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El olvidado Tom Wilson, productor (negro y ‘bon vivant’) de Dylan, la Velvet, Zappa, Nico…

Una docena de discos producidos por Tom Wilson

Una docena de discos producidos por Tom Wilson

No es un desatino afirmar que una vida entera podría sobrellevarse con la compañía única de estos doce discos. Son en apariencia de muy distinto espíritu: el Bob Dylan mata infieles de The Times They are A-changin’, quizá el único disco soviet del cantante; las simas desoladas de White Light/White Heat, la obra más negra de The Velvet Underground;  la melancolía urbana de una pareja de universitarios ilustrados, Wednesday Morning, 3 AM, de Simon & Garfunkel; la patafísica del primer disco de The Soft Machine; el jazz astral de Sun Ra; la demencia de Freak Out!, debut de The Mothers of Invention, vehículo de Frank Zappa; la tristeza helada de Chelsea Girl, de Nico; en fin, el single con la mejor canción de todos los tiempos, Like a Rolling Stone

Sólo hay una circunstancia que enlaza la docena de álbumes: todos fueron producidos por la misma persona, Tom Wilson (1931-1978), un negro nacido en Texas, licenciado cum laude en Economía en Harvard, conquistador, bohemio, cultivado, conservador —votaba por los republicanos— y bon vivant.

En los años cincuenta, convencido de que ejercer la economía no era lo suyo, montó por su cuenta en Boston la discográfica de jazz Transition, donde tuteló las grabaciones de 22 álbumes de músicos jóvenes y vanguardistas como Sun Ra y Cecil Taylor —a quien descubrió y produjo en el inolvidable Jazz Advance—.

Las grandes discográficas de Nueva York no pasaron por alto el ojo y las dotes de Wilson y fue contratado como productor freelance. Aunque entre 1965 y 1968  hizo historia ayudando a llevar a término música diferente, rebelde y nueva de folk, pop y rock de vanguardia, Wilson murió en el olvido y prematuramente de un ataque al corazón a los 47 años.

Tom Wilson

Tom Wilson

Pese al tamaño y trascendencia de las obras que produjo [en esta web dedicada al personaje hay una discografía exhaustiva] y a los halagos de los músicos a quienes prestó servicio —John Cale, el más avanzado musicalmente de los miembros de la Velvet Underground, declaró que fue el «mejor productor» y consejero con el que trabajó el grupo y Zappa le consideraba «prodigioso» a la hora de leer la intención de la música con la que trabajaba—, Wilson permanece en un inmerecido segundo plano frente a los grandes magos del sonido de la época (Phil Spector, Brian Wilson, Berry Gordy…).

Entiendo que hay dos motivos para la omisión. Primero, se trataba de un negro trabajando para músicos blancos en un tiempo en que el pop y el rock estaban fuertemente segregados. Segundo, no era un productor intervencionista que gustase de dejar su impronta en la música. Al contrario, prefería poner sus dones al servicio del producto, asesorando sobre posibilidades, advirtiendo fallos y sugiriendo mejoras, orientando antes que mandando.

Era tal el respeto que mostraba por las canciones y los intérpretes que algunas crónicas malintencionadas le presentan como un tipo despreocupado que consumía buena parte del tiempo en la cabina del estudio hablando por teléfono con sus muchas noviasera un conquistador nato de gran atractivo: medía 1,90, siempre vestía impecablemente y tenía el don de la palabra— mientras los músicos lidiaban con el trabajo al otro lado del cristal.

Tom Wilson y Bob Dylan en el estudio, 1965

Tom Wilson y Bob Dylan en el estudio, 1965

La leyenda negra queda desmontada repasando los detalles de la relación de Wilson con el más famoso de sus clientes, Bob Dylan, a quien produjo desde el segundo álbum (The Freewheelin’ Bob Dylan, 1963) hasta el single Like a Rolling Stone (1965). Contratado por la discográfica Columbia —fue el primer productor negro en trabajar para la empresa—, Wilson nunca ocultó que no le gustaba demasiado la música de Dylan: «No me gustaba la música folk. Venía de grabar a Sun Ra y John Coltrane y el folk me parecía música de tontos y aquel chico tocaba como un tonto… Pero entonces escuché las letras«.

Aunque Wilson produjo los dos siguientes discos del cantautor bajo la fórmula canónica de voz, guitarra y armónica, en Bringing It All Back Home (1965) logró que grabase por primera vez con un grupo eléctrico («siempre pensé que Dylan podía ser el Ray Charles blanco»), en un giro que cambió para siempre la historia del rock, añadiendo tensión galvánica y sexual a la altura literaria de Dylan. La vuelta de tuerca fue perfeccionada en Like a Rolling Stone, la canción más importante de la historia, donde el añadido del órgano Hammond que pone cortinaje y cimiento a la saga rabiosa que Dylan grita fue una decisión personal de Wilson, que propuso la contratación del multiinstrumentista Al Kooper.

Tom Wilson y Nico durante la grabación de "Chelsea Girl"

Tom Wilson y Nico durante la grabación de «Chelsea Girl»

En mayo de este año la industria musical estadounidense oficiará otra de las ceremonias anuales de elevación de luminarias al Rock and Roll Hall of Fame, esa especie de museo de cera donde se honra a los músicos y otros implicados en el rock por su condición de cajas registradores. Entre los nueve nuevos miembros de la necrópolis hay dos manejadores-productores: Brian Epstein, el muy sagaz agente que hizo de los Beatles el producto más rentable de la música pop —a veces con malas artes, como ocultar los pecados privados de los miembros de la banda— y Andrew Loog Oldham, el artero vendedor de los Rolling Stones como grupo peligroso cuando sus integrantes eran niños pijos. Tom Wilson, que, a diferencia de los dos anteriores, jamás manipuló a sus protegidos, no aparece entre los centenares de figuras de toda calaña del museo. Otra vez lo han olvidado.

Ánxel Grove

El productor que dijo no a U2 porque no soportaba a Bono

Conny Plank

Conny Plank

A este hombre le ofrecieron en 1986 producir The Joshua Tree, uno de los discos más vendidos de U2 —28 millones de unidades hasta hoy—. Tras mantener dos reuniones iniciales con el grupo redentorista irlandés, rechazó el encargo. Resumiendo un sentimiento que comparte media humanidad explicó: «Podría trabajar con los demás, pero no soporto al cantante», explicó, .

Conny Plank, de cuya prematura muerte en 1987 (cáncer a los 47) se acaban de cumplir 25 años, no necesitaba ni quería las bendiciones de Bono Vox. Su  forma de trabajo nada tenía que ver con la búsqueda de grandeza épica y catedralicia. Al contrario, Plank buscaba los tonos humildes y se consideraba un simple técnico, un mediador: «Sólo me dedico a apretar botones. Cada músico tiene el sonido que merece y desea», decía.

Se acaba de publiar el álbum de cuatro discos Who’s That Man: A Tribute to Conny Plank, editado por la discográfica Gröndland como un intento de resumir la amplísima obra de Plank, que merece sin discusión el título de padre del krautrock, el rock espacial y loco que salió de Alemania durante los años setenta.

Hubo un tiempo en que la frase «producido por Conny Plank» era una garantía de riesgo y placer. Durante los setenta los discos que llegaban de su estudio, establecido en la antigua nave de los cerdos de la granja de Colonia (Alemania) donde vivía y trabajaba, proponían el uso libre de la imaginación frente a los cánones cerrados y de piñón fij0 de la música inglesa. De la mano de Plank, convencido de que había más brillo en el error que en la precisión, más belleza en el ruido que en la paz y más campo de acción en el dub jamaicano que en el pop, surgieron álbumes de, entre otros, Kraftwerk, Neu!, Cluster, Ash Ra Tempel y Harmonia.

Imantados por la manera de trabajar del alemán —que había empezado, por cierto, como técnico de sonido para Marlene Dietrich— y su manera de relacionar la frialdad electrónica con la aridez del rock, músicos vanguardistas ingleses, entre ellos Brian Eno y David Bowie, le pidieron asesoría y consejo para algunos de sus trabajos, entre ellos la trilogía de Berlín. Tras ellos llegarían bandas de new wave como Ultravox, Eurythmics y Killing Joke que buscaban un sonido más salvaje y menos académico que el ofrecido por los productores británicos.

Productor de casi cincuenta discos, Plank, un tipo grande y con cierto aspecto de oso, trabajaba, según quienes le trataron, por movimientos viscerales. «Un productor es alguien capaz de crear una atmósfera libre de miedo y reservas que permita encontrar el momento de máxima inocencia. Entonces debes apretar un botón y grabar», sostenía.

Ánxel Grove

Bert Berns, el productor maravilla al que Van Morrison rompió el corazón

Bert Berns

Bert Berns

La culpa la tuvieron el barrio, los vecinos y una fiebre reumática.

Bert Berns, hijo de judíos rusos y nacido en Nueva York con la Depresión de 1929, iba para pianista clásico por decisión paterna, pero en eso cayó enfermo de una fiebre reumática que le dejó secuelas en el corazón y le obligó a muchas horas de reposo. Desde el tedio de la cama, el niño escuchaba la música que salía de las otras viviendas del edificio del caliente barrio del Bronx, donde los caribeños eran mayoría. La guajira fue la mejor medicina y el crío mandó a paseo para siempre a Mozart y Chopin.

Se tomó la pasión cubana muy en serio, empezó a frecuentar a pianistas y soneros, a visitar clubes humeantes de tabaco y sexo y a sincopar —la forma rítmica de la sabiduría musical—. En 1958 le propusieron comprar un club en La Habana, consiguió un préstamo y se lanzó a la aventura. Cuando llegó a la isla se enteró de dos cosas: el club, como la ciudad casi entera, era un burdel para gringos y había una revolución en marcha. Tuvo que regresar a los EE UU poco después de la entrada de los castristas en la ciudad, pero dió por buena la experiencia.

Como siendo consciente de que tenía los días contados —la dolencia cardíaca era incurable—, Berns se dedicó sin tregua a componer y producir canciones. En casi todos los casos parecían una descarga cubana. Primero como empleado a sueldo de la discográfica Atlantic, una de las madrigueras mayores del soul, y después como jefe de sus propios sellos, Bang y Shout, se convirtió en uno de aquellos taumaturgos que, durante la primera mitad de los años sesenta, fabricaban música que parecía caida del cielo por lo numerosa y cautivadora.

Bert Berns (izquierda) y Jerry Wexler

Bert Berns (izquierda) y Jerry Wexler

Aunque tuvo una huella pública menor que otros de los creadores de su tiempo, entre 1961 y 1966 Berns hizo —y hablamos de un tiempo en que el verbo hacer era textual: desde la composición de la pieza hasta el acabado final en el estudio, pasando por los arreglos e incluso la decisión del tono anímico que los intérpretes debían manejar— canciones que podrían ser la obra de una vida entera: Twist and Shout (Isley Brothers), Brown Eyed Girl (Van Morrison), Piece Of My Heart (Erma Franklin, hermana de Aretha), Cry Baby (Garnet Mimms and The Enchanters), Cherry Cherry (Neil Diamond), Cry To Me (Solomon Burke), Hang on Sloopy (The McCoys), I Want Candy (The Strangeloves), Here Comes the Night (Them)

Algunos de los discos con música y producción de Berns

Algunos de los discos con música y producción de Berns

Músicos de instinto afilado para la rapiña de buenos temas ajenos como los Beatles y los Rolling Stones o cantantes en busca de repertorio para lucir garganta (Janis Joplin) se aprovecharon de la inspiración imparable de Berns y la calentura emocional de sus piezas, muchas basadas en las progresiones rítmicas caribeñas a las que estaba enganchado desde niño.

Durante sus corto tiempo de gloria, Berns era infalible y buscado por todos los intérpretes que deseaban un hit. Además, era un tipo juerguista y de buen talante que en el estudio no se comportaba con los modales de tirano de otros jóvenes productores maravilla —el ejemplo más extremo es Phil Spector y su complejo de Napoleón— y dejaba que los músicos interviniesen en la cocción de las canciones.

Bert Berns, con una copa en la mano, y Van Morrison, en una fiesta en Nueva York, 1965

Bert Berns, con una copa en la mano, y Van Morrison, en una fiesta en Nueva York en 1967. La chica es Janet Planet, futura esposa de Morrison

La desgracia para Berns llegó desde Irlanda. En una estancia de trabajo en Londres había producido algún single para Them, el grupo que encabezaba el portentoso cantante Van Morrison, el único músico de la british invasion que cantaba con la misma intensidad  que un negro.

Fascinado con la exaltación de aquel muchacho, Berns le ofreció un  contrato de grabación con Bang y se lo llevó a Nueva York para producir un álbum como solista, Blowin’ Your Mind Up. En el disco había piezas tan complicadas e insólitas como TB Sheets, una larga derivación bluesy en la que un amante rumia en torno a la contemplación de las manchas de sangre en las sábanas de una novia tuberculosa.


Morrison, cuyo carácter desabrido es proverbial, fue el primer artista que le plantó cara a Berns. La grabación estuvo llena de interrupciones derivadas de un choque de pareceres de fondo: el productor quería un producto pop porque consideraba que Morrison era «el Solomon Burke blanco» y podía hincharse a vender discos, pero el cantante prefería buscar una forma expresiva más abierta, cercana al jazz y la improvisación libre. Las discusiones eran constantes y el disco salió adelante de milagro después de sesiones de las que todos salían descontentos y con la sensación de haber cedido demasiado.

Berns y Solomon Burke

Berns y Solomon Burke

No era el único problema al que hacía frente el bueno de Berns. Atlantic hacía maniobras financieras para tomar el control de Bang y otro de los cantantes de la casa, Neil Diamond, exigía la misma libertad creativa de la que gozaba Morrison. El modelo del pop estaba cambiando: los fabricantes de éxitos instantáneos languidecían y emergía la figura del autor.

El 30 de diciembre de 1967, después de una semana agotadora de discusiones encendidas con Morrison, Berns se sintió indispuesto y alquiló un cuarto de hotel para descansar unas horas. En algún momento durante la siesta sufrió un fatal ataque al corazón. Tenía 38 años pero en las últimas fotos parecía un hombre de 60. Al entierro  asistieron todas las luminarias del pop neoyorquino pero Morrison no se dejó ver.

Tras el oficio funebre, la viuda de Berns echó la culpa al cantante de haber ejercido maniobras de acoso que terminaron matando a su marido y denunció a Morrison ante Inmigración por no tener los papeles en regla, exigiendo la deportación. El músico solventó el problema casándose con su novia, la estadounidense Janet Planet Rigsbee, logró anular el contrato con Bang y grabó el mejor disco de su carrera —y uno de los mejores de todos los tiempos— Astral Weeks. Ni rastro de guajira.

La obra de Berns, que en conjunto sigue siendo un milagro, puede encontrarse compendiada, en The Bert Berns Story, un par de volúmenes editados por el sello Ace.

Ánxel Grove

El no-músico silencioso y lento en un mundo rápido y barato

Brian Eno

Brian Eno

Antes de empezar a leer, escuchen. Quizá deban cerrar los ojos para intentar olvidar el condicionante: es la música de un sistema operativo de Microsoft. Escuchen sólo el sonido, la campana reverberante: una galaxia, una puerta de entrada, una palmada que nace del silencio y conduce al silencio, océanos de tiempo

De milagros similares a la música de Windows 95 -una microsinfonía de poco más de tres segundos- es capaz Brian Eno, el no-músico al que hoy dedicamos la sección Cotilleando a…

Aunque prefiere el segundo plano a la habitual presencia absoluta de los músicos-artistas, el toque Eno puebla el mundo. Este tipo tranquilo, de sedoso sentido del humor y casi ninguna educación musical, es una de las presencias activas más perdurables en la música de los últimos cuarenta años.

No es un músico: es un mediador entre el azar y la intuición, entre el alma de la máquina y el espíritu de los hombres.

Brian Eno

Brian Eno

Eno es el ambient humano, la electrónica educada, el chill out sin marca de fábrica, el gospel de los edificios de cristal, el blues de gotas de suero que puebla los hospitales, la cadencia melancólica de los aeropuertos, el te deum que por azar cantan los satélites cuando surcan la noche, la sombra de los reptiles escribiendo una canción sobre la arena, el sueño de que todos recemos en la misma mezquita, el exorcismo que nos devuelve la condición de africanos que merecemos, la seductora y cierta posibilidad de que un par de grabadoras jueguen entre sí y contigo…

Si desean ustedes la biografía detallada del personaje y la persona, vayan a una e-enciclopedia o visiten EnoWeb, el site extraoficial: ya les dije que a Eno le gusta permanecer en la penumbra del background y debe ser a estas alturas del Reich 2.0 el único músico del mundo que no tiene una web propia para venderse.

Sólo voy a perfilar aquí, con el ánimo de quien escribe palabras momentáneas en la pantalla del atardecer, media docena de las muchas razones que me empujan al amor por Brian Eno. No esperen nada que se parezca a la por otro lado ficticia objetividad. Estoy prendado de la música de Eno desde los años setenta. Nunca he dejado de amarle y me ha correspondido con sorpresas inesperadas.

"Another Green World", 1975

"Another Green World", 1975

1. Un disco. Recuerdo todavía -y en mi estado de progresivo extravío la viveza del recuerdo tiene carácter de portento- el asombro estupefacto, de despierta serenidad, de la primera escucha de Sky Saw, Sombre Reptiles, Golden Hours, St. Elmo’s Fire, In Dark Trees y el resto de canciones de Another Green World (1975). Editaron el disco, el tercero de Eno en solitario, poco antes de la muerte de Franco y había en la música un presagio emocional y básico, como si intuyeras que algunas hienas merecen la putrefacción. Era un tiempo de exigencias que ahora quizá parezcan  disparatadas: un afán de verdad inmutable, un código de corrección moral, una legislación no escrita para todo movimiento o deriva personales… Por extensión, la música que escuchábamos algunos era discutida por los comisarios políticos del marxismo, el troskismo, el maoísmo, el nacionalismo y los demás ismos adocenantes cuya militancia tenía a punto los disfraces de las hienas de recambio de la Hiena Generalísima. Como David Bowie, Lou Reed, King Crimson y Can, Eno era sospechoso de diletancia y aburguesamiento. Algunos le metían en el saco del glam rock por una pobre lectura del atuendo de pavo real que llevaba encima en los años con Roxy Music. Otros ni siquiera consideraban aceptables sus canciones de sinuosa indiferencia. Yo (no me quiero considerar especial, pero es lo que hay: les invito a comprobar el malogrado estado por exceso de uso de mis copias en vinilo de aquellos discos) y otros como yo entrevimos un futuro en el que, por vez primera, sobraban las guitarras eléctricas, las baterías y el canon, suficientemente meneado para dejarlo descansar, de Elvis Presley.

Diagrama del 'enoloop'

Diagrama del 'enoloop'

2. Un género. Después de predecir el ambient, la música de amoblamiento del siglo XX -que ya había bosquejado con su cómplice habitual Robert Fripp en No Pussyfooting (1973)- Eno desarrolló la idea  en Discreet Music (1975), su primer disco como programador de un sistema capaz de crear piezas aleatorias, con escasas variaciones de tempo y forma pero en perpetuo cambio. Estaba inventando la música generativa, que requiere una intervención limitada del ejecutante. A la idea de buscar un sonido que, lejos de invadir el ambiente, se amoldase a él y lo rellenase sin agresividad llegó durante la convalecencia posterior a un accidente de coche. Puso un disco de música de arpa del siglo XVIII y, con esfuerzo, porque le costaba moverse, se tendió en cama. El volumen estaba muy bajo, casi en el nivel de lo inaudible. Dejó que sonará así durante un tiempo y, cuando recuperó la fuerza suficiente, regresó al tocadiscos y subió el nivel. Esa intervención, accidental y discreta, también efímera e irrepetible, le hizo percibir de una manera diferente la música, entender cómo el instrumentista podía limitarse a la adaptación casual a un sistema. Para componer música generativa, de la cual un buen ejemplo serían las campanas de viento, no se requieren conocimientos académicos musicales sino una intuición anímica (o animal), que se ha desarrollado desde entonces en decenas de programas de software. Eno colaboró en el diseño del pionero, el mítico Koan, raíz del actual Noatikl.

David Byrne (izquierda) y Brian Eno

David Byrne (izquierda) y Brian Eno

3. Una fiesta. Después de varios volúmenes de música de ambiente (para aeropuertos, dark, transferida transocénicamente por vía telefónica…), Eno, cuya curiosidad es enorme y sin compuertas, giró la vista al sur y descubrió que todo aquello que le interesaba procedía de África: la cualidad fractal de la música, su engarce natural con la geodesia, la necesidad de apertura y vías de escape ajenas a códigos -la improvisación, en suma-, el ritmo sexual y holístico de tóxica capacidad sobre el cuerpo y la mente… Dicen que de la revelación tuvieron la culpa un viaje a Ghana en 1981 y el descubrimiento de una canción grabada por Miles Davis en 1974, He Loved Him Madly [parte 1 | parte 2], un vuelo libre y melancólico en homenaje a Duke Ellington, con matices africanos y dodecafonistas. Desde entonces toda la obra de Eno ha sido un intento de recrear al menos una porción de la primitiva naturalidad con que fluyen los músicos africanos y del Cercano y Medio Oriente. Aunque sabe que nunca lo conseguirá («creo que todo lo que hago nace de mi incomprensión hacia África»), ha entregado algunas descargas que no desentonarían en cualquier club de latón y ladrillo vista de Lagos. Con una salvedad diferencial: Eno ha añadido espacio a la africanía. Sin menoscabo del cuerpo tangible (carne y tambor), ha convertido el trance tribal en una música moderna, no condicionada por lo étnico. En manos de Eno lo negro se expande cromáticamente. Mi disco favorito de esta etapa es el ardiente My Life in the Bush of Ghosts, que coeditó en 1981 con su admirador y discípulo David Byrne, líder de los Talking Heads, bautizados, no por casualidad, con un anagrama de una canción de Eno, King’s Lead Hat. Obra de prodigiosa pegada y producción extrema (el mix y el sampling llevados a la categoría de instrumentos polirrítmicos), My Life... ha sido copiado, recreado y vuelto a copiar por todos los DJ del planeta. Es el primer disco del baile de la nueva era y permanece incólume al paso del tiempo. Su huella es notable, por ejemplo, en el hip-hop de Public Enemy y los experimentos más radiacles del noise bailable. En 2006 fue reeditado con nuevas mezclas y partes inéditas que los autores colocaron bajo dominio público para permitir que sean manipuladas y utilizadas por cualquiera (hay una deliciosa web para jugar a rehacerlas).

Eno (en el centro) con U2

Eno (en el centro) con U2

4. Un tipo humilde e infatigable. Aunque no le gusta ser considerado un productor al uso y prefiere que sus dotes sean utilizadas como tratamientos (otros llaman a su bouquet particularísimo enosificación), la capacidad colaborativa de Eno es asombrosa. Logró renovar a David Bowie cuando éste buscaba un sonido europeo para plantarle cara al funk de imitación de finales de los años setenta y Eno le produjo dos catedrales de hielo, Low y Heroes, ambos editados en 1977; colaboró con John Cale (ex The Velvet Underground) en su mejor disco, Fear (1974), y con el talento anárquico (por radical) de Robert Wyatt en casi toda su discografía; echó una mano a artistas de vanguardia o pop por simple placer y sin cobrar (la lista es enorme: Jon Hassell, Cluster, Harold Budd, Philip Glass, Laurie Anderson, Roberto Carnevale, Devo, Ultravox, Depeche Mode…), desarrolló proyectos de música visual (77 Millions Paintings es uno de los más bellos), compuso bandas sonoras, editó una suerte de I Ching para creadores con un mazo de cartas que sugieren movimientos (The Oblique Strategies)… Finalmente se integró como quinto componente de U2 desde The Unforgettable Fire (1984), cuando el grupo de Bono se vió en la necesidad de transformar el sonido épico de sus inicios. También ha producido -y quizá sean los dos grandes patinazos en una carrera inmaculada- los discos de Coldplay Viva la Vida or Death and All His Friends (2007) y Mylo Xyloto (2011).

Eno en una protesta contra la guerra de Iraq (enero, 2010)

Eno en una protesta contra la guerra de Iraq (enero, 2010)

5. Implicado. La misma prodigalidad que muestra en lo musical la exhibe como civil. Nunca se ha escondido en la campana de cristal de lo artístico para evadir los dilemas y aberraciones sociales. Es la cara visible del movimiento antibélico del Reino Unido y ha sido el portavoz habitual de los manifestantes contra la guerra de Iraq. En una de las protestas más secundadas, en 2006, le tocó escribir el discurso final. Hizo notar que los 2.000 millones de habitantes del planeta que no tienen agua potable podrían acceder a ella con una inversión de una quinta parte del coste de la guerra. Eno escribe columnas de opinión en The Observer, el dominical de The Guardian [dos ejemplos: 1 | 2], envía cartas abiertas a parlamentarios y ministros y participa en debates mediáticos. Es uno de los artistas internacionales que demandan un boicot cultural a Israel por su política exterior sangrienta. También es fundador de la fundación Long Now, que promueve el cambio de paradigma hacia un pensamiento «más lento y de calidad» para sustituir al «rápido-barato» imperante. Proponen, como primera media, adoptar un calendario realista basado en cinco dígitos: 2011 sería, por ejemplo, 02011, y defender los idiomas en peligro de muerte (Rosetta Project).

Brian Eno a los 12 años

Brian Eno a los 12 años

6. La persona. Brian Peter George St. John le Baptiste de la Salle Eno nació el 15 de mayo de 1948. Es un hombre melancólico, con tendencia a no confiar en sí mismo, insomne, solitario, inseguro y con miedo a los aviones y las fotografías. Colecciona fósiles, habla francés, le gusta la radio de onda corta, no sabe conducir y aborrece los ordenadores («hay poco de África en ellos»). Es un ávido lector de libros (de papel, por supuesto) y le encanta la pintura de Francis Bacon. Musicalmente es una amalgama. Cuando le preguntaron qué discos se llevaría a una isla desierta eligió el doo-wop Duke of Earl, de Gene Chandler; Alu Jon Jonki Jon, de Fela Kuti; Sunday Morning, de The Velvet Underground & Nico, y los himnos gospel de su adorada Dorothy Love Coates. Todas esas canciones, dijo, «son formas cotidianas de drogas alucinógenas».

Ánxel Grove