales de los años setenta. Salió del lodazal gracias al apoyo de Young, con el que grabó Long May You Run (1976), del que se descolgaron David Crosby y Graham Nash.

Sexto: ha tenido muy mala suerte personal pero no se ha mostrado llorón en público. Uno de sus hijos, Justin, sufrió un grave accidente que le dejó tetrapléjico cuando hacía snowboard, y otro, Henry, padece síndrome de Asperger.

"Manassas" (1972)

«Manassas» (1972)

Si tuviese que indicar un sólo camino hacia el amor por Stills, sería otro producto de su intuición: el doble álbum Manassas (1972), uno de los discos más infravalorados de la historia y, para mí, el mejor de la década de los setenta junto con Layla and Other Assorted Love Songs, de Derek and The Dominos (Eric Clapton y unos amigos).

Obra de caminos cruzados —country-rock sideral, palpitación afrocaribeña (Stills empezó a tocar en clubes de mala muerte de Costa Rica, donde vivió durante la adolescencia), melancolía bluegrass…—, este es el disco que deben escuchar los muchos seguidores de los Black Keys si están interesados por saber de dónde proceden la intensa suciedad y el lamento penetrante del blues.

Ánxel Grove

46 años esperando un nuevo disco de David Bowie

Primer y último David Bowie

Primer y último David Bowie

David Bowie acaba de morir a los 69 años de un cáncer. Esta pieza fue publicada cuando editó su penúltimo disco, a los 66.

Casi cuarenta y seis años entre una y otra carpeta de dos álbumes discográficos, el primero y el último de David Bowie.

El enfrentamiento de imágenes conlleva en ocasiones adagios que, en mi caso, logran amansar la rabia que siento contra  la perversión de considerar lo joven como forzosamente bello, correcto y moral, esa actitud de «no tengo arrugas, tú sí tienes, por tanto estoy suficientemente preparado» (nunca suelen añadir para qué).

Junio de 1967 y marzo de 2013. Casi 46 años y casi nada ha cambiado: ahora, como entonces, seguimos esperando disco de David Bowie. No importa que sea viejo.

Máscara de resina de la cara de Bowie, 1975

Máscara de resina de la cara de Bowie, 1975

A unos días de que se ponga a la venta The Next Day —cuya carpeta también es un guiño contra la petulancia de la dictadura de lo juvenil— les propongo un recorrido arbitrario por algunos rincones (intentaré que no sean demasido conocidos) de la quebrada geografía de Bowie, un tipo de confianza, un alacrán, uno de los grandes activistas de la emoción, un arrugado (66 años) que todavía ruge pese al problema coronario de 2004.

En las letras del nuevo álbum («aquí estoy, no exactamente muriendo») sigue hablando, en la quebrada y alienígena sintaxis que aprendió del enculador de mozalbetes William S. Burroughs, de lo que no queremos ver en estos «tiempos de terror»: un hombre «azotado en las calles» por una «multitud idiota y aullante», un sacerdote «rígido por el odio» que exige «diversión de mujeres vestidas como hombres» y «putas con cuerpos empapados en papel», los momentos congelados como espejos, «cuando todo el mundo ve lo que hay al final de cada tenedor»…


Primer encuentro con el vinilo. La primera vez que Bowie apareció en un disco fue al frente de David Jones and the King Bees en el single con Liza Jane en la cara A y Louie, Louie Go Home en el reverso. El disco fue publicado en junio de 1964, cuando Bowie, que todavía mantenía como nombre artístico el del registro civil, tenía 17 años. Tras unos cuantos singles decidió adoptar el apellido Bowie porque David Jones llamaba a la confusión con Davy Jones (de los Monkees).

En Súper 8, en 1965. Imágenes mudas tomadas en Londres con una cámara de cine. El flamante David Jones, que ya luce maneras irrestibles y la sonrisa más bella del universo, aparece en las cercanías de un estudio de grabación. En este blog dan más detalles de la película.

Primer trato con el celuloide. En 1967 David Bowie actuó por primera vez en una película, iniciando una promiscuidad cinematográfica de años —en su currículo como actor en la Internet Movie Database le atribuyen 31 títulos—. El debut fue en The Image, un cortometraje dirigido por Michael Armstrong, un director de cuarta categoría que por entonces estaba empezando. Bowie, que tenía 20 años y todavía se debatía entre la música y las tablas, interpreta a una misteriosa aparición que hostiga a un escritor torturado.

Primer papel sobre las tablas. Tras el fracaso de su primer disco con la identidad que todos conocemos —David Bowie, 1967—, el joven músico, desencantado y bastante perdido, intentó entrar en el monasterio budista Samye Ling, en Escocia. Los monjes le convencieron de que no lo intentase con el camino del dharma y Bowie se inscribió en un curso de teatro del mimo Lindsay Kemp, que le enseñó a «liberar el cuerpo». Debutó con la compañía de Kemp en diciembre de 1967  en Oxford en el montaje Pierrot in Turquoise or The Looking Glass Murders. Una cadena regional de televisión grabó la obra, a la que pertenece el fragmento del vídeo anterior [el resto, aquí, aquí y aquí]. Bowie usaría las artes del disfraz que le enseñó Kemp en la composición de algunos de sus personajes escénicos.

Compositor mercenario. En tanto su carrera como solista no terminaba de despegar, Bowie compuso para otros cantantes. En 1968 firmó un buen tema para Billy Fury, Silly Boy Blue. El compositor recuperó el tema en Toy, el disco grabado en 2001 y colgado en Internet en 2011.


Anunciando helados. La desesperación del joven músico era de tal calibre que se ofreció para participar en anuncios publicitarios, como éste de los helados Lyons Maid en el que aparece fugazmente. Cuando lo intentó con Kit Kat le dijeron que no.

Estrella pop. En 1969 protagonizó otra maniobra vergonzosa con el clip Love You Til Tuesday, que fue repartido discrecionalmente entre los medios británicos para intentar vender a una nueva estrella del pop.

El mejor rock. Tanta pasión y movimientos fallidos se condensaron en 1972 en el mejor rock sobre la faz de la tierra. Hay grabaciones de la época, algunas con mala imagen pero electricidad de sobra, en este impagable canal de YouTube.

David & Lulu. En 1974 Bowie —con su hombre de confianza entonces, el guitarrista Mick Ronson— produjo un single para Lulu, la más pija de las cantantes pop del Reino Unido. Bowie, que también hace coros y toca el saxo, obligo a Lulu a fumar un cigarrilo tras otro para que su voz sonara con más aristas y The Man Who Sold the World fuese, como él deseaba, una pieza de «cabaret vamp«.

Fotos: Brian Duffy

Fotos: Brian Duffy

Aladdin Sane (1973). Para algunos es el mejor disco de Bowie. Álbum casi conceptual dedicado a la locura y el miedo a padecerla —el título puede leerse también como A Lad Insane, Un muchacho loco—, la archifamosa foto de portada, la única coloreada en la hoja de contactos, y los menos conocidos descartes son de Brian Duffy, un tipo bastante trastornado que, en 1979, quemó todos sus negativos en un arranque de furia meditada.

Entra el Duque. Vale la pena emplear media hora de vida en ver el capítulo del show televisivo de Dick Cavett emitido el 4 de diciembre de 1974. Flaco como un alambre, colmado de cocaína y paranoide perdido, Bowie presenta una de las primera apariciones públicas de The Thin White Duke (El Delgado Duque Blanco), uno de sus personajes más estrafalarios y peligrosos. Las canciones que interpreta en directo arden con fuego funk.

Plenitud. Dos de los mejores vídeos que pueden encontrarse en Internet de la última gran época de Bowie, coincidente con la trilogía de BerlínLow, Heroes y Lodger, editada entre 1977 y 1979—. Ambos son de actuaciones en 1978 y muestran a un artista en plenitud acompañado por un grupo sin fisuras con dos guitarristas de primera: Carlos Alomar y Adrian Belew.

Foto de promoción de "El hombre elefante"

Foto de promoción de «El hombre elefante», 1980

Elephant Bowie. En 1980 Bowie interpretó durante tres meses en un teatro de Broadway a Joseph Merrick, El hombre elefante, a cuya vida David Lynch había dedicado una película un poco antes. Los críticos consideraron que la interpretación de Bowie, que no se ayudó de prótesis de caracterización ni maquillaje, fue excelente. En este vídeo pueden verse extractos de la obra y una entrevista con Bowie sobre el papel.

Bowie canta a Brecht, 1982

Bowie canta a Brecht, 1982

Brectht & Bowie. En 1981 Bowie se atrevió a poner voz a cinco canciones de Baal, el primer libreto teatral (1918) escrito por Bertolt Brecht, que narra la historia de un ominoso músico ambulante capaz de amar y odiar con la misma intensidad. Las piezas fueron editadas en un extended play en 1982, pero Bowie las había intrerpretado previamente como actor principal de una producción dramática de la BBC. Aquí puede verse completa (algo más de una hora).

"All Saintrs", 2001

«All Saintrs», 2001

Instrumental. Una de las piezas más bellas de la discografía de Bowie es All Saints, un disco de bases instrumentales que el músico preparó en 1993 como regaló particular para sus amigos y que en 2001 fue editado comercialmente. Algunas piezas son turbadoras. Escuchen, por ejemplo, Some Are, compuesta por Bowie, Brian Eno y Phillip Glass.

Chaque jour une vie nouvelle. Cada día una nueva vida, eslogan del anuncio (paródico) de la marca de agua mineral Vittel que Bowie protagonizó en 2003.

Megamix via Radio Soulwax. Los reyes del mashup audiovisual también están colados por Bowie. Los sesenta minutos de este homenaje son brillantes.

Para terminar con el puzzle, republico un pequeño fragmento de El alien es humano, la entrada que dedicamos a Bowie cuando cumplió 65 años:

Corazón roto. El 25 de junio de 2004, Bowie sufrió un colapso tras una actuación en Scheesel (Alemania). Era un ataque al corazón causado por un trombo en una arteria. Más de un año después regresó a los escenarios para cantar la versión de Starman (…) Alguien le comparó, no sin razón, con Frank Sinatra. Los pantalones excesivamente cortos, las pantorrillas sin calcetines, el vendaje en el antebrazo… eran conmovedores y tristes. El alien, por primera vez, parecía humano.

Ahora, en el salvaje The Next Day, canta: «Mejor estar muerto que estar colocado«. Amén.

Ánxel Grove

Quince discos para explicar un solo disco

Las quince piezas

Las quince piezas

Los quince discos de la ilustración son las piezas para armar un solo disco, una de las obras con más poder de la historia del rock: Larks’ Tongues in Aspic, editado en marzo de 1973 por King Crimson, la perseverante, loca y admirable unidad de trabajo de Robert Fripp.

Para conmemorar el 40º aniversario del álbum, el quinto del grupo y el primero en el que Fripp pudo lanzarse al vacío de la experimentación radical, han editado un extravagante cofre de 15 discos que recomponen y explican la génesis y el desarrollo del álbum. Larks’ Tongues in Aspic: The Complete Recordings es el ejemplo de archivismo más extremo del que se tenga conocimiento: quince discos (13 CD, un DVD y un Blue-Ray) y un folleto de varias decenas de páginas para desenredar la madeja de un solo disco.

Pensarán ustedes que se trata de otro producto para fanáticos con el bolsillo bien forrado —la broma sale por más de 100 euros— y tendrán cierto grado de razón: estamos ante un disparate y no seré yo quien recomiende la compra.

Anotada la precaución —y teniendo en cuenta lo fácil que resulta en estos tiempos pedir prestada una copia para disfrutarla—, me atrevo a enunciar un consejo: escuchen y vuelen.

King Crimson, 1973

King Crimson, 1973. Desde la derecha, Muir, Bruford, Fripp, Cross y Wetton

El quinteto de músicos que se reunieron hace cuatro décadas en Londres para grabar el disco es el equivalente en rock al elenco que había rodeado a Miles Davis en In a Silent Way (1969). No exagero: King Crimson en 1973 rondaba por la senda de la libertad y el exceso ordenado con más genio que ningún otro grupo.

John Wetton (bajo, voz, piano), Bill Bruford (batería), Jamie Muir (percusión), David Cross (viola, violín, melotrón) y Robert Fripp (guitarra, melotrón, piano eléctrico, artefactos) habían comulgado con los dioses y eran capaces de citar a Bartok, el free jazz, la música de cámara y el heavy metal —en aquel tiempo nadie sonaba tan fuerte ni era tan extremo en decibelios—.

Cuatro de las cubiertas del cofre

Cuatro de las cubiertas del cofre

Larks’ Tongues in Aspic: The Complete Recordings es un trabajo de reconstrucción neurótica del que tiene mucha culpa el ansia de Fripp por elaborar un catálogo al detalle de su paso por el mundo —su diario online es de una precisión tan abrumadora que bordea el chiste: «día en casa, limpiando y ordenando mi escritorio; por la tarde, conduje al centro para ver a Toyah (Willcox)«, su mujer— desde su retiro de la música en directo y dedicación plena a los talleres colectivos de guitarra y a la gestión de la activa discográfica Discipline Global Mobile.

En la íntegra reconstrucción del inolvidable disco pueden encontrarse feroces conciertos en directo, fresquísimas sesiones de estudio que demuestran que la seriedad era el último de los valores que practicaba King Crimson y una nueva remezcla con sistemas de reducción absoluta de estática y ruido.

La escucha es tóxica y obliga a replantearse qué grupos de los años setenta dejaron una cicatriz más perenne en el rock. De Larks’ Tongues in Aspic asoman con naturalidad y sin petulancia el ambient, el noise, el art rock, el trance y las fusiones étnicas. Sus cinco intérpretes tienen fuego en las yemas de los dedos.

Ánxel Grove

El productor que dijo no a U2 porque no soportaba a Bono

Conny Plank

Conny Plank

A este hombre le ofrecieron en 1986 producir The Joshua Tree, uno de los discos más vendidos de U2 —28 millones de unidades hasta hoy—. Tras mantener dos reuniones iniciales con el grupo redentorista irlandés, rechazó el encargo. Resumiendo un sentimiento que comparte media humanidad explicó: «Podría trabajar con los demás, pero no soporto al cantante», explicó, .

Conny Plank, de cuya prematura muerte en 1987 (cáncer a los 47) se acaban de cumplir 25 años, no necesitaba ni quería las bendiciones de Bono Vox. Su  forma de trabajo nada tenía que ver con la búsqueda de grandeza épica y catedralicia. Al contrario, Plank buscaba los tonos humildes y se consideraba un simple técnico, un mediador: «Sólo me dedico a apretar botones. Cada músico tiene el sonido que merece y desea», decía.

Se acaba de publiar el álbum de cuatro discos Who’s That Man: A Tribute to Conny Plank, editado por la discográfica Gröndland como un intento de resumir la amplísima obra de Plank, que merece sin discusión el título de padre del krautrock, el rock espacial y loco que salió de Alemania durante los años setenta.

Hubo un tiempo en que la frase «producido por Conny Plank» era una garantía de riesgo y placer. Durante los setenta los discos que llegaban de su estudio, establecido en la antigua nave de los cerdos de la granja de Colonia (Alemania) donde vivía y trabajaba, proponían el uso libre de la imaginación frente a los cánones cerrados y de piñón fij0 de la música inglesa. De la mano de Plank, convencido de que había más brillo en el error que en la precisión, más belleza en el ruido que en la paz y más campo de acción en el dub jamaicano que en el pop, surgieron álbumes de, entre otros, Kraftwerk, Neu!, Cluster, Ash Ra Tempel y Harmonia.

Imantados por la manera de trabajar del alemán —que había empezado, por cierto, como técnico de sonido para Marlene Dietrich— y su manera de relacionar la frialdad electrónica con la aridez del rock, músicos vanguardistas ingleses, entre ellos Brian Eno y David Bowie, le pidieron asesoría y consejo para algunos de sus trabajos, entre ellos la trilogía de Berlín. Tras ellos llegarían bandas de new wave como Ultravox, Eurythmics y Killing Joke que buscaban un sonido más salvaje y menos académico que el ofrecido por los productores británicos.

Productor de casi cincuenta discos, Plank, un tipo grande y con cierto aspecto de oso, trabajaba, según quienes le trataron, por movimientos viscerales. «Un productor es alguien capaz de crear una atmósfera libre de miedo y reservas que permita encontrar el momento de máxima inocencia. Entonces debes apretar un botón y grabar», sostenía.

Ánxel Grove

Las ‘big mamas’ que parieron el blues

"The Complete Columbia Recordings" - Bessie Smith

«The Complete Columbia Recordings» – Bessie Smith

Acaban de publicar la colección The Complete Columbia Recordings, un compendio integral de diez discos con todas las grabaciones entre 1923 y 1932 de la mejor cantante de blues de todos los tiempos, Bessie Smith (1894-1937).

La circunstancia de la edición —una vieja demanda de los amantes del blues finalmente cumplida— justifica que repasemos la vida y la obra de unas cuantas pioneras, con frecuencia olvidadas por la propaganda o los falsos mitos (¡he llegado a escuchar más de una vez que Billie Holiday, que llegó más tarde y se inspiró en las big mamas, fue la primera mujer que cantó un blues!).

En un momento nada cómodo —depresión económica, racismo y sexismo rampantes, tiranía blanca en las radios y prohibición expresa de que los negros cantasen todo aquello que no fuese vodevil costumbrista— este grupo de vocalistas se enfrentó al estatus dominante y logró consolidar la música racial de los doce compases y el dolor.

Su historia también contiene una paradoja: aunque cantaban sobre las fracturas del alma y la ingratitud de la vida de la misma manera que lo hacían los bluesmen rurales de las plantaciones de algodón, las big mamas se comportaban como divas, gastaban fortunas en vestuario y joyas y azucaraban formalmente el género contaminándolo con la herencia del vodevil. Sentían el blues, pero lo difrazaban por motivos coyunturales. Como siempre, hay excepciones.

Bessie Smith

Bessie Smith

Bessie Smith: la Emperatriz muerta en la Autopista del blues. No fue la primera, pero sí la mejor y la más radical, la emperatriz, como sugería su apodo, que reinaba sobre una forma expresiva puramente femenina que contiene todo el espectro de las emociones humanas. Con Smith, como ha escrito algún crítico, pasas de la carcajada al llanto y ambos estímulos nacen del mismo rincón de tu alma.

Huérfana de padre –campesino y pastor baptista dominical— y también de madre desde los nueve años, creció en una cabaña miserable y se buscó la vida como niña cantante y bailarina en las esquinas de su pueblo natal, Chattanooga (Tennessee).

Surcó carreteras secundarias para actuar por cuatro monedas en locales de mala muerte antes de que fuera fichada por Columbia en 1923. Su primera grabación Down Hearted Blues, un lamento sobre los «malditos hombres» y su modo de tratar a las mujeres, fue un éxito masivo (780.000 copias vendidas en seis meses) en una época en que la difusión de música negra era muy limitada.

La voz poderosa de Smith, que nunca necesitó amplificación para cantar en teatros y bares, era también vulnerable y majestuosa. Grabó 160 canciones y fue solicitada por los mejores músicos de su época, consiguiendo que la discográfica le ofreciera un contrato de 400.000 dólares, una cantidad elevadísima en un tiempo en que los negros cobraban diez dólares por grabación.

Bessie Smith

Bessie Smith

Vivió a lo grande, bebió a lo grande, cultivó una desgraciada selección de amantes que la explotaron y maltrataron y fue capaz de reducir a golpes y empellones y sin ayuda a un piquete del Klu Klux Klan que le quiso reventar una actuación.

Murió en un accidente de coche a los 43 años, cuando su lujoso Packard descapotable chocó con un camión que estaba detenido al borde de la mítica Highway 61 —la carretera que los bluesmen del Delta utilizaron para emigrar hacia Chicago y dar origen al blues urbano y eléctrico de las décadas siguientes—.

Por culpa de algunos cronistas blancos con ganas de sensacionalismo se extendió la certeza de que había muerto desangrada porque un hospital segregacionista se había negado a atenderla, cuando lo cierto es que había fallecido en la ambulancia.

La enterraron en un cementerio cercano al lugar del accidente y se encontraron con que la gran dama del blues estaba arruinada y no había fondos para pagar un túmulo funerario. La tumba permaneció sin marcar hasta 1970, cuando dos mujeres se aliaron para pagar una losa de mármol. Eran Juanita Green, que había sido criada de Smith, y una cantante blanca de blues llamada Janis Joplin. La inscripción dice: «La mejor cantante de blues del mundo nunca dejará de cantar».

Existe una infrecuente oportunidad de ver a Smith y escuchar su voz en el cortometraje St. Louis Blues, rodado en 1929 para narrar en cine la historia de la canción del mismo título, escrita por W.C. Handy y con Louis Armstrong en la trompeta.

Mamie Smith

Mamie Smith

Mamie Smith (1883-1946), la primera mujer que grabó un blues. La segunda Smith de esta relación —no hay lazos familiares con Bessie— figura en la historia de la música como la primera mujer negra en grabar un blues.

El hito corresponde a Crazy Blues, registrado en acetato el 10 de agosto de 1920 en Nueva York por el sello OKeh. La partipación de Smith fue un accidente, porque en la sesión estaba prevista otra cantante, que no pudo acudir por un catarro.

La canción, un blues urbano, con muchos guiños al vodevil del que procedía Smith, fue un gran éxito de ventas y empujó a las discográficas a buscar con ardor a vocalistas de blues para aprovechar la disposición del mercado.

La operación mercantil fue beneficiosa para el género, que consiguió el reconocimiento que merecía, pero también conllevó, como señala el Ted Giogia Gioia en su fundamentela libro El blues, una perversión sobre el pathos original, convirtiendo la declaración íntima de la tragedia del alma en una ceremonia de orgullo adecuada para teatros, con músicos profesionales dando lustre a las canciones.

Mamie Smith, con su voz penetrante y muy femenina, abrió el camino a muchas otras cantantes y vivió una corta gloria. «Pienso que mi público quiere verme cada vez más elegante y no pienso defraudarlo», dijo en una entrevista de aquella época.

Apareció en algunas películas cantando pero murió en la indigencia.

Ma Rainey

Ma Rainey

Ma Rainey (1886 – 1939), la verdadera Madre. Si alguien tiene derecho a la condición materna es esta mujer de limitadísimas dotes vocales, cuyas canciones demuestran que la grandeza del blues no está en el vituosismo sino en la emoción transmitida mediante la voz.

Las empresas discográficas no fueron rápidas con ella y no parece que a Ma Rainey, nacida como Gertrude Pridgett en una villa rural de Georgia, le importase demasiado. Cantó en carpas ambulantes de circos y con matasanos vendedores de tónicos durante tres décadas antes de grabar un disco. Le gustaba compartir descargas con otros artistas y algunos de sus biógrafos sostienen que secuestró durante dos años a la niña Bessie Smith, de quien fue gran protectora, para enseñarle a cantar blues con propiedad.

Sólo tuvo contrato entre 1923 y 1928. Durante esos años, grabó cien canciones, entre ellas los clásicos See See Rider Blues y Bo Weavil Blues.

Áspera, espontánea y sin concesiones a la galería, fue la más honda de las blueswomen. También la menos apegada a la fama: en 1933, cuando se cansó de los aplausos y las fiestas, regresó a su pueblo y alquiló un par de teatros para exhibir películas, progranar actuaciones y pagar los recibos. Sólo cantaba cuando le apetecía y siempre ante familiares y amigos.

Murió de un ataque al corazón en 1939.

Para terminar les dejo una pequeña recopilación de canciones de mujeres que cantaron alto, fuerte y hace casi un siglo en el idioma del blues, el género, de «seca mordacidad» sin el cual, como anota Ted Giogia Gioia, la banda sonora de nuestra vida sería «esencialmente distinta, tibia y desprovista de entrañas».

Ánxel Grove

Wilko Jonhson, enfermo de cáncer terminal, dice no a la quimioterapia y sigue tocando

Wilko Johnson

Wilko Johnson

Ojos de fiebre, mandíbulas cinceladas, labios peligrosos e impecable vestuario de killer —cuando abrochas el último botón de la camisa estás diciendo: «me basto, no te necesito»—. La foto es de finales de los años setenta, pero el gesto de Wilko Johnson sigue siendo el mismo. En julio cumplirá 66 años. Si el cáncer se lo permita.

Ha elegido morir matando. Desde que le diagnosticaron en noviembre de 2012 un cáncer de pancreas ante el cual no es posible la cirugía, Johnson ha tomado dos decisiones: renunciar al sinsentido de la quimioterapia en un caso de enfermedad terminal y seguir dando guerra hasta que el cuerpo se lo consienta.

En febrero dará conciertos en Francia y en marzo en el Reino Unido. Las giras del adiós, como las ha llamado sin drama, quieren ser una oportunidad para expresar su «sincero agradecimiento» a los seguidores de su larga carrera.

Nacido en Canvey, una isla del estuario del Támesis donde mascas combustible cada vez que abres la boca —alberga uno de los complejos de refinerías petroquímicas más grandes y contaminantes de Inglaterra— y aparecen monstruos en las aguas, Johnson mandó a paseo una licenciatura en Literatura Inglesa antigua y sagas islandesas, se largó a las playas indias de Goa y regresó para montar un grupo de rhythm and blues canalla que regó de sudor y adrenalina varias décadas, Dr. Feelgood.

Cubierta de "All Through The City (with Wilko 1974-1977)"

Cubierta de «All Through The City (with Wilko 1974-1977)»

El cuarteto —mostrenco, sin piedad, empapado de cerveza y sudor— hizo historia como piedra angular del pub rock, el único movimiento musical decente salido del Reino Unido entre los Beatles y el punk. Eran de una sencillez bárbara y efectiva: la guitarra crispada como el hacha de un leñador de Wilko —siempre en estado de trance, anfetamínico, sin un sólo parpadeo— y la voz de fumador borracho del exmecánico Lee Brilleaux, un sudafricano al que nunca querrías tener como enemigo. El primero, de imperioso negro; el segundo, con un traje blanco ennoblecido por el sobe de muchas barras de bar.

Entre 1974 y 1977 nadie les superaba en fuego y bravura. Sin ellos hubiera sido imposible el punk, cuyos adolescentes desabridos tomaron de Dr. Feelgood el ejemplo de cómo ser económicos y radicales, de la innecesaria derrota de las concesiones. Después de cuatro discos históricos que hoy suenan como entonces, liberadores y de una íntegra pureza —Down by the Jetty (1975), Malpractice (1975), Stupidity (1976, en directo, el mejor) y Sneakin’ Suspicion (1977)—, y de un manojo de canciones compuestas por Wilko según el canon eterno de golpe, golpe, golpeRoxette, Back in the Night, Stupidity…—, el guitarrista dejó la banda para ser su propio jefe. Brilleux siguió al frente del grupo hasta su muerte, en 1994, por un linfoma.

Hay dos alternativas gozosas para entender el legado de Dr. Feelgood —bello también por efímero: el rock nunca debe esclerotizarse con el masturbatorio baile con el tiempo—, el documental Oil City Confidential (Julian Temple, 2009) y el recopilatorio  All Through The City (With Wilko 1974-1977), un cofre con cuatro discos publicado el año pasado.

Wilko Johnson, 2012

Wilko Johnson, 2012

«Cuando el médico dijo: ‘Tienes cáncer’ me sentí calmado. Luego me puse eufórico», dijo Wilko en la única entrevista que ha concedido tras el diagnóstico de cáncer. Una declaración en su web oficial precisa que se siente bien, de buen humor y que es previsible que pueda disfrutar de «unos cuantos meses de razonable salud y actividad».

Es triste saber que nos deja y los conciertos de despedida serán, necesariamente, una antesala fúnebre de la muerte segura, pero hay una gran dignidad en el gesto de seguir tocando y el no tajante al inútil tratamiento. Así se despide un killer, golpeando.

Ánxel Grove

Las diez mejores canciones de ‘Soulandia’

Logotipo de Stax

Logotipo de Stax

Algunas direcciones deberían tener carácter sacramental. Un ejemplo: 926 East McLemore Avenue, Memphis. En la casa de planta baja había una tienda de discos. En el sótano jugaban los dioses.

El inmueble, no hay casualidades cuando hablamos de las posibles variaciones que adopta el cielo cuando se reproduce en la tierra, había acogido un cine, un cofre para encerrarse con los sueños. De esa vida anterior, el local mantenía la marquesina y pronto colgaron de ella orgullosas letras rojas que bautizaban la sede musical: Soulville USA, algo así como Soulandia, EE UU.

Stax. Las marcas a veces lo dicen todo. El chasquido del ritmo primordial: rozas los dedos y haces música.

Stax fue el mejor sello discográfico de soul de la historia, la alternativa rugiente a la blandenguería coetánea de Motown, cuyos artistas aprendían buenos modales en clases pagadas por la empresa, vestían como responsables jóvenes negros que nunca participarían en un disturbio racial y eran contratados sin miedo en los hoteles de los millonarios blancos. No es posible imaginar a Diana Ross robando una cartera.

En Motown sonreían, en Stax sudaban. Motown era el gueto absorbido por el sistema; Stax, la revolución en marcha. Los nombres de las sedes entregaban indicios suficientes sobre las diferencias: Motown operaba desde Hitsville, Exitolandia. Stax, ya lo he dicho, en Soulville. La máquina registradora contra el alma.

Las canciones de Stax fueron la pólvora de los años sesenta. Cada disco que salía del sótano de la avenida East McLemore era un huracán y, pese a las zancadillas de Atlantic, a quien habían entregado la distribución para concentrarse en la música y sin sospechar que la potente discográfica minimizaría a los artistas de Stax para que no hicieran sombra a los suyos (entre ellos a su buque insignia, la dama del soul Aretha Franklin, que competía en la misma liga), se coló en la banda sonora de la época para no ser desbancado jamás.

Sede de Stax, 'Soulandia'

Sede de Stax, ‘Soulandia’

Antes de entrar en materia, un apunte aclaratorio: soy fanático de Motown (una discográfica de negros que cantaban para blancos) y sigo escuchando con harta frecuencia las ñoñerías sublimes de The Supremes y las telenovelas de tres minutos de Smokey Robinson and The Miracles. Me pasma como algunos intérpretes del sello de Detroit se atrevieron a acercarse a la sensibilidad lisérgica de los hippies (sobre todo los inolvidables The Temptations) y como otros, con el tiempo, se enfrentaron a las reglas morales de la casa: respeto eterno e inmutable para Marvin Gaye y What’s Going On, llamado con justicia el Sgt. Pepper’s negro.

Pero, aún así, me quedo con la bravuconería de Stax, una discográfica fundada por blancos —Jim Stewart y su hermana Estelle Axton: STewart/AXton = Stax— pero entregada sin reservas a la sensibilidad negra: baile y sensualidad. Y sin perdir perdón.

Este es, en cuenta atrás, mi top ten de Soulandia.

10.
Who’s Making Love
– Johnny Taylor, 1968

¿Quién está haciendo el amor a mi chica / Mientras yo estoy por ahí haciendo el amor?, se pregunta el Filósofo del Soul, Johnny Taylor, una máquina de gemidos que no tenía nada que envidiar a James  Brown. Who’s Making Love fue su mayor éxito y uno de los primeros de Stax tras la ruptura de la empresa con Atlantic. En la grabación puede escucharse al siempre carnoso grupo de la casa, Booker T. & the MG’s, y al piano es posible adivinar al por entonces todavía desconocido para las masas Isaac Hayes. Taylor, un gran vocalista injustamente colocado entre los segundones del soul, era también un baladista seductor. Murió en 2000, a los 66 años, de un ataque al corazón.

9.
634-5789
– Wilson Pickett, 1966

Palabras mayores. Wilson Pickett (1941-2006), intérprete de al menos medio centenar de canciones fundamentales, encontró en Stax la casa que necesitaba para soltarse como vocalista brioso y funky, uno de los grandes. Quizá este medio tiempo —titulado con el número real de telefóno de la discográfica— no sea una de sus canciones más conocidas, pero sirve para comprobar la amplísima expresividad de su voz, educada, como puede apreciarse, en los coros de gospel de las parroquias y convertida en aullido en las calles.

8.
Everybody Loves a Winner
– William Bell, 1967

William Bell fue uno de los más activos músicos de Stax, a quienes había entregado en 1961 uno de los primeros grandes éxitos de la casa, You Don’t Miss Your Water. Prefiero Everybody Loves a Winner, un lamento contenido sobre la delgada línea que separa la fama y la bancarrota (Todos aman a un gandaor / Pero cuando pierdes, pierdes en soledad).


7.
Green Onions – Booker T & The MG’s, 1962

¡Esto es de 1962, cuando los Beatles aún sonaban como una rondalla! El riff de guitarra de Steve Crooper es un martillo económico pero radical (¡por ese solo darían la vida muchos!), el bajo de Donald Duck Dunn rompe las paredes, la batería de Al Jackson asusta y el órgano de Booker T. Jones es la esencia de lo impecable. Todo el porvenir está en este instrumental: las filigranas de Hendrix, el orgullo de los mod, la estampa del mejor R&B, el ánimo cool del bebopBooker T & The MG’s, la banda de negros y blancos que tocaba en casi todas las canciones de Stax, fue el primer supergrupo de la historia. Hicieron tanto y tan intensamente que parecen de otro planeta. Muchos creen que fueron el mejor grupo de la historia. No es exagerado pensarlo.


6.
Walking the Dog – Rufus Thomas, 1963

Mentor y padrino de gran parte de las figuras del northern soul, pionero del rock and roll, padre de Carla Thomas —importante por sí misma—, Rufus Thomas empezó como comediante y nunca dejó de lado la vis cómica en sus canciones directas y divertidas en las que circulaba por el lado brillante de la vida. Walking the Dog, que los Rolling Stones versionaron con nula intensidad en su primer disco, fue uno de los grandes éxitos que grabó en los primeros tiempos de Stax.

5.
I’ve Been Loving You Too Long – Otis Redding, 1963

Es muy probable que la evolución musical del soul y el R&B hubiese cambiado de no mediar la prematura muerte del más rutilante y dotado de sus intérpretes, Otis Redding, víctima mortal de un accidente de avioneta en diciembre de 1967, poco después de cumplir 26 años. Es tanta y tan enorme la obra de Redding pese a la tragedia que la truncó antes de tiempo, que esta lista podría limitarse solamente a sus canciones, pero, puestos a elegir, I’ve Been Loving You Too Long es una apuesta segura. Redding, que era un gran compositor —a diferencia de buena parte de los vocalistas de soul, que sólo ponían garganta y sentimiento—, escribió la pieza en la soledad nocturna de un hotel y a medias con Jerry Buttler, el cantante de los Impressions. La lejanía de la persona amada y el sentido de separación que multiplica la entrega y la dependencia brotan, palpables, de la intrepretación, que dejó a los hippies con la boca abierta y en ridículo cuando Redding cantó el tema, unos meses antes de morir, en el Festival de Monterey, demostrando que no es necesario quemar una guitarra en el escenario cuando es tu alma la que está ardiendo. La canción ha sido ampliamente versionada: los Rolling Stones hicieron el ridículo al enfrentarse a una pieza que les viene demasiado grande —Redding les devolvió al favor mejorando Satisfaction con gasolina negra—, mientras que Ike and Tina Turner se pasaron de revoluciones lúbricas —ya se sabe que la contención no es una de las virtudes de Tina—.

4.
In the Midnight Hour
– Wilson Pickett, 1965

Segunda aparición en este top ten de Pickett —otro que merece un hit parade exclusivo—, esta vez con la inevitable In the Midnight Hour, que el cantante coescribió con Steve Crooper, el guitarrista de Booker T and The MG’s, en un cuarto del motel Lorraine de Memphis, donde en 1968 sería asesinado Martin Luther King. La canción es una de las más recurridas de todos los tiempos (la han tocado desde The Jam —nada mal pese a la reconversión a estilo mod— hasta Roxy Music —patéticos en una recreación de burdel—) pero los copistas harían bien en borrar de la memoria humana todas las versiones: nadie sabe cantar esta propuesta de sexo a medianoche como Pickett, roto y recompuesto en cada verso.

3.
Knock on Wood – Eddie Floyd, 1966

La quintaesencia del estilo energético del soul de Stax contenida en tres minutos. Compuesta por Eddie Floyd con la ayuda, otra vez, del incansable Cropper, el primero la canta con poderío, suficiencia y un increible cromatismo. El tema era tan bueno que todo el elenco de cantantes de la casa quiso cantarlo, pero ni siquiera la versión a dúo de Otis Redding y Carla Thomas se acerca a la original.

2.
Hold On, I’m Comin’ – Sam & Dave, 1966

Samuel David Moore y Dave Prater, tenor alto y barítono respectívamente, cantaban juntos como Sam & Dave sin mayor gloria desde 1961. Todo cambió cuando ficharon para Stax cuatro años más tarde y uno de los tándems de compositores de la casa, David Porter e Isaac Hayes, comenzó a entregarles canciones resueltas, altivas y animosas que empujan a la ceremonia del baile desde la primera progresión de acordes. Hold On, I’m Comin’ es uno de esos himnos, quizá el más potente, y demuestra la influencia de las candentes maneras interpretativas del dúo en artistas posteriores como Bruce Springsteen, que siempre ha señalado a Sam & Dave como referencia.

1.
(Sittin’ On) The Dock of the Bay – Otis Redding, 1968

Una de esas canciones que son patrimonio de la humanidad con más merecimiento que cualquier catedral gótica. Conocida, no creo exagerar, por nueve de cada diez habitantes del planeta, contiene un mensaje de dulce saudade que todos merecemos compartir. Grabada pocos días antes de la muerte de Redding y editada pocas semanas después del entierro —fue el primer número uno póstumo de la historia de las listas de éxito—, nadie creía en la sencillez pop de la balada, ni siquiera la viuda del cantante, que hizo todo lo posible por evitar la publicación porque estaba convencida de que decepcionaría a los seguidores del cantante más carismático de Stax. Redding y Steve Cropper —ya sabemos quién era el genio musical de la discográfica— compusieron el tema en una casa flotante de la bahía de San Francisco, donde descansaban tras el Festival de Monterey. Redding, un tipo físico (190 cm. de altura y 100 kilos de peso) pero muy abierto a las emociones, estaba convencido de que el soul debería migrar, como lo estaba haciendo el rock, hacia terrenos más eclécticos y menos dominados por la fórmula. Le encantaban los discos psicodélicos de los Beatles y pretendía hacer algo parecido con el R&B.

La sagrada biblia

La sagrada biblia

Adenda
The Complete Stax/Volt Singles: 1959-1968
Stax Tour of Norway, 1967
Otis Redding live at Montery

La abigarrada historia de Stax no merece el límite de diez canciones que le ha otorgado esta entrada. Para quienes deseen inmersión completa, el cofre de diez discos The Complete Stax/Volt Singles: 1959-1968 es la opción definitiva: permite apagar la luz, cerrar los ojos y someterse.

Los necesitados de comprobación audiovisual del tóxico poder del mejor soul de la historia pueden acudir a la visión de la lista de reproducción de vídeos que inserto más abajo: 45 minutos con los cabezas de cartel de la discográfica tocando y cantando en directo en la televisión noruega en 1967. Atención a la temperatura ascendente de la fiebre del público: dos centenares de jóvenes nórdicos que empiezan el concierto con cierto aire de arrogante escepticismo y acaban queriendo llevarse con ellos a casa a Otis Redding.

Dos vídeos más cierran el post con la memorable actuación de Redding en el festival de Monterey, quizá una de las mejores descargas en directo de la historia del pop.

Ánxel Grove

Bert Berns, el productor maravilla al que Van Morrison rompió el corazón

Bert Berns

Bert Berns

La culpa la tuvieron el barrio, los vecinos y una fiebre reumática.

Bert Berns, hijo de judíos rusos y nacido en Nueva York con la Depresión de 1929, iba para pianista clásico por decisión paterna, pero en eso cayó enfermo de una fiebre reumática que le dejó secuelas en el corazón y le obligó a muchas horas de reposo. Desde el tedio de la cama, el niño escuchaba la música que salía de las otras viviendas del edificio del caliente barrio del Bronx, donde los caribeños eran mayoría. La guajira fue la mejor medicina y el crío mandó a paseo para siempre a Mozart y Chopin.

Se tomó la pasión cubana muy en serio, empezó a frecuentar a pianistas y soneros, a visitar clubes humeantes de tabaco y sexo y a sincopar —la forma rítmica de la sabiduría musical—. En 1958 le propusieron comprar un club en La Habana, consiguió un préstamo y se lanzó a la aventura. Cuando llegó a la isla se enteró de dos cosas: el club, como la ciudad casi entera, era un burdel para gringos y había una revolución en marcha. Tuvo que regresar a los EE UU poco después de la entrada de los castristas en la ciudad, pero dió por buena la experiencia.

Como siendo consciente de que tenía los días contados —la dolencia cardíaca era incurable—, Berns se dedicó sin tregua a componer y producir canciones. En casi todos los casos parecían una descarga cubana. Primero como empleado a sueldo de la discográfica Atlantic, una de las madrigueras mayores del soul, y después como jefe de sus propios sellos, Bang y Shout, se convirtió en uno de aquellos taumaturgos que, durante la primera mitad de los años sesenta, fabricaban música que parecía caida del cielo por lo numerosa y cautivadora.

Bert Berns (izquierda) y Jerry Wexler

Bert Berns (izquierda) y Jerry Wexler

Aunque tuvo una huella pública menor que otros de los creadores de su tiempo, entre 1961 y 1966 Berns hizo —y hablamos de un tiempo en que el verbo hacer era textual: desde la composición de la pieza hasta el acabado final en el estudio, pasando por los arreglos e incluso la decisión del tono anímico que los intérpretes debían manejar— canciones que podrían ser la obra de una vida entera: Twist and Shout (Isley Brothers), Brown Eyed Girl (Van Morrison), Piece Of My Heart (Erma Franklin, hermana de Aretha), Cry Baby (Garnet Mimms and The Enchanters), Cherry Cherry (Neil Diamond), Cry To Me (Solomon Burke), Hang on Sloopy (The McCoys), I Want Candy (The Strangeloves), Here Comes the Night (Them)

Algunos de los discos con música y producción de Berns

Algunos de los discos con música y producción de Berns

Músicos de instinto afilado para la rapiña de buenos temas ajenos como los Beatles y los Rolling Stones o cantantes en busca de repertorio para lucir garganta (Janis Joplin) se aprovecharon de la inspiración imparable de Berns y la calentura emocional de sus piezas, muchas basadas en las progresiones rítmicas caribeñas a las que estaba enganchado desde niño.

Durante sus corto tiempo de gloria, Berns era infalible y buscado por todos los intérpretes que deseaban un hit. Además, era un tipo juerguista y de buen talante que en el estudio no se comportaba con los modales de tirano de otros jóvenes productores maravilla —el ejemplo más extremo es Phil Spector y su complejo de Napoleón— y dejaba que los músicos interviniesen en la cocción de las canciones.

Bert Berns, con una copa en la mano, y Van Morrison, en una fiesta en Nueva York, 1965

Bert Berns, con una copa en la mano, y Van Morrison, en una fiesta en Nueva York en 1967. La chica es Janet Planet, futura esposa de Morrison

La desgracia para Berns llegó desde Irlanda. En una estancia de trabajo en Londres había producido algún single para Them, el grupo que encabezaba el portentoso cantante Van Morrison, el único músico de la british invasion que cantaba con la misma intensidad  que un negro.

Fascinado con la exaltación de aquel muchacho, Berns le ofreció un  contrato de grabación con Bang y se lo llevó a Nueva York para producir un álbum como solista, Blowin’ Your Mind Up. En el disco había piezas tan complicadas e insólitas como TB Sheets, una larga derivación bluesy en la que un amante rumia en torno a la contemplación de las manchas de sangre en las sábanas de una novia tuberculosa.


Morrison, cuyo carácter desabrido es proverbial, fue el primer artista que le plantó cara a Berns. La grabación estuvo llena de interrupciones derivadas de un choque de pareceres de fondo: el productor quería un producto pop porque consideraba que Morrison era «el Solomon Burke blanco» y podía hincharse a vender discos, pero el cantante prefería buscar una forma expresiva más abierta, cercana al jazz y la improvisación libre. Las discusiones eran constantes y el disco salió adelante de milagro después de sesiones de las que todos salían descontentos y con la sensación de haber cedido demasiado.

Berns y Solomon Burke

Berns y Solomon Burke

No era el único problema al que hacía frente el bueno de Berns. Atlantic hacía maniobras financieras para tomar el control de Bang y otro de los cantantes de la casa, Neil Diamond, exigía la misma libertad creativa de la que gozaba Morrison. El modelo del pop estaba cambiando: los fabricantes de éxitos instantáneos languidecían y emergía la figura del autor.

El 30 de diciembre de 1967, después de una semana agotadora de discusiones encendidas con Morrison, Berns se sintió indispuesto y alquiló un cuarto de hotel para descansar unas horas. En algún momento durante la siesta sufrió un fatal ataque al corazón. Tenía 38 años pero en las últimas fotos parecía un hombre de 60. Al entierro  asistieron todas las luminarias del pop neoyorquino pero Morrison no se dejó ver.

Tras el oficio funebre, la viuda de Berns echó la culpa al cantante de haber ejercido maniobras de acoso que terminaron matando a su marido y denunció a Morrison ante Inmigración por no tener los papeles en regla, exigiendo la deportación. El músico solventó el problema casándose con su novia, la estadounidense Janet Planet Rigsbee, logró anular el contrato con Bang y grabó el mejor disco de su carrera —y uno de los mejores de todos los tiempos— Astral Weeks. Ni rastro de guajira.

La obra de Berns, que en conjunto sigue siendo un milagro, puede encontrarse compendiada, en The Bert Berns Story, un par de volúmenes editados por el sello Ace.

Ánxel Grove

Un nigromante de 71 años y un furioso guitarrista de 33 firman el mejor disco de 2012

Era fácil de adivinar. Sucede casi siempre cuando un fan respetuoso, un heredero sin ínfulas —en este caso Dan Auerbach (80% de The Black Keys)— se marida con un maestro —Dr. John— dispuesto a aprender algo de los descendientes.

El disco, Locked Down, es el mejor albergue en un año de chabolismo musical infamante. Lo prefiero, de calle, a cualquier producto musical de 2012, incluido el celebrado El camino, lo último de The Black Keys. Dr. John & Dan Auerbach suenan mucho más peligrosos y mucho menos encorsetados en la fórmula, que Dan Auerbach & Patric Carney.

Dr. John cubre la espalda de Dan Auerbach

Dr. John cubre la espalda de Dan Auerbach

La historia es conocida. El black key, admirador veterano de Mac Rebennack, el Doctor, fue a visitar al ídolo a sus cuarteles de Nueva Orleans en 2010. Dijo: «Si hacemos un disco juntos será tu mejor disco en décadas».

El viejo brujo —uno de los mejores músicos vivos pese al daño del alcoholismo y algunos movimientos musicales erráticos para paliar una vida de chiflado dispendio económico — no había escuchado nunca al grupo de Auerbach, pese a que el dúo lleva una década editando discos —no, amigo moderno, no empezaron con Brothers (2010) y esos videoclips que tanto te gustan—.

Para asesorarse Dr. John buscó a los mejores consejeros: «Pregunté a mis hijos y me dijeron que los Black Keys son uno de sus grupos favoritos desde The Big Come Up. Me dejaron los discos y, vaya, me gustó lo que escuché», ha declarado. Sin problema alguno se puso en manos de Auerbach y le entregó las riendas: producción, búsqueda de músicos para las sesiones y grabación en los estudios Easy Eye Sound, que el guitarrista abrió en Nashville hace dos años.

La brecha de la edad no existió durante la grabación porque las sensibilidades son los únicos puentes necesarios para salvar obstáculos temporales. Auerbach, para quien Dr. John fue una inspiración diaria «musical, espiritual y cósmicamente» durante la grabación («es uno de los mejores músicos de todos los tiempos»), dejó de lado las mañas de los Blac Keys y abrió el abanico hacia un sonido más espeso basado en el modelo caliente del funk de los pantanos.

"Locked Down"

«Locked Down»

Locked Down brota de la unión de dos músicos sin complejos (Auerbach ha compuesto y tocado rap, esa música que desprecian el 99% de los roquistas, y Dr. John —además de ser la piedra angular del guiso criollo de Nueva Orleans— ha colaborado con el space químico de Spiritualized, atrevimiento que acometen muy pocos músicos de su generación). Ambos consideran sagrada la fórmula de fiebre y ritmo de burdel por la que circula el rhythm and blues —sí, amigo moderno, eso inspira a The Black Keys y no garaje como estoy cansado de leer— y sus muchas carreteras secundarias, pero no cometen la tropelía de dejarse enclaustrar por dogmas o modas.

Es un disco potente, abrasivo y contagioso. El sonido es viejo en el sentido ortodoxo —si el rock no suena a metal oxidado o alimento podrido no es rock— , no hay miedo a la disonancia y el vudú de estilos otorga la dignidad de evitar las caricaturas.

Me parece la más bella de las metáforas que en un año tan exiguo en buena música el mejor de los discos —en lo que mí respecta, el único decente— venga firmado por un viejo nigromante de 71 años y un tipo de 33 cuya sensibilidad furiosa es discordante con esta época de flojera musical.

Ánxel Grove